Introducción
En las décadas de 1930 y 1940, la creación de museos, institutos y otros centros de investigación y docencia en distintas provincias resultó en la consolidación de algunos espacios para las ciencias antropológicas en Argentina1. Como en otros momentos históricos dichas iniciativas respondieron más "a los requerimientos y alianzas circunstanciales entre individuos que a una articulación orgánica entre saberes y administración estatal"2. En 1936 se fundó la primera asociación dedicada en particular a las ciencias antropológicas: la Sociedad Argentina de Antropología,
Con el objeto de coordinar la labor de los especialistas en las ciencias del hombre, realizar investigaciones en el terreno de acuerdo con planes orgánicos y normas precisas, y promover, asimismo, una intensa penetración cultural tendiente a difundir y divulgar los resultados científicos obtenidos.3
Desde esta asociación -que reunía a profesionales, profesores universitarios, coleccionistas y aficionados- se generaron varias discusiones y diferentes estrategias para fomentar las disciplinas que consideraban parte del campo que les competía: antropología física, etnología, etnografía, lingüística, arqueología, antropogeografía, folklore4. En todos estos espacios participó, además, un importante grupo de estudiantes entre los cuales se observa una amplia presencia de mujeres5. Estos aspectos son considerados en el presente artículo que hace énfasis en las prácticas vocacio-nales de la ciencia, un tema que en los últimos años ha transformado sus perspectivas de análisis y preguntas con trabajos que indagan, entre otras cuestiones, en la porosidad de la frontera entre aficionados y profesionales y profundizan en casos locales o en actividades poco exploradas. Como señalan Herve Guillemain y Nathalie Richard, la historia social de la ciencia se ha renovado
Adoptando un punto de vista "desde abajo" o "desde el nivel del suelo", atento a la visión de los aficionados, (...) e insistiendo en la necesidad de analizar la supuesta oposición entre "aficionado/profesional", "lego/científico", "popular/académico", no como categorías esenciales sino como el producto de conflictos, negociaciones y compromisos entre determinados actores en un contexto determinado.6
Esta perspectiva también se ha enriquecido con el llamado Spatial turn (giro espacial), el cual contribuye a señalar que las categorías usadas para definir la actividad amateur (aficionada) en la ciencia están situadas no solo históricamente sino también geográficamente7. Este artículo se enmarca también en los estudios sobre el funcionamiento de redes de contactos y de provisión de datos y el papel de los coleccionistas y científicos vocacionales en la producción de conocimientos8. En ese marco y en Argentina, la investigadora Alejandra Pupio9 ha mostrado cómo los aficionados y coleccionistas de las provincias de Buenos Aires y del norte patagónico se organizaron gracias a sus vínculos personales e institucionales en redes que "sirvieron para elaborar estrategias comunes para el ingreso, selección y exhibición de las colecciones arqueológicas"10. Asimismo, esta autora señala las formas en que los coleccionistas ponían a disposición sus datos y objetos para el estudio de los arqueólogos de los centros científicos de Buenos Aires y La Plata, es decir, actuaban como intermediarios entre ellos y los vecinos de sus lugares de origen, integrándolos o reclutándolos para que fueran futuros proveedores. Además, recibían recomendaciones de lecturas y orientación científica por parte de quienes integraban los museos nacionales. Este tipo de formación o "entrenamiento" informal se realizaba frecuentemente de forma postal, al intercambiar cartas e instrucciones sobre las formas de registro, excavación, recolección, documentación y traslado de los materiales11. Otros trabajos dedicados a las prácticas de la investigación en el "terreno" también han mostrado las relaciones establecidas entre "especialistas" y actores locales como sacerdotes, coleccionistas o informantes "clave"12.
El objetivo de este artículo es mostrar cómo ciertas prácticas científicas vocacionales contribuyeron a modelar las discusiones de la arqueología en Argentina entre las décadas de 1930 y 1940. Para ello, se analiza el caso de la coleccionista santafesina, Amelia Larguía, quien intervino en los debates en torno a un conjunto de piezas arqueológicas halladas en la década de 1930 en la región del Arroyo Leyes (Santa Fe, Argentina) y que ya han sido estudiadas por Carlos Ceruti e Irina Podgorny, entre otros13. Larguía (1875-1952), aficionada a la arqueología y perteneciente a la élite social de Santa Fe, conformó una colección de piezas arqueológicas, ofreció conferencias, publicó trabajos sobre las mismas e interpretó sus resultados en diálogo con los científicos de los grandes museos de las ciudades de La Plata y de Buenos Aires y con otros aficionados y coleccionistas. Sus prácticas y su inserción en las redes de circulación de materiales y datos científicos y en distintos espacios de sociabilidad le posibilitaron acceder a ciertos saberes y prácticas de la arqueología y a discutir la interpretación de las piezas arqueológicas del litoral santafesino en un espacio mucho más amplio que la esfera de su ciudad y provincia natales. En ese sentido, el caso de Amalia Larguía sirve para ejemplificar cómo estas redes funcionan como amplificadores de los hallazgos realizados en las orillas de las grandes instituciones nacionales.
Los materiales utilizados provienen de diferentes acervos documentales y de la recopilación de bibliografía secundaria. Por un lado, se consultó el Archivo Fotográfico y Documental del Museo Etnográfico (AFDME), el cual conserva materiales administrativos y cuenta con algunos fondos de sus investigadores. También se relevaron documentos en el Archivo Histórico del Museo de La Plata (AHMLP), que contiene principalmente documentación de carácter burocrática y administrativa, vinculada con notas, copiadores y distintos registros de la dirección y secretaría de esta institución, y el fondo personal del naturalista de origen italiano, Joaquín Frenguelli, quien fue director de este museo entre 1934 y 1946. Asimismo, se examinaron piezas documentales pertenecientes a la Sociedad Argentina de Antropología (SAA), la cual no cuenta con un archivo propiamente dicho, pero en los últimos años ha tratado de reunir y conservar una serie de documentos que han sobrevivido del funcionamiento de esta asociación. En el Archivo Histórico de la Provincia de Santa Fe (AHPSF) se consultaron fondos privados vinculados a familiares de Larguía. En particular, se consultó el fondo de Jonás Larguía, su padre, y el perteneciente a Juan Carlos Crouzeilles, su esposo, donde se conservan documentos relacionados que permitieron identificar algunas de sus prácticas arqueológicas y de coleccionismo: cartas, notas de periódicos, homenajes y elogios. Por último, las piezas arqueológicas conservadas en el Museo Etnográfico y Colonial de Santa Fe ofrecen indicios sobre las prácticas de catalogación y conservación de la colección de Larguía.
Aficionados, coleccionistas y arqueólogos en Santa Fe
Entre las décadas de 1930 y 1940 la práctica de la arqueología agregó a sus espacios nuevas asociaciones, cátedras, institutos, salas de exhibición y museos en distintas provincias de Argentina. Entre ellos, el Instituto de Etnología de la Universidad Nacional de Tucumán, iniciado en 1928 con la dirección del etnólogo francés Alfred Métraux (1902-1963); el Instituto de Etnografía Americana de la Universidad Nacional de Cuyo, creado en 1940 y desde 1947 Sección de Arqueología y Etnología del Instituto de Historia y Disciplinas Auxiliares; el Instituto de Arqueología, Lingüística y Folklore de la Universidad Nacional de Córdoba, iniciado en 1941 con la dirección de Antonio Serrano (1899-1982); el Instituto de Antropología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (1947) y el Instituto de Antropología (1951-1952) de la Universidad Nacional del Litoral.
En 1936 se fundó en Buenos Aires la Sociedad Argentina de Antropología, la cual se presentaba como un espacio para "vigorizar el espíritu de solidaridad entre los que se dedican a estos estudios, y coordinar la investigación, haciéndola más proficua mediante la acción conjunta de los antropólogos y de todos aquellos que se sienten atraídos por los problemas que presentan las Ciencias del Hombre"14. Si bien la asociación se fundó y desarrollaba sus actividades principalmente en Buenos Aires, también promovió algunas de sus actividades en las instituciones que se fundaron en las distintas provincias, especialmente en las llamadas "Semana de la Antropología" que se realizaron en Mendoza (1941), La Plata (1945) y Santa Fe (1951). Además, esta sociedad estaba conformada por miembros de diferentes ciudades y provincias. Aunque el 70 % de ellos vivían en Buenos Aires, hacia 1940 se registraron miembros en las ciudades de La Plata, Tucumán, Santiago del Estero, Santa Rosa, Godoy Cruz, Mendoza, Santa Fe, Rosario, Concepción (Provincia de San Juan), San Juan, Salta y Chaco15.
Las décadas de 1930 y 1940 presenciaron una actividad arqueológica intensa en las cercanías de la ciudad de Santa Fé (Provincia de Santa Fe, Argentina), especialmente, a raíz de los hallazgos de un tipo particular de cerámica que fueron realizados en el paraje llamado Arroyo Leyes16; los cuales han sido analizados en detalle por varios autores17. Como señala Irina Podgorny, esas piezas suscitaron debates en torno a su autenticidad, una discusión que involucró a diferentes actores e incentivó el interés de los pobladores locales por recolectar esos objetos o fabricarlos para su venta. Los "especialistas" sospechaban de los "aficionados", quienes en su afán habrían provocado una "fiebre" por las cerámicas del Arroyo Leyes y de otros sitios arqueológicos de la región. Dicha "fiebre" provocó múltiples excavaciones e incluso la fabricación de piezas "falsificadas", la "industria de los pseudocacharros" para su comercialización, pero también promovió la creación de espacios institucionales y asociativos para el estudio de la arqueología y de otras ciencias18.
En efecto, por entonces, se organizaron asociaciones que promovieron la llamada "arqueología regional". En 1927 se creó la Sociedad Científica de Santa Fe, sus promotores -entre otros, Joaquín Frenguelli- pertenecían en su mayoría al cuerpo docente de la Universidad Nacional del Litoral, fundada en 1919. Luego del golpe de Estado de 193019 y de la intervención de las universidades nacionales a raíz de este, se cerró la Facultad de Ciencias Económicas y Educacionales, a la cual se vinculaban las principales actividades históricas y arqueológicas: excavaciones y exploraciones en la región; exposiciones y conferencias; organización de colecciones; recopilación de antecedentes históricos de la provincia; realización de materiales de divulgación para escuelas sobre los indígenas, la conquista y la colonización; entre otras20. Estas pasaron a organizarse en torno a la Sociedad Científica de Santa Fe21 que en 1934 se constituyó como la filial santafesina de la Sociedad Científica Argentina, establecida en Buenos Aires en 187622.
Allí, se realizaron las reuniones de "comunicaciones científicas" donde se presentaron diferentes estudios arqueológicos, especialmente, los dedicados a los recientes hallazgos y sitios del Arroyo Leyes. Amelia Larguía participó de la sesión inaugural con el trabajo "Algunos datos arqueológicos sobre paraderos indígenas en la provincia de Santa Fe", que luego fue publicado completo en los Anales de la Sociedad Científica Argentina. En el mismo, Larguía expresaba su finalidad de "poner en conocimiento de los estudiosos y especializados, estos paraderos que constituyen páginas reveladoras, donde el arqueólogo puede reunir elementos para el estudio de la prehistoria, siempre renovado y atrayente"23. En las comunicaciones también presentó sus trabajos el sacerdote jesuita Raúl Carabajal, profesor de historia y encargado del Museo Histórico del Colegio "La Inmaculada Concepción" de Santa Fe.
Por otra parte, en 1935 se creó la Asociación Amigos de la Arqueología del Litoral Argentino, la cual se proponía "velar por elevados y honestos principios de estudios y colaboración"24. En esta participaron directores de escuela, médicos, ingenieros y otros estudiosos aficionados a estas actividades25. Esta asociación promovió en 1935 la creación de un museo de arqueología con materiales de la región litoral de Argentina y propuso su instalación en el Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez26. La iniciativa no fue exitosa, a pesar de la intensa actividad arqueológica que ocurría en la región y, ese mismo año, la mayoría de sus miembros formaron el Centro de Estudios Históricos, luego Junta de Estudios Históricos, donde se debatirían asuntos arqueológicos ligados a la antigua ciudad de Santa Fe. Entre los miembros de esta asociación, Manuel Bousquet poseía colecciones de cerámicas y otros objetos del Arroyo Leyes y actuó como guía de campo para los científicos de Buenos Aires y La Plata, ayudando a "verificar" la veracidad de los hallazgos, especialmente, en relación con las excavaciones realizadas por Francisco de Aparicio27 para el Museo Etnográfico de Buenos Aires28.
Finalmente, en 1940 se creó el Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales bajo el Ministerio de Instrucción Pública y Fomento29. La iniciativa estuvo ligada a la figura de Agustín Zapata Gollán (1895-1986), abogado y profesor de historia, quien, hacia fines de la década de 1930, comenzó a dedicarse a la arqueología, siendo su principal proyecto la antigua ciudad colonial de Santa Fe, llamada "Santa Fe la vieja". La creación de este Departamento se acompañó de subsidios gubernamentales destinados a realizar exploraciones en el Arroyo Leyes, crear un Museo, una Biblioteca y gestionar un plan de publicación sobre las investigaciones30. En 1941, en el marco del mencionado Departamento se creó el Museo Etnográfico por medio del decreto número 38 del Ministerio de Instrucción Pública de la Provincia de Santa Fe, "para que el Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales realice eficazmente y en toda su amplitud los fines que inspiraron su creación, debe contar con los medios necesarios para formar un Museo Etnográfico"31.
Además de la mencionada discusión sobre la posible "falsificación" de las piezas halladas en la zona del Arroyo Leyes, los trabajos que se presentaron en estos años en las comunicaciones de la Sociedad Científica de Santa Fe, en la Sociedad Argentina de Antropología y en otros medios debatieron sobre la clasificación de dichos objetos. Irina Podgorny ha analizado cuidadosamente estas discusiones y en base a ese trabajo, se presentan a continuación algunos puntos de esos debates32. Las piezas halladas poseían diferentes técnicas y ornamentaciones, tipos de manufactura, variaciones en los materiales empleados, en el espesor de pasta, entre otros atributos. También se postularon diferentes interpretaciones sobre la pertenencia cultural de las piezas y sus posibles correlaciones con culturas de otras regiones, así como sobre su antigüedad. Sobre esta cuestión, decía Joaquín Frenguelli, entonces director del Museo de La Plata33:
El carácter de los nuevos hallazgos modificaba de una manera fundamental y sorprendente nuestros conocimientos sobre la cultura de los indígenas que poblaron los bordes y el complejo insular del río Paraná, desde el delta hasta Corrientes. El acervo industrial y cultural de poblaciones que (...) se habían definido como de cazadores y pescadores seminómades y primitivos, adquiría características elevadas, comparables con el acervo de las poblaciones americanas más adelantadas, como las que construyeron ciudades famosas y prolijamente cultivaron campos.34
Por su parte, Francisco de Aparicio, luego de sus excursiones realizadas en 1934 y 1936, consideró que el tipo de cerámica encontrado en el paradero de Leyes era nuevo "un tipo de cerámica desconocido hasta el momento en la forma no usual de vasos enteros" en relación con los yacimientos "clásicos" del litoral paranaense35. La principal discusión sobre la clasificación de estos objetos estaba centrada en resolver si los artefactos constituían una "unidad cultural" o varias. Tanto algunos coleccionistas -entre ellos el ya mencionado Manuel Bousquet y el sacerdote jesuita Guillermo Furlong- como el estudioso local Antonio Serrano36 sostenían la unidad cultural del conjunto de restos cerámicos hallados en la región del Arroyo Leyes y la asociaban a la cultura mocoví. Frenguelli, quien realizó tres visitas al yacimiento de Leyes -una vez solo, otra, con Larguía y la tercera con Francisco de Aparicio y el geógrafo Federico Daus37 en 1934-, insistió en el aislamiento del Leyes y en que las piezas "verdaderamente" indígenas estaban desconectadas de todo intercambio histórico38. La misma hipótesis fue presentada unos años después por el sacerdote Carabajal, quien realizó excavaciones durante tres años en la región. Este último diferencia los "seudocacharros" del resto de los materiales de Leyes, a los cuales clasifica en tres "zonas" o "culturas". Las mismas estaban escalonadas de norte a sur, siguiendo el margen del Arroyo Leyes.
Esta separación explicaría la diversidad técnica, de los motivos decorativos y la antigüedad de los objetos hallados39. Así como Furlong, Bousquet y Serrano, Carabajal vinculó la cerámica de la región con la cultura mocoví, aunque coincidía con Frenguelli y Aparicio en separar dos tipos de cerámicas, al calificar las más "recientes" como supercherías y falsificaciones, según ya se mencionó. Por otra parte, tanto Carabajal como Larguía identificaron relaciones de la alfarería de Leyes con aquella de la llamada civilización chaco-santiagueña estudiada por los hermanos Wagner40.
La Sociedad Argentina de Antropología también estuvo presente en estos debates y consiguió en 1941 un subsidio del Gobierno de la provincia de Santa Fe para realizar una expedición a dicha zona. Si bien las discusiones sobre las cerámicas del Arroyo Leyes habían disminuido aún seguían obsesionando a algunos arqueólogos41. De esta manera, Aparicio, el presidente de la asociación, quien tres años antes había excavado el sitio, sostenía la importancia de las exploraciones en esos yacimientos dado que, según él, planteaban "el dilema arqueológico de mayor interés en nuestro país". Sin embargo, por diversos desacuerdos para fijar una fecha entre la Sociedad Argentina de Antropología y el Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales de Santa Fe el proyecto de la expedición se fue desarmando. Finalmente, el 6 de septiembre de 1950 el Consejo Directivo de la Sociedad Argentina de Antropología autorizó a su presidente, Salvador Canals Frau para iniciar una gestión extraoficial ante el Gobierno de Santa Fe para "variar el destino de los fondos dados por esta provincia". Así, los fondos destinados a las investigaciones en el Arroyo Leyes fueron utilizados en las actividades de la octava semana de la antropología42, que se realizó en 1951 en dos sesiones, una en Buenos Aires y otra en Santa Fe. La sesión en Santa Fe incluyó una "visita" al yacimiento de Leyes y a las ruinas de Cayastá -antigua ciudad de Santa Fe-. Los pasajes y gastos de traslado de los miembros de la Sociedad fueron pagados con el subsidio de 3000 pesos solicitado por Aparicio seis años antes para las excavaciones en Leyes. Las discusiones sobre las cerámicas halladas en el Arroyo Leyes y en las regiones aledañas fueron desapareciendo del escenario de la arqueología. La mayoría de las colecciones quedaron guardadas en los museos hasta los estudios que hizo el arqueólogo Alberto Rex González en 198043.
Amelia Larguía: su colección y los "paraderos" arqueológicos en Santa Fe
Amelia Larguía nació en Santa Fe el 5 de enero de 1875. Era hija del ingeniero Jonás Lar-guía (1832-1891) y de Mauricia Mercedes Descalzo Gómez (1842-1876). En 1899 se casó con Juan Carlos Crouzeilles (1869-1917). De acuerdo con sus escasas biografías en 1917 falleció su marido y ella quedó a cargo de sus hijos. Catorce años después, cuando los hijos ya habían crecido, Amelia Larguía, con 60 años, comenzó a interesarse por los "misterios insondables" de la región44. Así, ella comenzó la formación de una importante colección arqueológica, que se inició hacia 1931, justamente cuando se dio el gran interés por los hallazgos del Arroyo Leyes, y que siguió acrecentándose hasta su muerte en 1952. Su colección alcanzó un volumen de más de 4000 piezas, conformada especialmente por piezas cerámicas regionales, aunque también por materiales líticos y restos óseos humanos.
Larguía estableció vínculos e intercambió correspondencia con arqueólogos y directores de diferentes museos de Buenos Aires, La Plata, Santiago del Estero, Paraná y Santa Fe; para promocionar los sitios de la zona, proveer datos, fotografías, objetos e intercambiar opiniones sobre la interpretación de las piezas. Luego de iniciar sus actividades coleccionistas, empezó a enviar informes a la Sociedad Científica de Santa Fe, para comunicar sus hallazgos y dar a conocer sus piezas, los sitios en las cuales fueron halladas y las interpretaciones sobre su origen y pertenencia cultural. Además, estableció relaciones epistolares con "los estudiosos de la materia"45. Entre otros, mantuvo correspondencia con los hermanos Wagner46 y con Olimpia Righetti47 del Museo Arqueológico Provincial de Santiago del Estero; con profesores de la Universidad del Litoral como Horacio Damianovich y Agustín Zapata Gollán, con miembros del museo de Paraná, como Víctor Badano, con el director del museo de La Plata, Joaquín Frenguelli y con los arqueólogos del Museo Etnográfico de Buenos Aires. Por ejemplo, a este último museo le envió algunas piezas de su colección, y ofreció el resto para su estudio.
Asimismo, envió noticias sobre los sitios al director de la Biblioteca de Antropología del Museo Nacional de Lima (Perú) y al director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, Gustavo Martínez Zuviría, entre otros. En 1937, Francisco de Aparicio en un artículo titulado "Excavaciones en los paraderos del Arroyo Leyes" menciona que "a comienzos de 1934, la Sra. Amelia Larguía de Crouzeilles, mediante una copiosa correspondencia, consiguió convencerme de la importancia arqueológica de la zona adyacente al Arroyo de Leyes"48. También el director del Museo Etnográfico de Buenos Aires, Félix Outes, reconoció la asistencia prestada por Larguía en el reconocimiento de ese sitio arqueológico, gracias a la información y objetos "de belleza singular" enviados por la coleccionista al museo49.
Larguía se dedicó a la reconstrucción de las piezas a partir de fragmentos y a su posterior análisis e interpretación, pero también a recorrer los arroyos cercanos en busca de yacimientos. Los sitios arqueológicos señalados por ella se ubicaban en las orillas y en islas de los ríos cercanos a la ciudad de Santa Fe: Paraná, Saladillo, Leyes, entre otros: "Allí a diversas profundidades y por el natural desgaste que producen las corrientes quedan al descubierto fragmentos de alfarería con impresiones y grabados, huesos humanos, algunas bolas arrojadizas de piedra, asas y cabezas estilizadas, en su mayoría ornitomorfas"50. Este comentario muestra la importancia de la observación en las barrancas y riberas para el hallazgo de piezas arqueológicas o fósiles en la región51. Los coleccionistas santafecinos participaron de esa tradición de recorrer las orillas de los arroyos en busca de "descubrimientos". Larguía se sumó al auge de esas excursiones, facilitadas por los automóviles que permitían llegar fácilmente al campo: "Conservando siempre su atuendo y el aspecto natural de una dama, cubierta la cabeza con su invariable sombrero y provista de una pequeña pala"52. Según los relatos de quienes la conocieron, en sus excursiones siempre usaba un vestido o falda oscura y su infaltable "pamela", un tipo de sombrero que se usaba en la época (ver figura 1):
Vestida de oscuro, zapatos de tacones bajos y una sencilla pamela -artefacto sin el cual una señora no podría salir a la calle- lleva en su mano un bolso de regular tamaño (...) El Ford T atraviesa la ciudad y toma rumbo al norte, por el arenoso camino que lleva a Monte Vera y el pueblo de Arroyo Aguiar y tuerce por fin por un sendero que conduce a la costa.53
Una vez que llegaba al "paradero", Larguía dialogaba con los pescadores y los vecinos del lugar con el fin de identificar los mejores lugares para excavar. Luego se dedicaba a realizar "prolijas excavaciones" a lo largo de la costa, lugares en los cuales aparecían la mayoría de las piezas, "dejando la arenosa playa tal como si hubiera andado por la misma una familia de vizcachas, es decir llena de pozos"54. De esta forma, esta señora se ocupaba de recopilar un conjunto de datos y artefactos, los cuales eran luego ofrecidos a los especialistas. Larguía publicó algunos trabajos donde describió diferentes sitios, su localización y materiales hallados en los mismos, con la finalidad de "poner en conocimiento de los estudiosos y especializados, estos paraderos que constituyen páginas reveladoras, donde el arqueólogo puede reunir elementos para el estudio de la prehistoria, siempre renovado y atrayente"55. Al respecto, en un homenaje organizado luego de su muerte en 1952, Agustín Zapata Gollán señalaba que:
En un ambiente no muy propicio, desde luego, para el desarrollo de las actividades científicas, hace cerca de treinta años, inicia con un entusiasmo admirable la exploración de nuestros paraderos indígenas; recoge escrupulosamente; clasifica y estudia las piezas reunidas a costa de sacrificios y desvelos; forma una magnífica colección arqueológica, con las expresiones más características de las culturas que se desarrollan a lo largo de la margen derecha del Río Paraná; publica el resultado de sus estudios en revistas especializadas dentro y fuera del país; concurre con sus trabajos a varios Congresos de arqueología; Instituciones científicas argentinas y extranjeras la incorporan a su seno; y lo que es verdaderamente extraordinario, con una generosidad ejemplar, puso siempre a disposición de todos los estudiosos, sus colecciones, sus conocimientos y su experiencia.56
En sus trabajos, Larguía publicó diferentes mapas de la región, en los cuales marcaba sitios y "paraderos" identificados por ella (Ver figura 2). Con estas prácticas, Larguía, al igual que otros coleccionistas, actuó como mediadora entre los lugareños y los arqueólogos, promocionando sitios de importancia científica.
Fuente: Amelia Larguía, "Datos arqueológicos sobre paraderos indígenas de Santa Fe", Anales de la Sociedad Científica Argentina 122 (1936): 326-334.
Además de dedicarse a acrecentar su colección privada, Larguía realizó comparaciones entre las piezas de su colección y otras cerámicas de distintas regiones del país. Ello fue favorecido por los diálogos epistolares que mantuvo con diferentes personas, como ya se mencionó. En los mismos, además de información, intercambiaba piezas y recomendaciones bibliográficas, que contribuyeron con su propia educación científica "a la distancia"57. Por ejemplo, realizó correlaciones con las cerámicas del noroeste argentino descritas por el arqueólogo sueco Eric Boman en su obra "Antigüedades de la región andina de la República Argentina y del desierto de Atacama" (1908). Asimismo, entre los hallazgos de la "Isla del Periquillo", Larguía encontró una "pequeña cabecita antropomorfa" la cual asoció a la "divinidad sin boca" definida por los hermanos Wagner58. De forma similar, encontró en el paradero San Guillermo variedades cerámicas, entre ellas, "una cabeza de loro estilizada y que vierte dos largas lágrimas", la cual mostraría un vínculo con la "civilización chaco-santiagueña", definida por los Wagner.
Emilio Wagner y su hermano Duncan Wagner habían desarrollado numerosas excavaciones arqueológicas en la provincia de Santiago del Estero59. Sus hallazgos e interpretaciones generaron un sonado debate en la arqueología de la época, especialmente, luego de la publicación en 1934 de su libro La civilización chaco-santiagueña y sus correlaciones con las del Viejo y Nuevo Mundo60, donde proponían que la provincia de Santiago del Estero había sido poblada, en una lejana época por pueblos de una "civilización adelantada", servidores de una deidad constituida por la trinidad hombre-ave-serpiente. Además, aquellos primeros habitantes habrían sido los constructores de grandes túmulos en los cuales habitaban, para formar pueblos que se extendían sobre centenares de hectáreas. Las cerámicas eran correlacionadas por los Wagner con otras de Eurasia y América, tanto en sus formas peculiares como por su simbolismo, que los llevó incluso a establecer un paralelismo entre Troya y Santiago del Estero61. Esta obra se volvió muy popular y coleccionistas como Larguía comenzaron a intercambiar correspondencia, interpretaciones y piezas con los Wagner. Sin embargo, la existencia de una civilización chaco-santiagueña y su interpretación del origen de las culturas fue discutida por los arqueólogos de Buenos Aires y La Plata62, quienes en 1939 organizaron la segunda Semana de la Antropología en torno a los "primitivos habitantes de Santiago del Estero". A pesar de las críticas de parte de los sectores científicos, los materiales arqueológicos trabajados por los hermanos Wagner alcanzaron una gran difusión en el país, especialmente, en el sistema escolar, y entre especialistas extranjeros63.
Probablemente, como señala Suárez el contacto entre Larguía y los estudios de los hermanos Wagner se potenció con la visita de Duncan Wagner a Santa Fe en 1937, donde ofreció una conferencia en la Sociedad Científica local titulada "La migración de los símbolos"64. La interpretación de Larguía de las relaciones entre la civilización chaco-santiagueña propuesta por los Wagner y las piezas de la región santafesina fue confirmada mediante correspondencia con los encargados del Museo Arqueológico de Santiago del Estero, quienes le señalaron:
... Hemos dividido en tres ramas la alfarería perteneciente a las naciones cuyos restos encontramos en el subsuelo del Chaco de Santiago del Estero, y provincias colindantes, y que practicaban una misma religión, rindiendo culto a una misma divinidad, antropo-ornitomorfa, íntimamente ligada con la serpiente a tal punto que se la debe más bien llamar antropo-ornito-ofídica. Son los rastros del culto de esta divinidad representada amenudamente (sic) vertiendo lágrimas, que vamos rebuscando incansablemente a través del tiempo y de las tierras de América y demás continentes.65
Así, las piezas halladas por Larguía en el paradero San Guillermo parecían corroborar la hipótesis planteada por los hermanos Wagner sobre la llamada civilización chaco-santiagueña. Las interpretaciones que ella hizo sobre las piezas se orientaron hacia la unidad cultural de las mismas y a la influencia que estas habrían recibido de otras regiones, especialmente, la andina y la santiagueña. Es decir, los diferentes materiales encontrados en los sitios aledaños a la ciudad de Santa Fe pertenecían, según Larguía, a una misma cultura que habría recibido influencias de la región andina y de Santiago del Estero. En su trabajo de 1936, Amelia concluye que los "documentos arqueológicos" hallados por ella en distintos paraderos indígenas "conservan la tipología general, evidencian el contacto con otras culturas lejanas y la coexistencia con otras civilizaciones"66. Además de comparar con las piezas de los hermanos Wagner, Larguía también indagó en la colección privada de Jorge Magnin de Córdoba: el tipo de perforaciones en los usos de hilar, las asas, los fondos de vasija, los tocados de las cabezas67.
El contacto con "civilizaciones lejanas" es verificado por Larguía gracias al hallazgo de una pequeña "huaica" en turquesa "de igual forma y dimensión que la encontrada por el Dr. Frenguelli en años anteriores"68 y otra pieza similar hallada a orillas del Arroyo Leyes. Estas semejanzas son interpretadas por ella como una manifestación de las migraciones "de las que nos hablan extensamente los cronistas, y los historiadores contemporáneos dedicados a esta clase de investigaciones"69. Su activa participación en los principales debates surgidos en torno a las cerámicas de Leyes y otros sitios permite observar cómo se vincularon diferentes sujetos con los espacios y las discusiones de la arqueología. La participación de estos sujetos -aficionados, coleccionistas, lugareños- permite matizar o incluso discutir los límites entre especialistas y aficionados en las prácticas científicas, tal como proponen Guillemain y Richard70, al mostrar que las fronteras entre estas prácticas no son tan estáticas, y que la labor de diferentes sujetos forma parte de la historia de la arqueología.
Por otra parte, Larguía se dedicó a la organización, clasificación y reconstrucción de las piezas que conformaban su colección. Al respecto, dice Wapnir,
A medida que el tiempo avanza, las piezas reunidas van cubriendo las habitaciones de la casa, los pasillos y las galerías, en cajones y canastos, pero doña Amelia encuentra cómo reunir pacientemente, con sus manos diestras y atrayentes, los pequeños trozos que encontrara, hasta dar la forma original a sus hallazgos.71
Tras su fallecimiento en 1952, los hijos donaron su colección al Museo Etnográfico y Colonial de Santa Fe, creado en 1943, y que forma parte actualmente de la División de Arqueología de dicho museo. Los objetos y registros de su colección conservados ahí permiten un acercamiento a las prácticas museológicas de esta coleccionista72. Cada pieza posee una etiqueta original, con un número romano que la identifica y otros datos, como sus medidas o el número que referencia el lugar del hallazgo73. Se acompañan, además, de un inventario manuscrito, donde se listan los artefactos definidos por tipos de piezas o sus partes. Las denominaciones más frecuentes son: vasija, urna, vaso, fragmento, bordes, asas, torteros, apéndices. También aparecen objetos registrados como "esponja de rio usada como antiplástico", fragmento de borde, silbatos, cráneos y otros materiales óseos. Cada pieza posee una información descriptiva breve (color, forma, presencia de asas y apéndices), las dimensiones (diámetro, altura, circunferencia) y el lugar de procedencia ("paraderos", que en ocasiones toman los nombres de la zona geográfica). Dicho inventario también incluye una sección de "ejemplares de correlaciones entre la alfarería indígena de Santa Fe y la de Santiago del Estero". Dichos objetos pertenecen en su mayoría al sitio Saladillo, aunque también hay dos calcos provenientes de Santiago del Estero. Es probable que haya intercambiado algunas cerámicas o calcos con los hermanos Wagner y con otros coleccionistas privados y museos. Por ejemplo, en el ya mencionado libro La civilización chaco-santiagueña se reproduce la imagen de una vasija de la colección "Larguía de Crouzeilles".
El inventario de esta coleccionista también contiene el detalle de la cantidad de piezas halladas en cada sitio, la mayoría provenientes de la región santafesina y otros de La Rioja, Catamarca y Santiago del Estero: El "Aromal" Guadalupe (119), Saladillo (1957), Saladillo Añapiré (1554), Arroyo Leyes (280), Isla Periquillo (775), Laguna del Capón (685), Ombú Basualdo (172), Desvío Arijón (105), Las Tejas (7), Gaboto (5), Saladillo Quiroga (7), Cuatro Bocas (3), Los Ubajays-Helvecia (33), Santiago del Estero (75) y El Remanso.
Conclusiones
La participación de los aficionados y los coleccionistas en la historia de la arqueología no solo es un hecho histórico indiscutible sino que representa un elemento crucial para entender algunos de sus debates. A partir del caso de Amelia Larguía y de las controversias o conflictos surgidos en torno a las cerámicas halladas en la región del Arroyo Leyes en las décadas de 1930 y 1940 es factible observar cómo coleccionistas y aficionados del interior del país formaron parte de las prácticas de la arqueología, y recolectaron materiales y propusieron interpretaciones sobre las mismas, para dialogar y discutir con los arqueólogos de los grandes museos de Buenos Aires y La Plata.
Larguía recolectaba materiales para su colección privada y -al igual que otros coleccionistas- los clasificó, los reconstruyó y estableció interpretaciones sobre su posible origen histórico. Para ello, Amelia recurrió a las recomendaciones de los científicos de los grandes museos y a otros coleccionistas de las provincias argentinas, como se ve en sus intercambios con los hermanos Wagner. Las experiencias e iniciativas de esta señora, en ese sentido, forman parte de la historia de la antropología y la arqueología en Argentina. Queda para futuros trabajos indagar por qué esta viuda decidió emplear su tiempo en estos menesteres. Los pocos relatos sobre la vida de Larguía enfatizan en su "excepcionalidad": "Fue nuestra amiga una aficionada al estudio, con una rara y ejemplar vocación, nacida y cultivada a una edad en que ya generalmente otros se retiran a descansar"74. Sin embargo, a diferencia de esos relatos elogiosos, Larguía realizó aportes concretos al desarrollo de la disciplina ya que sus prácticas, más que excepcionales, fueron parte de las formas habituales de producción de saberes arqueológicos, donde muchos sujetos y formas de observar, excavar, coleccionar y escribir estaban en diálogo y en circulación constante y que en poco o nada se distinguen de los de sus colegas varones.
Esta perspectiva implica reconocer que los saberes considerados científicos provienen de la articulación de diferentes "espacios": el lugar donde se realizó una excavación, el museo que guarda las colecciones o una casa particular; por mencionar solo algunos. Además, esos saberes se producen gracias a espacios de diálogos, discusiones, intercambios epistolares, encuentros y publicaciones que involucran a los llamados "científicos", a los pobladores rurales, a los aficionados, a los sacerdotes, a la prensa; incluso a Amelia Larguía, una viuda que los fines de semana salía a recorrer los márgenes de los arroyos con una pala en el bolso, y quien formó una enorme colección y escribió trabajos y presentó sus descubrimientos en diferentes eventos, con lo cual logró insertarse en algunas de las principales discusiones de la arqueología argentina entre las décadas de 1930 y 1940.