La renovación historiográfica en el campo de la salud-enfermedad es constante y no deja de mostrar avances en una diversidad muy especializada: historia de la salud mental; historia de la profesionalización de las ciencias de la salud; historia de la medicina del trabajo; historia de la medicalización de la infancia; historia de la estadística médica y de la epidemiología; historia de la relación entre el racialismo y el campo médico; historia del cuerpo y las sexualidades. Y podríamos seguir enumerando. Así que no es difícil mostrar la heterogeneidad, la riqueza de objetos de investigación, preguntas y puntos de vista ligados a los problemas de salud-enfermedad de las sociedades y tratados por una activa comunidad de investigadores en Historia. Este pluralismo obedece a un fenómeno propio de la disciplina histórica, cuyos campos de estudio se especializan cada día más. Considero normal que investigadores e investigadoras sientan cierto desasosiego frente a las situaciones de incomunicación que se les presentan con los especialistas ajenos a sus propios campos. Y qué decir de la incomunicación con el público amplio. Pero estas no son razones suficientes para considerar la especialización como una desventaja en sí misma. Antes bien, se la puede ponderar como una riqueza, pues en Historia se trata siempre de comprender las sociedades en y por su pasado y para ello nos podemos valer de un objeto, de un hecho, de un texto, de una imagen, de una sensibilidad. Es al historiador a quien le corresponde hacer estos objetos significativos y convertirlos en acontecimientos. ¿Por qué no llamarlos “pretextos”? No en el sentido de subterfugio, sino en el de motivo y plataforma. Un objeto de investigación puede servir de motivo o de plataforma para mejorar nuestra comprensión de una sociedad en sus sensibilidades, sus reacciones, sus discursos, sus políticas, sus relaciones y sus imaginarios.
Por otra parte, dada la explosión variopinta de problemas, quisimos convocar a los posibles autores según cuatro ejes sumadores: modernidad, ciencia, globalización y medicalización, que merecen una breve explicación.
En cuanto al primero, es objeto de debate y es inevitable que los trabajos que se presentan en este dosier no lo ignoren. El tiempo lineal en Historia, marcado por etapas y con una promesa de acabamiento o de realización de algo es ya parte de los mitos que el especialista se esfuerza, ya no en superar, sino en explicar al público profano. Lo premoderno, lo moderno y lo posmoderno se imbrican en nuestra sociedad de manera tan impúdica que los historiadores no podemos hacer la vista gorda. De ahí que estas imbricaciones las estemos convirtiendo en objeto de indagación y reflexión. Puede haber reacciones extremas del corte “nunca fuimos modernos”, o quienes consideran la modernidad como una idealidad creada por historiadores, o los que ven en ciertos hechos y sensibilidades la llegada precoz de lo post. Sin embargo, esa partición cuyas fronteras son borrosas, difícilmente sostenible con límites cronológicos cómodos es un elemento de inteligibilidad muy rendidor, pero su valor heurístico depende mucho de la internacionalización y la circulación de modelos.
En los siglos XIX y XX, estos dos fenómenos han atravesado diversos campos como la administración estatal, la educación, la salud pública, la medicina del trabajo, la medicalización de las sociedades, la beneficencia, los discursos y prácticas sobre la población y sobre la diversidad sexual. Todo esto inscrito en procesos de normalización internacional que han sido concitados en objetos y estudios a veces inéditos y a veces revisitados con nuevos métodos y formas de indagación. Es difícil comprender la agenda de las sociedades modernas sin integrar esos dos fenómenos en los análisis. Aunque esta integración, por parte de los historiadores, se haga de manera más o menos consciente.
Los estudios sobre procesos de producción, circulación y apropiación de modelos en salud y medicalización en los siglos XIX y XX, que se agrupan en este número especial, involucran la ciencia y su circulación, pensadas como fenómenos sociales y culturales de la modernidad en Colombia. Ingresan, circulan y se apropian ideas, técnicas, teorías y conceptos, como lo atestiguan los casos estudiados por nosotros mismos, por Oscar Gallo Fernández, por Eugenio Castaño González y por Samuel Arias Valencia en la historia de la mortalidad infantil, la historia de la fatiga y el estrés laboral y la historia de la epidemiología, respectivamente. Se intenta copiar modelos foráneos o resistirse a su adopción. Hasta para la pregunta por si es benéfico o nocivo fomentar el mestizaje o frenarlo se usan teorías importadas, aunque ya estén muy trilladas o sean completamente anacrónicas. Este es el caso de la adopción de teorías racistas y racialistas por parte de los médicos, para explicar las razones de un control autoritario y oficial de los posibles flujos de migración hacia Colombia. En otros casos, lo que se hace es mantener los modelos ya introducidos hace siglos, reforzarlos mediante nuevos discursos y darles una nueva cara de cientificidad. Es lo que estudian en su artículo Adriana Hidalgo Cardona y Lina Quevedo Cerquera para mostrar una alianza entre lo viejo y lo menos viejo mediante las posiciones ideológicas del cientificismo médico, a propósito del reforzamiento de la dominación masculina y de la heterosexualidad como modo de vida normal.
Al plantear los problemas y las preguntas, y al entregarnos estos resultados, los autores nos introducen en sus formas de responder el cuestionario que en cada caso se han trazado, pero como es común cuando se trata de este tipo de contribuciones, más que dar soluciones y respuestas se abren nuevos derroteros y se aporta a una gran agenda de investigación que esperamos sea cada día más ambiciosa.