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Revista de Estudios Sociales

Print version ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.60 Bogotá Apr./June 2017

https://doi.org/10.7440/res60.2017.03 

Temas Varios

Tan cerca y tan lejos. Los problemas disciplinares entre sociología e historia y la práctica de una nueva sociología histórica* **

So Close and Yet So Distant: Dividing Lines between the Fields of Sociology and History and the Practice of a New Historical Sociology

Tão perto e tão longe. Os problemas disciplinares entre sociologia e história, e a prática de uma nova sociologia histórica

Carlos Andrés Charry Joya*** 

***Doctor en Sociología por la Universidad de Barcelona (España). Profesor asociado de la Escuela de Ciencias Humanas de la Universidad del Rosario (Colombia). Miembro del grupo de investigación en "Ética aplicada, trabajo y responsabilidad social". Sus más recientes publicaciones son: "Una paz esquiva. Aproximación al proceso de paz en Colombia desde los medios de comunicación". En Anuario del conflicto social 2015, editado por María Trinidad Bretones, Jaime Pastor, Carlos A. Charry Joya y Joan Quesada, 105-131. Barcelona: Observatorio del Conflicto Social - Universidad de Barcelona, 2016; y "Jornada. El periódico gaitanista de gran formato. Una aproximación a los cambios en los repertorios de acción de un movimiento social". En Miradas impresas. La sociedad colombiana vista desde la prensa, compilado por José Fernando Sánchez, 61-106 Cali: Universidad del Valle, 2014. carlosa.charry@urosario.edu.co


RESUMEN

El objetivo central de este artículo es reflexionar sobre las relaciones e interdependencias configuradas entre sociología e historia, y la consolidación del campo de estudios de la sociología histórica. Partiendo del argumento según el cual cada disciplina se ha erigido en relación y oposición con la otra, se plantea que la conformación de una nueva práctica de la sociología histórica no sólo requiere superar la idea convencional según la cual esta es una combinación entre sociología e historia, sino que se refiere a un ejercicio que implica la evolución de los marcos disciplinares, en el que la teorización tiene un papel determinante en la construcción de conocimiento.

PALABRAS CLAVE Sociología; sociología histórica; historia; teoría sociológica

ABSTRACT

The main propose of this article is to reflect on the relations and interdependencies between sociology and history, and the consolidation of the field of historical sociology. Arguing that each discipline has been erected in relation and in opposition to the other, it holds that the development of a new practice of Historical Sociology not only requires overcoming the conventional idea that it is a combination of Sociology and History, but that it also refers to an exercise that involves the evolution of the frameworks of these disciplines, in which theorization plays a crucial role in the construction of knowledge.

KEYWORDS Sociology; Historical Sociology; History; sociological theory

RESUMO

O objetivo central deste artigo é refletir sobre as relações e interdependências configuradas entre sociologia e história, e a consolidação do campo de estudos da sociologia histórica. Partindo do argumento segundo o qual cada disciplina foi criada em relação e oposição com a outra, propõe-se que a formação de uma nova prática da sociologia histórica não somente requer superar a ideia convencional pela qual esta é uma combinação entre sociologia e história, mas também que se refere a um exercício que implica a evolução dos referenciais disciplinares, no qual a teorização tem um papel determinante na construção de conhecimento.

PALAVRAS-CHAVE História; sociologia; sociologia histórica; teoria sociológica

Introducción

Después de más de dos décadas del llamado a "abrir las ciencias sociales" del discurso de la interdisciplinariedad (Wallerstein 2001; 2003; 2006), y de la emergencia y consolidación de los Estudios Culturales y de los Estudios Poscoloniales, así como de una nutrida bibliografía local que, desde una lógica totalmente distinta, ha venido señalando desde tiempo atrás las estrechas relaciones entre sociología e historia (Colmenares 1997; Jaramillo 2003; Silva 2003, 2007, 2009, 2013), lo cierto es que la situación actual entre estas dos disciplinas presenta un panorama sinuoso y tensionante, en el que se esgrimen acusaciones de todo orden.

Del lado de los sociólogos suele acusarse a los historiadores de narrativos y ateóricos, cuyo trabajo sólo es útil como una recolección primaria de datos o acontecimientos, que deben ser explotados e interpretados por la riqueza de la teórica sociológica, para encontrar un verdadero sentido en las formas de organización y cambio de las sociedades (Goldthorpe 2000). Por su parte, los historiadores suelen criticar a los sociólogos aduciendo su excesivo teoricismo, así como su anacronismo, o bien, la atemporalidad con la que abordan los fenómenos que estudian, guiada por un lenguaje y unas formas de escritura abstractos y borrosos, que hacen poco inteligible al público en general la comprensión de sus postulados y hallazgos (Burke 2007).

Esta situación ha venido en contravía de la comentada y deseada -pero en muchos casos poco practicada- confluencia entre estas dos disciplinas. Concurrencia disciplinaria que por lo demás se fundamenta en experiencias académicas notables y bien conocidas en nuestro medio, tales como la tradición de la primera Escuela de los Annales o la experiencia de la sociología histórica de Pitirim Sorokin (1962), Moore (2002), Tilly (1978; 1992; 1995) y Skocpol (1984). Estos últimos debían muchos de sus planteamientos a los desarrollos teórico-metodológicos expuestos por Max Weber, mientras que los primeros eran grandes deudores de las nociones de memoria colectiva, puesta en circulación a principios del siglo XX por el sociólogo francés Maurice Halbwachs (2004), así como de la de mentalidad primitiva propuesta por el antropólogo Lévy-Bruhl (2003), las cuales fueron determinantes en la configuración de esa "época dorada" de los Annales; aquella que se decía ser seguidora del legado tanto de Marx como de Durkheim, cuyo principal interés era explicar cómo se configuran y transforman las "estructuras sociales" (Aguirre 1999). Por su parte, en la tradición marxista, la confluencia entre sociología e historia había quedado subsumida, siendo naturalizada a partir de la concepción dialéctica y a la vez materialista de la historia, cuyas raíces tenían un origen común en la teoría del capital (Giddens 1997; 1998).

Empero, al decir de Burke (2007), la dirección tomada por los núcleos centrales de cada disciplina fue la de un distanciamiento y una especialización mayores. Por una parte, el núcleo central de la sociología centró su interés en el tiempo presente, a raíz del giro que vivió hacia una tendencia más funcionalista y cuantitativista. Entre tanto, la tendencia mayoritaria de la historia se inclinó a un pronunciado recelo hacia la elaboración y el uso de modelos teóricos, así como al uso de métodos de investigación alternativos, recayendo en un particularismo que se veía reforzado por una propensión al análisis documental, el cual pasó a ser considerado como el método historiográfico por excelencia. Reculando, según Burke, en un "provincialismo profesional", que sigue estando presente, y que se incrementa mientras más alejado esté el objeto de estudio del presente, con lo cual esta disciplina no sólo pretendió adueñarse de toda interpretación del pasado, sino que ha terminado por excluir de su núcleo apuestas de indiscutible pertinencia, tales como la de la Historia oral o la denominada Historia del tiempo presente (Iggers 2012).

Tales movimientos ejercidos por los núcleos centrales de cada disciplina se tradujeron en un mayor distanciamiento, que con el tiempo redundaría en una especie de antagonismo, evidenciado en maneras diferentes de escritura y de producción de conocimiento, develando importantes fracturas, especialmente cuando se trata de la evaluación, por miembros de una u otra de las disciplinas, de las obras o los planteamientos presentados por los colegas de la disciplina contraria.

De este modo, el recorrido analítico que propone este artículo se compone de cuatro secciones y unas consideraciones finales. En el primer apartado se hace un diagnóstico general de las trayectorias disciplinares de la sociología y de la historia, con lo cual se busca, en un segundo momento, identificar el papel diferenciador que cumple la teoría, para luego introducir una reflexión acerca de cómo la teorización y el razonamiento abductivo pueden transformar la manera como se entiende y usa la teoría. Posteriormente, en una cuarta sección, a manera de propuesta, se explora la idea de considerar a la sociología relacional y la teoría de los campos sociales como una forma alternativa y renovadora de sociología histórica. Por último, el texto cierra con unas consideraciones generales, en las que se reúnen los elementos que, a nuestro juicio, deben ser tenidos en cuenta para la práctica de una nueva sociología histórica.

Tan cerca y tan lejos

La idea de que la sociología y la historia deben trabajar no sólo de manera mancomunada sino que deben hacerlo como si fueran una sola disciplina no es nueva (Abrams 1983). De hecho, tal pretensión quedó plasmada en la constitución misma de cada disciplina, cuyos orígenes pueden ser rastreados hacia la segunda mitad del siglo XIX, y de manera concreta, entre las últimas décadas de ese siglo y las primeras del XX.

Hacia mediados del siglo XIX, en las etapas embrionarias de la sociología, Herbert Spencer concibió esta disciplina como un ejercicio académico que se erguía sobre los pivotes del pasado recabado por los historiadores. Sugiriendo con ello que la sociología debería ser un continuo del trabajo emprendido por estos, pero que superaba sus intereses y alcances, trascendiendo la descripción focalizada de una nación o de un pueblo dentro de un área geográfica específica, pasando a convertirse en una disciplina que, de la mano del método comparado, lograría una precisión y comprensión mayores de cómo se configuraron tales estructuras sociales, llegando incluso a la confección de generalizaciones o teorías lo suficientemente abarcadoras para dar cuenta del desarrollo humano (Gurvitch 2000). Idea que por lo demás fue rápidamente abandonada, debido a la inconformidad expresada por los historiadores del momento, así como por la necesidad misma de los sociólogos de no depender de la historia para crear sus propios métodos y elaborar sus propias teorías, por lo cual, al decir de Goldthorpe (2000, 37), la iniciativa de Spencer se convirtió en un olvidado vestigio en las prácticas disciplinarias antes de terminar el siglo XIX.

No obstante, la pretensión de lograr una mayor integración en el trabajo de sociólogos e historiadores no fue abandonada y continuó estando presente en los albores del siglo XX. De hecho, el proyecto institucionalizador de la sociología, emprendido por Émile Durkheim y sus discípulos, pretendía hacer de esta el lugar de confluencia de aquellos que analizaban cualquier tipo de organización social, fuese esta tradicional o moderna, orgánica o mecánica, occidental o no occidental, integrando elementos de la estadística, la etnología y la historia misma, inclinándose a una concepción omnicomprensiva del devenir humano. Sin embargo, esta aspiración terminó haciendo de tal proyecto una práctica disciplinar "imperialista", imposible de ser alcanzada (Giddens 1997).

Aun así, a partir de este esfuerzo, la idea de la confluencia e integración entre sociología e historia adquirió cierto grado de legitimidad, más como un proyecto institucional de cada una de las disciplinas, que como una práctica científica conjunta, que por lo demás nunca lograba materializarse, al punto de plantearse como una necesidad que debía irse subsanando progresivamente en el futuro (Abrams 1980).

No por casualidad, varias décadas después, una figura tan importe como Fernand Braudel -uno de los bastiones sobre los que se han erigido las versiones más disciplinares de la historiografía en nuestro medio- consideraría que "En realidad, existe siempre una historia susceptible de concordar con una sociología; o, evidentemente, a la inversa, de devorarse mutuamente entre sí" (Braudel 1968, 109). Sin embargo, para el historiador francés, tal simbiosis provenía de una concepción bastante genérica del quehacer científico de ambas disciplinas, al afirmar que "[...] entiendo muy a menudo -casi siempre- por sociología esa ciencia global que aspiraban a hacer, a principios de siglo, Émile Durkheim y Franҫois Simiand; ciencia que todavía no es, pero a la que no se dejará de tender, incluso en el caso de que nunca logre alcanzarse" (Braudel 1968, 107); mientras que la historia era entendida como "[...] una investigación científicamente dirigida: digamos, en último extremo, una ciencia, pero compleja. No existe una historia, un oficio de historiador, sino oficios, historias, una suma de curiosidades, de puntos de vista" (Braudel 1968, 107). Razón por la cual, para este, "[...] el diálogo del sociólogo y del historiador constituye casi siempre un falso diálogo" (Braudel 1968, 108), no sólo por lo difusas que resultaban las definiciones disciplinares, sino por la diversidad contenida dentro de cada una de ellas.1

Por lo anterior, es sano reconocer que las diferencias entre sociología e historia -que, entre otras, para Braudel emanaban de una concepción y un uso del tiempo muy distintos2- son producto de los procesos sociales que marcaron la constitución de cada disciplina, así como de la constitución misma de las ciencias sociales como campo de conocimiento, que dan cuenta de un proceso que ha estado marcado por la ambivalencia y la indeterminación. De allí que resulte útil admitir que las deficiencias constitutivas de las ciencias sociales en general, y de la historia y de la sociología en particular, tienen mucho que ver con las formas de apreciación y percepción del tiempo y del espacio.

En tal sentido, retomando ideas previas de historiadores de la filosofía como Wilhelm Windelband, Immanuel Wallerstein señaló cómo las ciencias sociales son herederas de las dos tradiciones de pensamiento clásicas, la proveniente de las ciencias naturales, por un lado, y la de la filosofía, por el otro. Cada una de tales "culturas" o tradiciones de conocimiento daba cuenta de una manera particular de considerar tanto al tiempo como al espacio, en lo que llegó a denominarse el tiempo-espacio "episódico", o "geopolítico", y el tiempo-espacio "eterno", o infinito, siendo claro que, para ambas tradiciones, tanto el tiempo como el espacio eran realidades "naturalizadas", haciendo que tales categorías de análisis fueran percibidas como realidades externas o ajenas al campo de lo social y de lo humano (Wallerstein 1997, 4).

Según Wallerstein, en el caso de la tradición nomotética, asociada a las ciencias naturales, imperó el tiempo-espacio eterno, en donde lo invariable, o lo que es repetitivo, lo que es continuo o constante, tenía la capacidad de constituirse en juicio de verdad, llegando incluso a la formulación de "leyes generales" que podrían ser observables y medibles a través de la aplicación de unos métodos. Mientras tanto, la tradición idiográfica, asociada a la filosofía y las humanidades, en oposición a la tradición nomotética, centró sus formas de entendimiento y validación de la verdad a partir de lo que es particular y único, en donde el conocimiento es entendido como un proceso hermenéutico, regido por la intuición empática, más que por la observación empírica. De esta manera, a través de la interpretación no sólo se lograría llegar a la verdad del mundo que nos rodea, sino a un mejor conocimiento de nosotros mismos (Wallerstein 1997, 6-7).

En medio del divorcio de las dos tradiciones, como producto de las revoluciones burguesas de finales del siglo XVIII y principios del XIX, nacieron las ciencias sociales, que heredaron y tomaron prestadas epistemologías que no habían sido diseñadas para la peculiaridad de sus objetos de estudio. Por consiguiente, el surgimiento de este nuevo conjunto de saberes, necesariamente tuvo que estar dividido y circunscrito a las tradiciones preexistentes. Por una parte, el surgimiento de la economía, la sociología, el derecho y la ciencia política se asoció con el paradigma nomotético, mientras que la antropología, la historia, la geografía y los denominados estudios orientales se alinderaron en el paradigma idiográfico. División que, como lo había señalado Goldthorpe (2000), es una de las principales razones por las cuales se explican el mutuo distanciamiento y la consecuente disociación entre la sociología y la historia, dado que tal división -nomotética/idiográfica- sugiere maneras profundamente distintas de plantearse y resolver los problemas de investigación; diferenciación que, a grandes rasgos, se identifica en el "deductivismo" de la sociología y el "particularismo" de la historia, por lo cual, en cada una, el papel y uso de la teoría tienen un rol trascendentalmente distinto.

Por otra parte, además de las evidentes diferencias entre las ciencias sociales nomotéticas y las ciencias sociales idiográficas, Wallerstein (1997, 8) señala que, al no poseer una epistemología propia sobre el tiempo y el espacio, este conjunto de ciencias compartía la tendencia a usar el tiempo-espacio eterno para explicar fenómenos extremadamente particulares, o, por el contrario, partir de casos únicos e irrepetibles para llegar a la formulación de tendencias generales sobre la configuración de las sociedades y del comportamiento humano. Por esto, a diferencia de la temporalidad braudeliana de corta, mediana y larga duración (siendo esta última la temporalidad no sólo predilecta sino la que definía el oficio del historiador [Braudel 1974, 102]), acogemos la propuesta de Wallerstein de considerar tres maneras distintas y diferenciadas de comprender el tiempo-espacio, como un primer elemento que contribuya a la configuración de aquello que denominamos una nueva práctica de sociología histórica.

Por un lado se encuentra el tiempo-espacio cíclico-ideológico, el cual es entendido por este autor como realidades sociohistóricas regidas por modos de organización cuya orientación es ideológica, "[...] reflejando divisiones definidas entre las normas geoculturales del sistema histórico en cuestión" (Wallerstein 1997, 9-10). Por lo anterior, tienden a configurar procesos cíclicos o repetitivos, pues a pesar de que cambien algunos parámetros de su funcionamiento superficial, en su estructura interna mantienen su originalidad, en algo similar a lo que el historiador británico Eric Hobsbawm llegó a denominar, en su momento, "era" (por ejemplo, la "era" del capital) (Hobsbawm 1997, 1998 y 1999). En palabras de Wallerstein, la función del tiempo-espacio cíclico-ideológico "es percibir los patrones repetitivos de un sistema, pero esto es útil sólo si recordamos que tales patrones repetitivos ocurren en el marco de un sistema histórico limitado en el tiempo y en el espacio, si bien, en un tiempo de larga duración y gran espacio" (Wallerstein 1997, 10).

Por otra parte, se encuentra el tiempo-espacio estructural, el cual, desde el punto de vista de Wallerstein, se constituye en la unidad de análisis central de las ciencias sociales, pues a diferencia de esa larga duración braudeliana, en la que casi nada cambia, el tiempo-espacio estructural, más que una medida de tiempo, es "[...] la unidad significativa de análisis de la continuidad social y del cambio social" (Wallerstein 1997, 10).

Por último, se encuentra el tiempo-espacio transformativo, el cual es interpretado por Wallerstein como aquellas realidades sociohistóricas en las cuales se puede identificar que un sistema o forma de organización social agotó sus mecanismos de funcionamiento tradicionales, dando paso a una forma de configuración diferente (Wallerstein 1997, 11).

Es así como, al destacar que son el tiempo-espacio estructural y el transformativo las modalidades que deben caracterizar el quehacer de las ciencias sociales -pues son estas modalidades las que son capaces de explicar cómo de una realidad y unas formas de organización social específica se fue transitando progresivamente a otra, y de esta a su vez surgió otra forma de configuración sociocultural-, Wallerstein no sólo asume una concepción innovadora de este conjunto de saberes, sino que adopta una evidente concepción procesual, haciendo alusión a que incluso las ciencias sociales deberían apoderarse de la noción de la "flecha del tiempo".3

La teoría como diferenciador disciplinar

Hacia el final de la década de 1980, en un ensayo titulado "El atrincheramiento de los sociólogos en el presente", Norbert Elias afirmaba que, gracias a la hegemonía impuesta desde los años cincuenta y sesenta por los difusores de la Teoría del sistema social, la sociología se había convertido en un tipo de conocimiento que eludía de forma sistemática la reflexión e indagación empírica del pasado, y cómo este podría configurar distintas formas de comprensión del presente, así como la creación de futuros posibles (Elias 1998, 251). A tal punto llegó a concebirse la sociología como una ciencia centrada en el presente, que olvidó que los más influyentes precursores de lo que llegaría a ser considerado como la sociología moderna (Marx, Spencer, Tönnies, Weber, Durkheim) fueron fuertes competidores y críticos frente al conocimiento que producían los historiadores del momento -representados por Ranke y la denominada historia positiva-, para quienes el desarrollo de las sociedades era el producto de las decisiones tomadas por los "grandes hombres", razón por la cual los pioneros de lo que llegaría a ser la sociología tuvieron que desarrollar metodologías inéditas para el análisis sociohistórico.

Pero sería el propio Elias quien en La sociedad cortesana (1996) criticaría al régimen disciplinar historiográfico del momento. En concreto, la crítica del sociólogo alemán tenía que ver con dos aspectos o temas de discusión que siguen siendo útiles hoy para pensar los problemas disciplinares entre estos dos campos del saber. Por una parte, señalaba el problema o dependencia que la historiografía tiene en relación con las fuentes; por otra parte, pero de manera interdependiente con el anterior, cuestionó el rol marginal que tiene la teoría en la construcción de conocimiento histórico, el cual, en su concepto, distaba mucho de la apuesta intelectual que perseguía la sociología. En sus palabras:

La exactitud en la documentación, la fiabilidad de las referencias a las fuentes históricas y el saber global sobre las mismas han crecido considerablemente. Esto constituye una cierta (por no decir la única) justificación del carácter histórico de la historiografía. Indudablemente, las fuentes son fragmentos. La historiografía intenta, a partir de estos fragmentos, reconstruir la relación de los acontecimientos. Pero, en tanto que las referencias a las fuentes son verificables, la combinación e interpretación de los fragmentos queda en gran medida al arbitrio del investigador individual. A este le falta el firme apoyo que, en ciencias más maduras, dan al estudioso individual los modelos de relación -llamados hipótesis y teorías- cuyo desarrollo está vinculado a ellas con el conocimiento de datos concretos, mediante un constante reacoplamiento [...]. (Elias 1996, 15-16)

Un asunto que no es de menor valía, pues plantea maneras diferentes de operar y procesar la información -lo que comúnmente se llama metodologías-, tal y como el propio Elias lo hacía notar en la introducción de su obra prima, sobre lo cual agregaba:

Se expondría uno a un malentendido si no se añadiera que a este respecto hay, en el mejor de los casos, un grado de diferencia entre la investigación histórica y la sociología. [...] Pero la investigación sociológica se diferencia de la histórica, entre otras cosas, por el conocimiento de que incluso la posición y selección de los problemas concretos quedan al arbitrio heterónomo del investigador individual o de los convencionalismos religiosos heterónomos de ciertos grupos de investigadores si, en constante reacoplamiento con el progreso del saber particular, uno no se esfuerza en desarrollar, libre de la influencia de partidismos, oscilantes y transitorios, de la propia época, modelos de relaciones que sean más objetivos y autónomos que los anteriores. En el trabajo histórico falta aún, hasta donde puede verse, el esfuerzo en esta dirección; falta la consciencia de que, sin el desarrollo de teorías y modelos de relación relativamente más autónomos, hasta la misma selección de datos concretos de entre la plétora de documentos queda en poder de pasajeros convencionalismos de investigación inverificables. La importancia de los modelos de relación como determinantes del planteamiento y elección de los problemas se ve ya claramente en la disposición misma de este libro [...]. (Elias 1996, 17)

A este respecto, no sobra decir que la teoría y la teorización son elementos centrales de la sociología, y que buena parte de sus aportes a las ciencias sociales modernas, como a la comprensión de las sociedades modernas mismas, han sido los hallazgos que esta disciplina -con su amplio poder de abstracción- ha desarrollado sobre el devenir de las formas de estructuración y los conflictos derivados de ellas (Collins 1996; Martuccelli 2014). No obstante, visto desde la historiografía, el uso de la teoría, así como la aspiración sociológica de la teorización, podrían ser vistos como una forma de anacronismo o, incluso, de etnocentrismo, dado que en la práctica son una manera de imposición de patrones o lógicas de entendimiento del investigador sobre los hechos y las personas que vivieron en el pasado.4

Y como el propio Elias (1990) lo señaló, el teoricismo sociológico -representado para él en la teoría del sistema social de Talcott Parsons (1999), pero en el que también ahondaron con habitual predilección las versiones más estructuralistas del marxismo (Althusser 1967)- llevó a la "cosificación" de los conceptos, a pretender hacer de estos una "fiel" representación de la realidad, haciendo que la teoría o los modelos teóricos perdieran su carácter de herramienta de investigación, pasando a ser un tipo más de doxa infértil e improductiva para la investigación empírica. Por ello, tal y como lo advertía el benemérito sociólogo alemán, la teoría, antes que nada, es una herramienta de control de la experiencia del investigador, que le permite abstraerse de los marcos de referencia del objeto de estudio, y a la vez propicia la objetivación de determinados problemas no vistos o pasados por alto, tanto por los que vivieron los hechos como por los investigadores mismos. Abre así el camino no sólo para analizar los hechos desde una perspectiva distinta, sino a la vez para hacer un tratamiento, una selección y una interpretación de las fuentes (sean o no documentales) distintos.

Es por esto que coincidimos con Bourdieu, quien en diferentes lugares de su obra (1995, 2002a, 2007, pero en especial en Bourdieu et al. 2005) indicó que la teoría era una herramienta indispensable del quehacer sociológico, dado que, en muchos casos, es la única manera que el investigador tiene para distanciarse de las formas de dominación y reproducción (principalmente simbólica) que imperaron en el contexto sociohistórico estudiado, evitando así el riesgo de reproducirlas en el análisis. De este modo, para Bourdieu, la teoría cumple la función de "doble ruptura", tanto con el sentido común expuesto por los actores en juego como con las formas de conocimiento establecidas por los académicos, pues sólo a partir de dicha inflexión es que se podrá lograr un avance en las formas de conocimiento de esos "objetos raros" que son las sociedades humanas.

No obstante, la idea de que el avance del conocimiento del pasado sólo puede lograrse mientras más ceñido se esté a los hechos, argumento que se traduce en la ilusión epistemológica de que el acceso a los hechos sólo es posible a través de los documentos o las fuentes -lo cual, desde otro punto de vista, plantea una especie de atrincheramiento epistemológico de los historiadores en las fuentes-, esboza un serio problema que tiene que ver con un vestigio positivista, ligado a la idea de hallazgo o de descubrimiento, y a la pretensión de que el avance del conocimiento sólo es posible mediante hallazgos o descubrimientos nuevos. En tal sentido, Goldthorpe (2000) cuestionó la idoneidad de la sociología histórica si esta se reduce al uso del pasado por parte de los sociólogos, aún más si el uso de ese pasado se fundamenta en las impresiones que del mismo proveen los historiadores, dado que tales análisis son en realidad producto de interpretaciones que son objeto de debate y de campos de lucha. Es por ello que para el sociólogo británico, la incursión de la sociología en el pasado, que motiva el devenir de la sociología histórica, debe hacerse con el fin de comprobar la extensión y validez, tanto temporal como geográfica, de las teorías.

Si bien coincidimos parcialmente con dicho planteamiento, cabe anotar que el uso de la teoría no sólo recae en su comprobación; de hecho, creemos que el gran problema con la teorización radica en suponer que las teorías "se comprueban". Por ello, el cuestionamiento de la dependencia historiográfica respecto de las fuentes es útil para señalar que en la sociología es necesario cierto grado de anarquismo metodológico, que no sólo hace obligatoria la consabida triangulación,5 sino que a la vez infiere la necesaria combinación de métodos (documental, etnográfico, estadístico, análisis del discurso, entre muchos otros). Esto contribuye a una comprensión amplia y plural de los procesos sociales, alejada de cualquier determinismo factual o documental, lo cual, en otro sentido, implica un alto grado de flexibilidad y apertura intelectual en el aprendizaje y la enseñanza de esta disciplina.

De la teoría a la teorización

Sin lugar a dudas, la punta de lanza de la crítica historiográfica a la sociología ha tendido a ser la teoría, sin la cual, como hemos insistido aquí, la práctica sociológica y la existencia misma de la sociología histórica carecerían de todo sentido. Asimismo se ha señalado que el teoricismo ha sido también una práctica presente y lamentablemente diseminada tanto en la sociología como en el resto de las ciencias sociales, lo que ha dado pie, quizás con toda razón, a las más virulentas críticas por parte de los historiadores; críticas que con el tiempo se han traducido en una denuncia según la cual todo tipo de uso de la teoría es descalificado como "posmoderno", sin ahondar en la utilidad y complejidad misma que entraña el uso de la teoría.

No obstante, se considera aquí que buena parte de la versión contemporánea de tal crítica -aquella que reduce todo uso de la teoría a un ejercicio posmoderno- obedece al desconocimiento o rechazo de lo que puedan llegar a proveer los avances presentes en las teorías sociológicas y sociales contemporáneas. Este desconocimiento nace de la ponderación de dichos marcos conceptuales a partir de enfoques más convencionales y reconocidos, tales como el marxismo, el funcionalismo o el mismo estructuralismo, que no sólo reinaron con cierta holgura en esta disciplina, sino que lo hicieron en todas las demás ciencias sociales desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta bien entrados los años ochenta del siglo XX (Alexander 2009; Giner 2003). Esto también denota un conflicto intergeneracional entre los científicos sociales mismos, conflicto que suele ser encubierto o eludido.

Sin lugar a dudas, la pieza más reconocible de la arremetida historiográfica en contra del uso de la teoría, tanto en sociología como en el resto de las ciencias sociales, se encuentra en el libro Miseria de la teoría (1981) del reconocido historiador británico Edward P. Thompson. Si bien dicho libro es una crítica al régimen disciplinar filosófico resultado de un tenso debate dentro del pensamiento marxista, con el tiempo no sólo se convirtió en un rasgo central del canon disciplinario de la historiografía, sino que fue abiertamente extrapolado a las relaciones que esta tendía con el resto de las ciencias sociales, en especial con la sociología, dadas las permanentes alusiones hechas por Thompson, en las cuales se asociaba e igualaba la teorización filosófica con la sociológica.

En este texto, el objetivo de Thompson era poner en evidencia la inutilidad de la teorización llevada al extremo por el filósofo marxista Louis Althusser, bajo la férrea convicción de que el teoricismo (denominado estructuralismo por el autor), es decir, la reflexión teórica abstracta sin referentes empíricos o contextuales concretos, llevaría al pensamiento marxista a la debacle, al eludir el rol de la acción y la experiencia humanas en la explicación de las dinámicas sociales de cambio. Aunque estamos de acuerdo con Thompson en sus críticas al funcionalismo y la teoría del sistema social, la cual fue aplicada por Neil Smelser (1962) a los procesos de cambio social, así como con sus agudas observaciones a las versiones más abstraccionistas y militantes del pensamiento marxista, que terminaban por crear una sobredeterminación de los conceptos sobre la realidad, y al hecho evidente de que estas posturas intelectuales se combinaron e hicieron presentes -a su modo- en esa "historia sin sujeto" que proponía la filosofía althusseriana. Se considera aquí que en el seno de la sociología, esta polémica fue mucho mejor presentada y mucho mejor resuelta por Charles Wright Mills en La imaginación sociológica, libro escrito dos décadas antes del alegato de Thompson. En este enriquecedor escrito, Mills expuso, con una claridad y coherencia avasalladoras, los peligros que emanaban del "empirismo abstracto", así como de la "gran teoría" (en este caso, la teoría del sistema social de Parsons), proponiendo como salida esa "artesanía intelectual" que debe caracterizar el quehacer sociológico, sobre la cual el ingenioso historiador británico no hizo la menor referencia.

Por el contrario, para Thompson, la historia (es decir, su versión del materialismo histórico) no sólo debería ser considerada como la "emperatriz" de las ciencias sociales, entendiendo esto como el lugar al cual todo conocimiento de lo humano debería converger, sino que, al igual que lo expresado en su momento por Braudel, la historia que Thompson propugnaba debería ser producto de ese conocimiento total del hombre y la sociedad.6

Por esto, coincidimos con Rendueles (2013) en que el intento de Thompson en Miseria de la teoría terminó siendo más una discusión de orden ideológico que la formulación de una verdadera propuesta metodológica para la historia, que pudiera ser incluso de provecho para el resto de las ciencias sociales. De este modo, no sólo no se resolvió el problema, sino que, por la forma como fue presentada y resuelta esta discusión, terminó por profundizar el distanciamiento, derivando en ese "provincialismo profesional", al que haría referencia Peter Burke, al no lograr proveer mayor aportación que la noción de experiencia (es decir, la intención de poner carne y huesos en la interpretación histórica, en contra de esa otra "historia sin sujeto" althusseriana). Con relación a esto último, no podemos menos que estar de acuerdo, pero bien podría ser sustituida por la noción contemporánea de habitus, expuesta y desarrollada desde los años setenta en diferentes contextos sociohistóricos y analíticos por Pierre Bourdieu, seguido en tal empresa por figuras como Loïc Wacquant (2004; 2006) y Bernard Lahire (2004), entre muchos otros académicos.

De esta manera, más allá de la polémica planteada por Thompson, surge la necesidad de saber qué hacer con la teoría, aún más en una disciplina como la sociología que, aunque no dependa exclusivamente de ella, tampoco la puede escindir de sus análisis, como bien podría hacerlo -y en muchos casos lo hace- la historia. Si bien tratar de resolver tales cuestionamientos desborda los propósitos de este artículo, consideramos que cualquier intento por resolverlos debe partir por definir qué-se-entiende-por y qué-se-hace-con la teoría.

Durante la larga hegemonía que han ejercido las ciencias naturales en el campo científico, la palabra teoría estuvo marcada por un estricto corte positivista, presentándose como una "ley general", a la manera de una "fórmula" o un "mecanismo conceptual", que servía para explicar diferentes fenómenos de manera universal, sin distinción del tiempo y del espacio en los cuales se desarrollaban tales fenómenos. Sin embargo, creemos que los desarrollos de las teorías sociológicas modernas y contemporáneas dan cuenta de un sentido y uso renovados de la teoría y de los modelos analíticos, dado que han abandonado las altas pretensiones de comprobación positivista, poniendo en otro lugar uno de los aspectos más importantes de la construcción de conocimiento de las ciencias sociales, que se vincula con la forma como los científicos sociales nos relacionamos con teoría y la manera como la construimos.

Lejos de ser una especie de "ley general" que permita explicar la universalidad de los casos que rodean un fenómeno o un acontecimiento, o una especie de doxa inamovible, cercana al pensamiento ideológico o religioso, coincidimos con Richard Swedberg (2014) en que la teoría es esencialmente una herramienta más de investigación, que nos ayuda a hacer conjeturas estimadas o aproximadas (inferencias, en el lenguaje del autor) de cómo pudo acontecer un conjunto de hechos, acciones o situaciones de orden social, político, económico o cultural. De esta manera, Swedberg nos propone que la base epistemológica de la sociología y las demás ciencias sociales, es decir, su modo de construir conocimiento, debe partir de una forma creativa pero a la vez acertada de postular conjeturas o inferencias. Tal metodología la denomina razonamiento abductivo, tal y como lo hizo más de un siglo atrás Charles Peirce (1929). Según Swedberg, Peirce concibió la construcción del conocimiento científico a partir de la observancia de un fenómeno y la postulación de una tesis (conjetura) que pueda explicar de la mejor manera posible dicho fenómeno. Esta teoría o idea debía ser testeada (no necesariamente comprobada) a partir de la conjugación de diferentes tipos de evidencias empíricas. En este caso, la teoría tiene más un rol de formulación de hipótesis que de predictor o determinador de conclusiones o afirmaciones sobre lo observado. Por ello, el razonamiento abductivo es un proceso a través del cual se llega a las conclusiones mediante la postulación y corroboración de conjeturas, en donde una lleva a otra, y así sucesivamente, hasta saturar nuestro entendimiento -siempre limitado- de un proceso, de un fenómeno o de un acontecimiento.

De este modo, advierte Swedberg (2014, 189) que existen cuatro preguntas claves que se deben resolver para saber si se hace un uso adecuado de la teoría: ¿qué es lo social? (y ¿qué entiendo por lo social?, agregaría), ¿cuáles son las causas y los efectos de lo social?, ¿cómo lo social cambia? y ¿qué es lo socialmente relevante del problema de investigación que enfrento? De hecho, para Swedberg, el intento de resolver estas cuatro preguntas fundamentales a través de un problema de investigación específico sería de por sí una forma de teorización. Esta práctica lleva al investigador a desarrollar el "ojo" o "sentido sociológico", que consiste en saber encontrar las relaciones que subyacen a, y estructuran, una situación social específica, entender sus modos de configuración (su historia), sus efectos entre los actores que intervienen en ella, así como sus posibles consecuencias, entendido esto como sus posibles modos o mecanismos de desenvolvimiento o desarrollo.

Concebidos de esta manera, tanto las teorías como los enfoques analíticos pueden ser imaginados como una ayuda para la elaboración de un argumento, como un dispositivo que contribuye a la construcción de una explicación, por lo cual pueden tener usos diversos, así como distintos niveles de complejidad, bien sea como herramienta clave para: i) la postulación de analogías, ii) como una metáfora comparativa, o iii) para el hallazgo de patrones o cadenas de patrones en las formas de relación e interacción entre los individuos, tanto en el presente como a lo largo del tiempo (Swedberg 2014, 80-98).

Razonamiento sociológico, sociología relacional y sociología histórica

La aplicación y el aprendizaje de la sociología histórica -cuyo nacimiento, por cierto, surgió de las necesidades disciplinarias de la sociología, pero que rápidamente sobrepasó las expectativas o los intereses propiamente disciplinares- deben diferenciarse de aquello que en historia se ha denominado historia social, en parte, porque comparte con la sociología general una proposición o un modo de razonamiento que Passeron (2011) optó por denominar razonamiento sociológico. Al decir de Passeron, el razonamiento sociológico debe ser considerado:

[...] como un razonamiento mixto, que se sitúa en nuestro esquema entre el polo de la contextualización histórica y el polo del razonamiento experimental. Y no porque quedaría situado en el medio -en un lugar intermedio como el justo medio aristotélico-, como un punto inmóvil, una vez marcados los extremos. Sino porque es un razonamiento que funciona en un "ir y venir", es decir, que tanto en su modo de aserción como en cada una de sus aserciones se desplaza entre los dos polos que acabamos de identificar. (Passeron 2011, 169-170. Énfasis del autor)

Esto connota que toda argumentación sociológica, incluida en ella toda argumentación de la sociología histórica, mezcla o combina descripciones singulares y particulares de acontecimientos, con la búsqueda incesante de explicaciones generales que contribuyan a la construcción de modelos explicativos; algo que bien podrían sintetizar los enfoques nomotéticos e idiográficos descritos por Wallerstein.

Por lo anterior, el hallazgo de una verdadera diferenciación disciplinaria entre sociología e historia no sólo puede residir en una cuestión de formas de escritura. Por el contrario, debemos ser conscientes de que, pese a que ambas disciplinas responden afirmativamente a la observación y explicación del "curso del mundo histórico" -dado que se reconoce que todo objeto social es a la vez un producto histórico-, lo que cambia es la manera de abordar y construir tales objetos de estudio, pues estos refieren a orígenes y principios diametralmente diferentes (Passeron 2011, 175).

Por esto, conviene recordar, como lo ha señalado George Steinmetz (2011), que la institucionalización de la sociología histórica se relacionó con las gestiones hechas por algunos profesionales, que desde la década de 1960 venían reclamando ante la Asociación Americana de Sociología la creación de una subsección especializada en el tema, la cual sólo se configuraría de manera formal en los años ochenta. Para este grupo de académicos, la sociología histórica era el conjunto de análisis que seguían los enfoques desarrollados por Sorokin, Moore, y sus alumnos Charles Tilly y Theda Skocpol, entre otros.

Como ya lo señalamos, estos académicos encontraron bases firmes en las propuestas teórico-metodológicas hechas por Max Weber, las cuales, por cierto, nunca estuvieron encaminadas hacia la institucionalización de una disciplina o rama subdisciplinar específica, a pesar de lo cual siguen estando vigentes hoy para la definición de lo que es la sociología histórica. No obstante, este grupo de académicos logró configurar una tradición de investigaciones en la que ingeniosamente se combinaron elementos teóricos con brillantes y afinadas contextualizaciones históricas, conjugados con la ambición de ofrecer explicaciones y comparaciones sobre por qué y cómo se transformaron las sociedades.7

Aunque la iniciativa de crear una división especializada en sociología histórica dentro de la disciplina no fue tan explícita en el contexto europeo, pues allí nunca se formalizó una escuela o un departamento que hiciera referencia a una necesidad tan específica, lo cierto es que la sociología en Europa, en general, y en Francia, en particular, ha expresado desde sus orígenes una estrecha relación con la historia, destacándose la sociología relacional de Pierre Bourdieu.

Para Steinmetz (2011, 47), tanto en Bourdieu como en algunos de sus más cercanos seguidores ha existido una marcada vocación por un trabajo "[...] basado en una profunda familiaridad con las fuentes primarias que incluía el trabajo de archivo", desde el cual "[...] solían historizar sus propias categorías conceptuales, así como sus objetos de análisis, combinando métodos interpretativos con explicación, y, básicamente, siguiendo estrategias de análisis históricas, abiertas a las contingencias, a las sobredeterminaciones complejas y elevando conjeturas de orden causal". Por esto, coincidimos con él en que el primer paso para considerar a la sociología de Pierre Bourdieu como una forma particular de sociología histórica, no sólo se encuentra en ocultar o parafrasear todo el potencial que se condensa en la teoría de los campos sociales, sino en comprender que el sistema de categorías por las que abogó hacen referencia a realidades históricamente situadas y socialmente configuradas. Estos elementos pueden ser extrapolados a las nociones de tiempo-espacio sugeridas por Wallerstein, pero también se identifican otros autores que han hecho uso de la teoría para acercarse a realidades históricas concretas, como Norbert Elias y sus nociones de "proceso civilizatorio" (1994), "figuración"(1999), "individuación" (1990b), "psicogénesis" y "sociogénesis" (1994); o las categorías propuestas por Charles Tilly, su manera de comprender las revoluciones como procesos revolucionarios (1978), su concepto de democratización (2010), de violencia colectiva (2007) o, aún más, la noción misma de contienda política (2009), pues todo esto implica un conocimiento histórico que no es necesariamente historiográfico.8

Según Steinmetz, la historicidad de la sociología relacional de Pierre Bourdieu, así como la historicidad subyacente de sus nociones teóricas centrales, consistieron en saber historizar sus objetos de análisis, así como la idea de que el desarrollo social se regía por una suerte de sincronización de múltiples crisis (idea que Bourdieu desarrolló en Homo academicus [2008]), características que, según este autor, permiten asociar los planteamientos de Bourdieu con la propuesta de Althusser, para quien era imposible la existencia de una contradicción que fuese capaz -ella sola- de guiar el curso de la historia. Sin embargo, a diferencia de Steinmetz, creemos que, además del esfuerzo creciente de Bourdieu y de la sociología por desmarcarse de las formas de construcción de conocimiento propias de la filosofía, la razón por la que su sociología podría ser considerada como una nueva o alternativa sociología histórica reside en proponer una estrategia metodológica totalmente innovadora.

A pesar de ser un promotor activo de un trabajo más colaborativo entre sociólogos e historiadores, conviene recordar que fueron muchos los lugares en los que Pierre Bourdieu cuestionó y criticó el oficio de historiador, que, desde su punto de vista, era prisionero del espacio social creado en torno a su propia disciplina. Una de tales intervenciones quedó consignada en un interesante y breve libro titulado El sociólogo y el historiador (2011), producto de una serie de entrevistas hechas por su amigo, el historiador Roger Chartier, para un programa de la Radio Cultural de Francia en 1988, en donde Bourdieu se refirió también a ese "provincialismo profesional" en el que al parecer había recaído buena parte del régimen disciplinar historiográfico.9

De manera sintética, el argumento de Bourdieu sobre el oficio del historiador consiste en admitir que detrás de toda narración histórica, de todo relato, existen una selección y concatenación de los acontecimientos que dan cuenta de que en toda explicación histórica existe una filosofía o teoría de la historia operando, la cual moldea y ayuda a construir los objetos de indagación, así como el relato mismo. Sin embargo, y ante el escozor de algunos historiadores frente a la teoría, para Bourdieu el gran problema de la historia es que desconoce o niega tal hecho, lo cual es un gran error epistemológico si se parte del principio -ya señalado- de la "doble ruptura" (la ruptura con el sentido común y las formas tradicionales o hegemónicas de clasificación, así como el rompimiento necesario con las teorías o tradiciones de pensamiento que las han explicado).

Sin embargo, Bourdieu identificaba, con cierto grado de alerta, que el historiador encubría tales defectos de su oficio resguardándose en las fuentes, y en hacer de la descripción y el relato una estrategia propiamente analítica; actitud que él denominaba la "historia historicista". Por esto, además de revalorizar el papel y la función que cumple la teoría en la explicación sociológica, instaba a hacer de ella un elemento diferenciador que permitiera pasar de la descripción al análisis o al socioanálisis, como él mismo lo llegó a nombrar (Bourdieu 2002b).

De allí que el mayor o más significativo aporte que pueda hacer su sociología a la formulación de una nueva práctica de sociología histórica radica en lo que él denominó "sociología genética", "historia genética" o "estructuralismo genético" o "genésico", sobre el cual se pronunció de manera detallada en sus conferencias sobre el Estado en el Colegio de Francia, compiladas bajo el título Sobre el Estado (2014). Según Bourdieu, la sociología genética era su propia adaptación del enfoque sociogenésico de Elias, el cual, a su modo de ver, se oponía al enfoque genealógico propuesto por Michel Foucault (Bourdieu 2014, 149 y 163).

Aunque son muchos los apartes en los que Bourdieu mencionó esa sociología genética, consideramos que en el siguiente fragmento se logra captar el núcleo central de su propuesta, según la cual:

La sociología, tal y como yo la entiendo, va más allá de los límites tradicionales asignados a la disciplina e implica una génesis de las estructuras objetivas que toma por objeto. Esta sociología genética -igual que se habla de psicología genética con Piaget- tiene como tarea estudiar la génesis de las estructuras individuales y de las estructuras sociales, en el caso particular del campo de la alta función pública, del campo burocrático, del campo del Estado. [...] En mi proyecto de una historia genética del Estado, introduzco de entrada la idea de que hay una lógica de la génesis de las lógicas; en otras palabras, contar una historia y hacerla se oponen; la historia no es un relato sino una selección de hechos pertinentes; hay que saber lo que se ha constituido históricamente. Primera propiedad: esta lógica de la génesis de las lógicas no es ni del orden de la necesidad lógica, ni del orden de la casualidad o de la contingencia pura. Hay una lógica específica de la génesis de estos objetos extraños que son los objetos sociales históricos, que tienen ellos mismos una lógica que no es la de la lógica. Ser historiador o sociólogo, en mi opinión, es darse cuenta de que se trata con lógicas que escapan a esta alternativa, tanto en su estado como en su génesis. Al mismo tiempo, lo que hay que entender es una forma de necesidad en la contingencia o de contingencia en la necesidad de los actos sociales realizados bajo necesidades estructurales, bajo la limitación de los productos de la historia anterior, bajo necesidades estructurales incorporadas en forma de disposiciones permanentes, lo que yo llamo habitus. El sociólogo o el historiador que se apropia del mundo social haría más plenamente lo que hace si supiera que tenía como objeto un estado provisional, no aleatorio y no necesario, de una relación entre una estructura que es el producto de la historia, un campo, y una estructura incorporada que también es producto de la historia. Cuando estudia un acontecimiento, estudia en realidad el encuentro entre el habitus -producto de una ontogénesis, de la incorporación bajo ciertas condiciones del estado de una determinada estructura, la estructura de un espacio social global y de un campo al interior de este espacio- y una estructura objetivada -la de un espacio social en su conjunto o, más a menudo, la de un subuniverso, el campo de la historia, el campo literario, el campo estatal. El sociólogo hace historia comparada cuando toma como objeto el presente: cuando estudio una reforma de la política de vivienda en 1975, hago exactamente lo mismo que quien estudia un debate en el Parlamento o en la Cámara de los Lores en 1215: me ocupo del encuentro entre dos historias, de un momento que es en sí mismo historia en el lado de los individuos y de las estructuras [...]. (Bourdieu 2014, 133-135)

Lo que, en otras palabras, significa que la explicación de todo campo, es decir, de todo espacio social, y en este caso específico del campo burocrático, implica la explicación de la génesis de ese campo, de los tipos de capitales que lo han constituido, así como de lo que motiva a los actores implicados a formar parte de él (illusio), y de las formas incorporadas de acción y comprensión (habitus) que estos individuos desarrollaron para mantenerlo o transformarlo; una empresa interpretativa que sin lugar a dudas va mucho más allá de la descripción, narración y concatenación de acontecimientos. Por esta razón, se considera que esa "sociología genética" descrita por Pierre Bourdieu es, en la práctica, una innovadora y revolucionaria forma de hacer sociología histórica.

Conclusiones

Como se ha querido demostrar, el diálogo interdisciplinario entre sociología e historia es inherente a (y constitutivo de) la conformación misma de sus propios campos disciplinares, lo que implica que cada una de ellas se ha constituido en permanente relación y oposición con la otra, lo cual no implica que deban tender a ser la misma cosa, y menos aún, que una disciplina sea superior a la otra.

Por esto, se considera también que existen elementos críticos que obligan a no olvidar y a comprender el porqué de las diferencias disciplinares que existen entre sociología histórica e historia, pues estas no han sido producto del azar o del capricho. Una situación que tiende a complejizarse si se consideran las dificultades derivadas de las diferentes definiciones de lo que es la historia como disciplina, para lo cual sólo basta una somera comparación de las versiones que se han esgrimido sobre su oficio, desde las más tradicionales o "clásicas" hasta las más contemporáneas (Bloch 2001; De Certeau 1993; Ricoeur 2005; Iggers 2012; Hartog 2014), siendo a su vez claro que algo similar ocurre cuando se analiza la misma problemática desde la diversidad de prácticas que se reúnen y desarrollan de manera forzada en lo que tradicionalmente se ha definido como sociología (Burawoy 2005).

En tal sentido, a partir de los elementos señalados aquí, se considera que la práctica de una nueva sociología histórica debe partir de al menos tres aspectos diferenciadores. Por una parte, se encuentra la consideración de nuevas temporalidades y su interrelación con el análisis, tendiente a la explicación de procesos, más que a la de acontecimientos. Por otro lado, el uso de la teoría y las nociones teóricas desde una perspectiva abductiva, orientadas hacia la estructuración de argumentos y la búsqueda de explicaciones causales, y no hacia la comprobación de teorías. Finalmente, se encuentra la historización de las categorías de análisis y de las teorías mismas.

Con estos elementos, esperamos que esta defensa de una nueva práctica de la sociología histórica, como un campo fértil de conocimiento e investigación, no sólo encuentre eco atendiendo al estudio del enfoque tradicional de dicha vertiente, representado por autores como Moore, Scokpol, Tilly, Tarrow y McAdam, entre otros, sino que contribuya a la profundización de esta a partir de la inclusión de otras vertientes y tradiciones sociológicas igualmente históricas, tales como las de Wallerstein, Elias o, como lo proponemos acá, Bourdieu. Todo ello, siempre y cuando se consideren la sociología relacional y la teoría de los campos sociales de una manera amplia y flexible, apartada de cualquier dogmatismo o convencionalismo, en una vía similar al papel diversificador que ha efectuado la obra del filósofo Michel Foucault en los desarrollos contemporáneos de disciplinas como la psicología, la antropología y la misma historia (Packer, 2013).

Estas reflexiones son de utilidad si se atiende al hecho de que en América Latina ha existido una marcada propensión hacia la interdisciplinariedad, que en algunos casos ha contribuido a desdibujar las propiedades y los alcances reales de los enfoques disciplinares. Por lo cual resultan alicientes los estudios pioneros de Gino Germani (1974), y más recientemente, los de Waldo Ansaldi y Verónica Giordano (Ansaldi 2007; 2008; Ansaldi y Giordano 2006), o los propuestos por Manuel Antonio Garretón (2001), entre otros. Trabajos que han señalado el camino hacia una mayor inmersión del sociólogo en el tiempo.

Entretanto, en el caso colombiano resulta ejemplar la obra del sociólogo Alberto Mayor Mora (1985), así como las investigaciones de politólogos como Fernán González y su equipo de trabajo (González 2015; González, Bolívar y Vásquez 2003), de María Emma Wills (2002) y Cristina Rojas (2001), o de historiadores como Mauricio Archila (2003), cuyos trabajos dan cuenta de algunas de las características que se han señalado en relación con la aplicación de modelos teóricos y analíticos de estirpe sociológica, para la comprensión y explicación de experiencias o procesos sociohistóricos.

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*El artículo es resultado de las actividades desarrolladas por el autor en el marco del seminario interno del grupo de investigación en "Ética aplicada, trabajo y responsabilidad social" de la Universidad del Rosario (Colombia).

**Es, de hecho, el razonamiento sociológico el que, más allá del nombre que le damos aquí y que parece erróneamente acordarle una nacionalidad disciplinar estricta, convendría igualmente para definir la ambición de las dos disciplinas como productoras de conocimiento sobre el curso del mundo histórico. El razonamiento sociológico previene a la historia contra el olvido historiográfico de los conceptos que le permiten narrar inteligiblemente. La sociología se erige así en recordatorio contra el olvido formalista del mundo histórico del que describe singularidades. (Passeron 2011, 180)

1En todos los casos son énfasis hechos por el autor.

2"El tiempo de la historia se prestaría menos, insisto, al doble y ágil juego de la sincronía y de la diacronía: impide totalmente imaginar la vida como un mecanismo cuyo movimiento puede ser detenido a fin de presentar, cuando se desee, una imagen inmóvil. Este desacuerdo es más profundo de lo que parece: el tiempo de los sociólogos no puede ser el nuestro; la estructura profunda de nuestro oficio lo rechaza. Nuestro tiempo, como el de los economistas, es medida. Cuando un sociólogo nos dice que una estructura no cesa de destruirse más que para reconstruirse, aceptamos de buena gana la explicación, confirmada por lo demás por la observación histórica" (Braudel 1974, 100). Para una versión sociológica y procesual del uso del tiempo, en muchos casos opuesta a lo señalado por Braudel, consúltese el ensayo Sobre el tiempo de Norbert Elias (1989).

3"El fondo del reto a la mecánica clásica recae en la idea de 'la flecha del tiempo'. Lo que se afirma es que el tiempo no es y nunca será irreversible, que todo aquello que fue, afecta a todo lo que es y será, que el pasado restringe el futuro más no lo determina. En esta concepción del mundo físico, el equilibrio es temporal, y todos los sistemas tienden a través del tiempo a alejarse del equilibrio" (Wallerstein 1997, 12). Y más adelante agregaría que "La construcción social de la realidad es un proceso social, no un proceso individual, construido sobre el Tiempo-Espacio estructural y variado sobre el Tiempo-Espacio cíclico-ideológico. Esto nos lleva a una premisa central de la ciencia social. El único resultado permanente de los estudios culturales depende así de la 'cientifización social' de las humanidades (...)" (Wallerstein 1997, 13)

4Un asunto que ha sido amplia y detalladamente analizado por el profesor Renán Silva (2009; 2013).

5Por triangulación se entiende el cruce y validación de datos o testimonios por más de dos fuentes de información. No obstante, por lo general su búsqueda implica un paso adicional, referido al uso de varios métodos y técnicas dentro de una misma investigación

6"El materialismo histórico se propone estudiar el proceso social en su totalidad; es decir, se propone hacerlo al aparecer no como una historia sectorial más -como historia económica, política o intelectual, como historia del trabajo o como historia social definida aún como otro sector-, sino como una historia total de la sociedad, en la cual estarían reunidas todas las otras historias sectoriales" (Thompson 1981, 118).

7Incluidas, en algunos casos, sofisticadas reflexiones metodológicas, tal y como lo planteó Charles Tilly (2001), y su idea de superar los postulados perniciosos de los siglos XIX y XX

8En palabras del propio Steinmetz (2011, 51): "Cada uno de los conceptos centrales de Bourdieu (habitus, capital cultural y simbólico, y campo) es inherentemente histórico, en tres vías específicas. Primero, estos conceptos designan objetos o estructuras que existen en un tiempo y en un espacio específicos, no siendo estos omnihistóricos o universales. Segundo, cada uno de estos conceptos describe una forma histórica incorporada. Tercero, Bourdieu desarrolló sus categorías centrales en formas que sugieren un historicismo inherente o una epistemología social histórica, abierta a las conjeturas, a la contingencia y a la discontinuidad radical".

9Sobre lo cual, ante una intervención realizada por su apreciado interlocutor, comentaba: "Lo has dicho antes: cada uno tiene su pequeño imperio, su pequeño feudo. Y además nadie quiere problemas: la historia de la Edad Media no pondrá nunca en aprietos a la historia moderna. Creo que una de las grandes debilidades de la historia -todos mis amigos son historiadores, así que no se me puede sospechar ninguna maldad- es que, en el fondo, no está sometida a esa especie de prueba permanente que sufre el sociólogo, obligado a justificar su existencia sin cesar, sin poder considerarla nunca como hecho adquirido (...)" (Bourdieu y Chartier 2011, 64).

Recibido: 11 de Mayo de 2016; Aprobado: 11 de Noviembre de 2016

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