Introducción
Emigrar constituye una posibilidad de superación de condiciones adversas. Cuando estas son inevitables, porque la vida se hace insostenible de acuerdo con las reglas de la economía global, del mercado y del Estado, el nuevo país aparece como inmenso, desconocido y por descubrir -un mundo de posibilidades-; "irresistiblemente atractivo", en oposición al "mundo inhóspito" local, dirá Bauman (1999). Atraídos por nuevas oportunidades, con sus capitales, frustraciones y esperanzas, los migrantes refuerzan en otro lugar las diferencias culturales para que el sistema de vida perviva, buscando a través del allegamiento seguridad para generar un nuevo sedentarismo con identidad, aunque a veces quedan casi inmovilizados, encerrados en un pequeño hábitat (Mehta 2019), adscritos a una clase, anclados a lugares y a estrechos círculos sociales que conforman enclaves (Razmilic, 2019). Para algunos puede ser una temprana catástrofe, mientras para otros constituye una oportunidad, un deseo, un imaginario de superación, ya que se cree se puede tener hijos, trabajo, seguridad, una casa y que es posible envejecer allí. Al poner un pie en otro país todo se vuelve movimiento; así como está lo tangible y lo visible de lo nuevo, también está el enigma del espacio y las fuerzas ocultas y beligerantes que corroen la paz y estabilidad buscada. Lo inesperado, rápidamente se convierte también en una faceta vivida en tierra extraña, en un aprendizaje de límites simbólicos y materiales, y estrechas relaciones entre espacio residencial y laboral. En el diario vivir, los inmigrantes van decodificando las claves de la posible integración en la sociedad receptora que les permitan alcanzar estabilidad económica y alternativas de bienestar para esbozar un proyecto de vida rápidamente.
Con urgencia y pragmatismo atrás queda el dolor de la despedida, la memoria, la cultura que destila en las calles y los dos dólares diarios con los que vive el 60 % de la población haitiana. Sin huellas de una experiencia previa hacia Chile, unos 180000 haitianos han llegado recientemente. Muchos, alentados por compromisos de la Unión de Repúblicas Sudamericanas (UNASUR), que se comprometió a recibir a cientos de personas después del devastador terremoto del 2010, dejando atrás su memoria migrante que los ligaba principalmente a EE. UU., Canadá y Francia. Como ocurre en este caso, a veces, los lugares toman una forma de ser antes de ser vistos. Llegan con un conocimiento prejuiciado a partir de la presencia chilena de "cascos azules" de Naciones Unidas en su país, sumado principalmente a los mitos propios de éxito y narrativas de un Estado neoliberal como el chileno. Entre ellos, la motivación económica como soporte de otras dimensiones es muy elocuente: en el 2011, la diferencia es sideral entre el PIB per cápita de Haití y el de Chile, que era equivalente solo a un 6,5 % (Solimano et al., 2012). También, como aprendizaje, es enorme y eminente la disonancia entre la expectativa y lo logrado, entre lo que se imaginaban y lo que viven, debilitando la imagen eutópica1 que sostenían al momento de la partida.
Lo planteado a continuación recoge algunos de los deltas existentes entre la expectativa y la experiencia cotidiana y se asocia a una lectura crítica del proceso de arraigo de la población haitiana. Nuestra tesis señala que: i) el nombre de Chile se desvanece en una espera asociada a remontar dificultades sociales, económicas, espaciales y materiales con fuerte énfasis en el acceso a vivienda y ii) la decisión de venir es una hipótesis que tempranamente se debilita. De este modo, el nombre de Chile deja de ser solo un lugar geográfico, se bloquea la imagen del país como paraíso de oportunidades y, al producirse un destilado de cultura singular en la ciudad y los barrios estigmatizados por las carencias, se convierte en una experiencia de vida que comienza a parecerse más a sí misma, con cierta entropía, que en una construcción social de diálogo intercultural, perspectivas de futuro e inserción plena.
De cara al proceso de integración social, económica y espacial que se espera desde una perspectiva de las formas, emerge una población haitiana alterizada por la incapacidad estatal de ofrecer cobertura plena de bienes y servicios o el fracaso de la política migratoria. Esto impacta la configuración de barrios y de ciudad; establece una condición que dificulta ejercer derechos, que marca un lugar de frustración, conflicto y un espacio político difícil de contener para una autoridad local que se mueve dentro de los marcos de un Estado subsidiario. El énfasis de este artículo está en las dificultades para acceder a vivienda y en potenciar un proyecto de arraigo que permita territorialmente una ciudadanía activa, ya que este derecho tiene menos peso estratégico que otras prestaciones como la salud y la educación. El argumento, que considera su condición como un punto de partida y no de llegada, se realiza en clave antropológica en etapas sucesivas de observación, descripción, oralidad y escritura, en un contexto de excepcionalidad sanitaria y crisis institucional, donde al ser cuestionado, el Estado-Nación se debilita, así como la idea fuerza de un destino común que les incorpore.
Metodología
Lo metodológico está definido como parte de una matriz de trabajo ubicada en un programa de investigación sobre migración Sur-Sur y de inmigrantes de países no fronterizos, cuyo eje está dado por la generación de conocimientos y la reflexión sobre procesos de arraigo y desarraigo. La unidad de análisis son los individuos y sus redes de sociabilidad, expresadas territorialmente por la densidad demográfica migrante. Su punto de partida es etnográfico y etnológico para comprender las lógicas sociales y culturales que emergen de las experiencias migratorias. Luego, la guía de análisis está dada por el relacionalismo metodológico con énfasis en la primacía de los procesos y las relaciones por sobre la de los sistemas y agentes.
Dentro del programa de investigación, en la producción de conocimiento, la información fue triangulada a partir de la relación estructura- subjetividad-acción. De este modo, tomamos nota de que los sujetos-actores producen y reproducen estructuras sociales y configuraciones inscritas en los circuitos locales, nacionales y globales. Durante el trabajo de campo realizado entre 2018 y 2019 y registros recientes en 2020 y 2021, en las comunas de Santiago, Estación Central, Recoleta, Quilicura y El Bosque, en la ciudad de Santiago, se realizaron entrevistas en profundidad a 40 mujeres y hombres migrantes de nacionalidad haitiana, quienes al momento de la entrevista llevaban entre dos y cinco años de residencia en el país y tenían entre 21 y 53 años de edad, con predominancia de edades situadas entre los 26 y 35 años.
El criterio de selección de estas comunas obedeció a que manifiestan etnológicamente densidad de población haitiana. Además, definen tipos de comunas distinguibles: centro, pericentro y periferia. Se trata de hábitats densos que manifiestan nuevas formas de ocupación del espacio público, interacción social y segregación debido a neocolonizaciones y procesos de etnodiferenciación social durante la última década, producto de la conformación de redes por parentesco y amistad. En las entrevistas, los participantes relataron por qué decidieron emigrar hacia Chile, el itinerario de su trayectoria, cómo ha sido la experiencia de habitar en Chile, la elección de los lugares de residencia, las posibilidades de acceso a vivienda, la circulación por la ciudad y qué hechos han sido positivos, negativos o extraños en su convivencia con chilenos, especialmente respecto al ámbito económico-laboral y las interacciones desde la perspectiva cultural y espacial. De este modo, intentamos observar cómo "lo macrosocial emerge y se hace visible en microsituaciones" (Lindón, 2019, p. 45), como acontece en el caso de la vivienda.
Axiomáticamente y como política de análisis, hemos cuidado que la parte (lo observado) no sea mayor que el todo para evitar generalizaciones que pudiesen precipitar una lectura homogénea y sin diferencias al interior del colectivo. Por ello, la información es provisional, abierta y en curso, lo que pude parecer no didácticamente armónico porque están construyendo sus opciones, donde lo único seguro es que no quieren volver a vivir en Haití.
El contenido de las entrevistas fue analizado por medio de una malla temática que se construyó a partir de la pauta de entrevista. El proceso de codificación se realizó paralelamente al de categorización, donde se incluyeron categorías emergentes. Finalmente, se utilizó el software Atlas-ti 7.0, que permitió visualizar patrones y difundir los resultados. Construimos una ficha técnica de registro que está bajo custodia del equipo de investigación para asegurar resguardos bioéticos con un criterio de identificación por año de ingreso, edad, género y profesión u oficio, lo que nos permitió recurrir a la entrevista. La producción de datos primarios, junto a procesos de observación en lugares de alta concentración y movilidad de población haitiana, se complementó con la búsqueda de información entregada por las bases de datos estatales: el Instituto Nacional de Estadísticas (INE, 2019), la Encuesta de Caracterización Socioeconómica (CASEN, 2017, citado por Iturra, 2016), el Censo 2017 (INE, 2018) y el Departamento de Extranjería y Migración (DEM) y el Ministerio del Interior y Seguridad Pública, así como el INE y el DEM (2020).
Antecedentes: condiciones y cifras
La migración dentro de la región ha crecido sustancialmente durante los últimos años; Chile es uno de los principales países de destino, junto a Argentina, Brasil y Colombia, y es elegido por "su estabilidad" social, económica y política (Aninat & Vergara, 2019). La búsqueda de una buena vida, o al menos una que compensatoriamente les permita vivir con "dignidad" (Nussbaum, 2020) y reconocimiento (Taylor 1993; Thayer 2016), es una premisa básica que encontramos en los inmigrantes latinoamericanos residentes en Chile. En la actualidad, habitan 1492 522 personas extranjeras, quienes corresponden al 8 % de la población total, de los cuales 750000 han ingresado al país en los últimos cuatro años (INE-DEM 2020). La población cuantitativamente más importante es la venezolana (desde 2014 al presente), equivalente a 30,5 %; seguida de la peruana (desde años 90), con 15,8 %; la haitiana (desde 2014 a 2018, principalmente), con 12,5 %, y la colombiana (desde 2013 a 2019), con 10,8 % (INE-DEM, 2020). Santiago concentra más del 40 % de la población del país y como todas las ciudades grandes del continente tiene una gran periferia formada por poblaciones marginales y asentamientos formales e informales mal dotados. Viven en ella el 63,1 % de los inmigrantes (INE-DEM 2020), lo que demuestra una concentración desigual de servicios, infraestructuras y fuentes de trabajo frente a las distintas regiones y dentro de otras comunas metropolitanas (Razmilic, 2019; Fuentes & Hernando, 2019; Margarit & Bijit, 2014).
En distintos lugares, los inmigrantes territorializan un conjunto de prácticas alimentarias, religiosas, lingüísticas, valóricas, económicas y sociales que dan cuenta de un campo transnacional (Appadurai, 2001), con economías étnicas, lugares de especialización en mensajería, uso de la calle para socializar, comunicación vía medios digitales y envío de remesas que les vinculan con sus familias en el origen, generan una performatividad del espacio. Cuestiones idiomáticas como hablar otra lengua, prejuicios chilenos basados en la "pigmentocracia" (Telles & Martínez, 2019) y de calificación profesional explican en parte que el colectivo haitiano sea el que ha experimentado más dificultades de integración. La difícil convalidación de títulos, la incomprensión hacia las particularidades culturales y el trato que han recibido desde la sociedad chilena marcan un estatus, una incorporación y una cohesión inferiorizada en muchos de los planos de la existencia. Esta construcción del campo inmigratorio haitiano ofrece posibilidades de tematización con un abanico que refiere a cuestiones sociales, espaciales, territoriales, de identidad y de derechos de reconocimiento, axiológicos, educativos, sanitarios y habitacionales, que fijan coordenadas de convivencia e interacción.
Condiciones mayoritariamente adversas de residencia se reforzaron con la emergencia de la COVID-19, ya que se adicionaron a un escenario de crisis política, de legitimad de las instituciones y a una profunda desconfianza hacia la élite. Esto resalta acumulativamente una justicia degradada, falta de transparencia, corrupción, impunidad, abusos por servicios diferenciados, una Constitución que debe ser modificada y el soporte de una de las economías más desiguales a nivel mundial (índice Gini) con diferencias salariales de 27 a 1 (Ávila, 2021), que permiten hablar del fin de un ciclo de concubinato entre política y dinero.
La irritación del sistema social a partir del 18 de octubre de 2019, como conflicto entre ciudadanía y élite, con componentes ideológicos, sociales, espaciales y raciales, se exacerbó a través de la protesta por el carácter distópico del modelo social y económico para nacionales e inmigrantes, que encendió las alertas en estos últimos sobre la factibilidad de tener efectivas oportunidades de realización. Se fracturó un relato que sostenía el imaginario local y migratorio: la ilusión de la normalidad sobre el Estado, la economía y la sociedad, y agudizó prácticas xenófobas y racistas, que han sido sintetizadas por Daniel Matamala (2020) en tres adjetivos: "extranjeros, negros y sidosos" (p. 125). El nuevo escenario de malestar frente a una economía pragmática, en la que todo tiene precio, de un Estado que no interviene en el mercado, con gasto social mínimo y diferencias frente a subsidios que deben ser solventadas por cada hombre y mujer, visibilizó las precarias condiciones de vida de muchos inmigrantes, especialmente haitianos como señalan Rojas et al. (2015), que los ubicó lejos de los ideales homogenizadores, moralizantes e higienistas de la modernidad y produjo un debilitamiento del proyecto migratorio y la valoración sobre Chile como tierra de oportunidades, trabajo estable y decente, recomposición de la vida familiar, alquiler seguro o vivienda propia y regularidad migratoria. Los factores de atracción se transformaron y fragilizaron al enfrentar una crisis sistémica, como lo apreciamos en algunas comunas donde residen.
Crisis, inmigración e inclusión diferencial en un contexto de emergencia sanitaria
El llamado de la autoridad al autocuidado sanitario como apelación a la responsabilidad individual y colectiva fue insuficiente para un área metropolitana de casi 7 millones de habitantes, ya que en "el control de la sociedad sobre los individuos no opera simplemente por la conciencia o por la ideología, sino que se ejerce en el cuerpo, con el cuerpo" (Foucault, 1977, p. 5). Biopolíticamente, la vida, incluyendo el cuerpo y su energía expresada en movimiento vital, en un inicio tuvo que confinarse al hábitat que cada familia ocupa y ha podido construir para integrarse a la gestión administrativa de los procesos de producción capitalista y de la ciudad. Es decir, sometida a la regulación entre personas y entre estas y el poder, cuyo orden se funda en el derecho, lo que legitima el conjunto de acciones y decisiones del soberano sobre el desplazamiento que permite la triangulación entre estructura, subjetividad y acción (Foucault, 1997).
Operaron tempranos "diques" (Mezzadra, 2012) o barreras que hicieron evidente la inclusión diferenciada y segregación de los haitianos en la ciudad como opuestos semánticos a la integración, ya que convergen territorialmente los bajos ingresos de la población, su condición residencial, la insuficiente política pública de vivienda y la generación de periferias. La baja dotación de servicios en los barrios de residencia, la irregularidad migratoria y el miedo a la deportación por incumplimiento de leyes de extranjería se tradujeron en una limitación para su limitado sistema de oportunidades de empleabilidad y recepción de ayuda del Estado (i. e., canastas familiares, subsidios en dinero), acompañado de una alta exposición pública sobre sus prácticas de ocupación del espacio público para sus comercios informales. Aparece la ausencia de un contrato social y una ciudadanía difusa y espuria reflejada mediáticamente en lo que se conoce como efecto CNN (Sontag, 2008, p. 121)2 o construcción de un verosímil sobre ellos como totalidad. Imagen sesgada, no del todo codificada por el resto de la población, que se vuelve real y define una separación del tipo enclave con prácticas que destilan espacial-mente formas de sociabilidad y cultura, tan impropias como indiferentes para los chilenos, producto de la concentración demográfica entre iguales desprovistos y abandonados, que devela una frontera jurídica, social y corporal, cuyo rasgo más consistente se expresa en el acceso disminuido al mercado laboral y de consumo y a los derechos de ciudadanía (Fierro, 2017).
Los registros de campo demostraron que el reconocimiento, la inclusión social y el arraigo pueden estar más lejos que cerca, así como el proyecto de una nueva vida puede ser solo ficción en suelo chileno. El confinamiento asociado a la pandemia en viviendas irregulares y en virtual abandono y en barrios con servicios minimizados releva los "diques" (Mezzadra, 2012) y la "corrupción de la sensibilidad" (Sontag, 2008) porque el "sin papeles" o quien posee una inserción limitada para la consecución de sus objetivos debe responder sí o sí, rompiendo el confinamiento obligado decretado por la autoridad, pues solo le queda impugnar y transgredir la norma de inmovilidad para sobrevivir, porque sin reconocimiento jurídico "no puede solicitar derechos" (Suárez-Navaz, 2007). La condición de no ciudadanía, en un largo interregno, fragiliza la expectativa emigratoria, ya que en medio de las crisis (plural), el fetichismo de los papeles se vuelve más relevante en la discusión pública sobre la política migratoria (i. e., el número necesario, para qué, su aporte), ya que es parte de leyes, decretos, resoluciones, directrices, acciones u omisiones, que van regulando la entrada, salida y permanencia de la población hasta diferenciarlos y filtrarlos (Mbembé, 2016; Mezzadra & Neilson, 2017). Así, la inestabilidad y el miedo que incorpora la pavorosa lentitud de la burocracia, que conjuga poder y derecho, termina por hacer visible su alterización negativa que permite etiquetar, estereotipar, separar, perder estatus y discriminar (Link & Pelman, 2001, citado por Kessler, 2012, p. 172). A sus formas de territorialización y construcción de lugares (i. e., sin papeles, sin trabajo formal, sin vivienda decente, en hacinamiento y allegamiento residencial), como parte de la institucionalización de un racismo -no reconocido- que deviene en estigma que desaloja el ser social (Tijoux, 2016) y menoscaba los distintos tipos de capitales (Kessler, 2012; Bayón, 2012) se impone la imagen estereotipada de una sociedad de origen compuesta solo por poblaciones vulnerables.3
De este modo, se hace evidente una "política migratoria selectiva", que filtra "la entrada, salida y asentamiento en el país de aquellas personas que consideran favorables, en términos de sus intereses y necesidades de recursos humanos" (Jensen, 2013, p. 112) o sus capitales. Mediante el fetichismo de los papeles no se produce un tránsito hacia el reconocimiento y el bienestar, lo que con la demora de los mismos hace palpable que el aparato jurídico no es neutral y que persisten dificultades en el acceso al trabajo y la vivienda. De este modo, el actor demorado en su ambición de ciudadanía (i. e., entrega de cédula de identidad y certificado de residencia definitiva), en el interregno se convierte en el autor de una nueva geografía de ocupación de la ciudad, que define los contornos de su vida, cuya cobertura se encuentra dada por su limitada capacidad oficial de acción para inscribir su experiencia material y simbólica en el espacio, lo que vuelve subalternas sus formas culturales, ilegales sus comercios y difícil el camino para acceder a una vivienda.
Lo señalado, por cierto, se encuentra asociado a la diferencia entre admitir a inmigrantes y dónde van a residir a la llegada (recepción), durante el asentamiento (alquiler) y en la eventual decisión de arraigo (compra);4 cómo van a vivir y qué garantías y derechos se les pueden brindar, esto impacta fuertemente la "concentración espacial" y la "segregación espacial" (Razmilic, 2019),5 porque la ocupación residencial refleja, muchas veces, "no poder irse de un lugar", lo que reduce aún más el capital social e incrementa la percepción negativa sobre Chile y la ciudad en la vida ordinaria. La segregación residencial es lo contrario a un espacio democrático, flexible en las interacciones y mixto socialmente porque ya ha desaparecido en el esquema político la relación entre modernización, industrialización y urbanización que permitió hasta la década de 1960 la configuración del barrio obrero dentro de un modelo de planificación racional de uso del espacio y crecimiento de la ciudad. Por ello, la idea de la segregación es también transversal, es el reflejo de una sociedad sin vasos comunicantes, sin lugares comunes de encuentro colectivo, de periferias donde no llega la red de transporte público de superficie ni subterráneo y del desconocimiento de unos respecto de otros, ya que también opera polarmente como principio el urbanismo afinitario, apreciado también en las tres comunas de más altos ingresos de Santiago: Las Condes, Barnechea y Vitacura. Es decir, iguales con iguales, en términos de servicios, infraestructuras, consumo e ingresos.
Los "diques" son superados en medio de la crisis social y sanitaria. Relocalizan su imaginario migratorio frente a la pérdida de empleo (formal e informal) para encontrar sustento y acceder a una vivienda. Se manifiesta en este punto el carácter autónomo de las migraciones (Mezzadra, 2012), ya que el cuerpo haitiano comienza a expresar subjetividad y movimiento no sujeto a control ni poder, se convierte en un excedente de prácticas y demandas en medio de un requerimiento de derechos negado por el Estado chileno. Emergen las "líneas de fuga" (Mezzadra, 2012) frente a la patologización de los espacios (Bayón, 2012), que se manifiesta como "autonomía" barrial, con narrativas y gramáticas icónicas, inventando prácticas económicas con notorios efectos en el espacio (Álvarez, 2019, p. 67) y que domina el comercio callejero con productos de aseo, ya sea de manera autónoma o en formas de subordinación dentro de cadenas de control territorial por bandas y asociaciones ilícitas que les controlan. Los observamos en el comercio ambulante en comunas centrales como Estación Central, Recoleta y Santiago, tomándose la calle para cocinar y vender alimentos con perfiles culturales y apropiándose de terrenos particulares para levantar viviendas ante la necesidad de alimento y cobijo.
Exclusión haitiana: el acceso a vivienda
Antoine (28 años), señala: "Me gustaría volver a Haití, pero solo de vacaciones por 3 o 4 meses... Me gustaría poder visarme y quedarme en Chile, pero los papeles son lentos.y hay que encontrar un buen trabajo". Orel (26 años) expresa su frustración: "No. No he podido viajar de vuelta. Nadie ha podido venir porque no tienen plata suficiente". Elián (28 años) agrega: "me encantaría quedarme en Chile, estoy bastante estable. Me gustaría volver a mi país, pero por vacaciones; también me gustaría pasar unos meses en Haití antes de instalarme definitivamente en Chile". Napoleón (29 años), igual que sus compatriotas, envía remesas a sus familiares: "Le envío dinero a mi madre, presentando carné o pasaporte en una oficina donde cambio pesos a dólares, y luego los envío". André, por su parte, afirma:
estoy con visa de permanencia temporal... quería tramitar la permanencia definitiva, pero con el tema actual (protesta social) se ha vuelto más complicado. espero solucionarlo para poder quedarme aquí, para que a futuro mi hijo de 5 meses pueda estudiar. Los trámites han sido largos y a veces un poco tediosos, porque hay gente que no tiene paciencia cuando uno no entiende lo que dicen, porque hablan muy rápido.
Podemos decir que estos testimonios se orientan en una misma dirección. Lo que los une, en primer lugar, es lo que definíamos como campo transnacional, el vínculo afectivo y económico entre allá y acá. En segundo lugar, una cierta carencia de apoyo en el plano local para que la regularización se vuelva expedita, lo que hace que la espera se convierta en informalidad, ya que deben "trabajar en lo que venga" o en el "comercio ilegal" en la vía pública (Maurice, vendedor callejero), que para muchos es la principal fuente de recursos para el sustento familiar.6 En tercer lugar, la expectativa del visado de residencia definitiva (fetichismo de los papeles) para "mejorar" no resuelve el tema de los ingresos ni la condición de proveedor a parte de la familia en Haití; cada peso ganado en Chile, al ser distribuido entre aquí y allá, también conspira con su posibilidad de ahorro para vivienda o emprendimientos locales, generar un cambio cualitativo en las condiciones de vida, o eventualmente dentro de su imaginario, acelerar una movilidad con destino a México e ingresar a Estados Unidos de Norteamérica. En cuarto lugar, las dificultades para alcanzar estabilidad tienen fuertes repercusiones en el acceso a vivienda, generalmente ubicada en barrios degradados entre los llegados recientemente (Razmilic, 2019), lo que hace que vivan mayoritariamente en construcciones precarias, arrendadas (82,8 %) y sin contrato de arriendo (27,4 %) (Gissi et al., 2020). En quinto lugar, fácticamente no está integrada dentro de la política pública la lógica de organización familiar a la dimensión colectiva de la vivienda y su capacidad de producir ciudad, donde predomina una desagregación entre residencia, ocio, servicios y trabajo. Cinco testimonios retratan estas dificultades: Yo no tengo propiedades, arriendo. Me gustaría tener una casa aquí, pero no sé cómo hacerlo. Solo tengo algunos muebles, una tele y un celular (Marc, 32 años).
Ya me quedé acá, no me cambio de comuna [Recoleta] (...) Si llego a tener mi casa, me cambiaría, pero dentro del barrio, porque es más cómodo por trabajo [cercanía] (...) Quiero una casa, es lo mejor para mí y mi esposa. Ella también es haitiana. Con ella nos conocemos hace 5 años y queremos tener hijos, pero con nuestra casa propia. En 15 años quiero estar con un trabajo estable, mi casa y mi familia felices. (Gabriel, 30 años).
Allá vivíamos más cómodos, por decirlo así. Al llegar uno tiene que enfrentar muchas cosas, por ejemplo, la discriminación. la falta de hablar el idioma, a mi padre le ha dificultado encontrar trabajo porque no sabía español. Aquí casi todo el sueldo se va. casi puedo decir que la plata la paga en una casa y no podíamos encontrar una [vivienda]. La plata que él ganaba no era suficiente para que nosotros pudiéramos arrendar una casa buena. Acá, uno tiene un sueldo base de 301.000 pesos, ahora que lo subieron, pero una casa vale 400. y si el sueldo base es de 301, entonces es como una cosa que no tiene sentido, como que uno no encuentra una mejor vida. Uno llega acá [a Chile], se da cuenta que es diferente: tu sueldo base vale menos que [el arriendo de] una casa. Sin una casa no estás viviendo. Tuvimos que estar viviendo en piezas y uno allá tenía su casa completa. uno llega y está viviendo con una pieza. todo era horrible. Yo de verdad cuando llegué, en un principio, me quería volver y mi padre no nos dejó. Nos decía que ya estamos acá y hay que empezar desde cero. (Eduard, 26 años).
Me gustaría quedarme en Chile, dejar de arrendar y que mi hijo crezca y reciba buena educación en una buena escuela. Necesito tener los papeles al día y tener la capacidad económica para pagar la casa y la escuela. (Duma, 29 años).
Me gustaría vivir en casa propia, cómodamente, con mi profesión realizada, darle una buena educación a mi hijo, tener mi propio ingreso y no depender de nadie. ¿Me entiende? Y tener un horario fijo, que dependa de mí, que no dependa de nadie. Así me gustaría ser, pero para eso hay que partir por algo: trabajo y casa propia. (Mariele, 26 años, facilitadora lingüística).
Lo central es que la vivienda tiene componentes diferenciados adversos (tipo, lugar, acceso, costos, entorno, servicios) frente a la de los nacionales (Razmilic, 2019, p. 102) y ha servido para lucrar con viviendas deterioradas y originalmente destinadas para chilenos que se fueron, que se encuentran en muy mal estado en comunas desprovistas de servicios (Correa et al., 2013). Aun con la regulación migratoria, los salarios bajos y la falta de bancarización, esto no exime de dificultades a nacionales para acceder a la vivienda propia o de alquiler, ya que tiene como base un déficit del orden de las 650000 unidades, que está cruzado por el lucro y la especulación de aquellas unidades que podrían ser asequibles. Ya que compradores particulares a través de empresas de capitalización, administradas por agencias de corretaje, capturan la oferta disponible en barrios donde no vivirían como propietarios y presionan sobre los presupuestos de los hogares, obligando a muchos a alejarse en un proceso indirecto de depuración de barrios a través de la capacidad de pago.
Este es uno de los temas más sensibles en la evaluación del proyecto migratorio y de arraigo porque no tiene horizonte de resolución que dependa de sí dentro de un Estado subsidiario, con políticas de vivienda orientas al libre mercado, y menos en medio de una crisis social, en la que la clase política transformó su propia lectura en la realidad. El encadenamiento para el acceso a vivienda es complejo y aditivo para un inmigrante haitiano; le impide salir de un barrio no deseado y convertirse en propietario, ya que: i) se requiere regulación migratoria y salir de circuitos abusivos de alquiler, ii) conseguir trabajo estable y con remuneración suficiente, iii) acreditación de renta y bancarización, iv) ahorrar, lo que define un momento específico de la vida en el que esto se puede hacer; v) poder asumir carga financiera, y vi) decisión meditada para comprar, lo que conecta con el proyecto de arraigo. En síntesis, la posibilidad de elegir requiere de dinero anticipado, trabajo estable y formal, meses de garantía, avales chilenos y una meditada y segura decisión de quedarse.
La vivienda representa un lugar necesario para la estabilidad y el cultivo de necesidades psicológicas fundamentales. Es un eje discursivo que articula el imaginario de una buena vida en Chile frente a la desincorporación urbana que experimentan en los lugares dónde generalmente viven. Una democracia participativa, inclusiva y pluricultural, como condición de ciudadanía activa, debe hacer posible, a través de la política pública, los derechos consagrados y evitar la reproducción intergeneracional de la adversidad y las desventajas de las condiciones de habitabilidad. Es decir, frente a las dificultades de estabilidad, se debe promover una relación de interdependencia entre reconocimiento ciudadano de derechos y deberes, expresados en vivienda, lugares protegidos y de bienestar, espacio público, accesibilidad, movilidad y desarrollo de prácticas de identidad, como la promoción de los derechos humanos.
Resultados
La vivienda es un anhelo y un bien escaso. Sin embargo, su valor, sin distingos de nacionalidad, se ha encarecido notablemente en los últimos años, especialmente durante y después de la pandemia. Como inversión permanente, junto a la posibilidad de desarrollar negocios, una política migratoria integradora, la estabilidad política y económica del país, la construcción de familia o el alcanzar la reunificación, la consecución de trabajo con ingresos regulares y justos y el reconocimiento dentro de la diversidad constituyen un pilar que otorga seguridad para el arraigo. Sin embargo, la información registrada es coincidente y demuestra que la vivienda es un tema crítico (SJM-TECHO-Chile, 2020) o inicialmente el más agudo dentro de un proyecto (Razmilic, 2019). En una década su valor ha crecido un 6 % anual, mientras la economía solo lo ha hecho un 2,1 % (El Mercurio, 18 marzo 2021, A3), con esto persisten aún las dificultades para la compra de vivienda para los inmigrantes, especialmente cuando en algunos momentos se ha exigido certificado de residencia definitiva y residencia de al menos 5 años, lo que genera unos umbrales de tiempo extremadamente largos.
En lo fundamental, para ellos existe un abuso en los precios del alquiler, lo que impide elegir dónde vivir, con valores desproporcionados por una habitación de 2x2 o 2x3.7 El propietario chileno tiene la presunción (prejuicio) de insolvencia económica por no acreditar contratos de trabajo y documentación migratoria al día, lo que los define como informales e irregulares. En paralelo, los hombres que llegaron al país en 2014 y 2015, y ya dominan el castellano, quienes logran empleos más estables en ferreterías, bodegas, construcción, bombas de expendio de combustibles o en industrias en el sector norte de la ciudad de Santiago, no alcanzan mayores ventajas frente a quienes han llegado más recientemente. Algunas mujeres normalmente ingresan a trabajos en empresas de aseo industrial; otras, venden productos de limpieza en las partes finales de las ferias de abasto barriales. Muchos de los trabajos son inestables, a trato por actividad, a veces sin horarios, con problemas de seguridad social, bajos salarios y desequilibrio entre trabajadores y empresarios. A los hombres se les observa también en las centrales de abasto como "pionetas" (ayudantes en camiones), cargadores o "tirando carros" con productos hortícolas; a las mujeres se las encuentra en calles aledañas, vendiendo comida al paso en la vía pública (Bravo, 2020; Durán, 2021). Entre ellos hay una evitación de disponer de tiempo libre; no existe diferencia entre días laborales y fines de semana, ya que siempre deben producir y allegar recursos.
La fórmula para acceder a vivienda propia es a partir del ahorro previo de un individuo, lo que puede durar años o ser un imposible por los bajos salarios en uno de los países más caros del continente sin regularización migratoria ni contratos de trabajo (Rodríguez & Gissi, 2020). Coronar con una vivienda propia no es solo una cuestión sobre la forma: muchos/as tienen esperas de un año o más para conseguir cédulas de identidad, visas de trabajo y documentos de residencia; esto inhibe el contacto con la institucionalidad sanitaria y municipal para pedir algún tipo de ayuda a los servicios sociales, porque les solicitan documentos y se sienten amenazados, ya que: "extranjería demora mucho para dar los papeles, sin papeles no hay trabajo. Ninguna empresa contrata sin papeles". Philippe (26 años), por ejemplo, está confundido: "yo esperaba otra cosa. no es ni la mitad de lo que nos dijeron". Es como si toda la estructura del tiempo, es decir, pasado, presente y las horas futuras, se reuniera en un mismo lugar para otorgar espesor a la vida; una levedad que no remonta, que no encuentra ángulos de fuga.
Entonces: ¿Cómo viven? ¿Cómo ocupan su tiempo? ¿Cómo desarrollan la sociabilidad? ¿Cómo despliegan sus afectos? ¿Qué cosas enumeran cada noche? Alquiler abusivo y ofertas restringidas constituyen un círculo difícil de romper. La trayectoria residencial se caracteriza por la desprotección y contradicción entre lo que "se ofrece" y lo que "se puede pagar" conforme a los ingresos, la desconfianza y las arbitrariedades que configuran un patrón residencial y de territorilización de la cultura entre personas de un mismo grupo y de bajo capital social. Etnográficamente predomina el hacinamiento en conventillos, cités, campamentos y viejas casonas medio derruidas y subdivididas en las que se resiste en condiciones infrahumanas. Se ubican en espacios "centrales y pericentrales, con un parque residencial de viviendas precarizadas donde los propietarios -residentes y no residentes- se desligan del cuidado de dichos inmuebles, amparados por normas que no establecen responsabilidades" (Contreras et al., 2015, p. 4). En comunas como Santiago, Recoleta, Independencia, Estación Central y Quinta Normal, y otras más periféricas como Quilicura y El Bosque, en 65 o 70 metros se construyen hasta 8 habitaciones. Son laberínticas, oscuras e interconectadas con largos y tortuosos pasillos abovedados sin luz natural y ahogadas por los que transitan las sombras y sueños postergados; albergan hileras de piezas de dos por dos o tres por dos metros, todas con baños compartidos sin agua caliente, cocina común, conexiones eléctricas irregulares y tendederos de ropa repletos. Son 30 y hasta 50 familias las que viven en antiguas casonas de mediados del siglo xx, antiguos conventillos, en galpones reacondicionados y talleres que perdieron su utilidad original. El ambiente por donde circula la esperanza es uno y múltiple, constituye un enjambre de desvelos que consumen los sueños. El espacio representa una clara segregación residencial; no es funcional, es frío, sin ventilación ni iluminación, incómodo y no tiene privacidad.
Como no existe acuerdo social sobre el bien entregado ni una propuesta funcional que establezca un horizonte digno sobre los modos de habitar, son las propias familias las que desarrollan las estrategias adaptativas a la vivienda, por lo que modifican y acondicionan los espacios conforme a sus propias necesidades. En un dormitorio puede haber una cama, bolsas de ropa, un microondas, un televisor y un refrigerador.
La informalidad y el ordenamiento socioespacial que representa esta descripción, alejada conceptualmente de zonas obreras tradicionales, constituye una forma nueva de producción de la ciudad, propia de un espiral descendente de ruina, aparentemente imparable, y de la cual es difícil salir. En lo que podemos llamar un "mercado" (neoliberal) sin contrapeso no existen exigencias mínimas para los propietarios arrendadores. Solo domina el lucro. La ecuación es simple y sin salida: ¿la toma o la deja? La evaluación sobre el estado de la vivienda no es prioridad. Recae en la fiscalización inoperante de los municipios (sin personal destinado a este ítem de gestión), ya que la autoridad local solo puede argumentar ante el gobierno central sobre el déficit o cómo se construye el hábitat urbano. Por ello, creemos que aparecen fenomenológica y analíticamente dos hemisferios residenciales: el diurno y el nocturno. El primero, que ofrece este plano interior, es el expuesto como una red generalizada de signos sociales y como parte del efecto CNN, que opera como la máscara que esconde el vacío institucional. El segundo, es donde reposa la energía dentro de esta lucha barroca con el tiempo, que es de opacidad, de vibración detenida, de personas en off, que es lo que menos se conoce sobre el mundo de haitianos y haitianas.
En la misma dirección, un detallado estudio de la vivienda en la comuna de Quilicura, que presenta la más alta concentración de inmigrantes haitianos (53 %) (Razmilic, 2019, p. 107), a partir del PLADECO (Plan de Desarrollo Comunal) del 2015, al que alude también Iturra (2016), sostiene que existen 8 poblaciones o villas caracterizadas por un formato similar de vivienda: "contaban con aproximadamente 36 m2 de superficie, un dormitorio, un baño, cocina y espacio común, consignados en blocks de departamentos de tres a cuatro pisos tipo C o Tijera ... que comparten circulaciones que se entrecruzan en el espacio interior". Lo importante de este registro es que confirma la configuración exclusionaria de la ciudad y la existencia de contingentes de reemplazo para habitarles. Se trata de emplazamientos ocupados también por haitianos con alto grado de deterioro físico y ampliaciones fuera de toda norma que invaden el espacio público y sin infraestructura de servicios urbanos asociados, ya que no llega la red de metro y solo a lugares puntuales el transporte integrado de superficie. Se configura un conjunto de rasgos homogéneos en la vivienda para personas marginalizadas, cuya densidad señala una ocupación de entre 3 y 6 personas como forma de residencialización, confirmando que el extremo mayor implica condiciones de allegamiento o subalquiler como una manera de afincamiento en la ciudad (Razmilic, 2019; Iturra, 2016).
El correlato del formato de la vivienda indica que la tasa de hogares haitianos hacinados a nivel nacional sea el más alto, con un 52 %, según indica Iturra (2016, p. 59, citando a Rojas & Silva, 2016). Asimismo, la CASEN (2013, citado por Iturra, 2016) "catastró que el 48,3 % de las viviendas haitianas se encuentra en condición de hacinamiento medio alto mientras un 4,5 % está en un hacinamiento crítico" (p. 59). Este urbanismo afinitario de los llamados "blocks de Quilicura", convierte al conjunto de lugares en uno de los más peligrosos y de alta vulnerabilidad de Santiago, según la consultora Atisba (2010). De este modo, a pesar de que el SERVIU (Servicio de Vivienda y Urbanismo) en el 2015 eliminó el requisito el certificado de permanencia definitiva de cinco años de antigüedad de residencia para acceder a vivienda propia, las condiciones estructurales no les permiten elegir dónde ni cómo vivir. De ahí que el proyecto migratorio sea cada vez más débil y la reunificación familiar como pilar se vuelva difícil o se realice en condiciones de mucha precariedad o que la misma precariedad se convierta en negocio permanente para la generación de rentas.
Esta sordidez impropia de un ingreso per cápita de casi 25000 USD, previo a la pandemia, es característica de un estado de exclusión. Desde la perspectiva de la antropología simbólica contribuye a configurar un espectro de relaciones binarias y fronteras: dentro-fuera, legal-ilegal, regular-irregular, seguro-amenazante (ver Douglas, 2007), que da forma a un imaginario de una espacialidad anómica, no integrada, de bordes, otredades y distancias, que se retrata y asienta como un paisaje de la exclusión que configura la identidad de un grupo no formalizado. Así se consolidan las percepciones y referencias con las que son pensados imaginariamente por el resto de la sociedad chilena y amputan otras dimensiones incumbentes que definen su precaria condición, que en el fondo, también estructuran las figuras del poder de la hegemonía y la subalternidad, como una diferenciación de orden (gradualidad) y anomia (contradicción frente a lo deseable).
Esta formación socioespacial releva la figura propuesta tempranamente por Norbert Elías (2016) de lo nómico y anómico. Es decir, la mayor o menor adscripción a lo que podemos llamar conformidad hacia la hegemonía que funda la desigualdad y polarización urbana. La condición sostenida en el poder del alter ego nacional y blanco funda la alterización territorializada que sostiene el estigma, en términos de Goffman (2006), de una población excluida y objetualizada territorialmente (Wacquant, 2001), racializada, migrante y pobre (Kessler, 2012). Una población particular identificable y localizable espacialmente que, como sostiene Kessler (2012, p. 168), agrava el proceso de deterioro geográfico y afectivo de condiciones
de vida, que produce desventajas a nivel individual y colectivo. En estos términos, como fenómeno identificatorio de un conjunto de prácticas y disposiciones, podemos considerar tres cuestiones esenciales difíciles de desclasificar en este proceso:
La existencia de un proceso de relaciones sociales racializadas y cambiantes en el tiempo, que se refrenda en el arraigo y las percepciones de los más antiguos y los más recientes sobre la sociedad receptora, lo que habla de cuotas de poder también fluctuantes.
Los cambios en su percepción de la sociedad chilena como imaginario positivo y la autopercepción sobre su posición en esta reflejan las nuevas narrativas y discursos circulantes en la sociedad, propios de los umbrales de tolerancia y los diversos modos de violencia simbólica material.
Una incapacidad fundante de la sociedad chilena que no logra distinguir las diferencias internas en la comunidad haitiana sin separar matices ni la parte del todo, generalizando ejes discursivos que cosifican.
Como señala Alicia Lindón (2019), macroscópicamente asistimos a una territorialización de la espera y una modelización de los territorios y los cuerpos que también acontece en poblaciones no migrantes que viven la precarización y exclusión. En la perspectiva de la cantidad de tiempo invertido para que se materialice el deseo de la vivienda y el bienestar implica como microfenómeno una elongación del tiempo vivido en un espacio de vida y de prácticas cotidianas alterizadas. Asimismo, en otra aproximación, ya con una lógica más política y proactiva, algunos haitianos han optado por la ocupación ilegal de terrenos en esta espera, que genera un urbanismo informal, aunque siempre en suburbios que desparraman su fatalismo como imposibilidad de dar forma a su deseo de vivienda. "De un día para otro aparecieron 15 casas", señala un entrevistado; "en el día las levantan", dice un vecino de la comuna de Maipú. Mientras en otra ocupación de terrenos baldíos en Batuco, comuna de Lampa, con casi 5000 personas, en un muro pintado a la entrada de la conocida Villa Dignidad, se lee: "sin vivienda no hay vida; sin vivienda no hay dignidad".
Repiten el mismo patrón: piezas mínimas y multifunción, viviendas pequeñas en las que viven 4, 5 o 6 personas; adentro, cuerpos llenos de sombras, camas anónimas, ropa apilada, una cocina y un refrigerador entre los más afortunados; un baño y una ducha colectiva revestida de tableros aportillados, conexiones eléctricas y de agua potable irregulares. Maderos, latones, materiales de construcción diversos, baldes de agua, techumbres cubiertas de nylon y fogatas que arden como cirios de esperanza van configurando una isla haitiana. Niños desparramados y perros famélicos completan el paisaje etnográfico. Ahí están esmirriados en la espera de días, el vórtice atribulado de estar sin trabajo en tiempos de alzamiento social y pandemia en que en pocos meses se perdieron 2 millones de empleos. En la lucha diaria del no reconocimiento y la no integración se pierde la juventud y se gasta la fe; el derecho más inalienable se extravía y, sobre todo, se lo empieza a visualizar como el lugar donde ya no se quiere estar, y reaparece la posibilidad de reemigrar.
La vida de los inmigrantes haitianos queda cruzada por un insuficiente sistema de oportunidades y una difícil movilidad social ascendente. Se instala el aguijón de la insatisfacción: se hacen sentir todas las fatales leyes del progreso. Antoine, cree que es "incomprensible" pagar 400 mil por una casa; Jan lo confirma: "podemos pagar más para tener mejor vivienda, pero entre muchos". Ambos testimonios traducen dos cuestiones centrales: i) allegamiento como condición de acogida a otro/a que está recién llegado y ii) hacinamiento, como insuficiencia del espacio y saturación del mismo, dentro de una expectativa de mejoramiento. De ahí que la rúbrica trabajo, vivienda y construcción del espacio de perfil haitiano exprese muchas veces una condición de "no movilidad" (Correa et al., 2013) y de una cierta estabilización barrial, que dada las características puede ser discutida desde la perspectiva de la formación del gueto o del enclave.
Lo descrito nos habla de la vivienda como una dificultad estructural de la inclusión social y del proyecto de arraigo. Condición que con bajo capital social se agudiza, aunque simultáneamente aparece un nuevo capital social que a través de la sociabilidad va configurando una anatomía particular de los espacios y lugares que configuran la ciudad. Así, una protección negada resiste a través de la espacialización de la cultura como lugar de reproducción de la lengua, los valores y las prácticas.
Reflexiones finales
Al asumir diferencias internas, porque también haitianos y haitianos trabajan para otros haitianos y haitianas, la vida avanza con rupturas y colisiones en el marco de una sociedad de profundas inequidades. Existe un desligamiento estructural e institucional de la dignidad que le cabe a todo hombre y mujer, propio de un Estado subsidiario que refuerza narrativas sobre ellos y un campo visual que los expone para marcar un estigma que los ubica por debajo de otros precarizados. Están inscritos en espacios circulantes de la deshumanización en la vivienda, ya que el acceso a las muy deterioradas, que inicialmente lo fueron para sectores marginalizados nacionales, ahora "reingresan al mercado" para el inmigrante internacional (Correa et al., 2013). Esto semantiza el espacio y bloquea otras dimensiones de su vida en cultura, arte, sociabilidad, formas de crianza y gastronomía, ya que cargan con un bajo reconocimiento social como parte del estigma. Esto sumado a la recesión económica, la imposibilidad de desarrollar sus comercios en plena pandemia y acceder muchas veces a trabajos formales bien remunerados los expuso públicamente, debilitando en gran medida las expectativas sobre las condiciones de arraigo. Vivir en la zozobra se ha convertido en una norma, incluyendo a los chilenos; muy pocos de ellos pueden hablar de éxito en una incursión que pueda compatibilizar lo que Correa et al. (2013) definen como una trilogía del horizonte migratorio: trabajar, ahorrar y reemigrar (rápidamente). Se refuerza la tesis de Bourdieu (1999): no hay espacio que no sea jerarquizado, no exprese diferencias sociales ni marque las relaciones de poder. Por ello, debemos resaltar por sobre todo que hay socioestructuras interseccionales que son impenetrables, clasistas, racistas y sexistas, coherentes con un país en el que se puede vivir simultáneamente con la máxima riqueza y pobreza.
Existencialmente, lo que asalta, lo que hace dudar, es si estar en Chile es adecuado para desarrollar un proyecto de vida. Se trata de la pérdida creciente de la fe en la justicia social porque esta condición corresponde a un sino que hace vivir en un auténtico laberinto que no encuentra ángulos de fuga, en lo que Bayón (2012) llama inclusión desfavorable y ciudadanía de segunda clase. Para ellos se trata de renovar cada día los impulsos, de impedir que los sueños se desvanezcan, de hacer arcanas asociaciones sobre una vida mejor para atravesar los rígidos umbrales que impone la sociedad chilena. La pandemia y la crisis social como fin de un ciclo de bonanza sustentado en el endeudamiento (la ilusión), han puesto un paréntesis en sus vidas; la aparición de lo real deja un vacío existencial, pone en suspenso los proyectos de vida, cuestiona el arraigo e instala la posibilidad de reinmigrar a los países centrales, cruzando el Darién, Centroamérica, hasta ingresar a México con la expectativa de cruzar la frontera norte. Por largo tiempo se quedaron sin dinero para financiar el alquiler, garantizar el sustento y la alimentación, esbozando el retorno o la reemigración como posibilidad y acción. Decimos paréntesis, porque las personas entrevistadas no descartan como destino alguna ciudad europea, norteamericana o canadiense.
Frenados por el fetichismo de los papeles, como actores informalizados del sistema en la economía y la vivienda deben salir a la calle, transgredir para conseguir el alimento diario y rearmar el proyecto de arraigo. La reivindicación de la calle para desarrollar sus comercios en pandemia fue un signo propio de subjetivación política que define un derecho a la ilegalidad o a la desobediencia dentro de nuevos derechos de ciudadanía, lo que les permite desincorporarse de sus identidades minimizadas y el agravio laboral y habitacional difícil de denunciar, así como de la inoperancia del sistema basado en la meritocracia y menos en aspectos transpersonales y la institucionalidad subsidiaria neoliberal. Luchan por no aferrarse a la vida en la miseria; trabajan los siete días de la semana. Con ello, al visibilizarse, simultáneamente presionan para la legalización de sus derechos, con lo que generan una identidad espacial que otorga cierta protección. El carácter del agrupamiento, la disociación respecto de otros grupos, las residencias y los desplazamientos posibles enuncian dos perspectivas de análisis en algunos sectores de la ciudad: la formación de guetos o la etnificación territorial.
De todos modos, las descripciones hablan de una de las ciudades invisibles de Calvino y de una derrota simbólica del neoliberalismo a la chilena, el más extremo. Aflora la ciudad oculta, negada por la autoridad y sin vasos comunicantes, donde todos son de alguna manera extranjeros. Desde la estabilidad requerida hay un reclamo: la creación de lugares y viviendas donde se pueda cuidar la salud y abrigar un salto cualitativo a la dignidad, hacia una sociedad más plural y menos monocromática, a la formulación de un nuevo contrato social. Una casa para una familia haitiana, como para cualquier otro inmigrante (y nacional) que quiere construir un proyecto de vida, es un eje reivindicatorio de una segunda oportunidad. Hasta ahora, la vivienda es un eje organizador de las diferencias sociales, tanto de los privilegios como de la pobreza.