INTRODUCCIÓN
La adolescencia es un periodo vital en el que el hábito social de consumo de alcohol es mucho más probable (Andrade, Betancourt, Moreno & Alvis, 2017; Gázquez et al., 2016; Londoño & Valencia, 2012; Moral, Rodríguez & Sirvent, 2006). Este periodo de transición entre la infancia y la adultez está caracterizado por una "cultura de edad" de la que el adolescente se siente miembro y en la que va conformando sus propios comportamientos, interiorizando valores y compartiendo espacios y tendencias normativas, todo lo cual contribuye a la conformación de su identidad psicosocial. Durante esta etapa comienza la toma autónoma de decisiones en aspectos relativos a los vínculos interpersonales, la pertenencia a determinados grupos de iguales y la propia construcción de aspectos identitarios (Faílde, Dapía, Alonso & Pazos, 2015; Pedreira, Blanco, Pérez-Chacón & Quirós, 2014).
Con respecto a las prácticas de ocio y la experimentación con sustancias psicoactivas, en el informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2014) se señala que el consumo de alcohol representa una amenaza para la salud pública, y que son múltiples los factores asociados a su consumo, como las urgencias en lesionados de tráfico con alcoholemia positiva, intoxicaciones agudas, altercados violentos, suicidios, conductas infractoras y conductas sexuales de riesgo, entre otras (Bejarano & Sáez, 2008; Farke & Anderson, 2007; Galicia, Alonso & Nogué, 2014; Isorna, Fariña, Sierra & Vallejo-Medina, 2015).
Ciertamente, el consumo de alcohol en la adolescencia es considerado uno de los problemas de salud pública más graves, ya que en esta edad aumentan las posibilidades de que dicho consumo se mantenga o agudice durante la edad adulta, o que se pase al consumo de otras sustancias psicoactivas (Laespada, 2010; Musitu, Suárez, Del Moral, Martínez & Villareal, 2015; Natera, Juárez, Medina, Mora & Tiburcio, 2006). Al respecto, en el macroestudio con estudiantes colombianos de Scoppetta, Pérez y Lanziano (2011) se obtuvieron perfiles de consumo en función de cada etapa de la adolescencia, donde se constataron mayores riesgos en adolescentes que presentan un inicio de consumo más temprano y con mayores desajustes previos.
Por otra parte, en el entorno europeo es cada vez más habitual la modalidad de consumo concentrado, o Binge Drinking, que consiste en la ingesta de grandes cantidades de alcohol en pocas horas, mayoritariamente en momentos de ocio de fin de semana, y con el fin de mantener cierto nivel de embriaguez y cierto grado de pérdida de control (Cortés, Espejo, Martín & Gómez-Íñiguez, 2010; Farke & Anderson, 2007; Motos, Cortés, Giménez & Cadaveira, 2015). En España, el Consumo Intensivo de Alcohol (CIA) en jóvenes se asocia con el politoxiconsumo y representa un factor de riesgo para el desarrollo posterior de abuso y dependencia alcohólica (Balodis, Potenza & Olmstead, 2009). Y con respecto a las urgencias hospitalarias relacionadas con el alcohol en jóvenes, en España se detecta una clara presencia de las urgencias en los fines de semana o festivos (Sánchez, Redondo, García & Velázquez, 2012); pues, aunque los adolescentes que consumen más alcohol disponen de información acerca de los efectos negativos del mismo, parece que presentan una percepción distorsionada de los efectos negativos derivados del consumo (Moral & Ovejero, 2011; Morales et al., 2015).
En el último informe de la Organización Mundial de la Salud (2014) sobre consumo de alcohol se indica que se está produciendo un cambio importante en los patrones de consumo de las sociedades occidentales. En este sentido, en estudios recientes se reporta que el inicio de consumo es cada vez más temprano, que hay cambios en el patrón de consumo y que el consumo entre ambos géneros es más equitativo (ESTUDES, 2014; López & Rodríguez-Arias, 2010; OEDT, 2015; Romo, Marcos, Gil, Marquina & Tarragona, 2015).
Asimismo, tal como lo señalan Villarreal-González, Sánchez-Sosa y Musitu (2013), el consumo de alcohol en grupo es ya parte de la culturajuvenil, y esto implica una concepción específica del espacio y tiempo construido por ellos mismos a través de la interacción, que refleja ciertas normas y valores colectivos. Incluso, de acuerdo con los resultados de la Encuesta sobre Uso de Drogas en Estudiantes de Enseñanzas Secundarias (ESTUDES, 2014), se encontró que seis de cada diez estudiantes con edades entre los 14 y 18 años se han emborrachado alguna vez, y que tres de ellos lo hicieron en el último mes.
También, según datos de la Encuesta Domiciliaria sobre Alcohol y otras Drogas (EDADES) (Observatorio Español de la Droga y las Toxicomanías, 2015 a), el alcohol está presente en el 95 % de los policonsumos; y, se constata, sigue siendo la sustancia psicoactiva más consumida -incluso, registra un ligero incremento-. Asimismo, desde el Observatorio Español de la Droga y las Toxicomanías (2015b) se indica que el alcohol es la sustancia psicoactiva con el consumo más generalizado entre la población española; y que, en el 2015, el 93.1 % de las personas de 15 a 64 años había tomado bebidas alcohólicas en alguna ocasión, porcentaje que se ha ampliado ligeramente respecto al 2011, por lo que la edad media de inicio de consumo se sitúa en los 16.7 años; edad similar a la obtenida en años anteriores. Todo ello supone una auténtica emergencia sociosanitaria (Moral, Bringas, Ovejero, Morales & Rodríguez, 2017).
Con respecto al género, parece que hay una reducción de la brecha en los consumos intensivos por parte de las mujeres (OMS, 2014), siendo esto aún más evidente en la adolescencia. Específicamente, en la Encuesta Estatal sobre el Uso de Drogas en Estudiantes de Enseñanza Secundaria (ESTUDES, 2014/2015) se señala que el 1.7 % de los adolescentes de 14 a 18 años ha consumido alcohol diariamente en el último mes; y que hay una creciente incorporación de las chicas al consumo de drogas legales, quienes incluso sobrepasan a los chicos en consumo de alcohol, tranquilizantes y tabaco, puesto que el porcentaje de chicas de entre 14 y 16 años que se emborracha es mayor que el de los varones de la misma edad. De esto se puede concluir que, de acuerdo con Romo et al. (2015), aunque en un principio los excesos en consumo de alcohol fueron asociados al género masculino, en la actualidad ya no se considera algo exclusivo y las mujeres ejercen un papel más significativo.
Ahora bien, en esta etapa vital, otro de los comportamientos de riesgo más estudiado ha sido la conductajuvenil delictiva (Bringas, Rodríguez, Moral, Sánchez & Ovejero, 2012; Muñoz et al., 2011; Rodríguez, Rodríguez-Franco, López-Cepero & Bringas, 2012; Rodríguez, Ovejero, Bringas & Moral, 2016), comportamiento asociado al consumo de sustancias psicoactivas en adolescentes, tema que ha originado creciente interés en los últimos años (Delisi, Angton, Behnken & Kusow, 2015).
Al respecto, distintas investigaciones han encontrado un consistente patrón de consumo de variadas sustancias en menores con conductas antisociales (Contreras, Molina & Cano, 2012; Ramírez, 2003; Ribas et al., 2015; San Juan, Ocáriz & Germán, 2009); y, de acuerdo con Loeber (1988), un importante predictor del abuso de sustancias puede ser la aparición de la conducta antisocial en edades tempranas -que continuará con el inicio de la adolescencia-; sin embargo, en otras investigaciones los resultados indican una relación inversa, es decir, que sería la edad de inicio de consumo la variable predictora de futuros actos violentos -así, se dice que los adolescentes con conducta violenta comenzaron a consumir sustancias psicoactivas en edades más tempranas-(Rodríguez, Bringas, Moral, Pérez & Estrada, 2012).
Independientemente de lo que haya sido primero, lo cierto es que la violencia juvenil en contextos de ocio es preocupante, y es un hecho cada vez más frecuente (Bellis, Hughes, Korf & Tossman, 2004; Blay et al., 2010). Al respecto, distintos autores plantean que el incremento de la violencia se asocia con la expansión del modelo de diversión relacionado con el consumo de alcohol y drogas (Anderson, Hughes & Bellis, 2007; Blay et al., 2010), y que los contextos recreativos nocturnos se relacionan con el consumo abusivo de drogas y con otros riesgos para la salud, como la violencia (Calafat, Fernández, Juan & Becoña, 2007; Farke & Anderson, 2007).
Teniendo esto en cuenta, el análisis de las conductas de riesgo en adolescentes ha sido asociado a mecanismos sociales, emocionales y cognitivos del desarrollo humano en estudios recientes (Dussaillant, 2010). Y, partiendo de acá, podría decirse que los esquemas cognitivos, especialmente cuando se asocian a un estilo impulsivo de resolución de problemas, podrían considerarse como un factor de riesgo para el consumo de sustancias y ciertas conductas antisociales (Calvete & Estévez, 2009).
Al respecto, según Velázquez, Arellanez y Martínez (2012), estos esquemas funcionan facilitando contenidos cognitivos relacionados con el deseo de obtener recompensas inmediatas, lo cual, unido a un estilo impulsivo, haría que no se diera la reflexión adecuada acerca de las consecuencias de las conductas de riesgo. Razón por la cual se sugiere la relación entre el uso de drogas, una baja asertividad, un menor control de impulsos y desajustes en el manejo de las emociones.
Ciertamente, la impulsividad se ha relacionado con numerosos trastornos, como el abuso de sustancias (Martínez-Loredo, Fernández-Hermida, Fernández-Artamendi, Carballo & García-Rodríguez, 2015), tema que ha tomado gran importancia, ya que en los estudios anteriores se ha comprobado una asociación entre la presencia del uso de sustancias y otras conductas de riesgo durante la adolescencia (Peters et al., 2015). Adicionalmente, se ha evidenciado una relación entre el bajo autocontrol y la conducta delictiva, así como con la permanencia de semejante conducta infractora (Contreras, Molina & Cano, 2011; Mulvey, Shubert & Chassin, 2010); así como el hecho de que adolescentes con conducta antisocial o delictiva muestran alta impulsividad y bajo autocontrol (Sanabria & Uribe, 2009); y que el perfil de consumo de alcohol y la alta impulsividad representan una patología dual común en jóvenes que han cometido delitos, por lo que podrían considerarse como jóvenes multiproblemáticos (Ribas et al., 2015).
Teniendo lo anterior en cuenta, en la presente investigación se planteó como objetivo general analizar las variables que pueden predecir la conducta antisocial en población adolescente; y, como objetivos secundarios, valorar la importancia relativa de cada una de esas variables en la determinación del fenómeno, estimar el porcentaje de las diferencias en conducta antisocial que se podría predecir con las mismas, y comprobar si existen diferencias significativas en cuanto al género y la edad en la conducta antisocial y el consumo de alcohol.
Siguiendo con esto, se parte de la hipótesis de que las variables que mejor predicen la conducta antisocial en adolescentes son el consumo de alcohol y la impulsividad; que hay mayores puntuaciones en consumo de alcohol por parte de las mujeres, así como mayores puntuaciones en conducta antisocial por parte de los varones; y que se presentan mayores puntuaciones, de manera significativa, en el grupo de edad de la adolescencia tardía con respecto al de adolescencia temprana y media en las variables de consumo de alcohol y conducta antisocial.
MÉTODO
Participantes
La muestra estuvo compuesta por 212 adolescentes de Enseñanza Secundaria de la ciudad de Oviedo (Principado de Asturias, España) que contestaron el cuestionario de manera anónima con sus respectivos datos sociodemográficos, necesarios para el análisis de los datos. Para la selección de la muestra se siguió una serie de criterios de inclusión, accesibilidad y consentimiento, con un muestreo bietápico de conveniencia con submuestreo aleatorio intragrupo. De los participantes, el 50.94 % eran hombres (n = 108) y el 49.06 % restante fueron mujeres (n = 104). El rango de edad se situó entre los 12 y 18 años, siendo la media de 14.1 años (DT = 1.48). Y, con respecto al nivel de estudios cursados por los participantes, el 87.74 °% cursaban estudios de Educación Secundaria (de los 12 a los 16 años) y el 12.26 % restante eran estudiantes de Bachillerato (cursos adicionales a la Educación Secundaria).
Instrumentos
Con el fin de alcanzar los objetivos planteados se hizo uso de la escala validada Rutgers Alcohol Problem Index (RAPI), de White y Labouvie (1989), la Escala de Conducta Antisocialy Delictiva en Adolescentes (ECADA), de Andreu y Peña (2013) y, la Escala de Impulsividad deBarratt (Barratt Impulsiveness Scale, BIS-11), de Barratt (2000).
Rutgers Alcohol Problem Index (RAPI) (White & Labouvie, 1989). Esta prueba se utilizó para evaluar el consumo de alcohol en los adolescentes. Específicamente, se utilizó la validación al español realizada por López-Nuñez, Fernández-Artamendi, Fernández-Hermida, Campillo y Secades-Villa (2012), una herramienta de detección auto-administrada para estimar los problemas con el alcohol en los adolescentes que consta de veintitrés ítems en escala Likert con cuatro niveles de respuesta (0 es "nunca" o "casi nunca", 1 es "una o dos veces", 2 es "entre tres y cinco ocasiones" y 3 es "en cinco o más ocasiones"). En esta, los adolescentes deben indicar con qué frecuencia han experimentado, durante el año pasado, las situaciones allí descritas mientras consumían alcohol o como consecuencia de su consumo. Las propiedades psicométricas del instrumento en su conjunto mostraron un alfa de Cronbach de .87 (López-Nuñez et al., 2012); y, para la muestra de este trabajo, una consistencia interna alta, con un alfa de Cronbach de .91.
Escala de Conducta Antisocial y Delictiva en Adolescentes (ECADA) (Andreu & Peña, 2013). Este instrumento se utilizó con el fin de medir la conducta antisocial en adolescentes. La consistencia interna de la escala, obtenida a través del coeficiente alfa de Cronbach, fue de .86. Específicamente, las propiedades psicométricas del instrumento mostraron alta consistencia en cinco factores: Comportamiento predelictivo (α = .46), Comportamientos vandálicos (α = .67), Infracciones contra la propiedad (α = .66), Comportamiento violento (α = .58) y Consumo de alcohol y drogas (α = .61) (Andreu & Peña, 2013). Para la muestra de este trabajo se obtuvo una consistencia interna, calculada con el alfa de Cronbach, de .82; y para los cinco factores se obtuvo una consistencia interna específica de .73 para Comportamiento predelictivo (Factor I), .71 para Comportamientos vandálicos (Factor II), .72 para Infracciones contra la propiedad (Factor III), .71 para Comportamiento violento (Factor IV) y .73 para Consumo de alcohol y drogas (Factor V).
Esta escala está integrada por 25 ítems con escala de respuesta de valoración dicotómica (verdadero/falso), donde el adolescente debe indicar la presencia o no durante el último año de las conductas descritas en los ítems de la escala, los cuales se encuentran agrupados en cinco dimensiones o factores, descritos por Andreu y Peña (2013) de la siguiente manera:
Comportamientos predelictivos (Factor I). Explora una serie de conductas no expresamente delictivas, aunque sí desviadas de las normas y reglas sociales (como faltar al colegio, fugarse de casa, conducir vehículos sin permiso o autorización, etc.).
Comportamientos vandálicos (Factor II). Incluye conductas claramente delictivas realizadas sobre objetos o propiedades (como daños en paradas de autobuses, mobiliario urbano, etc.).
Infracciones contra la propiedad (Factor III). Estima conductas delictivas como robos y hurtos en diferentes contextos y lugares (como la entrada sin permiso en una casa, edificio o propiedad privada).
Comportamiento violento (Factor IV). Registra conductas delictivas que implican la participación en agresiones contra personas y la posesión o uso de armas (como llevar una navaja, por ejemplo).
Consumo de drogas (Factor V). Estima el consumo de drogas vinculado a la conducta antisocial y delictiva (como consumir cannabis, cocaína o anfetaminas).
Escala de ImpulsividaddeBarratt (BIS-11) (Barratt, 2000).
Se utilizó la validación al español de esta prueba, realizada por Oquendo et al. (2001). Es un instrumento autoaplicado con el objetivo de evaluar la impulsividad; y consta de treinta ítems agrupados en tres subescalas de personalidad: Impulsividad cognitiva, Impulsividad motora e Impulsividad no planeada, medidos en una escala tipo Likert con cuatro opciones de respuesta (0 es "raramente o nunca", 1 es "ocasionalmente", 3 es "a menudo" y 4 es "siempre o casi siempre"), sin un punto de corte propuesto.
El análisis de la consistencia interna de la escala BIS-11 fue realizado mediante el coeficiente alfa de Cronbach. En detalle, se obtuvo un valor de .78 para la totalidad del cuestionario, .60 para la subescala de Impulsividad cognitiva, .66 para Impulsividad motora, y .69 para Impulsividad no planificada (Oquendo et al., 2001). Mientras que para la muestra del presente trabajo se obtuvo una consistencia interna de .77 para la prueba completa, .77 para Impulsividad cognitiva,.78 para Impulsividad motora y, por último, .77 para Impulsividad no planeada.
Procedimiento
La recogida de datos se hizo a través del contacto previo de los investigadores con los equipos directivos y orientadores de los centros de Educación Secundaria, quienes llevaron a cabo la selección de las aulas participantes de manera totalmente aleatoria. Una vez seleccionadas las aulas, el tutor de cada curso autorizó la participación de los adolescentes y junto con la orientadora del centro elaboraron el calendario con las horas disponibles para la aplicación de los instrumentos. Finalmente, el cuestionario fue aplicado en la hora de tutoría semanal que tiene cada curso, en ausencia del profesor tutor para evitar que los alumnos se vieran influidos por su presencia a la hora de contestar el cuestionario. Las fechas de aplicación fueron del 8 al 21 de abril de 2016, día en el que se aplicó el cuestionario al último curso.
La versión final del cuestionario contenía una explicación al inicio en la que se decía que el cuestionario que iban a responder era de carácter totalmente anónimo y confidencial, así como el tiempo aproximado que les llevaría realizarlo, y se les pedía sinceridad en las contestaciones y la cumplimentación de todos los ítems. La participación de los adolescentes encuestados fue en todo momento voluntaria, contando con su consentimiento informado y respetando su anonimato. El estudio mantuvo a lo largo de su desarrollo una tasa de respuesta del 100 %.
Análisis de datos
Esta investigación presenta un diseño analítico, experimental y transversal, ya que la finalidad es determinar las variables explicativas de la relación entre el consumo de alcohol y la conducta antisocial en población adolescente mediante la contrastación de las hipótesis anteriormente descritas. Inicialmente, se comprobaron los supuestos paramétricos de normalidad y homocedasticidad con el fin de seleccionar las técnicas estadísticas adecuadas; así, tras emplear la prueba estadística Kolmogorov-Smirnov (N = 212), los resultados mostraron que los datos de las variables se ajustaban a una distribución normal. De ahí la necesidad de aplicar pruebas paramétricas.
Posteriormente, se realizó el análisis estadístico descriptivo (frecuencias, medias y desviación estándar), y con el fin de evaluar la consistencia interna de los instrumentos se escogió el alfa de Cronbach. Después, las comparaciones entre grupos se llevaron a cabo mediante varios tipos de técnicas: la prueba de regresión lineal múltiple, para comprobar qué variables predicen mejor la conducta antisocial en adolescentes, cuál es la importancia relativa de cada una de esas variables y qué porcentaje de las diferencias en conducta antisocial se podría predecir con las mismas; la T de Student, para comprobar si existían diferencias en la conducta antisocial y en el consumo de alcohol en función del género; y la prueba ANOVA de un factor, con el fin de determinar las diferencias según la edad en consumo de alcohol y conducta antisocial.
Por último, se calculó el tamaño del efecto con el estadístico d de Cohen en las pruebas de comparaciones de medias, así como el estadístico V de Cramer y el coeficiente de contingencia en el análisis de regresión para valorar la magnitud estimada de las relaciones propuestas. Para el procesamiento de los datos y su posterior análisis estadístico se utilizó el programa SPSS, versión 19.
RESULTADOS
En este apartado se recogen los resultados encontrados al contrastar las hipótesis planteadas. En primer lugar, se valora la importancia relativa de las variables investigadas en la determinación de la conducta antisocial en adolescentes, habiéndose predicho la importancia del consumo de alcohol y la impulsividad como variables explicativas. Y, en segundo lugar, se aportan los resultados relativos al análisis de las diferencias inter-género en consumo de alcohol y en conducta antisocial, así como en función del grupo de edad.
Primeramente, se comprobó que las variables predictoras Impulsividad cognitiva, Impulsividad motora, Impulsividad no planeada y Consumo de alcohol, al ser individualmente consideradas, presentan correlaciones significativas con el criterio "conducta antisocial" (p < .01). Por otra parte, con las cuatro variables es posible explicar un 36.6 % de las diferencias en el criterio "puntuaciones en conducta antisocial"; donde el coeficiente de determinación múltiple es estadísticamente significativo (p < 0,01).
Por otra parte, las variables Impulsividad motora e Impulsividad no planeada, aunque consideradas individualmente presentan una correlación significativa con el criterio, dejan de tenerla al entrar en la ecuación de regresión. Así, las principales variables explicativas en la ecuación de regresión son el Consumo de alcohol y la Impulsividad cognitiva. Además, con el consumo de alcohol es posible explicar un 30.1 % de las diferencias en el criterio; y con las dos variables juntas se puede aumentar ese porcentaje hasta un 35.5 %. Con respecto al valor absoluto de los coeficientes beta, se encontró que para predecir la conducta antisocial es más importante el consumo de alcohol que la impulsividad cognitiva (véase Tabla 1).
Coeficientes no estandarizados | Coeficientes tipificados | ||||
Modelo | B | Error típico | Beta | t | Sig. |
1 (Constante) Consumo de alcohol 2 (Constante) Consumo de alcohol Impulsividad cognitiva | 1.899 -.284 | .010 .030 | -.549 | 193.066 -9.511 | .000 .000 |
2.007 -.246 -.058 | .028 .030 .014 | -.475 -.243 | 72.420 -8.145 -4.160 | .000 .000 .000 |
Nota. Variable dependiente: conducta antisocial.
Los resultados obtenidos al comparar los patrones de consumo de alcohol según el género (véase Tabla 2) mostraron que no existen diferencias intergénero significativas (p > .05), con un tamaño del efecto medio (d de Cohen = .36). Sin embargo, sí se comprueba la existencia de diferencias significativas en conducta antisocial en función del género, con un tamaño del efecto pequeño (d de Cohen = .25).
Por otra parte, para comprobar si el nivel de edad influye en el consumo de alcohol y en la conducta antisocial, lo primero que se llevó a cabo fue la recodificación de la variable edad en tres grupos o niveles de edad nuevos: adolescencia temprana (12-13 años, n = 81), adolescencia media (14-15 años, n = 89) y adolescencia tardía (16-18 años, n = 42); y, después, se realizó un ANOVA de un factor. Así, respecto a las diferencias en consumo de alcohol según la edad, se puede comprobar que la media más alta corresponde al grupo de la adolescencia tardía. Por lo que se confirma la existencia de diferencias significativas entre al menos dos niveles de edad comparados (F2 209 = 26.082, p < .01), h donde el tamaño del efecto es medio (eta cuadrado parcial = .20).
Adicionalmente, con el modelo desarrollado -que solo incluye el efecto del nivel de edad- es posible explicar el 20 % de las diferencias en consumo de alcohol. Después, se consideraron los resultados de la prueba de contraste Games-Howell para comprobar entre qué grupos de edad se dan estas diferencias, puesto que no se cumple la homocedasticidad. Estos resultados están recogidos en la Tabla 3, donde se puede observar que hay diferencias significativas entre todos los niveles de edad, diferencias a favor de la adolescencia tardía con respecto al resto.
Nivel de edad | Media | DT | n |
Adolescencia temprana | .0317 | .10783 | 81 |
Adolescencia media | .1632 | .30479 | 89 |
Adolescencia tardía | .3892 | .35204 | 42 |
Total | .1577 | .28985 | 212 |
(I) Nivel de edad | (J) Nivel de edad | Sig. | |
Adolescencia temprana | Adolescencia media Adolescencia tardía | .001* .000* | |
Adolescencia media | Adolescencia temprana Adolescencia tardía | .001* .002* | |
Adolescencia tardía | Adolescencia temprana Adolescencia media | .000* .002* |
Nota. * p < .05
Por otra parte, en los resultados obtenidos en conducta antisocial según el nivel de edad se puede observar que la media más alta corresponde al nivel de edad asignado a la adolescencia temprana; y, por tanto, se constata la existencia de diferencias significativas entre al menos dos niveles de edad comparados (F2209 = 19.339, p < .01), con un tamaño del efecto medio (eta cuadrado parcial = .156). Con el modelo desarrollado es posible explicar el 15.6 % de las diferencias en conducta antisocial debido al efecto del nivel de edad.
Finalmente, fueron considerados los resultados de la prueba de Scheffe para determinar entre qué grupos se dan las diferencias, ya que se cumplía el supuesto de homocedasticidad; y con esto se comprueba la existencia de diferencias significativas entre la adolescencia temprana y la adolescencia media (p < .01) (d de Cohen = .64), y entre la adolescencia temprana y la adolescencia tardía (p < .01) (d de Cohen = 1.01). Sin embargo, no se encontraron diferencias significativas entre la adolescencia media y la adolescencia tardía en l conducta antisocial (véase Tabla 4).
Nivel de edad | Media DT | n |
Adolescencia temprana | 1.9249 .12384 | 81 |
Adolescencia media | 1.8279 .14465 | 89 |
Adolescencia tardía | 1.7733 .15139 | 42 |
Total | 1.8542 .15003 | 212 |
(I) Nivel de edad | (J) Nivel de edad | Sig. |
Adolescencia temprana | Adolescencia media Adolescencia tardía | .000* .000* |
Adolescencia media | Adolescencia temprana Adolescencia tardía | .000* .112 |
Adolescencia tardía | Adolescencia temprana Adolescencia media | .000* .112 |
Nota. * p < .05
DISCUSIÓN
El primero de los objetivos del presente trabajo estaba centrado en comprobar qué variables predicen mejor la conducta antisocial en adolescentes. Con respecto a esto, se pudo comprobar que las variables que mejor predicen la conducta antisocial en adolescentes son el consumo de alcohol y la impulsividad cognitiva. Conclusión constatada en otras investigaciones que sugieren que la mayor capacidad predictiva del consumo de alcohol la tiene la impulsividad cognitiva (Contreras et al., 2012; San Juan et al., 2009).
Otro de los objetivos de esta investigación fue comprobar si existen diferencias significativas en cuanto al género y la edad en la conducta antisocial y en el consumo de alcohol. En virtud de los resultados encontrados, al comparar los patrones de consumo de alcohol según el género se pudo comprobar que no existen patrones inter-género diferenciales, y esto se encuentra en consonancia con otras investigaciones donde se habla de la incorporación creciente de las mujeres al consumo de alcohol, incluso superando a los varones (Romo et al., 2015); aspecto que, según la interpretación de Lyons y Willott (2008), puede deberse a que las mujeres consideran estos actos como un cambio en su posición en la sociedad actual.
Por otra parte, en cuanto a la conducta antisocial, se comprobó que sí existen diferencias significativas entre hombres y mujeres, siendo estas a favor de las mujeres. Al respecto, en investigaciones previas se han extraído resultados diversos, de modo que algunos estudios apuntan que el sexo masculino presenta más comportamientos antisociales y delictivos con una frecuencia y gravedad superior que las mujeres (López & Rodríguez-Arias, 2010); mientras que otros, como Pozo (2012), constatan un acercamiento en las diferencias halladas, donde las chicas participan cada vez más en situaciones de violencia.
Con respecto a las diferencias según la edad de los adolescentes que han participado en el estudio, dado el interés de la investigación emplearon tres niveles (adolescencia temprana, adolescencia media y adolescencia tardía) y se pudo comprobar que en el consumo de alcohol existen diferencias significativas entre todos los niveles de edad, siendo estas diferencias a favor de la adolescencia tardía respecto al resto. En este sentido, diversas investigaciones previas coinciden en la importancia del papel de la edad, ya que señalan diferencias entre los adolescentes jóvenes y los adolescentes con más edad en los consumos (Cava, Murgui & Musitu, 2008; García et al., 2012; López & Rodríguez-Arias, 2010; Moral & Ovejero, 2009); e, incluso, se ha señalado que los preadolescentes y los adolescentes tempranos no suelen incluirse en las investigaciones, a pesar de la gran importancia que tiene la identificación de los patrones de consumo y actuación entre los más jóvenes (Luengo et al., 2008).
Por otra parte, en la conducta antisocial también se encontraron diferencias significativas entre la adolescencia temprana y la adolescencia media, y entre la adolescencia temprana y la adolescencia tardía; sin embargo, la literatura científica sobre este tema parece no encontrar una explicación común, ya que no existe un acuerdo claro entre los autores en lo que se refiere a la edad de aparición y manifestación de la conducta antisocial. Por ejemplo, autores como Rechea (2008) señalan su inicio a partir de los 13 años, cuando incide en el carácter más o menos estable de las conductas antisociales hasta llegar a la adultez (Estévez et al., 2007), momento en el que se intensifican e, incluso, se desarrollan comportamientos delictivos (Cifuentes & Londoño, 2011).
Cabe señalar, adicionalmente, que el presente estudio presenta algunas limitaciones, como la selección de la muestra, que no es aleatoria y por tanto los resultados obtenidos no podrían ser extrapolados a toda la población adolescente, y que ha de circunscribirse a condiciones socioculturales donde resulten características las modalidades de consumo intensivo de alcohol. Además de esto, el estudio es de tipo transversal, lo que implica la imposibilidad de establecer causalidad; y otra de las limitaciones es que el cuestionario fue aplicado a los adolescentes en las respectivas aulas de los centros educativos, y esto puede suponer cierto sesgo de deseabilidad social.
Para finalizar, como propuesta investigadora se recomienda la conveniencia de incluir otras variables de análisis que constituyan factores de riesgo psicosocial tanto para el consumo intensivo de alcohol como para la conducta antisocial, centradas en aspectos identitarios y en factores de socialización familiar. Al respecto, siendo una problemática multideterminada, son numerosas las implicaciones derivadas de ambos objetos de estudio -consumo juvenil de alcohol y conducta antisocial en menores- tal como se ha constatado en diversas investigaciones (Moral & Ovejero, 2009, 2011; Moral et al., 2017; Morales et al., 2015; Rodríguez et al., 2016), de ahí que resulte de sumo interés profundizar en el estudio comprehensivo e integral de la interrelación de ambas problemáticas con el fin de programar e implementar medidas de prevención e intervención psicosocial.