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Infectio

Print version ISSN 0123-9392

Infect. vol.11 no.2 Bogotá Apr./June 2007

 

RESEÑA HISTÓRICA

Luis Patiño Camargo
(1871-1978)

EFRAIM OTERO RUIZ*
* Presidente, Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina.


Sería difícil encontrar un médico a quien Colombia deba tanto en lo referente a la medicina preventiva y al conocimiento de las enfermedades infecciosas como al profesor Luis Patiño Camargo, fallecido hace casi tres décadas y permanentemente recordado en los anales de la ciencia de nuestro país.

Nacido en Iza, población cercana a Sogamoso, se graduó de bachiller en el Colegio Mayor del Rosario en Bogotá y estudió Medicina en la Universidad Nacional donde se graduó en 1922. Desde muy joven mostró gran interés por las técnicas bacteriológicas y de laboratorio clínico, en ese entonces en pleno surgimiento, y se vinculó desde 1918 al recién creado Laboratorio Samper Martínez, germen de nuestro futuro Instituto Nacional de Salud. Allí desarrolló su tesis de grado que vino a dar fin a una polémica vigente desde finales del siglo XIX, sobre la existencia o no del tifo exantemático en Bogotá que para muchos era sólo una forma hipertóxica de la fiebre tifoidea: su impecable demostración de la rickettsia como agente etiológico estableció claramente el diferente origen de las dos enfermedades.

Muy recién graduado se trasladó a Norte de Santander, donde hizo memorables estudios sobre enfermedades gastrointestinales, paludismo y fiebre amarilla endémica; residenciado por varios años en San Cristóbal (Venezuela), allí nació su primogénito José Félix Patiño Restrepo, otra gloriosa figura de la cirugía y la educación médica en Colombia, cuyo octogésimo aniversario acabamos de celebrar.

Regresado a Bogotá en 1932, ascendió por riguroso concurso el escalafón docente hasta llegar a ser profesor titular de la cátedra de Clínica Tropical y profesor honorario de la Universidad Nacional. Al tiempo escaló notables posiciones en la salud pública, habiendo sido Director Nacional de Higiene, de Salubridad Nacional y director del naciente Ministerio de Salud, cargo equivalente al actual de Ministro. Simultáneamente publicó nu merosos trabajos de investigación, sobre todo en el campo de la fiebre amarilla, que culminaron en su excelente resumen titulado Notas sobre la fiebre amarilla en Colombia, uno de los más completos y consultados aún en la actualidad. Al mismo tiempo dedicó sus observaciones a una extraña fiebre aparecida en el corregimiento de Tobia, cercano a Villeta; sus investigaciones llegaron a demostrar que se trataba de otra forma de rickettsiosis, similar a la fiebre manchada de las Montañas Rocosas, que describió en detalle en un artículo ya clásico del American Journal of Tropical Medicine, y cuyos brotes, hoy muy controlables, se han presentado esporádicamente desde entonces en varias regiones del país.

Pero aún no cesaban sus inquietudes sobre otras enfermedades infecciosas, en cuyo estudio supo parangonar hábilmente la epidemiología, la observación clínica y el laboratorio. Llamado a finales de los 30 a estudiar un brote febril agudo y con frecuencia mortal en las inmediaciones de Pasto (en aquel entonces distante varios días de la capital del país), allí se trasladó con uno de sus más brillantes y jóvenes alumnos, el hoy profesor Hernando Groot, y entre los dos realizaron los primeros extendidos de sangre que vinieron a demostrar, sin lugar a dudas, que se trataba de la bartonelosis también conocida como fiebre de Oroya o enfermedad de Carrión. También a comienzos de esa década prestó sus servicios como Inspector de Sanidad de las Fuerzas Armadas en la guerra con el Perú, donde se salvó milagrosamente de un naufragio en el río Orteguaza, en el que cuatro de sus cinco acompañantes perecieron.

Ya en las décadas de los 40 y 50 representó brillantemente al país en congresos científicos internacionales, habiendo sido uno de los más tenaces defensores de la naciente Organización Panamericana de la Salud (OPS) y contribuyendo de manera esencial al establecimiento y financiación de numerosas campañas entre nosotros por la Fundación Rockefeller. Sus acotaciones originales al lenguaje técnico por varias décadas contribuyeron a su elección como Académico de la Lengua, siendo a través de su vida un extenso cultivador de los clásicos griegos y latinos. Fue Presidente de la Academia Nacional de Medicina y de numerosas academias y sociedades científicas internacionales, algunas de las cuales lo distinguieron con sus condecoraciones más elevadas.

Como dijo el desaparecido Académico Carlos Sanmartín con ocasión del centenario de su nacimiento: "El doctor Patiño era suave pero firme; serio y estricto sin ser adusto; afable y con sentido del humor. Fue hombre de hogar cariñosamente dedicado a su esposa e hijos con los cuales no escatimó esfuerzos para darles, como a su primogénito, la mejor formación posible". A su muerte escribió Juan Lozano y Lozano: "En él se daban cita excelencias del intelecto y la conducta que rara vez se encuentran reunidas y, sobre todas esas cualidades, si no fuera paradoja, se diría que resplandecía su modestia".

Sus últimos años los pasó retirado en su hacienda de Gotua, en las vecindades de Iza, y por su propia voluntad dispuso que, a su muerte, se le enterrara en la misma población, donde hoy reposan sus restos. Pero su memoria ocupa hoy un sitial de honor en la historia de la ciencia colombiana.

El texto anterior fue publicado previamente en la revista Innovación y Ciencia volúmen XIV, número 2 de 2007 y se reproduce bajo la autorización de la revista Innovación y Ciencia y la Asociación Colombiana para el Avance de la Ciencia.

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