INTRODUCCIÓN1
Desde hace décadas se han fortalecido progresivamente diferentes formas de pensar el complejo entramado de lo rural en el pasado, sus transformaciones y cambiantes vínculos con lo urbano. Así, en el marco de un campo historiográfico renovado y sensible a cuestiones como la experiencia y el relato, se fortaleció en especial el abordaje de los sujetos rurales, por lo que se condujeron líneas de trabajo destinadas a profundizar, por ejemplo, en sus condiciones de vida, capacidad de agencia y cotidianeidad. En conjunto, funcionaron como inmejorables lentes de observación para comprender aspectos complejos, dispersos y, en cierto modo, difíciles de recuperar, al tomar cierta distancia de un tradicional agrarismo predominante en las lecturas canónicas2.
Desde estas miradas, las familias dejaron de ser figuras secundarias para aparecer como núcleos heterogéneos, e incluso conflictivos, donde coexistieron diferentes cuotas de participación, visibilidad y poder entre sus miembros en el espacio rural que las contenía. Los hallazgos permitieron repensar las claves del trabajo, la domesticidad y los vínculos intrafamiliares para reponer incluso el tejido de lo femenino a partir de aportes de enfoques de género3. Pero, incluso cuando estas lecturas resultaron estimulantes, parece claro que todavía es necesario consolidar miradas orgánicas que cuestionen perspectivas masculinizadas, impregnadas de sesgos productivistas.
En esa línea de preocupaciones, aunque de forma menos enfática, se plantearon trabajos sobre las diferentes etapas del ciclo vital como aspectos desigualmente abordados. El énfasis en la experiencia adulta parece congruente también con enfoques tradicionales en términos casi exclusivamente agrarios, por cuanto se infiere de la adultez una etapa de madurez (mental, física, reproductiva) y también la más representativa de las labores típicas del campo. En un panorama que presenta múltiples irregularidades, se entiende por qué se puso una menor atención por lo extremos, es decir, la ancianidad o la niñez. Queda expuesta, entonces, la necesidad de desentrañar aquellas lecturas que asumen y replican relaciones asimétricas establecidas entre quienes alcanzaron la etapa adulta y quienes aún no, con base en un universo simbólico y un orden de valores patriarcales, para enriquecer abordajes alternativos.
En efecto, es posible identificar un vacío notable en cuanto al abordaje de la niñez en espacios rurales, la cual ha recibido una atención esporádica, cuando no, postergada desde el campo histórico. Es propio recordar que Laslett señaló hace tiempo que había algo "misterioso" en la ausencia histórica de las multitudes de bebés en brazos, niños pequeños y adolescentes que poblaron escenarios pueblerinos como campestres. Se refería a la Gran Bretaña pre-industrial, y, sin embargo, su apreciación parece tener aún una notable vigencia extrapolable a otras realidades4.
La niñez rural parece quedar anclada en los márgenes de un relato histórico que, si antes no la contemplaba, aún parece no encontrar suficientes razones ni maneras efectivas de incorporarla. En adición, es importante reconocer que al sesgo adultocéntrico y masculinizado de la historia, se suma una imperante mirada desde y hacia lo urbano que contribuye, aún más, a difuminar el interés sobre el pasado infantil rural. Es posible reconocer que el sujeto infantil rural ha pasado "inadvertido [de modo que] pocos textos nos hablan de ellos"5. Así, quien procura pensar estas cuestiones en un sentido histórico, se posiciona ante un campo difícil, en apariencia vacuo y volátil, en el que incluso las fuentes se muestran esquivas, inasibles o imposibles de rastrear, ¿se debería, entonces, renunciar a su estudio? Si no es así, ¿con qué propósito buscar su continuidad?
La presente propuesta parte de asumir el incompleto, aunque promisorio, panorama histórico, tanto de las niñeces en espacios tradicionalmente agrarios, atravesadas por el aislamiento, como en pequeñas y medianas comunidades rodeadas e influidas por ese tipo de escenarios, que constituyen ejemplos de diferentes gradientes de la experiencia rural en la niñez. Pero también, de la convicción de que esta ausencia no es resultado de una falta de protagonismo infantil o importancia en procesos socioculturales, económicos y productivos, sino de un posicionamiento analítico no siempre asumido.
Se propone, entonces, a partir de una selección bibliográfica, presentar críticamente el espacio que el sujeto infantil rural ocupó en los estudios históricos -que se anticipa como irregular y extracéntrico-, con foco en el caso argentino, en un contexto general latinoamericano. Se trata de una aproximación inicial con la intención de mostrar un lienzo de rutas exploradas e inexploradas, sin pretensión de exhaustividad. Luego, se delinean hallazgos con base en una investigación doctoral finalizada que señalan la posibilidad de configurar un subcampo específico con potencialidades propias. Finalmente, en una década en que los estudios sobre el pasado infantil demostraron un despliegue notable, el presente estudio pretende contribuir, con intenciones reivindicativas, una reflexión que señala vacíos, pero también posibilidades para construir una historia con menos invisibilidades infantiles.
1. UN BALANCE HISTORIOGRÁFICO
Un acercamiento a la cuestión supone reflexionar inicialmente sobre una conceptualización posible de "niñez rural",6 desde una mirada histórica. De forma tradicional se definió a la niñez como una categoría biológica, de modo que la edad funcionó como un delimitador de diferentes etapas atravesadas por el ser humano. Si bien esta es una forma aún difundida de pensar el desarrollo físico, intelectual y emocional de las personas, la edad se mostró como un elemento confuso para determinar qué es la niñez, que comenzó a ser vista más bien como un constructo sociocultural históricamente influido en su configuración7.
A su vez, la categoría de ruralidad genera amplios debates poniendo en tensión las definiciones dicotómicas más clásicas, por ejemplo. Una mirada retrospectiva, sin embargo, tampoco facilita la tarea de determinar qué fue (o no) rural, sobre todo en los pliegues donde la ciudad y el campo entraron en contacto o en etapas en que una progresiva urbanización del estilo de vida de poblaciones campestres se hizo evidente. Por lo tanto, para pensar las niñeces rurales en el pasado es necesario impregnar la perspectiva de claves culturales, societales y regionales/locales que contornearon una o varias ideas de infancia en las que encajaron determinados sujetos. Lo anterior señala, por ende, la imposibilidad de pensar en categorías universales, aunque sí es posible delinear ciertas nociones para pensar el problema8.
Al tener presente lo anterior, se podría decir que puede entenderse por niño o niña rural a aquellos sujetos que presentaron todas o algunas de las características etarias, físicas, actitudinales, de filiación e integración a instituciones específicas (como la escuela) que se correspondieron con representaciones socialmente consensuadas sobre lo infantil y lo rural en un determinado marco sociohistórico. En general, podían transitar sus existencias en zonas de valor productivo marcadas por una impronta agraria, pero, sobre todo, integraban un grupo, familia y/o comunidad donde prevalecían lazos, costumbres y prácticas vinculadas a un estilo de vida asociado al campo. El niño y niña rural aparecían también atravesados por discursos e imágenes productivas, sociales y culturales relativas a su condición, pero también a su espacio de vida. Esto implicaba una cierta adecuación a roles de género, participación en actividades intra y extra-domésticas adaptadas a sus capacidades, prácticas cotidianas, desplazamientos y organización de los tiempos que modelaban su vida cotidiana.
Parece necesario, entonces, proponer una puesta a punto en cuanto a los abordajes historiográficos existentes sobre niñeces rural. Sin pretensión de exhaustividad, nos concentraremos, entonces, en aquellos estudios que abordaron el tema con cierta especificidad y que aportaron hallazgos o perspectivas novedosas, ordenando las contribuciones según líneas de investigación, más que temporalidades o recortes espaciales.
Si bien excede el alcance de nuestras reflexiones, resulta valioso poner en perspectiva avances locales y regionales en un marco de aportes realizados más allá de América Latina. En ese sentido es interesante mencionar un estudio pionero producido en la década de 1970 sobre la etapa victoriana, en cuanto a los rasgos que asumió la colocación de niños, ciertas prácticas de cuidado y bienestar infantil en ámbitos rurales británicos. A partir de entonces, surgieron otros trabajos dirigidos a analizar la labor infantil en las granjas en Norteamérica, Oceanía y Europa del norte a finales del siglo XIX e inicios del XX, así como la influencia de las migraciones y el asentamiento en el oeste decimonónico norteamericano en la niñez y su crecimiento9.
En el marco de recortes espaciotemporales similares surgieron estudios sobre aspectos físicos y emocionales en el crecimiento de niños y niñas en pequeñas explotaciones, la construcción de su masculinidad y feminidad. Pero también aparecieron miradas sobre la cotidianidad infantil y la construcción de relaciones paternofiliales en familias campesinas, con base en fuentes orales para las primeras décadas del siglo XX10. Con interés en recuperar voces y experiencias infantiles en contextos rurales, además, se elaboraron interesantes lecturas basadas en cartas de lectores infantiles enviadas a periódicos locales y diarios íntimos.11 Incluso, si se extiende el foco de atención a España y Portugal, es posible destacar al menos iniciativas que integran sugerentes miradas sobre niños y niñas rurales, su mortalidad, aporte al trabajo y escolarización, entre otras cuestiones12.
Este breviario apenas tiene la intención de indicar algunas direcciones en que se desplazaron las inquietudes académicas donde los estudios históricos de la infancia encontraron en general una buena acogida, en general en academias del mundo angloparlante. Allí los abordajes sobre la niñez rural aparecen en torno de ciertas temporalidades, con predominio del periodo decimonónico, con un temario bastante variado de aspectos trabajados.
Los estudios dedicados a la niñez del pasado en América Latina se consolidaron de forma más tardía, aunque con un interesante despliegue sobre todo a partir de la década de 1990, como confirma la aparición de diversos estudios, varios de ellos en compilaciones13. A partir de los aportes de especialistas de diferentes países, se comenzó a cubrir un amplio espectro témporo-espacial que iluminó, no sin desigualdades, el complejo y multiforme escenario infantil de épocas anteriores. De forma más reciente se consolidaron abordajes conjuntos que continuaron esas vetas con resultados alentadores14.
En esos trabajos se asomaron diversas niñeces, principalmente, desde instituciones familiares, escolares, tutelares o correctivas, que permitieron avanzar en la recopilación de sus trazos. A pesar de los sugerentes avances, sin embargo, resulta aún notoria la ausencia de otras que no pueden, tal vez, vislumbrarse con claridad y que configuran un universo compartido con quienes circularon en espacios extracéntricos, no urbanos, incluyendo en especial los rurales.
Así, una tarea de revisión de aportes historiográficos sobre la niñez rural en América Latina, y en Argentina en particular, todavía aparece como una tarea postergada, incluso cuando resulte difícil soslayar la presencia infantil en entornos rurales pretéritos, debido a la tradicional importancia de las producciones primarias en este recorte del continente. En ese sentido, existen estudios que permiten recomponer el entramado familiar, especialmente desde perspectivas demográficas, involucrando a la niñez que habitó en espacios rurales15. Sin embargo, el camino recorrido por los estudios históricos sobre niños y niñas rurales se bifurca fundamentalmente en dos direcciones.
Por un lado, se podría decir que se consolidaron miradas desde la educación rural como punto de partida. En especial se abordaron políticas y prácticas educativas decimonónicas y de las primeras décadas del siglo XX que pretendieron sedimentar en sentimientos patrióticos, amor a la tierra y valoración del trabajo rural, de modo que se enfatizó en los logros, y límites alcanzados en torno de la incorporación de poblaciones rurales a la escolarización primaria. Desde esta perspectiva, si bien la niñez per se no constituyó primariamente el objetivo, apareció de forma oblicua en sus contextos familiares y en los desafíos cotidianos de la vida escolar, iluminando rasgos valiosos16.
Por otro lado, destacaron líneas de investigación referentes al trabajo infantil en espacios rurales. Se pueden citar estudios que abordaron la participación en actividades productivas en distintos escenarios regionales, en contextos de producción familiar o como mano de obra contratada. Estos avances aportaron claridad sobre las variables de las tareas de niños y niñas acorde a su edad, género y trasfondo familiar, cuestiones que incluso iluminaron aspectos sobre el cansancio y el dolor como realidades inmanentes que permiten pensar en las corporalidades infantiles en entramados rurales17.
En el cruce de estas cuestiones, también es posible identificar abordajes que incluyeron diversos aspectos como la salud infantil, las circulaciones, la recreación, la sociabilidad e incluso prácticas religiosas en zonas rurales o de campaña18. Con relación a escenarios concretos destinados a la producción agropecuaria, se estudiaron experiencias en colonias agrícolas en contextos decimonónicos, en vinculación a aspectos educativos y relativos a la salud, como también en espacios colonizados de tardía formación con énfasis en dinámicas cotidianas relativas al trabajo, escolaridad, recreación, circulaciones y sociabilidad, en relación con un trasfondo inmigratorio y transicional con lo urbano19.
Pero en los límites de los marcos familiares, e incluso más allá, con relación a experiencias infantiles marcadas por las disputas judiciales, el abandono, la orfandad y la carencia, es interesante mencionar trabajos que contemplaron la cuestión desde el rol del Estado e instituciones privadas. Incluso es interesante el tratamiento del delito infanto-juvenil en escenario rurales, a partir de la reconstrucción de fuentes directas sobre la condición de los propios sujetos infantojuveniles que quedaron incluidos en esos contextos20. También es posible citar aquellos trabajos que indagaron en imaginarios y representaciones que contribuyeron a perfilar determinadas nociones de infancia rural desde la prensa periódica, discursos oficiales e incluso materiales escolares, con foco en el siglo XX. En esa línea algunos estudios se centraron en los conceptos de campo y niñez con peso en los discursos y diseños de ciertas políticas21.
Finalmente, es interesante reparar en los abordajes metodológicos utilizados, dado que una problemática reiterada es la dificultad que supone la recuperación de fuentes que permitan abordar cabalmente al sujeto infantil en espacios rurales desde una mirada histórica. Entre los trabajos citados anteriormente se han sucedido diferentes estrategias que varían entre el uso de fuentes censales, documentación de instituciones privadas y públicas, en especial escolares, como también publicaciones, prensa periódica y legislación. Son escasos, en cambio, el uso de producciones infantiles, como diarios íntimos, cartas e incluso dibujos. Merece una mención el uso de memorias de la infancia como recurso, con la intención de reconstruir condiciones alimenticias, sanitarias, habitacionales, así como aspectos relativos a la escolarización y la sociabilidad, en articulación con trayectorias personales e impresiones que perviven en quienes vivieron su niñez en espacios rurales. En esa línea, destacan reflexiones sobre las consideraciones sobre el propio bienestar infantil a partir del trabajo con testimonios y fotografías familiares22.
Un balance general permite afirmar que los conocimientos generados no forman parte de líneas específicas de investigación, sino que son más bien derivaciones que luego son, en general, discontinuadas. Además, más que las niñeces se suelen analizar discursos, prácticas, políticas e instituciones creadas por adultos, mientras que, como se sugirió antes, se adicionan limitaciones de orden conceptual que impiden caracterizar y agrupar hallazgos. Incluso, el hecho de que se multipliquen rastros en diferentes estudios sin una "etiqueta propia" alude a la dificultad de pensar estas cuestiones dentro de un espacio propio. De modo que, aunque se encuentran pistas y fragmentos significativos, todavía no logran unirse, a la espera, quizá, de que se arrogue su presencia específica dentro del campo histórico.
En suma, es posible identificar perspectivas en las que, con frecuencia, las niñeces rurales salen al cruce de otras cuestiones. Pero ni la historia rural ni la historia de la infancia incorporaron estas miradas aún con determinación. No se ha ahondado en la variedad de matices que adquiere lo infantil en marcos rurales, incluyendo pequeñas localidades con cierto grado de urbanización, pero fuertemente articuladas con actividades primarias adyacentes23. Así, aunque contamos con aportes fundamentales, no se han ampliado temporalmente las apreciaciones para vislumbrar continuidades y rupturas. Escasean miradas que incorporen estos aspectos en una cronología extendida, que, además, imbriquen diversas fuentes documentales para relevar las múltiples realidades infantiles rurales. De este modo, parece necesario profundizar en el análisis de la vida cotidiana, la sociabilidad, la recreación, la circulación o el apego al espacio, desde enfoques que permitan reconocer el protagonismo infantil. Estos rasgos se pueden constatar en la bibliografía especializada regional y también en la local.
En el caso argentino estas cuestiones se enmarcan, además, en una tradicional concentración del relato histórico en el marco porteño y litoral/ pampeano, lo que implica una subrepresentación de vastas niñeces no urbanas, periféricas, en la medida en que todavía no se ha logrado exceder el magnetismo que generan estos espacios. Se evidencia, entonces, una carencia de lecturas que incorporen variables (inter)regionales, provinciales y locales, que permitan componer el lienzo histórico infantil en entornos rurales, aunque consideraciones similares pueden esgrimirse para otras realidades latinoamericanas. En suma, la historia rural sigue siendo adulta, y la historia de la infancia, en general, urbana. En sus intersticios, sin embargo, es posible vislumbrar a quienes no entraron en esos entramados, y que configuran en la actualidad un sujeto de análisis histórico de rasgos extracéntricos al gravitar marginalmente en los temas de investigación más consolidados.
2. APUNTES DE UN CASO
Con la intención de hacer un acercamiento concreto a la reposición histórica de niños y niñas rurales, para dar cuenta de potencialidades y limitaciones, se retoman las particularidades de un caso. Incluso cuando las cuestiones a referir solo tienen la intención de mostrarse como ejemplos en un vasto terreno aún inexplorado, resulta sugerente reseñar la trayectoria seguida y algunos hallazgos para pensar de qué modos estos sujetos salen al encuentro de las investigaciones, con posibilidad de convertirse en un tema central24.
La investigación doctoral desarrollada, en principio, se orientó a estudiar la colonización agrícola en la provincia de Buenos Aires (Argentina) en una etapa tardía (1950-1980), cuando, si bien estaba en declive, contaba con cierto aliento en un contexto posbélico preocupado por el abastecimiento alimenticio y el arraigo de familias rurales. La periodización registraba, además, cambios en el paradigma de lo rural, con un claro correlato en el escenario argentino, a través del impacto en la modernización, tecnificación y salida del sujeto familiar de los campos, de cara a las transformaciones póstumas de una etapa neoliberal.
En concreto, se propuso trabajar con dos colonias agrícolas creadas durante el peronismo (1946-1955): "La Capilla" (1951, partido de Florencio Varela) y "Justo José de Urquiza" (1951, partido de La Plata), creadas por el Instituto Autárquico de Colonización de la provincia de Buenos Aires y el Consejo Agrario Nacional, respectivamente. Su ubicación en espacios rurales cercanos a ciudades denotaba la intención oficial de robustecer acciones donde la provisión de alimentos frescos, el acceso, la comercialización y la instalación fueran facilitadas por la cercanía con lo urbano. Una vez creadas, ambas colonias fueron habitadas por familias inmigrantes de orígenes variados, con predominio de japoneses e italianos.
Los casos se presentaban como verdaderos laboratorios de decisiones políticas, procesos migratorios y aspectos familiares en los intersticios de lo urbano y lo rural. Sin embargo, surgieron imprevistos en el acceso a documentos que dificultaban recomponer la política en la praxis, y, como contra efecto, las fuentes orales se perfilaron como un insumo valioso. Se tejieron, entonces, lazos con antiguos habitantes de las colonias que derivaron en cuarenta entrevistas semiestructuradas (20112018) que apuntaban, no solo a reconstruir una política agraria, sino a desvelar prácticas, experiencias cotidianas y condiciones de vida. A través de las memorias, las colonias se convirtieron más en un escenario y ellos(as) mismos en protagonistas para desentrañar la realidad de las familias horticultoras o floricultoras y sus circunstancias.
El interés por continuar por una línea más cercana a los sujetos ofrecía una perspectiva privilegiada para comprender cómo se había experimentado la cuestión espacial, administrativa, la pertenencia, el enraizamiento y la apropiación del lugar por parte de los habitantes, pero también, cómo las familias habían incorporado estratégicamente una política en sus recorridos. En esa línea, comenzaron a interesar 204 cuestiones relativas al ciclo familiar, roles, circulaciones y tareas, igualmente formas de abastecimiento, contactos con las ciudades y prácticas de sociabilidad.
De forma imprevista, sin embargo, la niñez de las colonias comenzó a trascender en múltiples registros, acentuándose en la medida en que la memoria de la infancia revelaba sus facetas. Las fuentes ubicaban a los sujetos entre surcos, invernaderos, bancos de escuela, clubes, cooperativas y almacenes. Pero sucedía que, por razones relativas al ciclo vital, quienes brindaban sus testimonios habían sido niños o niñas de entre cinco y doce años al fundarse las colonias.
Se procuró, entonces, si no correr el "velo" infantil, al menos asumirlo para "escarbar" en los datos. Esta postura reposaba en la asunción tácita de que las colonias habían sido, fundamentalmente, creadas y habitadas por adultos(as). Imaginar el pasado rural en clave adulta deriva de supuestos que pocas veces son revisados. Sin embargo, frente a la creciente sospecha de que el sujeto infantil se perfilaba con rasgos propios, la investigación se reorientó a descubrir sus particularidades. Uno de los primeros acercamientos fue a través de la reconstrucción de grupos domésticos para generar una instantánea de las composiciones familiares y, en particular, del universo filial.
Los grupos domésticos eran de composición variada, organizados productivamente según un modelo tradicional. El paisaje estaba formado por familias nucleares, incluyendo varias extensas. Pero, además, se descubría una importante presencia de personas muy jóvenes, que podía entenderse como una reserva que asumiría la conducción de las explotaciones en el recambio generacional. La cantidad de hijos -que, en general, no superaban los 12 años- era superior al de las hijas25. El escenario de las colonias estaba impregnado de bulliciosos infantes, que, además, eran mayormente varones.
Tanto las fuentes oficiales como los testimonios corroboraron que el acceso a programas de colonización oficial durante el peronismo implicaba un riguroso proceso de admisión. Se alentaba la presentación de familias numerosas, con experiencia rural, aunque sin tierras, pues se suponía que en esas condiciones se podía afrontar mejor las demandas del trabajo en el campo. Pero no todos los miembros sumaban, literalmente, por igual. Las grillas de puntaje usadas mostraron que los hijos varones constituían el elemento más valioso en las postulaciones, con diferencias marcadas según edad y género. Esto se correspondía con un pensamiento "familiarista"26 aderezado con visos ruralistas, que destilaba consideraciones puntuales sobre el elenco infantil. Para el caso, no toda la descendencia importaba por igual.
De esta suerte, la composición familiar de las colonias, tanto como el predominio masculino entre el elenco infantil, no eran casuales. El accionar estatal incidió en qué tipo de familias poblaría los bordes rurales de las ciudades alcanzados por las políticas colonizadoras. Incluso, la cantidad de hijos e hijas permitía entender hasta qué punto las familias se habían adecuado a un modelo para ser seleccionadas y configurar una determinada demografía en los espacios rurales analizados. Bajo estas miradas, destilaban particularidades en el modo de considerar los roles femeninos y masculinos infantiles para pensar esas vidas como recursos en el presente, pero, sobre todo, como depósitos a futuro. En otras palabras, se podría decir que si las familias recibieron tierras fue, en buena medida, por y para sus hijos. Por ende, el acceso a las colonias fue una estrategia en sus ciclos vitales.
Lo anterior permitió, también, repensar la política analizada. La colonización agrícola fue en general considerada desde el accionar estatal como regulador del conflicto social (real o potencial), en diálogo con un clima de ideas propicio. En menor medida se destacó que fue una de las pocas políticas de larga duración en Argentina orientada a familias rurales. Pero, sobre todo, raramente se comprendió la incidencia de la niñez, es decir, de qué modo el acceso a la tierra se dirigía como una respuesta para resolver problemáticas presentes, pero también como promesa de un futuro mejor para la descendencia de familias rurales27.
Debe considerarse que la situación desfavorable de los trabajadores asalariados rurales y chacareros arrendatarios fue capitalizada en la campaña presidencial de Juan D. Perón, en propuestas como el Estatuto del Peón (1944) y Estatuto del Tambero Mediero (1946), junto el fortalecimiento de los Centros de Oficios Varios. Se promovió una serie de representaciones en torno de lo rural en que, ante la precariedad e histórico abandono, sobrevenía la atención y el cuidado del Estado justicialista. Una vez en el poder se sosegaron los discursos más álgidos y la colonización agrícola, a pesar de una cierta continuidad, fue perdiendo fuerza.
Mientras el impulso colonizador perduraba, el acceso a la propiedad de la tierra se presentó en la propaganda como un recurso liberador frente a la explotación del trabajo rural mal remunerado, con un especial impacto en la descendencia. Se evidenciaba cómo el sujeto infantil aparecía como parte integral de la propuesta, pues al acceder a programas oficiales de colonización, los padres protegían a sus hijos, además de enseñarles una labor digna y valiosa para la patria. Como consta en un afiche promocional, se interpelaba a los progenitores rurales con el lema: "Si usted ha sido explotado, no permita que su hijo lo sea. Cómprele la tierra que cultiva". La tierra no solo aparecía en términos de herencia, sino de liberación de la explotación, un legado simbólicamente contundente en la relación paternofilial.
En esa línea, una emisión del Noticiario Panamericano28 (1947) afirmaba que el trabajador rural en el pasado "se [había sentido] siempre un ave de paso, condenado al desarraigo y la explotación", pero que, bajo el cobijo del primer plan quinquenal (1947-1952), que dirigía el ingreso de extranjeros, incluso el inmigrante podía convertirse en colono. Se aclaraba que "la obra de adaptación se completa cuando el hijo del inmigrante penetra cada vez más en su función de argentino". Es decir, cuando el niño y/o niña incorporaba idioma, historia y costumbres nacionales. Se transmitía así un mensaje diáfano sobre cómo la niñez rural, inmigrante en este caso, era pensada en una trama colonizadora, mientras se superponían imágenes de escuelas, tierras y hogares rurales. En suma, era con el aporte infantil que el reiterado lema "gobernar es poblar" encontraba pleno sentido.
Lo anterior encastraba con representaciones que excedían, pero complementaban estas cuestiones. Existía un anudamiento de sentidos entre un "idilio rural" preconizado y la inocencia como sello característico del ideal predominante de infancia. Es decir: si, en general, la niñez condensaba virtudes como pureza, inocencia y bondad, entonces quienes vivían en un ambiente inmejorablemente sano como el campo experimentaban la mejor de las experiencias infantiles posibles (Kraak y Kenway, 2002)29.
En definitiva, pensar en el valor retórico y práctico de la niñez rural en las propagandas y programas colonizadores del peronismo fue una invitación a imbricar hallazgos de los casos analizados con su contexto. Pero, si se confirmaba una importante presencia infantil en las colonias, otras pistas visibilizaron una incidencia que iba más allá de las configuraciones familiares.
Uno de los puntos donde inmediatamente el aporte infantil se hizo diáfano fue en la trama productiva, aunque cada vez era más cuestionable que las "pequeñas tareas" hubiesen sido aportes secundarios, o bien engranajes que articulaban con el conjunto familiar. Los testimonios señalaban estrategias que sugerían cómo se decidían labores y con qué criterios, cuánto tiempo se destinaba y en qué espacios. Estas cuestiones permitían pensar cómo las familias más numerosas se adecuaban al contexto, mientas las más reducidas potenciaban sus recursos, incluyendo hijos e hijas.
El trabajo de niños y niñas era importante, pero la mano de obra infantil no se repartía de forma ecuánime. Pero las diferencias no parecían responder específicamente a orígenes familiares, extensión o composición de los grupos. Si bien estaba muy extendido en familias con una sólida trayectoria previa en labores rurales, no así entre las que se mostraban más permeables a un estilo de vida urbano por sus recorridos. Estas últimas buscaban reservar su descendencia o bien permitían una participación moderada, de a veces carácter optativo. El trabajo infantil aparecía con más o menos fuerza acorde a la cultura rural familiar, de manera que los itinerarios incidían tanto o más que el entorno y las necesidades productivas.
Las representaciones más difundidas durante el periodo mostraban a las niñas con delicados vestidos y prolijos peinados acompañando a sus madres en el hogar y a los niños en overoles imitando las tareas de sus padres en el campo. Pero en las colonias las actividades infantiles se dividían más bien por edad que por género. En los primeros años, desempeñaban tareas adaptadas a sus capacidades en labores que requerían precisión, destreza y minuciosidad. Luego, tanto niños como niñas participaban activamente en la siembra, la cosecha e incluso el manejo de maquinaria.
Pero el mapeo del trabajo infantil excedía el aporte en actividades agrarias. Como en otros espacios rurales, las niñas tenían una carga adicional al asumir tareas domésticas que muchas veces las madres compartían o delegaban en ellas, en virtud de estar implicadas en el campo. Si bien algunos estudios sobre otras realidades encuentran que la naturaleza de estas labores divergía en función de la composición familiar, la locación, el tipo de cultivos y la capacidad de contratar empleados en la explotación30, en los casos estudiados -posiblemente por la relativa similitud que imponían las condiciones de las colonias- las niñas tenían desempeños bastante estandarizados. Así, actividades como limpieza, preparación de alimentos, remiendo de ropa, cuidado de hermanos, mantenimiento de gallinero, pasaban en buena medida por sus manos infantiles, sin exclusión de tareas pesadas más típicas de varones.
Sin embargo, también fue fundamental el oficio de la niñez como "mediadora lingüística", es decir, traductora a la lengua española para sus padres inmigrantes. Estos desempeños eran de particular importancia en actividades comerciales (donde los varones tenían más participación), pero también en el abastecimiento hogareño y los eventos sociales. Lo anterior imbricaba también con el acompañamiento de mayores o la supervisión de hermanos pequeños (un ámbito más frecuentado por niñas), aspectos que los mostraban como piezas fundamentales en el orden productivo, pero también de la domesticidad con sus servicios de cuidado31.
Lo anterior permite repensar los matices de la niñez rural en términos de sus múltiples inserciones en el terreno del trabajo, pero también como articuladores en espacios ajenos a la cultura familiar inmigrante. Reconocer estos detalles permitió realizar fructíferos enlaces entre la cotidianidad rural, el impacto de una política en el ciclo familiar e individual, así como la dimensión simbólica de los discursos y representaciones vertidos sobre la constelación familiar. Pero, sobre todo, sobre la niñez en los campos: sus capacidades, tiempos, cuerpos, destinos potenciales.
La vida diaria de niños y niñas en las colonias, además, reveló su particular influencia en las arenas de lo social. Un supuesto de partida era que los espacios y momentos de sociabilidad habían sido una construcción adulta, donde tal vez hijos e hijas correrían, conversarían y jugarían. Sin embargo, algunas pistas comenzaron a sugerir que en muchas ocasiones habían sido motivados por la presencia infantil. El caso más claro fue la fundación de escuelas en las colonias. En lo cotidiano, la insistencia de niños y niñas en pintar las escuelas y hermosearlas con flores, o bien de participar en actos escolares que reunían a adultos, hacía que espacios trascendieran la función educativa. Su valoración aparece refrendada en anécdotas que muestran su importancia y cómo los niños y niñas padecían no poder asistir por condiciones climáticas o temporadas de cosecha que los requerían en los campos.
No está demás aclarar que las instituciones escolares fueron creadas porque había una población en edad escolar que representaba una demanda concreta, lo que corrobora la presencia infantil advertida. Esas escuelas -como solía suceder en otros entornos rurales- por momentos fueron la única señal de un Estado cuya presencia estuvo signada por la intermitencia y, finalmente, el abandono32.
En ese escenario, existían diferentes modalidades en que los niños y niñas formaban parte de la vida social conjunta. Por ejemplo, en actividades generales como asados, espectáculos de doma o desfiles de carnaval. Aunque en otras ocasiones eran claramente el centro de la sociabilidad. Por ejemplo, en el festejo de los días del niño, la niña y los ancianos en las comunidades japonesas, donde con diversas actividades se estrechaban lazos entre generaciones. Estos eventos mostraban una participación infantojuvenil fundamental, dado que los más pequeños eran alentados a realizar performances artísticas o deportivas que revelaban su inserción en la comunidad étnica y constituían momentos de esparcimiento para todas las edades.
Más allá de los surcos y las aulas, la vida infantil estaba permeada por una sociabilidad que se perfilaba también en niveles más capilares, en tanto los más chicos manifestaban su deseo de reunirse a jugar a la pelota, escuchar programas de radio y, en casos más contados, festejar algún cumpleaños. Sin embargo, sus iniciativas se integraban en un esquema de manejo del tiempo familiar que requería de negociaciones al interior del grupo y podía frustrar sus deseos. De hecho, la contracara del disfrute del encuentro con pares era que se experimentaba de forma vívida la soledad, alentada por un aislamiento que se acentuaba cuando la lluvia anegaba los vasos comunicantes de las colonias: las calles de tierra.
Los ejemplos mencionados permiten pensar cómo la vida social rural, desde una mirada histórica, resulta más nutrida si no se piensa exclusivamente en términos adultocéntricos, porque, en efecto, es posible distinguir en las acciones infantiles disparadores de estos espacios y procesos donde coincidían distintas generaciones. Al mismo tiempo, es sugerente recomponer rasgos y estrategias de la sociabilidad infantil rural como un tema poco estudiado. Lo anterior resulta un insumo fundamental para comprender la experiencia infantil desde el particular lente de la recreación, el juego y el uso del tiempo libre.
A partir de ciertos detalles del racconto testimonial de quienes vivieron su niñez en las colonias, surgió el interés por conocer qué otras estrategias se ponían en juego en espacios en los que las distancias imprimían dificultades para el encuentro diario. De allí, que programar salidas para cazar animales pequeños o pescar en reducidos cursos de agua fuera sumamente valorado. También, la creatividad surgía al encontrarle una utilidad lúdica a objetos de uso cotidiano, o la construcción de sus propios juguetes, como casas hechas con broches, camiones cuyas ruedas eran rulemanes en desuso o molinetes hechos con verduras y pequeñas ramas para poner en acequias. En ese sentido, estudios que abordan escenarios diferentes coinciden en que, allí donde el aislamiento y la falta de acceso a recursos eran realidades cotidianas, niños y niñas hacían de los campos familiares sus espacios de juego, de sus hermanos y hermanas compañeros de aventuras y convertían los más corrientes objetos en juguetes33.
En ese sentido, fue interesante la articulación de un sistema de lectura e intercambio de tiras cómicas en "Colonia La Capilla". Los varones, que tenían más posibilidades de acompañar a sus padres a la ciudad - por trámites, abastecimiento o comercialización- aprovechaban estos viajes para comprar o canjear artículos impresos como la famosa tira Patoruzito34. Las revistas, en verdad, no pertenecían a ninguno de los pequeños lectores, pues circulaban y una vez leídas se volvían a intercambiar. Este informal círculo de lectura les daba entretenimiento en el hogar y animaba temas de charlas en el aula escolar.
El ejemplo anterior es apenas una pista para pensar en otras dos cuestiones aún poco exploradas, como son el consumo y la circulación de la niñez en el pasado rural.35 En los casos analizados se identifica un acceso restringido o esporádico a ciudades más cercanas, que no deja de ser llamativo si se considera que la premisa de la cercanía con lo urbano era el leitmotiv de ese tipo de colonización. Las memorias detallan que los viajes al centro eran anhelados, pues significaba comprar golosinas, a veces asistir al cine o, con suerte, a algún circo instalado en la zona. Pero también, sobre todo en algunas niñas, esos viajes generaban cierto rechazo en la medida en que el ruido y el tráfico les resultaba ajeno.
Más allá de las percepciones, los niños y niñas en ese tipo de espacios rurales experimentaban circulaciones diferentes. Mientras que los varones tenían más chances de interactuar con el mundo urbano por las razones antes referidas, en las niñas se replicaban las experiencias de las mujeres adultas. En efecto, raramente iban más allá de los límites que trazaban sus familias: almacén o cooperativa local, casas de vecinos o centros de reunión social en etapas de carnavales. Esta diferencia permite comprender que el aislamiento y la soledad se embeban más frecuentemente de rasgos femeninos en las memorias.
Asimismo, es interesante mencionar la forma en que el cuerpo infantil aparece como un espacio de disputa y tensión en conjunto con la relación establecida con los adultos. Este es un tema que podría extenderse y configurar un estudio en sí mismo. Pero alcanza con decir que la valoración concienzuda que se hacía de sus capacidades físicas y habilidades dirigía las aptitudes infantiles y ordenaba las contribuciones que hacían en el campo con sus cuerpos. El cálculo sobre sus posibilidades físicas, lejos de ser aleatorio, era un engranaje que articulaba coherentemente con las estrategias productivas y las familias contaban con sus miembros más jóvenes en tareas que no eran marginales.
El nivel de responsabilidad que experimentaban los niños y niñas era importante en la medida en que el bienestar familiar recaía también en su actuación, y las consecuencias de estas labores limitaron en ocasiones sus deseos a futuro, como dedicarse a tareas delicadas, como la costura, en las niñas. En este punto es posible pensar cómo la voluntad adulta se impuso en oposición a las aspiraciones infantiles, debido a las desigualdades que estructuraban los grupos domésticos.
Más allá de los hallazgos sobre una niñez rural vivida en espacios afectados por la colonización agrícola peronista, es posible pensar también en los rasgos de una memoria infantil rural. Es decir, cómo se recompone el propio pasado en virtud de cierta nostalgia, e incluso también de una tristeza (confesa o no) que no pocas veces parte de cuerpos dolientes con enfermedades crónicas que testimonian de tempranos años de trabajo. Las palabras fluyen en los testimonios, y reverberan también emociones contradictorias: entre gratitud y orgullo hacia sus padres por haberles enseñado una labor; pero también congoja, por el cansancio, el dolor y la soledad que se podían experimentar.
Lo anterior pone en cuestión hasta qué punto la corporalidad infantil y adulta se imbrican en el marco de promesas familiares incumplidas que derivan en la construcción de un campo "bueno" o "malo" en las memorias que da sentido a expresiones melancólicas, de disgusto e incluso enojo ("me morí trabajando", "el campo no me gustaba"). Algunos autores indican para circunstancias similares que los trabajos infantiles, escasamente remunerados por los adultos de ese entonces, fueron considerados en muchas ocasiones como pagos adelantados de su herencia. Sin embargo, desde la memoria de quienes fueron niños, las negociaciones con esas perspectivas no resultan fáciles de saldar.36 En conjunto, estas cuestiones apuntan a deconstruir las fuentes y al mismo tiempo explorar las múltiples facetas que alumbran. Incluso cuando esto último pueda pensarse más bien como una contribución al campo de la memoria familiar y de la infancia, resulta clara su intersección con un pasado infantil ignoto en espacios rurales.
COMENTARIOS FINALES
Si la historia nos otorga marcos de comprensión, en cuanto a la niñez rural todavía se advierte una trama explicativa trunca. Lo anterior se vincula con el hecho de que, a varias décadas de la consolidación del campo histórico de la infancia y de su despliegue en el escenario latinoamericano, incluyendo a la Argentina, es necesaria una descentralización que permita reconocer un multiforme pasado infantil que todavía presenta bordes poco atendidos.
En efecto, en las investigaciones los niños y niñas rurales siguen siendo figuras bastante opacas que se mueven entre bambalinas. Es todavía insuficiente lo que sabemos del pasado de aquellos que trabajaron, jugaron y crecieron en los campos. Los avances parecen fragmentarios, inconexos. De allí que se distingan al menos dos tareas pendientes: hacer un balance historiográfico para determinar qué sabemos (y qué no) y aventurar posibles líneas de trabajo que puedan comenzar a completar un tejido posible. En ambas direcciones pretendió avanzar el presente estudio.
En el primer sentido, es posible distinguir una serie de aportes que, aunque con escaso diálogo aun entre sí, configuran una constelación sugerente. Al respecto, la percepción de que los avances son exiguos deriva al menos de dos cuestiones. La falta de un interés orgánico y reconocido por pares en la temática, por un lado, pero también la falta de una sistematización de aportes y potencialidades propias del enfoque. En el presente trabajo se seleccionaron algunos estudios, aunque la labor de ordenar lo que se ha escrito constituye un propósito de más largo aliento.
En el segundo sentido, los apuntes recuperados de una bitácora personal de investigación son apenas destellos que iluminan todo un campo de emprendimientos posible. Los aspectos desvelados resultaron sugerentes para continuar pensando aspectos generalmente abordados -por ejemplo, el trabajo y educación infantil en ámbitos rurales-, como también darles centralidad a otros menos atendidos, asociados a la recreación, la circulación y la diversidad de experiencias, a la luz del protagonismo infantil. Los descubrimientos apuntan a pensar en determinados escenarios rurales influidos por el trabajo, los cuidados, los juegos y las diversas actuaciones de la niñez. Al establecer estas miradas, el campo parece menos silencioso, menos adusto. Es posible empezar a pensarlo históricamente a través de cuadros que integren imágenes y sonidos propios de la infancia.
Los hallazgos están, lógicamente, circunscriptos. En efecto, los casos dieron cuenta de una fracción del amplio y diverso universo de la niñez rural en el pasado. Las condiciones familiares eran las de pequeños propietarios rurales con posibilidad de acumulación en función de su estructuración productiva y la estabilidad que les generaba poseer los títulos de sus tierras. El hecho de que la niñez en esos contextos estuviera invariablemente entroncada en determinados contextos familiares, dejó por fuera del prisma de observación recorridos infantiles solitarios y una variedad de circunstancias que revelarían inestabilidad, despojos y privaciones, tanto materiales como afectivas.
Entonces, si por un lado los resultados de la investigación permitieron esbozar algunas respuestas, también descubrieron limitaciones y potenciaron nuevas preguntas. Tal vez la más importante es: ¿cómo recrear un paisaje de la niñez enmarcada en condiciones de arriendo, mediería, peonaje? Porque es evidente que, en general, los grupos infantiles que se pueden abordar refieren a hijos nacidos en matrimonios constituidos, cuyos padres se convirtieron en propietarios. No son hijos de peones o arrendatarios, de trabajadores migrantes ("golondrinas"), todavía más esquivos y ocultos en el entramado de lo rural. En principio, es fundamental poner en la palestra estas cuestiones, visibilizarlas y reconocer su ausencia, su potencialidad, para elaborar estrategias que recuperen la centralidad de estas niñeces.
Finalmente, hace casi treinta años que se apuntó que, si los niños o las niñas son mencionados en todos nuestros escritos, aparecen usualmente 216 como criaturas pasivas y periféricas, partes flexibles a fuerzas más allá de su control, figuras jugando en los bordes de la acción principal. La tarea que resta, entonces, es reconstruir un escenario histórico con menos invisibilidades infantiles y, para eso, parece fundamental comenzar a incluir a quienes crecieron más allá de la urbanización37.