Orlando Millas, testimonio de una época
En 1988 Orlando Millas dio una extraordinaria entrevista a la Revista Cosas.1 Era el ocaso de la dictadura militar, y Millas señala que una revisión exhaustiva del periodo de la Unidad Popular muestra un excelente desarrollo en el ámbito económico y social. Lo que ocurría, destacó de manera tajante, era que "Chile ha estado bajo un bombardeo de mentiras. Pero si cualquier estudioso del país compara lo que fue nuestro periodo lo pensaría dos veces antes de atacarlo a ojos cerrados". En el cuarto volumen de sus memorias, Millas volvió sobre este tema al destacar los logros en materia de producción: "las cifras records de producción del gobierno de Allende fueron alcanzadas por la movilización popular y mostraron los milagros propios de una democracia consecuente" (1996, p. 382).
La misma entrevista de Cosas, ya a modo de titular periodístico, señaló que "los chilenos le deben el 11 de septiembre a Patricio Aylwin".2 Este hecho también fue recordado en sus memorias, que ajustan cuentas con la Democracia Cristiana, el Partido Socialista, Fidel Castro, los grupos violentos de la época y la Unión Soviética, entre otros.
Un adecuado conocimiento del presente requiere una exhaustiva comprensión de los procesos históricos que dieron como resultado la instauración de formas institucionales y procesos políticos en la historia del Chile reciente. Millas destacó que "un país necesita memoria de su desarrollo" (1996, p. 45). El ser humano habita en la memoria y los pueblos se construyen a partir de ella y, por supuesto, del registro que construimos y que testimonia nuestro paso por un momento y una época determinada.
Para realizar esta enorme tarea se puede proceder al estudio de grandes procesos o eventos históricos o bien, como en nuestro caso, estudiar obras específicas; en este en particular, memorias personales, que son puntos de entrada que ayudan a fijar momentos, tejer relaciones y, por qué no, tratar de pensar con ellos el presente y su proyección. La existencia y predominancia del sujeto autorial en estos textos es fundamental. Millas, sobre la base de sus recuerdos personales, manifiesta su compromiso público. Sin este compromiso personal y público, y sin la intención comunicativa de carácter recuperativo, no existirían autobiografías, testimonios o memorias personales.
Este sujeto autoral, Orlando Millas -líder relevante e histórico del Partido Comunista chileno-, sobre la base de condiciones políticas de extrema polarización ocurridas en Chile, determinó la existencia y validez que estos textos memorísticos tienen como testimonio de una época. Esto permite lograr la necesaria legitimización social y cultural de este tipo de discursos, en el cual, el sujeto autoral, sobre la base de su recuerdo personal y de su compromiso como actor histórico y empírico de lo que recuerda y narra, contribuye a dar validez y veracidad al texto gracias a su condición de testigo, participante o denunciante de situaciones o sucesos biográficos, históricos, sociales y políticos vividos u ocurridos (Romera, 2018; Fierro, 2005).
Los testimonios, materializados en las memorias que nos encontramos estudiando con el equipo de investigación,3 permiten, en esta medida, un acercamiento a los problemas de una época particularmente importante de la historia cercana. Pero no se trata de una simple reproducción de la experiencia, pues como bien señala Achugar (2005), recordar es un proceso activo y dinámico. El pasado se reconstruye motivado por objetivos del presente y en vistas del futuro. Este es justamente el caso de las memorias de Orlando Millas. El memorialista testimonia el pasado, en búsqueda de reconstruirlo, pugna con el bombardeo de mentiras al cual alude en la entrevista de la Revista Cosas citada al comienzo de este artículo. En las memorias aclara de forma más precisa la premura de su propósito:
Se ha puesto de moda mirar en menos, denigrar y pretender que habrían sido meramente negativos, dignos de ser cariturizados, los valores, las luchas, las vidas mismas y el aporte a Chile de la gente de la izquierda que realizó el Frente Popular y la Unidad Popular, siento la obligación de no irme sin completar esta crónica. (Millas, 1996, p. 45)
Ahora bien, en primer lugar, es necesario problematizar el propio concepto de testimonio, pues este ha sido abordado extensamente por teóricos y teóricas que ven en él una manifestación narrativa del trauma (Epple, 1984; Dorffman, 1986; Narváez, 1988; Jara y Vidal, 1986; Beverley, 1987; Sklodowska, 1992; Jelin, 2002; Ricoeur, 2004). El testimonio aborda desde la perspectiva del yo, fragmentos, trozos, capítulos o circunstancias de una historia individual o mayor, determinado por quiebres o situaciones límites a los cuales el narrador se vio sometido (Fierro, 2005).
Es particularmente relevante en este aspecto el trabajo de Giorgio Agamben (2009) en Lo que queda de Auschwitz. El Archivo y el Testigo. Homo Sacer III, quien describe al testimonio como la materialización narrativa del testigo. Pero la cosa no resulta tan simple como parece a primera vista pues la palabra testigo tiene dos acepciones: a) aquel que se sitúa como tercero en un proceso y b) aquel que ha vivido una determinada realidad y está en condiciones de ofrecer un testimonio sobre él. La tensión que se produce en la reflexión agambeniana es el contexto existencial límite en el cual propone su reflexión: el campo de exterminio. Para Agamben el testigo perfecto no puede testimoniar, pues es aquel que ha pasado por la cámara de gas. A este se le conoce como musulmán; es decir, aquel que ha sido despojado de su condición humana y no es más que un conjunto de huesos y piel pegada.
El prisionero que había abandonado cualquier esperanza y que había sido abandonado por sus compañeros, no poseía ya un estado de conocimiento que le permitiera comparar el bien y el mal, la nobleza y la bajeza. Era un cadáver ambulante. (Agamben, 2009, p. 41)
En esta medida, todo testimonio posible incluye lo intestimoniable; lo que no puede describirse, pues no se vivió. En el apremio de contar, de narrar lo sucedido, siempre están presentes aquellos que fueron despojados de su condición de testigos. Primo Levi es el testigo integral pues fue un musulmán (yo eran un musulmán, como describe Agamben a Levi) y ahora habla y es testigo en primera persona.
¿Pero qué ocurre en aquellos casos en los cuales la violencia no alcanza los niveles de Auschwitz? Este problema nos sitúa en la cuestión de los grados de violencia y de despojo al cual es sometido el ser humano. No alcanzaremos a desarrollar esto a cabalidad, pero cabe preguntarse ¿qué ocurre con aquellos que son privados de su patria, los exiliados, por ejemplo? El apremio del testimonio sigue siendo una necesidad que los impele a narrar lo sucedido. Como se puede evidenciar en el mismo Orlando Millas, se trata de la urgencia de contar lo sucedido y de narrar narrándose, si se nos permite el juego de palabras:
Mi gran amargura reside en el temor de que estas páginas no se lleguen a completar y me falten fuerzas para alcanzar a exponer en esta crónica las motivaciones y la manera de enfrentar la vida durante los últimos decenios de tantos chilenos. (Millas, 1996, p. 45)
O más adelante, cuando señala:
Mucha amargura me invade al conocer las noticias sobre la desintegración de la Unión Soviética. Es pavoroso morir sabiendo que se derriban estatuas de Lenin (...) Mi condición física es ya de hecho muy parasitaria (...) Mortifico a muchos. (Millas, 1996, p. 426)
Se trata del testigo al cual se le termina la vida y que busca, sin embargo, contar cómo sucedieron los hechos realmente. ¿Qué fue la Unidad Popular? ¿Quiénes fueron sus actores importantes, muchos de los cuales no están representados en la historia oficial? ¿Cómo se preparó el golpe? ¿Cómo es el exilio? Entre otras múltiples preguntas que desarrolla en pequeños trozos de memoria. En este marco, el testimonio tiene un claro cariz político pues tal como señala Blair:
El sentido político del testimonio se construye como modo alternativo de narrar la historia, en relación con el discurso monológico de la historiografía del poder [...] La presencia del testimonio en la esfera pública se ha vuelto un espacio compartido. (2008, p. 88)
Paul Ricoeur (citado por Cuesta, 2003) precisa algunos elementos para entender el testimonio: a) su fiabilidad, pues es expresión verbal de una narración donde el narrador está implicado; b) su condición autorreferencial; c) el carácter dialógico pues el testigo testimonia ante alguien la realidad; d) la posibilidad de sospecha se confronta en el espacio público con otros testimonios posibles; e) la capacidad del testigo para reiterar su testimonio y f) el testimonio es un factor de seguridad, es la confianza en la palabra del otro. Justamente por estas razones resulta particularmente importante el estudio de las memorias como fuente de conocimiento del pasado y de proyección del presente.
En concreto, el trabajo que publicamos en esta ocasión tiene dos finalidades. La primera es hacer una lectura atenta de las memorias de Orlando Millas. La segunda, ineludible desde nuestro punto de vista, es precisar algunos elementos de juicio que nos permiten pensar el presente de la izquierda. A nadie le cabe duda que el debate sobre el futuro de la izquierda, aun siendo una vieja y enconada querella, es totalmente vigente en tiempos en los cuales el fascismo y el anarquismo parece florecer en el mundo.
La figura de Orlando Millas4 ha sido relativamente olvidada desde los estudios políticos sobre el periodo de la Unidad Popular (1970-1973) y posterior dictadura (1973-1989) en Chile. Su nombre circula junto a un conjunto de personalidades, pero el rescate de su obra y pensamiento es un trabajo aun por hacer. Es necesario destacar que el estudio sobre el periodo de la Unidad Popular es extenso en el campo de las ciencias sociales, razón por la cual nuestra investigación se centra, fundamentalmente, en las memorias de Millas, en concreto, y no tanto en el análisis político del periodo.
Si bien hay publicaciones donde se destacan, dentro de muchas otras, sus memorias (Moyano, 2013; Álvarez, 2012), un estudio pormenorizado del pensamiento de Millas resulta, a la luz de lo que este artículo mostrará, una tarea fundamental. Un aporte relevante para el análisis de sus convicciones y accionar político es el trabajo del historiador Rolando Álvarez (2012), especialmente en lo que dice en relación con la controversia ideológica al interior del Partido Comunista chileno en la cual toma posición Millas y que refiere a la vocación "recabarrenista"5 del partido en oposición a tendencias militaristas, especialmente en su lucha contra la dictadura cívico militar chilena.
La historiografía referida a la historia reciente del pe se ha detenido particularmente en el llamativo giro que implicó la Política de Rebelión Popular, olvidando la postura de minoría, supuesta representante del tronco histórico del pe chileno. Bajo esta óptica, el longevo dirigente comunista Orlando Millas alcanzó a terminar cuatro volúmenes de sus memorias, antes que una larga enfermedad le quitara la vida a fines de 1991. En ellas, y en otros numerosos escritos, Orlando Millas expresó lo que él entendía era la tradición histórica de los comunistas. En el primer volumen de sus memorias lo denomina "Estilo recabarrenista", en alusión a la herencia de Luis Emilio Recabarren, fundador del Partido Obrero Socialista en 1912 y que diez años más tarde cambió de denominación por la de Partido Comunista de Chile. En el cuarto tomo de sus memorias, redactadas cuando se habían hecho públicas las diferencias al interior de la dirección del pe y un numeroso contingente de militantes se estaban retirando del Partido, Millas, que había sido vilipendiado explícitamente durante el xv Congreso del pe, descargó su postrer artillería contra la mayoría de la dirección del pe. Allí, acusó a ésta de abandonar "el estilo recabarrenista", producto de una errada política centrada en el componente militar. (Álvarez, 2012, p. 494)
Sus fundamentos doctrinarios y su consecuencia procedimental como dirigente histórico, según Álvarez, posibilitan que Millas actúe sobre una sólida tradición histórica que impregnó a una generación de dirigentes del partido comunista, miembros de su Comité Central y de su Comisión Política, al respecto Álvarez afirma:
Los rasgos de lo que Orlando Millas llamó "estilo recabarrenista", se encuentran presentes entre los primeros dirigentes del pe chileno. Este estilo consistió, en los años veinte, en una lectura "política" de la herencia de Recabarren, en desmedro de las visiones más sociales o "autónomas" que el propio Recabarren había enunciado. Es decir, los comunistas rescataron y desarrollaron una de las líneas de trabajo de Recabarren -la lucha política partidaria-, y la proyectaron en el tiempo, "construyendo" una tradición que los ligaba indisolublemente a lo más graneado del movimiento popular chileno (Alvarez, 2012, p. 495).
Para Millas, en su tradición recabarrenista, la organización de la clase obrera, su preparación cultural, la capacidad de unirse con otras fuerzas progresistas constituían un aspecto fundamental para el desarrollo de una acción política que permitiera transformar las características de la sociedad burguesa. Según Álvarez (2012) este era un rasgo fundamental de su concepción política. Un aspecto fundamental de su interpretación es el tema de la "unidad de la clase obrera"; comprendido como la lucha contra el anarquismo y todo rasgo "aventurerista" u "oportunista" dentro del movimiento obrero, a la vez que su oposición al uso de la violencia como método de acción política. Millas se opone al militarismo, extremismo o cualquier otra "desviación de izquierda".
Como se puede observar, el pensamiento político de Orlando Millas es totalmente vigente en los contextos de transformación social que se viven en Chile en la actualidad. Por tal razón, un estudio de sus textos puede darnos pistas de los debates y decisiones a los que se enfrentará la izquierda en los próximos años.
Millas en tiempos del frente popular chileno
Orlando Millas fue parte importante en el proyecto del Frente Popular chileno el cual condujo al gobierno de Salvador Allende en 1970. Visto en perspectiva, dicho periodo se inició en 1938, con la llegada del gobierno de Pedro Aguirre Cerda (1938-1941), y concluyó en 1970 con el de Salvador Allende. Son, a lo menos, 32 años de experiencias políticas que quedaron inscritas tanto en la memoria social como en la memoria de políticos que se convirtieron, con el paso de los años, en líderes de las distintas posiciones del tablero que en 1973 llevó al golpe militar. Como experiencia política, el Frente Popular chileno, tuvo sus orígenes en las experiencias española y francesa y de otros movimientos europeos que reaccionaron al surgimiento del fascismo mediante la unidad de algunos sectores de la izquierda y centro izquierda. Sin embargo, como se encargó de destacar Millas,6 el éxito del movimiento chileno se sustentó en la naturaleza local ajustada a la condiciones materiales y culturales del país. El cariz democrático del Frente Popular surgió justamente del estremecimiento que produjo en Chile los combates de la Guerra Civil Española. Ante este escenario perfectamente posible, la política de alianzas se dio como una necesidad humana: "la batalla electoral se transformaba en una gran contienda humana y social. Uno de los temas centrales era el de la paz, ampliamente debatido" (Millas, 1993, p. 159).
El periodo comprendido entre 1938 y 1973 debe ser entendido como un largo movimiento histórico de empoderamiento de las clases populares, las cuales fueron traicionadas por la clase política y militar en 1925. En efecto, tal como sostiene acertadamente Gabriel Salazar (2009) la Constitución de 1925 terminó siendo redactada por la misma oligarquía política que había sido sobrepasada por el pueblo desde 1910 en adelante, y que obligó a los gobiernos de la época a proponer una Asamblea Nacional Constituyente que en "teoría" debía tomar como propios los principios emanados de la Asamblea Popular Constituyente, que se había constituido con delegados del todo el país y que, producto de su trabajo, construyó propuestas para la elaboración de una nueva carta magna. El regreso del presidente Arturo Alessandri Palma -derrocado en 1924- ocurrió bajo la promesa de construir una nueva Constitución que respondiera a los intereses del pueblo, pero terminó siendo una restitución encubierta de la vieja Constitución autoritaria de 1833. De esa traición surgió una memoria social que se activó durante los 32 años que tomó la llegada al poder de la Unidad Popular en 1970.
La generación de Orlando Millas fue parte de ese pueblo traicionado y derrotado en 1925 y que paradojalmente tuvo que operar en el espacio político bajo el yugo de una constitución liberal que había terminado siendo construida por los "mismos de siempre". El mismo Millas recuerda en sus memorias que las primeras décadas del siglo están impregnadas del "triunfo del reformismo burgués el año 20, el inusitado y contradictorio gobierno de Arturo Alessandri, los golpes de Estado militares, la dictadura de Ibáñez y su derrumbe" (Millas, 1993, p. 85).
El camino propio del movimiento popular, al que muchas veces alude Millas en sus memorias está impregnado de las traiciones y derrotas que sufre la ciudadanía durante las primeras décadas del siglo XX.
Los tres primeros decenios del siglo fueron en Chile evidentemente de quiebre de los viejos valores y surgimiento de nuevas fuerzas económicas, sociales, políticas e ideológicas. El Frente Popular no apareció como algo imprevisto. El hecho de que haya sido uno de los tres frentes populares únicos en el mundo y que se diferenciase de los de Francia y España, porque logró plenamente sus objetivos, tiene su razón de ser en que respondió a un desarrollo de los acontecimientos nacionales bien afrontado por la izquierda chilena. (Millas, 1993, p. 78)
Millas buscó ser comunista desde muy joven. A los 14 años, en 1932, junto a un compañero del Instituto Nacional, buscó ingresar al partido, "llegamos hasta una oficina en el quinto piso del edificio de la calle Huérfanos entre Bandera y Morandé [...] la persona por la que preguntamos salió a atendernos en el pasillo. Se mostró extrañada de la nuestra extrema juventud" (Millas, 1993, p. 99). Prontamente conoció la persecución hacia los comunistas, cuando pocos días después de ese episodio iniciático y bajo el encargo de la elaboración de un manuscrito que buscaba alentar a los militares para unirse a la lucha obrera, el gobierno de Carlos Dávila (1932) ordenó la persecución de los comunistas a "vasta escala". Ante este escenario adverso, las fuerzas de izquierda se reorganizaron y Orlando Millas pasó a formar parte de la Federación Juvenil Socialista.
Del periodo 1932-1938 Millas recuerda como relevante el surgimiento del Frente Popular como resultado del entendimiento de las distintas fuerzas de izquierda:
Esto se consiguió venciendo inmensas dificultades. Inicialmente, la dirección del Partido Socialista encabezada por su secretario general Oscar Schnake se propuso aislar al Partido Comunista mediante la constitución de un Bloque de Izquierda, en el que estuvieron el Partido Socialista, el pequeño Partido Radical Socialista, el Partido Regionalista de Magallanes, la Izquierda comunista de orientación trotskista y una fracción del partido democrático. (Millas, 1993, pp. 114-115)
Fueron años convulsionados, en 1932 un golpe de Estado derrocó al presidente constitucional Juan Esteban Montero (1931-1932). Se proclamó por un periodo de 12 días la 'República Socialista', impulsada por el coronel Marmaduke Grove,7 quien fuera fundador del Partido Socialista Auténtico y a quien Millas recuerda con gran aprecio y admiración:
muchos jóvenes socialistas éramos, además de socialistas, acentuadamente grovistas. Con una muy incipiente formación, recién llegados a la lucha social, confiábamos en el impacto nacional que producía la personalidad de Grove como una chance para alcanzar el gobierno de nuevo tipo al que aspirábamos. (Millas, 1993, p. 121)
Millas creció, vital y políticamente, en el momento fundacional de un movimiento político que recorrió buena parte del siglo XX. El aprendizaje alcanzado a lo largo del periodo del Frente Popular fue relevante durante el vital papel que tuvo durante la Unidad Popular como ministro de Salvador Allende. Un aspecto clave de su pensamiento fue la búsqueda de un camino democrático para alcanzar el socialismo. Su crítica al "militarismo" como estrategia política para alcanzar el poder resulta esclarecedora aun en nuestros días.
Democracia popular: Allende y la construcción del frente popular
Si bien la figura de digresión que utiliza en el volumen cuatro de sus memorias nos anticipa algo que se revelará narrativamente como un trabajo hecho de trozos que en algunos momentos saltan de lo personal a lo político, una suerte de ensambles de momentos. El primer capítulo de estas memorias no es casual, "El nacimiento de la población 'La Victoria'" relata el surgimiento de esta ocupación territorial en Santiago durante 1957 por parte de miles de personas. Salvador Allende fue candidato presidencial en esta época y el general Carlos Ibáñez del Campo, presidente en ejercicio. La situación causó conmoción y Allende fue advertido del peligro que corrían los pobladores, pero él decidió estar presente:
Tratamos de disuadirlo, manifestándole que, si intervenía la fuerza pública y aparecía mezclado nada menos que él, eso iba a servir de pasto para presentarlo personalmente como un elemento disociador (...) Argumentó que, si un gran número de los chilenos más pobres de Santiago exponían sus vidas y las de sus familias para obtener algo tan elemental como el derecho a la vivienda, consideraba una cobardía inaudita no estar junto a ellos. (Millas, 1996, p. 22)
Este capítulo marca el tono sobre el cual Millas inscribe su propia concepción del ejercicio de la política, el "deber ser" de la misma y de su propia concepción de la democracia. Se trata de un ancla que busca situar al lector en el trabajo político en terreno que desarrolló el Frente Popular como acción que lo llevó a la conquista del poder en 1970. La movilización de pobladores le sirve de pie para plantear uno de los aspectos centrales de la política allendista: el desarrollo de una conciencia democrática y la movilización de amplios sectores de la ciudadanía, la cual tomó en sus manos la solución de problemas tan trascendentales como la vivienda.
Esto llevó a Millas a plantear los valores que dominaron la política del Frente Popular entre 1957 y 1970: pacífica, humanista y liberadora. La lucha por el techo se presenta, de esta forma, como esencialmente humana y lejos de una política revolucionaria por el control total de la propiedad. El capítulo X de las memorias lo describe con total nitidez y energía: la tarea fundamental del gobierno popular era mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos: vivienda, salud, alimentación, vestuario, trabajo, educación, cultura, en suma, el bienestar de los chilenos.
La revolución la veía Allende, la veíamos nosotros, la vio la Unidad Popular como un proceso cuyo motor era la satisfacción de las necesidades humanas como premisa para el progreso de la economía y la sociedad. (Millas, 1996, p. 78)
En sus palabras se dedicaron a aplicar una política democrática y democratizadora "basada en la realidad nuestra, pluralista, creadora, de masas, sin que pareciera extraño seguir hablando, a la vez, de estrategia y táctica" (Millas, 1996, p. 35). No se trata, por supuesto, de reflexiones que estén exentas de autocrítica, pues más adelante se señala que no lograron ver que la lucha por la libertad no los hacía impermeables a la tentación del violentismo y las interpretaciones que veían la necesidad de toma y ejercicio del poder de manera voluntarista.
Allende es descrito por Millas como el articulador de este movimiento democratizador y pluralista, fue quien habló más decididamente contra un sistema que encubrió la existencia de un partido único. "Para él, el pluralismo fue inseparable, siempre de la democracia" (Millas, 1996, p. 39). Asimismo, relata cómo en el contexto de la elección presidencial de 1958, Allende arremetió contra aquellos que buscaban desconocer los resultados: "Las normas democráticas rigen para bien y para mal, para nosotros y para los adversarios y yo las acato me favorezcan o perjudiquen. En eso me diferenció de los reaccionarios, por esencia antidemocráticos" (Millas, 1996, p. 304).
Sin embargo, en esta materia también se muestra autocrítico, al señalar que desde 1956 el Frente Popular debió afirmar los valores y el camino trazado por Salvador Allende, fundamentales para el ejercicio de la política. El olvido de esta política llevó al Partido Comunista a una política equivocada, preocupación permanente de Millas, quien, por supuesto, a pesar de su crítica se mantuvo como un militante activo hasta el final de su vida.
Millas: una crítica al izquierdismo revolucionarista
El denominado izquierdismo revolucionarista resultó justamente de la autocrítica realizada por el propio Millas de la falta de afirmación, desde la fundación de la Unidad Popular en 1956, de los valores pluralistas que el mismo Allende defendía de manera ferviente. Esta visión coincide con algunas entrevistas y discursos del propio Allende en los que defendía y afirmaba el constitucionalismo de las fuerzas armadas, el papel del congreso y la conocida vía pacífica al socialismo.
Allá luchamos por los cambios dentro de los marcos de la democracia burguesa, con dificultades mucho mayores, en un país donde los poderes de Estado son independientes, y en el caso nuestro, la justicia, el Parlamento y el Ejecutivo. Los trabajadores que me eligieron están en el gobierno; nosotros controlamos una parte del Poder Ejecutivo, somos una minoría en el Congreso. El poder judicial es autónomo, y el código civil de mi patria tiene 100 años. Y si yo no critico en mi patria al poder judicial, menos lo voy a hacer aquí. (Allende, 1972)
Millas comparte el camino de Allende. No cree en la "vía militar" pues, en su análisis, ha fracasado en Latinoamérica. En el capítulo LU de sus memorias menciona la separación que el Partido Comunista tenía de cualquier tipo acción violenta:
Para cada comunista chileno estaba claro que el marxismo, pensamiento guía de nuestra acción, es incompatible con las conductas aventureras, las acciones directas y todo lo que linde con el terrorismo y la lucha de grupos violentistas". En una argumentación que anticipa lo que habría se ocurrir el 11 de septiembre, el autor califica estas acciones violentas como contrarrevolucionarias en la medida que modifican las correlaciones de fuerza en "favor de la reacción, al agrupar junto a ella a las clases y capas desorientadas y atemorizadas por atentados inconsultos. (Millas, 1996, p. 283)
En este aspecto, la revisión que hace Millas resulta particularmente interesante debido a que realiza un recuento concienzudo del resultado del foquismo y los movimientos voluntaristas militarizados presentes en América Latina desde 1959 en adelante. Nos recuerda:
Esa orientación contribuyó en Venezuela a convertir en marginal a fuerzas de izquierda y a destruir al partido comunista. En Colombia aceleró la espiral de violencia en la que el ejército, la policía y sus escuadrones de la muerte han asesinado a tanta gente. Las guerrillas urbanas en Brasil terminaron en hecatombe y sus acciones influyeron en el establecimiento de la dictadura militar y el aniquilamiento del poderoso partido comunista de ese país (...) En Uruguay fueron exterminados los Tupamaros y sus acciones contribuyeron a cerrarle el paso al Frente Amplio que estaba a la vista. (Millas, 1996, p. 283)
En vista de este crudo y político análisis, Millas destaca que en Chile el movimiento popular logró llevar adelante un camino propio basado en la movilización de millones de trabajadores. Este análisis crítico es totalmente consecuente con lo señalado por Salvador Allende (1972) en el Discurso en la Universidad de Guadalajara en México:
Sin embargo, la realidad de Chile, su historia y su idiosincrasia; sus características, la fortaleza de su institucionalidad, nos llevó a los dirigentes políticos a entender que en Chile no teníamos otro camino que el camino de la lucha electoral -y ganamos por ese camino-, que muchos no compartían, fundamentalmente como consecuencia del pensamiento generado en este Continente, después de la revolución cubana, y con la asimilación, un poco equivocada, de la divulgación de tácticas, en función de la interpretación que hacen los que escriben sobre ellas. Nos hemos encontrado en muchas partes, y ahora se ha dejado un poco, la idea del foquismo, de la lucha guerrillera o del ejército popular.
Para Millas el verdadero enemigo se encuentra en el imperialismo norteamericano, el cual alienta desde dos vertientes la aparición de grupos terroristas: por un lado, el terrorismo propio y, por otro, la provocación e inducción en algunas fuerzas populares para iniciar un camino violento. En una reflexión que vale para el presente, Millas inquiere que esto les permite a los gobiernos iniciar una contraofensiva represiva basada en el patrón seguridad/inseguridad. La vigencia de este pensamiento es sorprendente al plantear el establecimiento de "guerras de baja intensidad", que no hacen cosa diferente a neutralizar los movimientos antiimperialistas. En esta medida, ve en los movimientos violentos y voluntarista un estorbo para la consolidación de una democracia popular. El peso de Estados Unidos en su análisis es relevante. Ya en dictadura señalaba lo siguiente:
El problema de las relaciones con las capas medias, el partido lo aborda como un problema de alianza de clases, que tiene importancia capital para el desarrollo de la lucha antiimperialista, de la lucha contra la reacción, hoy día de la lucha antifascista, en el proceso de la revolución chilena [...] Como se sabe, el imperialismo norteamericano es el factor que pesa fundamentalmente en todo el desarrollo de la dictadura fascista. Tiene un nuevo modelo de dominación en el país. Y cualquier aspecto de la vida del país que se examine está bajo el peso de la dominación norteamericana hoy dia en la dictadura de Pinochet. (Millas, 1982, pp. 42-47)
Por su parte, reafirma la solidez de sus valores democráticos al señalar que jamás en su vida política cayó en la tentación de una política voluntarista o anarquista "siempre participe sin desmayos en la lucha democrática y democratizadora desarrollada por mi pueblo" (Millas, 1996, p. 289). En este marco, separa aguas con todo movimiento violento y revolucionario armado, incluida Cuba. Es interesante observar, en este aspecto, cómo al Partido Comunista de Chile de los años ochenta y aún en la actualidad le cuesta separarse del destino cubano. Un militante tan brillante y destacado como Orlando Millas fundó los cimientos del movimiento popular en el movimiento de masas, en la educación y en la democratización desarrollada por Recabarren y trazada con claridad por Salvador Allende.
Esta línea de pensamiento fue permanente en casi toda la vida política de Millas. Así lo recuerda Rolando Álvarez cuando señala que, durante la dictadura, a finales de 1986, en el pleno de las discusiones que se daban al interior del Partido Comunista, Millas denunció que al interior del partido se presentan dos líneas de acción: una, cuyo objetivo es echar a Pinochet y otra, "('la militarista') que planteaba luchar por alcanzar una 'democracia avanzada'" (Álvarez, 2008, p. 69). Millas mantuvo su postura de profundización y recuperación (en el contexto de la dictadura) de la democracia.
Nunca se me ocurrió que en los años 80 llegara a ser posible el intento terrible de "renovar" al gran Partido Comunista de Chile para que adoptara fórmulas de la antigualla anarquista. No es de extrañar que ese fuera uno de los factores que contribuyó a la baja influencia de nuestro partido. Costo caro abandonar la senda seguida por Allende. (Millas, 1996, p. 285)
Desmitificando a la unión soviética y Cuba
De lo anterior resultó una visión crítica sobre Cuba y la Unión Soviética. Con la primera, se trató de un desencuentro personal con el comandante Fidel Castro; con la segunda, un ajuste de cuentas con el socialismo real, el cual conoció personalmente durante su exilio en Alemania y los Países Bajos.
Comencemos con la URSS. En este caso, el capítulo XLViii, titulado "Cada día en la Unión Soviética sufrí alguna amarga decepción", realiza una rotunda crítica al estalinismo y la burocracia soviética. Una anécdota es clara en esta materia:
Una mañana tuve una entrevista con el entonces dirigente máximo de las organizaciones juveniles soviéticas, Guennadi Yunáyev, el cual se expidió gran amabilidad, con la disposición solidaria característica de los soviéticos, pero que nunca salió de frases manidas, con una pomposidad de estilo propia de la diplomacia ya en uso (...) A la salida le dije francamente al interprete, Vladimir Diéyev, que no estaba convencido de que ésa fuese una persona con un bagaje intelectual (...) -Pero, es famoso por su habilidad como escalador de la jerarquía (...) Pasaron los años y Yunáyev fue Vicepresidente de la Unión Soviética. (Millas, 1996, pp. 250-251)
La revelación completa de la realidad cotidiana en la Unión Soviética permite a Millas alejarse de un modelo muy lejano a la propaganda de un campo soviético culto, moderno y avanzado. Muy por el contrario, se trata de un campo con un atraso horrendo y súper explotado. Un abismo de miseria. "Me costó aún años cerciorarme que el 'socialismo real' era un capitalismo de Estado con porcentajes exorbitantes de plusvalía y veteado con formas precapitalista de explotación" (Millas, 1996, p. 259).
En el caso de Cuba, se trata de las diferencias ya comentadas anteriormente, relacionadas con las diferentes miradas que tenían tanto Millas como Allende del destino de los movimientos guerrilleros en Latinoamérica. Millas desconfía de Fidel y para mostrarlo revela una anécdota en vísperas del triunfo de 1959, la visita de Carlos Rafael Rodríguez, quien fue viceministro y estuvo en varias ocasiones en la casa de Millas, le transmitió garantías de que una vez logrado el triunfo se abriría una transición democrática. Esta experiencia marcó, así como una profunda reflexión sobre el nefasto papel de los movimientos armados, la mirada que Millas tiene del destino de Cuba. Fue capaz de discrepar de Fidel cuando nadie se atrevía a contradecirlo y eso marcó la relación entre ambos líderes. Ante estos dos antecedentes Millas es concluyente:
Reestudiamos a Marx, Engels, Rosa Luxemburgo y los antiguos marxistas, llegue a tener suficientemente claro que la manera en que con Allende encaramos el avance hacia el socialismo era inmensamente superior, más avanzada, sólida, moderna, revolucionaria, que la de los chapuceros imitadores del "socialismo real". (Millas, 1996, p. 249)
Esta visión es totalmente consecuente con lo señalado por Allende en el Discurso en la Universidad de Guadalajara, cuando aclara que aun siendo amigo de Fidel Castro y de Ernesto "Ché" Guevara, es fundamental entender que no existe receta para hacer la revolución:
Yo tengo una experiencia que vale mucho. Yo soy amigo de Cuba; soy amigo, hace 10 años, de Fidel Castro; fui amigo del comandante Ernesto "Ché" Guevara. Me regaló el segundo tomo de su libro Guerra de Guerrillas; el primero se lo dio a Fidel. Yo estaba en Cuba cuando salió, y en la dedicatoria que me puso dice lo siguiente: "A Salvador Allende, que por otros medios trata de obtener lo mismo". Si el comandante Guevara firmaba una dedicatoria de esta manera, es porque era un hombre de espíritu amplio que comprendía que cada pueblo tiene su propia realidad; que no hay receta para hacer revoluciones. Y por lo demás, los teóricos del marxismo -y yo declaro que soy un aprendiz tan sólo, pero no niego que soy marxista- también trazan con claridad los caminos que pueden recorrer frente a lo que es cada sociedad, cada país.
Una breve y satírica reseña biográfica, Lira recuerda que Orlando Millas tenía un carácter fuerte. Era respetado transversalmente por ser considerado brillante. "Así es Millas, de una capacidad de trabajo increíble [...] porqué dictar la línea política de los comunistas no es chacota. Pero, a él le queda tiempo para visitar su distrito, solucionar problemas, entrar en debates" (1968, p. 79). Pero también era temido por la contundencia de sus juicios, "Parece que le hizo mal un viaje a Cuba donde se trenzó con Fidel, y el primer Ministro cubano lo tomó como el prototipo del comunista que a él no le cae en gracia" (Lira, 1968, p. 80). No cabe duda que Orlando Millas constituye un liderazgo intelectual que ha construido un juicio acabado del camino que debió y debe seguir la revolución chilena al socialismo. En esta mirada, si bien está presente la conocida disciplina comunista, prima la autonomía intelectual de una personalidad de la izquierda chilena que vivió largos procesos políticos y aquilató, por tanto, el carácter frágil de todo proceso de transformación social.
A modo de cierre
La obra y el pensamiento de Orlando Millas constituye el testimonio de una época importante de la historia cercana de Chile. Las memorias personales de actores relevantes de la esfera pública chilena durante el periodo de la Unidad Popular y Dictadura nos permiten un acercamiento clave para comprender las formas y estrategias que toma la lucha por el poder durante un periodo determinado. Así entonces, los textos de la memoria son discursos políticos en la medida que reconstruyen el pasado y proyectan una mirada sobre el origen del presente.
En sus memorias, Orlando Millas problematiza desde el testimonio la situación de Chile durante el periodo 1938-1990. Para realizar este trabajo se propuso relatar, bajo la modalidad de fragmentos, su papel como comunista, como Ministro de Estado y como exiliado político, durante el periodo de la Unidad Popular y posterior Dictadura.
Son tres los elementos que destacan en estas memorias: a) la concepción de una democracia popular como base del programa allendista. En este aspecto, Millas concibe el periodo de la Unidad Popular como una lucha por extender la democracia a todos los ámbitos de la vida social. Alejado de concepciones totalitarias, el programa de Salvador Allende concibe la democracia como pluralista, apegada a la institucionalidad y con pleno respeto por los poderes del Estado; b) la lucha por elementos básicos de subsistencia como la vivienda, la salud, la cultura y la comida, aspectos fundamentales sobre los cuales se construye la política allendista. Así entonces, la vía chilena al socialismo se orienta a la mejora de vida de sus ciudadanos y no a una lucha por el control total del Estado; c) de lo anterior se desprende que Orlando Millas concibe el proyecto socialista chileno como único por no considerar la lucha armada como estrategia para la consecución de sus fines. En este ámbito, Millas realiza una crítica importante a los proyectos revolucionarios armados de américa latina. Sus diferencias con Fidel Castro son el sustento para realizar un recuento del pasado, presente y futuro del foquismo. La Unión Soviética también es criticada por Millas; la observa como una gran burocracia, llena de pobreza en los campos y muy lejana a la propaganda comunista.
En suma, el pensamiento de Orlando Millas nos parece de total vigencia para pensar el presente y futuro de la izquierda latinoamericana. Distante de posiciones dogmáticas es capaz de revisar autocríticamente procesos de los cuales fue protagonista.