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Revista de Estudios Sociales

Print version ISSN 0123-885X

rev.estud.soc.  no.89 Bogotá July/Sep. 2024  Epub July 02, 2024

https://doi.org/10.7440/res89.2024.10 

Otras voces

Historia, cuidados y género: discusiones y agendas futuras para la investigación historiográfica*

History, Care, and Gender: Discussions and Future Agendas for Historiographic Research

História, cuidado e gênero: discussões e agendas futuras para a pesquisa historiográfica

Maricela González Moya** 

Osvaldo Blanco*** 

**Doctora en Historia por la Pontifica Universidad Católica de Chile. Académica investigadora en la Facultad de Salud y Ciencias Sociales de la Universidad de las Américas, Chile. Sus líneas de investigación son la historia social y cultural, la historia de las profesiones y la historia de las políticas sociales, sanitarias y asistenciales. Últimas publicaciones: “‘La venganza de la Miseria’. La epidemia de tifus exantemático en Santiago de Chile, 1933-1937”, HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local 15 (34): 22-56, 2023, https://doi.org/10.15446/historelo.v15n34.102938; y “Stories of Initiates. The Lived Experience of Female Social Workers in the Implementation of the Welfare State in Chile, 1900-1950” (en coautoría), en Experiencing Society and the Lived Welfare State, editado por Pertti Haapala, Minna Harjulaand y Heikki Kokko, 67-86 (Cham: Palgrave Macmillan, 2023). https://orcid.org/0000-0002-7025-7077 | magonzalez@udla.cl

***Doctor en Sociología por la Universidad Alberto Hurtado, Chile. Académico investigador en la Facultad de Salud y Ciencias Sociales de la Universidad de Las Américas, Chile. Sus líneas de investigación son la sociología del trabajo, la sociología económica y las teorías sociológicas. Últimas publicaciones: “Expresiones y formas de trabajo precario en el sur de Chile. Tipología del trabajo en las regiones del Maule, Biobío y la Araucanía” (en coautoría), en Precariedades del trabajo en América Latina. Continuidades estructurales, experiencias de coyuntura y desafíos ante la pandemia, coordinado por Sandra Guimenez y Francisco Favieri, 131-170 (Buenos Aires: Edunpaz Editorial Universitaria, 2022); y “Segmentos, perfiles y variabilidad intra-regional. La fisonomía del mercado laboral en la región del Maule, Chile” (en coautoría), Revista Iberoamericana de Estudios Municipales (26): 1-33, 2022, https://doi.org/10.32457/riem26.1918. https://orcid.org/0000-0001-9801-4467 | oblanco@udla.cl


Resumen:

El artículo plantea un recorrido general, aunque no exhaustivo, sobre la noción de cuidados y su presencia y relevancia en la historiografía de género y examina cómo la investigación histórica puede nutrir y delinear nuevas discusiones. Se utiliza una metodología de revisión bibliográfica y narrativa que coteja estudios seleccionados según sus aportes y alcances. Al ser el cuidado un asunto transdiciplinario y de gran potencial heurístico, se contemplan tanto tópicos históricos como de otras ramas de las ciencias humanas y sociales. El concepto de cuidado se entiende aquí como una disposición afectiva y laboral, y es desde esas dimensiones que se exponen los principales debates y problemas, centrándonos específicamente en aquellos que han tenido mayor presencia en los estudios de género e historia: el trabajo doméstico, las profesiones feminizadas que cuidan a otros, las comunidades afectivas y el amor maternal. En el marco de la llamada crisis actual de los cuidados, se concluye que es necesario observar la temática en términos amplios y revalorizar sus aportes desde una teoría crítica del género, contemplando también una perspectiva historiográfica sensible a los contextos y capaz de flexibilidad interpretativa. El artículo se centra en las principales discusiones académicas sostenidas en Norteamérica y en países europeos, tratando de sumar esfuerzos para comprender los alcances teóricos y aplicados sobre los cuidados y reconocer que queda un amplio terreno por visitar. En las conclusiones se ofrece un panorama sobre las líneas temáticas y supuestos teóricos que podrían enriquecer las agendas futuras de investigación historiográfica sobre los cuidados.

Palabras clave: emociones; cuidados; género; historiografía; mujeres; trabajo de reproducción

Abstract:

The article presents a general, though not exhaustive, overview of the notion of care and its presence and relevance in gender historiography, examining how historical research can inform and shape new discussions. A bibliographic and narrative review methodology is used, comparing selected studies based on their contributions and scope. Given that care is a transdisciplinary issue with significant heuristic potential, both historical topics and those from other branches of the humanities and social sciences are considered. Care is understood here both as an affective and a labor disposition, and it is from these dimensions that the main debates and problems are presented, focusing specifically on those that have had the greatest presence in gender and history studies: domestic work, feminized professions that care for others, affective communities, and maternal love. In the context of the current care crisis, it is concluded that the topic needs to be viewed broadly and its contributions revalued from a critical gender theory perspective, also considering a historiographic perspective sensitive to contexts and capable of interpretive flexibility. The article focuses on the main academic discussions held in North America and European countries, aiming to contribute to understanding the theoretical and applied scope of care and acknowledging that there is still much ground to cover. The conclusions offer an overview of the thematic lines and theoretical assumptions that could enrich future historiographical research agendas on care.

Keywords: care; emotions; gender; historiography; reproductive labor; women

Resumo:

Neste artigo, apresenta-se uma visão geral, embora não exaustiva, da noção de cuidado e de sua presença e relevância na historiografia de gênero, e examina-se como a pesquisa histórica pode alimentar e moldar novas discussões. Utiliza-se uma metodologia de revisão da literatura e narrativa que reúne estudos selecionados de acordo com suas contribuições e escopo. Como o cuidado é uma questão transdisciplinar com grande potencial heurístico, consideram-se tanto tópicos históricos quanto os de outros ramos das ciências humanas e sociais. O conceito de cuidado é entendido aqui como uma disposição tanto afetiva quanto laboral, e é a partir dessas dimensões que se apresentam os principais debates e problemas, concentrando-se especificamente naqueles que tiveram maior presença nos estudos de gênero e história: o trabalho doméstico, as profissões feminizadas que cuidam de outros, as comunidades afetivas e o amor materno. No contexto da chamada “crise atual do cuidado”, conclui-se que é necessário olhar para o tema em termos amplos e revalorizar suas contribuições a partir de uma teoria crítica de gênero, contemplando também uma perspectiva historiográfica sensível aos contextos e capaz de flexibilidade interpretativa. Concentra-se nas principais discussões acadêmicas realizadas na América do Norte e em países europeus, tentando unir esforços para compreender o escopo teórico e aplicado do cuidado e reconhecer que ainda há muito a ser percorrido. As conclusões oferecem uma visão geral das linhas temáticas e dos pressupostos teóricos que poderiam enriquecer as futuras agendas de pesquisa historiográfica sobre os cuidados.

Palavras-chave: cuidado; emoções; gênero; historiografia; mulheres; trabalho reprodutivo

Introducción

Hasta la década de 1970 el tema de los cuidados permaneció prácticamente olvidado, no tenía una conceptualización definida y como actividad social no despertaba interés científico (Leira 1994) porque se lo consideraba una cuestión que concernía a lo femenino y a lo íntimo (Rummery y Fine 2012). Las teóricas feministas del momento jugaron un papel central para incluirlo en la discusión política y en la investigación académica: lo dotaron de un significado contemporáneo (Fine 2007) y mostraron que las tareas de cuidado, aun siendo fundamentales en el proceso económico y para la reproducción de la vida, son comúnmente subvaloradas, invisibilizadas, no remuneradas o mal pagadas y catalogadas como actividades que no requieren competencias especiales (Rummery y Fine 2012). Asimismo, expusieron que las trabajadoras suelen estar expuestas al abuso y la explotación (Williams 2010; Shutes 2011).

Desde ese momento, la investigación sobre esta temática creció a un ritmo vertiginoso y se convirtió en un campo de estudios interdisciplinarios que involucra diferentes actores sociales, dispositivos institucionales y relaciones (Leira y Saraceno 2006). Las palabras cuidados y cuidadores comenzaron a entenderse como categorías cuantificables en las estadísticas oficiales de varios países, se incluyeron en las políticas públicas nacionales y se instalaron en el vocabulario cotidiano de las personas. El resultado ha sido una valorización del proceso de cuidar, pero con un uso ambiguo del término y cierta falta de rigor en sudefinición y aplicación (Thomas 1993; Daly y Lewis 2000), entendiéndoselo a veces en un sentido acotado (Tronto 1993), y en otras de modo muy amplio (Rummery y Fine 2012).

Por otro lado, la llamada crisis o déficit de los cuidados (Hochschild 1995) tiene alcances globales, aunque de manera heterogénea según la región (Beneria 2008; Beneria, Deere y Kabeer 2012; Institute for Women’s Policy Research 2013; Pérez-Orozco 2006; Razavi 2011). El incremento en la esperanza de vida ha generado un aumento de adultos mayores que presentan algún grado de dependencia (Stark 2005) y hoy en día no hay suficientes personas capacitadas para realizar las tareas domésticas y de cuidado, además del debilitamiento de los lazos barriales y comunitarios que brindaban soporte material y psicológico a quienes lo necesitaran (Klein y Halperin 2020).

La vigorización de los Estados neoliberales ha agudizado el problema (Yeates 2009), puesto que las personas deben financiar los costos de los servicios que ya no son cubiertos de manera gratuita por el Estado y en muchos casos a las familias no les alcanzan los recursos para solventar las crecientes necesidades de soporte y cuidado. Además, una tendencia hacia la privatización de los servicios ha provocado la aparición de empresas que venden los cuidados, a menudo con mano de obra femenina migrante, a veces ilegal, mal pagada y sometida a condiciones de maltrato y estrés Nederveen Meerkerk, Neunsinger y ( Hoerder 2015).

Desde el momento en que se comenzó a estudiar esta problemática, se estableció que es permanente la relación entre género y cuidado. Tanto si se entiende como una disposición afectiva (Slote 2007) o como un trabajo (Twigg 2000), el cuidado revela una brecha de género con multiplicidad de rasgos, ya que se trata de una tarea altamente feminizada y justificada socialmente como natural (Harrington Meyer, Herd y Michel 2000), desempeñada en malas condiciones materiales y afectivas, menos valorada en el mercado e incluso encubierta cuando queda envuelta en vínculos familiares (Rummery y Fine 2012).

La investigación histórica ha ayudado a mostrar este vínculo y ha explorado las razones por las cuales las mujeres son inducidas a ocuparse de cuidar y, a la vez, cómo las condiciones sociales impiden que dicho trabajo sea apreciado y debidamente retribuido (Abel 2000). Los contextos sociohistóricos han posibilitado el desarrollo de esferas separadas para lo masculino y lo femenino, lo que ha permitido a los hombres mantenerse emocionalmente distantes y conservar y reforzar su dominación (Coltrane y Galt 2000). A su vez, el estudio de la historia flexibiliza y relativiza los grandes relatos y los hace sensibles al contexto, asumiendo que los cuidados son definidos y cobran sentido de acuerdo con las distintas sociedades, tiempos y actores involucrados, descubriendo las peculiaridades de ese proceso. La historiografía del género, por su parte, ha permitido derribar algunas figuras canónicas, reescribir relatos, deconstruir conceptos y reflexionar sobre “la construcción histórica de diferencias y jerarquías acerca del poder, la identidad, la subjetividad o la capacidad de acción” (Blasco Herranz 2020, 149).

Carrasco, Borderías y Torns (2011) han señalado que la perspectiva histórica aporta a la comprensión crítica de un tema que es por esencia transdisciplinario, pero que, cuando se centra en sus aspectos teóricos, puede caer en “visiones excesivamente estáticas de la realidad” y atribuir al presente algunas características que tienen sus raíces en periodos más o menos remotos (2011, 15). De esta forma, se desconocen los precedentes históricos de los procesos y se tratan como novedosos o como enraizados en la esencia de la vida humana individual o colectiva.

En este marco, el presente artículo tiene por objetivo ofrecer un panorama de cuestiones teóricas y propuestas de investigación sobre la relación entre historia, género y cuidados. Se enfoca principalmente en la producción académica europea y norteamericana, que es donde ha alcanzado un mayor desarrollo. Se ha usado una metodología de revisión narrativa (Popay et al. 2006), que ha contemplado una selección de fuentes bibliográficas guiada por el concepto de cuidados y sus principales dimensiones. Por la amplitud del tema, se identificaron y desarrollaron los puntos que permiten una revisión de alcance histórico y pueden presentarse en una agenda de trabajo futuro.

El artículo se divide en tres partes: en la primera se realiza un mapeo conceptual de la temática, abordando los cuidados y los aspectos centrales que le conciernen, incluyendo un esquemático análisis histórico de su instalación en la modernidad y algunas de sus transformaciones. En la segunda parte se estudiará la irrupción de los cuidados en la historiografía del género y se desarrollarán tres ejes: el trabajo doméstico y reproductivo, los cuidados maternales y las facetas emocionales del cuidar. Por último, en la tercera parte se plantearán temáticas actuales que tienen gran potencial hermenéutico para la historia del género y que podrían construir un programa de investigación.

Los cuidados: un balance entre filosofía e historiografía a partir de los estudios sobre el género

El cuidado es un concepto que puede utilizarse en múltiples sentidos, dependiendo de las tradiciones intelectuales desde las cuales se lo comprenda, la disciplina académica que lo acoja o el sentido social y cultural que se le otorgue. Así, sus definiciones engloban una amplia gama de experiencias humanas que tienen que ver con la preocupación por los otros y con el hacerse cargo de su bienestar (Graham 1983). Se trata de un concepto ambiguo y elusivo; es una noción en disputa que ha entrado tardíamente al lenguaje académico e incluso al uso cotidiano (Rummery y Fine 2012) y muy recientemente ha adquirido el significado que hoy le atribuimos (Fine 2007). Como ya se mencionó, a partir de la década de 1970 su uso ha sido explosivo dando como resultado que hoy se emplee para explicar una gran cantidad de acciones, tareas y disposiciones sentimentales. Puede entonces considerarse como un trabajo, un afecto y una ética (Gilligan 1982). Consciente de esta amplitud, Joan Tronto (1993) propuso que el cuidado fuera entendido como una actividad que incluyera “todo lo que hacemos para mantener, continuar y reparar nuestro mundo y para que podamos vivir en él de la mejor manera posible. Ese mundo incluye nuestros cuerpos, a nosotros mismos y nuestro entorno, todo lo cual se entreteje en una red compleja que sustenta la vida” (1993, 103).

Se puede hablar de tres facetas del cuidado. Por un lado, se comprende como una orientación cognitiva y emocional, donde la condición de los otros es tan importante que nos interesa su vida y consideramos que tenemos algún grado de responsabilidad por su bienestar (Slote 2007). Por otro lado, es una actividad, un tipo de trabajo que atiende una necesidad que consume tiempo, es físicamente demandante e involucra un contacto directo entre quien da y quien recibe los cuidados (Twigg 2000). La tercera faceta se entiende como una relación social limitada en el tiempo, que se focaliza en ciertos grupos de edad, género, discapacidad o enfermedad y que se distingue de otros tipos de trabajo porque puede suponer un contacto íntimo y familiar, pero también puede ser desempeñado de manera profesional.

A finales de la década de 1970, esta conceptualización del cuidado como una disposición humana de acercamiento, vínculo y atención hacia los otros, fue ampliada e incorporó una dimensión activa de los cuidados. De esta manera, se reconoció que los cuidados están relacionados con otros dos términos: con una práctica emocional (love) y una acción (labour) (Leira y Saraceno 2006), ya que el acto de cuidar a otro trasciende el vínculo puramente instrumental. Pero, al mismo tiempo, involucra una transacción de bienes y servicios, puesto que el cuidado se edifica sobre vínculos materiales y simbólicos, su contribución al proceso social puede ser cuantificado y sirve de base para la construcción de políticas de bienestar (Graham 1983).

Clare Ungerson (1983) realizó una separación entre dos expresiones anglófonas, que introducen un matiz significativo en la filosofía de los cuidados: una es preocuparse por alguien (caring about) y la otra es cuidar de esa persona (caring for). Esta diferencia es importante, ya que preocuparse se basa en un sentir espontáneo de afinidad, que tiene una implicación principalmente emocional, mientras que cuidar de una persona conlleva hacerse cargo e involucra una obligación que ya no es solo afectiva, sino activa, además, ya se haga por una remuneración, afecto, compromiso o compasión, demanda una inversión de tiempo. El cuidar de alguien supone una construcción más social que afectiva, y admite un pago por el servicio o una exigencia dictada por la norma social (Parker 1980).

Por su parte, a mediados de 1990, Carol Thomas (1993)hizo un intento por deconstruir la noción de cuidado e identificó siete dimensiones en las cuales se podía descomponer: los rasgos identitarios de quien cuida (usualmente una mujer), los rasgos identitarios de quien es cuidado (usualmente una persona dependiente), la relación interpersonal entre cuidador y cuidado, la naturaleza del cuidado (entendido como vínculo emocional o como acción), el dominio al cual se refiere (lo público o lo privado), el carácter económico de la relación y el tipo de institución que está encargada de su provisión.

Gran parte de los intentos por ampliar la noción de cuidados, sacándola de su carácter individual y circunscrita a la idea de atender a otro, ha sido obra de las teóricas feministas, cuyo mérito consistió en anclarla en el proceso sociohistórico y situarla en el centro de las relaciones del género. Ser cuidador(a), decía Hilary Graham, es una faceta habitual en la vida femenina, no solo porque muchas cuidadoras sean mujeres, sino porque es parte de su imagen socialmente construida. En nuestra sociedad es una expresión de lo femenino y se manifestaría en una especial sensibilidad para identificar las necesidades de los otros y la habilidad para esperar, observar y adaptarse a dichas necesidades (Graham 1983). Es el resultado de la división sexual del trabajo y una categoría a partir de la cual un sexo se diferencia del otro.

Los cuidados (en plural) muestran la diversidad de expresiones históricas, enraizadas en modalidades culturales, sociopolíticas y económicas variadas en el tiempo1. Sin embargo, la asociación del cuidado con la esencia femenina y susceptible de ser entendido desde la cuestión del género es un fenómeno del tiempo presente. Las sociedades preindustriales, ajenas a la organización salarial del trabajo, presentaron una mayor pluralidad en su organización de las tareas productivas y el cumplimiento de labores domésticas, crianza y atención de personas dependientes. Los hombres podían participar en actividades hogareñas (Francois 2008) y las mujeres compartir la producción de bienes. La crianza tampoco era una responsabilidad exclusivamente de las madres, pues los niños se integraban muy tempranamente al trabajo y, cuando los padres no podían tomarlos a su cargo, eran enviados a otros hogares formados por abuelos, vecinos o parientes remotos (Aries 1992; Durán 2020). La lactancia se administraba de acuerdo con la disponibilidad de las madres o era externalizada a través de nodrizas, sobre todo en el caso de las clases altas y burguesas (Knibiehler 2000).

La industrialización separó el trabajo de la vida familiar-privada. Los hombres debieron concurrir a un lugar lejano -la fábrica- a ganar un salario que era el sustento económico del hogar, y las mujeres quedaron como guardianas de la casa, responsables exclusivas del cuidar: realizar las tareas domésticas, velar por los niños y otros familiares dependientes y atender a sus esposos, pues el hombre trabajador requería recibir en la familia los recursos que le permitían acudir de manera puntual a sus faenas y poder realizarlas con energía y compromiso. El iluminismo fue esencial para darle soporte ideológico a estas transformaciones y fundamentó el ideal de domesticidad (Wildman y Moss 2022). Rousseau habló de que, ante la competencia salvaje en la ciudad, el hogar debía conservarse como un oasis emocional (Dueñas 1999; Howells 2005), y fue contemporáneo a los primeros preceptos que establecían el deber de las madres de amamantar adecuadamente a sus hijos para verlos crecer sanos y robustos. La maternidad dedicada fue aplaudida por médicos y demógrafos y se la consideró el factor clave para el desarrollo de una raza fuerte, así como su incumplimiento la hizo culpable de que los hijos muriesen tempranamente o desarrollasen enfermedades físicas y morales (Vosne Martins 2004; Ehrenreich y English 1990).

La economía política reforzó la misma idea. Adam Smith consideró que el empleo femenino solo podía ser circunstancial (Kuiper 2003) y, en la tradición marxista, Engels cuestionó los orígenes de la posición social de la mujer, pero la atribuyó al surgimiento de la sociedad de clases y no la consideró especialmente opresiva (Engels 1981). Marx, por su parte, alegó contra la explotación del trabajo femenino en las industrias, pero tampoco concedió importancia a la división de tareas ni quiso investigar su historia (Marx 1977).

A partir de estos orígenes el desarrollo del capitalismo ha mostrado su dependencia de las actividades de reproducción social externas al mercado, particularmente de aquellas de reposición e interacción que sostienen vínculos sociales, aunque no les asigna un valor monetario y se las trata como si fuesen gratuitas. Estas actividades fueron evolucionando a medida que se pasó de una fase industrial hacia el consumo familiar masivo en las primeras décadas del siglo XX (Fraser 2016), modificando el modelo victoriano de esferas separadas y promoviendo el ideal de salario familiar (Barón 1981), que dejó a la mujer adulta dependiente del esposo que generaba una renta, situación que empeoró su situación económica y la hizo más vulnerable a caer en la pobreza (Bock y Thane 1996).

Hoy en día, el capitalismo financiero y globalizado ha deslocalizado los procesos de producción y los ha trasladado a los países más pobres, las mujeres han sido atraídas al trabajo remunerado y se ha promovido un bienestar social de mercado, con desinversión estatal y corporativa. El trabajo de cuidados se ha externalizado, pero ha disminuido la capacidad de realizarlo y financiarlo (Fraser 2016).

Según Emily Abel (2000), el mundo occidental contemporáneo disminuyó el valor cultural de los cuidados y despreció el trabajo doméstico. En épocas precapitalistas, las mujeres ganaban honor y prestigio social al curar enfermedades, dispensar remedios caseros, vendar heridas, extraer balas o limpiar llagas, pero con la medicina científica, cuya reputación se incrementó con los descubrimientos de la bacteriología, se convirtió este conocimiento del hogar en uno percibido como ignorante y supersticioso. La dimensión espiritual del cuidado, enlazada directamente con lo religioso, fue también despreciada y transmutada por los cuidados asépticos de los nuevos médicos modernos (Abel 2000). El acto de cuidar, como proceso emocional, fue considerado como una práctica idónea para muchas mujeres, quienes se emplearon en las nuevas profesiones para la clase media, como profesoras, enfermeras o asistentes sociales para suplir la “fría desnudez de la verdad científica con un manto de simpatía encantadora, inteligencia y bondad” (Baeza 1929, 183).

Los cuidados y la historiografía del género

Aunque el interés historiográfico por los cuidados ha provenido de varias líneas temáticas o subdisciplinas históricas2, probablemente la más relevante ha sido el estudio del género y la construcción de la ciudadanía femenina moderna, derivado de la división sexual del trabajo y el papel asignado a las mujeres para la reproducción de la vida en el ámbito privado. Según Pilar Carrasquier (2013), mientras que la sociología clásica tendió a oscurecer la importancia de los cuidados, en la modernidad tardía estos han ocupado en los estudios del género el papel principal de la guerra de los sexos, sacando a la luz una trastienda opacada.

En Europa y Estados Unidos durante la década de 1970 el cuidado comenzó a estudiarse desde la academia, incluyendo la perspectiva histórica. Una línea pionera fue investigar el trabajo doméstico desde la historia laboral3, a través del feminismo marxista de la segunda ola, que buscaba reconocer su valor productivo, aunque no monetizado4. Desde el estudio del movimiento sindical, también la Economía y la Sociología comenzaron a tenerlo en cuenta como trabajo real (Hondagneu-Sotelo 2007)5.

Las actividades económicas de las mujeres, inscritas en el proceso de división sexual del trabajo (Pateman 1988), habían tenido un papel principal en la reproducción de la fuerza laboral, en la acumulación de capital (Secombe 1974) y en la sostenibilidad de la vida desde el ámbito íntimo y privado (Tinsman 1992). Además, la problemática se extendió hasta abarcar diversas aristas, como la existencia de mujeres que, con mejores estudios y recursos, reproducían la estratificación vigente al ocupar a otras mujeres para que desempeñaran sus tareas en el hogar, usando sus privilegios de clase y raza (Ally 2009; Sarti 2010). Por otro lado, y aunque ya en la década de 1950 Alva Myrdal y Viola Klein (1956) habían estudiado el asunto de la doble jornada de trabajo derivada del ingreso femenino al mercado laboral, Laura Balbo (1994) impuso nuevamente la discusión al hablar de una doble presencia, mientras que Maribel Rodríguez (2011) mencionaba que solo aquellas mujeres que se sitúan en los más altos niveles de ingresos pueden contar con recursos y apoyos para cuidar a sus hijos, padres u otros familiares y así reducir su carga total de trabajo. Para las mujeres el trabajo implica también tensiones dentro de los grupos familiares, pues a menudo estas se sitúan “en el medio”, entre el trabajo remunerado y el trabajo de cuidado (Gonzálvez 2018). Y si se trata de atender las necesidades de un familiar dependiente, puede implicar una carga mental estresante e involucrar emociones diversas (Haines et al. 2018; Undurraga y López Hornickel 2021).

Dentro de los estudios laborales y al analizar al Estado como modelador de las relaciones de género, se prestó atención a aquellas profesiones feminizadas que colaboraron en la implementación de políticas de bienestar, tratando de extender sus papeles domésticos hacia el ámbito público (Worth 2021). Amitai Etzioni (1969) acuñó la noción de semiprofesiones para oficios como enfermeras, profesoras o trabajadoras sociales que requerían menos tiempo de preparación técnica y que gozaban de menor autonomía que algunas ocupaciones masculinas y prestigiosas como la medicina, la ingeniería o la abogacía. Estas mujeres de clase media conformaron un grupo particular -las profesionales que cuidan-, transformándose en agentes de control simbólico y representando la cara amable del Estado al situarse en los organismos de educación, sanidad y asistencia (Leira 1994; Bock y Thane 1996; Rosemblatt 1996; Arnot 2005; Guy 2011).

El papel de las mujeres en las políticas asistenciales ha sido investigado también por los estudios de género en torno a la noción de maternalismo político, muy influyente en la primera ola feminista. Defendiendo una ciudadanía diferencial, este feminismo reivindicó la maternidad como un signo identitario y exclusivo de las mujeres, que les confería una función social e incluso una posición política (Nari 2004). En este último sentido, la historiografía ha mostrado que el maternalismo fue fundamental en la creación de políticas sociales hacia las madres y los niños, y también en el mejoramiento del papel social de las mujeres a partir de la defensa de sus deberes ciudadanos y la búsqueda de un trabajo que las dignificara, ya fuese como nuevas profesionales o en roles tradicionales de auxilio caritativo (Lewis 1994; Eraso 2009).

La historiografía, la filosofía y los estudios sociopolíticos volvieron posteriormente sobre la dimensión emocional o afectiva de los cuidados. Este giro afectivo (Stearns y Stearns 1985; Reddy 2001; Rosenwein 2006; Frevert 2011; Moscoso 2015), que ha impregnado a las ciencias naturales, humanas y sociales en las últimas décadas, profundizó en los vínculos que se gestan cuando se atienden necesidades e intentó una genealogía sobre una serie de procesos involucrados en las relaciones humanas, revalorizando las aproximaciones pioneras de Lucien Febvre (1941) o Norbert Elias (1987). Para la historiografía, implicó poner en tela de juicio el universalismo de las emociones y, nuevamente, tocó de lleno a los estudios sobre el género, pues volvió a cuestionar la esencia naturalmente femenina de la emocionalidad (Bjerg 2019).

De manera paralela, desde distintas corrientes intelectuales se concluyó que, en el capitalismo tardío, todas las esferas de la vida se vieron impregnadas de la lógica mercantil, incluyendo el ámbito afectivo (Boltanski y Chiapello 2002; Ahmed 2004; Illouz 2007; Hochschild 2009; Davies 2016). Hochschild (2003) desarrolló una investigación empírica en la que mostró cómo en ciertas ocupaciones sus ejecutores ponen al servicio de la relación profesional el manejo de sus propios sentimientos y el de sus contrapartes (usuarios, compradores), en una suerte de trabajo emocional que convierte los sentimientos en capital-vender un producto, ofrecer un servicio, implementar una política social, etc.-.

Los trabajos de Arlie Hochschild (2003 y 2009) fueron fundamentales para los estudios de antropología histórica e historiografía de los cuidados, en particular por la introducción de la noción de culturas emocionales, puesto que a través de ella ha sido posible examinar la historicidad de los sentimientos y su relación directa con comunidades culturales acotadas en el tiempo. También, desde sus aportes se han trazado análisis sobre las ocupaciones encargadas de entregar cuidados asistenciales o sanitarios, pero ya no ubicándolas como parte de las políticas de bienestar, sino examinando los afectos implícitos en su actuar. Por ejemplo, Lola Zappi (2019) mostró que en la década de 1940 las trabajadoras sociales en Francia eran instadas a permanecer muchos meses en contacto cercano con las familias que atendían, hasta convertirse en amigas a quienes se les comunicaban confidencias íntimas. Así mismo, el historiador Matthieu Brejon de Lavergnée (2013) ha profundizado en el estrecho contacto que las Hermanas de la Caridad tenían con los pobres, que no se limitaba al acompañamiento espiritual, sino que tuvo expresiones afectivas concretas.

En relación directa con estos temas se sitúa la línea de estudios historiográficos sobre el amor maternal y la maternidad, entendida como una de las formas más consolidadas de cuidar, que es la atención a la infancia (Carrasco, Borderias y Torns 2011). La teoría feminista ha explorado dos caminos: el primero de ellos, que sigue a Simone de Beauvoir, ha puesto la maternidad como lugar de subordinación de las mujeres y como mecanismo para justificar la desigualdad entre los sexos. Otras intelectuales, como Julia Kristeva o Nancy Chodorow, exploraron la maternidad como una experiencia exclusivamente femenina que, al ser despojada de su saturación discursiva, está dotada de un potencial emancipador que puede ampliar nuevas formas de subjetividad (Bolufer 2010).

Las discusiones historiográficas también han incidido en la evolución del pensamiento feminista. En la tradición francesa, por ejemplo, fue fundamental el ensayo histórico de Elisabeth Batinder (1991) sobre el amor maternal; así como en Italia la revista Génesis, publicada por la Societá delle Storiche, influyó en la discusión parlamentaria sobre los derechos de los óvulos fecundados (Bolufer 2010). La principal contribución de la historiografía sobre la maternidad y el amor maternal ha sido el cuestionamiento sociocultural a un fenómeno que, por estar conectado con la biología femenina, ha sido dotado de un carácter universal, innato, inmutable y atemporal (Knibiehler 2000).

Según Mónica Bolufer (2010), se podría sostener que los estudios históricos sobre los cuidados maternales se han centrado en tres ejes. El primero ha sido la aproximación a los discursos científicos, religiosos o políticos que han moldeado, en distintos momentos y contextos, imágenes normativas y realidades materiales, y que han reforzado la división sexual del trabajo y las conductas de los actores sociales. El segundo han sido las indagaciones sobre la maternidad como institución social que, compuesta de costumbres y leyes, regula las relaciones cotidianas, por ejemplo, entre padres e hijos, con otros miembros del grupo familiar, con los profesionales o los sirvientes y, sobre todo, con otras mujeres. El tercero han sido las investigaciones sobre las experiencias de cuidado maternal de las propias mujeres y, vinculadas con ellas, otras vivencias como la infertilidad, el aborto, la adopción, la lactancia o la concepción subrogada.

También se pueden analizar las trayectorias lingüístico-intelectuales en el estudio de los cuidados maternales. En el caso de la tradición francesa, por ejemplo, las experiencias subjetivas de maternidad han sido tan importantes como los análisis del papel político de las madres, mientras que en el caso italiano ha habido un esfuerzo, más cercano a la microhistoria, por examinar las estrategias de las madres dentro de los grupos familiares, los mecanismos para negociar el poder y el culto mariano como determinante en los estereotipos de amor maternal (Cova 1996). En la vertiente anglosajona, en cambio, se ha privilegiado el estudio de la asistencia al parto, las costumbres de crianza, así como el uso político de la maternidad sentimental (Bolufer 2010).

Propuestas para discutir e investigar

Como se ha señalado anteriormente, el origen de los estudios sobre los cuidados es reciente, pero en la década del 2000 llegó a ser el tema más relevante en la agenda de las políticas públicas de los países de la Unión Europea y Estados Unidos (Lewis 2006). La metodología de la investigación histórica no se ha movilizado por completo en este campo, pero lo realizado sí ha sido capaz de revelar su historicidad, su feminización y la progresiva externalización e internacionalización del proceso, situado en un terreno interseccional donde se entrecruzan el género, la clase y la etnia (Plumauzille y Rossigneux-Méheust 2019).

En ese panorama, es posible distinguir y proponer algunos caminos de desarrollo investigativo derivados de las líneas que hemos esbozado en el apartado anterior. Uno de los caminos visualizados es el análisis de las modalidades y prácticas de cuidado, toda vez que, en un mundo globalizado y posindustrial, los cuidados siguen siendo una actividad mal remunerada, feminizada y habitualmente racializada (Fraser 2015). Como ha señalado el historiador Dirk Hoerder (2015), las mujeres han viajado constantemente a cuidar de otros, pero los estudios de movilidad han estado subrepresentados en el mundo de las humanidades y las ciencias sociales. Recientemente ha crecido la preocupación por cuestiones como los traslados de corta distancia, los realizados por empleadas domésticas y otro tipo de empleadas desde zonas rurales a urbanas o desde barrios periféricos a otros acomodados y encierran una vasta gama de problemas, incluyendo las experiencias mismas de movilizarse (tiempo invertido, desarraigo, expectativas), los vínculos afectivos que se forman entre dos hogares (el que se deja y al que se llega), el aprendizaje de símbolos culturales y materiales diferentes (expresiones lingüísticas arcaicas vs. modernas, hábitos y creencias campesinas confrontadas con la obligación de incorporar explicaciones racionales), entre otras.

Algunas transformaciones históricas han favorecido el incremento del trabajo doméstico a nivel plurinacional6. El aumento de la esperanza de vida y el ingreso masivo de mujeres al mercado de trabajo en los países desarrollados, sumado a la falta de provisión de servicios públicos para apoyar las tareas de cuidado, han motivado la migración de personas del sur al norte global, que a su vez se trasladan escapando de zonas de conflicto o de pobreza local. Por otro lado, algunos análisis han mostrado que la tecnificación de la vida cotidiana moderna no ha facilitado una disminución de la carga doméstica de las familias, puesto que la mejor comprensión del origen de las enfermedades ha llevado a las madres a gastar más tiempo en vigilar la higiene y alimentación del grupo, así como los avances en psicología y educación han implicado concentrar más energía en la crianza de los niños (Mokyr 2000). Por su parte, Bridget Anderson (2003) sostiene que la delegación de tareas de cuidado en empleadas domésticas permite a las familias disminuir las tensiones internas por razones de edad y género y que, en ese sentido, es más eficiente mantener dicho servicio que hacerse cargo de un conflicto difícil de resolver.

Historiar la división global del trabajo y las cadenas internacionales de cuidado debería ser entonces un campo muy fructífero para la investigación historiográfica, pues la composición social de los migrantes ha ido mutando (Moya 2007; Nederveen Meerkerk, Neunsinger y Hoerder 2015; Sinke 2006). A diferencia de la mano de obra servil o esclava de siglos anteriores, hoy en día una parte importante de los cuidadores desplazados son mujeres que aspiran a tener oportunidades ciudadanas y un mejor estándar de vida a cambio de romper con sus propios vínculos familiares y comunitarios y, en no pocos casos, despojando de cuidados a sus seres queridos. A partir de la década de 1990, el fenómeno de mujeres migrantes que dejaban a sus hijos en su lugar de origen a cargo de otras mujeres se agudizó, embarcándose a realizar trabajos que, más que domésticos (asear, cocinar) son de apoyo emocional, atención de personas mayores y crianza de niños (Hoerder 2015).

La migración ilegal, cuyas facetas históricas no han sido del todo indagadas, muestra también una agudización de las diferencias abrumadoras entre naciones y abre un vasto universo de temáticas en el espectro de los estudios poscoloniales. Por otro lado, en no pocos casos, las mujeres migrantes que viajan para emplearse en tareas de servidumbre doméstica han sido en sus países de origen personas con estudios de enfermería, profesorado u otros oficios que las hacen muy idóneas para ser contratadas, pero en ocupaciones que rebajan sus competencias técnicas y sus conocimientos y reflejan nuevas formas de depreciación del trabajo femenino, al punto que se ha llegado a hablar de tráfico humano y de esclavitud moderna (Sarti 2015). Además, la migración del cuidado ha encubierto nuevas formas de explotación sexual racializada de las migrantes, en las que a estas se les ensalza su afectuosidad y erótica corporal y se adula su potencia sexual (Cabello y Palominos 2018). Investigaciones en el ámbito de la historia oral podrían rescatar estos relatos y aportar tanto al desarrollo académico como a la agenda feminista. Por último, también representa un desafío la incorporación de un nuevo vocabulario, que dé cuenta de los cambios históricos y renueve la comprensión de los cuidados mundiales7.

En una línea diferente, relacionada con la interconexión entre los cuidados y los afectos, han aparecido nuevos enfoques teóricos, tales como el que propuso Monique Scheer (2012) al hablar de las emociones como un tipo de práctica. Las emociones, sostiene Scheer a partir de los planteamientos del filósofo Robert Solomon (2007), no son algo que tenemos, sino algo que hacemos. Al mismo tiempo, son entidades encarnadas, pues el cuerpo se convierte en el vehículo de la experiencia emocional y a través de él es conducida y expresada. No hay emociones sin cuerpo y, a la vez, estas no transcurren fuera del tiempo, sino que están moldeadas por los contextos históricos (Scheer 2012).

Los alcances de una historiografía como la propuesta por Scheer, utilizando también distintos enfoques complementarios, han abierto varios cauces investigativos y quedan muchos otros por explorar (Davison et al. 2018). Marie Eileen Francois (2008), por ejemplo, ha estudiado los cuidados domésticos, pagados o no, como una producción de objetos de consumo que tienen un valor material y otro simbólico. La mujer que prepara alimentos transforma los ingredientes en comida, convierte las telas en vestuario y las flores en adorno; a la vez, genera estatus, prestigio y autoridad para los hombres y las familias que dependen de esa labor de mantención del hogar. En ese sentido, el cuidado, como las emociones, tienen una función performativa.

Por otro lado, los cuidados se ejecutan sobre cuerpos y son realizados a partir de una dimensión corporal que puede ser la fuerza física, el abrazo, el consuelo, el baño, la alimentación, el traslado o la curación. Las historias de la enfermería y la asistencia médica en diferentes épocas, del trabajo esclavo o el cuidado de niños han observado cómo la atención de necesidades cotidianas involucra un contacto cercano, cara a cara, donde se entremezclan olores, roces y sensaciones de diversa índole, en una proximidad que enlaza sujetos de diferentes estatus, géneros y edades (Plumauzille y Rossigneux-Méheust 2019). Ciertas experiencias singulares, además, pueden establecer una cercanía intensa y los cuidados terminan movilizando energías de alta carga afectiva, particularmente cuando se observan urgencias, nacimientos o muertes que ponen al cuerpo por entero en tensión (Memmi 2017).

Finalmente, no podemos cerrar el artículo sin hacer una brevísima mención al incipiente camino que este tema se ha ido abriendo en América Latina, teniendo en cuenta que Jocelyn Olcott (2011) sostenía que el terreno del trabajo reproductivo en el continente tenía todavía muchos rincones a oscuras e invitaba los historiadores(as) a aprovechar las oportunidades ofrecidas por fuentes diversas como informes profesionales, expedientes laborales, relatos testimoniales y fuentes visuales, que podrían suplir los vacíos dejados por los registros oficiales y así dar voz al trabajo de cuidados no remunerado. En 2011, la Hispanic American Historical Review publicó un dosier titulado “Labors of Love: Production and Reproduction in Latin American History”, editado por Jocelyn Olcott, George Reid Andrews y Alejandro de la Fuente, donde la propia Olcott reflexionó sobre este campo de estudios en Latinoamérica. En 2021, Ana Paula Vosne Martins identificó algunas aproximaciones al tema en países del Cono Sur, aunque en algunos casos se tendía a confundir los conceptos de cuidados y asistencia. Con todo, en Argentina, Chile y Brasil han aparecido investigaciones parciales sobre cuidados, profesiones e instituciones sanitarias y un par de dosiers historiográficos han reunido trabajos que abordan diversas realidades y actores8. Se espera que lo inicial de estas indagaciones sirva para tomar conciencia de que queda un amplio terreno por visitar y que siempre podrán surgir, desde la historiografía latinoamericana, nuevas preguntas y discusiones.

Conclusiones

El artículo ha buscado situar el tema de los cuidados en el marco de las reflexiones sobre la historiografía del género. Para ello, se mostró cómo la cuestión ha ganado terreno en este campo de estudios, tanto por la relevancia que adquiere el ejercicio de historiar los cuidados, como porque los problemas que evidencia resultan ser cruciales en la actualidad ante una crisis generalizada del capitalismo.

Se puede concluir que las atribuciones de género han configurado una manera de asignar responsabilidades de cuidado a las mujeres que, si bien tienen una continuidad con el pasado, se reforzaron y rigidizaron a partir de la instalación del ideario capitalista, tanto en su vertiente filosófica como en su economía política. La modernidad tardía transformó los ordenamientos iniciales y generó nuevas modalidades de arreglos societales para distribuir las cargas de cuidado, cuestión que los propios estudios históricos han mostrado a través de investigaciones sobre el trabajo doméstico, los usos del tiempo, el ingreso de las mujeres al mercado de trabajo, la responsabilidad sobre personas dependientes,entre otras.

A su vez, la historiografía del género ha ido diversificando sus líneas temáticas sobre los cuidados hasta abarcar las distintas dimensiones que los conforman, tales como la relación entre trabajos remunerados y reproductivos, los afectos e identidades involucradas, el impacto de la globalización en la estructuración de cadenas internacionales para cuidar y, dentro de los estudios interseccionales, el modo en que la etnia, la orientación sexual, la clase y otros atributos diversifican el problema.

Los cuidados son cruciales para los estudios sobre el género, pero no son exclusivos de ellos. La pandemia por covid-19 hizo patente que, al tratarse los cuidados como un problema global, su problemática no solo desborda las fronteras nacionales y continentales, sino que además implica que su manejo pase por romper de una vez todas las barreras que encapsulan la cuestión e impiden visualizar estrategias amplias en las que distintos niveles, grupos y territorios contribuyan a replantear los términos en un diálogo cada vez más humanizado.

Finalmente, en términos de un programa de investigación, creemos que las líneas y supuestos que pueden ayudar a consolidar los estudios sobre el tema tienen relación, al menos, con las siguientes dimensiones analíticas:

Perspectiva familiarista, que interpreta los fenómenos del cuidado a partir de la transformación en los valores y prácticas tradicionales de la convivencia y reproducción humana, mencionándose la crisis de la familia nuclear tradicional como el proceso más destacado.

Perspectiva economicista, donde la mirada pone atención a la configuración de diferentes mercados de los servicios de cuidados. La segmentación y estratificación de la oferta y demanda de dichos servicios mostrarían que el fenómeno posee alcances distributivos y de desigualdad. Perspectiva laborista, donde el foco está centrado en los procesos de incorporación de la mujer al mundo laboral, teniendo efectos tanto en la composición de la propia división del trabajo, así como en las condiciones de salarización y/o precariedad de las actividades llevadas a cabo por mujeres.

Perspectiva de derechos, que interpreta el trabajo de cuidados desde la óptica mayor de una sociedad en la que el trabajo reproductivo sea reconocido en términos de derechos y ciudadanía, en donde la crisis del cuidado significa una arista central en la precarización general de la vida.

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*Este artículo es resultado de los proyectos Fondecyt Iniciación n.° 11191080 “La profesionalización de los cuidados en Chile. Sirvientes, enfermeras y visitadoras sociales, 1870-1950”, financiado por Fondecyt-ANID, Chile (investigadora responsable: Maricela González Moya); y Fondecyt Iniciación n.° 11200602 “La desigualdad geográfica en un doble registro: análisis inter e intra regional de segmentos, clases y actores en los mercados de trabajo de Antofagasta y La Araucanía”, financiado por Fondecyt-ANID, Chile (investigador responsable: Osvaldo Blanco). Ambos autores participaron en la escritura y revisión del artículo.

1 Véase el dosier “Travail de care” de la revista Clio. Women, Gender, History (49: 2019), editado por Anne Hugon, Clyde Plumauzille y Mathilde Rossigneux-Méheust, que contempla estudios históricos de cuidados en la antigua Grecia, Roma y la Edad Media.

2Principalmente los estudios de la segunda generación de la escuela de Annales sobre la vida privada, investigaciones sobre la familia y la infancia, trabajos en torno a la maternidad, la lactancia y la crianza, estudios en historia de la medicina sobre prácticas y oficios que entregan atención directa a pacientes, entre otros (Carrasco, Borderías y Torns 2011).

3Para este giro fueron fundamentales los aportes de la epistemología feminista y de la Nueva Historia Laboral inglesa de corte neomarxista, representada por E.P. Thompson y Eric Hobsbawm. Raffaella Sarti analizó la producción historiográfica sobre el servicio doméstico y constató que desde mediados de la década de 1970 las investigaciones se dispararon, multiplicándose enfoques, estudios comparados, ámbitos geográficos y diversas dimensiones del problema (Sarti 2015).

4Heidi Tinsman (1992) ha mostrado el debate entre las intelectuales que abogaban por reconocer el trabajo doméstico como una tarea productiva y quienes lo catalogaban de reproductivo. En el centro estaba la cuestión de si generaban o no excedentes y, por ende, si podía ser considerado un modo de producción.

5El trabajo sexual había recibido un tratamiento similar, excluyéndosele de lo que se consideraba propiamente un empleo (Jeness 1993).

6Según la Organización Internacional del Trabajo (2013), entre 1995 y 2010 los trabajadores domésticos a nivel global aumentaron en 20 millones de personas, llegando a alcanzar la cifra de 52,6 millones.

7Se trata de términos como cadenas globales de cuidados, sirvientes de la globalización, maternidad transnacional o feminización de supervivencia (Hochschild 2000; Salazar Parreñas 2001; Sassen 2002; Ehrenreich y Hochschild 2003; Fauve-Chamoux 2004).

8Ver, por ejemplo, el dosier “Cuidado y género: reflexiones interdisciplinarias, Argentina, Brasil, Colombia y Chile, Siglo XX” de la revista Estudios Sociales del Estado (7 [13]: 2021).

Cómo citar: González Moya, Maricela y Osvaldo Blanco. 2024. “Historia, cuidados y género: discusiones y agendas futuras para la investigación historiográfica”. Revista de Estudios Sociales 89: 179-195. https://doi.org/10.7440/res89.2024.10

Recibido: 24 de Octubre de 2023; Aprobado: 27 de Marzo de 2024

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