Introducción
La intimidación escolar, bullying, matoneo o acoso escolar hace referencia a diversas maneras de nombrar un fenómeno social que cada vez se encuentra más presente en los entornos escolares (Erazo, 2016). Según cifras de la UNESCO (2020), el bullying es una de las formas más generalizadas de violencia escolar, que afecta a uno de cada tres jóvenes. Este informe publicado recientemente revela que más del 30% de los estudiantes en el mundo han sido víctimas de acoso. La ONG Internacional Bullying Sin Fronteras (2021), reporta que Colombia ocupa el décimo puesto con más casos de matoneo a nivel mundial, con un total de 8.981 casos graves de bullying. Dentro de los cuales un 32% reportaron haber sufrido matoneo en el colegio, un 12,20% manifestaron que otros robaron sus pertenencias, un 11,2% fueron golpeados o empujados y un 10,6% amenazados.
Otras cifras reportadas en Colombia por Erazo (2016), indican que existe una prevalencia de intimidación física del 44% mediante golpes, patadas y arrebatamiento de elementos escolares; intimidación psicológica del 70% que incluye gritos a compañeros, apodos, coacciones, amenazas y exclusión. El 35.1% de los profesores consideran el problema como grave en su institución y el 31.4 % de los padres lo consideran muy grave. En coherencia con lo expuesto, el objetivo principal de este estudio fue estimar las prevalencias de lesiones e intimidación escolar de una muestra de escolares del Eje Cafetero (Caldas, Risaralda y Quindío) de acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud Escolar - ENSE 2017.
Sobre el concepto de intimidación escolar, indica que hace referencia a la presencia de una serie de comportamientos agresivos, humillantes o excluyentes, que se dirigen constantemente a una persona o varias que pueden estar en condición de vulnerabilidad (Suárez et al., 2021). Generalmente, esta problemática involucra el acoso entre pares - niños, niñas o adolescentes - (Moore y Woodcock, 2017), afectando su bienestar y calidad de vida. La intimidación refleja una situación de desbalance, en la que un individuo tiene poder sobre otro, al cual se le dificulta defenderse, estableciendo una relación víctima-victimario (Moratto et al., 2017).
Dentro de la dinámica de la intimidación, se han estudiado los roles y los aspectos psicológicos asociados con los tres actores principales: el agresor, la víctima y el observador (Cuevas & Marmolejo, 2014; Erazo, 2016; Menesini & Salmivalli, 2017). De esta manera, una baja autoestima, la necesidad de reconocimiento social o una personalidad defensiva son aspectos que pueden explicar la conducta del agresor; por su parte, el estatus de víctima se asocia con aspectos como inseguridad, pocas habilidades sociales y comunicativas, lo que restringe la posibilidad de disponer de redes de apoyo social que mitiguen los efectos del acoso (Giraldo et al., 2016; Lardier, et al., 2016). Finalmente, el observador fluctúa entre diferentes roles como asistente de los acosadores, reforzador, forastero o defensor de las víctimas (Cuevas & Marmolejo, 2014).
Por tanto, el abordaje investigativo sobre la intimidación escolar permite reconocer la naturaleza multifactorial y compleja de este fenómeno, resaltando la importancia de los procesos sociales y grupales relacionados con la intimidación escolar, y el papel de los pares, docentes, directivos, administrativos, familias, y la comunidad en general, en el sentido en que tienen influencia para legitimar o deslegitimar la situación de intimidación según el rol que asuman (Suárez & Rodríguez, 2021). De ahí que, otro factor asociado con la intimidación está relacionado con una cultura escolar que naturaliza y legitima la existencia de ambientes que propician y mantienen el acoso.
La intimidación escolar se considera una causa no solo de problemas sociales y de salud pública, sino que tiene una incidencia en los procesos escolares y el desarrollo individual, debido al impacto que tiene en la vida de los niños, niñas, adolescentes y sus familias. Las problemáticas sociales conllevan a situaciones asociadas a la violencia, consumo de sustancias psicoactivas, bajo rendimiento escolar, deserción, baja autoestima y aislamiento social (Ceballos, Suárez & Campo, 2019). Las problemáticas de salud, se refieren a enfermedades psicosomáticas, ansiedad, depresión e ideación y comportamiento suicida (Sibold, et al. 2015; Callaghan, et al. 2019; Saltos, 2022).
Algunos estudios demuestran que existen factores protectores frente a las situaciones de intimidación presentadas en los entornos escolares, los cuales se asocian con una fuerte cohesión social y un clima escolar favorable que permiten el fortalecimiento emocional de los estudiantes a partir de la interacción positiva en el aula (Havik, 2017). Es importante la intervención asertiva del docente como un factor preventivo frente al acoso, disminuyendo la tendencia a crear jerarquías y exclusión en la dinámica escolar. Una red de apoyo familiar segura proporciona al estudiante estrategias de afrontamiento resilientes frente a la victimización (Hernández & Gutiérrez, 2013). Las estrategias de formación constante permiten a los estudiantes y docentes, reconocer el papel de los observadores en un hecho de intimidación y adquirir herramientas sobre cómo actuar en estos casos (Romualdo, et al. 2019). Lo anterior, porque actualmente hay mayor conciencia sobre la necesidad de prevenir la violencia en contextos que hasta tiempos recientes se consideraban cerrados y con sus propias microculturas, tales como el entorno familiar y el escolar (Valdés et al., 2012).
Se han descrito factores de riesgo asociados a la intimidación escolar, entre ellos, la falta de conocimiento por parte de la comunidad educativa, sobre este concepto y las características que lo enmarcan, así como, sus causas y consecuencias, lo cual condiciona en gran medida la relevancia que se le otorga a esta problemática, y las diversas maneras como se afronta (Zepeda, 2020), dado que con frecuencia no existe una diferenciación entre las dinámicas propias de la interacción de los pares y las conductas que sobrepasan el límite hacia la intimidación escolar, asimismo la mayoría de los casos, los actores asumen un rol pasivo y muestran poca consciencia sobre el impacto que esta vivencia puede generar en la vida de los estudiantes y sus familias (Suarez & Rodríguez, 2021). Situaciones que impiden que se brinde una atención oportuna, para evitar un escalamiento del acoso entre los estudiantes (Moscoso, Gordon y Brito, 2023).
Además, un ambiente familiar negativo, con un modelo de crianza agresivo donde ha existido el maltrato, se configura como otro factor de riesgo, escenario favorecedor de problemas de autoestima en los estudiantes que desencadenan actitudes de inseguridad ante las agresiones que se presentan en la escuela (Gómez, 2012). Un aspecto crítico a considerar por parte de los profesionales es la falta de credibilidad de los estudiantes en los procesos de intervención institucional y el nivel de efectividad que estos puedan tener en la solución del acoso, hecho que con frecuencia ha llevado a que los estudiantes no reporten estos casos perpetuando los actos de intimidación (Hornby, 2016).
Método Participantes
Se llevó a cabo un estudio transversal con alcance descriptivo, en el que se desarrolló un análisis secundario de la Encuesta Nacional de Salud Escolar - ENSE 2017 (Ministerio de Salud, 2017). La población estaba compuesta por 88.629 escolares de 1.190 instituciones educativas localizadas en 298 municipios. Los participantes fueron de ambos sexos, entre 12 y 17 años, y estaban en grados de educación básica secundaria y media. De esas encuestas se tomaron como válidas 4.353 de la subregión correspondiente a Caldas, Risaralda y Quindío, sobre las cuales se realizó el análisis. El diseño de la muestra fue probabilístico, por conglomerados, estratificado y polietápico (Ministerio de Salud, 2017).
Instrumentos y Procedimiento
La recolección de datos se hizo en las instituciones educativas, y fue llevada a cabo por un equipo de 153 personas, constituido por encuestadores, supervisores, coordinadores regionales y directores. Todos los integrantes del grupo tenían experiencia en la realización de encuestas en adolescentes. A cada estudiante se le suministró un cuestionario estructurado con 63 ítems organizado en 5 secciones de acuerdo con la Encuesta Mundial de Salud Escolar:
(1) comportamientos alimentarios, (2) actividad física, (3) consumo de alcohol y drogas, (4) lesiones e intimidación, y (5) salud bucal, visual y auditiva. Dichos cuestionarios fueron diligenciados de forma individual por cada uno de los participantes, y eran completamente anónimos.
Para el desarrollo del presente trabajo se tomaron como variables principales para el análisis la prevalencia de escolares que han sido víctimas al menos una vez, la prevalencia de escolares que han participado en una pelea física, la prevalencia de escolares con lesiones serias, la prevalencia de escolares que han sido intimidados en los últimos 30 días, la prevalencia de escolares que han sido rechazados en los últimos 30 días y la prevalencia de escolares que han sido agredidos verbalmente en los últimos 30 días. Como variables independientes se tuvieron en cuenta la zona, el sector, el grado escolar, la edad, el sexo y el grupo étnico. Para la descripción también se tuvieron en cuenta las preguntas que evaluaron agresividad física y verbal, intimidación, rechazo, y otros tipos de agresión escolar.
Análisis estadísticos
Se hicieron análisis descriptivos para las variables sociodemográficas y de estudio. Se presentan frecuencias y porcentajes. Para las prevalencias se calcularon intervalos de confianza al 95%. Para los análisis estadísticos se empleó el Statistical Package for the Social Sciences (SPSS) versión 28.
Consideraciones éticas
Esta investigación se basa en la normatividad descrita en la Resolución 8430 de 1993, promulgada por el Ministerio de Salud de Colombia. La Encuesta Nacional de Salud Escolar - ENSE 2017 tuvo un Comité de Ética, que avaló cada uno de los procedimientos (Ministerio de Salud, 2017). Previo al diligenciamiento de la Encuesta, se solicitó la firma del consentimiento informado. Adicionalmente, este análisis secundario se adhiere a los aspectos establecidos en la Declaración GATHER (Stevens et al., 2016) y todos los componentes éticos mínimos para desarrollar la investigación en general (Martínez-Torres & Lesmes, 2019).
Resultados
Participaron 4.353 adolescentes del Eje Cafetero entre 12 y 17 años, de los cuales 51.8% son mujeres y 47.8% hombres, de los grados séptimo a undécimo. En la tabla 1 se observan las características de la muestra.
Prevalencia de lesiones e intimidación
El 24.8% (IC 95% 23.1-25.65) de los escolares encuestados reportaron lesiones serias y el 14.2% (IC 95% 13.09-15.16) indicaron que fueron intimidados el último mes. El 23.5% (IC 95% 22.17-24.69) de estos adolescentes afirman que participaron en una pelea física, y el 17% (IC 95% 15.84-18.07) que han sido víctimas al menos una vez. El 37.9% (IC 95% 36.26-39.14) de los participantes han sido agredidos verbalmente en los últimos 30 días, y el 6.6% (IC 95% 5.72-7.18) han sido rechazados en el último mes. En la tabla 2 se detallan las prevalencias de acuerdo con las características sociodemográficas de los adolescentes cafeteros encuestados.
El 14% de los adolescentes fueron víctimas de agresión física entre 1 y 3 veces el último año, y el 20.4% participaron en una pelea física entre 1 y 3 veces en los últimos 12 meses. Además, el 22% de los escolares encuestados tuvieron una lesión seria entre 1 y 3 veces el último año.
En relación con la intimidación, el 11.6% de los estudiantes fue intimidado entre 1 y 5 días durante el último mes, y el 30.1% fue agredido verbalmente entre 1 y 5 días durante el último mes (tabla 3).
Discusión
El objetivo de este estudio fue estimar las prevalencias de lesiones e intimidación escolar de una muestra de escolares del Eje Cafetero (Caldas, Risaralda y Quindío) de acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud Escolar - ENSE 2017. A continuación, se contrastan los resultados con evidencia científica.
La prevalencia de lesiones e intimidación escolar en adolescentes del Eje Cafetero, se halló que los escolares que han sido víctimas de intimidación han participado en una pelea física y han tenido lesiones serias al menos una vez durante su periodo educativo. La mayoría de ellos, se ubican en la zona urbana de los departamentos del Eje Cafetero y pertenecen al sector educativo oficial. Un estudio de prevalencia realizado por Corzo et al, (2022) en Brasil indica que el 21,1% de los estudiantes informó que "ya había estado involucrado en peleas con agresión física" y el 15,4% “ya se había involucrado en agresión física en momentos en que estaban enojados", mientras el 13,6% de los participantes respondió que “ya había amenazado, agredido y lastimado a otros estudiantes”. De acuerdo con Murillo et al. (2022) los estudiantes reportan índices altos (44%) de acoso escolar, indicando frecuencia y alta presencia de prácticas de agresión en el contexto escolar.
Las expresiones de acoso escolar se observan más en las escuelas públicas, en donde se evidencia una diferencia significativa con la escuela privada en aspectos como el rol de víctima, rol de agresor y violencia física.
El estudio realizado por Torrado et al. (2016) en instituciones públicas de Bucaramanga, para analizar el hostigamiento escolar, encontró una prevalencia de victimización efectuado de manera personal a través de agresiones verbales, es decir, palabras ofensivas; los sobrenombres, comprendidos como calificativos negativos dirigidos; las calumnias o falsas acusaciones contra un escolar. Para Corzo et al. (2022) las prácticas de violencia física, se observa que un total de 42,8% de las agresiones físicas ocurren cuando “alguien ataca primero”, es decir, la víctima es agredida físicamente y luego asume el rol de agresor, reproduciendo la conducta agresiva de la que antes era víctima. Este evento ocurre “casi siempre” para el 11,4% de los estudiantes.
Otro hallazgo indica que más de la mitad de los estudiantes que manifestaron ser víctimas de hostigamiento escolar, expresaron que estas situaciones se presentan principalmente en las aulas de clase, alrededor del colegio y por último en el patio del centro educativo. Frente a estos hechos las víctimas y observadores tienden a ignorar la situación. Y quienes intervienen generalmente son los docentes, dado que son los primeros informados, quienes además tienen la creencia de que todos los estudiantes son susceptibles a esta práctica de violencia, la cual tiende a ser naturalizada social y culturalmente, entendiendo que las víctimas de bullying son generalmente personas más frágiles, sensibles, tímidas e introspectivas (Santos et al. 2022).
Para el caso de los estudiantes que han sido víctimas de intimidación al menos una vez, la mayor parte se encuentran cursando los grados séptimo y octavo, con edades entre los 14 y los 15 años presentan una tendencia mayor a experimentar esta problemática; especialmente en el sexo masculino y más casos en afrodescendientes. Similar a lo encontrado en un estudio realizado por Corzo et al. (2022), en el que se plantea que los niños están más asociados con el papel de agresores, dado que son quienes más ejercen la violencia física. Sus edades oscilan entre los 12 y 14 años.
Los escolares que han participado en una pelea física, la mayor parte de ellos se encuentran en grado séptimo, tienen 15 años, corresponden al sexo masculino y son afrodescendientes.
Los escolares que han tenido lesiones serias, en su mayoría corresponden a los grados séptimo y décimo, con edades entre los 15 y los 16 años, son de sexo masculino y afrodescendientes. Según un estudio realizado por Bosa et al. (2018) los hallazgos indican que los hombres están más involucrados en conductas de intimidación escolar que las mujeres. Sin embargo, en este mismo estudio se indica que respecto a las comparaciones por género existen diferencias estadísticamente significativas entre hombres y mujeres en situación de victimización (p < 0,05), puesto que las mujeres que hacen parte de comportamientos de intimidación tienden a usar estrategias indirectas y relacionales, a diferencia de los hombres que usan formas más directas de agresión. Tales formas de comportamiento pueden estar asociadas a orígenes sociales y culturales, los cuales determinan los roles sociales asumidos por hombres y mujeres. Para Fernández et al. (2021) el rol de las mujeres suele ser de observadoras frente al acoso escolar, los hombres por su parte reciben más violencia verbal, y a medida que incrementa la edad los estudiantes cambian la violencia verbal por la violencia física. Según la UNESCO (2017), ser hombre está relacionado con mayor probabilidad de ser víctima de intimidación física y ser mujer con intimidación psicológica y exclusión (Amemiya, et al., 2022). Pertenecer a minorías étnicas, la apariencia física y estar en desventajas socioeconómicas, son factores ampliamente asociados con la intimidación.
La prevalencia de escolares que han sido intimidados, rechazados y agredidos verbalmente en los últimos 30 días, se observan altos niveles de intimidación hacia la población afrodescendiente u otros grupos étnicos. En relación con este tema, Carapello (2020) propone que la intimidación representa diferentes formas y matices, rodeadas de discriminación y prejuicios asociados con la cultura y la etnicidad y, dado que la comunidad escolar es un reflejo de lo que ocurre en la sociedad se evidencia el impacto de dichas prácticas en las dinámicas diarias de la escuela. La complejidad que envuelve el ámbito escolar requiere una respuesta educativa diversa y heterogénea, como el perfil de sus actores, y que coordinadores, docentes, directivos y todos los integrantes de la práctica educativa tengan una constante reflexión y repiensen, construyan y deconstruyan, para que se logre un verdadero respeto a la pluralidad (Silva, 2019).
Respecto a las formas de intimidación se evidencia que los estudiantes. Fueron intimidados mediante burlas sobre el aspecto corporal y facial. Burlas respecto a raza, nacionalidad o color y burlas con chistes y comentarios de índole sexual y de otras maneras. Equivalente a lo encontrado en un estudio realizado por Erazo (2016), que evidenció la existencia de la intimidación física en un 38% de los niños participantes de su estudio, también, describe la existencia de la intimidación psicológica para el 69.6% de estudiantes; les han amenazado con darle una paliza al 26%, y han coaccionado al 23 %. Asimismo, el 53.3 % dicen mentiras acerca de la víctima, y se hacen chistes y comentarios desagradables por considerar al estudiante diferente al 32.6 %. Un estudio similar en el contexto colombiano señala que el 53,7% del total de las agresiones, obedecieron a un tipo físico y que el 46,3% a un tipo verbal; donde la mayor participación de la conducta se dio por hombres: 48,5%. El estudio concluye además que estas conductas se realizan con intención de hacer daño, pues los sujetos se valen de “acciones” violentas como el hostigamiento, el acoso, la amenaza y la extorsión, para someter al otro, causando afectaciones psicológicas y comportamentales (Muñoz et al. 2022).
Debe tenerse en cuenta que existen dos tipos de intimidación, una es la directa, situación en la que se identifica el agresor, la víctima y los observadores; y la otra es la indirecta, contexto en el que no es fácil reconocer al agresor, dado que utiliza estrategias anónimas y ocultas. En el marco de este tipo de agresiones prevalece la intimidación física, psicológica, amenaza, manipulación social, coacción, exclusión social, ciberbullying, y acoso sexual. Hechos que, sin duda, reflejan una amplia legitimación social frente a las consecuencias que pueden traer tanto para las víctimas como para los victimarios y sus familias (Alvarado et al. 2021). En relación con los aportes de Murillo et al. (2022) se observó que las agresiones verbales y psicológicas están naturalizadas, y solo suscitan alarma cuando transitan a agresiones físicas.
Con base en los datos de prevalencia de la intimidación escolar en el Eje Cafetero, se puede indicar que existe múltiples factores de riesgo para considerar este fenómeno, como un problema de salud pública, en el que es importante incrementar la financiación y la vinculación de profesionales idóneos para llevar a cabo programas de promoción del bienestar y la salud mental en los contextos escolares. Así como dar continuidad al desarrollo de programas de prevención de la intimidación en los entornos escolares de la región.
Frente a las limitaciones del estudio se hace indispensable considerar que se realizó un análisis secundario de los datos , donde surgen variables de interés como la familia, la cultura, los aspectos psicosociales y las dinámicas del sistema educativo que permitirían comprender el fenómeno de una manera más profunda, por lo que se sugiere que sean evaluadas en posteriores estudios, en coherencia con Hernández y Casares (2020), quienes indican la necesidad de asumir una perspectiva que permita comprender a profundidad los factores y dinámicas que se generan alrededor de este tema.