Así no inician los artículos académicos.
Es miércoles y escribo estas líneas cansada. Estamos terminando septiembre, todavía quedan algunos meses para que el año académico cierre, pero yo siento que necesito vacaciones ya. Estoy en la recta final de un proyecto de investigación que inició en enero y la próxima semana inicia otro de escala internacional que durará dos años. Para el que estoy cerrando, debo escribir al menos un artículo, la financiación es pequeña y local, por lo que no se me exige más, pero debo pensar bien a qué revista enviarlo, de modo que cuente como producto para mi universidad. Se trata de un artículo sobre lo que hace el trabajo textil en quien lo realiza. Ayer escuchaba algunas entrevistas sobre esto, en una de éstas una mujer de mi edad decía con añoranza, mientras acariciaba una pieza textil que había hecho hace algunos años, y que ahora guarda en un cajón de sábanas viejas, "ahora no tengo tiempo1 para hacer estas cosas... mi tiempo ya no es mío".
Tuve que interrumpir mi escucha porque la secretaria de posgrados necesitaba preguntarme algún asunto sobre una sustentación que tengo mañana. Luego me llegó una invitación para una estancia de investigación en marzo en Uruguay y entre un tema y otro, me llamaron de la agencia financiadora para decirme que el desembolso del proyecto que está por iniciar se encuentra demorado por cualquier razón burocrática. Le escribo a mi coinvestigador británico para informarle que quizás se nos retrase el inicio. Respondo el correo del colega que me invita a Montevideo, diciéndole que mi visita no puede ser en marzo, pues para esa fecha tengo una hackathon del proyecto con Inglaterra, que nos toca aplazarla para abril. Le digo también que no pueden ser dos semanas, sino una, que mejor cerca de Semana Santa, así puedo tomarme unos días de descanso en el sur. Me estiro, estoy cansada, es septiembre y yo pensando en el retraso del proyecto que aún no inicia, en marzo y abril del otro año, en el evento que tengo que hacer, en las vacaciones en el sur. Vuelvo a la entrevista "mi tiempo ya no es mío...".
Hace apenas quince días terminé de enviar la corrección de otro artículo que sometimos a revisión en enero. Pertenece a un proyecto que finalizamos el año pasado. Lo enviamos a una revista española que está en el cuartil 3 de scopus. Mientras lo corregía, íbamos pensando con mis colegas sobre la escritura del artículo del proyecto que ahora está cerrando. Escribir con otras ayuda a pensar, no necesariamente hace más eficiente la escritura, al menos no en las ciencias sociales, pero posibilita el diálogo y en éste las ideas se nutren, se aclaran, cosa que en solitario tiene otro precio: no siempre logro dialogar conmigo misma.
En la investigación actual somos cuatro colegas. Una de ellas, como yo, trabaja en otra universidad de prestigio en el país, las otras dos dividen su tiempo trabajando como asistentes de investigación con nosotras, dando clases en instituciones educativas de bajo perfil, haciendo consultorías de investigación social en lo que salga, cuidando a sus hijos, atendiendo a compañeros, familiares. Yo también cuido de mi madre y aunque no divido mi tiempo en otros trabajos precarios, tengo un trabajo que me fracciona el tiempo y yo siento que eso también lo hace precario. Hoy escribo esto, que no es una responsabilidad con ninguna investigación, mañana vuelvo a escribir sobre el hacer(se) textil, luego tengo la sustentación, voy a una reunión curatorial de la exposición que haremos en diciembre, en la tarde noche hago un taller de contención con tesistas. En medio de esto respondo muchos correos, aclaro dudas de estudiantes, envío documentos, lleno formularios. Cuando puedo, en los intersticios de lo que mi agenda no registra, hago cartas de referencia, evalúo artículos, leo avances de investigación de personas a mi cargo. Gracias a los teléfonos inteligentes, el tiempo se estira en los trayectos en bus, taxi o avión, así, cuando voy de la oficina a la casa o en los viajes a alguna conferencia, logro buscar posibles revistas en las cuales publicar.
Y aunque así no inicien los artículos académicos, sí es ésta una de sus principales condiciones de posibilidad actualmente. Me pregunto si Bruno Latour tuvo en cuenta esa dimensión subjetiva y política cuando los llamó móviles inmutables (1986), ¿se imaginaría que la ligereza de éstos propiciaría tal aceleración sin tanto movimiento2?
Sobre la aceleración y la auditoría
En tanto que formas de inscripción, los artículos académicos han permitido estabilizar los procesos de investigación científica. Esta capacidad de "fijar" el conocimiento ha facilitado también el que estos dispositivos sean combinables (Latour, 1986), entre otros, en el sentido de que pueden ser citados, y ello ha propiciado la tendencia a que se desapeguen de su origen. Michel Foucault (1998) llamaría a esto la función autor, es decir, la propiedad de las obras de eliminar la condición de sujeto de quien las escribe. No importa aquello que ha hecho posible la escritura, menos aún sus dimensiones subjetivas, lo importante es lo que dice, la arquitectura de sus argumentos, su posibilidad de refutabilidad o de convencimiento. Esta invisibilidad del lugar de enunciación detrás de la obra también ha sido considerada como un privilegio masculino por autoras como Donna Haraway (2004), en el sentido de que subraya la modestia de quien escribe como principal mecanismo para que trasciendan sus palabras. Una trascendencia desapegada, pública, distante de cualquier nimiedad doméstica y personal como aquellas que abren este texto.
Esta función autor no es, por supuesto, espontánea, se trata de una atribución social producida por la forma en que las comunidades científicas están configuradas. Así, el énfasis que Latour hace sobre la forma en que la capacidad combinable de los artículos (de su arquitectura) permite su acumulación, hace posible que podamos explicar también que éstos sean objeto de cálculo, de auditoría, de producción en línea de ensamble (Vostal, 2015). Y ello propicia sin duda que puedan ser apropiados con facilidad por las lógicas del mercado, como es el caso de los tiempos de producción e intercambio que este escenario promueve. Así, no es gratuito que este autor se refiera en su reflexión a quienes escriben artículos académicos como competidores que están en una carrera por construir pruebas y escribirlas antes que otros (Latour, 1986). Escribir y publicar en fuentes legítimas, por supuesto, sólo de esa manera es posible sostener el campo.
En esa carrera, las fuerzas se miden, siguiendo a Pierre Bourdieu (2008), en términos de capital intelectual. En este sentido, el lugar en el que publicamos nuestras reflexiones y hallazgos investigativos es crucial para permanecer legítimamente en el campo académico hoy día, pero no sólo para permanecer. El prestigio de una revista o editorial define también el mérito de nuestras palabras, entendido éste como la posibilidad de que sean visibles y reconocidas. Así, si las publicaciones son prestigiosas, lo serán nuestras letras y por tanto lo que a través de éstas queremos decir. Y de ese reconocimiento depende nuestro lugar en el campo académico. Por supuesto esto también pasa, dirá Bourdieu (2008), por dónde nos formamos y en qué universidad trabajamos, todos éstos aspectos que también están definidos en el mundo contemporáneo por escalafones de diverso tipo que en general responden a geopolíticas particulares a escala nacional e internacional. En este sentido, no basta con escribir y querer publicar, la posibilidad de que esto último ocurra depende de dónde estamos, de quiénes somos y de qué tanto hemos podido viajar y a dónde para darnos a conocer en ciertas conferencias.
Así, la competencia en el campo académico está coconstituida por la posibilidad combinable y acumulable de los artículos, es decir, por la forma en que se encuentran estructurados en tanto móviles inmutables, y por la estructura política de este campo en el que estamos quienes los escribimos. Allí el mercado opera definiendo, a través de burocracias científicas muy particulares, que el criterio de legitimidad para permanecer y tener un lugar reconocido en la academia no es sólo publicar en revistas reconocidas, sino publicar mucho, lo que diversidad de autores llaman un estándar de productividad regulado por una cultura de la auditoría desde la cual se configura una relación de poder entre quien define qué es legítimo y aquel que busca legitimidad (Gómez-Morales, 2018, 2017; Malina y Maslin-Prothero, 1998; Williams, 2013; Menzies y Newson, 2008; Vostal, 2015).
Esta cultura de la auditoría se enfoca por entero en los objetos de información, nunca en los sujetos que se comunican (Gómez-Morales, 2017: 17). Y esto tiene dos efectos, por un lado, define procesos de estandarización en los que se privilegian ciertas formas de escritura y publicación versus otras. Así, se privilegian artículos que reportan resultados de investigaciones de una forma sintética y que son escritos en la lengua franca de la ciencia, el inglés. Con esto se asume que ello permite una mayor facilidad de apropiación y por tanto una mayor dinamización en la producción de conocimiento. Sin embargo, esto no suele ser afín con la investigación en las artes y las humanidades que están más dadas a la reflexión crítica y toman más tiempo en producirse (Zambrano, 2017). Por otro lado, este énfasis en los objetos de comunicación y no en quienes se comunican vuelve a llamar la atención sobre la invisibilidad de las condiciones de posibilidad de la escritura. Pierde de vista los valores que estos estándares de auditoría encarnan y sus efectos en las vidas de quienes alimentamos el sistema. ¿Qué implica a nivel personal que tengamos que escribir más y de esa forma? ¿Qué le hacen estos estándares a nuestra labor investigativa?
Una primera respuesta a estas preguntas tiene que ver con la introducción de la velocidad como criterio rector de la competencia, y la aceptación de ésta por parte de quienes estamos en el campo académico (Gómez-Morales, 2018). Ya no sólo hay que lograr publicar en revistas prestigiosas, hay que hacerlo antes que otros y con mayor frecuencia que antes. Esto conlleva una forma de ser y estar en la academia que se encuentra orientada por una temporalidad externa, la del mercado, y no por los ritmos internos y personales de aprendizaje, creatividad y reflexividad (Menzies y Newson, 2008). Por eso la metáfora de la carrea a la que refiere Latour (1986) es tan potente. Los recursos para investigar son escasos y así mismo los incentivos para hacerlo, sólo quienes logren aceptar las lógicas de eficiencia que dispone este panorama tendrán las oportunidades de recibir las debidas recompensas; las(os) demás, las(os) que sobran (Gómez-Morales, 2017) contribuyen a sostener el sistema que les precariza, pero no abandonan la carrera3.
Por su puesto esto genera estrés, pero además de ello, configura ecosistemas de productividad solitarios. No en el sentido de con quién escribimos, sino de para qué lo hacemos. Sobre esto nos indica Filip Vostal (2015) que la tasa de publicaciones excede con creces la taza de lectura de todo lo que se escribe. Es decir, no estamos publicando para que nos lean, sino porque el sistema así lo demanda y porque nos interesan los estímulos y el reconocimiento que hacerlo conlleva, por supuesto. Competencia, aceleración, estrés, aislamiento individual, ¿son estas las únicas formas de estar en la academia y hacer investigación?
Posibilidades otras de estar en la academia
"Si no tenemos un referente del cuerpo es muy difícil comprender cómo es que pensamos" me dice Juan, mientras me cuenta por qué decidió animarse a retomar el hacer textil ya de grande, luego de que a los ocho años su abuela le enseñara a hacer cadenetas en crochet. Como yo, Juan tampoco tiene tiempo para hacer estas cosas, pero de alguna manera lo encuentra, pues en el bordar el cuerpo se apacigua, contempla lo que pasa, puede estar consigo mismo y para él esa temporalidad es sagrada. "Ay Helenita empezó a tejer" dice Silvia su hija de ocho años que nos escucha mientras seguimos conversando. En efecto, su hija menor, de seis, ha tomado una aguja de crochet y se ha puesto a ensartar un trocito de hilo sobre sí mismo. Juan la mira, yo la miro, y en la grabación se escucha un silencio de unos segundos. "¿Qué significa el cuerpo para el pensamiento, para el aprendizaje?" se pregunta Juan en voz alta mientras sigue mirando a su hija, quien de forma concentrada continúa haciendo una línea larga de argollas en crochet.
Como Helena y Silvia, yo escucho a Juan atentamente. El tiempo se expande y pasan diez, veinte, treinta minutos. No hago otra cosa que escuchar de forma receptiva sus reflexiones y observar cómo éstas se insertan en su preciada cotidianidad y en la de sus hijas. De vez en cuando lo interpelo con alguna pregunta que lo hace volver sobre lo que me está contando para precisar el momento de su vida; me sonrío, asiento sobre lo que dice, lo miro atentamente, observo a sus hijas, sigo escuchando y el tiempo pasa, a su propio ritmo.
Las palabras de Juan y su cotidianidad me acompañan luego de que salgo de su casa. Me cuidan, permitiéndome escuchar cómo estoy, cómo está mi cuerpo, qué me duele, cómo me siento. Aquí el cuidado refiere a una noción básica de sostenimiento de lo vital (Fischer y Tronto, 1990; Puig de la Bellacasa, 2017), un hacer que acompaña afectivamente y en esa medida me da presencia. Cuando termino la entrevista me revelo a partir de esa cotidianidad de Juan, soy investigadora en y con aquella (Pérez-Bustos, 2014, 2016). Así la investigación se engendra en el devenir con lo otro y la vida emerge de ese encuentro (Haraway, 2008; Nardini, 2014; Barad, 2003). Cuidar es un acto de responsabilidad en el que la interdependencia colectiva es posible, en particular cuando pienso en la aceleración con la que di inicio a esta reflexión. El hacer textil de Juan pone en perspectiva mi hacer investigación, permitiéndome observar, más que los tiempos externos con los que ésta se mide, los tiempos internos que ello me demanda, esos tiempos que ya no son míos. Escucharlo me afecta, me calma, me ralentiza.
La demanda por ralentizar la producción de conocimiento en un contexto de hiperproductivismo y aceleración tiene como hito el movimiento ciencia lenta (The Slow Science Academy, 2010) y las discusiones más recientes sobre cómo ello afecta el ethos de quien investiga (Berg y Seeber, 2013). Algunos de estos trabajos plantean que la lentitud es al tiempo un valor necesario para el soporte de la vida de quienes trabajan en el campo académico en condiciones de competitividad, estrés y asilamiento individual, y una forma de resistencia frente al ethos corporativo y consumista de este sistema basado en la auditoría y la estandarización (Berg y Seeber, 2013). Otros se preocupan por distinguir los ritmos de la burocracia científica de los ritmos de la producción de la ciencia (The Slow Science Academy, 2010). En este sentido, señalan que investigar requiere tiempo para leer, pensar, dialogar y equivocarse, procesos que implican privilegios, y que no suelen contemplarse en los estándares de productividad, que, como su nombre lo indica, están centrados en lo que se produce, no en las condiciones de posibilidad de aquello que es producido.
Estas reflexiones son interesantes pues traen de presente las temporalidades de lo que es investigado, como aspecto capaz de afectar la forma en que estamos llamados a investigar. No sólo en el sentido de los tiempos que estas realidades demandan y a los que debemos atender para poder dar cuenta de éstas, sino a los espacios a los que nos convocan y los cuerpos que éstos implican. Cuerpos que acompañan, escuchan, están presentes, y sólo así pueden escribir.
Esto supone un giro en la forma en que entendemos la investigación, un llamado a prestar atención a la vida diaria, con sus ritmos, complejidades y rutinas, en su dimensión personal y política, a reconocer el cuidado que ello nos reporta a nivel personal y emocional, pero también la responsabilidad que nos demanda en términos de lo que esa escucha y presencia le hacen al sistema de medición que nos regula.
Tiempos del hacer investigación, tiempos cuidadosos
Tim Ingold (2013) nos dice, en referencia a cómo pensamos en el hacer, que el ejercicio de conocer no es posible sin una cocorrespondencia, un diálogo mutuo con el mundo que nos rodea. Allí, nos reitera, hacer es mantener los ojos entrenados en el horizonte mientras nos involucramos corporalmente en el trabajo de la proximidad. En este sentido, pensar es crear materialmente, escribir con lápiz y papel o digitar teclas en el computador, leer libros, pero también estar en el espacio o recorrerlo. No proyectamos nuestras ideas en la escritura de artículos científicos, éstas se producen en el proceso mismo, ya se trate de una escritura acelerada o no. Las ideas objetivadas en textos se generan en los flujos y transformaciones materiales -escribir y borrar, quedarnos paralizadas frente a pantallas en blanco- y en los movimientos de la imaginación y la conciencia sensible de quien hace (Ingold, 2012). En este contexto la proximidad puede estar en sintonía con nuestros ritmos internos, o al menos ser consciente de su existencia, o puede alienarse y definirse en función de las demandas cotidianas de la carrera por la productividad y el reconocimiento.
Pensar en el hacer o hacer pensando pone en perspectiva la forma en que investigamos y trae de presente las condiciones de posibilidad de la investigación y, por su puesto, de la escritura; aquélla que se acumula y es cooptada por lógicas de mercado, o no. En este movimiento, mientras hacemos lo que estamos intentando entender (Lindström y Stähl, 2016), llamamos la atención sobre los cuerpos que dicho hacer implica, convoca y hace posibles (Pajaczkowska, 2016). La referencia a lo corporal aquí es principalmente material y sensible. Esto es, refiere sobre todo a esos cuerpos que la función autor omite (Foucault, 1998), pero que cargan con el peso de los ritmos que demanda la escritura en un contexto de auditoría.
En este marco, preguntarnos por hacer investigación nos invita a trascender la idea de que el problema de los estándares de productividad es externo y al tiempo producido por nuestros artículos (Gómez-Morales, 2018)4, para ir hacia adentro. Esto es volver sobre la pregunta por quienes investigamos y nuestras condiciones de posibilidad, así como nuestros privilegios, pero sobre todo, por nuestra capacidad de escucha sobre dichas condiciones. ¿Cómo estamos escribiendo?, ¿para qué? Y con esto, recuperar los ritmos, respirar, como la principal forma de hacer resistencia a un sistema que nos ahoga. Esta política de los cuerpos que escuchan y se escuchan cuando hacen investigación ofrece la posibilidad de entender que la investigación es ante todo un encuentro, con nosotras(os) mismas(os), tanto como con quienes están nutriendo nuestras preguntas -las comunidades, las ecologías, los territorios, los tiempos-. Un encuentro antes que un discurso, una presencia, un devenir (Watson, 2014). Un hacer cuidadoso en el que existimos al investigar con aquello que observamos. Una investigación capaz de responder por esos vínculos, más allá de sus textualizaciones; una investigación que acompaña, que antes que escribir, hace presencia, escucha, se escucha, toca y se deja tocar, y allí reflexiona, y allí escribe.
A modo de cierre
Esos tiempos de la investigación cuidadosa y responsable que trasciende la escritura no hacen parte de los actuales sistemas de medición de la ciencia. La pregunta es si deberían serlo. Reconocer que se escribe en contexto y que la escritura es un hacer en el que (nos) pensamos, un hacer que deviene de otros haceres y con éstos, nos permite ralentizar su producción. Como ya señalé, en esta escucha el sistema disminuye su ritmo, tanto el interno como el externo. Es en este sentido en que esta escucha es política, nos permite recuperar esos tiempos que ya no son nuestros y con ello intentar redefinir las condiciones de producción de aquellas obras que no hablan de quiénes somos, de dónde estamos, de lo que sentimos, sino sólo de lo que pensamos. ¿Tiene sentido medir nuestras posibilidades sentipensantes y hacedoras? ¿Qué tan posible sería hacerlo?
Las discusiones sobre sistemas alternativos de medición de la ciencia han crecido en los últimos tiempos, éstas se concentran en promover el uso de plataformas de circulación del conocimiento abiertas y construidas colectivamente (Bornmann, 2014; Torres et al., 2013). Con ello parten de la premisa de que el problema está en quienes miden y sus lógicas mercantilistas, por lo que asumen que quitarle representación a los índices y escalafones comerciales resolverá el problema de la auditoría, o por lo menos lo posicionará como un asunto de interés colectivo, democratizando así la medición, pero con ello no resuelven la aceleración del sistema, sus lógicas de campo y sus juegos de poder.
La tarea está en concebir el hacer investigación de otro modo, en repensar sus prácticas. Una iniciativa en esta dirección fue la adelantada en el 2010 por el grupo de Apropiación Social del Conocimiento de Colciencias5 (Lozano y Maldonado, 2010), que buscó incluir en el sistema de ciencia y tecnología colombiano herramientas para dar cuenta de las formas en que la investigación científica se construía con la sociedad y para ésta. En este documento se refiere a cómo el proceso de investigación debe permitir el diálogo reflexivo y contextualizado, así como la participación de las comunidades, construyendo conocimiento desde procesos formativos críticos.
En esta propuesta, la investigación no se define por sus productos (artículos), sino por los procesos que genera y en los que es generada. Sin embargo, en la operacionalización de ésta, los indicadores que aterrizaron lo que eran estos procesos terminaron por estandarizarse: listas de asistentes, cursos impartidos, estudiantes con distinciones, contenidos comunicativos generados (Colciencias, 2017). Y la investigación como espacio de encuentro se fue traduciendo en formatos que no dieron cuenta de lo que de allí emergía.
Lo interesante es que las mediciones de la investigación no otorgaron tampoco ningún valor a estos indicadores, por lo que éstos no contribuyeron a la clasificación y escalafón de los grupos de investigación. Se reconoció que hay otras formas de hacer investigación, se produjo una política con base en esto, ésta luego fue estandarizada con ciertos indicadores, pero éstos nunca adquirieron ningún valor en los algoritmos que definen los rankings que nos clasifican y otorgan recursos. ¿Es esta paradoja un ejemplo de lo inconmensurable de estas prácticas o una muestra de su desvalorización? Quizás lo segundo, pero la pregunta sobre si es deseable que la lentitud y la escucha, el cuidado, la presencia y el devenir investigadores(as) en esas prácticas hagan parte de la cultura de la auditoría sigue sin responderse. A la misma, y a título personal, diría no gracias, prefiero que el sistema no mida mi cansancio para ver cómo lo resuelve y me hace más productiva, por el contrario, me quedo con la banalidad de los haceres textiles que ahora estudio, me dejo afectar por sus tiempos. Esa será mi principal resistencia, por ahora.