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Cuadernos de Desarrollo Rural
Print version ISSN 0122-1450
Cuad. Desarro. Rural vol.10 no.72 Bogotá July/Dec. 2013
Mujer, actividad emprendedora y desarrollo rural en América Latina y el Caribe*
Women, Entrepreneurship and Rural Development in Latin America and the Caribbean
La femme, l'entrepreneuriat et le développement rural en Amérique Latine et le Caraïbes
Inmaculada Buendía-Martínez**
Inmaculada Carrasco***
*Artículo de reflexión realizado con financiación propia de las autoras, quienes agradecen las valiosas aportaciones de los evaluadores anónimos.
**Doctora en Ciencias Económicas y Empresariales, profesora del área de Política Económica de la Universidad de Castilla-La Mancha (España). Correo electrónico: inmaculada.buendia@uclm.es
***Doctora en Ciencias Económicas, profesora del área de Política Económica de la Universidad de Castilla-La Mancha (España). Correo electrónico: inmaculada.carrasco@uclm.es
Recibido: 2013-02-12 Aceptado: 2013-02-14 Evaluado: 2013-06-30 Publicado: 2013-12-30
Cómo citar este artículo
Buendía-Martínez, I. & Carrasco, I. (2013). Mujer, actividad emprendedora y desarrollo rural en América Latina y el Caribe. Cuadernos de desarrollo rural, 10 (72), 21-45.
Resumen
El mundo rural está en transformación. El desarrollo rural requiere cambios que permitan la revalorización de las áreas rurales sobre nuevas fuentes de renta. La participación activa y formal de las mujeres en esta mutación resulta clave, aunque se necesitan instrumentos económicos para fomentar su empoderamiento. La finalidad de este artículo es analizar las relaciones entre empoderamiento femenino, actividad empresarial y desarrollo rural en América Latina. Para ello, se ha realizado un Modelo de Ecuaciones Estructurales, con la técnica de Mínimos Cuadros Parciales. Los resultados confirman las relaciones de dependencia entre el empoderamiento femenino y el desarrollo rural por medio de la actividad emprendedora y del desarrollo.
Palabras clave autoras: Empoderamiento femenino, desarrollo rural, empresariado femenino, desarrollo, nueva ruralidad, América Latina, crecimiento económico.
Palabras clave descriptores: Mujeres, desarrollo de la comunidad, aspectos socioeconómicos, región Caribe, Modelo de Ecuaciones Estructurales.
Abstract
The rural world is in transformation. Rural development requires changes that allow the revaluation of rural areas on new income sources. The active and formal involvement of women in this mutation is essential, though economic instruments are needed to promote their empowerment. The purpose of this article is to analyze the relationship between female empowerment, entrepreneurship and rural development in Latin America. To that end, a Structural Equation Model has been performed with the Partial Least Squares technique. The results confirm the dependency relationship between female empowerment and rural development through entrepreneurship and development.
Keywords author: Female empowerment, rural development, women entrepreneurship, development, new rurality, Latin America, economic growth.
Keywords plus: Women, community development, socioeconomic aspects, Caribbean region, Structural Equation Model.
Résumé
Le monde rural est en train de se transformer. Le développement rural a besoin de changements qui permettent la revalorisation des zones rurales sur des nouvelles sources de revenus. La participation active et formelle des femmes dans ce changement est clé, même si, pour développer son autonomisation, il y a besoin des outils économiques. Le but de cet article est l'analyse des relations entre l'autonomisation féminine, l'entrepreneuriat et le développement rural en Amérique Latine. Pour cela, un Modèle d'Equations Structurelles a été fait avec la technique des Moindres Carrés Partiels (PLS). Les résultats confirment les relations de dépendance entre l'autonomisation féminine et le développement rural à travers de l'entrepreneuriat et du développement.
Mots-clés auteurs: Autonomisation féminine, développement rural, patronat féminin, développement, nouvelle ruralité, Amérique Latine, croissance économique.
Mots-clés descripteur: Femmes, développement communautaire, questions socio-économiques, région des Caraïbes, Modèle d'Equations Structurelles.
Introducción
América Latina es una región de contrastes. Pese a que en la última década el crecimiento económico de la región ha permitido que la pobreza disminuya, los últimos datos sitúan su nivel en 30% de la población; la reducción del elevado grado de desigualdad en la distribución de los ingresos se mantiene como uno de los grandes desafíos (Cepal, 2012; OCDE1 y Cepal, 2012). Esta situación es más crítica en el entorno rural que aglutina 46% de la población con los mayores niveles de pobreza, concentrados en agricultores sin tierra, población indígena, mujeres y niños (Cepal, 2011).
La agricultura es el eje del mundo rural latinoamericano, no solo por su alta contribución al empleo y al Producto Interior Bruto (PIB) sino por el potencial de la producción agrícola, que le permite ser uno de los principales contribuyentes a la seguridad alimentaria global (Cepal, FAO e IICA, 2012). Pero el nuevo entorno económico internacional, marcado por la globalización, requiere que se desarrollen otras funciones basadas en el medio rural, considerado este como una entidad socioeconómica (Dávila Ladrón de Guevara, 2005). La nueva ruralidad, entendida como "un enfoque muy latinoamericano de los estudios rurales" (Kay, 2009, p. 609), representa una mutación en la concepción de los espacios rurales (De Grammont, 2004), caracterizados por una mayor presencia de actividades económicas productivas secundarias y de servicios, lo que transforma el ámbito tradicional rural, basado casi exclusivamente en actividades agrícolas (Kay, 2009). De este modo, esta nueva ruralidad puede ser interpretada como "una forma de reconsiderar el desarrollo rural en términos de una variedad de metas normativas tales como lograr reducir la pobreza; la sustentabilidad ambiental; la equidad de género; la revaluación del campo, su cultura y su gente; facilitar la descentralización y la participación social; superar la división rural-urbana, y garantizar la viabilidad de la agricultura campesina" (Kay, 2009, p. 613).
Si bien el término nueva ruralidad goza de una popularidad creciente, su contenido multidisciplinar genera concepciones diversas según la óptica de análisis. Así, desde la perspectiva económica, el nuevo contexto requiere proyectos de desarrollo territorial rural basados en tres aspectos: la reestructuración de los espacios rurales hacia los mercados sobre la base de la competitividad; la asociación/colaboración entre los diferentes agentes implicados; y una visión transformadora del territorio (Shejtman y Berdegué, 2004). En esta nueva dinámica, la actividad emprendedora tiene un papel central, en tanto representa el vehículo para mejorar la calidad de vida de la población, y puede hacer sostenible la economía y el medioambiente de las comunidades rurales. Se señala, en este punto, que la relación entre actividad emprendedora y crecimiento económico ha sido verificada por diferentes estudios (Acs, Braunerhielm, Audretsch y Carlosson, 2009; Galindo, Guzmán y Ribeiro, 2009), que la han identificado como el eslabón perdido del proceso de crecimiento (Audretsch, 2005). Esta idea de desarrollo enfatiza la necesidad de que sean los propios espacios los que busquen respuestas a los problemas socioeconómicos que se les plantean, y que decidan las sendas por las que deben orientar su desarrollo, con énfasis en la participación local de la ciudadanía, la identidad regional, la movilización de los recursos propios y la mayor participación desde los ámbitos locales y regionales en el proceso de toma de decisiones (Vázquez Barquero, 1993).
En este doble marco conceptual de partida, nueva ruralidad y desarrollo territorial (o local), la dinamización del desarrollo (rural) demanda la participación activa de todos los agentes. En los ámbitos rurales de los países en desarrollo, las mujeres tienen una función de primer orden en el logro de la seguridad alimentaria mundial, al producir más de la mitad de los alimentos cultivados. A pesar de ello, las desigualdades de género en el acceso a los recursos las sitúan en desventaja relativa respecto de los hombres, en cuanto a participar, contribuir y beneficiarse de los procesos de desarrollo (Naciones Unidas, 2005). La igualdad de género en la distribución de los recursos económicos y financieros tiene efectos multiplicadores positivos. Diferentes estudios muestran que la reducción de la brecha de género en la agricultura, generaría resultados significativos tanto para el sector agrícola como para la sociedad en su conjunto. Se calcula que un aumento de 30% de recursos productivos por parte de las mujeres, podría reducir el hambre en 17% y aumentaría la producción agrícola de los países en desarrollo en torno a 4% (FAO, 2012a).
Si bien desde una perspectiva teórica, son muchos los trabajos que versan sobre los impactos del empoderamiento femenino desde la óptica económica, los estudios empíricos son reducidos y, en la mayoría de los casos, centrados en el aspecto microeconómico; por otra parte, las investigaciones desde la óptica macroeconómica son las menos frecuentes. Es por ello que este trabajo pretende contribuir a la literatura existente mediante el análisis empírico de las relaciones entre empoderamiento femenino, actividad emprendedora y desarrollo rural de la totalidad de países de América Latina y el Caribe.
1. Empoderamiento femenino, actividad emprendedora y desarrollo rural
El mundo rural está en transformación. La desterritorialización, consecuencia de la globalización, tiene en el proceso de reterritorialización un mecanismo compensador de la pérdida de protagonismo de la sociedad rural (Entrena Durán, 1998). Así, el nuevo modelo de desarrollo rural, denominado posproductivista o territorial, se corresponde con una ruralidad "desagrarizada" de manera creciente (Sampedro Gallego y Camarero Rioja, 2007), por lo que la revalorización de los espacios rurales ha de fundamentarse en nuevas fuentes de renta (Carneiro, 1998) . Para esto, las acciones deben basarse sobre una perspectiva endógena (Ray, 1999) que identifica el territorio como agente de transformación (Vázquez Barquero, 1999, pp. 29-30), con el fin de obtener el bienestar económico, social y cultural mediante la participación activa de la comunidad y de la movilización de sus recursos autóctonos (Buendía Martínez y Lins e Silva Pires, 2002).
En esta conceptualización del desarrollo rural, un elemento singular son las relaciones de género, consecuencia de las nuevas identidades de las mujeres en el nuevo contexto, caracterizado por su desarraigo respecto de la agricultura y del medio rural (Sampedro, 1999). En los países en desarrollo, las mujeres cumplen un papel fundamental tanto en la sociedad rural como en su economía aunque con un acceso más limitado, en comparación con los hombres, a los insumos, los servicios, las organizaciones rurales, la infraestructura productiva y la tecnología (FIDA, 2011; 2012)2. En el caso latinoamericano, si bien se han producido avances en la visibilidad de la contribución de las mujeres al desarrollo rural, al reconocerse la multiplicidad de papeles que ellas realizan en los ámbitos familiares, sociales, económicos y culturales, la falta de equidad se mantiene como un problema no resuelto (Echevarría Perico y Ribero, 2002; Ruiz Bravo y Castro, 2011). Desde una perspectiva generalista, el empoderamiento es la expansión de las pertenencias y capacidades de la población pobre para participar, negociar, influir, controlar y hacer responsables a las instituciones que afectan su vida (Narayan, 2002, p. xv11i). Su adaptación a la cuestión de género implica que pueda ser entendida como la habilidad de las mujeres para realizar elecciones estratégicas vitales, que previamente habían sido negadas, y que suponen no solo una transformación en las instituciones, sino también en las estructuras patriarcales (Kabeer, 1999, 2001).
Con todo, la aplicación del empoderamiento a la perspectiva de género, en el desarrollo rural, está basada en "la constatación de que la raíz de las desigualdades reside en el desequilibrio entre las relaciones de poder que obligan a los grupos sociales menos poderosos a posiciones de subordinación, en relaciones de dominación/subyugación" (Cruz Souza, 2007, p. 101). Esta concepción de empoderamiento femenino converge con el engranaje del desarrollo rural, en tanto que ambos procesos están basados en dinámicas de desarrollo ascendentes, en contra de los enfoques descendentes tradicionales. La participación efectiva de las mujeres rurales en el desarrollo de sus comunidades es una condición necesaria que va unida a su adscripción territorial. Este hecho hace que las mujeres sean capaces de mejorar su propio bienestar al actuar directamente sobre los factores que pueden afectarles, lo que deriva en una fuerte interacción con la comunidad y refuerza el sentimiento de pertenencia al territorio. Con base en esta idea, se formula la primera hipótesis:
H1: a mayor empoderamiento femenino, mayor nivel de desarrollo rural en un país
La relación entre empoderamiento femenino y desarrollo rural puede ser analizada desde dos enfoques. Desde una perspectiva macro, el empoderamiento femenino va adquiriendo cada vez más relevancia dado su impacto en el desarrollo de los países. En efecto, considerado como un prerrequisito para lograr los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) (Naciones Unidas, 2010, p. 144), el empoderamiento de las mujeres es una vía efectiva para combatir la pobreza, el hambre, las enfermedades y estimular el desarrollo sostenible, problemáticas muy agudas en las zonas rurales de la mayoría de los países en desarrollo, lo que incluye la región latinoamericana (Naciones Unidas, 2005). De modo más concreto, el empoderamiento como instrumento de desarrollo, permite aumentar la eficiencia económica y mejora los resultados por medio de tres efectos: a) la supresión de barreras para el acceso de las mujeres a la educación, oportunidades económicas e insumos productivos causan aumentos de la productividad; b) la mejora de la posición de las mujeres tiene efectos en los hijos y, por tanto, en la mejora de las condiciones de la próxima generación; y c) la obtención de la igualdad de oportunidades, desde una perspectiva de largo plazo, generará sociedades más representativas e incluyentes (Banco Mundial, 2011a, pp. 3-6). Este planteamiento origina la segunda hipótesis:
H2: a mayor empoderamiento femenino en un país, mayor desarrollo
Desde una perspectiva económica, el desarrollo puede ser entendido como un cambio progresivo y sostenido para alcanzar objetivos individuales y grupales mediante la expansión, intensificación y ajuste en el uso de recursos (Shaffer, Deller y Marcouiller, 2004). Frente a este posicionamiento economicista del desarrollo, se plantea un nuevo paradigma que se apoya sobre estrategias basadas en el territorio (desarrollo local) y con un participación activa de la sociedad (Stiglitz, 1998). Aunque el desarrollo rural recupera la autonomía de las zonas rurales, no es posible considerar este proceso ajeno a las decisiones y relaciones económicas y políticas que se producen a escala global y nacional (Entrena Durán, 1998). En efecto, esta nueva relación local-global permite "entender tanto los procesos generales y estructurales de la producción económica y de las instituciones como las nuevas condiciones particulares en cuanto a recursos, actores sociales, marcos de conocimiento y formas locales de organización" (Ruiz Rivera y Delgado Campos, 2008, p. 80). Pero además, la multidimensionalidad del desarrollo rural implica una base de valores de naturaleza posmaterialista (Entrena Durán, 1998), vinculada con el desarrollo tecnológico y el crecimiento económico, de tal forma que aquellos países con una mayor riqueza registran un mayor cambio cuando adoptan nuevos valores como la solidaridad, la calidad de vida y el cuidado medioambiental (Inglehart, 2003; 2006). Este proceso de cambio cultural se ve acelerado como consecuencia de la creciente fluidez entre los ámbitos rural y urbano y la difusión de valores culturales entre ambas áreas (Kay, 2009, p. 617). De esta forma, la tercera hipótesis se formularía como sigue:
H3: a mayor grado de desarrollo, mayor nivel de desarrollo rural en un país
Desde una perspectiva micro, el empoderamiento femenino está construido sobre la idea de la autoeficacia y de la importancia de la realización de las mujeres, en cuanto al objetivo de ser agentes de cambio de sus propias vidas (Malhotra y Schuler, 2005). Pero este cambio requiere del acceso a oportunidades y recursos económicos, componente básico del empoderamiento (Naciones Unidas, 2001). Esto tiene una importancia particular en los entornos rurales donde, pese a la importante contribución de las mujeres a las actividades agrícolas y a otras derivadas, su función económica continúa invisible (FIDA, 2012).
De esta forma, la óptica económica del empoderamiento femenino se centra en la realización de actividades generadoras de ingresos, lo que requiere el surgimiento de un empresariado que pueda adoptar diferentes fórmulas (Unfpa, 2007). En los entornos rurales y en aquellos estratos con menos recursos, el emprendimiento femenino está condicionado por la posición de la mujer como sostén secundario del hogar. La falta de oportunidades en el mercado laboral es el principal factor de inducción para elegir la alternativa emprendedora, lo que explicaría que el autoempleo y el empleo en microempresas representen las dos fuentes principales de trabajo remunerado de las mujeres latinoamericanas (Banco Mundial, 2010; 2011b). Con todo, se puede considerar al empresariado femenino como un medio de empoderamiento (Khwaja, 2005) que enriquece y diversifica la actividad emprendedora (Nissan, Carrasco y Castaño, 2012). Esto permite plantear la cuarta hipótesis del estudio:
H4: a mayor empoderamiento femenino en un país, mayor nivel de actividad emprendedora
El empresariado femenino en América Latina y el Caribe está presente sobre todo en el nivel microempresarial: más de la mitad de las microempresas de la región están en manos de mujeres. Esta alternativa emprendedora constituye uno de los puntales del desarrollo rural (Sampedro Gallego y Camarero Rioja, 2007) y una estrategia de supervivencia, no solo porque su presencia es inferior respecto de los entornos urbanos, sino por su ubicación en el sector informal de la economía (Heller, 2010). A pesar de ello, resulta importante como base para formar una masa crítica de emprendedores que aceleren el desarrollo económico de las áreas rurales (Petrin, 1997). Este aspecto es relevante, en especial, si se considera que las regiones rurales más dinámicas económicamente son aquellas que han conseguido aumentar su población activa (OCDE, 2010).
El perfil de la nueva ruralidad en el contexto latinoamericano ofrece importantes potencialidades para el empresariado femenino. Por un lado, aunque la agricultura no constituye por sí sola la principal fuente de renta y de ocupación, resulta necesario promover su reestructuración para conseguir una agricultura competitiva y diversificada basada en emprendimientos agrícolas. Esta alternativa no solo permitirá a los agricultores retener un mayor valor agregado (Buendía Martínez y Lins e Silva Pires, 2002) sino que actuará como un importante agente modernizador para la pequeña agricultura (FAO, 2012b). Por otro lado, el alto potencial económico que ofrecen los activos ligados al territorio, de tipo geográfico, histórico, cultural, paisajístico y ecológico (De Grammont, 2008), permite la reestructuración del espacio rural, con base en el turismo, el ocio, los servicios y la conservación ambiental. En definitiva, se puede afirmar que la actividad emprendedora, en general, y la femenina, en particular, "ejemplifica esa nueva imagen de un medio rural lleno de nuevos recursos y posibilidades, que puede y debe abrirse a nuevas oportunidades de negocio, lejos del paternalismo protector de las políticas agrarias, y en el que el desarrollo debe tener un firme anclaje en los recursos y capacidades locales" (Sampedro Gallego y Camarero Rioja, 2007, p. 123). Todo lo anterior conduce a formular la última hipótesis del trabajo: "a mayor nivel de actividad emprendedora, mayor desarrollo rural en un país".
2. Metodología y datos
Con el fin de contrastar las hipótesis planteadas, se ha desarrollado un Modelo de Ecuaciones Estructurales (Structural Equation Model, SEM) mediante la técnica de Mínimos Cuadros Parciales (Partial Least Square, PLS). De acuerdo con Hair, Anderson, Tatham y Black (1998), esta metodología resulta muy interesante pues combina el análisis predictivo de las técnicas multivariantes clásicas, con el enfoque psicométrico centrado en medir variables latentes (no observadas o constructos), a partir de diferentes indicadores. Para esto se utiliza el análisis factorial. De esta manera, la metodología SEM permite establecer relaciones de dependencia entre constructos (endógenos o exógenos) que intentan reflejar variables que no son medibles de forma directa.
El modelo se ha desarrollado a partir de 30 variables observables o indicadores de 35 países de América Latina y el Caribe3 correspondientes al año 2010. Se han establecido cinco constructos: empoderamiento femenino, emprendimiento, emprendimiento femenino, desarrollo y desarrollo rural. Los indicadores que definen cada uno de los constructos y su fuente respectiva están recogidos en la tabla 1.
3. Modelo, resultados y discusión
La figura 1 representa el modelo PLS (calculado mediante el software estadístico Smart PLS 2.0) y facilita cierta información sobre los indicadores y las relaciones causales entre constructos. La validación del modelo requiere el análisis de sus dos componentes. Por lo que respecta al modelo de medida, su validez y fiabilidad permitirán concluir si los conceptos teóricos representados en los constructos están medidos de modo correcto por los indicadores. Tal y como se recoge en la tabla 2 y en la figura 1, todos los indicadores cumplen con los criterios estándar requeridos:
- Fiabilidad individual: en primer lugar, se comprueba que las cargas estandarizadas sean mayores a 0,7 luego de eliminar todos los indicadores que no cumplían con este criterio. No obstante, aquellas cargas comprendidas entre 0,5 y 0,7 son aceptables siempre y cuando existan indicadores adicionales en el constructo, que permitan realizar una comparación (Chin, 2010, p. 685). Es por ello que los indicadores EMP2, Di, D2, EMTOFi, DR5, DR6 y DR7 han sido aceptados dado que sus valores están muy próximos a 0,7. También ha sido incorporado en el modelo definitivo el indicador D4 (λ=0.55ΐ), al que se le ha otorgado una validez nomológica.
- Fiabilidad de escala o consistencia interna del constructo: en este caso, muestra si los indicadores del constructo tienen una fuerte asociación mutua. El indicador de fiabilidad más común es el alpha de Cronbach, que mide la consistencia interna de una escala multi-ítem. El criterio estándar es una medida superior a 0,7 (Nunnally y Bernstein, 1994; Barclay, Higgins y Thompson, 1995), si bien pueden aceptarse valores superiores a 0,6 (Hair, Black, Babin, Anderson y Tatham, 2006, p. 102). Por su parte, la fiabilidad compuesta indica hasta qué punto cada uno de ellos es significativamente diferente del resto, pues se aceptan valores superiores a 0,85 según Fornell y Larcker (1981) y Fornell (1982), así como comunalidades superiores a 0,5.
- Validez convergente del constructo: la medida más común es la varianza media extraída (Average Variance Extracted, AVE) que refleja la varianza de los indicadores capturada por el constructo en relación con la varianza total. Según Fornell y Larcker (1981) y Fornell (1982), es aceptable una medida superior a 0,5.
- Validez discriminante del constructo: las cargas y cargas cruzadas (loadings y cross-loadings) de los indicadores respecto al constructo, determinarán la validez discriminante del modelo de medida. El criterio general es que las cargas de cada indicador sean superiores a las cargas cruzadas, lo que significa que los indicadores están correlacionados de manera más estrecha con el constructo en el que están alojados, que con los otros, es decir, que los indicadores están bien ubicados.
Debido a que hace referencia al modelo estructural, este permite establecer relaciones de dependencia entre los constructos que son medidas interpretables por los pesos (Chin, 1998), lo que refleja las hipótesis planteadas que, a su vez, derivan de los planteamientos teóricos establecidos con anterioridad (Barclay et al., 1995).Para ello es necesario verificar la varianza total explicada por el modelo y la significatividad de las relaciones (path) establecidas. PLS proporciona los valores de los coeficientes de determinación R2 de cada variable latente endógena. Su interpretación debe ser similar al del respectivo coeficiente en una regresión: la proporción de varianza de cada variable endógena explicada dentro del modelo por las variables que le afectan. De esta forma, un valor de R2 en torno a 0.1 sería moderado, y equivaldría a una R2 en torno a 0,50,6 en una regresión normal, según Ringle, Sarstedt y Mooi (2010).
En este caso, los tres constructos endógenos presentan valores de R2 elevados. Se destaca de forma particular, la calidad de la explicación de la variable "Emprendimiento femenino", que en más de 70% es explicada por el empoderamiento femenino y por el nivel general de emprendimiento. El grado general de desarrollo se debe en más de 57% por el empoderamiento femenino y por el nivel general de actividad emprendedora. Por último, el desarrollo rural, se explica en más de 43% por el emprendimiento femenino y por el nivel general de desarrollo del país.
Por último, la evaluación del modelo estructural debe también apoyarse en la dirección de los coeficientes de las relaciones y su nivel de significatividad. El bootstrapping permite calcular la significatividad estadística de los coeficientes de la regresión múltiple, que se establece en cada una de las variables latentes endógenas. La tabla 4 muestra que todas las relaciones estructurales son significativas (t > 2.4786) al 0,01 para 26 grados de libertad.
El modelo confirma las hipótesis planteadas salvo la causación directa entre el empoderamiento femenino y el desarrollo rural. Esta relación se produce de forma indirecta por medio del emprendimiento femenino y del desarrollo, en consonancia con el objetivo del trabajo. En efecto, si se parte de la idea de que el empoderamiento femenino abarca una dimensión económica (Kabeer, 2012, p. 7), sus efectos sobre el desarrollo rural se producen mediante variables de la misma naturaleza. Por otro lado, el modelo revela la importancia y la influencia del emprendimiento sobre el desarrollo (general y rural) y sobre la actividad emprendedora femenina. Tal y como muestran diferentes estudios, la actividad emprendedora es un medio para el crecimiento económico (Carrasco y Castaño, 2009).
Más concretamente, Audretsch (2005) identifica la actividad emprendedora como el vínculo perdido en el proceso de crecimiento económico, pues facilita los efectos de desbordamiento del conocimiento; esto trae como resultado dos efectos: por un lado, permite la comercialización de ideas que de otro modo permanecerían sin llegar a tener un valor de mercado; por otro, permite que la actividad científica y tecnológica se traduzca en innovación, variable esta última que, como es bien sabido, se ha identificado como uno de los motores para que los espacios puedan salir de una situación de crisis (OCDE, 2005). El emprendimiento femenino enriquece y diversifica el empresariado que, a su vez, conduce a un mejor desempeño económico (Allen, Elam, Langowitz y Dean, 2007; Bosma, Acs, Autio, Coduras y Levie, 2008).
Derivado de lo anterior, una conclusión evidente es que se requieren políticas dirigidas a incrementar el empoderamiento femenino para favorecer el desarrollo de los espacios rurales en América Latina y el Caribe. Esto, sin duda, contrasta con la realidad pues hasta el momento y por lo que respecta a las áreas rurales, las políticas en la región latinoamericana han estado centradas en la intervención sectorial sin una consideración de las dinámicas territoriales. Esto ha provocado tasas de crecimiento insuficientes mientras que los niveles de pobreza y concentración de la riqueza siguen elevados (Bandeira Greño, Atance Muñiz y Sumpsí Viñas, 2003; Soto Barquero, Santos Rocha y Ortega, 2006).
No obstante, si bien el modelo explica con un porcentaje elevado las variables que influyen en el desarrollo rural, se pueden añadir otros factores que ayudarían a completarlo y que pudieran ser objeto de futuros trabajos. En primer lugar, tanto el empoderamiento femenino como el desarrollo rural son realidades complejas. En el primer caso, es necesario un conjunto de intervenciones para promover la participación, aumentar la transparencia, crear capacidades y fortalecer los mecanismos de control en el proceso de desarrollo (Narayan, 2002). En el caso de las mujeres rurales, su capacidad de empoderamiento depende, además, de factores como el acceso a la propiedad sobre la tierra, al empleo y a las actividades generadoras de ingresos, a las infraestructuras, educación, sanidad, servicios financieros y mercados; así como a tener oportunidades para participar en la vida política (Naciones Unidas, 2005). En el segundo caso, el desarrollo rural no solo pretende la mejora de las oportunidades económicas, sino también el mantenimiento del bienestar de la población y de la protección de las tradiciones socioculturales, lo que implica el diseño de procesos integrales, dinámicos y complejos que susciten la participación de diferentes sectores de la población (Coque Martínez, 2007; 2005). Esta heterogeneidad origina múltiples dificultades para la medición de ambos conceptos (Malhotra y Schuler, 2005; Unece, Eurostat, FAO, OCDE y The World Bank, 2007), las que se intensifican por la falta de datos sobre una gran multitud de países en desarrollo.
Por otro lado, el modelo prueba las relaciones entre empoderamiento femenino, actividad emprendedora y desarrollo, pero la literatura también muestra que el desarrollo y la actividad emprendedora tienen un impacto sobre el empoderamiento femenino (Kabeer, 2012; Minniti, 2012). La existencia de esta relación bidireccional representa una limitación de la metodología utilizada, dado que el modelo estructural debe ser recursivo, es decir, tiene que ser diseñado como una cadena causal (Gõtz, Liehr y Krafft, 2010, p. 700). Por ello, al no permitir bucles, es posible que algunas relaciones queden ocultas y causen un impacto en la explicación del modelo.
Además, tanto el empoderamiento femenino como el desarrollo rural dependen de la situación macroeconómica y también de la acción de los poderes públicos. Las políticas económicas influyen en el empoderamiento femenino mediante los mercados y las intervenciones gubernamentales, que distribuyen los recursos económicos y financieros. Las políticas diseñadas para reducir la brecha femenina en la actividad emprendedora, deben considerar aspectos muy variados. Por ejemplo, deberían luchar contra la segregación de género en el mercado laboral, y también contra las diferencias en la educación. Deberían apostar por permitir conciliar vida familiar y laboral a hombres y mujeres, así como reducir las diferencias entre hombres y mujeres en la asunción de responsabilidades familiares. La evolución gradual hacia sociedades más igualitarias facilitará el empoderamiento femenino (y viceversa), lo que ayudará al aumento de la actividad emprendedora femenina y, por ende, el desarrollo rural.
El desarrollo de políticas de género requiere de la comprensión de las consecuencias distributivas de las estrategias de crecimiento económico sobre el empoderamiento económico femenino (Naciones Unidas, 2009). Si bien en las dos últimas décadas, la situación de las mujeres en América Latina ha experimentado un cambio sin precedentes, todavía existen problemas en la igualdad para el acceso a las oportunidades económicas y de desarrollo humano (Banco Mundial, 2011b; FIDA, 2012). Por ello, otros factores podrían completar la explicación del desarrollo rural: desde esta perspectiva, sería muy interesante analizar los efectos de las políticas desarrolladas en los diferentes países. Cuestiones como estas, no han podido ser tomadas en consideración en nuestro estudio por una razón de tipo metodológico: la falta de información homogénea para el conjunto de países analizado, derivada de las propias limitaciones del modelo estructural que, al tener un número determinado de observaciones está determinado por el número de países objeto de estudio, restringe la cuantía de relaciones que puede soportar con el fin de que los resultados sean significativos y consistentes.
Por último, una vez constatada la relación entre empoderamiento femenino, actividad emprendedora femenina y desarrollo rural, se abre un campo de estudio muy interesante en que se podrían examinar, desde una perspectiva micro, relaciones sociales, políticas, económicas e históricas entre los tres constructos. Otra línea de investigación podría abordar los costos sociales y personales de la actividad emprendedora de las mujeres, así como los factores institucionales y de entorno que limitan/potencian la actividad emprendedora femenina en los países de América Latina y el Caribe.
4. Conclusiones
La globalización de la economía está definiendo nuevos escenarios para el desarrollo de las actividades locales, y esto altera de manera notable las relaciones económicas tradicionales, mediante un empuje hacia la liberalización de los mercados, la reducción de ayudas públicas al sector agrario y la necesidad de buscar el continuo equilibrio entre innovación y generación de puestos de trabajo. La actividad emprendedora es un medio para el desarrollo: por su contribución a la actividad económica, y a la capacidad de innovar y evolucionar de los espacios. En el caso de los países en vías de desarrollo, el desarrollo rural tiene una vital importancia no solo por la necesidad de reestructurar el sector agrícola, máximo generador de empleo y fuente de divisas, sino para lograr la erradicación de la pobreza y el desarrollo sostenible. Particular importancia tiene en este proceso la generación de emprendedores para acelerar el desarrollo económico en las áreas rurales. La contribución de las mujeres tiene que ver con su participación en el ingreso y la riqueza, así como con la diversificación y el enriquecimiento de la actividad emprendedora y el fortalecimiento de los círculos virtuosos del capital humano y el capital social, elementos, todos ellos, positivos para el desarrollo económico.
Una de las principales conclusiones del trabajo es que el empoderamiento femenino facilita y refuerza de manera evidente la actividad emprendedora femenina y el desarrollo de los países, y de manera indirecta, el desarrollo rural. El empoderamiento femenino, instrumentado en actividad emprendedora, facilita el desarrollo económico y por extensión el desarrollo rural, por cuanto implican la participación de la población y favorece modelos de desarrollo endógenos. Por dos motivos, la sostenibilidad del desarrollo rural requiere también de la diversificación de las actividades económicas, mediante el refuerzo del empoderamiento femenino y la actividad emprendedora: primero, incorpora un elemento de dinamización social, lo que facilita el progreso y la evolución de las sociedades; segundo, permite la movilización de los recursos hacia la producción y el empleo, vía fundamental para la superación de la pobreza y el crecimiento a largo plazo.
Con base en todo lo anterior, es posible extraer un corolario para la acción pública: la política de promoción del desarrollo rural debe basarse en una visión amplia de los factores del desarrollo, dentro de los cuales deben ser considerados tanto la actividad emprendedora como el empoderamiento femenino. En efecto, las políticas de incentivos para la agroindustria y de inversión en los espacios rurales deberían, por tanto, ser enriquecidas con otras herramientas dirigidas al refuerzo, por un lado del empoderamiento femenino, y por el otro de la actividad emprendedora en general, y la femenina en particular.
Pie de página
1Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico.
2En inglés, International Fund for Agricultural Development.
3Argentina, Aruba, Bahamas, Barbados, Belice, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Dominica, República Dominicana, Ecuador, El Salvador, Granada, Guatemala, Guyana, Haití, Honduras, Jamaica, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay Perú, Puerto Rico, Santo Tomé y Príncipe, Islas Solomon, San Kits, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Trinidad y Tobago, Uruguay y Venezuela.
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