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Revista de Estudios Sociales

Print version ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.78 Bogotá Oct./dec. 2021  Epub Sep 21, 2021

https://doi.org/10.7440/res78.2021.05 

Dossier

Distanciamiento social y COVID-19. Distancias y proximidades desde una perspectiva relacional*

Social Distancing and COVID-19. Distance and Proximity as Viewed from a Relational Perspective

Distanciamento social e covid-19. Distâncias e proximidades a partir de uma perspectiva relacional

Natàlia Cantó-Milà** 

Isaac Gonzàlez Balletbó*** 

Roger Martínez Sanmartí**** 

Mariona Moncunill Piñas***** 

Swen Seebach****** 

**Doctora en Sociología por la Universität Bielefeld, Alemania. Profesora agregada de Sociología y Métodos Cualitativos en la Universitat Oberta de Catalunya, España. Últimas publicaciones: “Imaginarios de no-futuro de los jóvenes: mapeando futuros no deseados” (en coautoría). Cuadernos de Teoría Social 6 (11): 121-153, 2020; “Georg Simmel 2020-Beyond the First Centenary of His Death”. Theory, Culture & Society 37 (7-8): 411-420, 2020. ncantom@uoc.edu

***Doctor en Política Pública y Transformación Social por la Universitat Autònoma de Barcelona, España. Profesor agregado en la Universitat Oberta de Catalunya, España. Últimas publicaciones: “Las Jornadas de Puertas Abiertas escolares: ¿un dispositivo casi-comercial?” (en coautoría). Educación XX1 24 (1): 329-352, 2021; “Framing Bio-emergencies in Fiction: The Cases of ‘The Walking Deadʼ and ‘Fear the Walking Deadʼ” (en coautoría). Sociological Research Online 24 (1): 111-125, 2019. igonzalezbal@uoc.edu

****Doctor en Sociología por la Universitat Autònoma de Barcelona, España. Profesor de Sociología en la Universitat Oberta de Catalunya, España. Últimas publicaciones: “Las Jornadas de Puertas Abiertas escolares: ¿un dispositivo casi-comercial?” (en coautoría). Educación XX1 24 (1): 329-352, 2021; “Gazte katalanen muda linguistikoak” (en coautoría). BAT Soziolinguistika Aldizkaria 3 (104): 51-70, 2017. rmartinezsa@uoc.edu

*****Doctora en Sociedad de la Información y el Conocimiento por la Universitat Oberta de Catalunya, España. Docente en el Centro Universitario Bau de la Universitat Oberta de Catalunya, España. Últimas publicaciones: “Imaginarios de no-futuro de los jóvenes: mapeando futuros no deseados” (en coautoría). Cuadernos de Teoría Social 6 (11): 121-153, 2020; “The Practice of Everyday Museum Making: Naturalization and Empowerment in the Amateur Consumption of Museographic Language”. European Journal of Cultural Studies 23 (3): 415-433, 2020. info@marionamoncunill.com

******Doctor en Sociedad de la Información y el Conocimiento por la Universitat Oberta de Catalunya, España. Profesor adjunto de Sociología y Teoría de Comunicación en la Universitat Abat Oliba CEU, España. Últimas publicaciones: “Imaginarios de no-futuro de los jóvenes: mapeando futuros no deseados” (en coautoría). Cuadernos de Teoría Social 6 (11): 121-153, 2020; “Drones y epidemiología” (en coautoría). Estudios Atacameños 62: 203-211, 2019. sseebach@uao.es


RESUMEN:

En el marco de la respuesta a la COVID-19, categorizada por la OMS como pandemia, el concepto de distanciamiento social se ha perfilado como clave en la gestión de esta bioemergencia. Este artículo discute el distanciamiento social desde una perspectiva sociológica, partiendo de los conceptos de proximidad y distancia de Simmel, Cantó-Milà y Sabido Ramos. Queremos mostrar los sentidos y dimensiones implícitos y explícitos otorgados a los conceptos de distancia y distanciamiento sociales durante los primeros meses de pandemia, así como su impacto en las relaciones, las interacciones y los vínculos. Abrimos una reflexión sobre el rol del encuadre de toda relación social entre distancias y proximidades, diferenciando analíticamente entre los conceptos de relación, interacción y vínculo.

PALABRAS CLAVE: Bioemergencia; COVID-19; distancia física; distancia social, interacción; proximidad; relación; vínculo

ABSTRACT:

As part of the global response to COVID-19, categorized by the WHO as a pandemic, social distancing has emerged as a key concept in the management of the bioemergency. This article discusses social distancing from a sociological perspective, drawing on Simmel, Cantó-Milà and Sabido Ramos’ notions of proximity and distance. We intend to illustrate the implicit and explicit meanings and dimensions given to the concepts of social distance and distancing during the initial months of the pandemic, along with their impact on relationships, interactions, and ties. We reflect on the function of framing all social relations in terms of distance and proximity, analytically differentiating between the concepts of relationship, interaction, and ties.

KEYWORDS: Bioemergency; COVID-19; interaction; physical distance; proximity; relationship; social distance; ties

RESUMO:

No contexto do enfrentamento da covid-19, categorizada pela Organização Mundial da Saúde como pandemia, o conceito “distanciamento social” se tornou fundamental na gestão dessa bioemergência. Neste artigo, ele é discutido a partir de uma perspectiva sociológica, com base nos conceitos “proximidade” e “distância” de Simmel, Cantó-Milà e Sabido Ramos. Pretende-se mostrar os sentidos e as dimensões implícitos e explícitos dados aos conceitos “distância social” e “distanciamento social” durante os primeiros meses da pandemia, bem como seu impacto nas relações, nas interações e nos vínculos. Abre-se uma reflexão sobre o papel do enquadramento de toda relação social entre distâncias e proximidades, diferenciando analiticamente “relação”, “interação” e “vínculo”.

PALAVRAS-CHAVE: Bioemergência; covid-19; distância física; distância social, interação; proximidade; relacionamento; vínculo

Introducción

En los primeros meses de gestión de la pandemia de COVID-19, observamos cómo en España y en muchos lugares del mundo se adoptó rápidamente el concepto de distanciamiento social, cuyo uso abre una serie de preguntas sobre las formas y significados de distancia y proximidad. Con este artículo proponemos una discusión de estos conceptos desde una perspectiva sociológica relacional, partiendo de las contradicciones y complejidades que emergen del concepto de distanciamiento social (y su posición con respecto al distanciamiento físico). Esta clarificación permite analizar cómo se están reconfigurando las distancias y proximidades sociales en el contexto del confinamiento y en lo que se considera la “nueva normalidad”, basada en una vida social y una gestión de las relaciones sociales bajo las premisas de la pandemia, “con medidas urgentes de prevención, contención y coordinación, que permitan seguir haciendo frente y controlando la pandemia mientras no finalice oficialmente la situación de crisis sanitaria” (Gobierno de España 2020b).

En las últimas décadas, la sociología relacional (y especialmente una que se basa en -y recupera- la obra de Simmel) ha regresado a un debate sobre proximidad y distancia como conceptos clave que permiten una mirada relacional de la sociedad (Pyyhtinen 2016a y 2016b; Cantó-Milà 2016 y 2020; Emirbayer 1997; Papilloud 2018), entendida como proceso o conjunto de procesos. Sabido Ramos (2017 a y 2017b) ha enfatizado la importancia de la relacionalidad para entender tanto el espacio físico y social como las experiencias vividas en él; Lindon y Rammstedt añaden también la relacionalidad de la temporalidad a dicha reflexión (Rammstedt 1975; Lindón 2000) . Proximidad y distancia son cruciales en la relación humana con el mundo, y desempeñan un papel clave en la percepción, evaluación y valoración de todo lo que nos rodea y de nosotros mismos. Proximidad y distancia son absolutamente necesarias en nuestra relación con la espacialidad y la temporalidad, así como en la constitución de lo social en relación con el espacio y el tiempo (Rammsted 1975; Kuri Pineda 2013; Lindón 2000; Galindo 2010).

Las proximidades y distancias pueden hacer referencia a diferencias de poder y jerarquía, pero también a una mera familiaridad o extrañeza que, aunque estén intrínsecamente interconectadas con ejes de jerarquía y poder, también es posible separarlas analíticamente. Una sociedad es entonces una constelación de relaciones en constante transformación, que trazan diversas proximidades y distancias. En este sentido toda la vida social puede comprenderse como modulación de una relación entre distancia y proximidad en un triple sentido: a) temporal; b1) físico espacial (entendido como espacio geográfico que, aun cuando se configura relacionalmente como ya nos mostraba Simmel [(1908) 2015], es medible en centímetros, metros y kilómetros, y posibilita la proximidad física de nuestros cuerpos), y b2) socio-espacial (dimensión espacial-relacional que, si bien está siempre anclada en infraestructuras materiales y físicas, abre, a través de las nuevas tecnologías, la opción de coexistir simultáneamente en espacios relacionales que no implican proximidad física); c) habitual-afectiva: relaciones de proximidad y distancia (que posteriormente expresaremos como vínculos), caracterizadas por su presencia en nuestro horizonte mental, habitual y disposicional, estén o no en una proximidad espacio-temporal (así, podemos sentir, por ejemplo, a nuestra madre como muy cercana y tenerla presente a diario aunque haya fallecido hace años).

Las complejas constelaciones que resultan de estas proximidades y distancias nos sitúan en la red social, y crean nuestra posición con respecto a toda la sociedad y sus elementos. Siguiendo a Simmel ([1908] 2015), una relación enmarcada únicamente por la distancia no es posible, así como tampoco existe una de total proximidad. Ambas actúan como asíntotas entre las cuales es dado localizar y pensar relaciones de relativa proximidad y distancia (Simmel [1908] 2015). Cantó-Milà (2016) apunta cómo ni la proximidad ni la distancia pueden pensarse ni experimentarse sin el eco de la otra modalidad que moldea a cada una de ellas. La proximidad y la distancia son susceptibles de ser ilustradas con las formas relacionales más extremas; las díadas amorosas son la más cercanas a la proximidad absoluta (sin alcanzarla) y la relación con “el extraño”, la forma más claramente marcada por una acentuación y percepción de distancia (sin llegar tampoco a alcanzarla) (Simmel [1908] 2015).

Desde la perspectiva de una sociología relacional-procesual (Simmel [1908] 2015; Pyyhtinen 2016a), la sociedad no se entiende como entidad, sino como un proceso o una suma de procesos que se entretejen en un marco relacional de distancias y proximidades, lo que quiere decir que la posición relacional de un punto de la red no es fijo, sino moldeable y transformable. Un ejemplo que muestra la transformabilidad y moldeabilidad de la constelación de proximidades y distancias a gran escala es el desarrollo social de la modernidad, especialmente en los procesos de aceleración (Rosa 2016) y licuefacción (Bauman 2015) del entramado de relaciones que constituyen la sociedad. Estos procesos generan nuevas formas de distancia y proximidad entre personas (así como entre personas y objetos, y en relación con sus entornos y los seres que los habitan). El desarrollo de los medios de comunicación y de transporte resulta en una aceleración tecnológica de flujos (Rosa 2016) y en un incremento de movilidades (Urry 2016) que contribuyen a la transformación de todo tipo de relaciones (macro y micro) a nivel global, lo que convierte algunas distancias en proximidades relativas (Virilio 2006). No obstante, esto no afecta de forma homogénea a la totalidad de las relaciones sociales, ya que este proceso de aproximación relativa, intrínseco al capitalismo moderno, está acompañado por otros de solidificación y estagnación, y, por ende, de alejamiento. En ocasiones, aquello que estaba fuera de nuestro alcance, o incluso tan distante que ni siquiera existía para nosotros, se convierte en abarcable, mientras que aquello que tenemos justo al lado, en un sentido físico, nos parece a años luz en términos experienciales (Baumann 2015; Massey 2005 y 2010; Scholte 2005). Aceleración, licuefacción, estagnación y solidificación afectan y configuran las posiciones relativas en el tejido social, así como la capacidad de cambio de posición de los elementos y de las personas en la red de las relaciones. Una parte de lo lejano se torna cercano y posibilita, por ejemplo, un fácil acceso a productos del otro lado del mundo, el desplazamiento a los lugares más distantes y la interacción de individuos geográficamente distantes en entornos que permiten o que simulan una proximidad física.

En la suma de procesos de reconfiguración de las distancias y proximidades, no solo la movilidad de (algunos) individuos, capitales y mercancías modifica los horizontes de posibilidades relacionales del conjunto de la sociedad. También los riesgos, entre ellos los biorriesgos, se acercan o se alejan más (Barker 2015). Las pandemias, como ocurre ahora con la COVID-19, se expanden con más rapidez en condiciones de aceleración, y nos ofrecen un ejemplo de transformación del entramado relacional y, de manera menos evidente, de las distancias y proximidades físicas y sociales.

Con base en esta reflexión podemos permitirnos una primera mirada al concepto de distanciamiento social, que tanta fortuna hizo en la opinión pública durante los primeros meses de pandemia, para intentar clarificar los procesos de distanciamiento social y físico producidos por la COVID-19 y las medidas adoptadas para darle respuesta. Ante una pandemia, es esencial que la lectura tanto de los riesgos como de las respuestas dadas conciba el espacio y lo que en él sucede de manera relacional (Löw y Knoblauch 2020).

Este es precisamente el objetivo de este artículo: en el contexto de la bioemergencia de la COVID-19 y su gestión, ir más allá del discurso público sobre el distanciamiento social, para analizar las proximidades y distancias que se producen y sus efectos sobre las formas de relacionarse. Lo haremos a partir de la diferenciación analítica de tres niveles de relación: relación (en su sentido amplio), interacción y vínculo, que se ilustrarán con ejemplos de nuestro trabajo de campo. Presentaremos una panorámica general de la red de relaciones de proximidad y distancia que se han ido tejiendo social, material y discursivamente en el contexto de la gestión de la actual pandemia. Partimos del trabajo de Simmel ([1908] 2015) quien, en su obra Sociología, argumentó cómo la sociedad resulta de la suma de procesos que entretejen relaciones que oscilan entre la proximidad y la distancia.

Metodología

Este texto tiene como objetivo proponer una reflexión teórica fundamentada en el trabajo empírico. Nos apoyamos en el concepto de ejemplo, tal y como lo desarrolla Agamben (1996, 13-14) . El ejemplo de Agamben permite enfatizar la importancia de lo singular como hecho significativo y extrapolarlo a otras singularidades: una parte relevante de las observaciones recogidas en este texto contienen un elemento empírico que puede ser generalizado; su elemento ejemplar nos resulta revelador e interesante. En lo que queda del texto abrimos pues la puerta al ejemplo agambiano, como invitación a ilustrar, tensar y poner a prueba las elaboraciones expuestas en las primeras páginas de este texto. El objetivo principal de este artículo es entonces proponer una aportación teórica, desde la sociología relacional, sobre las transformaciones de los vínculos, interacciones y relaciones en el contexto de la COVID-19, complementada con incursiones en el campo que nos permiten nutrir e interconectar las observaciones y categorías teóricas, para elaborar así el análisis que ofrecemos a continuación. Las observaciones empíricas fueron realizadas entre febrero y octubre de 2020 y se derivan del trabajo de campo realizado en el marco de un proyecto sobre imaginarios de futuro de los jóvenes. Este se vio seriamente afectado por el sobrevenimiento de la pandemia cuando estábamos en plena fase de trabajo de campo. No obstante, puesto que trabajamos desde el marco metodológico de la teoría fundamentada, tuvimos la posibilidad de realizar ajustes relativamente ad hoc para poder dar respuesta teórica a las observaciones hechas durante dicha etapa (Strauss y Corbin 1990).

Distancias y proximidades en relaciones, interacciones y vínculos

Para entender los conceptos de distancia y proximidad, queremos desglosar el concepto de relación social; con este propósito distinguiremos interacción y vínculo como tipos específicos de relaciones, y entenderemos el concepto de relación social como el concepto más amplio y que los engloba. En estas líneas, todas las interacciones y todos los vínculos son relaciones, pero no todas las relaciones son interacciones o vínculos (Cantó-Milà 2005). Mostraremos la utilidad de esta diferenciación al analizar los contrastes en las proximidades y distancias producidas por las medidas de prevención de la COVID-19.

Entenderemos por relaciones, por estar en relación, la existencia de un hilo entre dos y/o varias personas y/o seres vivos y/o cosas. Una relación existe siempre cuando cosas o sujetos participan con su existencia en otras, en muchos casos enmarcados por una forma social, unas reglas que de forma estricta o laxa condicionan el juego social. Parafraseando a Simmel ([1908] 2015) , se encuentran en relación (el término que él usaba era Wechselwirkung, que podríamos traducir literalmente como “efectos recíprocos”) todos aquellos seres que coinciden con otros de forma directa o indirecta. Por el hecho de compartir tiempo y lugar (también en los vestigios del pasado que han llegado hasta el momento presente), ejercemos efectos mutuos los unos sobre los otros, independientemente de nuestra consciencia o voluntad. Las relaciones, por lo tanto, se refieren a las interdependencias existentes, haya o no orientación recíproca. En la actualidad, tal y como lo expresaba Luhmann (1982) , nos encontramos en un momento en el que tenemos un único espacio relacional: la sociedad mundial, el planeta, en definitiva, que ensambla a todos los seres que lo habitan más o menos directamente, con mayor o menor intensidad.

Solo algunos de los hilos relacionales que conforman el tejido social son lo que llamamos interacciones, es decir, el tipo concreto de relaciones que implican a dos o más individuos (humanos o no-humanos) que encadenan (en un sentido temporal, expandiéndose en un margen de tiempo) una serie de acciones orientadas recíprocamente (Goffman 1970 y 2005; Collins 2004). Así pues, una conversación es un ejemplo paradigmático de interacción. También tomar una medicina en la lucha contra un virus se puede entender como una forma de interacción. Para que las interacciones se desarrollen, se necesita un espacio de tiempo (se llevan a cabo durante unos segundos, minutos, horas o incluso años) y de un lugar (que puede ser físico, en interacciones denominadas cara a cara, o darse a distancia en una conversación telefónica, una red social, un intercambio epistolar o una videollamada).

Nótese que, desde este punto de vista, no solamente las interacciones son un tipo concreto de relaciones, sino que además no todas las acciones dirigidas a un “otro” son consideradas interacciones; solo aquellas que implican acciones recíprocas. Las interacciones engloban acciones orientadas recíprocamente y encadenadas también desde la distancia, más allá de las situaciones cara a cara analizadas por Goffman (comparar con Goffman 1970) . Algunos de los hilos relacionales que conforman el tejido social pueden convertirse en interacciones, otros quedan al nivel simmeliano de efectos recíprocos: su estar en relación, su estar conectado, se puede limitar a recibir conjuntamente (y sin poder evitarlo) los efectos recíprocos de las acciones que se van tejiendo (y no en condiciones simétricas o de igualdad de poder). Así, por ejemplo, el trágico accidente nuclear en Chernobyl (también una forma de bioemergencia) puede ser comprendido desde un punto de vista relacional como resultante de múltiples cadenas de interacciones, y no de otras, que llevaron a una gestión determinada de la catástrofe, con sus fatales consecuencias, es decir, a la recepción de sus consecuencias por parte de todos aquellos que se encontraban en relación, en cadenas espaciales y temporales, independientemente de las interacciones en las que hubiesen estado participando más o menos activamente.

Nuestro planeta es un único espacio relacional porque plasma, de forma cada vez más acentuada, la compleja y obvia influencia recíproca en términos de contagio y contaminación. Así pues, podemos entender una epidemia/pandemia como el resultado de un conjunto de relaciones e interacciones, y también como el contexto en el cual estas se generan.

La frontera entre interacciones y relaciones sin vínculo ni interacción (las que se limitan a existir bajo los mismos efectos recíprocos o que los ejercen sin estar orientadas recíprocamente) no es nítida, como evidencian las relaciones en las que, si bien se tiene conocimiento de la existencia del otro, e incluso se le tiene en cuenta en las propias acciones, se hace de forma abstracta, anónima e impersonal. Las relaciones entre un fan y una cantante famosa, entre un consumidor de anuncios y una creadora publicitaria, o entre un escritor y su público no tienen que ser interacciones, ya que, al no haber un conocimiento personal sino genérico, no hay acciones encadenadas más que en un sentido muy laxo.

Las interacciones, además, pueden diferenciarse entre sí mediante una clasificación más fina, que nos permita distinguirlas según su frecuencia y su cualidad o intensidad, lo cual abre la puerta a otra diferenciación que queremos introducir en este artículo: la del vínculo como un tipo específico de interacción. No es lo mismo intercambiar unas palabras con nuestra madre (con quien compartimos un fuerte vínculo) diariamente que una vez al año, pero tampoco lo es intercambiar unas palabras de manera cotidiana con nuestra madre que con el conductor del autobús o el quiosquero. Tampoco es igual intercambiar unas palabras semanalmente con alguien con quien tenemos un vínculo de amistad que con alguien con quien el vínculo es de vecindad conflictiva en la escalera, y menos todavía con alguien que nos es completamente indiferente. Las interacciones pueden tener significados e implicaciones relacionales muy distintos. De acuerdo con la popular diferenciación del escritor Josep Pla (1974) , no tienen la misma intensidad y significado la interacción con amigos, con conocidos o con aquellos a quienes apenas saludamos, y ello no depende solo de la frecuencia con que se producen.

No es fácil concretar lo que hemos llamado cualidad o intensidad, ya que las interacciones se caracterizan por un conjunto de elementos, pero desde el análisis de redes sociales se acostumbra a definirlas en términos de la durabilidad de la interacción -que puede entenderse como la cantidad de tiempo, pero también como la durabilidad a través del tiempo-; de la cantidad y el tipo de información y conocimiento que se tiene del otro o se comparte con el otro (Felder 2020), por ejemplo, en términos de intimidad o también del control que se tiene de la información que se comunica; de las expectativas y obligaciones mutuas que se establecen (Azarian 2010); o de su carácter amistoso u hostil.

Como hemos apuntado, las interacciones pueden o no implicar copresencia física, y esta puede a su vez ser conceptualizada, en lugar de binariamente (copresencia o no copresencia), de forma gradual: en función del nivel de frecuencia e intensidad movilizada para posibilitar o enmarcar dicha interacción. Así, por ejemplo, una interacción cara a cara en un paso de frontera, aunque cumpla los criterios de un cara a cara en el sentido tradicional goffmaniano, probablemente contenga más elementos distanciantes (roles establecidos, expectativas, estereotipos) que una videollamada con un íntimo amigo, el hijo o la pareja al otro lado del océano.1 Más que diferenciar si hay o no copresencia física en las interacciones concretas, puede ser más interesante fijarse en los elementos que definen la cualidad o intensidad de estas, es decir, la durabilidad, la información que se comparte (y cómo se comparte), y las expectativas y obligaciones mutuas, además del carácter amistoso u hostil de la misma interacción.

Esto nos permite subrayar dos elementos. En primer lugar, que en tanto que todas las interacciones están sujetas a la mediación, todo acto comunicativo se desarrolla en un contexto condicionado por multitud de objetos y tecnologías de todo tipo, desde las prendas de vestir o el maquillaje hasta los artilugios comunicativos. En segundo lugar, que las interacciones más directas también están condicionadas por patrones culturales, estereotipos, lo que se da por sentado y, de una importancia incalculable, el mismo lenguaje en un sentido amplio. Este incluye el habitus, las disposiciones corporales, las expectativas, las emociones y las experiencias, previos a la interacción y que han sido conformados durante el proceso de socialización.

La cuestión de la cualidad o la intensidad de una interacción es lo que nos permite hablar del tercer elemento que hemos propuesto diferenciar: el vínculo (comparar con Granovetter 1973; Azarian 2010; Felder 2020). Entendemos como tal un tipo concreto de relación relativamente duradero y significativo que tiene efectos recíprocos relevantes en las vidas de los elementos así conectados. Hablamos de vínculos cuando queremos dar cuenta de la intensidad y cualidad de ciertas relaciones o interacciones. Las relaciones se convierten en vínculo cuando están dotadas de una significación emocional y estructural de particular intensidad y cualidad, sea esta vivida en positivo, negativo u oscilante; y cuando implican unas expectativas y, sobre todo, obligaciones mutuas y una cantidad o cualidad de interacción importante. Los vínculos de amistad, de amor, de animadversión o de afinidad pueden ser activados en forma de interacción, bien sea con regularidad, de vez en cuando o esporádicamente, y es en estas interacciones que se generan y renuevan. Cabe añadir que la mayoría de vínculos comparten elementos del más amplio conjunto de relaciones y del restringido grupo de interacciones. Así, el vínculo con nuestra madre, por ejemplo, se nutre de nuestras interacciones concretas con la persona que es nuestra madre, pero también de los imaginarios sobre el vínculo relacional madre-hijo, más allá de las interacciones reales que hayamos tenido con esa persona específica a lo largo de nuestra vida.

La distinción propuesta entre relaciones, interacciones y vínculos nos ayudará a examinar lo que se esconde detrás del término distanciamiento social, que tanto se usó durante los primeros meses de pandemia. La interposición de distancia física y la contención del contacto físico entre personas tienen, ciertamente, consecuencias más allá de las interacciones que implican contacto físico; además pueden derivar en una interposición de distancia en el entramado general de relaciones y hacer que los efectos recíprocos circulen más lentamente y/o que se minimicen (densidad y distanciamiento temporal). Pero tenemos que diferenciar el mero distanciamiento físico del distanciamiento social, en el sentido en que no es lo mismo modificar las interacciones que implican un contacto físico que modificar las interacciones en general, como tampoco es lo mismo modificar las interacciones que implican un contacto físico que los vínculos que implican un contacto físico.

A partir de la definición de relación, interacción y vínculo podemos entrar en el análisis de la distancia física y social. Mientras que la distancia/proximidad física es la cualidad de una relación que responde a la cuestión de distancias de cuerpos u objetos materiales en el espacio físico, las distancias/proximidades sociales son una cualidad intrínseca de las relaciones sociales que nos explican algo que puede hacer referencia a la frecuencia de las interacciones, si las hay, a su significatividad, a las motivaciones, a la lejanía o proximidad percibida o experimentada (la distancia habitual-afectiva), o a la forma de mediación directa o indirecta.

En el próximo apartado mostraremos cómo este esquema analítico nos ayuda a comprender hasta qué punto, o en qué medida, el distanciamiento físico efectivamente ha generado un distanciamiento social.

Distanciamiento físico y/o distanciamiento social en el caso de la COVID-19

La gestión de proximidades y distancias con la finalidad de luchar contra una epidemia no es una nueva técnica de gobernar a la población y responder a biorriesgos (Wahlberg y Rose 2015; Rose 2001; Sarasin 2001 y 2006). Lo nuevo es su dimensión, ya que la coordinación y aplicación de medidas ha afectado sistemáticamente a distancias y proximidades, desde el nivel más general de las relaciones hasta el nivel más estrecho de los vínculos.

Empezaremos nuestro análisis con una mirada crítica al concepto de distanciamiento social, para retomar después la cuestión de cómo la gestión de la COVID-19 ha reconfigurado distancias y proximidades sociales. Para ello, en vez de abordar la relación distancia-proximidad de manera genérica, proponemos diferenciar el impacto de la gestión de la pandemia en las distancias y proximidades, en los ámbitos de las relaciones, las interacciones y los vínculos. Nos fijaremos, así, en la persistencia, la transformación o la reconfiguración de las relaciones, interacciones y vínculos durante la bioemergencia y su gestión a través del distanciamiento y el confinamiento físico de la población.

El confinamiento, ya sea domiciliario o perimetral, es una regulación estricta de la distancia física que tiene consecuencias en el libre movimiento de las personas y que impacta fuertemente en sus vidas. Encerrar individuos en su casa, sus municipios o sus regiones sanitarias permite desacelerar flujos (distanciamiento temporal [Rosa 2016]) y obtener más control sobre relaciones, interacciones y, consecuentemente, sobre vectores y velocidades de transmisión. El confinamiento limita o incluso suspende la libertad de movimiento individual y colectivo con la premisa de garantizar más seguridad gracias a la minimización de relaciones e interacciones físicas en la población (Gobierno de España 2020a).

Sociológicamente, la relación entre distanciamiento físico y social es todo menos obvia. Lo que se ha pedido con la expresión distanciamiento social es en realidad una intervención consciente para asegurar una distancia física entre cuerpos que, de otro modo, no se mantendrían lo suficientemente alejados para frenar la cadena de transmisión de la COVID-19. En este caso, la facilidad de contagio por aire o contacto y la ausencia de síntomas en algunos portadores del virus y en el estadio inicial de la enfermedad hacen del distanciamiento físico una medida mucho más necesaria que en el caso de otras enfermedades infecciosas y contagiosas. Tratar a cada persona y ser vivo como potencialmente enfermo se convierte en la única forma de asegurar unas mínimas condiciones de no-contagio (Foucault 2008; Bénoliel 2008; Caduff 2008 y 2015).

El término distanciamiento social se ha usado en España sobre todo para referir a las limitaciones impuestas o recomendadas, según el momento, a las interacciones cara a cara que implican proximidad física, sea mediante el confinamiento domiciliario o perimetral de edificios, poblaciones o áreas concretas; el establecimiento de cuarentenas; o el cierre o restricciones en escuelas, espacios de trabajo y ocio, y a reuniones públicas y privadas. Estas limitaciones también incluyen la norma de mantener una distancia física interpersonal de dos metros, además del uso de mascarillas, pantallas protectoras o, en el caso de los que trabajan con infectados, equipos de protección individual. Pero ni los dos metros de distancia, ni el confinamiento ni las cuarentenas son medidas de distanciamiento “social”. Aunque algunas de ellas sí restringen la relación e interacción cara a cara, no tienen que ver directamente con la intensidad o cercanía de un vínculo social ni su objetivo principal es la suspensión de interacciones o vínculos. El distanciamiento buscado en la gestión de la COVID-19 es una medida espacial y no social.

No obstante, es imposible negar que el distanciamiento físico tiene efectos en las relaciones, las interacciones y los vínculos sociales. Las medidas de potenciación de distancias físicas pueden tener un impacto considerable en las distancias sociales, pero este no es ni automático, ni directo ni evidente. Por mucho que las medidas de distanciamiento físico impongan barreras espaciales, estas pueden aumentar, pero también reducir las distancias sociales. Las mascarillas, por ejemplo, ayudan en las tareas de cuidado y el confinamiento domiciliario genera vínculos antes inexistentes con vecinos. Sociológicamente hablamos de cómo se han reconfigurado las distancias y proximidades, las que saltan a la vista y las menos obvias.

Las transformaciones del eje proximidad y distancia en las relaciones, las interacciones y los vínculos

Luego de presentar una visión sociológica de las medidas de distanciamiento utilizadas en la lucha contra la COVID-19 que diferencia los conceptos de distanciamiento físico y social (sin obviar sus interrelaciones), queremos analizar el impacto de estas medidas y de la gestión general de la COVID-19 en los diferentes tipos y ámbitos relacionales de la sociedad. A partir de la diferenciación propuesta entre relaciones, interacciones y vínculos sociales, empezaremos centrándonos en el ámbito donde el distanciamiento físico impacta de manera más obvia, que es el de las interacciones, para discutir a continuación los vínculos y, finalmente, el ámbito general de las relaciones, que incluye conexiones no observadas si solo trabajamos desde la interacción o desde el vínculo.

Interacciones

Durante los primeros días de confinamiento, que en todas las comunidades autónomas de España tuvo lugar a mediados de marzo de 2020,2 hallamos que la distancia física y la ausencia o reducción de interacción y vida social con los que no se compartía vivienda fue rápidamente seguida por un aumento en el número y la frecuencia de llamadas telefónicas, videollamadas, mensajes de texto e interacciones en redes sociales, que intentaban precisamente paliar la ausencia de proximidad física (Eurostat 2021a y 2021b). El resultado, no obstante, no fue una reproducción de las mismas interacciones que había antes, sino su reconfiguración: algunas fueron potenciadas por esta vía y otras prácticamente desaparecieron del mapa. Las consecuencias de esta reconfiguración, tanto en el ámbito de los vínculos como relacional en general, deberán ser estudiadas detenidamente.

Al centrarnos en las interacciones durante los meses de confinamiento, destacamos tres reconfiguraciones en términos de distancias y proximidades que nos parecen de especial importancia: 1) la (intensificación de la) transferencia de las interacciones desde un entorno cara a cara de proximidad física a otro mediado por tecnologías digitales de comunicación; 2) el abandono de las interacciones menos significativas (cuando no hay necesidad material ni cercanía física); y 3) la reducción crítica de las interacciones que antes de la pandemia eran contingentes e imprevisibles, y por tanto generaban viveza en la vida social.

Empecemos por la transferencia de relaciones cara a cara a otras a distancia mediadas por tecnologías de comunicación. Aunque esta forma de interacción ni es nueva ni era marginal antes de la obligatoriedad de mantener el distanciamiento físico, su preponderancia creció muy significativamente durante el confinamiento, si bien no de manera homogénea entre la población. En el caso de los mayores, la nueva situación ha implicado la incorporación de las videollamadas en sus rutinas, a pesar de las dificultades técnicas añadidas que no todos gestionan con la misma facilidad. En el caso de los más pequeños, puede que la proximidad física sea para ellos un requisito de mucho mayor peso que entre los adultos o mayores, en el sentido en que se sienten incómodos a la hora de reformular una relación cara a cara a otra a distancia mediante la tecnología. También hay diferencias según la dificultad de acceso material a estas herramientas (cuando en una unidad de convivencia hay que simultanear varias conexiones) o a la misma conexión a Internet.

Si bien para muchos este nuevo contexto de transferencia de interacciones a contextos fuertemente mediados por la tecnología puede evitar que el distanciamiento físico se traduzca en distancia social, la reconfiguración (y de esta forma el mantenimiento) de las interacciones las modifica significativamente. No solo aparecen elementos que pueden interponer distancia, como el acceso o la familiaridad con la tecnología, sino que las dificultades para adaptarse a las dinámicas de reinterpretación de la interacción pueden resultar también en un aumento de la distancia. Es el caso de la objetivación e intelectualización de las interacciones por Internet; en este entorno la riqueza, la simultaneidad y la dificultad de control de los flujos de comunicación son substituidas por una notable simplificación, un aumento de la reflexividad y de la autoconciencia sobre la propia conducta.

La reconfiguración de las interacciones ha afectado también los encuentros cara a cara que se han recuperado en los momentos de relajamiento de las normas de distanciamiento físico. En este caso, no solo ha sido necesario introducir más reflexividad sobre qué círculos de contactos reactivar en cada momento, sino que ha provocado que en las interacciones con proximidad física aparezcan nuevas mediaciones antes inexistentes: la norma de mantener una separación de dos metros, la ausencia de contacto físico (no poder despedirse con un abrazo o un beso en entornos en los que esto era habitual), el uso de mascarilla y geles, la ventilación o el máximo de personas permitidas son solo algunos ejemplos de los límites a las interacciones físicas que son, también, barreras simbólicas importantes. Esto y las enormes diferencias en el seguimiento de estas normas convierten las interacciones físicas en un espacio de difícil gestión personal que también afecta la proximidad percibida. No todos siguen las normas por igual, lo que genera situaciones de gran incomodidad e incluso rechazo moral, y hace que estas interacciones recuperadas, paradójicamente, sean a menudo más difíciles de llevar y recodificar socialmente que la mediación digital, e incluso que puedan generar una distancia antes inexistente. Es posible ilustrar este malestar con algunos fragmentos de las entrevistas recogidas durante nuestro trabajo de campo:

Es complicado ir a ver a la abuela y no darle dos besos o no tocar a alguien cuando le quieres mostrar algo… así como… no sé, tocarle la espalda para llamar su atención. Entre los amigos lo seguimos haciendo, la verdad, pero hay gente, sobre todo mayores, que los ves que se incomodan... (Luís, 17 años, estudiante de secundaria, 9 de enero de 2021)

A mí lo que me molesta es que hemos pasado a ser como policías… todo el día, “Súbete la mascarilla”, “¡Oye, que no se te vea la nariz!”… “No le pases el lápiz al compañero”, “¿Podéis separaros un poco?”, “¡Pero no lo abraces!”. Así todo el día… (Montse, 52 años, profesora de secundaria, 2 de febrero de 2021)

El segundo elemento de cambio que apuntábamos, más allá de la digitalización y la reformulación de las interacciones, se refería a la pérdida o reducción de una parte importante de las de carácter social que se desarrollaban, por ejemplo, en los ámbitos del tiempo libre y del trabajo. Debido al confinamiento, primero, y al cierre total o parcial de ciertas actividades, después -desde comercios de productos no esenciales hasta locales de cultura y ocio, bares y restaurantes-, hemos reducido las interacciones que establecíamos en estos contextos, tanto para reforzar y mantener vínculos, como veremos en el siguiente apartado, como para mantener situaciones de sociabilidad con gente más distante o con desconocidos. Lo mismo podemos observar con relación a aquellas directas en el trabajo, donde se han reducido enormemente las interacciones informales, tanto con personas que forman parte del círculo más cercano de nuestro entorno laboral (al no compartir espacios con ellos ni tener vínculos personales que justifiquen reformular el encuentro en otros espacios) como con las que manteníamos interacciones más casuales. La reestructuración de dichos patrones ha impedido que se eliminen las interacciones con nuestros círculos más cercanos, aunque sean reformuladas por su mediación tecnológica o por las limitaciones en términos de distancias, número de personas, comensalidad, limitación de los viajes o supresión o reducción de reuniones, ferias, etcétera. Pero esta reformulación se ha dado, en general, únicamente con aquellos con los que teníamos más contacto y/o, como comentaremos más adelante, un vínculo más consolidado.

El tercer elemento que queremos destacar es un efecto no buscado de la reestructuración de interacciones y la interposición de distancia, que tiende a pasar desapercibido: la disminución de la imprevisibilidad, es decir, aquellos encuentros casuales, que no estaban agendados, ni contemplados y ni siquiera imaginados. Las conversaciones en el pasillo o en el parque, a la puerta de la escuela o mientras se esperaba en la cola del cine; los encuentros fortuitos que tantas veces no llegan al intercambio de palabras, pero que de tanto en tanto dan lugar al inicio de un contacto que puede incluso derivar en vínculo. Todos estos encuentros se han reducido hasta casi desaparecer. Su traslación a espacios posibilitados por herramientas tecnológicas y las restricciones a los intercambios cara a cara redujeron o eliminaron las condiciones de posibilidad de encuentros informales, casuales y fortuitos, que enriquecen la vida social y que a veces abren la puerta a opciones que de otra forma habrían permanecido cerradas. Es cierto también que los nuevos modos de interacción, por ejemplo, los mediados electrónicamente, generan a su vez otras formas de contingencia: las derivadas del rastro digital que dejamos en la red, de la falta de control de la información que transmitimos en un momento dado o de los fenómenos emergentes que se pueden producir en las redes sociales. Pero este tipo de contingencia ya deja fuera a todo aquel que, por el motivo que sea, no tiene acceso (permanente o momentáneo) al medio digital. Ilustremos también este punto con una cita de nuestro trabajo de campo:

Antes nos sentábamos en el parque a pasar la tarde, con el móvil, a rapear… y alguna vez pues pasaba alguien que hace siglos que no veías, o venía un colega y te presentaba a alguien de su clase, o se traía al primo o al amigo del primo… Esto ya no pasa. Ya no rapeamos… lo de rapear online es una mierda, estamos con el móvil encerrados en la habitación y hablamos entre nosotros. Los cuatro de siempre. Así no conoces a nadie… y echar novia ya… vaya, imposible. (Fernando, 16 años, estudiante de secundaria, 18 de enero de 2021)

Es importante remarcar también que el distanciamiento físico durante la pandemia ha propiciado la intensificación y aproximación de otros ámbitos de interacción. Personas físicamente cercanas que antes se percibían como lejanas o menos próximas por falta de interés o por ser consideradas demasiado lejanas del yo se incorporaron de golpe en las interacciones diarias. “¿Cómo les digo yo ahora a mis amigas que mis nuevas mejores amigas tienen más de setenta años? [se ríe] ¡La de horas que hemos pasado hablando de balcón a balcón! Ahora lo saben todo sobre mí” (Anna, 23 años, educadora, 18 de marzo de 2021).

Hablamos de los múltiples ejemplos de interacción, solidaridad y organización en la escalera, los balcones o el vecindario; de las sesiones compartidas de aplausos a sanitarios; de las conversaciones e intercambios entre vecinos desde las ventanas o en las escaleras que antes de la emergencia sanitaria eran prácticamente inexistentes. Por otra parte, el aumento de interacciones basadas en el control social a nivel vecinal en todos sus aspectos, incluidos los más negativos -como notas de rechazo en los ascensores, insultos desde los balcones a aquellos que en apariencia se saltaran las normas de confinamiento o miradas de recelo-, no son señal de distancia, como nos diría Simmel ([1908] 2015) , pues donde emerge el conflicto es porque hay relación: son señal de una aumentada proximidad, aunque se viva desde la distancia del “mi vecino lo hace mal”.

Vínculos

Los vínculos sociales son relaciones relativamente duraderas y significativas que tienen efectos recíprocos relevantes en las vidas de los elementos así integrados, y generan expectativas y obligaciones mutuas significativas. En tanto que los vínculos se desarrollan y mantienen en gran medida mediante las interacciones, es importante analizar si las transformaciones en el ámbito de estas pueden estar o no afectando las distancias y proximidades a nivel de los vínculos.

Durante las primeras semanas de confinamiento, eran muchos los psicólogos que alertaban sobre la necesidad de mantener los vínculos más allá del propio domicilio (Sapos y Princesas 2020; Escales 2020) para evitar que la distancia física se tradujera en distanciamiento social, y luchar así contra una posible sensación de desvinculación y una percepción de aislamiento que pudiera generar distancias mentales y sociales, que no solo no son necesarias para contener la pandemia, sino que pueden ser incluso perjudiciales. Para evitar efectos de desvinculación social se hacía un llamado, básicamente, a hacer un esfuerzo por mantener la sociabilidad en el nuevo contexto, actualizando los lazos de forma procesual (dado que la sociedad, como dice Simmel, no es, sino se hace constantemente).

Desde distintos ámbitos, sea el Gobierno, las agencias de salud, las empresas o los mismos individuos, se buscaron formas de posibilitar las interacciones para mantener vínculos sociales en el contexto de las distancias físicas obligatorias. Se crearon dispositivos, tecnologías y estrategias dirigidas a hacer posible la interacción con aquellos con quienes se comparte un vínculo: desde las videoconferencias hasta los trajes protectores o las visitas a familiares en residencias a través de un cristal. Se trataba de hacer posible oír, ver, visitar e incluso abrazar a los abuelos; comunicarse con familiares o amistades alejados físicamente; mantener el contacto entre alumnos y profesores más allá del recinto escolar. También en los momentos de relajación de las medidas de seguridad, se adecuaron medidas de gestión y prevención que, sin dejar de mantener las distancias, permitieran buscar y rehacer el vínculo social mediante la interacción cara a cara.

Tan importante como identificar aquellos vínculos que se congelaron o incluso se debilitaron por la ausencia de interacción es reconocer aquellos que se mantuvieron, se reconfiguraron, se fortalecieron o se generaron mediante nuevas formas de intercambio. La mayor interacción debida a la proximidad física dentro de la unidad doméstica, provocada por la restricción de movimiento en el caso del confinamiento domiciliario, tuvo resultados diversos. En los casos en los que la unidad doméstica coincidía con una familia nuclear, la reducción de horas en el trabajo (ya fuera por la prohibición de presencialidad, por la suspensión de ciertas actividades o por la pérdida de trabajos de forma temporal o permanente) y la imposibilidad de salir de casa más que para actividades esenciales crearon un contexto en el cual los miembros de las familias u otros convivientes pasaron más tiempo juntos, y en no pocos casos aumentaron la calidad del tiempo compartido. La ausencia de distancia física generó en las casas dinámicas colectivas diferentes, intensivas, que aumentaron interacciones fuera de lo normal. Así, por ejemplo, nos narraba una adolescente sobre el periodo de confinamiento domiciliario:

Ha mejorado bastante desde la cuarentena. Antes, mi madre, por temas de su empresa, no estaba nunca en casa y papá tampoco. El año pasado esto cambió y estaban todo el tiempo en casa, teletrabajando […] Les pude explicar cómo me sentía y que me había sentido muy sola y abandonada y me prometieron que las cosas cambiarían. (Lídia, 15 años, estudiante de secundaria, 17 de febrero de 2021)

En algunos casos esta proximidad pudo haber intensificado vínculos empáticos, y despertar, por ejemplo, el apoyo fraternal o el paternofilial, mientras que en otros casos pudo haber tensionado la convivencia, por ejemplo, al sacar a la superficie aspectos antes escondidos, como adicciones, tics o costumbres molestas. Como nos muestra Simmel ([1908] 2015) en sus elaboraciones sobre el conflicto, un aumento de la interacción que acarrea una intensificación del vínculo no genera necesariamente una mayor proximidad emocional y empatía. Al contrario, en la proximidad nace también el conflicto y, a veces, la necesidad de más distancia mental y social, de menos interacción. “Todo el día en casa encerrada con tus padres se soporta una semana o dos, pero no tres meses. Al final ya no salía del cuarto para no tener que verlos. […] Son majos y tal, todo OK. ¿Pero qué les dices a tus padres todo el día?” (Eva, 16 años, estudiante de secundaria, 11 de febrero de 2021).

Casos extremos de la proliferación del conflicto durante el confinamiento son los divorcios o, en el extremo de la sociabilidad, la violencia de género. Distintos medios de comunicación hicieron eco de algunas de las consecuencias de esta situación, como por ejemplo el aumento de los divorcios en China una vez terminado el confinamiento (“Aumentan los divorcios” 2020), o el caso particularmente doloroso de las víctimas de violencia de género y doméstica, para quienes la proximidad excesiva e inevitable con el agresor, en el caso de convivir con este, sumada al distanciamiento de otras redes relacionales, generó un aumento de riesgo y aislamiento, así como la práctica imposibilidad de huir. En España, en los cuatro meses que siguieron al confinamiento, las llamadas al teléfono de ayuda por parte de las afectadas por la violencia de género aumentaron un 60% (Pecharromán 2020) y situaciones parecidas se han detectado en distintos países.3 Es por ello que tanto administraciones públicas como entidades sociales, e incluso comercios particulares y comunidades de vecinos, promovieron medidas, sobre todo a partir de carteles y avisos, para ayudar a las víctimas de estas formas de violencia causadas por la alta proximidad. Es decir, las entidades buscaron formas de crear una cercanía social con redes relacionales alternativas que permitieran a las víctimas reducir la distancia social con otras personas fuera de su alcance doméstico.

En lo que respecta a los vínculos con las personas fuera de la unidad de convivencia, los más significativos se reafirmaron mediante la transferencia de la interacción a entornos comunicativos mediados digitalmente. Personas unidas por un vínculo social fuerte, pero alejadas físicamente, exploraron así formas alternativas de aproximarse o de mantener la cercanía con los que necesitaban cercanos. Esta reformulación de las interacciones que permitió la actualización del vínculo incluso replicó prácticas sincrónicas como cenar “juntos” por videoconferencia, acompañarse viendo una misma serie o compartir una sesión de yoga en directo, además de reforzar otras formas de interacción mediadas, ya importantes anteriormente, como jugar simultáneamente en línea. “Pasamos cuatro meses sin vernos. Cada uno encerrado en su casa y con la pantalla del ordenador como ventana al mundo. Una mierda. Entonces empezamos a cocinar juntos, a ver pelis y comentarlas. Como si la pantalla no fuera una ventana, pero la habitación en la que estábamos los dos” (Laura, 24 años, estudiante de máster, 15 de marzo de 2021).

Esta misma necesidad de mantener la interacción que actualiza el vínculo ha hecho, por ejemplo, que muchos mayores se incorporen a las videollamadas, muchas veces en la comunicación cotidiana con hijos o nietos. “Lo de ver a la iaia [abuela en catalán] usando Zoom fue lo más. Al principio nos chillaba todo el rato; después se fue acostumbrando” (Marcel, 16 años, estudiante de secundaria, 19 de enero de 2021). Pero no toda la población ha podido transferir sus interacciones significativas al ámbito de la comunicación digital. Limitaciones de familiaridad, adaptación o directamente de acceso tecnológico han abierto una brecha entre sectores de la población.

Hayan podido o no transferirse las interacciones, el carácter extraordinario de la situación ha generado una mayor reflexividad sobre los propios vínculos. Al romperse la cadena de interacciones, de pequeños y grandes rituales cotidianos mediante los que tejemos, mantenemos y vamos adaptando nuestros vínculos sociales, hemos tenido que tomar decisiones, o como mínimo adquirir mayor conciencia sobre qué vínculos incluíamos en las nuevas interacciones y cuáles dejábamos fuera -también en los momentos de relajamiento de las normas de distanciamiento físico-. Cuando la Administración nos pide que acotemos los contactos asiduos a “círculos estables de relaciones”, aparece la necesidad de gestionar reflexivamente quiénes son aquellos a los que incorporamos a tal círculo y a quiénes excluimos, ya sea por cuestiones de intensidad del vínculo, de necesidad material o de minimización del riesgo de un potencial contagio (por ejemplo, excluyendo a los mayores de todo tipo de interacción). En la decisión de las interacciones cara a cara que reactivamos, estamos visibilizando y discriminando nuestros vínculos.

A su vez, la enorme reducción de la posibilidad de encuentros con personas externas a nuestros vínculos más fuertes, en conexión con la marcada disminución de interacciones, ha congelado en gran medida la generación de nuevos vínculos, a excepción de aquellos -incluso amistades- que se hayan podido generar entre vecinos de la escalera o de los balcones cercanos, sobre todo en las primeras semanas de excepcionalidad. “Claro… ¿cómo te enamoras en época de pandemia si te pilla solo? Los que ya estaban en pareja genial… pero… ¿cómo empiezas algo con alguien si no conoces a nadie? ¿Si no puedes salir, si ves a la gente a través de una mascarilla y a distancia? Es que no se puede” (Oriol, 17 años, estudiante de bachillerato, 12 de febrero de 2021).

Podemos concluir que el distanciamiento físico no produjo en los vínculos sociales, especialmente en los de significado positivo, un distanciamiento social, por lo menos no de manera automática ni homogénea. Aparte del exceso de proximidad que pudimos observar en algunos casos, se intentó crear formas y prácticas alternativas de interacción para evitar o minimizar la distancia, en un esfuerzo por reformular la proximidad. Aun así, para saber los efectos de estas formas y prácticas hará falta una mirada a largo plazo, que permita ver cómo los nuevos rituales de interacción han modificado o mantenido cada vínculo según sus cualidades, por ejemplo, teniendo en cuenta el nivel de consolidación (una amistad, uno de carácter profesional, etcétera) en el momento de aplicación de las medidas de distanciamiento físico.

Relaciones

Hemos diferenciado analíticamente los conceptos de interacción y vínculo del concepto de relación social, que los acoge a ambos e incluye una gran variedad de otros lazos sociales, directos e indirectos, intencionales y no intencionales.

La COVID-19 no solo ha reconfigurado efectos recíprocos (las Wechselwirkung de Simmel), y la manera de organizar el trabajo, el ocio y la mayor parte de la vida social, sino también la misma experiencia del nosotros. Sin que esto implique ni interacción ni vínculo directo personal, somos la sociedad mundial de la que nos habla Luhmann (1982) y la pandemia lo ha puesto de manifiesto a la vez que lo ha efectuado procesualmente. La pandemia nace de la relación e intensifica la relación de efectos recíprocos a nivel mundial. De cierto modo, la experiencia “nos ha acercado”, en el sentido de la comunidad imaginada de Anderson (1993) ,4 aunque esto va también de la mano de una reproducción y reconfiguración de oposiciones y distancias entre países y entre partes de un mismo Estado.

Esta distancia percibida más allá de las interacciones o vínculos directos, a la que podemos llamar distancia/proximidad habitual-afectiva o experiencial, apunta a la experiencia y a la sensación de proximidad/distancia desde un punto de vista subjetivo. Así, paradójicamente la distancia física también ha generado proximidad social a partir de la empatía, especialmente por parte de los que no pertenecen a un grupo de riesgo. “No me quedo en casa por mí, sino por nuestros mayores” (Manuel, 49 años, conserje, 12 de febrero de 2021).

También como ejemplo relevante de la reconfiguración de relaciones más allá de las interacciones y los vínculos más directos, nos fijaremos en el impacto ligado a la esfera del trabajo. Podremos ver así las repercusiones de la pandemia y las medidas para mitigarla en otras formas quizás más profundas de distancia social, como las que resultan del efecto desigual de las medidas en los diferentes sectores ocupacionales. Muchas de las labores con menos posibilidad de teletrabajo corresponden a aquellas que conforman la base de la estructura ocupacional, es decir, las que o bien mantuvieron con mayor proporción la presencialidad en el momento de mayor impacto de la pandemia -por formar parte de sectores considerados esenciales que debieron asumir el posible riesgo de contagio- o, en el caso contrario, las que estuvieron más sujetas a los ERTE (Expedientes de Regulación Temporal de Empleo), o bien, en el caso de trabajadores autónomos, los que debieron sobrevivir con las insuficientes ayudas. En el peor de los casos, cuando trabajaban en la economía sumergida, incluso quedaron directamente sin trabajo ni derecho a paro, con una única ayuda extraordinaria que llegó tarde y con alcance parcial. Estas situaciones no solamente ampliaron la distancia social entre los trabajadores de distintas tipologías de empresas y sectores, sino también entre aquellos de una misma organización, lo que perjudicó en mayor medida a los que ya tenían una condición más precaria (Baena-Díez et al. 2020). En definitiva, y a pesar de ciertos esfuerzos en el ámbito del teletrabajo, la gestión de la COVID-19 en el mundo del trabajo refleja y refuerza las distancias sociales.

Otro ejemplo de impacto en la distancia social ligada al mundo del trabajo, más allá de las interacciones y vínculos personales, es el que se deriva de la (aceleración de la) exploración de formas de relación laboral basadas en un paradigma diferente de cuantificación del trabajo (trabajo por objetivos y por proyectos, más que por horas de dedicación), que basan la proximidad y la implicación no en la presencia física, sino en formas diferentes de control de la producción. Esto, a su vez, reconfiguró la articulación entre los tiempos de trabajo, ocio y cuidados, con todas las implicaciones que esto conlleva. La coincidencia, por ejemplo, del teletrabajo con la extrema y constante proximidad física con todos los habitantes de un hogar, incluidos niños y personas dependientes, generó más dificultades en algunos que en otros para desarrollar las tareas esperadas, e incluso para aproximarse socialmente a sus compañeros de trabajo. Las herramientas implementadas por la mayoría de empresas seguían dando por sentada cierta capacidad de distanciamiento físico de sus trabajadores con las personas con quienes estaban confinadas y que podían interferir en su trabajo, así como una conciliación laboral que había quedado suspendida por el cierre de escuelas, actividades extraescolares y el peligro de juntar a niños con sus abuelos. “Me encontré teniendo que hacer videoconferencias con la bebé en brazos y la mayor jugando debajo de la mesa. La bebé lloraba, la mayor interrumpía todo el rato” (Sara, 34 años, maestra de primaria, 16 de marzo de 2021).

Conclusiones

Con Simmel ([1908] 2015) sabemos que toda vida social se mueve siempre entre la proximidad y la distancia. El impacto en la sociedad de la COVID-19 y las medidas para contenerla no son una excepción a esta teorización relacional. No hemos suspendido o perdido sociedad, tampoco nos hemos alejado de ella, sino que hemos acortado algunas distancias y alargado algunas proximidades, tanto espaciales como temporales y experienciales. Es más, para lograr ralentizar la propagación del virus y su contagio (es decir, para aumentar la distancia temporal entre contagio y contagio), se han potenciado distancias físicas entre muchos, acortado distancias físicas entre unos pocos, y reconfigurado y renegociado distancias y proximidades sociales.

Sabíamos que la mayoría de las medidas que plantearon los expertos para responder a la COVID-19 no buscaban un distanciamiento social, sino físico. Así mismo, la mayoría de las recomendaciones institucionales, así como parte de la respuesta de la ciudadanía, estaban destinadas no al bloqueo de la vida social, sino a la protección de esta. Las clarificaciones conceptuales y las diferentes ilustraciones relativas al impacto de las medidas de distanciamiento físico evidencian que, en general, estas no han supuesto un mayor distanciamiento social, sino una reconfiguración de las distancias y proximidades del complejo tejido relacional.

La separación analítica entre relaciones, interacciones y vínculos que hemos desarrollado en este artículo nos ha servido para ver con claridad dónde se han dado los cambios más significativos en el contexto de la reconfiguración de proximidades y distancias, así como entender cómo estas reconfiguraciones afectan y afectaron la vida social.

En nuestro análisis hemos mostrado una reconfiguración del entramado relacional de la sociedad en los tres niveles de relación tratados. Hemos apuntado también que la mayor reconfiguración inmediata se da en las interacciones, que en unos casos se han mantenido (a partir de su transformación) y en otros casos se han desvanecido. En el contexto de la prevención y lucha contra la pandemia se redujeron de manera significativa aquellas interacciones con mayor grado de contingencia e imprevisibilidad, tanto en el momento del confinamiento como cuando se limitó la interacción a grupos de seis a diez personas. Esto, sumado a las restricciones de movilidad, resultó en una disminución de los intercambios con personas con vínculos débiles o todavía inexistentes, y una priorización de interacciones con uno o varios objetivos concretos. A su vez, también hemos identificado que se abrieron o acentuaron otros espacios de contingencia derivados, por ejemplo, del uso intensivo de la comunicación electrónica (sea en las redes sociales, en videoconferencias o en los videojuegos multiplayer) o del impacto de la movilidad reducida y localmente concentrada en la generación de nuevas interacciones imprevistas en los barrios y las escaleras, que en algunos han creado o fortalecido vínculos. Podemos intuir que la reducción de la contingencia, y de las interacciones no buscadas y no funcionales, puede tener efectos estructurales a largo plazo. Durante estos meses hemos acentuado la tendencia a encontrarnos muy especialmente con los que ya forman parte de nuestras redes relacionales previas. Dicho de otro modo, hemos aumentado nuestra distancia, en las interacciones cotidianas, de los que no forman parte de nuestros vínculos más íntimos y de los que están más estructuralmente alejados de nosotros. A nivel de las relaciones, esto ha implicado apartar a los que están estructuralmente más lejos y acercar a algunos de los que están estructuralmente y físicamente más próximos.

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*El artículo es resultado de la investigación empírica vinculada al proyecto I+D “Imaginarios de futuro de los jóvenes” del plan nacional español (CSO2017-88594-P), financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad, y de “Preparando para la pandemia: la importancia y el riesgo de la implicación social en la gestión de la COVID-19”, financiado por el Banco Santander (B021PR0). A su vez, su fundamento y vocación teórica son fruto del proyecto del grupo de investigación de Protcis en sociología relacional y de los estudios de la obra de Georg Simmel y otros teóricos relacionales por parte de miembros del grupo.

1Comparar con Goffman (2005, 15).

2El confinamiento domiciliario en España se hizo efectivo el 14 de marzo de 2020 a través de la aprobación de un estado de alarma, el Real Decreto 463/2020 (Gobierno de España 2020c), y se alargó de forma estricta, con algunas variaciones sobre los sectores productivos que podían o no seguir con su actividad, hasta el 28 de abril, día en el que se anunció un plan de reducción de las medidas, que se aplicó en cada territorio según su situación epidemiológica.

3En Perú, como ejemplo extremo, se estima que durante el confinamiento han desaparecido 1.000 mujeres (Gilbert 2020).

4La experiencia colectiva de un tiempo-espacio compartido y de unas experiencias vividas colectivamente (aunque a distancia) puede resultar fácilmente en una fuerte sensación de comunidad y en un imaginario de ella.

Cómo citar: Cantó-Milà, Natàlia, Isaac Gonzàlez Balletbó, Roger Martínez Sanmartí, Mariona Moncunill Piñas y Swen Seebach. 2021. “Distanciamiento social y COVID-19. Distancias y proximidades desde una perspectiva relacional”. Revista de Estudios Sociales 78: 75-92. https://doi.org/10.7440/res78.2021.05

Recibido: 15 de Enero de 2021; Aprobado: 14 de Mayo de 2021

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