Quisiéramos presentar de manera breve los que consideramos los aspectos más significativos de una obra que nos parece de gran importancia por su enfoque y por su concepción, y que creemos puede contener, además, indicaciones muy pertinentes para la práctica del análisis histórico y de las ciencias sociales -Sociología, Antropología y Ciencia Política de manera básica-, lo mismo que para ampliar el diálogo racional entre practicantes de esas disciplinas, y que por su enfoque puede significar un aporte en el proceso de formación académica universitaria en estos campos.
Los dos volúmenes de este Dictionnaire des concepts nomades1 que presentamos suman algo más de cuarenta entradas, cada una con su respectivo autor y una bibliografía final, de cerca de noventa páginas, de gran utilidad. El libro ha sido preparado sin improvisación ni premura, cuenta con una edición digna y se encuentra lejos de presentarse como "El" diccionario, por fuera del cual no habría salvación, sin que deje de ser la expresión de un preciso punto de vista.
Sabemos que no faltan hoy en día en las librerías los diccionarios especializados en ciencias sociales concebidos como un conjunto de "entradas de conceptos" de uso constante y corriente en una determinada disciplina y de cuya utilidad en principio nadie podría dudar, por lo menos, en cuanto a su ayuda para "estabilizar un vocabulario". Sin embargo, respecto de esos diccionarios habituales, cierta desconfianza puede expresar el lector cuando no encuentra en ellos ninguna indicación sobre los propios vocabularios presentados -por qué esos términos y no otros- ni sobre la filiación de escuela que pueden albergar, y menos en cuanto a las deudas que cada término puede tener con una tradición nacional específica o con una historia social e intelectual particular, o en cuanto a ciertas pretensiones de exhaustividad o erudición.
Para comprender algo de la "singularidad" de este diccionario -que con toda justicia se hace cargo del nomadismo de las palabras de las ciencias sociales- podemos comenzar por recordar -como se hace en las páginas iniciales de la obra- que el proyecto se inspira en la idea del diálogo entre los intelectuales europeos propuesto hace años por Pierre Bourdieu y reiterado de manera insistente en la época de Contra fuegos -sus dos polémicos volúmenes de ensayos políticos de "combate"-, y en la convicción más que razonable de que cuando hablan los "hombres de letras" no es muy seguro que al utilizar de manera nominal los mismos conceptos, expresados a través de una palabra, estén hablando de las mismas realidades. Así, por ejemplo, al acudir a vocablos como "Estado de bienestar", política, trabajo y trabajadores, consumo, antiguo régimen, siervo, obrero o cualquiera de las cinco palabras clásicas con que en algunas de las principales lengua europeas se designa el fenómeno de las "Luces" -nos referimos al inglés, francés, alemán, italiano y español- para dar una idea precisa de un problema que no se suprime ni con una definición general, ni con un alegato sobre el particularismo o la excepcionalidad nacionales -la famosa querella sobre "el alemán de Heidegger" siempre se puede traer a cuento-.
Como se reitera en las páginas iniciales de la obra, no se trata de aspirar a buenas traducciones ni a instituir una lingua franca en competencia con el inglés, cada vez más dominante; por ejemplo, en los documentos oficiales de la Unión Europea, aunque desde luego la obra no cae en la trampa de ninguna forma de "sentimiento antiamericanista" o de desprecio por el inglés. Se trata de reconocer que los diversos sentidos de un mismo o parecido concepto -cosificado, cristalizado, sumergido, en un término específico- se relacionan con experiencias históricas diversas, forjadas en larga duración, y en el caso de la política con palabras forjadas en gran medida en las diversas "experiencias nacionales" de formación del Estado moderno en los últimos tres siglos, y ello en conjunción con muchos de los rasgos de historia común que exhiben las sociedades europeas.
Se trataba, según el propósito inicial de Pierre Bourdieu, de favorecer el diálogo y la circulación de ideas, para lo cual resultaba una condición necesaria desnaturalizar la lengua, historizar sus diversos sentidos, aclarar los procesos que han definido en el tiempo el significado de los vocabularios de las ciencias sociales, sobre todo con el recurso al método comparativo. Lo que se quería era, pues, un diálogo racional entre "gentes de letras", en el mismo sentido que Marc Bloch lo había pedido en su propuesta de una historia europea comparada, cuando llamaba a una "reconciliación de nuestras terminologías y de nuestros cuestionarios", solo que en la iniciativa de Bourdieu la invitación no era solo para los historiadores, sino para los intelectuales en general, y el acento político era el dominante.
El Dictionnaire des concepts nomades postula la necesidad de una reflexión histórica sobre el vocabulario de las disciplinas de las ciencias sociales y asume para ello toda la reflexión contemporánea sobre el carácter social de la lengua, prestando mucha atención a los logros - pero también a las limitaciones en el plano comparativo- del Diccionario histórico de los conceptos político-sociales básicos en lengua alemana de Otto Brunner, Werner Conzet y Reinhart Koselleck, y a las observaciones que sobre los usos del lenguaje fueron postuladas desde hace muchos años por los representantes de la llamada Escuela de Cambridge, sobre todo John Pocock y Quentin Skinner, quienes habían hecho eco temprano de algunas de las principales implicaciones de la filosofía analítica del lenguaje. De hecho, las páginas iniciales de la Introducción de Olivier Christin al tomo primero de la obra se abren con una amplia cita de Pocock, quien llamó la atención sobre el problema de método que plantea al historiador cada uno de los conceptos, nociones y palabras que constituyen el vocabulario corriente de una disciplina y que no pueden, de ninguna manera, ser asumidos como un "dato natural" anterior a cualquier sentido depositado por la historia. Citemos -en traducción libre- las palabras de Pocock:
El uso que el historiador hace de su propio vocabulario profesional debe, o debería, constituir el principal objetivo de la crítica histórica [...]. Esta crítica funciona preguntándose en dónde el historiador ha encontrado los términos de su vocabulario conceptual, la manera como esos términos han sido utilizados ordinariamente y la forma como él los utiliza, cuáles implicaciones lógicas, sociológicas u otras arrastran sus palabras, cómo su significado ha cambiado y cambia... y en qué medida la construcción de sus afirmaciones ha sido afectada por el estado presente de su propia lengua.2
Se puede decir que, de manera sintética, ese es el propósito y el enfoque de la obra, que también puede ser esquematizado al recordar una de las principales direcciones del Dictionnaire: interrogarse sobre eso que el historiador hace con el lenguaje, y eso que el lenguaje puede hacer con el historiador, cuando este se olvida de la reflexión crítica sobre las palabras que utiliza como conceptos. Según lo afirma Olivier Christin, las palabras de Pocock cayeron en gran medida en el vacío, como puede ser que hubieran caído todos las propuestas en esa misma dirección que los historiadores habían hecho muchos años antes -recuérdese, por ejemplo, al respecto las indicaciones de Lucien Febvre en sus análisis de la palabra "civilización", y desde luego en su obra sobre Rabelais y la incredulidad-, y una cierta actitud ingenua sobre el lenguaje siguió siendo, en gran medida, una constante en el análisis de historiadores y "científicos sociales", y pocos esfuerzos se hacían por aclarar los campos semánticos de los vocabularios empleados, y por lo tanto la singular experiencia que se encontraba detrás de las nociones utilizadas por esas disciplinas.
Lo que ha querido esta obra es volver sobre el problema y recordar, a través de un trabajo de investigación preciso en torno a una cantidad limitada de términos de las ciencias sociales de hoy, la importancia del análisis semántico de nuestra lengua de trabajo en sus diversas variantes históricas y en sus diversas expresiones nacionales, no para favorecer unas y para acallar otras, sino para tener consciencia de cómo la historia se encuentra presente en cada una de nuestras opciones de lenguaje analítico, más allá de lo que se declara como su "contenido de ciencia" y ser conscientes de las implicaciones que, sin excepción, conlleva el uso de un determinado vocabulario. Sobre todo es esencial saber que hay que incluir ese tipo de reflexión como elemento de la crítica de nuestros propios trabajos, lo que no puede sino redundar en una comunicación más clara y comprensiva entre los practicantes de las ciencias sociales. Se trata, pues, a través de una perspectiva de análisis comparativo y de semántica histórica, de hacer ejercicios sistemáticos de "arqueología" para cada una de las nociones con las que trabajamos en ciencias sociales, desconfiando de las falsas universalidades y neutralidades de nuestros vocabularios especializados y asumiendo la deuda que esas nociones tienen respecto del mundo social pasado y presente.
El segundo volumen de la obra, que apareció varios años después, sobre la base del mismo enfoque anterior amplía el trabajo con nuevos énfasis en los vocabularios de la política y la cultura que, de manera más insistente y casi siempre proceden de las ciencias sociales más volcadas sobre la actualidad, han estado circulando en un complejo juego que, más allá de la actividad de ciencia, se relaciona con los medios de comunicación y con el vocabulario de sociedad, tanto en lo que tiene que ver con el mundo académico como en lo que tiene que ver con los movimientos sociales. La referencia es ante todo a términos como género, ciudadanía, multiculturalismo, raza, nación, terrorismo o víctimas, palabras que por su importancia en el debate público y en la política plantean asuntos importantes y urgentes en cuanto a sus significados, sobre todo por las formas de "sentidos inconscientes" que movilizan. Por lo demás, como se sabe, son términos que han tenido en los últimos treinta años uno de sus más acuciosos "laboratorios sociales de elaboración" en la vida cultural y académica de los Estados Unidos, con las peculiaridades que no deben extrañarse, aunque su actualidad compete hoy mismo a todas las sociedades, por lo que parece más que justo el trabajo semántico y arqueológico que tales vocablos requieren y que la obra aborda con rigor y equilibrio. Muchos otros temas de discusión sugiere esta obra importante: algunos de ellos son planteados en las introducciones de los dos volúmenes o recorridos en algunas de las entradas que se ofrecen al lector y otros quedan para su examen.
Para los lectores hispanoamericanos, que gozan del privilegio de una cierta uniformidad lingüística, hay que subrayar que el propósito de la obra no se relaciona tan solo con el carácter plurilingüístico de las sociedades europeas, sino que su núcleo se refiere a exigencias de las ciencias sociales que hacen eco del carácter histórico de la lengua, cualquiera que ella sea y por lo tanto de las nociones con que trabajan los investigadores de ciencias sociales. Estas exigencias y dificultades se acentúan, nos parece, en el caso de nuestra "área cultural", en donde se combinan dos elementos que no se deben perder de vista: de un lado el pluralismo teórico -de escuelas y conceptos- presente a lo largo del siglo XX; una tradición invaluable que se mantiene aún, a pesar de los avances innegables del llamado "pensamiento único". Y de otra parte una realidad histórica moldeada en la historia global desde 1492, pero que no por ello deja de conformar procesos históricos con entidad propia, lo que hace que muchas de las nociones de ciencia social que se trasplantan de manera directa, al olvidar sus universos de formación, dejan de lado no solo las especificidades históricas, sino el hecho de que entre los propios países de América Latina hay diferencias mayores en ciertos puntos de su evolución, aunque ello ocurra en el marco de una historia común. Es claro, por ejemplo, que el término "populismo", que ha estado circulando de manera insistente en estos años en América y Europa, no significa lo mismo en Argentina que en Colombia -y lo mismo vale para el vocablo "dictadura"-.
De la misma manera se puede decir que un término como hacienda, en la tradición historiográfica mexicana no explica mucho por relación con lo que se designa en Colombia como hacienda cafetera. Igualmente se puede recordar, para ir a un contexto más amplio, que la noción de "bipartidismo" en la experiencia colombiana no puede ser empleada en ninguno de los sentidos que puede tener en la Ciencia Política de los Estados Unidos. Podemos ofrecer aún un ejemplo más, en nuestra opinión, altamente ilustrativo: se trata de las palabras "colonial" y "colonialismo". La acepción que se ha impuesto en estos años, sin mayores discusiones, remite a sentidos fijados por la crítica histórica en los Estados Unidos, que en buena medida han tenido como referencia notables obras de análisis histórico y antropológico forjadas en la investigación sobre la estructura social de la India y sociedades similares; es decir, un contexto espacial y temporal por completo diferente al de América Latina, que en los siglos de dominación hispánica constituyó "reinos" inscritos en la trama histórica de una monarquía, y en el siglo XIX sociedades republicanas inscritas en el imaginario social del mundo político posterior a 1789, por más que muchas de sus realidades fueran, como hoy, las de pobreza, desigualdad y, en parte, de guerra civil, es decir, sociedades que no recuerdan ni de lejos lo que en su época, de manera más precisa que como se hace hoy en día, Marx llamó "la dominación británica en la India".
Digamos para terminar esta breve presentación de una obra que, a su manera, es un recordatorio de tareas clásicas de toda ciencia social -no solo del análisis histórico-, que tal vez se echa de menos en sus referencias bibliográficas la mención del proyecto -y de sus resultados- de los diccionarios históricos de Javier Fernández-Sebastián, con el que pueden existir algunos elementos comunes, por lo menos en la propuesta, y que parece desde el punto de vista del enfoque, nutrido de algunas referencias similares. Las razones de ese silencio pueden ser puramente cronológicas o de información, sin que tenga de por sí ningún significado especial3.