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Folios

Print version ISSN 0123-4870

Folios  no.25 Bogotá Jan./June 2007

 

Reseñas

Educar contra Auschwitz. Memoria e historia

Forges, Jean-François

Barcelona, Anthropos Editorial, Colección Huellas, Memoria y Texto de Creación, 2006; 261 pp.; 18 x 12 cm. Tít. orig. Éduquer contre Auschwitz. Historie et memorie, 3.ª ed.: 2004; trad. Juan Carlos Moreno Romo). Prólogo de Ferran Gallego; prefacio de Pierre Vidal-Naquet.

Germán Vargas Guillén*

Auschwitz ha sido posible. Por lo tanto, Auschwitz es todavía posible. El deber de la memoria intenta rechazar lo más lejos esta imposibilidad (p. 226).

Ahora no sólo se cuenta con una ética y una política de la memoria, se tiene una pedagogía y una didáctica para ella. Es la que ofrece este autor –profesor de historia en un instituto de bachillerato de Lyon– y este libro. Aunque cuenta con una rica y variada bibliografía especializada sobre el tema, se nutre de dos grandes referentes: Shoah, la película de Claude Lanzmann, y la obra –una y otra vez consagrada– de Primo Levi.

Como profesor de historia, claro está, pone en duda la validez de las fuentes; como pedagogo, recurre a una pluralidad de ellas, precisamente, para que de ellas emerja el juicio crítico de los estudiantes. Pero, este juicio sólo puede venir de la confrontación directa con ellas. De hecho, como política oficial de la educación francesa, las escuelas llegaron a tener la dotación de los 173 minutos con extractos de la Shoah editados por Lanzmann (vid. P. 191), en DVD, a partir de 2001; pero están disponibles no sólo estos minutos, también los monumentos y los testimonios, las plurales historias de vida y las interpretaciones de este fenómeno histórico.

¿Por qué elige Forges a Lanzmann y a Levi? Poco a poco va configurando la razón en su libro: porque el primero muestra, con odio y sentido de venganza, qué fue la Shoah mientras el segundo asume la posición de testigo –que no de mártir– frente a todo el proceso de destrucción.

B. Bettelheim fue, precisamente, uno de los críticos de Shoah, y lo fue porque del odio y la venganza no puede advenir otra cosa que resentimiento, primero, y luego alguna forma de evasión. Entre ellas, la peor de todas, el olvido. En cambio, del testimonio –que igualmente acorrala y urge una salida– queda la posibilidad de la ética. El mismo Primo Levi se mostró, de repetir tantas veces su versión en las escuelas, cansado; fue increpado por hacer relato de ésa y no de otras historias –por ejemplo, de la del Vietnam–; y sin embargo, dio el testimonio una y otra vez sólo a partir de lo que él efectivamente había vivido.

Pero, ¿por qué introducir la Shoah como categoría? De hecho, por lo que ocultan expresiones como Holocausto o Genocidio. Estas dos últimas refieren equivocadamente lo que pasó en Auschwitz; y su equívoco radica en que con la primera se da la impresión de que los judíos se autoinmolaron, que se hizo arder la carne de la víctima hasta producir un humo propiciatorio, que hubo decisión de entrega. Con la segunda se cae en una abstracción: cuatro judíos, con una historia concreta, donde uno es padre, otra madre, otro hijo y otro tío o conocido de la familia es un dolor comprensible, se refiere a un auténtico alter; pero una cifra, digamos, cuatrocientos mil, es abstracta y como abstracción no relata, no refiere, ningún dolor.

Shoah es la expresión que se va configurando como lugar, pero también como título para el reconocimiento. Sí. Esto, Auschwitz, sí sucedió y sí se puede repetir –o como vemos en nuestra historia presente y viva: se está repitiendo, una y otra vez–.

Un film que reconstruye las vivencias de las víctimas, en primera persona, da a entender qué fue este horror y cómo lo sufrieron; pero sólo hay víctimas por la acción de los victimarios: ¿qué recuerdan? ¡Hay tanta fragilidad en la memoria y es tan benévolo el olvido!, y, ¿qué ganaron? Por ejemplo, los polacos de la circunvecindad; y, ¿qué gestos tenían?, ¿cómo vestían? También eran y –los sobrevivientes– son personas. Y entonces cuando los acosa Lanzmann con sus preguntas, reclaman por sus derechos humanos y piden no ser vejados.

Sí, y lo peor de todo, es que en todo esto hay un triunfo de la irracionalidad, de la barbarie. Se ha criticado a Primo Levi, porque él fue quien lo dijo y de él lo aprendió Lanzmann, al afirmar que en todo esto: «No hay porqué». Bettelheim los critica a ambos. Pero claro, el "creador" de la sentencia fue Levi. No obstante, se olvida que él es sólo testigo, víctima (p. 177 y ss.).

Al cabo, ¿qué nos ha enseñado Levi? Forges lo declara lacónicamente "la necesidad del deber sagrado de memoria" (p. 220); y él mismo saca en su radicalidad, citando a Pascal, la consecuencia de que "Lo propio de la fuerza (…) es proteger" (p. 240). Esta tal protección es, sin más, una ética del cuidado. Es ella la que permite el tránsito de la memoria a la resistencia (p. 223 y ss.).

De esa muerte de Primo Levi –que "Cayó de una escalera en su casa de Turín, cuya barandilla es lo suficientemente alta como para que se dude de que una persona la pueda franquear accidentalmente.[–] Nunca sabremos la absoluta verdad. ¿Quién puede decir si (…) había reencontrado la confianza en la humanidad que permite sobrevivir? ¿El horror humanamente insuperable estaba grabado para siempre en su espíritu, como el tatuaje 174517 en su brazo izquierdo?" (p. 222).

Pero en todo ello cabe meditar. Y este es el asunto que queda para la pedagogía. Como profesor de historia, Forges no puede dar paso a las preguntas: ¿por qué sucedió?, ¿dónde estaba Dios? Pero de hecho se las encuentra él y se las encuentran sus alumnos. Hay testimonios que urgen una respuesta en esta dirección: "Una pequeña rusa moribunda decía a Etty Hillesum, en Westerbrock, el campo holandés: «¿Comprenderá Dios mis dudas, en un mundo como éste?»" (p. 183). Y sin Forges dar paso de la enseñanza de la historia a la de la ética, sí se vale de otras reflexiones y testimonios –de nuevo en cabeza de Levi– para ofrecer una salida a esto que, de veras, se han preguntado sus estudiantes. Su respuesta es: "No es tanto Dios, sino el hombre quien ha muerto en Auschwitz" y vuelve a lo que deja como horizonte la enseñanza de éste, que ya es un auténtico maestro,"Primo Levi ha mostrado que el deber de memoria, la conservación imperativa de la memoria[,] significa la prohibición de la menor humillación" (p. 241).

* Profesor titular de la Universidad Pedagógica Nacional.

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