1. INTRODUCCIÓN
Las constantes transformaciones culturales y de quienes performan un sinfín de roles, palpables en cuestiones como la creciente aceptación de la diversidad sexual y desde la apertura a la generación de nuevas comprensiones de las dinámicas sexuales emergentes, plantean la aún contemporánea necesidad de comprensión del comportamiento sexual humano, tanto para el colectivo social en general, como para la ciencia y aquellos interesados en la administración y gestión de los cuerpos a través de diversas instituciones de poder como las escuelas, la iglesia, la ley y el Estado.
La comprensión de lo sexual, desde lo hegemónico y lo liberador, es necesaria pues “las actividades sexuales pueden afectar a personas que no estén directamente involucradas, o dañar la organización social en su conjunto” (Kinsey, Pomeroy, Martin & Gebhard, 1949-1953, p. 3), ello desde la ejecución e invisibilización. Ejemplo de esto es la lucha dada por los colectivos LGTBIQ+ frente a la categorización de “enfermos” que les fue asignadas por el CIE-6 (1949) y del DSM-I (1952), principales manuales diagnósticos mentales aún hoy día, algo que corrigió en 1990 y 1987 (respectivamente) y que aún en la actualidad acarrea estigmatización e imaginarios negativos por los cuales aún se manifiestan.
Ahora bien, Alzate (1987), explica que la sexualidad es el resultado de la interacción de la evolución biológica, determinante de las funciones corporales, también llamadas somatofisiológicas, y el entorno sociocultural, que influye poderosamente sobre el funcionamiento psíquico o psicofisiológico, entendido este en sus dimensiones cognitiva (pensamiento), afectiva (emoción) y actitudinal (comportamiento); por lo anterior, la sexualidad humana, tiene varias funciones, principalmente la reproductora y la placentera o erótica, definida por Zwang (1972, como se citó en Alzate, 1987) como “la búsqueda consciente del placer sexual” (p. 3). A partir de esto Rivera (2020) concluye lo siguiente:
[La conducta sexual es] cualquier acción que realiza un individuo con el fin de resolver un impulso sexual (resolver un deseo erótico o reproductivo). Esto, intentando preservar un máximo equilibrio entre la necesidad de resolución de dicho impulso, (sin limitarse a relaciones netamente coitales, sino por el contrario abriendo un abanico a todas las conductas que pueden generar un placer erótico ya sea solo o con una pareja) y las posibles consecuencias que esta pueda traer (p. 25).
Esta facultad puede afectar a las personas en la medida en que, sin una comprensión clara y libre de esta, más que orientados al goce de lo sexual, serán orientados a una perspectiva erotofóbica, donde el miedo al castigo, la enfermedad, al estigma, al no cumplimiento del rol sexual (con sus múltiples requerimientos simbólico-lingüísticos), se convierten en el foco de estudio y enseñanza sociales.
Por su parte, Álvarez-Gayou (2011) expone que la sexualidad, para la mayoría, “representa problemas y conflictos de diversa índole” (p. 3), donde una gran mayoría vive y actúa sin un conocimiento real de su sexualidad y la de los demás, lo que conlleva a una disfunción en la vida individual y colectiva. Incluso el Ministerio de la Protección Social (Fontanilla, Bello, Palacio, 2011) recalca que la salud sexual y reproductiva implica un estado de bienestar físico, mental y social, y no exclusivamente la ausencia de enfermedades o dolencias en estos aspectos relacionados.
Lo ya expuesto entrevé la pertinencia de datos actualizados sobre las conductas sexuales humanas y las variables que la permean. Las preguntas orientadoras fueron: ¿Cuál es la situación actual sobre los comportamientos sexuales en los jóvenes en Colombia? ¿Qué diferencias y similitudes se encuentran entre algunos comportamientos sexuales en los jóvenes en Colombia y otros países iberoamericanos? ¿Qué factores de riesgo o de protección inciden en el comportamiento sexual de los jóvenes? Ello plantea el objetivo: Describir y analizar estudios sobre la conducta sexual en jóvenes iberoamericanos.
Es sabido que el conocimiento es fundamental en el ejercicio de cualquier acto que se lleve a cabo y la sexualidad no se excluye de dicho ámbito. Tal como argumentaba Álvarez-Gayou (2011)) esto puede llevar a los individuos a una disfunción en su vida individual y social, tanto en la esfera psíquica como física. Es por ello que se pretende que el conocimiento aquí expuesto, siendo las variables principales a indagar las conductas sexuales de estos jóvenes y la edad promedio de inicio de sus relaciones sexuales, promueva transformaciones del camino negativo erotofóbico de la sociedad y sus diversas instituciones, hacia un paradigma positivo erotofílico (de su antónimo “erotofóbia”, se entiende como simpatía u empatía hacia el erotismo) del hedonismo responsable, hacia el disfrute de la sexualidad.
2. MÉTODO
2.1. Diseño empleado
Se utilizó la metodología de estudio documental descriptivo por su pertinencia al describir y analizar información recopilada de la literatura sobre un tema en específico (Guirao, Olmedo, & Ferrer, 2008).
2.2. Instrumentos para la recolección de la información
Se utilizó la Herramienta de Evaluación de Métodos Mixtos (Mixed Methods Appraisal Tool, MMAT) para juzgar la calidad de los artículos (Pace, Pluye, Barlett, Macaulay, Salsberg, Jagosh & Seller, 2012; Hong, Pluye, Fàbregues, Bartlett, Boardman, Cargo, Dagenais, Gagnon, Griffiths, Nicolau, O’Cathain, Rousseau & Veldel, 2019); consta de cinco categorías metodológicas principales: Estudios cualitativos, ensayos controlados aleatorios, estudios no aleatorios, estudios cuantitativo-descriptivos y métodos de estudio mixtos, todos estos compuestos de cinco criterios de evaluación a calificar; se mantuvieron aquellos artículos que cumplieran un mínimo de tres o más criterios.
2.3. Análisis de datos
Con el fin de analizar de forma detallada los artículos seleccionados, se realizaron Resúmenes Analíticos de Lectura (RALE) cuya estructura se basa en: Citación, objetivo, metodología, muestra, resultados, descriptores, citas textuales y análisis. Para discernir la indexación de cada revista se utilizaron como herramientas bibliométricas el Scimago Journal & Country Rank (SJR); la clasificación integrada de revistas científicas (CIRC) y Publindex (Sistema de indexación y homologación de revistas especializadas de CTI). La Tabla 1 muestra las bases de datos consultadas, el número de artículos correspondientes a estas y la indexación nacional e internacional de las revistas a las que pertenecen.
Los descriptores más frecuentes fueron: Conducta sexual (14), sexualidad (11), adolescente (9), comportamiento sexual (9) y salud sexual (6). Se recolectaron 150 artículos; posterior a la selección de las categorías de trabajo fueron seleccionados 91 (86 para los resultados y 5 para la metodología). Los criterios de inclusión/exclusión se remiten a la indexación (D/Q4 y superior), población (adolescentes/jóvenes de Iberoamérica) y educación (básica-superior).
Las principales categorías que surgieron del análisis de los artículos fueron: amor y sexualidad; coerción/violencia sexual; conocimientos sobre sexualidad; construcciones sociales de género y sexualidad; dificultades sexuales (biológicas/psíquicas); enfermedades/infecciones de transmisión sexual; fecundidad y embarazo temprano; inicio sexual; instituciones sociales e influencia en la sexualidad; modelos teóricos de la sexualidad humana; número de parejas sexuales; percepciones, actitudes y creencias; prácticas sexuales y de riesgo; relaciones planeadas/no planeadas; satisfacción sexual y uso de métodos anticonceptivos.
3. RESULTADOS
3.1. Datos de los artículos analizados
Sobre los artículos consultados: dos pertenecen al año 2005 y anteriores; 15 entre 2006-2010; 36 entre 2011-2015 y 32 entre 2016-2020; 72 artículos fueron elaborados en idioma español, 12 en inglés y dos en portugués; el mayor número de artículos correspondió a Colombia (37), seguido de El Salvador y México (6); Brasil y España (5); Ecuador y Chile (4); Argentina, Costa Rica, Cuba, Portugal y Perú (3) y Estados Unidos (1). Se observa que existe suficiente literatura científica sobre la temática, siendo las más frecuentes en los estudios los factores o comportamientos sexuales de riesgo (74), proliferación de ETS (70), embarazos no planeados (41) o tempranos (24) y el consumo de Sustancias Psicoactivas (SPA) en relación a lo sexual (26). Esto demuestra que los tópicos más estudiados son aquellos factores erotofóbicos, entendida por Alzate (1987) como “aversión al erotismo” (p. 287) modus de enseñanza perpetuado por el paradigma sexual clínico.
Teniendo como incitación lo argumentado por Giraldo Neira (1997) acerca de “una visión científica integral de la sexualidad” (p. 3), es notoria la participación en dicha visión de la Psicología (presente en 78 artículos), seguida de Medicina (46), Enfermería (23), Epidemiología (14) y Sociología (12); además de otras áreas en menor proporción (menos de cinco estudios) como la Psiquiatría, Economía, Trabajo Social, Ciencias de la Educación, Antropología, Biología, Desarrollo Familiar, Derecho, Filosofía, Microbiología, Estadística, Ingeniería, entre otras.
3.2. Edad de inicio a nivel nacional e iberoamericano
Ubicándonos en algunas regiones de Colombia se obtienen rangos de edad variados: para Cali, el promedio de inicio de la actividad sexual fue de 17,3 años para mujeres (m en adelante) y 15,8 para hombres (h en adelante) en el año 2006 (Campo-Cabal, Becerra, Cedeño, Uribe, Villa, Vargas & Echandía, 2006); de 17 (m) y 15 (h) para el año 2011 (Arias, Vásquez, Dueñas, García & Tejada, 2011); de 16 en 2012 (Valencia & Canaval, 2012) y 13,2 años para el 2018 (Orcasita, Palma, Sadeghian, Villafañe, Sánchez, Sevilla, Torres & de Wilde, 2018). En Cartagena se obtiene 17,9 (m) y 15,9 (h) en el 2010 (Díaz, Arrieta & González, 2010) y 16,6 en el 2014 (Díaz-Cárdenas, Arrieta & Gonzáles, 2014).
Barranquilla: 17,2 (m) y 15,7 (h) en el 2016 (Uribe-Alvarado, Bahamón, Reyes, Trejos & Alarcón-Vásquez, 2017); Bogotá: 15,5 (m) 14,3 (h) en 1993 (Valdés, Malfrán, Ferrer & Salazar, 2012); Santa Marta: 14,8 en 2007 (Ceballos y Campo-Arias, 2007); Medellín promedió 14 años en 2012 (Castaño, Arango, Morales & Rodríguez, 2012) y 13,62 en el 2013 (Castaño, Arango, Morales & Rodríguez, 2013). Cauca obtiene 17,2 (m) y 15,6 (h) en el año 2014 (Bastidas, Chávez, Orozco & Merchán, 2014); Tunja promedió 17,5 (m) y 15,5 (h) en el 2007 (Ospina & Manrique-Abril, 2007); Manizales alcanza 14,83 (m) y 13,64 (h) en 2009 (Arias, Cañón, Castaño, Giraldo, León, Herrera, Jiménez, López & Valencia, 2009) y la Costa Caribe 17,4 (m) y 15,6 (h) para el 2014 (Gómez- Camargo, Ochoa-Diaz, Canchila-Barrios, Ramos-Clason, Salguedo-Madrid & Malambo-García, 2014). La Tabla 2 resume estas edades.
Región de Colombia | Edad de inicio | Año | Autores | ||
---|---|---|---|---|---|
Ambos | Mujer | Hombre | |||
Cali | 17,3 | 15,8 | 2006 | Campo-Cabal et al. | |
17 | 15 | 2011 | Arias et al. | ||
16 | 2012 | Valencia & Canaval | |||
13,2 | 2018 | Díaz-Cárdenas et al. | |||
Cartagena | 17,9 | 15,9 | 2010 | Díaz, Arrieta & González | |
16,6 | 2014 | Díaz-Cárdenas, Arrieta & Gonzáles | |||
Barranquilla | 17,2 | 15,7 | 2016 | Uribe-Alvarado et al. | |
Bogotá | 15,5 | 14,3 | 1993 | Valdés, Malfrán, Ferrer & Salazar | |
Santa Marta | 14,8 | 2007 | Ceballos & Campo-Arias | ||
Medellín | 14 | 2012 | Castaño, Arango, Orozco & Merchán | ||
13,62 | 2013 | ||||
Cauca | 17,2 | 15,6 | 2014 | Bastidas et al. | |
Tunja | 17,5 | 15,5 | 2007 | Ospina & Marique-Abril | |
Manizales | 14,83 | 13,64 | 2009 | Arias et al. | |
Costa Caribe | 17,4 | 15,6 | 2014 | Gómez-Camargo et al. |
A nivel nacional, Colombia promedia 19,4 años de edad para el inicio de las Relaciones Sexuales (RS en adelante) en el año 2000 ( Ruiz-Sternberg, Beltrán- Rodríguez, Latorre-Santos & Ruiz-Stenberg, 2010); esta disminuye a 18,4 en 2005 (Uribe et al., 2016), a 17,8 (m) y 15,8 (h) en 2006; a 16,36 para el año 2009; a 16 para el año 2011 (Martínez-Torres, Duarte-Corredor, García- Vásquez, & Jáuregui-Rodríguez, 2015); a 15,29 en 2013 (aunque Uribe (2016) promedió un estimado de 13 años para la fecha) y se alcanza, en el 2014, una edad promedio de 17,4 (m) y 15,5 (h) (Bouniot-Escobar, Muñoz-Vigueras, Norambuena-Vergara, Pinto-Ulloa & Muñoz-Pareja, 2017).
A nivel internacional se observa en Venezuela y Ecuador una edad promedio de 14,5 años en 2013 (Cortés, García & Ochoa, 2015). Ecuador da una pauta más estable con promedio de 16 (m) y 15 (h) para 2009 (Saeteros, Pérez & Sanabria, 2013), de 18 (m) y 16 (h) en 2013 (Saeteros, Pérez & Sanabria, 2015) y de 17,1 (m) y 16,5 (h) en 2015. México obtuvo en 2009 un inicio de 18,5 (m) y 17 (h) (Piña, 2009), disminuyendo a 16,2 en 2011 (Padilla & Díaz, 2011). Costa Rica da como edad promedio 17,5 en 2011 (Salas-Chaves, Taylor-Castillo, Quesada-Cambronero, Garita-Garita & León-Alán, 2011).
Argentina obtuvo 15 años de edad en promedio, tanto para 2011 (Fundación Huésped, UNICEF, 2011) como para 2018 (Medina, Medina & Merino, 2018). Chile, por su parte, obtuvo la siguiente pauta: 17,8 (m) y 16,2 (h) en 2001 (Díaz-Cárdenas et al., 2014), 12,2 para el 2008 (Castaño et al., 2013), 16,4 en 2010 y 15,5 (m) y 15,7 (h) en 2016 (Bouniot-Escobar et al., 2017). Cuba, en 2006 (Valdés et al, 2012) obtiene un promedio de edad de 14,9 (m) y 13,9 (h) (si bien Orcasita, Cuenca, Montenegro, Rios & Haderlein (2018) marcan un promedio de 16,15 años en dicho año); que para el 2012 es de 13 (m) y 15 (h) (Valdés et al., 2012), difiriendo de Díaz-Cárdenas et al. (2014) con promedio de 17 (m) y 12 (h).
Perú promedió 13 años en el 2000 (Castaño et al., 2013), que para 2016 alcanza un promedio de 14,4 (Ávila y Espinoza, 2016), de 17,9 (m) y 16,5 (h) en 2017 (Bermúdez, Ramiro, Teva, Ramiro-Sánchez & Buela-Casal, 2017) y de 14,49 en 2018 (Apaza-Guzmán & Vega-Gonzáles, 2018). Brasil promedió 14,4 en 2015 (Cerqueira-Santos & Koller, 2015), 15 (m) y 13 (h) en 2017 (Mola et al., 2017) y 17 en 2018 (Da Silva, Spindola, Araujo, de Almeida, Santos & Sampaio, 2018). España promedia 19,1 (m) y 18,1 (h) en 2003 y 17,4 (m) y 17,3 (h) en 2010 (Navarro, Segura, Latorre, Escribano, López & Romero, 2010). Portugal obtiene 17,5 en 2009 (Lomba, Apóstol & Mendes, 2009), 17,9 (m) y 16,6 (h) en 2009 (Barreiro & Gonçalves, 2009) para un promedio de 17 en 2017 (Peixoto, Botelho, Tomada & Tomada, 2016).
Generando un promedio a partir de aquellos países con tres o más artículos al respecto, se obtiene lo siguiente: Chile, con un promedio (p) de 15,3 años, Colombia (p=16,95), España (p=17,97) y México (p=16,97) la edad de inicio de RS se está reduciendo, indicando un inicio cada vez más precoz en la población adolescente. Portugal (p=17,25) se ha mantenido relativamente estable junto a Ecuador (p=16,43). Brasil (p=15,3) ha venido aumentando la edad de inicio de las RS; Cuba (p=14,85) y Perú (p=14,77) tuvieron periodos de tiempo donde se aumentó la edad, aunque en estudios recientes ha disminuido. El inicio en los hombres siempre es menor al de las mujeres, con mínima diferencia para Chile en el año 2016. La Tabla 3 resume estos datos por países y el año correspondiente a estas.
País | Edad de inicio | Año | Autores | ||
---|---|---|---|---|---|
Ambos | Mujer | Hombre | |||
Colombia | 19,4 | 2000 | Ruiz-Sternberg et al. | ||
18,4 | 2005 | Uribe-Alvarado et al. | |||
17,8 | 15,8 | 2006 | |||
16,36 | 2009 | ||||
16 | 2011 | Martínez-Torres et al. | |||
15,29 | 2013 | Bouniot-Escobar et al. | |||
17,4 | 15,5 | 2014 | |||
Venezuela | 14,5 | 2013 | Cortés, García & Ochoa | ||
Ecuador | 16 | 15 | 2009 | Saeteros, Pérez & Sanabria | |
18 | 16 | 2013 | |||
17,1 | 16,5 | 2015 | Saeteros, Pérez & Sanabria | ||
México | 18,5 | 17 | 2009 | Piña | |
16,2 | 2011 | Padilla & Díaz | |||
Costa Rica | 17,5 | 2011 | Salas-Chaves et al. | ||
Argentina | 15 | 2011 | Fundación Huésped, UNICEF | ||
15 | 2018 | Medina, Medina & Merino | |||
Chile | 17,8 | 16,2 | 2001 | Díaz-Cárdenas, Arrieta & Gonzáles | |
12,2 | 2008 | Castaño, Arango, Orozco & Merchán | |||
16,43 | 2010 | Parra-Villarroel & Pérez-Villegas | |||
15,5 | 15,7 | 2016 | Bouniot-Escobar et al. | ||
Cuba | 14,9 | 13,9 | 2006 | Valdés, Malfrán, Ferrer & Salazar | |
16,5 | 2006 | Orcasita et al. | |||
13 | 15 | 2012 | Valdés, Malfrán, Ferrer & Salazar | ||
17 | 12 | 2012 | Díaz-Cárdenas, Arrieta & Gonzáles | ||
Perú | 13 | 2000 | Castaño, Arango, Orozco & Merchán | ||
14,4 | 2016 | Ávila & Espinoza | |||
17,9 | 16,5 | 2017 | Bermúdez et al. | ||
14,49 | 2018 | Apaza-Guzmán & Vega-Gonzáles | |||
Brasil | 14,4 | 2015 | Cerqueira-Santos & Koller | ||
15 | 13 | 2017 | Mola et al. | ||
17 | 2018 | Da Silva et al. | |||
España | 19,1 | 18,1 | 2003 | Navarro et al. | |
17,4 | 17,3 | 2010 | |||
Portugal | 17,5 | 2009 | Lomba, Apóstol & Mendes | ||
17,9 | 16,6 | 2009 | Berreiro & Gonçalves | ||
17 | 2017 | Peixoto, Botelho, Tomada & Tomada |
3.3. Componentes del dominio social y corporal sexual
El siguiente apartado se expone bajo el modelo de las manifestaciones biopsicosociales propuesto por Parra-Villarroel & Pérez-Villegas (2010). Este expone que las conductas sexuales se dan en dos dominios específicos: El dominio social, conformado por las dimensiones fantasías, imagen, búsqueda, relación informal y relación formal; el dominio corporal está compuesto por las dimensiones contacto corporal externo, sensación autoerótica, contacto íntimo no genital y contacto íntimo genital; cada dimensión posee un abanico de conductas específicas a indagar según lo encontrado en los estudios.
Iniciando en los componentes del dominio social, desde las prácticas de la dimensión fantasías se encuentra que estar a solas con la pareja/persona que le atrae fue ejecutada por 66,9 % de la muestra entre 11-14 años y por 81,1 % en el grupo entre 15-19 años. Plasmar lo que se siente por la persona (en diarios, poemas, dibujos, canciones y demás) se reportó en el 47,7 %. Poseer una prenda fue una práctica poco frecuente en Bogotá (Rodríguez, 2010). En la dimensión imagen, arreglarse para la persona en cuestión fue una preocupación del 84,3 %; tratar de quedar bien con dicha persona siendo sexy/coqueto/a fue performado por 43,2 % de la muestra y hacer cosas por la misma se dio en un 48,9 % (Parra-Villarroel & Pérez-Villegas, 2010).
En la dimensión búsqueda, acercarse para conquistar a una persona fue frecuente en el 65,9 %; llamar por teléfono o hacer algún recado por el 64,4 %; participar en juegos que involucren contacto/actos sexuales por un 60,1 %; ir solos a cine/fiestas por el 30,6 % de la muestra (Parra-Villarroel & Pérez-Villegas, 2010). En la dimensión relación informal el estar con alguien para abrazar/besar/acariciar fue performado por un 41,7 %, mientras que estar charlando/molestando/saliendo con una persona lo fue para el 36,4 %; la dimensión relación formal, estar públicamente en una relación, se dio en el 27,7 %. La Tabla 4 resume los resultados encontrados.
Manifestaciones biopsicosociales de los comportamientos sexuales | ||
---|---|---|
Dimensión | Dominio Social | |
Fantasías | Estar a solas con la pareja/persona que le atrae: 66,9% (11-14 año); 81,1% (15-19) (Chile) | Plasmar lo sentido por la persona que le atrae (Diario, cartas, dibujos, etc.): 47,7% (1223; Chile) |
Poseer alguna prenda en particular: Poco frecuente (Bogotá) | ||
Imagen | Preocuparse por arreglarse para que le vea la persona que le atrae: 84,3% (2159; Chile) | Quedar bien con dicha persona pareciendo sexy / coqueto/a: 43,2% (1107; Chile) |
Hacer cosas por la persona de atracción: 48,9% (1252; Chile) | ||
Búsqueda | Acercarse para conquistar a una persona: 65,9% (1688; Chile) | Juegos que involucren contacto/actos sexuales: (60,1% (1541, Chile) |
Llamar a / Hacer recados: 64,4% (1651; Chile) | Ir solos a cine o fiestas: 30,6% (785; Chile) | |
Relación informal | Estar con alguien para abrazar, besar o acariciar: 41,7% (1068; Chile) | Estar "charlando / molestando / saliendo" con una persona: 36,4% (932; Chile) |
R. formal | Tener una relación formalizada: 27,6% (708; Chile) |
Fuente: Elaboración propia.
Desde los componentes del dominio corporal sexual, en la dimensión contacto corporal externo (toda acción erótica que implica contacto corporal más no coito), la práctica de rozar y morder fue muy frecuente en Bogotá (Rodríguez, 2010); acariciar fue más frecuente en Barranquilla que en Bogotá (Morales, García-Montaño, Barrios-Ortega, Niebles-Charris, Garcia-Roncallo, Abello- Luque & Gómez-Lugo, 2019). En Chile tal práctica se dio en el 62,5 % de la muestra; tomarse de las manos se ejecutó por el 57,8 % de los estudiantes y besar por el 59 % (Parra-Villarroel & Pérez-Villegas, 2010). Besar se encontró como una conducta muy frecuente en Bogotá (Rodríguez, 2010) y en Tunja, específicamente en un porcentaje de 71,3 % (m) y 83,7 % (h) (Ospina & Manrique-Abril, 2007); bailar/ver una pieza particular fue frecuente en Bogotá (Rodríguez, 2010).
En la dimensión sensación autoerótica, en Bogotá, fue poco frecuente: escuchar música, recordar experiencias sexuales y el acceso a material de desnudos; sobre esta última, en Cali, se dio en el 33 % de la muestra, que en España fue del 19,8 % (m) y 72,6 % (h) (Navarro et al., 2010). Los sueños eróticos se dieron en el 23,8 % (m) y 60 % (h) en Chile (Parra-Villarroel & Pérez-Villegas, 2010). En Cúcuta su inicio fue más temprano en hombres (14-16 años) que en mujeres (16-16,5) (Manosalva, Mendoza, Triana & Useche, 2014). En Cali las fantasías sexuales se dieron en el 69,8 % de la muestra (Arias et al., 2011); el uso y experiencias sexuales en internet se dio en el 22,7 % (m) y 66,3 % (h) de Cúcuta.
La masturbación se presentó en el 78,5 % de estudiantes de Cali; en el 34,6 % (m) y 90,3 % (h) de la muestra de Tunja (Ospina & Manrique-Abril, 2007), en el 14,52 % (m) y 77,96 % (h) de Ecuador (Saeteros et al., 2013) y en el 34,4 % de la muestra de Chile (Parra-Villarroel & Pérez-Villegas, 2010). En la dimensión contacto íntimo no genital, el emitir/escuchar sonidos derivados de encuentros genitales, escuchar/hacer relatos de contenido sexual en forma verbal/escrita, hacer u observar striptease y escuchar/emitir palabras eróticas o “calientes/picantes”, desnudarse de forma sorpresiva y observar que otros lo hagan fue de poca frecuencia en Bogotá (Rodríguez, 2010).
Las caricias mutuas en genitales debajo de la ropa se dieron en el 21 %; el besar apasionadamente en el 67,5 % (Parra-Villarroel & Pérez-Villegas, 2010), siendo frecuente en Bogotá (Rodríguez, 2010) con un 71,3 % (m) y 83,7 % (h) (Laguado, 2010). El acariciar/ser acariciado en los genitales, por encima de la ropa, se dio en 31,4 % (h) y 30,1 % (m); la misma, debajo de la ropa, se dio en una proporción de 24,4 % (m) y 24,7 % (h) (Parra-Villarroel & Pérez-Villegas, 2010). La Tabla 5 resume estas dimensiones.
Manifestaciones biopsicosociales de los comportamientos sexuales | ||
---|---|---|
Dimensión | Dominio Corporal Sexual | |
Contacto Corporal Externo | Rozar: Muy frecuente (Bogotá) | Morder: Muy frecuente (Bogotá) |
Besar: Muy frecuente (Bogotá): 71,3% / 83,7% (1333 M.; 1564 H.; Tunja); | Acariciar: Muy frecuente (mayor en Bogotá frente a Barranquilla): 62,5% (1602; Chile) | |
Tomarse las manos: 57,8% (1482; Chile) | Bailar/Ver una pieza: Frecuente (Bogotá) | |
Sensación Autoerótica | Sueños eróticos: 23,8%/60% (285 M.; 819 H.; Chile) | Fantasías sexuales: 69,8% (782; Cali) |
Uso y experiencias sexuales en internet: 22,7%/66,3% (310 M.; 793 H.; Cúcuta) | Escuchar música y recordar experiencias sexuales: Poco frecuente (Bogotá) | |
Masturbación: 78,5% (311; Cali); 34,6%-90,3% (150 M.; 299 H.; Tunja); 90% (53 M.; 22 H.; Manizales);14,52% M. / 77,96% H. (Ecuador). | Acceso a material de desnudos: Poco frecuente (Bogotá); 88,6% (398; Cali); 19,8%-72,6% (25 M.; 54 H.; España); 93,5% (52 M.; 30 H.; Manizales) | |
Acceso a material romántico: 100%/96,7% (62 M.; 29 H.; Manizales). | ||
Contacto Íntimo no Genital | Emitir / Escuchar sonidos derivados de encuentros genitales: Poco frecuente (Bogotá) | Escuchar / Hacer relatos de contenido sexual en forma verbal o escrita: Poco frecuente (Bogotá) |
Caricias mutuas por debajo de la ropa en los genitales: 21% (538; Chile) | Hacer u observar striptease: Poco frecuente (Bogotá) | |
Acariciar / Ser acariciado encima de la ropa en los genitales: 31,4% / 30,1% (804/770; Chile) | Acariciar / Ser acariciado por debajo de la ropa en los genitales: 24,4% / 24,7% (624/634; Chile) | |
Dar / Recibir caricias en el pecho: 28,3%/88,3% M., 95,8%/29,2% H. (17/53 M.; 23/7 H.; Manizales) | Besar / Ser besado en el pecho: 26,7%/90% M., 91,7%/41,7% H. (16/54 M.; 22/10 H.; Manizales) | |
Escuchar / Emitir palabras eróticas (“calientes” o “picantes”): Poco frecuente (Bogotá) | Besar con pasión: 67,5% (129; Chile); Frecuente (Bogotá); 71,3%/83,7% (309 M.; 277 H.; Tunja) | |
Desnudarse de forma sorpresiva o que otros lo hagan: Poco frecuente (Bogotá) | Desnudarse u observar a otros desnudos/as: Poco frecuente (Bogotá) |
Fuente: Elaboración propia.
En la dimensión contacto íntimo genital, las nuevas posibilidades en encuentros sexuales fueron muy frecuentes en Bogotá, contrario a las prácticas del anilingus, la introducción de dedos en el ano o el sexo grupal (muy poco frecuentes) (Rodríguez, 2010). Esta última conducta tuvo una incidencia del 15,1 % de una muestra en Cali (Benítez & Rueda, 2007), la cual fue mayor que en Tunja con un 0,7 % (m) y 7,3 % (h) de frecuencia (Ospina & Manrique-Abril, 2007), siendo aún menor que en Cúcuta con una frecuencia de 0,9 % (m) y 17,1 % (h) (Manosalva et al., 2014).
El penetrar o ser penetrado(a) analmente fue poco frecuente en Bogotá (menor en Barranquilla) (Rodríguez, 2010); se arroja en Tunja un promedio de 9,7 % (m) y 22,8 % (h) (Ospina & Manrique-Abril, 2007); se obtiene una frecuencia combinada de 29,6 % para Bucaramanga, Cali y Cúcuta (Uribe- Alvarado et al., 2017); de 29,9 % en Cali (Valencia y Canaval, 2012); de 4,1 % (m) y 10 % (h) en Santa Marta (Uribe-Alvarado et al., 2017); de 1 % en Chile (Bouniot-Escobar et al., 2017); de 42,3 % en Cuba (Díaz-Cárdenas et al., 2014) y de 20,6 % (m) y 34,8 % (h) en Perú (Bermúdez et al., 2017).
El penetrar o ser penetrada vaginalmente fue muy frecuente en Bogotá (Rodríguez, 2010), con una incidencia de 98 % (m) y 97,6 % (h) en Cúcuta (Manosalva et al., 2014). Es de destacar que el 57,1 % de los hombres experimentó el orgasmo en dicha práctica vs. 33,3 % de mujeres; de 13,9 % (m) y 22,8 % en Santa Marta (Barreiro y Gonçalves, 2009); de 83,2 % en Bucaramanga, Cali y Cúcuta (Benítez y Rueda, 2007); 82,6 % de frecuencia en Cali (Valencia y Canaval, 2012); 45,1 % en Chile (Bouniot-Escobar et al., 2017); de 94,6 % (m) y 98,8 % (h) en Cuba (Valdés et al., 2012); de 52,5 % (m) y 66,2 % (h) en Perú y de 56,2 % en Portugal (Peixoto et al., 2016).
El uso de juguetes sexuales fue poco frecuente en Bogotá (Rodríguez, 2010); en Cali tuvo una incidencia del 9 % (Arias et al., 2011). En España, el 58,9 % (m) y el 63,5 % (h) nunca los han usado; acudir a trabajadoras/es sexuales se dio en 1,4 % (m) y 23,1 % (h) de la muestra en Cúcuta (Manosalva et al., 2014) y 0,6 % (m) y 17 % (h) en Medellín (Zuloga, Soto & Jaramillo, 1995). Las RS con parientes se dio en Cúcuta (Manosalva et al., 2014) a proporción de 5,7 % (m) y 24,3 % (h). La zoofilia se presentó en 0,9 % (h) Tunja (Bastidas et al., 2014), y en 0,3 % (m) y 1 % (h) en Cúcuta (Manosalva et al., 2014). Estos datos, correspondientes al dominio corporal sexual, se resumen a continuación en la Tabla 6.
Manifestaciones biopsicosociales de los comportamientos sexuales | ||
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Dimensión | Dominio Corporal Sexual | |
Contacto Íntimo no Genital | Acudir a trabajadoras/res sexuales: 1,4%/23,1% (4 M.; 77 H.; Cúcuta); 0,6%/17% (2 M.; 67 H.; Medellín) | Sexo grupal: Poco frecuente (Bogotá); 0,7%/7,3% (3 M.; 24 H.; Tunja); 0,9%/17,1% (3 M.; 43 H.; Cúcuta); 15,1% (61; Cali) |
Anilingus: Poco frecuente (Bogotá) | Introducir dedos en el ano: Poco frecuente (Bogotá) | |
Penetrar o ser penetrado/a analmente: Poco frecuente (Bogotá; mayor en Bogotá frente a Barranquilla); 9,7%/22,8% (42 M.; 75 H.; Tunja); 29,6% (78; Bucaramanga-Cali-Cúcuta); 29,9% (233 H.; Cali); 95,9%/90% (255 M.; 261 H.; S. Marta); 1% (3; Chile); 42,3% (1505; Cuba); 20,6%/34,8% (144 M.; 236 H.; Perú) | ||
Penetrar o ser penetrada vaginalmente: Muy frecuente (Bogotá); 98%/97,6% (264 M.; 326 H.; Cúcuta); 13,9%/22,8% (37 M.; 59 H.; S. Marta); 83,2% (348; Bucaramanga-Cali-Cúcuta); 82,6% (643; Cali); 45,1% (148; Chile); 94,6%/98,8% (3367/2766; Cuba); 52,5%/66,2% (366 M.; 449 H.; Perú); 56,2% (452; Portugal) | ||
Felación/Cunnilingus: Muy frecuente (Bogotá); 67,1%/49,2% (290 M.; 163 H.; Tunja); 47,4% M./61,8% H.; 92,5%/80% (246 M.; 232 H.; S. Marta); 71,3% (281; Cali); 79,9%/90,4%/80,2% (111/189/89; Bucaramanga-Cali-Cúcuta); 76% (106; Ecuador) 17,9%/2,72% (458/9; Chile); 62% (2206; Cuba); 54,09% (33; Argentina); 48,5%/57,7% (338 M.; 392 H.; Perú); 56,2% (310; Portugal) | ||
Nuevas posibilidades en los encuentros sexuales: Muy frecuente (Bogotá) | Uso de juguetes sexuales: Poco frecuente (Bogotá); 9% (93; Cali); 58,9%/63,5% (74 M.; 47 H.; España) | |
Zoofilia: 0%/0,9% (0 M.; 3 H.; Tunja); 0,34%/1,03% (1 M.; 3 H.; Cúcuta) | Actividades sexuales con parientes: 5,7%/24,3% (20 M.; 61 H.; Cúcuta) |
Fuente: Elaboración propia.
De todo lo anterior se puede concluir que, en las prácticas del dominio social, en todas las dimensiones, es mayor el porcentaje del grupo etario que comprende los 15-19 años de edad, al igual que para hombres (en Colombia, específicamente Bogotá y en Chile), a excepción de la dimensión de relación formal (mayor en mujeres). Si bien en Bogotá no se menciona la frecuencia exacta de los comportamientos analizados, es importante reconocer qué conductas se llevan a cabo por los adolescentes (Rodríguez, 2010). La dimensión imagen, en Chile, se mantiene estable con la edad, siendo levemente variable respecto al género (45,8 % (h) frente a 41,6 % (m)).
En las prácticas del domino corporal (dimensión contacto corporal externo), López, Carcedo, Fernández-Rouco & Caballero (2017) encontraron que las mujeres españolas mostraron con mayor frecuencia besos, abrazos y caricias que los varones, en el rango de edad 15-19 años. Del mismo modo, se evidenció que esta diferencia de género era más marcada en la cultura española que la colombiana. Ante la conducta de acariciar Rodríguez (2010) encontró, en Bogotá, dicha práctica muy frecuente (tanto mano-mamarias en mujeres (26,9 %) como para hombres (40,6 %), como de tipo mano-genitales masculinos (17,2 % (m), 14,6 % (h)) y mano-genitales femeninos (15,8 % (m), 30,4 % (h)).
Dicho resultado es corroborado por Morales et al. (2019) evidenciando que dicha conducta es más frecuente en población de 15-19 años de Bogotá vs. Barranquilla. En la dimensión sensación autoerótica, sus manifestaciones son mayores en hombres, especialmente en el rango de 15-19 años (tanto para Colombia como para Chile, México, España y Ecuador). Ante la masturbación, si bien la edad promedio se encuentra entre 15-19 años en Chile, autores como Laguado (2010) encuentran edades de inicio menores a 10 años (h) (Cúcuta). En Cali, Arias et al. (2011) encontraron como edad promedio 14 años (siendo más frecuente un inicio precoz en hombres), así como Benítez & Rueda (2007) quienes aseveran que, a menor edad de inicio en las RS, es mayor la ocurrencia de esta práctica. López et al. (2017) en una comparación entre Colombia (Santander) y España, encuentran que la masturbación es más frecuente en la población de varones españoles, aunque es de recalcar que la diferencia entre géneros es menor en Colombia que en España.
Referente al acceso a material visual de desnudos, en Cali, de la muestra total, el 58,3 % de los estudiantes vivía con agrado dicha experiencia, factor que impactaba en la edad de inicio de las RS (Benítez & Rueda, 2007). En España, en una muestra de estudiantes de 18-29 años, el material más habitual para este fin eran las películas obtenidas en internet; el factor común fue el menor uso de dicho material en mujeres (Navarro et al., 2010). En la dimensión contacto íntimo no genital, tanto en Chile como en España y Colombia se encontró que está más presente en la adolescencia (concretamente desde los 15 años) y específicamente en hombres. Si bien para España no se especifica la cifra exacta de alguna de las conductas de dicha dimensión, se resalta que, al igual que en Santander (Colombia), no existen diferencias entre hombres y mujeres, en tanto se evidencia que en España dichas conductas se incrementan a la edad de 17-18 años para ambos sexos (López et al., 2017).
Sobre el contacto íntimo genital, Arias et al. (2011), explorando las fantasías sexuales de estudiantes universitarios de 20 años, exponen que el 69,8 % refirió haber tenido como fantasía recibir sexo oral; 59 % tener sexo con otras personas; 58 % estimular a otro con sexo oral; 53,4 % tener relaciones sexuales con alguien mayor; 39 % exponerse provocativamente; 36 % tener coito con un extraño; 29,3 % tener relaciones sexuales con alguien mucho más joven; 28,3 % participar en una orgía; 27,7 % mirar a otros haciendo sexo; 24,2 % ser promiscuo; 23,6 % estimularse con objetos; 23,4 % intercambiar parejas; 15,5 % tener una relación sexual con un familiar; 13,8 % tener actividad homosexual; 6,1 % usar ropas del otro sexo; 4,2 % ser violado; 3,6 % violar a alguien; 1 % estimularse con animales y 0,7 % tener sexo con un animal.
En España el tener pareja estable favorece la experimentación con juguetes sexuales (44,5 % frente a 28,4 %) (Navarro et al., 2010). En Cúcuta se recalcó mayor conocimiento en hombres en relación con el sexo oral y anal (17 años) (Morales et al., 2019). Por su parte Uribe et al. (2016), en estudiantes de 19,84 años en promedio de Bucaramanga, Cali y Cúcuta, hallaron que la prevalencia de mujeres ante dicha conducta fue mayor. En Chile, Parra-Villarroel & Pérez- Villegas (2010) hallaron que dicha conducta se centra en el grupo de 15-19 años de edad (13 %) frente al grupo de 11-14 años (4,9 %), para un total de 17,9 %, siendo menor en mujeres (5,9 %) frente a hombres (6,3 %).
En Cúcuta, para el coito anal, si bien el género masculino mostró mayores conocimientos, el uso del preservativo es inadecuado (Laguado, 2010); los autores Valencia & Canaval (2012) analizaron que dicha práctica era más alta que la reportada en estudios mexicanos (sin encontrar diferencia estadística significativa por sexo). En Bogotá reportaron menos dicha práctica que en Barranquilla (Morales et al., 2019). En un análisis conjunto entre Santander/ España se encontró mayor frecuencia de varones españoles en dicha práctica (López, 2017). Se resalta la precocidad como factor que influye significativa- mente en la frecuencia de sexo en grupo en Cali (Benítez y Rueda, 2007). En Medellín la prevalencia de dicha conducta fue mayor en hombres (17 % vs. 0,6 %), aumentando con la edad (9,5 % (25 años) frente a 17,8 % (30 años) (Zuloga et al., 1995).
4. DISCUSIONES
Son múltiples los factores destacados como incidentes en conductas sexuales tempranas: Imaginarios sociales (Mazo-Vélez, Domínguez-Domínguez & Cardona-Arias, 2014; Varela, Sánchez, Quintero, Zapata, Hoyos & Tovar, 2011; Zambrano-Plata, Bautista-Rodríguez & López, 2018; Estupiñán-Aponte, Amaya-Estupiñan & Rojas-Jiménez, 2012; Saldívar, Jiménez, Gutiérrez & Romero, 2015; Gurman & Borzekowski, 2010); curiosidad y placer (mayor en hombres), consumo de SPA (especialmente alcohol, sin existir diferencia de sexos, Castaño, 2012; Bastidas, 2014; Gurman & Borzekowski, 2010; Isorna, Fariña, Sierra & Vallejo-Medina, 2015; Moure-Rodríguez, Doallo, Juan-Salvadores, Corral, Cadaveira & Caamaño-Isorna, 2016; Oliveira- Campos, Nunes, Madeira, Goreth, Reise, Carvalho, Giatti & Barreto, 2014; Sánchez, Nappo, Cruz, Carlini, Carlini & Martins, 2012); ser mayor de edad, relación familiar negativa (Sánchez-Retana & Leiva-Granados, 2016) y estar en semestres superiores (para el caso de las mujeres). Otros autores (Díaz, Arrieta & González, 2010; Robles & Espinel, 2017) destacan que la popularidad es un factor importante en esta variable (especialmente para hombres).
En el caso de Apaza-Guzmán & Vega-Gonzáles (2018) se resalta una asociación significativa de inicio de las RS adolescentes con mayor permisividad en estas, haber tenido más de tres parejas, mayor valoración de estas y haber suspendido un curso por bajo rendimiento académico (mismos que aumentan la adquisición de ETS, Martínez-Torres, Parada-Capacho & Castro- Duarte, 2014); así como factores socioculturales (estrato socioeconómico y nivel educativo concretamente). Respecto a esto Gonzáles & López (2015) aclaran que dichas variables siguen relacionadas de manera inversamente proporcional con la edad de inicio de las relaciones sexuales; se tiene que las mujeres con escasa educación las inician cerca de los 16 años y que esta se va incrementando en la medida que aumenta el nivel educativo, hasta una mediana de 18,9 años entre las que poseen educación superior.
Lo anterior aplica para hombres, pues niveles bajos de educación se relacionan con escaso/nulo acceso a planes de educación sexual. Por su parte Quintana, Calatayud & Lanterna (2017) establecen que, en Iberoamérica, una edad de inicio de la actividad sexual más temprana en hombres, similar a lo visto en el presente estudio. Este hecho se ha replicado en un estudio de 2006, en el cual “la edad promedio de inicio de las relaciones coitales es más temprana en los hombres; hallazgo que reproduce lo observado en prácticamente todos los estudios con poblaciones similares alrededor del mundo” (Campo-Cabal, 2006, p. 334). En congruencia, Capote, Ciria, García & Pérez (2017) recalcan que el comienzo de las RS es cada vez más precoz en todos los países del mundo. Sin embargo, en países como España, por ejemplo, la edad media de inicio sexual muestra un descenso para ambos sexos. Habiendo casos completamente contrarios como lo es en Cuba, donde hay estudios que registran un promedio de 15 años en mujeres y de 13 años en los hombres.
Algunos autores deducen que las mujeres optan por la práctica anal con mayor frecuencia para evitar embarazos, aunque el no uso del preservativo incremente el riesgo de adquisición de ITS/VIH (Valencia & Canaval, 2012); aspecto que, desde la Costa Caribe, suele asociarse a las percepciones negativas de “no siempre tenerlo a la mano” (tanto en hombres como mujeres), “disminuye el placer” (más en hombres), “depender de ellos… pensar en tenerlos (hombres y mujeres), o porque “da vergüenza comprarlo” (en el caso de las mujeres) (Camacho y Varela, 2013); por otro lado, el hecho de estar enamorado/a de la pareja también se encontró como una razón frecuente para suspender el uso del condón y otros métodos anticonceptivos (Rodríguez, 2010; Estupiñan, Amaya & Rojas, 2012; Sánchez et al., 2012; Saeteros, Pérez & Sanabria, 2013; Sánchez-Retana & Leiva-Granados, 2016).
Sin embargo, no se tiene información respecto a si este hecho puede estar relacionado con un mayor conocimiento sexual, sea en conductas particulares o en métodos anticonceptivos, pues en los artículos analizados no se dejó en claro si aquellas parejas que desistieron del uso del condón lo hicieron al optar por otros métodos anticonceptivos, dejando abierta dicha línea investigativa.
Entre otras dinámicas contemporáneas que vale la pena considerar respecto a la sexualidad son los medios de comunicación y la globalización. En efecto, en algunos estudios se tiene que los jóvenes opinan que desde estos se incita al consumo, a los excesos, al disfrute del ahora, la novedad y las sensaciones fuertes (Rodríguez, 2010; Chávez & Álvarez, 2012; Silva-Segovia, J., Méndez-Caro, L., Barrientos-Delgado, J. (2015); Zambrano-Plata, Bautista- Rodríguez & López, 2018), aspecto del cual el internet no queda relegado y donde la globalización tiene un efecto importante frente al acceso cada vez más temprano a las conductas sexuales (López et al., 2017); sin embargo, también manifiestan recibir mandatos sociales contrarios, generalmente orientados a la prohibición de aquello que resulta placentero, algo palpable desde la religión y la educación sexual clásica.
Con todo esto tenemos que la poca información de conductas eróticas de la dimensión social indica que la sexualidad dista, en Latinoamérica, de una mirada emancipadora de la historia de opresión y estigmatización que la ha marcado (Arias et al., 2011; Martínez-Torres et al., 2015). La moral religiosa aún permea la vivencia de la sexualidad, donde la misma crea eco en gran parte de familias, mismas que funcionan como las principales fuentes de información en sexualidad de los jóvenes (superada, en muchos casos, por los pares, Orcasita et al., 2018; Valencia & Canaval, 2012). También se tiene, respecto a estas que, a mayor difuncinoalidad percibida por los jóvenes, mayores relaciones sexuales se tendrá (Bahamón, Vianchá, Tobos, 2014; Orgilés, Espada, Johnson, Huedo-Medina & Carratalá, 2012; Robles & Espinel, 2017), además de que otros estudios resaltan la importancia de la presencia activa de estos para la adquisición de habilidades de negociación, importantes para mediar asertivamente las situaciones que pueden llevar a conductas sexuales de riesgo (Moya-Plata, Oviedo, Ariza-Ortiz & Uribe, 2011; Padilla & Díaz, 2011; Uribe, 2016).
Al ahondar respecto a la relación entre sexualidad y religión, son muy pocos los estudios que concluyen su no relación, sea desde las conductas sexuales o el uso de preservativos (Ruiz-Sternberg et al., 2010; Castaño et al., 2012), en tanto un gran número toma la hipótesis contraria como adecuada (Echeverría-Lozano, 2017; Ordoñez, Cotto, Gallardo, Alvarado & Roby , 2017; Zambrano-Plata, Bautista-Rodríguez & López, 2018; Silva-Segovia, Méndez-Caro & Barrientos-Delgado, 2015; Chávez & Álvarez, 2012; Da Silva et al., 2018; Cerqueira-Santos & Koller, 2015; Mola et al., 2017; Morales et al. 2019); ejemplos de esto es la oposición a la implementación de planes de educación sexual, preferir la abstinencia como método anticonceptivo, la castidad, ver la masturbación como pecado y otros.
Es oportuno traer a colación lo dicho por Silva-Segovia, Méndez-Caro & Barrientos-Delgado (2015) frente a los discursos provenientes de instituciones normativas como la Iglesia, la Escuela y el Estado, en tanto estas son instituciones que sostienen los ideales culturales del ser joven y el ejercicio moral de sujeto en la sociedad y frente a sí mismo, a lo que podría sumarse la familia y la Ley.
Es así como Santiago & Torres (2019) concluyen que la presencia de conductas de riesgo en padres es un factor que contribuye a la adquisición de estas por parte de los hijos, lo cual mantiene el ciclo de perpetuación de una generación a otra (edad de inicio más temprana). Más allá de ello, instituciones como la iglesia, estado y escuela, en una a veces relación perpetuada, configuran una educación del miedo, erotofóbica. Los modelos de enseñanza en sexualidad actuales, si es que se reciben (Orcasita et al., 2018; Galdames, Jamet, Bonilla, Quintero & Rojas, 2018) solo abarcan, desde lo biologicista, un modelo de salud ortodoxo enfocado a la ausencia de dolencias y malestares físicos, dejando de lado el bienestar de la persona y el disfrute de su sexualidad (Arce, 2017; Echeverría-Lozano, 2017).
Incluso si esta se lleva a cabo desde una cultura del sexo casual (James- Hawkins, 2019), alejándonos de sesgos morales como la vergüenza (Cryan & Cimas, 2018), la problemática no se encuentra solo en estos factores; al contrario, recae principalmente en la enseñanza del hedonismo responsable. Esta no puede entenderse netamente como la evitación de ETS/ITS o embarazos tempranos (lo netamente biológico/anatómico), como lo asevera el 60,43 % de los estudiantes universitarios encuestados por Ordoñez et al. (2017). Bien entiende la Organización Mundial de la Salud (OMS) que “la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades” (1946, párr. 1.), la salud sexual ha de tener en cuenta “los misterios del sexo”, lo erótico (Moya-Plata et al. 2011), el placer, el erotismo, los juegos de roles, la descentralización del placer basado en la figura fálica que permea el machismo y la entronización conjunta de género en lo sexual, encaminada a su libre ejercicio y expresión (Rojas, Méndez & Montero, 2016).
Es este estudio las limitaciones están relacionadas con la cantidad de artículos revisados por ubicación geográfica, dado que un análisis que cuente con mayor cantidad de estudios, puede otorgar una gama más amplia de datos y, con ello, resultados más precisos referente a las categorías analizadas.
5. CONCLUSIONES
Al igual que en generaciones anteriores, se presenta un amplio repertorio de conductas sexuales, donde los múltiples actos penetrativos coitales que son una ínfima parte de todo un repertorio que va desde las miradas, caricias, búsqueda de contacto físico, la fantasía, el cuidado de la imagen y la búsqueda de relaciones, sean estas formales o casuales. Los cambios culturales que se han dado han permitido la visibilización de ciertos actos del dominio corporal antes considerados tabú (como el coito anal, las conductas homoeróticas, el anilingus, el sexo oral, uso de juguetes sexuales, entre otros); a esto se suma la cada vez más equitativa participación de las mujeres en lo referente a su sexualidad, aspecto plasmado en diversas políticas públicas que reafirman la igualdad de género, así como un imaginario colectivo cada vez más positivo entorno a estas y su rol en la sociedad, aunque aún existen fenómenos como el machismo que demuestra la aún distante consecución total de la misma.
En cambio, respecto a las conductas analizadas, aún existe cierta invisibilización o desinterés por aquellas que hacen parte del dominio social; valdría la pena indagar a fondo la literatura al respecto y ver si dicha dinámica obedece a un paradigma cultural de lo sexual como consumo más que como experiencia erótica o a un mero desinterés por parte de los investigadores. La existencia de actitudes sexuales erotofóbicas da cuenta que se requiere continuar el cambio de paradigma hacia la educación sexual positiva (erotofílica), aceptando las distintas formas de diversidad sexual que presenta el ser humano; aun enfrentando realidades, como la planteada por Díaz & Álvarez (2016), citando al Colegio Colombiano de Psicólogos (COLPSIC), organización que registra que, “el 0,4 % de la población de aproximadamente 45 mil psicólogos que laboran en el país trabaja en psicología sexológica” (p. 17).
Es por lo anterior, que la importancia de la educación sexual alrededor de Iberoamérica y, porque no, a nivel mundial, es creciente pues se ha comprendido a través del ejercicio investigativo la cada vez más evidente relación entre el tipo de educación sexual que se recibe (sea desde la escuela, la familia, la religión, los pares o los medios de comunicación) y el componente corporal y psíquico de los sujetos; es precisamente que un plan de educación sexual, formulado desde el paradigma erotofílico, puede generar cambios de índole positiva, cuyos efectos se verán plasmados en las dimensiones cognitiva, emocional y actitudinal de dicha esfera vital desde aspectos como la aceptación positiva de la diferencia y la diversidad, la eliminación de barreras en salud pública, sociales, estatales, religiosas y demás, así como de estigmatizaciones transgeneracionales tales como la misoginia y el tabú sexual.
En otro sentido, cabe resaltar además que, si bien fueron pocas las investigaciones que indagaron respecto a ello, además de que tampoco fue el foco de análisis de este estudio de revisión, la apertura de la juventud hacia la fusión del componente virtual y sexual es un hecho cada vez más notorio en la actualidad. El internet hoy día no se utiliza exclusivamente para el consumo de materiales de desnudos (lo relacionado netamente con el componente corporal sexual), no es un desconocimiento que dichos medios han permitido facilitar las relaciones a distancia, ya no solo por medio de mensajes de texto sino a través de medios audiovisuales, aquellos que permiten la búsqueda de la pareja, la expresión de la fantasía, el cuidado de la imagen propia y todos aquellos rituales eróticos anclados a las conductas del componente social previamente expuestos. Es válido preguntarse si una experiencia positiva en dichos medios genera un acercamiento más temprano a las RS, queda abierta esta línea investigativa para aquellos y aquellas que estén interesados por estas dinámicas emergentes.
Justamente, la presencia de estas dinámicas y problemáticas de salud pública podrían dar cuenta de que los programas de salud sexual y reproductiva no responden de manera plena a la magnitud de estas y deberían revisarse; comprender y replantear dichas estrategias puede ser necesario dado que, en la mayoría de los casos, el conocimiento sexual y la práctica de conductas sexuales seguras no están asociadas (Laguado, 2010).
Finalmente, es menester fomentar en la academia, desde las ciencias sociales y humanas y de la salud, más aún con un evidente patrón de edad de iniciación sexual cada vez más temprano, la formación en sexualidad para que así su conocimiento se sume al tejido social de la población y esta pueda contar con el apoyo necesario en esta dimensión vital, ello incluso puede afectar a investigadores al pasar su foco de preocupación de las conductas de riesgo y las enfermedades (como se vio a lo largo del análisis de los estudios), hacia cuestiones como el placer sexual, la consecución del orgasmo, el amor y otras cuestiones más ancladas al goce. En concordancia con Gómez (2017) no podemos centrarnos solo en la resolución de problemas; hemos de ampliar el horizonte de lo sexual hacia su libre expresión y goce.