Una escritora olvidada
Gertrudis Segovia tiene el dudoso honor de ser parte de un numeroso grupo de escritoras olvidadas. Las fuentes que hablan sobre Gertrudis son escasas, tanto es así que ni siquiera es posible saber con exactitud la fecha de su nacimiento. Se estima que nació alrededor de 1880, en la capital hispalense, en el seno de una familia noble. Su padre, Gonzalo de Segovia Ardizone, ostentaba el título nobiliario de Conde de Casa Segovia y fue académico de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras desde el año 1872. Su afición por la literatura lo llevó a establecer amistad con Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea -más conocida por su seudónimo masculino Fernán Caballero-, Luis Montoto o Carlos Fernández Shaw, con quienes la propia Gertrudis seguirá cultivando relaciones a lo largo de su vida.
La dedicación y el compromiso de Gonzalo de Segovia con la literatura fue indiscutible; escribió varios ensayos literarios y cultivó la prosa y la poesía, algo que le valió la consideración de los escritores de la época. Además, como presidente de la Academia Sevillana, efectuó el traslado de los restos del poeta Gustavo Adolfo Bécquer desde Madrid a Sevilla en abril de 1913. Dicho acto se reseña en el periódico de La Vanguardia, el cual anuncia el discurso que dará el Conde de Casa Segovia junto con su hija Gertrudis, a quien se describe como una inspirada poetisa. Sin duda, fue su padre quien le transmitió el gusto por las letras, como ella misma afirmará en el primer poema de su libro Poesías, dedicado a la figura paterna1:
No busques en mis trovas, padre amado
galana forma, ni potente idea:
ecos son de mi alma, ritmo alado
que de su fondo surge y aletea.
Tú á pensar me enseñaste
y con tus dulces besos
desde niña dejaste
dentro del corazón, muy hondo impresos
el sentir de la ardiente poesía (Segovia 1).
Además de sus cometidos literarios, Gonzalo de Segovia también se dedicó a los negocios, como su padre, el fundador del Banco de Sevilla, y a la vida política. Fue diputado en las cortes y gobernador civil de varias provincias, entre ellas Toledo, Canarias o Gerona, donde su familia vivió durante algunos años. A pesar de la exigüidad de las fuentes documentales, es posible deducir que la relación entre padre e hija fue muy estrecha, pues ella asistió con cierta frecuencia a los actos oficiales junto con su padre, y en estos comenzó a realizar sus primeros recitales de poemas, así como a establecer nuevos vínculos con personalidades de las letras.
La madre de Gertrudis, Natalia Álvarez Guijarro, también descendía de una familia noble: su madre, Manuela Guijarro y Gonzalo del Río, fue hija del noble Francisco Guijarro de Ripoll, y su padre, Fernando Álvarez Martínez, fue heredero del cuantioso patrimonio de Medina de Pomar, en Burgos, y estuvo involucrado en política durante muchos años. Si bien poco se sabe de la relación de Gertrudis con la madre, sí podría afirmarse que sus relaciones familiares, tanto por parte materna como paterna, le abrieron las puertas de los círculos literarios de la época, especialmente gracias a la influencia del padre. Sin embargo, fue su talento para la escritura, particularmente el género de los cuentos infantiles, lo que, sin duda, atrajo la atención de la crítica que la paragonó a Bécquer por sus versos2, y a Hans Christian Andersen por sus cuentos.
La escritora y periodista María Luz Morales dedica unas líneas a Gertrudis Segovia en un artículo publicado en el periódico La Vanguardia, en el año 1922, y la sitúa como una de las tres sucesoras de la huella de María de Francia, la primera escritora que introdujo al personaje de las hadas en la literatura latina. Los cuentos de Gertrudis se describen por ser "tan maravillosamente bellos como poco conocidos" y afirma que su publicación "le ha valido el renombre de 'el Andersen español'" (Morales 16). El hecho de que tan solo diez años más tarde de su más aclamada edición, Cuentos de hadas, Morales afirmara que eran poco conocidos, es un indicio de la facilidad con la que esta escritora cayó en el olvido.
El universo literario de Gertrudis Segovia y la recepción de su obra
La producción literaria de Segovia, a pesar de ser sucinta, despertó el interés entre el público y la crítica de su época. Poco se conoce de sus inicios en la vida literaria, pero según Méndez Bejarano, sus primeros acercamientos fueron a través de la poesía. Gertrudis comenzó a publicar breves composiciones poéticas en distintos periódicos y revistas3, estas dejaban entrever la naturalidad y la facilidad que tenía para la versificación, como ella misma escribe:
Tonadas de mi tierra
dulces tonadas,
á la pluma se vienen,
sin yo buscarlas (Segovia, Poesías, 183).
De hecho, Gertrudis Segovia despertó la atención de distintos críticos, algunos con una trayectoria tan reconocida como el premio Nobel Jacinto Benavente, que no dudaron en elogiar su talento para la poesía y la literatura infantil. Publicó un total de cuatro obras: Poesías (1911), prologado por Francisco Rodríguez Marín; su célebre Cuentos de hadas y Mientras cae la nieve: nuevos cuentos de hadas, dos libros de cuentos infantiles publicados en 1912, y una novela romántica, Juan de Mendoza (1914).
Sin duda, Cuentos de hadas será su publicación más celebrada por la novedad que presenta este género en España, ya que, como Alberto de Segovia sentencia, "En España no hay Literatura para el niño" ("El niño" 6). Esta apreciación es compartida por otros escritores, como Andrés González-Blanco, que critica la falta de lecturas infantiles escritas en nuestro país y afirma: "En Inglaterra [...] los cuentos de hadas florecen como cosecha anualmente renovada. Aquí en España apenas nos cuidamos de eso, porque aquí nos preocupan poco los niños, cuando debieran preocuparnos más que los hombres, [...]" ("Los libros" 10). Jacinto Benavente también confirma la escasa tradición que tiene este género en la literatura española, la cual traía casi siempre cuentos de escritores extranjeros como de Amicis, los hermanos Grimm, Andersen o Perrault4.
El éxito de los cuentos fue tal que su obra fue traducida al inglés, algo nada habitual para los escritores de inicio de siglo. La escritora norteamericana Elisabeth Vernon Quin se encargó de la traducción que fue publicada en el año 1918 por la editorial Frederick A. Stokes Company bajo el título The Spanish Fairy Book. La prensa, concretamente el diario El Fígaro, se hizo eco de la noticia y señaló la excepcionalidad de la publicación de Gertrudis: "Los Cuentos de hadas, de Gertrudis Segovia, son una valiosa aportación española a este género literario para la infancia, tan poco cultivado, por desgracia, dignos de colocarse al lado de los clásicos de Andersen, de Schmid y de Perrault" (El Fígaro 4).
A pesar de lo novedoso de los cuentos, su obra, tanto poética como narrativa, no se caracteriza por la innovación estilística o la experimentación, y se aleja de las vanguardias propias de principios de siglo, al igual que de la corriente literaria anterior. Esta cualidad fue bien acogida por los críticos más conservadores como González-Blanco, quien elogia los cuentos de hadas en oposición al realismo y naturalismo, y califica de "patrañas, puestas frente á la divina y suprema inverosimilitud de los cuentos de hadas" ("Una nueva poetisa" 10); Eduardo Gómez de Baquero, que aplaude la valentía de la escritora por publicar cuentos de hadas en un momento en el que "por mal digerido espíritu moderno [...] consideran que es desatino hablar a los niños de hadas" (El Imparcial, 1912), o Alberto de Segovia, que alaba el estilo "limpio, castizo y sencillo" de la escritora sin la "altisonancia ni esos rebuscamientos que constituyen el ideal de tantos literatos modernos" ("La conquista" párr. 8).
La obra de Gertrudis tuvo una modesta difusión entre la crítica, esta se concentró, a grandes rasgos, en un período de tres años. De ella se destacó principalmente su sensibilidad para la escritura: "Tengo en mucho los escritos de Gertrudis Segovia. Porque, si no perfectos y definitivos en cuanto al rasguear de la pluma, alcanzan extraordinaria delicadeza, reveladora de púdicos sentimientos femeniles" (García Sanchiz 10). Son precisamente esos "púdicos sentimientos femeniles" de Gertrudis los más aplaudidos por los círculos de literatura más conservadores, y masculinos, dicho sea de paso. A su parecer, Gertrudis Segovia representaba a la perfección las llamadas cualidades femeninas, tanto por la temática como por el estilo de sus obras. Así, la delicadeza, la sutileza, la ingenuidad, la inocencia, el amor maternal o la transmisión de los valores religiosos serán las características más apreciadas en sus textos, pues cumplía con lo que se esperaba que una mujer pudiera y debiera escribir. Por tanto, no es de extrañar que en los artículos de prensa dedicados a su producción literaria encontremos que su estilo se describe como "delicadamente femenino" (Alberto De Segovia, "El niño" 6), lleno de "afición maternal" (García Sanchiz), con un "espíritu exquisito" (Rodríguez Marín) y "sin afectación, alegre, claro, limpio" como Jacinto Benavente afirma que quiere que sean "todos los libros escritos por mujeres5" (Benavente 64). Se valora su capacidad de unir inspiración con "la discreción y la modestia" (Román), en sus versos se transparentan "bondad, piedad, belleza" (D. Rahola 14) y sus cuentos "tienen una ingenuidad, una sencillez y frescura de concepción y expresión que los hace simpáticos y agradables" (Gómez de Baquero, "Revista Literaria" párr. 3). El sexo de la escritora condiciona hasta tal punto a la crítica que Carlos Rahola, en su reseña a la novela Juan de Mendoza, advierte que es un libro para todos los públicos, pues deja atrás algunos vicios atribuidos a las escritoras, como la cursilería: "No se crea, sin embargo, que este libro ha sido escrito únicamente para señoritas, y que su autora, por el prurito de moralizar, cae en la ñoñez y en la monotonía" (C. Rahola 405). "Escribir para señoritas" significaba transmitir todos los valores y la estructura moral de la nueva mujer, diseñada por varones, que comienza a proyectarse a lo largo del siglo XIX. La mujer, que ve en la Virgen María el modelo a seguir6, destaca por su virtud moral, su fortaleza y bondad espiritual, además de su empeño en mantener las buenas costumbres y el orden de la familia.
De hecho, tras haber contraído matrimonio con el médico Diego Guigou, en abril de 1915, Gertrudis y Diego se establecieron en Santa Cruz de Tenerife y, a partir de ese momento, no se tienen noticias de que posteriormente publicara otras obras7. A pesar de no saber con exactitud los motivos por los que no volvió a publicar más, es posible que el cuidado de los seis hijos de Diego Guigou y las tareas que desarrollaba en el hospital infantil -conocido como el hospitalito, fundado por su marido en Santa Cruz de Tenerife en el 1901- le restaran tiempo para dedicarle a la escritura. No obstante, no abandonó por completo la actividad literaria, pues se tiene constancia de que escribió algunos poemas en la prensa y realizó unas colaboraciones puntuales, como la que aparece en Quien no vió a Sevilla., una obra colectiva, publicada en 1920, que exalta las características de la ciudad y que contó con la participación de los principales escritores que cultivaron el regionalismo andaluz (Urioste-Azcorra 108). Respecto a la expresión local y el regionalismo, esta será una particularidad de su producción literaria, especialmente poética, en la que nos centraremos en el siguiente apartado.
La poesía de Gertrudis Segovia
La inclinación de la escritora por cultivar un género poético tradicional y alejado de las nuevas tendencias que emergieron en los albores del siglo XX (Plaza Agudo 415), así como su breve actividad literaria, son dos de los posibles factores que incidieron en la discreta presencia que tuvo en el ámbito poético de aquel momento, y su posterior olvido8. Lejos de cualquier influjo modernista, en su poesía predominan los temas locales y costumbristas, el amor y la exaltación de la patria9, la religión y la cotidianidad, todo ello bajo la óptica de una fuerte moral católica. Dedica gran parte de los versos a su ciudad natal, a España, pero también a la figura materna y paterna, y, de manera recurrente, manifiesta su devoción religiosa. Alberto de Segovia la considera una gran poetisa y reconoce la escuela de Fernández Shaw en sus versos ("La conquista"). Por su parte, González-Blanco, en su artículo en el diario La noche, la define como "una de nuestras más inspiradas poetisas" ("Los libros" 10), y como Gómez de Baquero afirma, Gertrudis "escribe con soltura, tiene inventiva e instinto poético" ("Revista Literaria" párr. 3).
A pesar de la consideración de personalidades reconocidas en el ámbito literario, su nombre, como sucede con muchas escritoras, forma parte de muy pocas antologías. Gertrudis Segovia es una de las tres mujeres, junto con Emma Calderón y de Gálvez y Emilia Danero, que aparece en la Antología de poetas andaluces, publicada por Enrique Vázquez de Aldana y Bruno Portillo en 1914. Rafael Cansinos Assens menciona a Gertrudis en su libro La nueva literatura y, si bien no la considera una gran poetisa10, define sus obras narrativas como "libros de una belleza concentrada" (Cansinos Assens 128). Años más tarde, en 1953, Enrique Vázquez de Aldana incluyó a Gertrudis Segovia en su antología Safo en Castilla: Antología de más de doscientas poetisas españolas, en sonetos ortodoxos, y escogió un soneto dedicado a su país natal, España.
Soy la patria feliz donde ha nacido
el gran Cervantes y el divino Herrera;
de Murillo, Velázquez y Ribera,
Zurbarán y Morales cuna he sido.
Héroes sin fin mi suelo ha producido,
que, agrupados en torno a mi bandera,
la siguieron amantes por doquiera,
con gloria el vencedor y honra el vencido (Segovia, Safo en Castilla, 113).
Este soneto fue muy bien acogido por la crítica, tanto es así que José María Román lo reproduce íntegramente en su artículo dedicado a la poetisa, publicado en el Siglo Futuro el 5 de septiembre de 1911, y declara que "Cuando el género es bueno su mayor elogio está en el mismo, y nada iguala á su propia exhibición" (párr. 17). En sus composiciones se observa que Gertrudis enaltece su patria, bien ensalzando figuras relevantes, bien a través del carácter local. Respecto a las figuras relevantes, encontramos algunos poemas como el que la poetisa dedica al escritor Marcelino Menéndez y Pelayo con motivo de su muerte. Este soneto, titulado "A la memoria de Menéndez y Pelayo", fue escrito el 1 de junio de 1912 y publicado en la revista Cultura Hispano-Americana. En él, Gertrudis exalta las virtudes del polígrafo y celebra la herencia cultural que ha dejado en las letras españolas, pues sus aportaciones "vencerán al olvido y á la muerte" y será su legado el que se "difunda para alumbrar las letras castellanas" (64). En ese año, en el mes de octubre, publicará en la misma revista otra composición poética dedicada a Rafael Reyes Prieto, más conocido como el general Reyes, presidente de la República de Colombia entre 1904 y 1909, y su travesía junto con un estadounidense, en un momento de guerra entre España y Estados Unidos. Gertrudis ensalza a España y a Colombia, pues considera que todos los territorios conquistados por España forman, desde siempre, parte del mismo sentimiento patriótico y amor por la península ibérica:
¡Colombia!, la nación grande y valiente.
¡Colombia!, la que ostenta en su bandera
matices "rojo y gualda" cual la ibera,
unidos al "azul" del mar rugiente,
como si al mundo su color dijera:
-No existen valladares:
las dos somos hermanas;
unen á las dos razas castellanas
en abrazo de amor los anchos mares (Segovia 17).
Como se ha comentado anteriormente, el amor por la patria y el carácter regional aparecen en diversas composiciones, un hecho que también ayuda a recomponer fragmentos de su vida y conocer los lugares en los que vivió. En estos poemas, todos ellos publicados en su libro Poesías, Gertrudis expresa la añoranza que siente por su país y por su ciudad natal, la patria grande y la patria chica11. Un ejemplo de ello es la composición "A Sevilla", escrita desde la ciudad de Buenos Aires, un lugar en el que transcurrió algunos años de su vida12, que termina con un grito de nostalgia, un deseo de regreso:
¡Oh patria que adoro, que amante me llamas; allá entre tus muros anhelo vivir; allá entre tus flores y bajo tu cielo, quisiera morir! (Segovia 9).
"A Sevilla" y "Recuerdos de Sevilla" son dos composiciones poéticas que evidencian su amor y la nostalgia que siente por su ciudad, "la tierra más bella del suelo español" (Segovia 5). En ambos poemas se recogen algunas descripciones que atañen a los aspectos más tradicionales de la ciudad y, prisionera de la nostalgia, evoca el Guadalquivir, la Giralda, la Torre del Oro, así como a los grandes artistas sevillanos, los barrios tradicionales o la indumentaria típica de la ciudad, como la mantilla. Para Gertrudis, Sevilla no es solo el lugar natal sino "la cuna de unas costumbres, gentes y paisajes difícilmente comparables a otro lugar o país" (Sánchez Domínguez 23-24). Unido a la exaltación de los aspectos más pintorescos de la ciudad, la escritora va más allá y utiliza una serie de recursos sensoriales para describirla, con el fin de acercar más al lector a la capital hispalense y que este pueda sentir los aromas y los sonidos de la ciudad, tal y como ella los recuerda. En "Recuerdos de Sevilla", Gertrudis menciona el sonido de Sevilla, caracterizado por los "rasgueos de guitarras / tiernos cantares" (Segovia 185), y al olor de la ciudad, impregnado de:
Aromas de jazmines,
rosas, jacintos,
de azahares, claveles,
y de junquillos;
de margaritas,
de azucenas y nardos
y clavellinas (Segovia 185).
En el poema "A Sevilla", la poetisa alude a la propia sensorialidad del nombre de la ciudad, que su "oído acaricia" (Segovia 5) y su recuerdo visual de los blancos patios, del cielo, el sol y la luz de la capital.
A pesar de la dificultad para recomponer su itinerario vital, es posible que, tras su período en Buenos Aires, Gertrudis volviera a España y se estableciera en Toledo13. Si bien la vinculación de la escritora con la ciudad manchega no aparece en las fuentes disponibles, se sabe que su padre fue nombrado gobernador en esta ciudad en 1909, por lo que es probable que su familia se instalase durante un tiempo en esta localidad14. Toledo, sin duda, impresionó de alguna manera a Gertrudis, quien dedicó cuatro poemas a la ciudad: "¡Salve, Toledo!", "La romería de la Virgen del Valle", "La ermita de la guía" y "La casa del Greco". Estas cuatro composiciones aparecen consecutivas en su libro Poesías, y "¡Salve, Toledo!" abre este pequeño homenaje a la ciudad. Esta poesía hace un recorrido por los más insignes elementos de la ciudad, desde el Tajo, cuyo caudal hace brotar la naturaleza "porque á Toledo / quiere obsequiar" (Segovia 99), hasta su historia, y menciona personas tan relevantes como el Cardenal Cisneros, el arzobispo Pedro González de Mendoza o el Greco. Por su belleza y su riqueza cultural, la ciudad causa tal fascinación en la escritora que describe Toledo como un lugar de inefable deleite:
¡Bello conjunto
tú eres, Toledo,
al que mi lira
quiso cantar;
mas no ha sabido
decir tus glorias,
ni tu grandeza
pudo expresar! (Segovia 105).
La lira que Gertrudis compone abdica ante la esplendorosa Toledo, y se crea así una paradoja, pues trata de escribir sobre lo indecible, lo inefable, transformando la ausencia de palabras en la auténtica riqueza de la descripción de la ciudad: a través del poema se descubre su belleza precisamente por la ausencia de la palabra.
En lo que concierne a las dos composiciones que la preceden, "La romería de la Virgen del Valle" y "La ermita de la guía", si bien tratan un argumento de índole religioso, Gertrudis no pierde ocasión para volver a enaltecer la belleza de la ciudad. El encanto de Toledo lo eleva a tres niveles: poético, artístico y natural, y, como reflejan sus versos "de esta augusta trinidad, radiante / surgió ante el mundo la sin par Toledo." ("La ermita de la guía" 115). El poema que cierra su particular homenaje a la ciudad manchega se titula "La casa del Greco", una composición dedicada al Marqués de la Vega Inclán, fundador de la Casa y Museo del Greco. En este poema, además de elogiar a uno de los más insignes pintores del Renacimiento español, la escritora homenajea a Vega Inclán por su empeño en recuperar y restaurar la figura del Greco:
Por eso al que me enaltece,
de ingenio grande y cabal,
que me saca del olvido
y mi nombre quiere honrar,
de iluso ya le motejan,
¡preciada y gran cualidad
que en estos y aquellos tiempos
patente de genio da! (Segovia 128-129).
Tras su paso por Toledo, Gertrudis trascurrió un breve período de tiempo en Santa Cruz de Tenerife, lugar donde el Conde de Segovia fue nombrado gobernador en 1913, y tras una breve estancia se marchará a Gerona15 junto con su padre, de nuevo elegido como gobernador en la ciudad catalana. De su vinculación con Gerona y el aprecio por su cultura, también deja testimonio a través de su poesía, concretamente en el poema "La Sardana". En esta composición, dedicada al baile tradicional "que es alma de la tierra catalana", Gertrudis aprovecha la ocasión para rendir homenaje al folclore regional español, y destaca el eclecticismo de la sardana y su mezcla de las distintas tradiciones:
La reina de las danzas populares
tiene de seguidilla la alegría,
junto con el plañir de soleares;
y con la languidez de la muñeira,
el dulce susurrar de la folia;
y une al gallardo salto de la jota,
el aire señoril de la gavota ("La Sardana" 16).
Este poema es revelador por tres motivos: en primer lugar, fue la primera poesía que la escritora dedicaba a la ciudad catalana en la que vivió algunos años; en segundo lugar, este poema fue compuesto alrededor de 1914, cuando estaba preparando otras dos publicaciones de las que no se tiene constancia que vieran la luz: Narraciones y leyendas y Poemitas16. "La Sardana" era uno de los poemas que habría formado parte de este último volumen y que publicó en primicia en el suplemento literario de El autonomista en diciembre de 1914. Por último, Gertrudis recitó este poema el día 25 de junio de 1927, tal y como publica la noticia del diario La Prensa un día más tarde, en ocasión de la exposición de acuarelistas catalanes en el Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife. Este es uno de los pocos testimonios que recogen su presencia en la vida cultural después del año 1915, y es significativo, además, que recitara un poema escrito trece años antes, por lo que, como se anotaba anteriormente, es de suponer que su actividad literaria no fuera tan proficua tras haber contraído matrimonio.
Además de los temas regionales y los motivos patrióticos, la poesía de Gertrudis Segovia también se caracteriza por el fervor religioso, que es una constante en su obra poética. De hecho, esta llegó a ser considerada como la sucesora de Carolina Coronado: "[...] es poetisa de sentimiento y de fe; la religión inspira muchos de sus cantos, y todos son serios, tiernos, y tales, que creemos encontrar en quien así escribe la que puede llenar la falta que se ha producido en nuestras letras la muerte de nuestra ilustre amiga Carolina Coronado" (Bal-bín de Unquera 25). González-Blanco destaca la religiosidad de Gertrudis como una de sus principales cualidades, que sabe trasladar a sus versos y hace de su poesía "una poesía seria, sincera, católica", lejos de los artificios y de las nuevas tendencias modernas. Sus poesías de carácter religioso le valieron numerosos reconocimientos, y llegó incluso a ser premiada en un certamen literario, celebrado con motivo del XXII Congreso Eucarístico Internacional, que tuvo lugar del 25 al 29 de junio en Madrid. Los premios del certamen se entregaron en el Teatro Real, el día 26 de junio, y la poetisa sevillana fue premiada por su composición "A la Sagrada Eucaristía", tal y como recoge el número 109 de la revista Hojas selectas y que, además, incluye un retrato de la autora.
Una de las composiciones religiosas que la crítica ha resaltado con mayor atención es "A Santa Teresa de Jesús", un canto en el que la escritora alaba la figura de la santa. Al igual que santa Teresa, Gertrudis vive también la experiencia extática cada vez que se acerca a su figura, que enaltece por su bondad y virtud, pero también por su sabiduría y sus dotes para los versos. La poetisa parece establecer con santa Teresa una gran intimidad, tanto que la invoca utilizando su nombre, algo que implica cercanía y familiaridad, como se observa en los siguientes versos: "Teresa, mi encanto, mi madre adorada" (Segovia 34); "¡Teresa! la insigne, que el orbe enaltece" (35); "La fe de Teresa me anime y aliente" (36). Sin embargo, lejos de situarse al mismo nivel, Gertrudis se degrada frente a la magnanimidad de la santa e implora a Dios que le ayude a inspirar su canto:
Yo, barro y escoria,
mi frente inclinando, postrada de hinojos,
con llanto en el alma, con llanto en los ojos,
me acojo á tus plantas, envuelta en su manto.
¡Oh Dios fuerte y bueno! ¡Oh Dios grande y santo,
inspira mi canto! (35).
La poetisa, absorta en la belleza y la grandeza, experimenta lo sublime, y las palabras parecen exceder a toda forma de expresión posible frente a santa Teresa. En este sentido, Gertrudis reproduce la experiencia de aquello que no logra decir, una experiencia imposible caracterizada por la ausencia de la palabra escrita que es, a su vez, la expresión de su vivencia.
No supe, Madre mía,
cantar bien tus loores:
perdona mi osadía;
¡me ciegan de tu luz los resplandores
más brillantes que el sol de mediodía!
Tu gloria mis intentos desconcierta,
[...] (37).
La escritora, con actitud sumisa, reconoce con humildad su dificultad para la elogiar, a través de los versos, la figura de santa Teresa y pide perdón, sirviéndose del acostumbrado ejercicio retórico de la Captatio benevolentiae al que suelen recurrir muchas escritoras. Gertrudis deja claro su inferioridad ante la grandeza de la santa y, pese a la familiaridad con la que se refiere a esta en algunos versos, establece una jerarquía entre ambas y pone de manifiesto su obediencia y humildad hacia ella. Esta retórica también aparece en el poema "A la madre Barat" en el que, tras ensalzar su grandeza y declarar el amor que siente por ella, la escritora se sitúa en un plano de inferioridad frente a la madre Barat, y alude a su condición indigna y su falta de virtudes, en un ejercicio de afectada modestia:
¡Madre Barat! á ti vengo:
tu ruego todo lo alcanza;
mérito ninguno tengo;
pero si tu amparo obtengo,
se colmará mi esperanza (Segovia 208).
Consideraciones finales
La recuperación de la obra de Gertrudis Segovia es una tarea pendiente en la literatura española. Sus publicaciones, si bien no son numerosas, son de gran valor por la temática, los géneros que trabajó y su estilo. De su educación conservadora queda huella en sus escritos, que ensalzan el valor cívico de las emociones, el patriotismo, los afectos familiares y la religiosidad. Fue una de las primeras mujeres en cultivar el género de los cuentos de hadas en España y, además, su obra tuvo una notable repercusión más allá de las fronteras del país. Asimismo, los versos de Gertrudis Segovia deberían ser contemplados dentro una corriente de regionalismo literario, pues, sirviéndose de las características de los distintos lugares, las costumbres, los paisajes y el folclore, la escritora logra recrear escenas cotidianas de las ciudades en las que vivió y plasma, a su vez, un fuerte sentimiento nacionalista.
El sentimiento religioso y la transmisión de los valores católicos son, sin duda, otros de los grandes temas de su poesía, a los que dedica numerosas composiciones, especialmente dirigidas a mujeres santas o beatas con el fin de elogiar su figura y redimirse ante su grandeza. La escritora, condicionada por el prurito de moralizar, carga en sus obras con la responsabilidad de transmitir los valores familiares, patrióticos y religiosos, especialmente en su poesía, y educar a los más pequeños, como sucede en sus cuentos de hadas. Sin duda, Gertrudis Segovia contribuyó a la transformación de la literatura española y su legado cultural merece ser estudiado con el objetivo de ampliar el canon literario femenino y reconstruir parte del patrimonio andaluz.