1. Introducción
José Saramago cierra su ponencia «El lado oculto de la luna» e invita a su audiencia a imaginar «cómo sería la historia de América, de esta Nuestra América, escrita por los indígenas, por los indios. ¿Cómo sería?»1. Para todos aquellos interesados en el estudio de la historia de los grupos étnicos de nuestro continente, más que como una invitación a imaginar, estas palabras de Saramago han de ser tomadas como un medio de acercamiento al conocimiento de esta historia a partir, también, de la interpretación que los propios indígenas han hecho y, actualmente, hacen de la misma. Esto se da a partir de la historiografía étnica. Para lo cual resulta, fundamentalmente, como paso previo, el dejar de concebir a los indígenas solo como informantes o como objetos de estudio que requieren ser explicados e interpretados por investigadores externos y comenzar a entenderlos como sujetos «capaces de nombrarse a sí mismos y de recopilar materiales para hacer un retrato propio de sus pueblos»2. Así, se transita del texto documental al texto literario, es decir, del documento de archivo al estudio de la discursividad indígena expresada en su producción intelectual; lo que también implica el redireccionar nuestro enfoque procedimental, pues, como señala Claudia Zapata, la problemática «ya no es la escasez sino la abundancia de documentos, ya no es el archivo sino la dispersión de la información y su constante producción, ya no es la ‘huella’ de ese otro sino el otro como sujeto enunciante, narrador y actor político»3.
El presente artículo tiene como objetivo contribuir a este cambio de giro en la manera de aproximarse al estudio de la historia indígena y de la historiografía étnica. Lo anterior, a través del análisis del pensamiento histórico del intelectual zapoteca Víctor de la Cruz, que se plasma en sus principales obras históricas. En las obras se identifica, y dentro de tal pensamiento, tanto la influencia de este como la interpretación que el autor hace del proceso de lucha y movilización etnopolítica que emprendió por la Coalición Obrero, Campesino, Estudiantil del Istmo (COCEI) en Juchitán de Zaragoza, municipio oaxaqueño del que De la Cruz era originario y, en cuyo proceso de lucha y movilización etnopolítica, él mismo participó activamente durante las décadas de 1970 a 1980. Esto, con el propósito de ubicar a De la Cruz dentro del horizonte histórico-cultural de los intelectuales indígenas críticos latinoamericanos y a su obra histórica en la tradición historiográfica abierta y practicada por tales sujetos sociales. Pues Víctor de la Cruz, de manera semejante a otros intelectuales indígenas de su generación, reconstruyó los procesos y hechos históricos por él estudiados, a partir de su propia interpretación del movimiento etnopolítico zapoteca actual, en el que trazó una línea de continuidad entre dichos procesos y aquel que su grupo étnico, y él mismo, vivían, con el fin de encontrar información, en los primeros recursos narrativos -esto es, historiográficos-, que contribuyeran a explicar y legitimar históricamente al segundo.
Por otro lado, pese a que la contribución de los intelectuales indígenas críticos a la irrupción de los movimientos etnopolíticos latinoamericanos fue cardinal, «su importancia como clave de acceso a este proceso ha sido escasamente analizada en la abundante bibliografía sobre el tema»4. Esta denuncia, aunque hecha por Zapata para el caso sudamericano, es perfectamente replicable al mexicano, pues se advierte un reducido número de investigaciones en México sobre el surgimiento y el devenir sociohistórico de los intelectuales indígenas críticos, así como sobre las obras históricas elaboradas por este sector de la sociedad indígena. Entre este reducido número de investigaciones, se destacan las realizadas por cuatro autores, aunque curiosamente ninguno de ellos es historiador. El primero es el escritor Carlos Montemayor, quien, en el segundo volumen de su obra Los escritores indígenas actuales5, presenta un panorama general de la producción literaria étnica contemporánea; la segunda es la socióloga Natividad Gutiérrez Chong, autora de Mitos nacionalistas e identidades étnicas6, obra en la que estudia el pensamiento histórico de algunos de los principales intelectuales indígenas de principios del siglo XXI, pero, como buena socióloga, lo hizo a través de entrevistas y cuestionarios hechos a tales intelectuales y no del análisis de sus obras históricas; la tercera es la latinoamericanista Yasmani Santana Colín, quien dedica su tesis doctoral7 al estudio del desarrollo histórico de los intelectuales indígenas como grupo social y la cuarta es la antropóloga Patricia Rea Ángeles, cuya tesis de doctorado8 examina el devenir de la actual generación de intelectuales zapotecas.
Esta escasez de investigaciones se acentúa en el caso específico del intelectual zapoteca Víctor de la Cruz. Al respecto, los pocos estudios que, hasta el presente se han elaborado en torno a este personaje y a su producción escriturística, -los cuales, dicho sea de paso, no comprenden obras completas, sino que los encontramos tanto en artículos o apartados de revistas y tesis como en capítulos de libros en los que se compendía la producción literaria de diferentes intelectuales indígenas de México o de Latinoamérica- se centran en dos ejes de análisis. El primero de ellos que fue desarrollado por literatos, entre los que destaca el ya mencionado Carlos Montemayor, y aborda la producción escriturística de Víctor de la Cruz, desde la crítica literaria. El análisis se enfoca en el estudio del valor estético de su obra poética y ensayística, además de su contribución al campo de la literatura mexicana contemporánea, pero sin relacionar dicha producción con la historia intelectual de su autor ni con su horizonte histórico-cultural. En tanto que, en el segundo, practicado principalmente por historiadores como el zapoteco Carlos Manzo9, pero también por la referida socióloga Natividad Gutiérrez Chong, se revisan textos históricos de Víctor de la Cruz desde un enfoque predominantemente heurístico. Allí, se pasó de largo, de manera similar a como ocurre en el eje anterior, el análisis de los intereses, las motivaciones y, en general, la concepción del devenir que se halla detrás de la particular interpretación de la realidad sociohistórica que este autor nos presenta en sus obras.
De aquí la relevancia por realizar investigaciones en torno a la formación y el pensamiento histórico de intelectuales indígenas críticos, como Víctor de la Cruz, que, desde un caso concreto como el que se propuso, contribuyan a avanzar en el conocimiento de estos novedosos sujetos sociales. En específico, el presente artículo se propone aportar una primera respuesta al siguiente problema de investigación: ¿cuál es la concepción de la historia presente en las obras históricas de Víctor de la Cruz, las cuales permiten insertarlo dentro de la tradición historiográfica abierta y práctica por los intelectuales indígenas críticos latinoamericanos? Para ello, el artículo se divide en dos apartados que buscan aproximarse a la vida de Víctor de la Cruz y al estudio tanto de su pensamiento histórico como de la manera en la que este intelectual indígena procuró hacer de la escritura de la historia una herramienta cultural a favor del movimiento etnopolítico zapoteco de su presente. Así, en el primer apartado, se reconstruye la biografía de Víctor de la Cruz y se toma como eje su formación y posterior desarrollo como intelectual indígena crítico, durante y después de participar activamente dentro del movimiento etnopolítico de la COCEI. Mientras que, en el segundo apartado, se exponen los elementos constitutivos del pensamiento histórico del autor plasmados en sus principales obras históricas, en donde se resalta la función social que este concede al conocimiento histórico al trazar una línea de continuidad entre las rebeliones zapotecas del pasado y el movimiento etnopolítico actual.
2. Víctor de la Cruz: un intelectual indígena crítico zapoteca
Durante la primera mitad del siglo XX, el municipio de Juchitán de Zaragoza, en el estado mexicano de Oaxaca, experimentó un importante proceso de urbanización y desarrollo económico que sin duda alteró a sus pobladores, pero no desarticuló la identidad étnico-rural del grueso de estos. Precisamente, en este entorno social de permanente negociación entre lo urbano y lo étnico-rural, y de configuración de una sociedad juchiteca simbiótica -ambos fenómenos propios del proceso de urbanización y modernización experimentado en diversos países de Latinoamérica a lo largo del siglo XX10- en la que al tiempo que «Las calles eran pavimentadas, y hospitales, escuelas y otros equipamientos urbanos eran instalados, la población mayoritariamente campesina continuaba trabajando el campo con carreta de bueyes y usando sandalias o andando descalza»11, donde Víctor de la Cruz Pérez pasó su infancia y sus primeros años de juventud.
En este sentido, una actividad bastante común entre las familias de la ciudad rural de Juchitán, durante la primera mitad del siglo XX, era la ganadería o, como es conocida popularmente entre los juchitecos, la carrera de las vacas. Esta era una actividad a la que los varones incursionaban a edad temprana, como fue el caso de Daniel de la Cruz Toledo, a la postre padre de Víctor, y quien, en 1939, en palabras de su propio hijo, abandonó «sus estudios de educación primaria, en los que no era bueno, para dedicarse a la carrera de las vacas, actividad a la cual se dedicaban su padre y sus abuelos paterno y materno»12, y que Daniel practicaría a lo largo de su vida. Pero si la sociedad juchiteca seguía siendo predominantemente rural, esta ruralidad se edificaba sobre la base aportada por una cultura zapoteca -en tanto principal grupo étnico del municipio- que, en buena medida, impregnaba todos los ámbitos de la vida diaria y se reproducía en la cotidianidad. La muestra de ello es ofrecida por el mismo Daniel de la Cruz, quien en su infancia aprendió, durante sus constantes convivencias con otros vaqueros de mayor edad, el discurso matrimonial -libana-, declamado por el xuaana’ o sacerdote zapoteca tradicional; y, aunque al final Daniel no siguió «el camino de la religión de los binnigula’sa’ [de los antiguos zapotecos], sí aprendió una variante de este discurso matrimonial que le heredaron aquellos»13. Dicha variante fue heredada a su hijo Víctor, junto con su apego por la cultura y la lengua zapoteca.
La lengua que, a decir Manuel Matus Manzo, se hablaba de forma habitual en el hogar que años después formaron Daniel y su esposa, Feliciana Pérez López, por lo que tanto Víctor como Amelia y Gloria, sus dos hermanas menores, «nacieron con su lengua, el zapoteco»14. Así, Víctor de la Cruz, que nació el 26 de octubre de 1948, se acercó, desde sus primeros años, a la cultura zapoteca a través del empleo del diidxazá -es decir, la lengua zapoteca- como lengua materna, pero también, de acuerdo con la información proporcionada por Muduvina de la Cruz Blas -hija de Víctor de la Cruz- por las «historias que le contaban su padre y sus abuelos»15. Esta cercanía de Víctor de la Cruz con el idioma y la cultura local, sin embargo, llevaron a que, en los centros educativos en los que realizó sus estudios básicos16, se le identificara despectivamente como indio y fuera víctima de discriminación por parte de algunos compañeros y profesores. El mismo De la Cruz denunció los hechos, años después, con las siguientes palabras: «Si no me hacían caso desde mi banquillo, me dirigía en voz alta al profesor para protestar, y si la frase usada al pedir auxilio no era pronunciada en forma correcta, entonces lanzaban sonoras carcajadas haciendo mofa de mi calidad de indio […] Así fui descubriendo que era otro, un extraño en mi propia tierra, en mi propia casa; fui descubriendo la colonización»17.
Pese a padecer esta discriminación étnica y definirse a sí mismo como un mal estudiante en el que «pocos creían que alcanzaría el sexto grado de educación primaria»18, Víctor culminó sus estudios de educación básica sin sobresaltos. Por lo que, una vez que obtuvo su certificado de secundaria, Víctor de la Cruz, a decir de él mismo, equipado solo «con dos trajes muy bien hechos por sastres locales»19, salió de Juchitán en el verano de 1963 para ir a la ciudad de México a realizar sus estudios de nivel medio superior en la Preparatoria Justo Sierra, tal y como hicieron muchos otros jóvenes zapotecas desde, por lo menos, la segunda mitad del siglo XIX. Y como otros zapotecas, el acceso de Víctor a la educación superior se vio favorecido por su adscripción a una de las élites letradas locales estudiadas por Patricia Rea Ángeles y cuya presencia en el escenario juchiteco «ha posibilitado a algunas familias acrecentar su poder y su capital cultural»20. En este caso, fue a través de su tío-abuelo, el escritor Gabriel López Chiñas, con quien Víctor llegó a vivir a la ciudad de México.
Estos años al lado de Gabriel López Chiñas sin duda resultaron determinantes en la formación de Víctor de la Cruz, puesto que, además de avivar su interés y sus conocimientos sobre la cultura y la lengua zapoteca, la influencia de su tío-abuelo también se manifestó en su temprana incursión en el ejercicio de la palabra escrita. Es así como Muduvina de la Cruz comenta que durante aquellos años López Chiñas «trabajaba en un periódico, y fue cuando [Víctor] empezó a adentrarse al mundo literario, presentándole ensayos sobre cultura»21. De manera que resulta un tanto desconcertante que, al concluir sus estudios preparatorios, Víctor no ingresara a una carrera de humanidades y que, en cambio, optara por estudiar la Licenciatura en Derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Una hipótesis, ante la falta de evidencia documental al respecto es que, Víctor, además de la muy probable atracción que en su juventud pudo haberle generado la carrera de la abogacía22, se viera impulsado por la fuerza de la tradición a seguir los pasos de destacados intelectuales zapotecas -entre ellos el propio Gabriel López Chiñas-, quienes ingresaron al mundo de las letras por la vía del derecho23. Como haya sido, lo cierto es que, como Manuel Matus Manzo comenta en la semblanza que hiciera de Víctor de la Cruz, este «realizó estudios de Derecho en la UNAM; [pero] se hizo a la poesía y a la investigación histórica»24.
Sin embargo, incluso siendo estudiante de Derecho, Víctor comenzó a colaborar para diferentes revistas y periódicos capitalinos, como fue el caso de la Revista de Bellas Artes, donde «en 1973, con la ayuda Macario Matus, traduje seis de sus poemas [de Jeremías López Chiñas]»25, además de haber publicado, en 1968, su primer libro sobre poesía -Primera voz- y de empezar a tejer redes intelectuales mediante las cuales se planteó retomar el anhelado proyecto de los intelectuales zapotecas de principios del siglo XX: promover la recuperación de la cultura zapoteca. Lo anterior se realizó a través de la fundación de la revista Neza Cubi y de la creación de un Centro de Estudios Zapotecos, orientado, en palabras del propio De la Cruz, a «promover la investigación de esa cultura en su situación pasada, presente y posible proyección futura; organizar cursos, conferencias y mesas redondas sobre la materia; publicar en un Anuario los trabajos monográficos de calidad que se llegaran a recuperar; y, para los estudios que ojalá los hubiera de mayor extensión, publicarlos en forma de folletos y libros»26. Pero estas redes intelectuales no solo contribuyeron para que Víctor se introdujera en el mundo de las letras y la cultura, sino también en el del activismo social, el cual fue, junto a su erudición, como Miguel León-Portilla subrayó en su respuesta al discurso de ingreso de Víctor de la Cruz a la Academia Mexicana de la Lengua, el segundo aspecto que campeó su personalidad y practicó a lo largo de su vida «apoyando causas que ha tenido como justas en favor sobre todo de los indígenas de su tierra natal»27.
En este sentido, aunque durante su etapa como estudiante, Víctor de la Cruz «no participó en alguna organización en específico»28, sí formó parte de la generación de estudiantes-activistas de finales de la década de 1960 y colaboró activamente como brigadista dentro del Movimiento Estudiantil de 1968, junto a otros jóvenes juchitecos radicados en la ciudad de México. Es por ello por lo que de la Cruz se encargó de hacer notar lo previamente descrito al dedicar su tesis de Licenciatura «A mis compañeros muertos durante el movimiento estudiantil de 1968 a 1971»29, y como el escritor David Huerta apuntó al rememorar que Víctor «formó parte de esa generación: la del 68, la mía, la nuestra. Según mis cálculos, debí conocerlo alrededor de esas jornadas»30. De este modo, es posible afirmar que tanto la cercanía con Gabriel López Chiñas como la efervescencia social y el renovado debate teórico en los que estuvo inmerso, durante su etapa como estudiante universitario, contribuyeron a perfilar a De la Cruz como un zapoteco que accedió a la educación superior. De igual forma, lejos de renunciar a su identidad étnica, el susodicho «se encargó de introducir lo cultural al discurso político, reivindicando así las ideas étnicas de los zapotecos»31, es decir, lo reconocieron como un intelectual indígena crítico.
Tal categoría hace referencia a aquel sector de la población indígena que accede a una formación profesional -en la mayoría de los casos en el ramo de las ciencias sociales y las humanidades- en alguna institución de educación superior, la cual es validada por la sociedad nacional y se desarrolla intelectualmente dentro de esta. Pero esta, a diferencia de otras modalidades de la intelectualidad étnica, se distingue -como sucede en el caso de Víctor de la Cruz- por el hecho de no renunciar a su identidad étnica y asumir las demandas y las luchas de su grupo de origen, a las cuales busca representar y hacer llegar a un público más amplio a través de su quehacer escriturístico. De aquí que los intelectuales indígenas críticos se distingan por elaborar textos, como apunta Claudia Zapata, «en los que el lector puede avistar la compleja composción de las sociedades y de los movimientos indígenas actuales»32. En tanto que, en el caso específico de la escritura de la historia, estos intelectuales han abierto una tradición historiográfica, que tiene como uno de sus principales elementos característicos el politizar abiertamente la investigación y el conocimiento históricos, con el objetivo de establecer un diálogo entre las luchas emprendidas por su grupo étnico a lo largo de la historia y la sostenida por los descendientes de este grupo en la actualidad.
Pero si es posible ubicar a De la Cruz dentro de esta categoría, ello ha de ser solo a partir de que obtuvo el grado de Licenciado en Derecho en la UNAM33 y, como otros jóvenes zapotecas de su generación, retornó a Juchitán y preservó sus vínculos mediante visitas «cada que tenía vacaciones y manteniendo comunicación por medio de cartas»34. Aunque también, y quizá aún más importante, contribuía a la promoción del movimiento étnico-cultural zapoteco que comenzaba a gestarse, a través de su colaboración como columnista para el diario El satélite de Juchitán35. Pues tan pronto volvieron a establecerse en Juchitán y, sin duda estimulados por la efervescencia social generada por el incipiente movimiento político-económico de la COCEI, Víctor de la Cruz, junto a otros jóvenes intelectuales zapotecas como Francisco Toledo, Macario Matus y Elisa Ramírez, emplearon su formación urbanouniversitaria -estuviera o no certificada en un documento oficial- como una herramienta a favor del fortalecimiento de la identidad étnico-cultural zapoteca y procuraron articular «el conocimiento adquirido en las ciudades con las demandas étnicas de su pueblo»36. Aquello se hizo a través de tanto el montaje de exposiciones y la impartición de talleres de arte, música, teatro, danza, literatura y lengua zapoteca en las instalaciones de la Casa de la Cultura de Juchitán como a través de la redacción de artículos de opinión y la elaboración de obras centradas en temas como la poesía o la investigación histórica.
Las anteriores fueron un par de vertientes que Víctor practicó de forma asidua y en las que destacó, como comenta el investigador zapoteca Manuel Ríos Morales, por su compromiso «en resignificar el conocimiento de la cultura y la historia zapotecas desde una posición política»37. Así, respecto a su participación en torno a la Casa de la Cultura -de la que fue director de 1975 a 1977-, además de promover la apertura de exposiciones y talleres culturales y de fundar junto a Matus, Toledo y Ramírez la revista Guchachi’ Reza, De la Cruz se involucró políticamente en el proyecto «desde la elaboración de los estatutos hechos con [la Secretaría de] Culturas Populares, que daban autonomía al Patronato de la Casa respecto a Bellas Artes en tareas de investigación y difusión»38. Respecto con lo anterior, aunado a su cercanía al movimiento de la COCEI -con la que, en palabras de Muduvina de la Cruz, «coincidía con sus ideas y la asesoraba en temas culturales»39-, generó que Víctor, como le sucediera a otros intelectuales zapotecas simpatizantes del proyecto coceísta, en diversas ocasiones fuese víctima de amenazas y agresiones físicas que incluso lo obligaron, a fines de la década de 1970, a mudarse un par de años al vecino estado de Chiapas. Así, él mismo refiere que luego de ser «echado [de Juchitán] por un general [Eliseo Jiménez Ruíz] hecho gobernador, a ciencia y paciencia de las autoridades civiles y so pena de muerte o desaparición de este mundo si no me iba, después de haber participado en las luchas políticas del pueblo juchiteco»40.
En cuanto a su participación en la creación y publicación de obras literarias, desde su retorno a Juchitán, Víctor De la Cruz emprendió junto con Toledo, Matus y Ramírez un proyecto de rescate y promoción de la historia, la literatura y la cultura juchitecas en el que la participación de Víctor se orientaba, principalmente, «a indagar en la literatura escrita y hablada en lengua zapoteca»41, así como a escribir textos poéticos e históricos. Muchas de esas producciones fueron publicadas por el Patronato de la Casa de la Cultura42. Tales escritos en los que ya se encuentran presentes aspectos que De la Cruz habría de cultivar a lo largo de su vida y que, sin duda, distinguieron su trayectoria profesional y literaria, como es su interés por el estudio de la historia y la lengua zapoteca y su compromiso «consagrado a la defensa y reivindicación de sus hermanos indígenas»43. Por lo que, es posible reconocer en esta primera experiencia de Víctor de la Cruz como «escritor, promotor cultural, editor de libros y revistas y, en suma, hombre de letras y hondas convicciones»44 a un intelectual indígena crítico cuya formación urbano-universitaria le ayudó a resignificar su identidad étnica y apuntalar el proceso de etnización por el que comenzaba a transitar el movimiento juchiteco encabezado por la COCEI.
Precisamente, durante la administración coceísta (1981-1983), -luego de que dicha Coalición participara y ganara las elecciones municipales-, el movimiento étnico-cultural zapoteco se consolidó y, junto con él, el quehacer artístico-literario de algunos de los intelectuales indígenas que lo impulsaron y politizaron, como es el caso de Víctor de la Cruz, quien durante este periodo publicó diversas obras históricas. Este florecimiento del movimiento étnico-cultural zapoteco y del quehacer artísticoliterario de los intelectuales que lo impulsaron se debió, en gran medida, al respaldo que recibieron del gobierno coceísta -cuya imprenta financió la publicación de las obras de Víctor de la Cruz-, pero también de las redes sociales que esta intelectualidad zapoteca comenzó a tejer con periodistas45, pintores, antropólogos, escritores y, en general, con miembros de los círculos académico-intelectuales nacionales e internacionales. Aquellos profesionales fueron responsables de facilitar tanto la difusión de las expresiones artístico-literarias producidas por los intelectuales indígenas zapotecas, en foros a los que de otra forma les hubiese sido imposible acceder, como el ingreso de algunos de estos mismos intelectuales indígenas a tales círculos. Allí se contaba, entre ellos, a Víctor de la Cruz, personaje que, de acuerdo con Howard Campbell, empleó estas redes para «hacer viajes por Europa y el Caribe para exponer sus ideas sobre los zapotecos. [Además de que] Los poemas de De la Cruz han sido publicados y traducidos por el Taos Review, y algunos de sus ensayos y poemas aparecerán en una colección con obras de otros intelectuales juchitecos que coedité para el Smithsonian Institution Press»46.
Empero, Víctor de la Cruz fue bastante cercano tanto ideológica como políticamente al proyecto coceísta y consolidó una relación de mutua colaboración con la coalición, al punto de que Elisa Ramírez considera que durante aquel gobierno De la Cruz «se convirtió en el teórico y rector de la cultura de la COCEI»47. El mencionado nunca renunció a su autonomía de pensamiento y acción, pues como su hija Muduvina refiere «nunca tuvo algún cargo en el Ayuntamiento, sino que sus participaciones se limitaban a cuestiones culturales y asesorías»48. Lo anterior fue lo que le permitió apoyar y ser partícipe del movimiento etnopolítico zapoteco, sin ver comprometido el ejercicio de su pensamiento crítico, el poder cuestionar posturas y acciones con las que no coincidía y que, incluso, lo llevaron a desligarse del movimiento coceísta, antes de que este estableciera el Consejo de Administración con el Partido Revolucionario Institucional (PRI), municipal en 1986, al considerar que los dirigentes de la COCEI habían optado «por el pragmatismo, que sacrificaba los ideales del organismo en aras de lograr una cuota de poder y conservar su papel de intermediarios entre la base indígena y el Estado»49.
El distanciamiento de Víctor de la Cruz del movimiento coceísta, durante la segunda mitad de la década de 1980, empero, no fue impedimento para que continuara apoyando las luchas del pueblo juchiteco e impulsando al movimiento étnico-cultural zapoteco, pero ahora desde el ámbito académico-intelectual, pues Víctor «no volvió a participar en organizaciones o movimientos políticos»50. En este sentido, tras distanciarse del proyecto coceísta, De la Cruz se enfocó tanto en apuntalar su formación profesional en el campo de las humanidades como a forjar una sólida trayectoria como profesor-investigador. Lo primero mediante la realización de estancias de investigación, como la que efectuó de marzo a junio de 1997, en el Department of Native American Studies, de la Universidad de California, al ser beneficiado con la «Beca en Humanidades de la Fundación Rockefeller para los Indígenas de las Américas»51; pero, sobre todo, a través de la obtención del grado de Doctor en Estudios Mesoamericanos, por la UNAM, con un trabajo de investigación -posteriormente publicado como libro- titulado El pensamiento de los binnigula’sa: cosmovisión y calendario y dirigido por Miguel León Portilla. Y lo segundo, sin duda complemento de lo anterior, al laborar como docente en instituciones como el Instituto Tecnológico del Istmo; la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), campus Oaxaca; la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO), y el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), unidad Pacífico Sur, donde trabajó por más de 20 años como Investigador Nacional Nivel I52.
Sin embargo, como se comentó en líneas anteriores, el desarrollo de su trayectoria académico-intelectual -coronada, a decir de Matus Manzo, al alcanzar en 2011 «el más alto mérito intelectual a nivel nacional: ser nombrado miembro en la Academia Mexicana de la Lengua por sus aportes a la lengua española y zapoteca»53 -no lo apartó de las luchas del pueblo juchiteco ni del movimiento étnico-cultural zapoteco, sino que, por el contrario, De la Cruz hizo de ella -como de hecho ya lo venía haciendo desde su etapa como estudiante de licenciatura- un medio a través del cual representar y dar voz, ante un público más amplio, a las demandas expresadas por el movimiento etnopolítico zapoteco. Así, al tiempo que se desempeñó como miembro del Consejo Editorial de las revistas Cuadernos del Sur y Acervos, o que colaboró como columnista para los periódicos El Nacional y Los Universitarios, así como para la revista Siempre, Víctor de la Cruz también ejerció como asesor del Centro de Investigación y Desarrollo Binnizá a. C. También, fue miembro activo de la Asociación de Escritores en Lenguas Indígenas y presentó ponencias sobre la histórica lucha por la autonomía del pueblo zapoteco en la mayoría de Encuentros Nacionales de Escritores en Lenguas Indígenas, los cuales se celebraron en diferentes municipios del país entre 1990 y 1994.
Aunque, indudablemente, es en su producción escriturística donde mejor se puede apreciar su compromiso a favor del movimiento etnopolítico zapoteco. Esto no solo en cuanto a que la trayectoria profesional y literaria de Víctor de la Cruz estuvo invariablemente ligada a la región del Istmo de Tehuantepec e hizo de su historia y su cultura «el leitmotiv de la mayor parte de su obra»54. Tampoco a que nunca dejó de estar al tanto de los sucesos sociopolíticos juchitecos, pese a radicarse junto con su familia en la ciudad de Oaxaca, puesto que «los viajes a Juchitán eran constantes, en vacaciones y cada que tenía oportunidad»55. Principalmente se debió a que De la Cruz, como otros intelectuales indígenas críticos de su generación, hizo de su quehacer escriturístico, y en particular del ejercicio de la escritura de la historia, un medio para representar las históricas reivindicaciones étnicas y políticas de su comunidad y, a partir de la recuperación de la memoria histórica colectiva, «establecer un diálogo entre los protagonistas de ayer y de hoy, para iluminar el presente con el legado de aquellas experiencias, aprendiendo de sus logros, de sus contradicciones y de sus errores»56. La anterior fue una labor que, sin embargo, como otros tantos proyectos en los que Víctor estaba involucrado -entre ellos, la creación de un portal electrónico de la revista Guchachi’ Reza-, cesó tras su fallecimiento, el 9 de septiembre de 2015.
3. El pensamiento histórico de Víctor de la Cruz
En varios de sus trabajos sobre la historia y la actualidad de la literatura zapoteca, Víctor de la Cruz empleaba la siguiente cita del escritor José Luis Martínez para caracterizar la escritura de los intelectuales zapotecas de principios del siglo XX, quienes si bien se autodefinían como binnizá -zapotecas contemporáneos- y escribían en su lengua, lo hacían a partir de géneros y criterios literarios ajenos a la tradición escriturística zapoteca: «su creación se realiza desde la cultura occidental que poseen sus autores, y desde su personal perspectiva literaria del pensamiento indígena arcaico. Son, pues, recreaciones modernas de antigüedades indígenas realizadas por hombres que guardan aún un sentimiento y un acervo de tradiciones autóctonas, pero cuyos medios de expresión literaria son occidentales»57. Resulta oportuno comenzar este apartado retomando estas palabras de José Luis Martínez, porque ellas también caracterizan la escritura, la formación, y, en general, la condición de intelectual indígena crítico del propio Víctor de la Cruz.
Pues, aun cuando de la Cruz jamás renunció a su identidad étnica y fue un asiduo promotor de la cultura zapoteca -lo que permite identificarlo como indígena, de acuerdo con los criterios considerados por el mismo autor para dicha categoría58-, su formación académica y su desarrollo profesional hicieron de él un sujeto errante -que sigue el juego metafórico de Zygmunt Bauman- que se desplazaba entre fronteras, en este caso entre las de su grupo étnico y las del mundo académico, pero sin asentarse plenamente en ninguno de los dos territorios, puesto que «Donde vaya, es un extranjero; nunca puede ser ‘el nativo’, el ‘asentado’»59. Lo cual es, de hecho, como se comentó antes, un rasgo distintivo del intelectual indígena crítico en tanto sujeto bicultural que redefine su identidad étnica, en términos modernos, y hace uso de los instrumentos de la propia modernidad, entre ellos la escritura y la investigación académicas. Esto con la finalidad de preservar, fortalecer y difundir su cultura indígena ante un público externo. Empero, con la particularidad de que transitar por estos nuevos senderos lo convierte en aquel vagabundo incapaz de asentarse en alguno de los dos lados de la frontera por la que se desplaza permanentemente, colocándose, en cambio, «entre el fuego cruzado de la metodología y el rigor que se exige de la ciencia y nuestra identificación emotiva con la cultura y el pasado de nuestra etnia»60.
En este sentido, como otros intelectuales indígenas críticos de su generación, De la Cruz no dudó en hacer de la investigación y la escritura, en general61, una herramienta a favor de la histórica lucha del pueblo zapoteca y afirmó que «de poco sirve la acumulación de conocimiento o los lauros académicos de un currículum personal, cuando no se intenta actuar en favor de las tan golpeadas poblaciones étnicas»62. Aunque, de igual manera, no ocultó la tensión que le generaba el padecer «la descalificación de los científicos occidentales que no nos creen capaces de ser críticos ante nuestra realidad»63 por el hecho de ser un científico social políticamente comprometido con la lucha de su comunidad y, a la vez, estar interesado en investigar y difundir el acervo histórico-cultural de su grupo étnico desde medios y criterios externos al mismo. Por lo que, también como otros intelectuales indígenas críticos de su tiempo, De la Cruz procuró salir de esta disyuntiva escribiendo «lo más equilibrado posible, entre las exigencias [académicas] y el deber de ser leales a nuestra cultura y a nuestro pasado»64. El anterior fue un equilibrio y, a su vez, expresión de la condición bicultural del autor que, sin duda, caracteriza su producción histórica, apegada a la formalidad académica, pero libre y abiertamente politizada en cuanto a su interpretación de los hechos y procesos históricos. Y aunque ambos elementos se encuentran estrechamente relacionados y son complemento uno del otro, en las líneas a continuación serán examinados de forma separada, con el único propósito de analizarlos de la manera más clara posible.
Así, en lo referente a la formalidad académica de la obra histórica de Víctor de la Cruz, preciso es señalar que esta se encuentra presente desde sus primeros textos, aunque evidencia una mayor rigurosidad a medida que la trayectoria profesional de Víctor se fue consolidando. De este modo, desde sus escritos históricos más tempranos, se denota una preocupación del autor por construir el conocimiento histórico a partir de la consulta, la crítica y la interpretación de las fuentes históricas, por lo que, incluso en sus textos más politizados, se encuentra un apego a la evidencia documental, pero también un sentido crítico que lo lleva a confrontar y, en ocasiones, a rebatir sus fuentes históricas, fueran estas vestigios arqueológicos65, documentos de archivo66, notas hemerográficas67, obras publicadas68 o testimonios obtenidos a lo largo de la realización de entrevistas69. Pues, si bien De la Cruz se mostraba convencido de que la historia se escribe a partir del análisis y la interpretación de los textos, no restringía el concepto texto «al escrito en el alfabeto fonético solamente, sino que ‘un texto’ puede estar registrado en múltiples materiales y no necesariamente en el alfabeto latino. En este sentido, el ‘texto’ puede estar registrado en una lápida, en una pintura mural, en un objeto cerámico, o registrado en la memoria, como el texto oral»70.
Sin embargo, fuentes históricas tan diversas no pueden ser recabadas ni mucho menos abordadas bajo un mismo método. De esto era consciente De la Cruz y así lo hizo notar al poner en práctica, desde sus primeros escritos históricos, una propuesta metodológica centrada en el trabajo interdisciplinar -resultado de su formación autodidacta, y, a la postre, de su paso por el Posgrado en Estudios Mesoamericanos que, precisamente, tiene como una de sus características principales la promoción del trabajo interdisciplinar- y que precisaba el enriquecimiento del trabajo de fuentes con algunos otros métodos y técnicas tomados de disciplinas como la epigrafía, la filología y la etnografía. Aquello con doble propósito: por un lado, de llenar los huecos que no permite cubrir el método histórico, como es el caso de la interpretación de conceptos zapotecos, cuya definición en ocasiones «Ni Burgoa ni ninguna otra fuente histórica la dicen, pero la información etnográfica combinada con la etnohistórica de otros lugares mesoamericanos darán la respuesta»71; y por el otro, de dar mayor certeza a los resultados arrojados por las reconstrucciones históricas, puesto que estos «deben ser confrontados y validados con datos aportados por otras disciplinas, como la arqueología»72, al saber, de antemano, que aún las hipótesis derivadas de este tipo de trabajo interdisciplinar no constituyen «hechos ni leyes científicas, sino propuestas para explicar determinados hechos y sus relaciones con otros en el mundo real»73. Se pudo advertir, con base en lo anterior que, para De la Cruz, el historiador es, ante todo, un intérprete de una realidad a la que solo puede acceder de forma indirecta74.
Esto convierte en aún más compleja la labor del historiador. El hecho de que, en ocasiones, la realidad histórica que le interesa reconstruir es ajena a su horizonte cultural, como sucede comúnmente con la historia de los zapotecas de Juchitán y con las fuentes en las que se preserva su memoria histórica. Frente a esta situación, De la Cruz consideraba que el tratamiento de las fuentes históricas, elaboradas por zapotecas desde la época prehispánica hasta el pasado reciente, no solo requería de la correcta aplicación de técnicas y métodos científicos adecuados, es decir, de una formalidad académica, sino también del dominio de la lengua y la cultura zapotecas actuales, toda vez que una y otra son «depositarias directas de la cultura y la memoria histórica de los binnigula’sa»75. Con esto, De la Cruz no pretendía suponer que la investigación y la reflexión sobre la historia zapoteca debía reservarse exclusivamente a los intelectuales de este grupo étnico, pero sí que se permitiera que su voz fuera escuchada, pues, afirmaba que «los binnizá tenemos al menos algo que decir sobre el pensamiento de nuestros antepasados»76. Lo anterior nos acerca a la función política que el autor concedió al conocimiento y a la investigación histórica, y da pie para pasar a analizar su concepción de la historia.
Al respecto, resulta oportuno comenzar por señalar que, de manera semejante a otros intelectuales indígenas críticos de su generación, Víctor de la Cruz hace evidente, en su concepción de la historia, la influencia que en él ejerció la antropología crítica practicada, en México, por Guillermo Bonfil, y las reflexiones en torno a la cuestión de la descolonización africana de Frantz Fanon. Este par de autores tuvieron gran presencia en el debate político-académico de las décadas de 1960 y 1970, del que De la Cruz fue partícipe y en el que, en buena medida, se forjó intelectualmente durante su etapa como estudiante77. Siempre que De la Cruz entendía a la historia como un proceso de desarrollo civilizacional autónomo que, en el caso de América Latina, en general, y de México en particular, se hallaba interrumpido desde la colonización europea. Esto, pues aún en el presente del autor, el yugo colonizador instaurado quinientos años atrás, seguía oprimiendo y negando la historia propia, es decir, el desarrollo civilizacional autónomo de sus pobladores. Por lo que, en su interpretación, la nación mexicana, y como parte de ella la identidad nacional y el Estado-nación78, hundían sus raíces en el régimen colonial y eran el resultado del secular colonialismo instaurado por los europeos y preservado por «los descendientes del grupo invasor, actuales usufructuarios de los recursos que pertenecen a las etnias indígenas»79.
Era este un colonialismo que se expresaba a través del genocidio y el etnocidio de las comunidades étnicas de lo que hoy es México, unas veces «practicados abiertamente, otras en forma velada; pero -eso sí- no se ha fallado por constancia80. De aquí que, al repasar los grandes periodos de la historia nacional, De la Cruz no dudara en calificar a la Colonia como un periodo oscurantista en el que:
Los progresos científicos que habían logrado las altas culturas mesoamericanas en Oaxaca se perdieron con la labor destructiva de los colonizadores, quienes no sólo acabaron con la élite de los sabios indígenas, sino que también destruyeron las obras -códices, estelas grabadas, paredes y vasijas pintadas con la escritura jeroglífica- en donde éstos plasmaron sus conocimientos81.
Los colonos impusieron la categoría genérica e informe de indio sobre las identidades étnicas particulares. Pero si la Colonia fue una etapa oscura, la irrupción de la nación mexicana y las diferentes revoluciones sociales que han acompañado su devenir histórico no implicaron mayor claridad para los grupos étnicos del país y sí, en cambio, la renovación del régimen colonialista, ahora como un colonialismo interno -influencia del escritor Pablo González Casanova- en el que, «bajo el nombre de ‘nación’, la burguesía criolla despoja a los indígenas de sus recursos naturales, tierras, aguas, bosques, salinas, etcétera»82.
Así, en la concepción de Víctor de la Cruz, ni la Independencia de la Corona española, en el siglo XIX, ni la Revolución mexicana, en el siglo XX -ambas hechas fundamentalmente por indígenas-, transformaron de forma significativa la realidad de los grupos étnicos. Pues, mientras que en la primera dichos grupos fueron «engañados con Vicente Guerrero por Iturbide para consumar la independencia de México en beneficio de los criollos»83, durante la Revolución los indígenas constituyeron la «‘carne de cañón’ para que los jefes criollos y mestizos disfrutaran del poder […] porque se apreciaba su bravura, pero no su calidad humana»84. Sin que el presente ofreciera un panorama más halagüeño, puesto que el etnocidio seguía practicándose de forma habitual y en completa impunidad. Para ilustrar esta realidad y subrayar la continuidad del colonialismo, De la Cruz toma como ejemplo el caso de la violencia sistemática ejercida contra el gobierno coceísta en Juchitán, el cual tuvo como corolario la desaparición de poderes en agosto de 1983, puesto que, en su interpretación, etnocidio era precisamente:
Lo que sufren los pueblos indígenas del istmo cuando tratan de nombrar libremente a sus gobernantes y se ejercita toda la violencia estatal contra ellos si no aceptan el fraude; porque la falta de tranquilidad en sus pueblos, por la presencia masiva de la policía y el ejército, los inhibe para mantener y desarrollar sus culturas, desde la reproducción de sus condiciones de vida hasta la libertad para gobernarse a sí mismos85.
Empero, si «500 años de colonialismo no han sido suficientes para acabar con los indígenas»86, aquello se debía, como De la Cruz habría de recordar constantemente a sus lectores en sus diferentes textos históricos, a que los grupos étnicos no eran sujetos pasivos que aceptaban con resignación el fatal destino que les tenía reservado el colonialismo, sino actores sociales con una firme memoria histórica que resistían política y culturalmente al despojo y a la violencia colonial. Tal acción se ejercía con el objetivo de reiniciar su proceso de desarrollo civilizacional autónomo, para lo cual resultaba fundamental la defensa de elementos inherentes a dicho proceso como lo son la autodeterminación, el territorio y la propia memoria histórica. Precisamente, fue esta histórica resistencia político-cultural de los grupos étnicos -de México, en general, y del Istmo de Tehuantepec, en particular, - el aspecto con el que De la Cruz terminaría de articular su concepción de la historia. Por tanto, para este autor, en lo que ha de entenderse como una clara manifestación de su formación marxista87, la pausa impuesta por el colonialismo al desarrollo civilizacional autónomo de los habitantes originarios del territorio nacional, más que un orden social inalterable, era un proceso dialéctico que llegaría a su fin como resultado de la histórica lucha de liberación emprendida por los grupos étnicos a través de la vía armada88, pero también de la cultural.
Toda vez que De la Cruz entendía a la resistencia cultural -expresada principalmente en el sincretismo religioso89, en las relaciones sociales y con el medio natural, en la memoria histórica, y, pese al acoso y a las políticas de castellanización, en el uso de la lengua- como el arma más eficiente con la que los grupos étnicos actuales contaban para hacer frente al colonialismo, puesto que les infundía «fuerzas para cambiar su presente y construir proyectos políticos propios hacia el futuro»90. De lo anterior se infiere que, para De la Cruz, esta resistencia cultural debía inscribirse en un proyecto político, pues como él mismo mencionó «La resistencia cultural, si es auténtica, tiene consecuencias políticas, porque significa oponerse y luchar contra el colonialismo -ya sea externo o interno-»91. De la Cruz procuró llevarlo a la práctica, como se vio en el apartado anterior, al impulsar, junto a Toledo, Matus y Ramírez Castañeda, el movimiento étnico-cultural zapoteco e integrarlo a la agenda política de la COCEI; pero también al ejercitar la escritura de la historia, entendida por el autor como una elección política, «porque cada quien elige los sujetos de su historia»92. Además, en manos de intelectuales indígenas, que estuvieran interesados en escribir la memoria histórica de su propio grupo étnico, devenía en una valiosa arma contra el colonialismo académico, que «impone los valores de una a otra [sociedad] y la juzga desde su tabla axiológica»93.
Por lo que resulta factible afirmar que Víctor De la Cruz concedía a la producción y difusión del conocimiento histórico la función social de contribuir a la resistencia cultural de los grupos étnicos frente al colonialismo. Se puede pensar en su convicción por cumplir con esta función social, no solo en el hecho de que eligió dedicar el grueso de su producción histórica al estudio de los zapotecos de Juchitán, sino también porque abiertamente politizó su estudio, acercándose a él con el objetivo, en palabras del propio De la Cruz, de:
Mostrar la continuidad histórica de la resistencia de los grupos indígenas de la parte sur del Istmo de Tehuantepec, especialmente el grupo zapoteco, desde el inicio del proceso de colonización hasta la actualidad, y a la luz de estos hechos explicar y entender la lucha del pueblo juchiteco y de la COCEI en nuestros días, como continuación de esa resistencia étnica y hacia un proceso inverso, el de descolonización94.
De manera que, en la concepción de Víctor De la Cruz, el espíritu rebelde del pueblo juchiteco y la lucha etnopolítica que en el presente se encontraba librando, en defensa de su autodeterminación, sus recursos naturales y su identidad étnica, no habían surgido de forma espontánea, sino que tenían una profunda raíz histórica que este autor habría de plantearse, investigar y difundir -tanto entre su propio grupo étnico como y sobre todo entre un público externo más amplio-. Lo anterior bajo el propósito de entender mejor el significado político e histórico de los acontecimientos actuales y de aportar evidencias sobre los logros y errores del pasado que ayudaran a iluminar el porvenir.
De aquí que, del largo devenir histórico zapoteca, De la Cruz se interesara, particularmente, por estudiar aquellos episodios coyunturales en los que su autonomía y su resistencia al colonialismo se hicieron explícitos, como es el caso específico del florecimiento de los binnigul’sa’ o el de las rebeliones y las expresiones de resistencia cultural efectuadas por los juchitecos desde la Conquista hasta el presente. Aquello con la característica de que, en la mayoría de los textos en los que aborda estos episodios coyunturales, se evidencia una preocupación de su parte por resaltar y analizar la participación de quienes fuesen sus líderes políticointelectuales. Esto, a partir del doble argumento: por un lado, que para De la Cruz una movilización adquiere dimensión etnopolítica solo en la medida en que cuenta con una intelectualidad capaz de elaborar planteamientos teóricos y de «proporcionarle una dimensión étnicopolítica, que lo distinga de los actos violentos irrazionados»95. Mientras que, por otra parte, en lo que puede interpretarse como su planteamiento teleológico de que, para el autor, la presencia de los líderes era inherente a la lucha histórica de los zapotecas, pues en el transcurso de esta «cuando la situación opresiva se volvía intolerable, surgía o, mejor dicho, hacían surgir al líder que debía encabezarlos en su lucha»96. Una tercera explicación es que De la Cruz se interesó por los líderes históricos zapotecos porque veía en ellos una proyección de los dirigentes coceístas de su actualidad.
Parece oportuno finalizar este apartado al presentar un panorama general de la manera en que De la Cruz se aproximó a la interpretación de los principales periodos de la historia nacional en sus textos históricos. Así, respecto a la etapa prehispánica, De la Cruz parte por ubicar a la cultura zapoteca dentro del gran mosaico de la civilización mesoamericana, en el que «muchas veces un mismo dios, con diferentes nombres -por ejemplo, Tláloc en el altiplano central fue Cociyo entre los binnigula’sa’-, era adorado de un confín a otro de Mesoamérica»97. Para, seguidamente, pasar a centrar su atención en resaltar las particularidades y los logros de los binnigula’sa’, como es el caso de su temprano sistema de escritura, de su arquitectura monumental y, sobre todo, por la fuerza política que ello aportaba al presente del autor, de «la autonomía política que gozó esta sociedad a lo largo de tantos siglos […] quedando totalmente libres de la dominación azteca a la llegada de los españoles»98. Toda vez que, en su interpretación, «los actuales zapotecos o binnizá somos descendientes de aquellos y, por tanto, procede trazar una línea de continuidad desde ellos hasta nosotros»99. Así como también cabría trazarla, parece sugerir, entre los intelectuales zapotecas contemporáneos y los intelectuales binnigula’sa’, cuya aportación fue medular para el florecimiento de la cultura zapoteca, pues, en su opinión, «Sin el conocimiento de las matemáticas y la astronomía no habrían formulado dos calendarios, uno secular y otro ritual, y sin el conocimiento profundo de la arquitectura no habrían construido uno de los monumentos más imponentes conocidos en el nuevo mundo, Monte Albán»100.
Este proceso de desarrollo civilizacional autónomo, del que De la Cruz se consideraba orgulloso heredero, fue suspendido tras la Conquista y la consiguiente instauración del colonialismo, pero ello no implicó, como este autor enfatizó, la derrota de los grupos étnicos, puesto que «la resistencia se inició de forma simultánea al proceso de colonización»101. De aquí que al abordar en su obra histórica el periodo de la colonia, De la Cruz lo hiciera con el propósito de estudiar las causas y el devenir de las diferentes rebeliones zapotecas acaecidas entre los siglos XVI y XVIII. Esto pudo advertir en sus análisis cierta tendencia a resaltar aspectos que también se hacían presentes en la actual lucha del pueblo zapoteco y a los que De la Cruz acudía con la intensión de resaltar la dimensión histórica de esta, como es el caso de los proyectos de autogobierno, la participación de incipientes líderes políticointelectuales, la rivalidad con los valles centrales en tanto símbolo de la opresión colonial y la compra de cargos públicos, «como actualmente los priístas compran los cargos de presidentes municipales»102. En adición, sin evitar señalar la influencia en sus interpretaciones de una teoría marxista que lo llevó a asociar clase con etnia, como hiciera evidente al plantear que el orden colonial generó conflictos de clase dentro de la sociedad zapoteca, que condujeron a que «desde un principio las clases bajas lucharan por defender la civilización zapoteca ante la actitud de las clases dirigentes por acomodarse en el espacio del proceso colonizador»103.
El XIX es, por mucho, el siglo al que más textos dedicó De la Cruz, quizá porque en esta centuria, como él mismo apunta, las rebeliones zapotecas se presentaron de forma más recurrente, debido a que el surgimiento del Estadonación y la instauración del liberalismo como ideología política, y del capitalismo como modo de producción dominante, fomentaron el desarrollo de un colonialismo que «si no continuó igual, empeoró»104. Debido a esto, su principal tema de estudio, al abordar el periodo decimonónico, habría de ser, una vez más, el de los levantamientos armados zapotecas, con la particularidad de que, al ser una época mejor documentada, el autor dedicó mayor atención a examinar la participación de los líderes político-ideológicos tanto de dichos levantamientos como, incluso, del bando oponente. Así, realizó agudas críticas a héroes patrios como Benito Juárez, calificado por De la Cruz como «el zapoteco que dejó de serlo, que dejó su cultura y su lengua por la cultura y la lengua de la etnia dominante»105. Resaltó, por el contrario, el actuar de líderes juchitecos decimonónicos como José Gregorio Meléndez y José Fructuoso Gómez. Este último fue un abogado perteneciente a la burguesía local que, de manera semejante a los intelectuales zapotecas de la generación de Víctor, habría de regresar a Juchitán luego de realizar sus estudios en la ciudad de México para «rebelarse contra su clase y ponerse al frente del pueblo indígena»106. Al ser este un caso en el que la inclinación del autor, al asociar clase y etnia, termina por ceder frente a la evidencia histórica y el potencial interclasista de la identidad étnica.
La resistencia armada zapoteca cierra su ciclo a comienzos del siglo XX con dos grandes rebeliones -la encabezada por el general Charis y la llamada rebelión de los doctores-. Las dos situaciones son analizadas por Víctor de la Cruz en su obra histórica y de cuya interpretación es posible resaltar el acento que el mismo autor pusiera en un par de elementos, también presentes en el actual movimiento etnopolítico zapoteco y a los que pareciera acudir, una vez más, con la intención de legitimar históricamente a este último. El primer acontecimiento fue la lucha zapoteca por autonomía política que la COCEI enarbolaba y que había heredado, subraya De la Cruz, de los doctores Roque Robles y Valentín Carrasco, quienes, en abril de 1931, y ante el fraude electoral que acababa de cometerse, «se reunieron en la casa del general Charis, en donde planearon la última rebelión en defensa de la autonomía municipal y por la independencia del istmo»107. Mientras que el segundo elemento se refiere a la represión padecida tanto por algunos dirigentes coceístas como por personajes históricos como José F. Gómez, y a la que De la Cruz respondía afirmando que la histórica lucha del pueblo zapoteca trascendía a cualquiera de sus líderes, a los que podían apresar o incluso asesinar, «pero como no acababan ni con los zapotecos ni con las causas que los hacen rebeldes, éstos seguirían luchando con las armas en las manos»108. Aquello citado previamente puede interpretarse como un mensaje de esperanza que De la Cruz intentaba transmitir a los juchitecos contemporáneos.
Como también esperanzadora era su interpretación del cese de los levantamientos armados, no como una derrota final, sino como un cambio de estrategia en la histórica lucha zapoteca, ahora enfocada hacia la resistencia políticocultural en un momento histórico en el que «la lucha armada no tenía perspectivas»109. Por lo que De la Cruz también dedicaría parte de su producción histórica a estudiar el resurgimiento del movimiento étnico-cultural zapoteco de la década de 1930, entendiéndolo más que como «consecuencia de los proyectos de alfabetización indígena de los gobiernos posrevolucionarios, pues los miembros de la Sociedad de Estudiantes Juchitecos y los escritores en diidxazá del periódico Neza eran adultos que fueron alfabetizados con el método de castellanización directa en las escuelas oficiales»110 como una «consecuencia de la confrontación que tuvieron los binnizá con ‘los otros’, con la otredad que para ellos representaba la cultura mestiza nacional, la cultura dominante, durante las movilizaciones que originó la Revolución mexicana iniciada en 1910»111. Se integra así en un mismo proceso histórico -el de la resistencia zapoteca al colonialismo- a las rebeliones armadas ocurridas entre los siglos XVI y XX y al Movimiento de Reivindicación Étnica de la década de 1930, pero también a la lucha etnopolítica de su presente, en tanto continuación de aquellos y eslabón final de una secuencia histórica que «da sentido y explica la actual resistencia zapoteca, en el palacio municipal de Juchitán, del Ayuntamiento Popular ‘desconocido’ por la vallistocracia oaxaqueña»112.
Es posible afirmar, con base en que se expone hasta ahora, pero también con base en la lectura política que De la Cruz hiciera de su realidad global, -en la que «La reactivación de las luchas interétnicas en la URSS y en la vieja Europa hacen pensar que tal vez el modelo globalizador y unificador de culturas y lenguas está en crisis; acaso se acercan tiempos de ajustar cuentas con el modelo civilizatorio colonizador europeo y de abrir nuevas perspectivas a las minorías étnicas»113-, que en el pensamiento histórico del autor se vislumbraba cada vez más cercano el horizonte en el que los grupos étnicos de México, en general, y los zapotecos del Istmo de Tehuantepec, en particular, suprimieran la pausa colonial impuesta quinientos años atrás y reactivaran su proceso de desarrollo civilizacional. Aquello mediante la instauración de un proyecto alternativo que apuntara no a volver a un pasado idílico, pero históricamente inviable114, sino a la construcción de una sociedad multicultural en la que los indígenas tuvieran derecho a disfrutar de las ventajas de la modernidad y a reinterpretarlas e integrarlas a su acervo cultural. Aunque, sobre todo a decidir sobre sí mismos, es decir, a ejercer su capacidad «para construir su futuro, aprovechando para ello las enseñanzas de su experiencia histórica y los recursos reales y potenciales de su cultura, de acuerdo con un proyecto que se defina según sus propios valores y aspiraciones»115. Mismo futuro en el que De la Cruz postraba su mirada al observar a través del lente de la historia.
4. Conclusiones
El propósito de este trabajo fue analizar el pensamiento histórico del intelectual zapoteca Víctor de la Cruz, el cual se plasmó en sus principales textos históricos. Mediante dicho análisis, se procuró ubicar a este escritor dentro del horizonte histórico-cultural de los intelectuales indígenas críticos latinoamericanos, y a su obra histórica en la tradición historiográfica abierta y practicada por tales sujetos sociales.
Para ello, en el primer apartado se reconstruyó su biografía, al tomar como eje su formación y posterior desarrollo como intelectual indígena crítico, durante y después de participar activamente dentro del movimiento etnopolítico de la COCEI. Esto con la finalidad, y retomando el argumento aducido por el propio De la Cruz para biografiar a Andrés Henestrosa, de realizar una interpretación más precisa de su obra histórica, «pues el valor que se le dé a los textos variará, dependiendo si el autor proviene de una cultura de tradición oral o de una cultura que ya ha interiorizado la escritura»116. Sin embargo, lejos de ubicarlo de algún lado de la frontera, en sí misma artificial, el estudio biográfico de Víctor de la Cruz demuestra que este autor, como otros intelectuales indígenas críticos de su generación, fue ante todo un sujeto bicultural que redefinió su identidad étnica, en términos modernos, e hizo uso de instrumentos de la propia modernidad, entre ellos la escritura y la investigación académica, para preservar, fortalecer y difundir su cultura indígena ante un público externo más amplio.
Por otra parte, en el segundo apartado, se estudió el pensamiento histórico de Víctor de la Cruz y la manera en que este intelectual indígena crítico intentó hacer de la escritura de la historia una herramienta cultural a favor del movimiento etnopolítico zapoteco de su presente. Para ello, se expusieron los elementos constitutivos de dicho pensamiento, que se plasmaron en sus principales obras históricas y se resaltó la función social que este autor concedió al conocimiento histórico, al trazar una línea de continuidad entre las rebeliones zapotecas del pasado y el movimiento etnopolítico actual. Cabe apuntar que, De la Cruz, de manera semejante a otros intelectuales indígenas críticos de su generación, pretendió encontrar, en los procesos y hechos históricos por él estudiados, recursos narrativos, es decir, historiográficos, que contribuyeran a explicar y legitimar históricamente al movimiento etnopolítico zapoteco de su presente.
En este sentido, aunque de forma ciertamente somera, el artículo exploró una línea de investigación sobre el heterogéneo universo indígena, que fue dejada un tanto de lado por los estudiosos del devenir histórico de este universo y cuyo conocimiento resulta fundamental para despojarnos de las gafas esencialistas con las que los humanistas y los científicos sociales todavía perciben a las sociedades indígenas. En muchos casos, se considera que «la condición de intelectual, la escritura y las disciplinas del conocimiento son incompatibles con los sujetos indígenas, a menos que hayan dejado de serlo»117. Debido a lo anterior, esta investigación aspira a que una de sus aportaciones sociales sea, de forma precisa, el ampliar nuestro conocimiento sobre el mundo étnico contemporáneo y, después de todo, entender a los indígenas no solo como informantes o como objetos de estudio que requieren ser explicados e interpretados por investigadores externos, sino también, fundamentalmente, como sujetos sociales capaces de nombrarse a sí mismos y de escribir su propia historia.
Finalmente, pese a que en el artículo se renunció a toda posibilidad de abordar con neutralidad la vida de Víctor de la Cruz, al evidenciar, incluso, una auténtica simpatía hacia este intelectual zapoteca -que, por lo demás, es algo común entre quienes practican la biografía histórica-, el trabajo ofrece al lector la posibilidad de entender a De la Cruz no como un sujeto excepcional, sino como un hombre de su tiempo. Esto es, como un intelectual indígena crítico cuyo pensamiento histórico evidencia la influencia de las corrientes de pensamiento y las posturas políticas en las que se forjó la historiografía étnica de su generación, así como los límites que dichas influencias y su propia realidad social le impidieron rebasar -y resulta absurdo, por tanto, cuestionarle aspectos tales como su marxismo estructuralista o su idealización del pasado prehispánico-. Pero que, a la vez, expresa su originalidad y su aportación al desarrollo de dicha historiografía y de la intelectualidad étnica latinoamericana, en general. La anterior siendo la principal aportación a la disciplina histórica hecha por Víctor de la Cruz, en particular, y por la historiografía étnica, de forma global. Además de ofrecer una veta epistemológica y un campo de estudio hasta ahora escasamente explorados, el renovar nuestra convicción en la función social que encierra la escritura de la historia, entendiéndola como una herramienta que bien puede ayudar a todo aquel que la ejercita, sea indígena o no, a «descubrirse a sí mismo, aprender a ubicarse y encontrar su camino»118.