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La Palabra

Print version ISSN 0121-8530

La Palabra  no.23 Tunja July/Dec. 2013

 

Del Rhin al Suárez o el viaje de Lengerke por los caminos de la Civilización y la "Barbarie"*

From the Rhein to the Suarez River, or the Voyage of the Lengerke Through paths of Civilization and Barbarianism

Du Rhin au Suarez ou le Voyage de Lengerke par les Routes de la Civilisation et de la "Barbarie"

Álvaro Neil Franco Zambrano**
Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, Tunja, Colombia
profeneil@hotmail.com

* Artículo de reflexión enmarcado dentro de la investigación sobre la simbologia cosntruida en la literatura colombiana del grupo de Investigación Coporación Si mañana despierto
** Magíster en Literatura de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Catedrático de la Escuela de Idiomas y profesor de la Maestría en Literatura de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Poemas suyos han sido publicados en el Periódico de Poesía de la Universidad Autónoma de México, en la Revista de Poesía Trilce (Chile 2012), en la Revista Casa Silva, en la antología de la poesía colombiana Desde el umbral, en La Pipa de Magritte y en las Revistas Clave y Rosa Blindada de Cali. La Universidad del Valle publicó su libro La saga de los clavellinos.

Fecha de Recepción: 28 de febrero de 2013 Fecha de aprobación: 7 de mayo de 2013

Citar: Franco Zambrano , A. N. (Julio-Diciembre de 2013). Del Rhin al Suárez o el viaje de Lengerke por los caminos de la civilización y la "barbarie". La Palabra(23), 17-31.


Resumen

El propósito del presente ensayo es abordar la novela "La otra raya del tigre" de Pedro Gómez Valderrama, desde una perspectiva que enfatiza la crisis de la modernidad y la literatura de viajes característica del siglo XIX. De tal manera, que conceptos como modernización económica, ciudad, liberalismo, colonización, feudalismo y civilización, junto con la visión del crítico moderno Néstor García Canclini y la percepción que Carmen Elisa Acosta tiene sobre los viajeros decimonónicos, son de vital importancia para comprender el itinerario del presente texto por la naturaleza exótica de Santander, por los caminos amarillos salidos de las entrañas de Van Gogh, por la fatalidad de las mujeres con alma de escorpión, por la hibridación de las culturas, especialmente la alemana y la santandereana, y por el lenguaje que destaca la tradición oral de los llamados pingos.

Palabras clave: Viaje, naturaleza, caminos, mujer, hibridación, lenguaje y modernidad.


Abstract

The purpose of this essay is to address the novel "La otra raya del tigre" [The other stripe of the tiger]" by Pedro Gómez Valderrama, from a perspective that emphasizes the crisis of modernity and the travel literature of the nineteenth century. Thus, concepts such as economic modernization, city, liberalism, colonization, feudalism and civilization, along with the vision of the modern critic Néstor García Canclini and Carmen Elisa Acosta's perception about nineteenth century travelers, are vital elements to understand the novel's itinerary through the exotic natural landscapes of Santander, its yellow roads emerged from the bowels of Van Gogh, the fatality of women with the soul of a scorpions, the hybridization of cultures, especially German and from Santander, and its language, which emphasizes the oral tradition of the people called "pingos".

Key words: Travel, nature, roads, woman, hybridization, language and modernity.


Résumé

Cet essai a le propos d'aborder le roman «L'autre rayure du tigre». de Pedro Gómez-Valderrama, à partir d'une perspective qui met l'accent sur la crise de la modernité et la littérature de voyages caractéristique du XIXe siêcle. De telle maniêre que des concepts comme modernisation économique, ville, libéralisme, colonisation, féodalisme et civilisation, avec la vision du critique moderne Néstor Garcia-Canclini et la perception qui a Carmen-Eloisa Acosta sur les voyageurs du XIXe siêcle, sont d'une importance vitale pour comprendre l'itinéraire du texte présenté ici, par la nature exotique de Santander ; par les chemins jaunes sortis des entrailles de Van Gogh, par la fatalité des femmes ayant une âme de scorpion ; par l'hybridation des cultures, spécialement l'allemande et celle de Santander; et par le langage qui met en évidence la tradition orale des soi-disant pingos.

Mots Clés: Voyage, nature, routes, femme, hybridation, langage et modernité.


Porque nosotros
podemos irnos de
un lugar donde hemos
vivido intensamente.
Pero ese lugar
no se irá nunca de nosotros.

William Ospina

El viaje

La otra raya del tigre (1977) de Pedro Gómez Valderrama se circunscribe en el género correspondiente a la literatura de viajes característica del siglo XIX. Es así como Geo von Lengerke, el protagonista de la novela, emprende un desplazamiento forzado desde una Alemania inmersa en las ideas del pensamiento liberal, de la evolución darwiniana y del positivismo de Auguste Comte, hasta las bravas tierras de Santander, donde a las montañas se l es llama cuchillas y rayas de tigre a los caminos:

Los caminos aquí trepan para encontrar, a la vuelta de un pico escarpado, las lomas suaves que se deslizan hacia la otra pendiente. Para vivir aquí es necesario saber agarrarse a la piedra, saber deslizarse para descender. Los cerros están cortados a pico, desde arriba se ven sus anfractuosidades agresivas. Así es aquí la gente, así de dura, así de sometida al peligro que empiezan a conocer en el primer desliz del pie sobre la senda de la cuchilla (Gómez, 2003, p. 94).

Según Carmen Elisa Acosta (1999), el viajero del siglo XlX se distinguía por sus intereses económicos y comerciales. De ahí que uno de los propósitos de este viaje, sea posibilitar el surgimiento económico de Lengerke, a través del intercambio comercial entre Bucaramanga y Europa, hecho que permite la llegada del progreso a la ciudad y por ende la alteración de la idiosincrasia de los bumangueses, debido, en primera instancia, al recrudecimiento de las diferencias sociales entre pobres (los obreros y los asalariados) y ricos, pues Lengerke y los demás migrantes alemanes fortalecen sus vínculos con los burgueses de la sociedad bumanguesa, es decir con los integrantes del grupo del Comercio o del Club de Soto, sin importarles el desastre económico en que se verán sumidos los pobres. Quienes las más de las veces resultan explotados:

Y este conflicto es eso: la diferencia de clases, y estamos del lado de los ricos. Lorent protesta débilmente:-Al fin y al cabo damos trabajo, creamos industria, hacemos labor económica.. .-Sí- dice Lengerke poniéndose de pie-. Pero no nos olvidemos del hambre de los pobres. Las nuevas maneras de trabajar que creamos, el impulso al comercio, a la importación, empobrecen a la gente dedicada a la agricultura.(Gómez, 2003, p. 279).

El narrador de la novela establece así una crítica severa contra uno de los metarrelatos promulgados por la modernidad: la igualdad social, máxime cuando lo que está operando en este caso es una modernización económica que según García Canclini beneficia a una pequeña minoría representada por "las clases dominantes para preservar su hegemonía, y a veces no tener que preocuparse por justificarla, para ser simplemente clases dominantes" (1990, p. 67). A lo anterior, se suman una de las formas contemporáneas del darwinismo social -¿modelo acuñado por Lengerke?-, la cual "pregona que la regla suprema del sistema es la supervivencia de los más aptos, o sea los ricos" (Cepeda, 2009, p. 36) y el positivismo Lengerkeriano que concibe el gusto desmedido por la comodidad material, como el principio fundamental de su filosofía (1984); en segunda, al comienzo de la prostitución (consecuencia directa de una modernización social que recurre a las clases menos favorecidas para sacar adelante sus proyectos, sin importarle la dignidad de las mismas, como sucede con las meretrices, quienes desde su oficio milenario contribuyen a la construcción de los caminos (Gómez, 2003, p. 362), y con los santandereanos explotados por el orden feudal impuesto por Lengerke:

La ciudad cambiaba de espíritu, con esa transformación inevitable que producen los cambios materiales. Las gentes se asombraban de la revelación: desde las primeras casas que ostentaban en sus salas el recién importado papel de colgadura, de flores sobre fondos oscuros y asordinados, que procuraban una necesaria sensación de frescura, al recuerdo de los comediantes de ópera traídos por él para una sola representación en Vado hondo. Y el sabor de los vinos franceses y alemanes, de las conservas, de las galletas inglesas, el corte de las levitas importadas, la arrogancia de los sombreros de copa; y la gran calidad de las armas cortas que ahora los señores usaban al cinto, producto de las importaciones de la casa alemana. Había también flotante en la ciudad, la pecaminosa libertad de algunas mujeres que frecuentaban don Geo y sus amigos en las horas de descanso, en casas perdidas en las afueras. Era ésta una modalidad que a él se debía también. Había traído las primeras, algunas en empresas de aves de paso, otras listas a encapricharse y quedarse en unos brazos pródigos. La vida de Bucaramanga revestía un aire que si a algunos parecía libertino, otros encontraban progresista y moderno (Gómez, 2003, p. 52).

Para consolidar la conquista económica, Lengerke transforma a la sociedad santandereana en un feudo del Imperio Alemán. Pretensión para la cual, construye un castillo medieval alrededor del cual congrega la población de Montebello, cuyos habitantes se encargarán de recolectarle la quina y de cultivarle el cacao, la caña de azúcar, el café, el tabaco, entre otros. Así las cosas, Lengerke le vende a los santandereanos la idea de que el feudalismo es la organización política indicada para reemplazar la colonia instaurada por los españoles (verdaderos hombres medievales) y alcanzar el progreso en un país recientemente independizado. García Canclini afirma que la modernización latinoamericana empieza con la independencia y que la contienda por alcanzar la misma tenía como intención principal construir un país contrario al que tenían en mente las clases hegemónicas y los poderes extranjeros (1990, p. 78).

¡Inaudito que una mente liberal como la de Lengerke, quiera implantar el feudalismo, todavía más cuando éste fue suprimido en Europa por el liberalismo (1984), que hable de reemplazar la colonia a través del feudalismo, cuando éste guarda una relación directa con el latifundismo, el cual hace parte de todo proceso de colonización! (García, 1990), y que pretenda con su estratagema alejar a los santandereanos de la independencia: "única ruta hacia su progreso". Además, ¿cómo pueden los santandereanos salir adelante, siendo extranjeros explotados en su propia tierra? Nada más antimoderno que la explotación, puesto que convierte en esclavos a los seres humanos. Hecho que va en contravía del principio fundamental del liberalismo: la libertad. Así las cosas, la idea de Lengerke tiene más cara de colonización que de progreso. Colonización que para García Canclini (1990) fue llevada a cabo por países europeos sumidos en la premodernidad. ¿Qué tienen de modernos unos alemanes vulgares y perezosos que subestiman a los santandereanos y sólo piensan en emborracharse y tener sexo con las lugareñas? (Gómez Valderrama, 2003). Y a quienes lo único que verdaderamente les interesa es acumular riqueza, sin importar los medios para conseguirla: "El azar que tentó a estos alemanes que yacen ensangrentados, fue el de la fortuna de El Dorado" (p. 288):

-Sí, es un procedimiento feudal, que sustituye al colonialista. Esta tierra que acaba de independizarse no soportaría un colonialismo abierto como hacen los ingleses. En cambio, el feudalismo nace del país, de la tierra, y a través de ese feudalismo lo estoy llevando a progresar. Verás, agregó en broma, como dentro de cincuenta años o de cien van a reconocernos el espíritu progresista. Si no nos apoyamos en el feudo, no vamos a lograr sacarlos de la Edad Media (Gómez, 2003, p. 362).

Ahora bien, a diferencia de sus vasallos, en el interior del castillo, Lengerke vive como un hombre moderno: inmerso en las lecturas de Goethe, Humboldt y Schiller: "De noche, cuando sale la luna y da sobre las estatuas a través de los ventanales, parecen cobrar vida, sus senos enormes se aprestan a amamantar a la humanidad, a Humboldt, al Káiser, a Goethe, a Schiller, sus piernas formidables parecen cerrarse como tenazas en los rigores del orgasmo ciclópeo" (Gómez, 2003, p. 116). García Canclini (1990) percibe que para ser moderno hay que ser culto. Y ser culto tiene que ver tanto con la apropiación de un bagaje intelectual amplio, como con ciertas ventajas relacionadas de manera directa con la posición social. De ahí que lo culto también sea para este autor sinónimo de élite y hegemonía (1990). A más de lo anterior, en opinión de Carmen Elisa Acosta (1999), el mundo cultural de los viajeros del siglo XIX, estaba conformado por Goethe, Schiller y Humboldt, entre otros. Por ello, en La otra raya del tigre, con excepción del abuelo -personaje que no recibe nombre en la narración-, especialista en literatura francesa, sobre todo en la romántica; los únicos que leen son Lengerke y el padre Alameda -formado en la academia francesa-, y no están interesados en compartir la lectura con las demás clases sociales, ya que la misma representa un mecanismo de control que ayuda a consolidar su poder. En este sentido, García Canclini refiere la restricción empleada por las clases dirigentes para consolidar esta especie de modernización cultural: "En la cultura escrita, lo consiguieron limitando la escolarización y el consumo de libros y revistas" (1990, p. 67).

En la novela, el viaje del piano representa el desplazamiento del mundo cultural europeo, característico del siglo XIX. Mundo que Lengerke necesita para sobrevivir en Santander y consolidar así su proyecto de colonización: "Veinte hombres, los mismos, llegan a la puerta trayendo en su lomo un piano,... el instrumento prodigioso, la caja de música de la civilización occidental, Mozart, Beethoven, Haydn, Brahms, Berlioz" (Gómez, 2003, p. 113).

El viaje concluye con el fracaso del proyecto que Lengerke había pensado para Santander: "Más que de enfermedad se murió de fracaso, de frustración, de desencanto; se murió del mismo deterioro que empezó a roer pacientemente los muros del castillo" (Gómez, 2003, p. 365). Pues los santandereanos que no son tantico pendejos, se dan cuenta que el alemán, sus compatriotas y la clase acomodada de Bucaramanga, los han estado engañando y se rebelan contra ellos en una especie de asonada:

La ira y el miedo se abaten sobre Bucaramanga; brigadas oscuras comienzan, en la sombra, los ataques y el saqueo sobre las aterrorizadas familias de los alemanes y de sus amigos... Parece que hubo quienes apedrearon el Consulado alemán, al pasar en la noche... Cuando los grupos pasan ante las casas, o ante los almacenes de los alemanes, llueve torrencialmente la copiosa agresión de la piedra, reiterada y violenta (Gómez, 2003, pp. 288-289).

La naturaleza

Lengerke ve en la naturaleza exuberante de América, una suerte de paraíso donde el árbol romántico de Europa le concederá su mejor fruto: levantar una ciudad gótica en los abismos santandereanos -casi una casa en el aire, como lo pregonaba el maestro Escalona-. Ciudad cuyos caminos conducen a Europa, especialmente a Alemania, pues al igual que en "La ciudad" de Cavafis (1999, p. 34), a este viajero lo persiguen los recuerdos del Rhin:

Es el final del viaje regresivo, en busca de etapas anteriores del mundo, que hacían los europeos al venir a América; para él fue el viaje fabuloso a la construcción de la ciudad gótica, de la fortaleza, del feudo con castillo e iglesia, del cual emanan los caminos y los puentes; América gótica, América romántica, el imperio sobre la selva, el regreso a los orígenes, el mundo fabuloso de los animales extraños donde coexisten el jabalí y el caimán, la garza feudal y el loro (Gómez, 2003, p. 345).

Carmen Elisa Acosta (1999) menciona a Humboldt, para hablar de la convergencia entre ciencia (descripción objetiva de la naturaleza) y romanticismo (imaginación subjetiva a la hora de describir el paisaje), como rasgo esencial del viajero europeo del siglo XIX. En la novela, el narrador intenta equiparar el viaje de Lengerke con el de Humboldt. Intenta, porque Humboldt es un naturalista a carta cabal; mientras que Lengerke lo que quiere es explotar la naturaleza (Gómez, 2003, p. 121): "Ve la caravana de los naturalistas -el barón de Humboldt con su equívoca compañía-" (p. 22), "la disciplina férrea, que todavía recordaba las palabras del viejo Humboldt, a quien había visitado un día en Berlín, un año antes de su partida a América" (p. 352).

Otra manera de percibir la naturaleza tiene que ver con la visión occidental que la considera como un lugar que representa peligro para el hombre civilizado y sus invenciones, en este caso el europeo. Es así como la selva tropical ocasiona estragos en los viajeros europeos y en los colombianos recién llegados de Europa (quienes han entrado en contacto con la civilización, por haberse educado en el Primer Mundo y haber permeado su cultura) que se dirigen a Bogotá, navegando aguas arriba las corrientes del Río Grande de la Magdalena, el cual se distingue por ser inhumano y no tener orillas, como la muerte. En el mismo, el oleaje verde de los caimanes y "esa quemante joya en las florestas de la noche" (Quessep, 1993, p. 142), llamada tigre en el lenguaje común, son reconocidos por la búsqueda placentera de la carne humana: "Aún el barco era una isla de civilización en medio de la naturaleza tropical (en quince días remontando el río todos tendrán que estar desnudos incluso el Padre Alameda, las plantas crecerán dentro del barco, los caimanes serán alimentados con los pedazos de nosotros que desprenda el calor"(Gómez, 2003, p. 11), "Lo que quiere el tigre es carne humana" (p. 17). Naturaleza que también hace parte de la propuesta barroca y real maravillosa de Alejo Carpentier: "En la selva barroca que prolongaba el río" (p. 93), por lo descomunal de la misma y porque a diferencia de la naturaleza europea, la cual parece de mentiras si se compara con la americana: "El río aquí es ancho, desmesurado, es diez veces el Sena, quince veces el Weser" (p. 15), no se puede sublimar a través del arte: "En la montaña, el paisaje queda detrás del hombre, y sin embargo no hay un sitio que pueda contenerse en un cuadro" (p. 94).

Sin embargo, para Lengerke, el paisaje americano se le asemeja al alemán, por ser una suerte de destino del cual no puede escapar: "que él reflejaba su tierra nueva, y que ella y lo que en ella ocurriera lo prefiguraban a él, sus asaltos, sus derrotas" (Gómez, 2001, p. 8), una especie de tierra prometida que con el paso del tiempo se le irá pareciendo a su espíritu de exiliado, de exmilitar y de exrevolucionario, mejor dicho, de guerrero que le pone verraquera a las cosas del alma: pelirrojo salido de esta tierra colorada donde abundan las hormigas culonas: "El impacto inicial de su entrada a la tierra no se le borró nunca porque sintió siempre vagamente que él reflejaba su tierra nueva" (p. 8). No podía ser de otra manera, dado que la santandereana es una cultura mimetizada en su paisaje: "Fue la cordillera, fueron los riscos, fue esa estructura furiosa, fue el deseo de abrir caminos y puentes en una topografía llena de soberbia. Soberbia, piensa. Aquí las gentes dicen "soberbia" para significar cólera. Pero la verdadera soberbia es la naturaleza misma. Le parece que los espíritus de las gentes son, también, como la tierra" (pp. 148-149).

Este paisaje titánico se prolonga hasta el imperio del indio (Gómez, 2003, p. 23), el cual es sinónimo de salvajismo según la visión occidental, porque se opone a la civilización y al progreso. En la novela de Gómez Valderrama, los indígenas se equiparan a los animales, toda vez que su imperio comparte territorios con los reinos del caimán y del tigre y, de cierta manera, éstos están en contra de la apertura de caminos, por más que los caminos -en estas tierras con forma de cañón- se asemejen a las serpientes, pues la construcción de los mismos acaba con su "hábitat": "A veces algunas mujeres dejaban el pueblo atraídas por algún hombre, e iban a pasar días o semanas en el sitio de la trocha, donde las serpientes y los tigres, las flechas de los indios y la fiebre amarilla sembraban la región de muerte" (p. 157), "Para los indios, el camino era la desgracia, la total destrucción de su mundo" (p. 180).

Surge así uno de los pilares de la modernidad: la dominación del paisaje. Para sacar provecho del mismo: "Aspiraba a llegar a la naturaleza, incorporarme a ella, regresar al estado natural. Todo lo que le oí al viejo Humboldt. Realizar a Rousseau, los sueños liberales. Y me veo ahora apoderándome de ella, sometiéndola incluso con violencia, luchando para exprimirle el oro" (Gómez, 2003, p. 121), sin importar las consecuencias negativas que este hecho pueda acarrear: "El hombre va y viene por el río, trae vapores, trae máquinas y pianos, trae muebles suntuosos, terciopelos y sedas y éstos son los delegados del dios caimán que tratan de impedir que la putrefacción de Europa desintegre y recorte la naturaleza virgen e ilimitada" (p. 16). A este respecto, Rodrigo Malaver Rodríguez (2001, p. 181), refiriéndose a la novela Un viejo que leía novelas de amor de Luis Sepúlveda, dice que la idea principal del autor consiste en resemantizar el concepto de selva, reconociéndolo como un cosmos gobernado por sus propias normas, a las cuales se adhieren las de los indígenas, con el propósito de proteger esta biodiversidad de las intromisiones del hombre blanco: "Pero defendían algo a lo cual tenían derecho: su tierra", quien ante la ignorancia de los principios que rigen este espacio, no tiene otra alternativa que calificarlo de incivilizado (Malaver, 2001), para justificar la colonización disfrazada de civilización, que las más de las veces recurre a la fuerza: "La raza Caribe empezó su ocaso funesto, mientras la colonización se extendía, y al venir la revolución de Independencia los yariguíes se refugiaron en las hondas selvas. Diezmados, destruidos, huían del blanco como alimañas perseguidas. Buscaban la paz que ofrecía el refugio de la serranía" (Gómez, 2003, p. 143).

Los santandereanos también son considerados como una raza bárbara que vive en un mundo primitivo, donde el salvajismo es evidente inclusive en las personas más cultas, especialmente por Lengerke, quien considera que lo único que tienen de civilizado es la religión impuesta por los españoles (Gómez, 2003, p. 50). Y es bien sabido que la religión es una institución premoderna que cobró fuerza durante la política teocrática de la Edad Media.

Los caminos

Los caminos, como ya se sugirió anteriormente, propician la guerra entre los alemanes y los indígenas de la región, pues mientras para los primeros son sinónimo de desarrollo, puesto que facilitan la comunicación y el intercambio comercial entre los pueblos y las ciudades de Santander e inclusive con otros departamentos del país; para los segundos, significan destrucción: "Pero empiezan los caminos. El oro proteico toma ahora una nueva forma, la del camino del comercio, la guerra silenciosa. Los blancos vienen a tomar las tierras de los indios. El camino es el enemigo:. La guerra se ha declarado nuevamente, hay que pelear por la tierra del indio. Los blancos invaden el reino del indio" (Gómez, 2003, pp. 143-144). Caminos a los que Lengerke les enmienda su rumbo para alejarlos del salvajismo que caracteriza las trochas de los aborígenes: "Tienen en la selva sus propios rumbos, sus trochas propias" (p. 197) y hacerlos desembocar en el progreso.

Los caminos también son el escenario donde transcurre la guerra civil: "Los caminos se convierten en senderos de odio, cruzan por ellos tropas en derrota, fugitivos apresurados, caballeros vencedores que asuelan todo a su paso" (Gómez, 2003, p. 210). Guerra civil ocasionada por el desacato al gobierno central y a sus instituciones, por parte de un caudillo de provincia al mando de cincuenta macheteros y de altos mandos del ejército como el general Wilches y el coronel Cantor. La misma era formalizada a través del pronunciamiento: institución dispuesta por la ley del país, para anunciar de forma similar al toque de diana el inicio de la beligerancia (p. 209).

Estos caminos de la guerra terminan convertidos en tumbas, donde la única luna que brilla es el machete y el aguardiente que se destapa para brindárselo a las almas -malditas en lugar de benditas-picadas por la malaria o por esa serpiente de polvo que asfixia a quienes se oponen a su crecimiento: "La línea del camino sube y baja, rodea cerros, se hunde en pantanos. Al lado de los muertos de la malaria, de los del alcohol, de los del machete pendenciero" (Gómez, 2003, p. 197), "El camino va surgiendo en las personas que lo recorren, como en aquéllas que luchan contra él" (p. 197). Caminos que como en el tango se alejan de sus pasos y se marchan un día. Convirtiéndose en "trampas de la nostalgia" (García, 2007, p. 305) donde no se puede "posar sin mucha fatiga el pie"(Gómez, 1995, p. 23): "En cada uno de los caminos hay acumuladas todas las vidas de un pasado. Caminos con alma, con vida, que un buen día se ven interrumpidos, lo mismo que de pronto las vidas se suspenden" (Gómez, 2003, p.140).

En algún poema César Vallejo (2002) afirma que el único lugar donde la soledad echa raíces es aquel donde el hombre no ha dejado su huella; en cambio, el camino se entiende como una extensión de lo humano, porque en el mismo el hombre construye su experiencia y su sabiduría (es lo que nos enseñó Cavafis (1999, pp. 42-43) en su viaje hacia ítaca). Los caminos como los libros también son "una extensión de la memoria y la imaginación" (Borges, citado por Cerro, 1999, p. 154): "Un depósito de recuerdos de todas las gentes que lo transitaron" (Gómez, 2003, p. 140). Los caminos como los hijos y los poemas también se van un día en busca de su propio destino:

Una vez le dijo a Lengerke: -Barón, usted contempla sus caminos como si fueran seres humanos-. Y él contestó: -Sí padre, es cierto; puede parecer monstruoso, pero yo lo siento así; sé cuándo cobran vida, cómo van, poco a poco, independizándose del que los crea, y sobre todo, cómo van incorporando en ellos mismos todo el sufrimiento, toda la esperanza, toda la incertidumbre que llevan quienes los transitan- (Gómez, 2003, p. 369).

Los caminos como los libros también se angustian por las influencias: "Cuando se mira uno de esos caminos desde la cima de las montañas, se ve la gran concepción de utilización de la naturaleza, tomada con hábil maestría de los caminos españoles" (Gómez, 2003, p. 363). Quienes llamaban camino real a esa conversación asordinada entre piedras y árboles, a esa serpiente emplumada que en Santander se enreda como cola de cometa en la infancia. Los caminos como las escaleras también tienen rellanos para tomarse un descanso: las posadas (las cuales "conservan el lejano sabor español" (p. 363), sobre todo el de Don Quijote de la Mancha), donde los hombres cruzan silencios y palabras, mientras un cura degusta duelos y quebrantos1, o carne de res (en Santander se orea como si fuera poesía), o los niños pobres que tanto le gustaban a los ricos de Irlanda:

Me decía que nunca había una posada en que no se encontrase con un cura. En la posada del camino a Pamplona, había encontrado una biblioteca de libros en inglés y en francés, sujeta al polvo y a la intemperie, y en la cual se encontraban las obras del vizconde de Chateaubriand, de Víctor Hugo, el Rojo y Negro de Stendhal, el Contrato Social de Rousseau, Shakespeare, Milton y Swift (Gómez, 2003, p. 363).

Estos caminos del progreso y en consecuencia de la libertad, paradójicamente son construidos con ayuda de una especie marginada por la sociedad: los presos: "Pero tal vez el peor destino de estos hombres, su máxima condena, es la de trabajar amarrados, encadenados en el camino, que es la expresión de la libertad, la manera que tiene el hombre de arrancarse de lo que lo sujeta y lo asfixia" (Gómez, 2003, p. 161) y las prostitutas (recodos del camino pululantes de polvo enamorado), quienes de forma similar a Pilar Ternera y sus mulatas, ejercían el realismo mágico de su oficio en un burdel construido en medio de la selva:

Alvaro había llegado una de esas tardes a la librería del sabio catalán, pregonando a voz en cuello su último hallazgo: un burdel zoológico. Se llamaba El Niño de Oro, y era un inmenso salón al aire libre, por donde se paseaban a voluntad no menos de doscientos alcaravanes que daban la hora con un cacareo ensordecedor. En los corrales de alambre que rodeaban la pista de baile, y entre grandes camelias amazónicas, había garzas de colores, caimanes cebados como cerdos, serpientes de doce cascabeles, y una tortuga de concha dorada que se zambullía en un minúsculo océano artificial (García, 2007, p. 446).

Burdel al que los inexpertos llaman Puerto Infantas, los más perturbados "La Tempestuosa" y el dialecto escueto de los santandereanos "Pueblo de las Putas". Las prostitutas son las encargadas de satisfacer el deseo de los trabajadores libres y el de los reos, y se convierten así en la única alternativa para que los caminos avancen y no se queden atascados en la tierra de los indios (Gómez, 2003).

La mujer

Aparte de la importancia en la construcción de los caminos, la mujer de La otra raya del tigre, se distingue por una sensualidad que pierde a los hombres en los pantanos de la desdicha, como acontece con la monumental Leocadia, mantis religiosa cuyo sol carboniza las estrellas de los militares y oscurece el reino de los cielos que los seminaristas le disputan a los camellos:

Estaba, una noche, en un baile de oficiales del ejército constitucional, cuando nació entre los pretendientes la buscada disputa, en que los militares usaron a guisa de armas los instrumentos de la orquesta, mientras Leocadia se evadía a llevar su cuerpo y sus bríos a las desoladas tierras del páramo, con un galán teniente del ejército, triunfador en la pelea y metido ahora a contador de salinas; en aquellas soledades Leocadia disfrutó durante tiempo de los arrestos varoniles del macho que había secuestrado; pero pronto el cuerpo empezó a pedirle otra cosa, hasta que lo abandonó y se lanzó a pescar en otros caminos la suerte que más le conviniera; inclinada al ejército, volvió a Sogamoso, donde sedujo a un bravo general que la llevó a sus tierras solitarias de los llanos para gozar de ella a su placer, pero tal vez era Leocadia quien lo gozaba, y empezó a descreer de tantas desnudeces en los morichales, del amor selvático en las cercanías del boa y del caimán, y un buen día desapareció siguiendo un ejército de vivanderos que se dirigía al Sur. Nadie sabe cómo, mientras el general intentaba suicidarse, como lo había intentado antes el teniente-contador,la Leocadia enrumbaba de nuevo a Bogotá, donde llegó con unas cuantas monedas de oro en el seno y dos intentos de suicidio en el prestigio, no ya esta vez a las chozas pajizas de las putas que la refugiaron en su primera entrada, sino a una de las posadas elegantes en el centro de la ciudad. Todavía se resienten sus manos y sus trajes de la antigua tosquedad de la vivandera, pero ahora está más atractiva; lo que ve el común de la gente, que son las tetas memorables, es mejor que lo de muchas señoras, la cara y la boca ponen en angustias a los seminaristas (Gómez, 2003, p. 77).

Y con Elisenda Zambalamberri, flor del mal, que al igual que Circe enferma con sus encantos a quienes se atreven a explorar la selva de su placer:

Bajaba desde la cordillera a la selva; iba encabezando los desmontes, y seleccionaba al macho más poderoso. Todos se estremecían de temor, pero al ser escogidos caían en sus brazos, porque en ese momento nadie sabía que era ella; únicamente lo sabían los compañeros cuando desaparecía el favorecido. En un mes desaparecieron tres (Gómez, 2003, pp. 185-186).

Este prototipo femenino, según José Manuel Camacho Delgado, se consolidó durante el siglo XIX, con el surgimiento de una "mujer seductora, devoradora de hombres, capaz de llevar su perversión sexual hasta límites no imaginados por el género masculino" (2006, p. 30) e hizo sus primeros pinos en la novela moderna, inaugurada por Cervantes, como se verá a continuación.

Imperio de los sentidos heredado de las montañas donde la belleza quijotesca de Marcela aniquila el anhelo de sus pretendientes, con esa otra cara de la moneda llamada desamor, que para el caso de la fémina en mención, cae por el lado de esa soledad que celebra su independencia al entrar en contacto con la naturaleza:

Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos: los árboles de estas montañas son mi compañía; las claras aguas de estos arroyos, mis espejos; con los árboles y las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras; y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo, ni a otro alguno el fin de ninguno de ellos, bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él, con todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? (Cervantes, 2004, pp. 126-127).

Si de heredades y soledades se trata, ninguna se compara con la de Remedios, la bella, a quien ni siquiera le sirvió su nombre para curarse de esa hermosura emponzoñada en el corazón de los forasteros, podrida en las alturas del deseo:

Lo que ningún miembro de la familia supo nunca fue que los forasteros no tardaron en darse cuenta de que Remedios, la bella, soltaba un hálito de perturbación, una ráfaga de tormento, que seguía siendo perceptible varias horas después de que ella había pasado. Hombres expertos en trastornos de amor, probados en el mundo entero, afirmaban no haber padecido jamás una ansiedad semejante a la que producía el olor natural de Remedios, la bella. En el corredor de las begonias, en la sala de visitas, en cualquier lugar de la casa, podía señalarse el lugar exacto en que estuvo y el tiempo transcurrido desde que dejó de estar. Era un rastro definido, inconfundible, que nadie de la casa podía distinguir porque estaba incorporado desde hacía mucho tiempo a los olores cotidianos, pero que los forasteros identificaban de inmediato. Por eso eran ellos los únicos que entendían que el joven comandante de la guardia se hubiera muerto de amor, y que un caballero venido de otras tierras se hubiera echado a la desesperación (García, 2007, pp. 265-266).

Además, el apetito sexual despertado por la mujer es considerado como un veneno, puesto que los hacedores de caminos se mataban por él:

La contestación del alemán fue directa: si los doscientos hombres no tienen mujeres cerca. Al principio algunos las trajeron consigo, pero era tal la codicia de los otros que ocurrieron varios asesinatos. Fuera de las fiebres, de la disentería, del veneno de la selva, no era posible un veneno más, el hambre sexual (Gómez, 2003, p. 157).

Sin embargo, el dominio ejercido por las mujeres gracias a las batallas del amor es relativo, pues Lengerke termina domesticándolas y la integridad de éstas es vulnerada por el derecho de pernada, el cual es ejercido en medio de parrandas infinitas por Lengerke y los esposos de las señoras de Zapatoca, sobre las campesinas de la región (Gómez, 2003, p. 168). Acto de segregación que al igual que la prostitución concibe a la mujer como un desecho de la sociedad. Todavía más cuando la razón de ser de los alemanes en Santander -en una forma de colonización- es emborracharse para poseer las mujeres del lugar. Concupiscencia de la cual ni siquiera Bucaramanga, la ciudad bonita, pudo escapar: "La voz de Lengerke contesta, en el final de un largo período: -esta gente nos mira como nuevos conquistadores, como reyes extranjeros, y no espera nada de nosotros: nos acostamos con sus mujeres, tomamos brandy" (Gómez, 2003, p. 278), "Todas las ciudades hermosas son como mujeres, se pueden poseer, se puede acostarse con ellas" (p. 151). Y es que con la llegada de los alemanes, lo que se dio fue una segunda conquista, cuyo principal objetivo era instaurar un imperio anacrónico en las tierras de José Antonio Galán.

La hibridación

El cruce como llama García Canclini (1990) a la convergencia entre culturas, inicia en la mente ecléctica de Lengerke, donde el protestantismo convive con el positivismo y la masonería2 con la utopía: "Por la condición de protestante o ateo del señor Lengerke"

(Gómez, 2003, p. 338):

Lengerke fue utopista, como fue carbonario en Alemania y masón en Colombia. Propagador de la luz, Caballero innumerable, en su momento debió tener las riendas secretas de la masonería, aunque no se sabe por qué no hubo mandiles en su entierro. Y como lo era todo, y de todo, porque el medio salvaje así lo reclamaba (Gómez, 2003, p. 375).

Utopista por haber delineado el mapa imaginario para poner en orden una comunidad humana y por el hecho de traer alemanes para construir caminos y levantar una comarca medieval aislada del mundo exterior, en las tierras ariscas de la pepitoria. La cual se acompaña con la yuca y el plátano: "Con suculentos cabritos, yuca, plátano, todo lo que hace parte de la comida frugal de Santander" (Gómez, 2003, p. 168), para mezclarse con las galletas inglesas y las conservas. Tierra donde los tigres saltan de los caminos al licor, cuando el aguardiente se mezcla con el champán y el brandy, cuando el guarapo hace burbujas de amor con la cerveza; donde el viento escarpado de la Cordillera Oriental entretiene sus silbos bien con los sombreros de nacuma tejidos por las manos de las zapatoqueñas o con la soberbia de los sombreros de copa emigrados de Europa; donde el Suárez y el Rhin desembocan en una misma página; donde las puertas que los alemanes hicieron para el castillo tienen por aldaba el rasguño de un tigre.

Hibridación que también se da cuando la raza aria junta el silencio de sus ojos azules con el sabor a fruta madura de las santandereanas (Gómez, 2003, p. 72); cuando los caminos de Lengerke (donde la mula negra de don Pablo cruza su sangre oscura (Gómez, 2003, p. 263) con la sangre azul de los caballos finos (Gómez, 2003, p. 116) y con los pitazos estremecedores del tren: ese camino en movimiento) se encuentran con los caminos reales de los españoles: "Dijo Lengerke, antes de salir en una de sus largas peregrinaciones, que le desazonaba tener que romper, a veces, los caminos de los españoles, y cortarlos con su propio camino cuando no lograba seguirlos en la misma dirección" (Gómez, 2003, p. 140).

Hibridación que fortalece su proceso cuando el camino de algunos alemanes llega a su fin, otorgándoles la doble nacionalidad "Ya tenemos muertos en Santander, Strauch no es el primero, ya hemos mezclado nuestros cuerpos con esta tierra. Aquí vinimos, aquí moriremos, ya somos de aquí como de allá" (Gómez, 2003, p. 150); cuando "el muro de Berlín" que sostiene la arquitectura gótica del castillo se confunde con el bahareque y la tapia pisada, con las buganvillas y los anacos, con los gallineros y los caracolíes.

El lenguaje

Básicamente, en La otra raya del tigre, la mente hedonista de Lengerke también viaja de Europa a Santander y viceversa, para tener algo que contar después (Gómez, 2003, p. 204) y de esta manera permanecer en la memoria de los hombres:

Hay épocas en la vida en que no andamos, en que nos arrastramos como se arrastra mi mano sobre el papel miserable, con el irrefrenable impulso de delatarme. No sé para qué escribo. Y, lo que es todavía más grave, no sé para quién estoy escribiendo. Tal vez alguien un día lea esta memoria, para que se dé cuenta de que en mi vida reposan cosas que viví solamente para mí. Cada hombre es un cementerio de recuerdos (Gómez, 2003, p. 371).

En este sentido, Carmen Elisa Acosta, considera que:

El siglo XIX no estuvo exento de la seducción de los viajeros quienes consolidaron su prestigio, como había ocurrido en los siglos anteriores, a partir del relato que elaboraron sobre sus experiencias y lo extraordinario del viaje. Viajar les exigió la posterior construcción de imágenes que con palabras elaboraban un imaginario sobre un mundo desconocido, distante para el curioso lector (1999, p. 348).

Para alcanzar este propósito, el autor recurre, en primera instancia, a personajes narradores que se valen de la apología para relatar la vida del protagonista: "Y al fin, tuve que someterme. él sometía, él dominaba. Pero qué tierno, qué amoroso fue, cómo supo hacerme olvidar las cosas amargas. Yo fui reina en Montebello, los que trabajaban con él lo sabían, lo entendían los que llegaban a buscarlo. ¡Cómo era de grata la casa bajo las ceibas!" (Gómez, 2003, p. 349); en segunda, a un narrador ajeno a la historia que desde la omnisciencia lleva la batuta de la narración y cuenta la relación que el sátiro Lengerke tiene con sus infinitas amantes, así como la evocación constante de Lengerke, llevada a cabo por los personajes: "Ahora, el padre Alameda recuerda nítidamente cuando conoció al alemán, a bordo del vapor "Honda", a su regreso de Europa" (Gómez, 2003, p. 368):

El recorrido a Florencia en el coche, en el cual Geo había resuelto hacer el amor atravesando la campiña italiana, con el resultado de que llegaron al clímax cuando el coche se detenía en un pueblecillo para esperar que incorporaran un carro volteado, y como para ver el campo no habían bajado las cortinillas, habían tenido que terminar su ceremonia ante los ojos asombrados de signoras y truhanes, mientras él, enfurecido, golpeaba el techo para que el postillón continuara, y ella trataba de bajar a su sitio los metros de faldas recogidas (Gómez, 2003, pp. 351-352).

En tercera, a un focalizador externo de la tercera edad, también omnisciente, perteneciente a la estirpe de los actores testigos, que da cuenta de la sensibilidad del alemán:

El abuelo piensa que a Lengerke el matrimonio de Manuela le ha causado un daño más grande del que quiere confesar; su dura corteza se ha ablandado, se hunde melancólicamente en la neblina del alcohol, calla durante largas horas. Lengerke, piensa el abuelo, era antes un hombre que tenía el don de hablar largamente, con brillo, sin dejar traslucir nada de su interior. Ahora se le transparenta en el silencio que está también por dentro (Gómez, 2003, p. 305).

Este focalizador externo, a pesar de los años, vigila el viaje de Lengerke con ojos de gavilán y lo nombra a través de las palabras del narrador extradiegético. El mismo hace de la naturaleza un paisaje porque la mira con el alma:

El abuelo mira subir la caravana, las recuas de mulas cargadas, las cabalgaduras de los viajeros, las partidas desoladas de tropas, los frailes descalzos, las prostitutas engalanadas. ¡Cuántas angustias, cuántas codicias, cuántas esperanzas subieron y bajaron por los pétreos escalones españoles! Su mirada desciende por el abismo hasta posarse en las lejanas casas blancas y los campanarios de Honda: el puerto, la llegada y la partida, y luego la violenta transición de la selva verde hasta las montañas ariscas y frías de los Andes (Gómez, 2003, p. 21).

El narrador extradiegético por momentos abandona "los bellos países donde el verde es de todos los colores" (Arturo, 2008, p. 15), verde que habita en sus palabras, para dedicarse a la contemplación del mismo y a espiar el viaje de Lengerke:

El río serpentea, rodeado de selva, cortado más arriba por las rompientes del rápido. Hacia el Sur se tiende la visión ilímite, bordeada por las grandes montañas. Las escalinatas del camino se remontan hacia las nubes que cobijan la cordillera con su velo sombrío. Caballero en una alta mula mora, con el casco inglés sobre las greñas rojas, Lengerke avanza mientras a su vera la francesa gime, sacudida por el paso cortado de su propia cabalgadura. A la caravana se han sumado dos ingleses que viven en Honda y van a Bogotá en negocios, y tres colombianos tratantes de tabaco, a los cuales Lengerke, en su confuso castellano, trata de extraer toda la información posible (Gómez, 2003, p. 22).

Con respecto a la idea anterior, Carmen Elisa Acosta observa que en la literatura de viajes del siglo XIX "se resalta el papel del testigo, de la mirada, del "yo vi" que propone un texto que debe ser visto" (1999, pp. 352-353). Escritura que pinta con palabras los lugares y las costumbres por donde pasa el viaje. Además, la autora señala que en los cuadros de costumbres se impone la descripción sobre la narración y que en lo relacionado con el espacio real, el mismo se transmuta en paisaje gracias a la representación posibilitada por el lenguaje y a la idealización del mismo, al cual se suma la descripción de personajes autóctonos, incluyendo sus costumbres. Agrega que la admiración por la idiosincrasia de los pueblos refleja el espíritu romántico y por supuesto el interés de ubicarlos en un contexto universal:

Allí hay ciudades blancas; en el Socorro los ímpetus de los santandereanos se adormecen al ritmo de los telares ingleses, en Zapatoca las manos de las mujeres parecen tejer las tardes infinitas en las alas de los sombreros de nacuma; Bucaramanga está rodeada de aromas concupiscentes de café y de tabaco, que se mezclan con la paradójica fragancia glorificante de las tenerías. La industria, el comercio son allí una ventura prodigiosa; los caminos esperan, ocultos, que se les abra (Gómez, 2003, p. 40).

Universalidad que en La otra raya del tigre se pretende alcanzar a través del progreso: metarrelato de la modernidad promulgado por los países eurocéntricos, cuya historia se caracterizaba por ser universal y única; en detrimento de las historias locales o periféricas correspondientes a los países premodernos.

La oralidad característica de Santander también se hace presente cuando el narrador nos habla de la calavera sonriente de una mujer que montaba en un caballo negro y utilizaba una sortija en su mano derecha, de Vicente el "bobo" de Zapatoca y de las casas (Gómez, 2003, pp. 83-84), de la historia de las tres señoritas Arenas (Gómez, 2003, pp. 244-246), de las vicisitudes de don Pablo, el joven hacendado de Zapatoca y del pacto que don David Puyana tenía con el diablo, entre otros relatos típicos de la región:

Es seguro que el hombre tiene pacto diabólico, lo murmuran, cuentan que lo ven subir de noche en un caballo negro y que llega por la mañana con las alforjas repletas de oro. Lo aseguran, porque saben que no hay campesina que se le resista, y se dice que las preña pero nunca hay un hijo, todos son abortos diabólicos. Se murmura que una vez al año va hasta la Mesa de Ruitoque, solo en su caballo negro, a recibir instrucciones de Buziraco. Cuentan que los viajes a Curazao, de los que regresaba con cargamentos gigantescos, eran viajes al infierno, que había una posada y de allí desaparecía, y que se presentaba siempre allí para su regreso, tiempo después. Nadie lo vio nunca más allá, y aseguran muchos que jamás salió de las tierras de Santander. Los que lo defienden cuentan que trajo de Curazao un potente catalejo marino, con el cual desde la cabecera vigila a los peones, y saben por ello qué hacen. Sin embargo, otros citan los argumentos a favor de su tesis: don David nunca pierde en el juego; si mira fijamente con los tajantes ojos negros, la gente se enferma, el ganado se engusana (Gómez, 2003, p. 200).

En la novela es notable el "diálogo" que Lengerke sostiene con Vicente, el "bobo" de las casas, mientras los dos se dirigen a la cabuya del Suárez. En el mismo, Lengerke le cuenta a Vicente (quien hace las veces de narratario), a manera de catarsis, las razones y las sinrazones de su viaje:

No es tan fácil, vivir aquí, y allá. Pero pasé por aquí y vi que había mucho por hacer. Aquí los caminos duermen entre las rocas, o debajo de la selva. Hay que sacarlos a la luz. Por eso quiero más bien estar aquí, con este cielo limpio, que en Europa que no sabe hacia dónde va.... Mira Vicente, aquí en Zapatoca ya dicen lo mismo que en Bucaramanga, que me he frustrado por el amor de una mujer, por el cual quisieron matarme (Gómez, 2003, pp. 86-87).

Finalmente, es importante destacar el contrapunto entre los actos de la obra de teatro Pascual Bruno de Leopoldo Arias Vargas (autor colombiano), basada en la obra de Alexandre Dumas y las meditaciones de Lengerke sobre el fallecimiento de su padre, las características de Bogotá y la idiosincrasia cachaca (Gómez, 2003, pp. 30-41). El drama tiene de particular que se desarrolla dentro de una embarcación, donde al igual que las cajas chinas y las muñecas Petrushkas3, características de la literatura metaficcional, está contenido una parte del viaje de Lengerke:

Lengerke desvía del escenario los ojos y los posa sobre las dos Santa Cruz, vestidas de blanco, sobre cubierta; mira al frente y ve la línea de la orilla, la selva cerrada, y más arriba el cielo de la tarde. El barco va avanzando lentamente por entre las filas de los palcos, se oyen el ruido de las palas en el agua, los chillidos de los micos asustados, el chapoteo de los caimanes disturbados que se sumergen; la Nodier aparece en una ventanilla del camarote, llamándolo, pero se interpone la sotana crítica del padre Alameda. El barco va a atracar, justo, ante el escenario, y de él salta Alí que anuncia que están rodeados. Gemma, a gritos, lo denuncia, lo acusa ferozmente. Pascual la retiene, y apunta la pistola a un barril de pólvora. Se retiran los gendarmes; Pascual, finalmente, la perdona otra vez: "La perfección debe conservarse, y vos sois un monstruo perfecto. Vivid para vergüenza y deshonor de vuestra raza." Pascual se rinde, y le ahorcarán. Telón. La tripulación y los pasajeros aplauden, Lengerke se da cuenta que el teatro está dentro del barco, y de que deben seguir viaje. La charla le rodea, ve a lo lejos a la Nodier que le mira por encima del hombro del inglés. Dentro de poco desaparecerá de su vida, el barco le recuerda que debe seguir el viaje, ya sabe a dónde ir, hay una palabra que ha oído por primera vez, como un santo y seña: Santander (Gómez, 2003, pp. 39-40).


Notas

1 "Huevos con tocino o chorizo", mencionados por el narrador de Don Quijote de la Mancha, en la primera página de la novela.
2 Conjunto de asociaciones cuyos símbolos derivan del oficio del albañil. Practican la solidaridad entre sus miembros; éstos se clasifican en una serie de grados, que varían según los ritos, y se reúnen en unas asambleas llamadas logias, más o menos independientes entre sí. Las logias suelen reconocer la autoridad de un organismo superior denominado Gran Logia o, algunas veces, Gran Oriente. Los orígenes de la masonería son muy oscuros y han sido desfigurados por una serie de leyendas. Hoy día la opinión más generalizada es que hay que buscarlos en los antiguos gremios de los albañiles ingleses ().
3 "Muñecas rusas que se meten unas adentro de las otras" (Buenaventura, 2000, p. 11).


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