INTRODUCCIÓN
La conducta agresiva es reconocida como la tendencia a dañar, destruir, contrariar, humillar, entre otras acciones que conllevan a la afectación de la integralidad de una persona, uno mismo o un objeto (Ramírez & Arcila, 2013; Martínez & Rojas, 2016). Dicho fenómeno, ha sido estudiado desde diversas perspectivas de análisis entre ellas la fisiológica, asociado al instinto de supervivencia o a los mecanismos naturales para proteger la territorialidad y la reproducción sexual (Ortega y Alcázar, 2016; Martínez y Rojas, 2016); la psicoanalítica, en la que la agresividad es vista como aquella pulsión yoica y de autoconservación a partir de la cual se genera una confrontación con las demandas de la cultura (Freud, 2000); y la visión del modelo multidimensional, que considera la influencia de la emoción, la cognición y la conducta en la consecución de la agresividad (Penado, Andreu y Peña, 2014).
Por otra parte, la conducta agresiva es clasificada y comprendida a la luz de sus características de direccionamiento, naturaleza y función (Andreu, Peña & Penado, 2013; Obregón, 2017); en el caso de la dirección, la agresividad se puede categorizar como agresión directa por ser perceptible en su expresión, y agresión indirecta caracterizada por ser sutil y prudente en la descarga emocional. En la clasificación sobre la naturaleza las más comunes son la agresión física que posee características visibles dadas mediante el contacto físico, y la agresión verbal que es aquella efectuada en la interacción oral para denigrar a otro (Obregón, 2017). Finalmente, según la tipificación por función, la conducta agresiva puede ser reactiva, proactiva o mixta, siendo la primera una reacción ante una provocación que busca disminuir el estado de afectación ante estímulos amenazantes y sensación de hostilidad; mientras que, la agresividad proactiva es motivada o intencional al cumplimiento de un objetivo del agresor, sin que alguna afectación emocional la impulse; para finalizar, la agresividad mixta es la co-ocurrencia de la agresividad proactiva y reactiva en el perfil comportamental de un individuo (Andreu et al., 2013; Ortega & Alcázar, 2016). Por otro lado, para Martínez et al. (2017), refieren que la agresión puede ser pura, reactiva o instrumental, la primera refiere a la agresión por placer, la segunda a una respuesta ante estímulos considerados amenazantes, y la tercera se hace para lograr un cometido.
En cuanto al inicio de la conducta agresiva, algunas investigaciones señalan su presencia alrededor de la infancia demarcando una agudización hacia la adolescencia (Penado et al., 2014; Cruz, García & Casanova 2014; Martínez, 2014), más aún cuando existen antecedentes de violencia dentro de su contexto de desarrollo (Patrón & Limiñana, 2005; Martínez, 2014). El panorama se complejiza cuando la conducta agresiva inicia en edades más tempranas conduciendo a una alta probabilidad de recurrencia, riesgo para la desadaptación social, comportamiento delictivo y dificultad en el establecimiento de relaciones interpersonales, conllevando así a la perpetuidad del problema de disfuncionalidad y desadaptación social (Acero, Escobar & Castellanos, 2007; Penado et al., 2014; Farnicka, 2017; Cuartas, 2018); Sobre ello, se ha hallado que la agresividad reactiva en la adolescencia es un predisponente para la impulsividad, y los rasgos esquizotípicos y límites en la adultez; en el caso de la agresividad proactiva, esta se asocia con la presencia de conducta antisocial y/o delictiva, y conductas psicopáticas en la adultez (Andreu et al., 2013). A su vez, Barker, Tremblay, Nagin, Vitaro & Lacourse (2006), encontraron que la presencia de agresividad mixta predice los comportamientos delictivos violentos.
En consecuencia, la conducta agresiva es considerada una problemática social que considerablemente va en aumento, al tanto que lleva a una habituación de la situación (Ghiso & Ospina, 2010 citado por Ramírez & Arcila, 2013; Roncero, Andreu & Peña, 2016; Bajnath, Harcourt, Spagna & Derbaly, 2020) ante la cual solo suele reaccionarse en vez de prevenirse (Salamanca & Güichá, 2011; Martínez, 2014). A lo anterior se le suma la problemática que con el paso del tiempo se evidencia una mayor participación de los adolescentes en hechos de carácter violento (Mestre, Samper, Tur-Porcar & Richaud, 2012), demarcando una relación positiva entre la impulsividad y la conducta agresiva (Penado et al., 2014). De manera específica, existen cifras que pueden indicar aumento de la participación de adolescentes en conductas antijurídicas que se pueden relacionar con la agresividad; entre ellas las emitidas por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) en el 2018, que señalan 251.455 adolescente entre los 14 y 17 años de edad, bajo los delitos de hurto (32,3 %) y tráfico, fabricación o porte de estupefacientes (26,8 %) (ICBF, 2018). También, el ICBF (2017) cita la cifra dada por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) de 9.510 adolescentes entre las edades de 14 a 18 años que fueron aprehendidos por la comisión de alguna conducta antijurídica, la cual fue estimada durante el 2017 en Colombia.
Por otro lado, se han identificado un cúmulo de factores de corte biológico, social, cognitivo, conductual y emocional que inciden en la adopción y mantenimiento de la agresividad. Desde el contexto social, las dinámicas y relaciones familiares inciden en el desarrollo de las conductas agresivas de los menores de edad; algunos de los factores estos sociales son el bajo nivel educativo de los padres, la ausencia de uno de los padres (Arias, 2013), las escasas estrategias de comunicación y resolución de conflictos en los padres, la autoeficacia baja en los padres, los lazos afectivos débiles y el sistema de valores débil (Belsky, 2005; Sanabria & Uribe, 2010; Arias, 2013; Ramírez y Arcila, 2013; Martínez, 2014; Caballero et al., 2018; Thartoria et al., 2018; Rodríguez-Villamizar & Amaya-Castellanos, 2019). Por otro lado, se suman pautas de crianza rígidas, asociadas a la crítica, la coerción y el rechazo, así como a la crianza indulgente o permisiva (Arias, 2013; Cruz et al., 2014; Caballero et al., 2018). También, son factores sociales incidentes en la agresividad: el ausentismo o baja escolaridad, el estrato socioeconómico bajo, los antecedentes de ser víctimas de violencia, la ausencia de apoyo social (Acero et al., 2007), un mayor número de integrantes en el sistema familiar (Belsky, 2005; Ramírez & Arcila, 2013; Martínez, 2014), la actitud negativa frente a la norma, la incorporación a grupos de pandillas, la drogadicción y delincuencia (Arias, 2013; Redondo, Rangel & Luzardo, 2016; Castañeda, Del Moral & Suárez, 2017; Sanabria & Uribe, 2010).
Respecto a los factores biológicos que se asocian a la conducta agresiva, se encuentra una mayor prevalencia de este fenómeno en el sexo masculino (Chahín, Lorenzo & Vigil, 2011; Arias, 2014). También, desde un análisis neuropsicológico se ha encontrado que la conducta agresiva está asociada a presencia de alteraciones en la amígdala cerebral, el córtex prefrontal y el funcionamiento de las redes neuronales de las anteriores estructuras y de redes frontoparietales (Tangarife-Calero & Ibáñez-Alfonso, 2020). Desde la perspectiva conductual y emocional están la inestabilidad emocional, las estrategias de afrontamiento de corte improductivo, la escasa empatía y autocontrol (Mestre et al., 2012; Caballero et al., 2018), el déficit en habilidades sociales (Arias, 2013; Sanabria & Uribe, 2010; Redondo et al., 2016; Castañeda et al., 2017), el resentimiento y desconfianza, los antecedentes de agresión, la facilitación y refuerzo social de comportamientos violentos (Obregón, 2017; Rosser, Suriá & Mateo, 2018), y la ausencia de culpa ante actos agresivos y el modelamiento (Acero et al., 2007).
En síntesis, la revisión bibliográfica demarca la necesidad de seguir describiendo, explicando e interviniendo sobre el fenómeno de la agresividad en población infantil y adolescente, grupo poblacional con particularidades en su desarrollo evolutivo que le hacen vulnerable a conductas como la agresividad, que le llevan a desencadenar en disfuncionalidad y desadaptación, impactando al individuo y su colectivo. Por ende, en este estudio se buscó describir características psicosociales y de la conducta agresiva premeditada, impulsiva y mixta, en los participantes.
MÉTODO
Población y muestra
El muestreo realizado fue de tipo no probabilístico por conveniencia, teniendo en consideración como criterios de inclusión la edad (entre 12 y 17 años) y la localidad de residencia de las personas (Bucaramanga y su área metropolitana). Se excluyeron a los sujetos con dificultad lecto-escritora.
La muestra estuvo conformada por 351 adolescentes residentes de la ciudad de Bucaramanga y su área metropolitana, de los cuales 185 eran mujeres (52,7 %) y 166 hombres (43,3 %). El rango de edad de los participantes estaba entre 12 y 17 años, con una media de edad de 14,21.
Instrumentos
Cuestionario “Ad hoc”
Este instrumento fue utilizado para la recolección de información sobre la edad, el nivel educativo, el tipo de familia, el estrato socioeconómico, la dinámica relacional con padres y familiares, y la frecuencia de poseer problemas al agredir verbalmente y físicamente a otro. Estos datos se recogieron a través de preguntas variadas en su formato de respuesta (abierta, Likert y única respuesta en múltiples opciones).
CAPI-A
El Cuestionario de Agresividad Premeditada e Impulsiva en Adolescentes o CAPI-A (Andreu, 2010) fue aplicado con el fin de evaluar la agresividad en población de 12 a 17 años de edad, diferenciando las dimensiones de agresividad premeditada y agresividad impulsiva mediante 24 preguntas tipo Likert. La agresividad premeditada refiere a la acción de dañar a otro con intención de obtener un objetivo propio con base a la coacción y dominación; mientras que, la dimensión de agresividad impulsiva es la acción de dañar a otro de forma no intencionada, sino por falta de control de impulsos. Según validación española, el CAPI-A posee un nivel de confiabilidad significativo al obtener un coeficiente Alfa de Cronbach en agresividad premeditada de 0,83, y en agresividad impulsiva de 0,82 (Andreu, 2010).
Procedimiento
La investigación se realizó en cinco fases descritas a continuación. La primera correspondía al contacto con la muestra, la cual implicó el acercamiento a los colegios, los adolescentes y a sus representantes legales, para la obtención del consentimiento y asentimiento informado. Cabe resaltar que el consentimiento informado se estableció de acuerdo a los principios de la Ley N° 1090 de 2006 de Colombia, enunciándose el objetivo, el impacto y los riesgos de la investigación, así como las responsabilidades y datos de contacto del investigador, y la descripción de las responsabilidades del participante. Posteriormente se procedió a la segunda fase de aplicación de instrumentos, en la que los adolescentes que dieron el consentimiento de participación complementaron el cuestionario “Ad hoc” y el CAPI-A de forma autoadministrada (de manera individual o grupal). La tercera fase fue el diseño de base de datos y la transcripción de información, que se basó en la realización de una base de datos en el paquete estadístico SPSS (versión 22) sobre las variables evaluadas, así como a la transcripción de los datos obtenidos en la aplicación de los instrumentos.
En la cuarta fase se realizó el análisis estadístico de tipo descriptivo mediante el cálculo de variables basado en la calificación del CAPI-A y las medidas de tendencia central. El análisis descriptivo inicial, consistió en la identificación de las características sociodemográficas (sexo, edad, nivel de escolaridad, tipo de familia y estrato socioeconómico) y psicosociales (dinámica relacional con familiares y antecedentes de problemas por conducta agresiva) de la muestra evaluada según las frecuencias de los tipos de agresividad. Enseguida, dentro de los participantes que presentaron puntuaciones altas en agresividad, se establecieron 3 submuestras que fueron: agresividad premeditada alta, agresividad impulsiva alta y agresividad mixta; a estas submuestras también se efectuó el análisis estadístico según medidas de tendencia central, para permitir una descripción comparativa. Aquí, es necesario señalar que el establecimiento de la submuestra de agresividad mixta no se obtuvo de una puntuación directa del CAPI-A, ya que este instrumento no la evalúa; dicha submuestra se constituyó ante la identificación de los participantes con puntuaciones altas en ambas dimensiones que evalúa el CAPI-A (agresividad premeditada y agresividad impulsiva) con base a la interpretación dada por Andreu et al. (2013) respecto a la agresividad mixta, sobre la que afirman es el tipo de agresividad en la que confluyen la agresividad premeditada alta y la agresividad impulsiva alta.
A su vez, ante diferencias en los resultados según sexo, se decidió corroborar la distribución de la muestra mediante la prueba Kolmogorov Smirnov, encontrando que hay anormalidad en la distribución de la muestra; por ende, se decide analizar los datos a través de la Chi-cuadrado de Pearson con la finalidad de estudiar la asociación entre el sexo y la presencia de agresividad premeditada e impulsiva. Finalmente, la quinta fase fue de resultados y discusión en la que se compilaron los datos y se compararon con investigaciones previas.
Resultados
A continuación, se mostrarán los datos adquiridos mediante la fase de análisis estadístico según el manejo de información hecho; en primer lugar, se describen los datos sociodemográficos de la muestra total para proseguir con su caracterización según resultados del CAPI-A, la cual permitió realizar la distribución de los adolescentes que puntuaron alto en agresividad según tipo de esta (premeditada, impulsiva y mixta). Posteriormente, se expondrán los análisis de la distribución de normalidad para finalizar con la descripción de las características psicosociales (dinámica relacional con familiares y antecedentes de problemas por conducta agresiva) respecto al tipo de agresividad presentada.
En lo que atañe a los resultados relacionados a las frecuencias de las características sociodemográficas de la muestra, resaltan que la mayoría de los adolescentes participantes fueron mujeres (52,7 %), provienen de una familia nuclear (41,8 %) y residen en los estratos socioeconómicos II (35,5 %) y III (31,5 %). Asimismo, la muestra general tuvo agrupación respecto a los niveles escolares entre el grado séptimo y once (278; 80 %), siendo el más frecuente octavo grado (19,9 %). La distribución de la muestra general por edad mostró frecuencias equitativas excepto en la edad de 17 años que fue de menor porcentaje (34; 9,7 %). Los anteriores datos se muestran en la Tabla 1.
Variable | Frecuencia | % | |
---|---|---|---|
Sexo | Hombre | 166 | 43,3% |
Mujer* | 185 | 52,7% | |
Edad | 12* | 69 | 19,7% |
13 | 64 | 18,2% | |
14* | 70 | 19,9% | |
15 | 56 | 16,0% | |
16 | 58 | 16,5% | |
17 | 34 | 9,7% | |
Nivel Escolar que Cursa | No estudia | 1 | 0,3% |
4 | 8 | 2,3% | |
5 | 20 | 5,7% | |
6 | 36 | 10,3% | |
7 | 58 | 16,5% | |
8* | 70 | 19,9% | |
9 | 49 | 14,0% | |
10 | 52 | 15,8% | |
11 | 49 | 14,0% | |
Técnico-Tecnológico | 3 | 0,9% | |
Universitario | 2 | 0,6% | |
Sin información | 3 | 0,9% | |
Tipo de Familia | Nuclear* | 148 | 42,2% |
Monoparental | 39 | 11,1% | |
Extensa con padres | 50 | 14,2% | |
Extensa con un padre | 58 | 16,5% | |
Extensa sin padres | 19 | 5,4% | |
Cohabituación | 1 | 0,3% | |
Reconstituida | 33 | 9,4% | |
Sin información | 3 | 0,9% | |
Estrato Socioeconómico | 0 | 2 | 0,6% |
I | 58 | 16,5% | |
II* | 125 | 35,6% | |
III | 116 | 33,0% | |
IV | 30 | 8,5% | |
V | 5 | 1,4% | |
VI | 2 | 0,6% | |
Sin información | 13 | 3,7% |
Nota: * Son los datos de mayor frecuencia por variable. Existen datos sin información debido a que el participante no reportó respuesta. El análisis de porcentaje es el relacionado al total de la muestra (n= 351).
Por otra parte, en la Tabla 2 está expuesto el análisis de distribución de la muestra evaluada según la calificación obtenida en el instrumento CAPI-A. En esta tabla es identificable que la mayor proporción de adolescentes se mantuvieron en un rango medio de agresividad tanto impulsiva (43 %) como premeditada (53,8 %). Ahora, al analizar los porcentajes de agresividad alta se evidencia que la agresividad impulsiva prevalece (33 %) con relación a la agresividad premeditada (19,9 %). A su vez, y frente al análisis por sexo, son las mujeres las que para este estudio presentaron mayor predominancia de puntuaciones altas tanto para agresividad premeditada (25,4 %) como impulsiva (37,3 %) en comparación con los hombres (agresividad premedita = 13,9 %; impulsiva= 28,3 %).
Variables | Bajo | Medio | Alto | Total | |||||
N | % | N | % | N | % | N | % | ||
Mujeres | Agresividad Premeditada | 32 | 17,3% | 106 | 57,3% | 47 | 25,4% | 185 | 100% |
Agresividad Impulsiva | 33 | 17,8% | 83 | 44,9% | 69 | 37,3% | 185 | 100% | |
Hombres | Agresividad Premeditada | 60 | 36,1% | 83 | 50,0% | 23 | 13,9% | 166 | 100% |
Agresividad Impulsiva | 51 | 30,7% | 68 | 41,0% | 47 | 28,3% | 166 | 100% | |
Total | Agresividad Premeditada | 92 | 26,2% | 189 | 53,8% | 70 | 19,9% | 351 | 100% |
Agresividad Impulsiva | 84 | 23,9% | 151 | 43,0% | 116 | 33,0% | 351 | 100% |
Nota: La interpretación de puntuación baja, media y alta, se realizó según las tablas baremos de la prueba, las cuales se diferencian por sexo. (n: 351).
Partiendo de los resultados anteriores, se aplicó un análisis de distribución de la muestra según sexo, mediante la prueba Kolmogorov Smirnov; su resultado de significancia ≤0,005 denota que no se cumple el supuesto de normalidad en agresividad premeditada e impulsiva tanto para hombres como para mujeres. Por su parte, los resultados de la prueba Chi-Cuadrado en la agresividad premeditada fue de p ≤ 0,000 y en la agresividad impulsiva de p ≤ 0,014, hallazgos que demuestran la diferenciación en la distribución de las muestras según sexo. De manera detallada, los datos obtenidos por las tablas de contingencia del Chi-Cuadrado, muestran mayor diferencia entre hombres y mujeres ante puntuaciones bajas y altas en ambos tipos de agresividad. Específicamente, el 36,1 % de los hombres y el 17,3 % de las mujeres obtuvieron puntuaciones bajas en agresividad premeditada, y el 30,7 % de hombres y el 17,8 % de mujeres se relacionaron a puntuaciones bajas en agresividad impulsiva; mientras que, sobre las diferencias en puntuaciones altas el 13,9 % de los hombres y el 25,4 % de las mujeres se clasificaron en agresividad premeditada, y el 28,3 % de los hombres y el 37,3 % de las mujeres en agresividad impulsiva.
Por otro lado, partiendo del supuesto que la agresividad mixta es aquella en la que concurren la agresividad premeditada e impulsiva, se encontró que 49 adolescentes (14 %) presentaban puntuaciones altas en ambos tipos de agresividad que evalúa el CAPI-A, es decir, tenían un perfil de agresividad mixta. De manera coherente a los resultados previamente enunciados, las mujeres obtuvieron mayor frecuencia en agresividad mixta (35; 71,4 %) en comparación a los hombres (14; 28,6 %). Así, y con base a los análisis de la presencia de los tres tipos de agresividad, se puede estimar que 137 adolescentes presentaron conducta agresiva dentro de su repertorio comportamental, lo que corresponde al 39 % de la muestra evaluada.
En lo relativo a los resultados sociodemográficos del grupo de adolescentes que obtuvo puntuaciones altas en algún tipo de agresividad (39 %), los cuales se exponen en la tabla 3, se identificó que las mujeres tienen predominancia en los tres tipos de agresividad (premeditada, impulsiva y mixta). Por otro lado, la edad en la que se presentaron con mayor frecuencia la agresividad premeditada y la agresividad mixta fue 14 años (4,6 % y 3,7%, respectivamente); mientras que, en la agresividad impulsiva la edad en la que se encontró un mayor reporte de casos fue 12 años (7,7 %). En cuanto al nivel educativo, se halló que la mayoría de los adolescentes que presentaron agresividad premeditada y mixta cursaban octavo grado (4,6 % y 3,1 %, respectivamente); por su parte, en el grupo de adolescentes con agresividad impulsiva alta había mayor predominancia de sujetos que cursaban séptimo grado académico (6 %). Frente a la distribución de la muestra con puntuaciones altas en las variables de la estructura familiar y el estrato socioeconómico, se evidenció que los adolescentes que conformaban familias nucleares fueron los que presentaron predominancia en los tres tipos de agresividad (premeditada= 7,1 %; impulsiva= 11,7 % y mixta= 4,6 %); un comportamiento similar fue el encontrado con el estrato socioeconómico III (premeditada= 6,6 %; impulsiva= 10,8 % y mixta= 4,6 %). Ahora bien, los resultados anteriores en las variables edad, nivel escolar, tipo de familia y estrato socioeconómico, pueden explicarse a la distribución de la muestra, pues los 14 y 12 años de edad, el octavo grado académico, la familia nuclear y el estrato socioeconómico II y III, fueron los datos sociodemográficos de mayor prevalencia en la muestra total, infiriendo mayor probabilidad de hallar sujetos con dichas características con puntuaciones altas en agresividad.
Muestra total | Agresividad Premeditada | Agresividad Impulsiva | Agresividad Mixta | ||||||
Variable | Frecuencia | % | Frecuencia | % | Frecuencia | % | Frecuencia | % | |
Sexo | Hombre | 166 | 43,3% | 23 | 6,6% | 47 | 13,4% | 14 | 4,0% |
Mujer | 185* | 52,7% | 47* | 13,4% | 69* | 19,7% | 35* | 10,0% | |
Edad | 12 | 69 | 19,7% | 11 | 3,1% | 27* | 7,7% | 7 | 2,0% |
13 | 64 | 18,2% | 15 | 4,3% | 19 | 5,4% | 11 | 3,1% | |
14 | 70* | 19,9% | 16* | 4,6% | 21 | 6,0% | 13* | 3,7% | |
15 | 56 | 16,0% | 8 | 2,3% | 20 | 5,7% | 5 | 1,4% | |
16 | 58 | 16,5% | 12 | 3,4% | 18 | 5,1% | 8 | 2,3% | |
17 | 34 | 9,7% | 8 | 2,3% | 11 | 3,1% | 5 | 1,4% | |
Nivel Escolar que Cursa | No estudia | 1 | 0,3% | 1 | 0,3% | 1 | 0,3% | 1 | 0,3% |
Cuarto | 8 | 2,3% | 2 | 0,6% | 5 | 1,4% | 2 | 0,6% | |
Quinto | 20 | 5,7% | 5 | 1,4% | 11 | 3,1% | 3 | 0,9% | |
Sexto | 36 | 10,3% | 5 | 1,4% | 14 | 4,0% | 4 | 1,1% | |
Séptimo | 58 | 16,5% | 13 | 3,7% | 21* | 6,0% | 9 | 2,6% | |
Octavo | 70* | 19,9% | 16* | 4,6% | 18 | 5,1% | 11* | 3,1% | |
Noveno | 49 | 14,0% | 9 | 2,6% | 11 | 3,1% | 6 | 1,7% | |
Décimo | 52 | 15,8% | 9 | 2,6% | 19 | 5,4% | 7 | 2,0% | |
Once | 49 | 14,0% | 10 | 2,8% | 14 | 4,0% | 6 | 1,7% | |
Técnico-Tecnológico | 3 | 0,9% | - | - | - | - | |||
Universitario | 2 | 0,6% | - | - | - | - | |||
Sin información | 3 | 0,9% | - | 2 | 0,6% | - | - | ||
Tipo de Familia | Nuclear | 148* | 42,2% | 25* | 7,1% | 41* | 11,7% | 16* | 4,6% |
Monoparental | 39 | 11,1% | 11 | 3,1% | 16 | 4,6% | 9 | 2,6% | |
Extensa con padres | 50 | 14,2% | 9 | 2,6% | 15 | 4,3% | 7 | 2,0% | |
Extensa con un padre | 58 | 16,5% | 15 | 4,3% | 23 | 6,6% | 11 | 3,1% | |
Extensa sin padres | 19 | 5,4% | 2 | 0,6% | 8 | 2,3% | 1 | 0,3% | |
Cohabituación | 1 | 0,3% | 1 | 0,3% | 1 | 0,3% | 1 | 0,3% | |
Reconstituida | 33 | 9,4% | 7 | 2,0% | 11 | 3,1% | 4 | 1,1% | |
Sin información | 3 | 0,9% | - | - | 1 | 0,3% | - | - | |
Estrato Socioeconómico | 0 | 2 | 0,6% | - | - | - | - | - | - |
I | 58 | 16,5% | 14 | 4,0% | 23 | 6,6% | 9 | 2,6% | |
II | 125* | 35,6% | 20 | 5,7% | 36 | 10,3% | 14 | 4,0% | |
III | 116 | 33,0% | 23* | 6,6% | 38* | 10,8% | 16* | 4,6% | |
IV | 30 | 8,5% | 6 | 1,7% | 10 | 2,8% | 5 | 1,4% | |
V | 5 | 1,4% | 1 | 0,3% | 2 | 0,6% | 1 | 0,3% | |
VI | 2 | 0,6% | 1 | 0,3% | 1 | 0,3% | 1 | 0,3% | |
Sin información | 13 | 3,7% | 5 | 1,4% | 6 | 1,7% | - | - | |
TOTAL | 351 | 100% | 70 | 19,9% | 116 | 33% | 49 | 14% |
Nota: * Son los datos de mayor frecuencia por variable. El análisis de porcentaje es el relacionado al total de la muestra (n= 351).
En la Tabla 4 se expone la descripción de los resultados sobre la dinámica relacional entre los adolescentes que presentaron algún tipo de agresividad, y sus familiares. En general, la mayoría de los adolescentes con puntuaciones altas en agresividad, reportaron una relación con la madre basada en la confianza (Agresividad premeditada= 51,4 %; Agresividad impulsiva= 48,3 %; Agresividad mixta= 46,9 %) y una dinámica relacional con el grupo familiar de confianza (Agresividad premeditada= 35,7 %; Agresividad impulsiva= 34,5 %; Agresividad mixta= 32,7 %). En lo que respecta a la dinámica relacional con la figura paterna de los adolescentes que obtuvieron puntuaciones altas en agresividad, se halló que suele estar basada en el distanciamiento (Agresividad premeditada= 20 %; Agresividad impulsiva= 19 %; Agresividad mixta=18,4 %), el ausentismo (Agresividad premeditada= 21,4 %; Agresividad impulsiva= 22,4 %; Agresividad mixta=26,5 %) y la obediencia (Agresividad premeditada= 18,6 %; Agresividad impulsiva= 19,8 %; Agresividad mixta=22,4 %). Frente al resultado anterior, se resalta aquí que la muestra total, no discriminada por presencia de agresividad, se caracterizó por presentar porcentajes relevantes de relación de confianza con la madre (54,7 %), el padre (22,2 %) y la familia en general (42,5 %), lo que relacionado a los resultados iniciales de este párrafo señala una diferencia llamativa en la relación con el padre cuando se presenta algún tipo de agresividad.
Por último, se analizaron dos variables adicionales asociadas con los antecedentes de problemas debido a conductas de agresión verbal y física, lo que arrojó resultados similares para la muestra general y las submuestras (participantes con puntuaciones altas de agresividad), ya que la mayoría de los adolescentes evaluados presentaron en “pocas ocasiones” o “nunca” problemas por efectuar una conducta agresiva verbal o física a otra persona. Sin embargo, se resalta que el grupo de participantes con algún tipo de perfil de agresividad tienen frecuencias más significativas en la opción de presentar en “muchas ocasiones” problemas con otros por conducta de agresión verbal (agresividad premeditada=30 %; agresividad impulsiva=24,1 %; agresividad mixta= 36,7 %) y agresión física (agresividad premeditada=15,7 %; agresividad impulsiva=12,1 %; agresividad mixta= 18,4 %), en comparación a la muestra general (11,1 % y 6,6 %, respectivamente).
Variable | Muestra total (n=351) | Agresividad Premeditada (n=70) | Agresividad Impulsiva (n=116) | Agresividad Mixta (n=49) | |||||
---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|
Frecuencia | % | Frecuencia | % | Frecuencia | % | Frecuencia | % | ||
Relación con Madre | Confianza | 192* | 54,7% | 36* | 51,4% | 56* | 48,3% | 23* | 46,9% |
Obediencia | 62 | 17,7% | 8 | 11,4% | 14 | 12,1% | 5 | 10,2% | |
Control y miedo | 35 | 10,0% | 9 | 12,9% | 11 | 9,5% | 6 | 12,2% | |
Problemática | 26 | 7,4% | 6 | 8,6% | 15 | 12,9% | 6 | 12,2% | |
Permisiva | 14 | 4,0% | 7 | 10,0% | 9 | 7,8% | 6 | 12,2% | |
Distante | 15 | 4,3% | 4 | 5,7% | 8 | 6,9% | 3 | 6,1% | |
Ausente | 5 | 1,4% | 0 | 0,0% | 3 | 2,6% | - | - | |
Relación con Padre | Confianza | 78 | 22,2% | 10 | 14,3% | 18 | 15,5% | 3 | 6,1% |
Obediencia | 87* | 24,8% | 13 | 18,6% | 23 | 19,8% | 11 | 22,4% | |
Control y miedo | 35 | 10,0% | 5 | 7,1% | 13 | 11,2% | 3 | 6,1% | |
Problemática | 22 | 6,3% | 11 | 15,7% | 10 | 8,6% | 8 | 16,3% | |
Permisiva | 14 | 4,0% | 2 | 2,9% | 3 | 2,6% | 2 | 4,1% | |
Distante | 60 | 17,1% | 14 | 20,0% | 22 | 19,0% | 9 | 18,4% | |
Ausente | 52 | 14,8% | 15* | 21,4% | 26* | 22,4% | 13* | 26,5% | |
Relación con la Familia | Confianza | 149* | 42,5% | 25* | 35,7% | 40* | 34,5% | 16* | 32,7% |
Obediencia | 78 | 22,2% | 15 | 21,4% | 28 | 24,1% | 11 | 22,4% | |
Control y miedo | 23 | 6,6% | 4 | 5,7% | 7 | 6,0% | 3 | 6,1% | |
Problemática | 25 | 7,1% | 11 | 15,7% | 13 | 11,2% | 8 | 16,3% | |
Permisiva | 27 | 7,7% | 8 | 11,4% | 13 | 11,2% | 7 | 14,3% | |
Distante | 29 | 8,3% | 4 | 5,7% | 9 | 7,8% | 2 | 4,1% | |
Ausente | 18 | 5,1% | 3 | 4,3% | 6 | 5,2% | 2 | 4,1% | |
Antecedentes de problemas por agresión verbal | Nunca | 179* | 59,5% | 20 | 28,6% | 35 | 30,2% | 12 | 24,5% |
En pocas ocasiones | 120 | 34,2% | 24* | 34,3% | 45* | 38,8% | 15 | 30,6% | |
En muchas ocasiones | 39 | 11,1% | 21 | 30,0% | 28 | 24,1% | 18* | 36,7% | |
Siempre | 11 | 3,1% | 5 | 7,1% | 8 | 6,9% | 4 | 8,2% | |
Antecedentes de problemas por agresión física | Nunca | 209* | 59,5% | 26 | 37,1% | 48* | 41,4% | 15 | 30,6% |
En pocas ocasiones | 102 | 29,1% | 27* | 38,6% | 42 | 36,2% | 20* | 40,8% | |
En muchas ocasiones | 23 | 6,6% | 11 | 15,7% | 14 | 12,1% | 9 | 18,4% | |
Siempre | 16 | 4,6% | 6 | 8,6% | 11 | 9,5% | 5 | 10,2% |
Nota: El análisis de porcentaje sobre la muestra total es el relacionado al total de sujetos evaluados (n= 351); mientras que el porcentaje de la submuestra de agresividad premeditada está relacionado al total de participantes que presentaron este tipo de agresividad (n=70), y la misma lógica para la submuestra de agresividad impulsiva (n=116) y agresividad mixta (n=49). * Son los datos de mayor frecuencia por variable.
DISCUSIÓN
Los hallazgos que se obtuvieron en esta investigación guardan coherencia con estudios previos que resaltan la prevalencia de la conducta agresiva en la adolescencia (Andreu et al., 2013; Cruz et al., 2014; Redondo et al., 2016; Roncero et al., 2016; Crespo, Romero, Martínez y Musitu, 2017; Martínez et al., 2017; Pronina & Gerasimova, 2018; Rosser et al., 2018). Estos resultados llevan a relacionar a la agresividad como una característica típica o probable durante esta etapa de la vida, propiciada por una inmadurez en componentes neuropsicológicos (Puiu et al., 2018; Tangarife-Calero & Ibáñez-Alfonso, 2020) que involucra elementos fisiológicos, experienciales y de desarrollo. En este sentido, la inestabilidad emocional, la impulsividad como mecanismo para resolver la tensión a los problemas de forma rápida, el déficit en la atención a detalles o alternativas que pueden permitir resolver funcionalmente los conflictos, la aplicación de estrategias de afrontamiento improductivas, la búsqueda de autonomía y desafío de la autoridad, la necesidad de aprobación social para lo cual muchas veces emplean el uso del poder sobre los otros, el menor nivel de control cognitivo de la impulsividad, y la falta de empatía, son factores que han identificado otros investigadores en la población adolescente que desde una perspectiva analítica pueden relacionarse a la conducta agresiva (Mestre et al., 2012; Arias, 2013; Talavera, 2016; Castañeda et al., 2017).
Lo anterior lleva a inferir que, si la agresividad es una conducta frecuente en la adolescencia, durante esta etapa del desarrollo o de forma previa, es decir en la infancia, se hace necesario atender oportuna y pertinentemente los elementos que propician su aparición y mantenimiento, más cuando se asocia a problemas de tipo social y clínico (Farnicka, 2017). Esto se vuelve aún más relevante cuando se contempla la adolescencia como una de las etapas más críticas en el desarrollo del individuo, en donde a partir de los aprendizajes, las experiencias y la interacción con pares, se instaura su personalidad, estableciendo patrones comportamentales para la vida adulta que pueden ser funcionales o no (Cleverley, Szatmari, Vaillancourt, Boyle & Lipman, 2012). Es así que, si en la adolescencia se adopta un comportamiento agresivo como viable y funcional para responder a las necesidades del entorno social, es posible que se esté formando un adulto con problemas adaptativos, trastornos mentales e incluso rasgos antisociales (Acero et al., 2007; Cleverley et al., 2012; Andreu et al., 2013; Penado et al., 2014; Thartoria et al., 2018); por lo que, los adolescentes de este estudio que puntuaron alto en algún tipo de agresividad, puede que mantengan estas conductas agresivas en su adultez, impactando en su vida y en la de quienes le rodean.
Desde la misma línea de análisis de la vulnerabilidad en la adolescencia frente a la conducta agresiva, Cuartas (2018) describe la agresividad en esta etapa del desarrollo como una reacción ante la exposición constante a ambientes estresantes o tóxicos relacionados con violencia, negligencia y pobreza dentro y fuera de sus entornos familiares. En este sentido, se puede inferir que el contexto de conflicto armado interno que ha marcado a Colombia, puede conllevar a que los adolescentes colombianos que han estado bajo sus efectos persistentes (directa o indirectamente), adopten la agresividad como pauta comportamental aceptable. Si bien, el ser víctima del conflicto armado interno y su grado de afectación no fueron variables abordadas en la presente investigación, se hace necesario resaltar que es un componente latente que tiene la población colombiana, el cual puede incrementar la posibilidad de la conducta agresiva en los adolescentes, pues no cuentan con el desarrollo psicosocial suficiente para el abordaje y el entendimiento de esta historia de guerra (Cuartas, Grogan-Kaylor & Berenice-Castillo, 2019). Por otro lado, Bajnath et al. (2020) concluyen que contextos y condiciones de vulnerabilidad y agresión, conducen a que los niños y adolescentes presenten deficiencias en la atención y control de los impulsos, bajos niveles de inteligencia y rendimiento académico, y mayor riesgo de desarrollar enfermedades mentales. La reflexión aquí elaborada, señala que la agresividad como contexto y conducta, es una problemática de significancia para acoger en los planes de intervención dirigidos a la población infanto-juvenil, ya que el aprendizaje que se da en estas etapas de vida es la base del componente de personalidad; aún más, porque el aprendizaje durante la infancia y la adolescencia puede moldearse y es flexible, lo que lo hace más fácilmente tratable en comparación al aprendizaje que se puede dar en la adultez.
Por otro lado, entre los hallazgos de la presente investigación se encontró que la agresividad reactiva o impulsiva prevaleció en la muestra evaluada, siendo mayor la frecuencia de agresividad en los adolescentes de menor edad en quienes por sus características de desarrollo se espera una mayor inmadurez emocional (Acero et al., 2007; Arias, 2013). Al respecto, Talavera (2016) afirmó que la impulsividad está asociada a escaso nivel atencional para la búsqueda de solución a los problemas antes del conflicto; en este caso, el adolescente tiende a reaccionar de forma agresiva en vez de buscar alternativas asertivas con base a la reflexión de los recursos y las opciones de respuesta al problema. Asimismo, Mestre et al. (2012) relacionan que la impulsividad se correlaciona negativamente con la empatía y positivamente con el escaso autocontrol de la conducta ante los conflictos sociales; por lo que, la impulsividad existente en los adolescentes puede explicarse ante la percepción limitada de la comprensión del otro y sus condiciones, y a la planeación y reflexión pobre sobre su conducta (Acero et al., 2007; Caballero et al., 2018). Todo lo anterior se sintetiza en las conclusiones de Mestre et al. (2012), Arias (2013), Farnicka (2017) y Puiu et al. (2018), quienes señalan como características de los adolescentes la escasa capacidad en el control de sus impulsos emocionales, el déficit en la inhibición de la respuesta y la continua necesidad de búsqueda de sensaciones extremas; las cuales a su vez, se deben a la baja inteligencia emocional, la dificultad para seleccionar una respuesta apropiada ante situaciones de provocación y frustración, y la impulsividad.
En lo relativo a las mujeres, quienes obtuvieron mayor frecuencia en los tres tipos de perfiles de agresividad analizados, los resultados confrontan lo hallado en la literatura científica acerca de la incidencia de mayor agresividad en los hombres (Acero et al., 2007; Chahín et al., 2011; Arias, 2014; Redondo, Rangel y Luzardo, 2016; Massarwi & Khoury-Kassabri, 2017). Por lo que se puede debatir que hoy en día las mujeres tienen mayor expresividad de sus emociones como la ira, así como que en ellas ha disminuido el temor a pérdidas o represalias de asumir una conducta agresiva. En coherencia a estos hallazgos, existen estudios que lograron identificar características diferenciales en la expresión de la agresividad por sexo; por ejemplo, Talavera (2016) y Rosser et al. (2018) concuerdan que las mujeres tienden a sobrellevar una agresividad interiorizada o caracterizada por sentimientos o emocionalidad negativa, como ira y hostilidad, en cambio los hombres suelen externalizarla. Lo anterior lleva a asociar que variables como el afecto y la emoción irracional y no controlada, pueden conllevar fácilmente a conductas impulsivas y planeadas de tipo agresivo (Bouquet, García-Méndez, Díaz-Loving & Rivera-Aragón, 2019); es decir, el deseo de venganza, la hostilidad, la ira y la culpa, pueden ser factores incidentes en la adopción de la conducta agresiva en mujeres. No obstante, Farnicka (2017) halló, que el género no es un factor diferenciador en el contexto del comportamiento agresivo, ya sea desde la perspectiva de víctima o victimario. De manera análoga, Massarwi & Khoury- Kassabri (2017) expresa que las correlaciones que hay entre el género y la agresión, están mediadas por las creencias normativas que se tienen hacia este tipo de fenómenos; es decir, más que el género en sí, son las creencias asociadas a la aprobación de la agresividad las que se asocian a mayor riesgo de perpetrar e incentivar una conducta agresiva.
En otro aspecto, los resultados demuestran que las dinámicas familiares (padres-familiares cercanos) para las submuestras con agresividad, no se caracterizaron por ser coercitivas o permisivas; esto es distante a los hallazgos de investigaciones previas los cuales sugieren que pautas de crianza con estilos relacionales punitivos, críticos, pasivos y violentos, suelen predisponer a la adopción de conductas agresivas en los menores de edad (Salamanca y Güichá, 2011; Arias, 2013; Cruz et al., 2014; Cuartas, 2018). Por ejemplo, según Thartoria et al. (2018) la irritabilidad de las madres conduce al adolescente a externalizar conductas problemáticas asociadas con la agresión y la delincuencia; del mismo modo, Puiu et al. (2018) señalan que cuando los padres ejercen el control inhibitorio de la respuesta comportamental del adolescente, toman un papel representativo en las reacciones conductuales del adolescente en situaciones de ira, frustración y tensión. Por otro lado, en lo que respecta a la dinámica relacional específica con el padre, se puede afirmar que la percepción de ausencia y distancia vincular con esta figura, tiene asociación con la presencia de algún tipo de perfil de agresividad, lo que demarca la relevancia de la relación padre-hijo(a) y su posible implicación en la conducta del adolescente; esto último, fue señalado previamente por Rodríguez-Villamizar y Amaya-Castellanos (2019) desde la asociación de las pautas de crianza en el comportamiento de los jóvenes. Anidado a esta situación, Lambert y Cashwell (2004) encontraron que una mala comunicación entre padres e hijos adolescentes se relacionan negativa y significativamente con la ocurrencia de violencia física grave contra otros y delincuencia juvenil. Sin embargo, los anteriores resultados tendrán que confrontarse con futuras líneas de investigación, especialmente de alcance correlacional y explicativo pues pueden ser características distintivas de la muestra, ya que son variables frecuentes en la muestra generalizada, más no determinantes de la conducta agresiva.
Para terminar, se identificó que es escasa la percepción de problemas que han tenido los adolescentes frente a la ocurrencia de agresiones verbales o físicas a otros, lo que se puede explicar por falta de consecuencias o consciencia sobre las secuelas de sus actos, que les permita aprender un patrón comportamental de mayor adaptación al contexto social en el que se encuentran. Esto puede analizarse desde la falta de empatía que caracteriza a los adolescentes (Mestre et al., 2012) o por el impacto del aprendizaje social en el que el refuerzo de la conducta agresiva y el modelamiento de la misma por parte de figuras sociales cercanas (por ejemplo, familiares o amigos), influyen en la normalización de la conducta agresiva, y con ello, en la adquisición y mantenimiento de la misma (Acero et al., 2007; Salamanca & Güichá, 2011; Ramírez & Arcila, 2013; Penado et al., 2014; Caballero et al., 2018; Rodríguez-Villamizar & Amaya-Castellanos, 2019). Por otra parte, cabe destacar que la percepción de problemas ante actos agresivos, es de mayor frecuencia cuando se presenta la agresividad mixta, lo que quiere decir que cuando confluyen los dos tipos de agresividad, premeditada e impulsiva, el adolescente puede presentar mayores problemáticas sociales con relación a su conducta agresiva, dificultando su adaptación (Barker et al., 2006). Este último aspecto es de interés puesto que señala la importancia de la prevención de la conducta agresiva desde la infancia, debido a hallazgos de previas investigaciones que relacionan la agresividad mixta en la infancia y adolescencia con actos violentos e intensificación de la agresividad en la adultez (Barker et al., 2006; Penado et al., 2014).
CONCLUSIONES
Esta investigación arrojó resultados que demuestran la presencia llamativa de la conducta agresiva en adolescentes, siendo relevante la predominancia de la agresividad a menor edad y la prevalencia de la agresividad impulsiva. Estos datos se han corroborado con investigaciones previas que sugieren que las variables edad, adolescencia, agresividad e impulsividad, están interconectadas, lo que lleva a enfatizar el reconocimiento de esta relación cuando se estudia alguna de estas variables. En consecuencia, se asume que la falta del control de impulsos y la etapa vital infanto-juvenil, tienen una relación de riesgo frente a la agresividad, la cual es necesaria aclarar con respecto a su carácter influyente para lograr comprender, predecir y prevenir la disfuncionalidad social en la adultez que se produce ante una conducta agresiva crónica.
A su vez, el hallazgo con respecto a la predominancia de agresividad en mujeres, denota un cambio en patrones conductuales de la cultura, asociados a mayor expresividad de las mujeres respecto a sus sentimientos y emociones. Por otro lado, una frecuencia mayor de la relación con el padre de tipo distante y ausente, resalta la relevancia de las características de estructura y dinámica en el sistema familiar. Además, la prevalencia de agresividad en participantes que cursaban séptimo y octavo grado, lleva a recomendar brindar mayor atención a estos niveles académicos para la prevención de conductas disfuncionales asociadas a la agresividad.
En este sentido, se requiere que se desarrolle material científico enfocado en la delimitación de la impulsividad como un factor que caracteriza tanto a la agresividad como a la adolescencia. Así mismo, otro factor relevante a investigar es el sexo, especialmente para establecer si existe una relación explicativa entre esta variable y la presencia de agresividad. También, la dinámica relacional en el sistema familiar, el modelamiento, la interacción con contextos en los que la agresividad es un estilo de comportamiento aceptable; la actitud y las creencias alrededor de la conducta agresiva, son variables que deberían considerarse en futuros estudios.
De tal forma, es relevante profundizar a través de investigaciones científicas futuras el estudio de la conducta agresiva en adolescentes, y muy específicamente de las variables que pueden influir en su origen y mantenimiento, con el fin de brindar aportes en la prevención de problemáticas sociales y de salud a las que se le asocia la conducta agresiva como la violencia y los trastornos de conducta. Sin embargo, se recomienda considerar dentro del desarrollo de estas investigaciones, muestras de estudio más amplias o delimitadas bajo el tamaño del efecto de las variables, diseños metodológicos de alcance correlacional o explicativo, e instrumentos de mayor rigurosidad psicométrica. En síntesis, se recomienda el estudio de la problemática con metodologías científicas que permitan el control de variables de confusión.