En tal contexto, este artículo se plantea el objetivo de comparar la forma en que los habitantes de sectores populares segregados en la periferia compacta y en expansión de las ciudades de Santiago, Concepción y Talca, experimentan su situación de segregación en la vida cotidiana.
Problematización
A partir de una serie de trabajos publicados entre fines de los ochenta y los noventa, como The Trully Disadvantaged, America Apartheid, o Poverty and Place, una importante producción científica profundizó en la forma en que la segregación residencial de los grupos desaventajados generó consecuencias negativas para ellos; se trataba de estudios sobre el efecto barrio, espacios de actividad, geografía de oportunidades, o con foco en la estigmatización territorial. También en Latinoamérica han surgido trabajos que comparten la preocupación por las consecuencias de la segregación residencial sobre los hogares menos favorecidos; entre ellas se destacan las contribuciones de autores como Saraví (2008) o Kaztman (2009).
Se ha señalado que el aporte de la segregación a la desigualdad disminuye cuando subsiste el Estado de bienestar, pero asimismo la vida cotidiana en barrios con distintos niveles y formas de segregación tiene consecuencias para la formación de estigmas y la cohesión social. La experiencia cotidiana de enfrentarse a un contexto social homogéneo o heterogéneo también ha sido relevada como una dimensión clave (Wormald et al., 2013; Di Virgilio y Perelman, 2014; Segura, 2017).
Para el caso chileno, un importante volumen de estudios permiten concluir que la segregación residencial de los hogares de bajos ingresos arroja consecuencias en términos de calidad y niveles de empleo (Sabatini, et al., 2010; Sabatini y Wormald, 2013), calidad de los establecimientos educacionales a los que se accede (Sanhueza y Larrañaga, 2008; Astaburuaga, 2013), acceso a educación preescolar (Sanhueza y Larrañaga, 2008), inactividad juvenil (Sanhueza y Larrañaga, 2008; Sabatini et al., 2010), o estigma y discriminación (Sabatini y Wormald, 2013), entre muchos otros y, en último término, en las posibilidades de movilidad social de las familias (Sabatini y Wormald, 2013).
Con frecuencia, los trabajos citados se concentran en la periferia compacta de la ciudad. Las áreas de expansión han quedado fuera de los estudios empíricos que relacionan la segregación residencial con las condiciones de vida de los habitantes populares. Si bien para el caso chileno ha surgido la inquietud respecto a cuánto cambian los análisis de segregación residencial si se incluyen estas áreas (Ruiz-Tagle y López, 2014), en la práctica los estudios que incorporan la expansión han atendido a la complejización de la geografía social, al tránsito de una ciudad compacta a otra dispersa y difusa a escala regional (Fuentes y Pezoa, 2018) y, excepcionalmente, a describir la segregación (Kabish et. al., 2011).
La expansión que crea nuevas periferias en la ciudad-región, tanto como la propia transformación de la periferia popular de la ciudad compacta, vinculada al arribo de "barrios cerrados" orientados a hogares de ingresos medios y altos (Sabatini et al., 2010; Ortiz y Escolano, 2013), generan nuevas formas de segregación residencial que difícilmente pueden asimilarse a los efectos y significados de la segregación de gran escala. La distancia física respecto de los centros urbanos, la diversidad de situaciones de relación con estos, la proximidad o distancia respecto de otros grupos sociales, así como la propia trayectoria del lugar y de sus habitantes, solo por nombrar algunos elementos, configuran contextos y situaciones diferentes.
En tal contexto, este artículo se plantea el objetivo de comparar la forma en que los habitantes de sectores populares segregados en la periferia compacta y en expansión de las ciudades de Santiago, Concepción y Talca, experimentan su situación de segregación en la vida cotidiana. Centrado en la dialéctica personas-lugares, el estudio se detiene en la segregación residencial, por su centralidad para el diseño de políticas públicas, pero también por su significancia política y cultural.
Segregación, expansión y periferia
Segregación
La definición de la segregación residencial como un fenómeno multidimensional abre la posibilidad de que distintos territorios puedan ser considerados como segregados, pero de formas totalmente distintas. La definición clásica del fenómeno: "el grado en que dos grupos viven separados entre sí, en distintas partes del entorno urbano" [1] (Massey y Denton, 1988: 282), contempla cinco dimensiones respecto de las cuales un grupo social puede estar segregado. Esto significa que la segregación adquiere una forma única y particular no solo en cada ciudad, sino en cada zona de ella. En algunos sectores una dimensión tomará más predominancia; en otros, será una dimensión diferente la que permita hablar de segregación. En consecuencia, las diferencias entre periferia compacta y zonas de expansión probablemente implican no solo distintas intensidades sino distintas expresiones de un fenómeno acumulativo de reconocido impacto.
Si bien el estudio de la segregación hace énfasis en las configuraciones espaciales, la delimitación de los grupos sociales proviene de procesos económicos (desigualdades, formas de asignación del suelo), culturales, de diferenciación social (desde estilos de vida hasta estigmatización) (Rasse, 2015), y políticos (de formas de relación de los distintos grupos sociales con el Estado) (Elorza, 2019).
Adicionalmente, la definición misma de segregación residencial puede pensarse desde una perspectiva absoluta del espacio (en lo físico, material), así como por una separación que puede estar dada desde el plano simbólico, por ejemplo a través del estigma territorial. En la definición de segregación que hacen Sabatini, Cáceres y Cerda (2001), esto se incorpora de forma explícita, al incluir el estigma territorial como una tercera dimensión de la segregación, junto con la homogeneidad social y la concentración. Los atributos negativos que moviliza el estigma (Kessler, 2012) son focalizados, resistidos, reproducidos, renegados, incorporados y corporizados por los menoscabados. Mientras las formas de reproducción del estigma y construcción simbólica de los territorios inscriben las consecuencias de la segregación en el ámbito de la cultura, las resistencias dan cuenta de su dimensión política.
Esa dimensión subjetiva o simbólica de la segregación, sin embargo, trasciende la idea de estigma. Las personas pueden ser percibidas o sentirse separadas o aisladas no solo por la estigmatización sedimentada, sino por cuestiones más generales vinculadas a las identidades socio-territoriales (Elorza, 2014; Wacquant, Slater y Borges, 2014). A su vez, éstas pueden interactuar con características materiales o relacionales del espacio (nivel de fragmentación, presencia de muros, adyacencia a predios agrícolas o industriales, accesibilidad, etc.), y con la forma en que estos elementos se van enlazando en la vida cotidiana de los sujetos: en sus patrones de movilidad, en sus interacciones diarias (Mansilla y Jirón , 2014; Elorza, 2014). El ensamblaje es particularmente relevante en zonas de urbanización reciente, donde además se evidencian identidades espaciales múltiples (Massey, 1991): no necesariamente prima la identidad con la ciudad, sino que pueden coexistir identidades locales, otras vinculadas a la herencia rural del territorio y otros tipos de pre-existencias. En palabras de Elorza, para comprender la segregación resulta necesario considerar "las construcciones de sentidos (representaciones, descalificaciones, estigmatizaciones, etcétera) que se constituyen como fundamentos de ellos" (2019:93).
Al estudiar la segregación en zonas de expansión, emerge la escala como algo central. Este elemento, que aparece asociado a agrupamiento en Massey y Denton (1988), recibe un tratamiento singular en Sabatini, Cáceres y Cerda (2001), quienes entienden la escala como un elemento constitutivo del fenómeno y no como una dimensión más. Al poner el foco en el análisis espacial de la segregación en áreas de expansión, la escala se vuelve protagonista. Desde el investigador, el ejercicio impone el desafío de identificar la escala en la cual es posible comprender la ciudad como un todo, incorporando sus áreas de expansión. Desde los sujetos, su experiencia de segregación se asocia a diversas relaciones espaciales: con el propio barrio, con su localidad, y con la ciudad en su conjunto.
La definición de Massey y Denton (1988) incorpora una dimensión de centralización que puede resultar reducida al grado de concentración de un grupo en torno al centro de la ciudad, pero ayuda a pensar que la ubicación en la ciudad de un área segregada modula la geografía social, y viceversa. Si ampliamos esta idea a las zonas de expansión urbana, es posible proyectar que los sujetos que viven en sectores nuevos de la periferia, cercanos al centro de otra localidad, experimenten la segregación de un modo distinto. Del mismo modo, los cambios en la localización relativa producto de las infraestructuras de transporte también modifican la percepción respecto de la propia ubicación en la ciudad (Mansilla y Jirón, 2014). En consecuencia, incluso sujetos de un mismo conjunto pueden hacer una evaluación diferenciada respecto a su situación de segregación.
En vistas de lo revisado, planteamos la relevancia de abordar la segregación como experiencia. Es en la experiencia en donde se producen los encadenamientos entre las prácticas y significados que hemos fragmentado analíticamente como dimensiones de la segregación, y se conforman como un todo en la vida cotidiana (Lefebvre, 1981) de los sujetos.
Zonas de expansión
En la revisión de los trabajos sobre la expansión urbana de Santiago y otras ciudades chilenas sobresalen tres perspectivas de análisis: (1) entienden lo urbano como un fenómeno generalizado en el territorio, (2) estudian las transformaciones que experimenta la región, y (3) cuentan con un recorte morfológico.
Desde lo urbano como fenómeno generalizado, los procesos de urbanización capitalista rebasan el espacio metropolitano y, por lo tanto, lo que reconocemos como ciudad propiamente dicha. Estas investigaciones, principalmente a partir de análisis de flujos de movilidad cotidiana, dan cuenta del reescalamiento de las relaciones económicas de la metrópolis a la ciudad región (Fuentes y Pezoa, 2018).
Una segunda perspectiva estudia las trasformaciones regionales producidas por los procesos de urbanización contemporáneos. Desde esta mirada se propone, para la ciudad de Santiago, un reescalamiento desde una ciudad de tipo metropolitana a una región urbana, en la que se pueden reconocer otras áreas metropolitanas y conurbaciones (Hidalgo, Arenas, Sánchez y Wolker, 2014). Según el análisis demográfico, los flujos viales, las migraciones, tipologías residenciales incluidas las segundas residencias, y mapas lumínicos, estos trabajos señalan que la expansión está relacionada con el desarrollo de primeras y segundas residencias; un proceso llamado metropolización. En el caso específico de Santiago dicha metropolización estaría conformando lo que Hidalgo y Arenas (2011) denominan privatópolis y precariópolis, entendidas como dos formas diferentes de ocupación del periurbano del Área Metropolitana del Gran Santiago (AMGS).
Un tercer enfoque es aquel que aborda el fenómeno urbano desde una aproximación morfológica. Esta perspectiva se distingue de las anteriores, en la medida en que aborda el proceso de urbanización a partir de las transformaciones que experimenta la forma territorial preexistente (mancha urbana).
En este horizonte, Salinas y Pérez (2011), que estudian el Área Metropolitana de Concepción, concluyen que la ciudad no presenta un crecimiento de tipo disperso, sino que corresponde a una descentralización del sistema metropolitano hacia la segunda corona. Rojas, Olivera y García-López (2009), definen a esta ciudad como funcionalmente bicéntrica, pero espacialmente como una estructura policéntrica restringida, producto del fuerte peso que siguen teniendo los centros urbanos principales.
Todos estos estudios evidencian aspectos relevantes a la hora de examinar la segregación en áreas de expansión. En primer lugar, es importante analizar los flujos funcionales, y la forma en que estos moldean la experiencia que las personas tienen de la ciudad y sus identidades territoriales (Martínez y Rasse, 2019). En segundo lugar, en las zonas de expansión coexisten procesos de urbanización diversos, que corresponden a grupos sociales y condiciones de habitar muy disímiles; los desarrollos privados son de gran escala (hasta conformar pequeñas localidades con sus servicios y equipamientos propios), mientras las intervenciones de vivienda social, en la mayor parte de los casos, corresponden a intervenciones puntuales, de menor escala que las desarrolladas en la periferia en los ochenta y noventa. Esto, unido a la existencia de patrones de poblamiento difusos que combinan espacios residenciales con lotes agrícolas, lleva a que los patrones de segregación y los elementos que permiten reforzar elementos simbólicos de distinción puedan ser muy distintos a los que se observan en la periferia compacta. Por último, la cercanía a centros urbanos de otras localidades o la emergencia de nuevas centralidades, junto al desarrollo de infraestructura de transporte, modulan la percepción de distancia o aislamiento de los sujetos, lo que influye en su experiencia de segregación.
Transformaciones de la periferia compacta
La periferia compacta, conformada en gran parte por conjuntos masivos de vivienda social que generaron amplios sectores de homogeneidad a gran escala, ha experimentado fuertes cambios. Algunos sectores han comenzado a recibir conjuntos de vivienda orientados a familias de ingresos medios e incluso altos, lo que ha transformado el perfil sociodemográfico de comunas en el AMGS como Peñalolén, Pudahuel, Quilicura o Huechuraba, reduciendo la distancia física entre los grupos de distinto nivel socioeconómico en estas áreas (Sabatini et al., 2010; Ortiz y Escolano, 2013). Esta reducción de la escala de la segregación residencial ha tenido diversas interpretaciones en relación con sus efectos: algunos autores señalan que intensifica la percepción de desigualdad entre los habitantes, generando fragmentación urbana y social (Ruiz-Tagle y Romano, 2019); otros señalan que puede tener efectos positivos en lo funcional (principalmente en empleo y acceso a servicios y comercio), y hasta en términos simbólicos, de cohesión social (como sentimiento de pertenencia a una misma ciudad) (Rasse, 2015). Sin perjuicio de la controversia, las condiciones de transformación de la periferia popular, así como las características de las zonas de expansión urbana, implican pensar la segregación haciendo énfasis en su multidimensionalidad y en los elementos simbólicos que conforman las percepciones sobre su pluralidad.
Metodología
Se desarrolló un estudio en tres etapas, combinando métodos cuantitativos y cualitativos. La primera fase estuvo centrada en definir periferia compacta y periferia extendida, e identificar zonas de segregación, para poder escoger casos de estudio y comparar las experiencias de segregación de los residentes. Para esto se realizó un análisis censal (Censos de población y vivienda 1992, 2002, 2012) de las comunas periurbanas, utilizando cinco criterios: existencia de al menos un 50% de sujetos cuyos viajes laborales o educacionales estuvieran dirigidos hacia la ciudad consolidada; niveles de migración reciente y de nacidos en comunas de la ciudad consolidada por sobre el promedio de la periferia consolidada en la década anterior (1992-2002); porcentaje de nacidos en las comunas de la ciudad consolidada, y aumento en la densidad poblacional. Dado que en algunos casos parte importante de la expansión se produjo al interior de las comunas periféricas que conforman el AMGS, el análisis se complementó con la identificación, a partir de imágenes satelitales, de aquellos territorios periféricos de urbanización desde el 2000 en adelante.
Los mapas de expansión generados fueron analizados de acuerdo con su nivel socioeconómico y de homogeneidad social; posteriormente, se superpusieron a la cartografía de conjuntos de vivienda social y económica subsidiados por el Estado a través del Ministerio de Vivienda y Urbanismo. Con base en esto, se identificaron todos los conjuntos de vivienda social construidos en las zonas de expansión de las tres ciudades desde 2001 en adelante, y que estuvieran situados en zonas homogéneas de bajos ingresos. A estos conjuntos habitacionales en sectores de expansión se añadieron 2 conjuntos habitacionales en el AMGS (en Puente Alto y Maipú): dos en Concepción (en Talcahuano y San Pedro de la Paz), y dos en Talca (Talca y Maule), en sectores socioeconómicamente homogéneos, construidos por la política de vivienda social hacia fines de los años noventa (en este sentido, los conjuntos de la periferia consolidada seleccionados son alrededor de una década más antiguos que los de las zonas de expansión).
En un segundo momento, sobre este set de conjuntos, se construyó un muestreo por cuotas para la aplicación de un cuestionario de encuesta, considerando 14 conjuntos en el AMGS -incluyendo zonas de expansión- (N=1000), 8 en el Gran Concepción (N=800), y 4 en Talca-Maule (N=600).
Por último, en una tercera etapa del estudio se aplicaron entrevistas semi estructuradas a más de 70 residentes de los distintos conjuntos considerados por el estudio. El estudio también consideró el análisis contextual de medios de publicación nacionales y locales.
Resultados
Existen diferencias sustanciales en las percepciones de los habitantes de los conjuntos de la periferia consolidada y aquellos de las zonas de expansión. Estas diferencias radican en aspectos físico-materiales de los conjuntos, localización relativa en la ciudad, relaciones que establecen sus residentes con las centralidades y subcentralidades, y cuestiones de orden simbólico. En último término, todos estos elementos actúan en conjunto, haciendo que la vida cotidiana, y así la experiencia de habitar, sea muy diferente entre ambos tipos de vecinos.
Percepción sobre el barrio y sus oportunidades
Visitar los barrios de las zonas de la periferia consolidada es completamente diferente a hacerlo en los de las zonas de expansión. En la periferia se puede apreciar que subsisten fuertes síntomas de deterioro de los espacios públicos, privados y comunitarios (desde destrozos y basura en las calles hasta falta de mantención), pese a las sucesivas intervenciones públicas de mejoramiento. Asimismo, se reconocen desde lejos los blocks de vivienda que ya son parte característica del imaginario sobre la vivienda social deteriorada. En los sectores de expansión, en cambio, se pueden ver jardines con flores en espacios públicos, o niños pequeños jugando solos en las calles, como signos de un espacio público sin muchas amenazas.
En concordancia con la observación episódica, la percepción de problemáticas asociadas a la seguridad es mucho más fuerte en los conjuntos de la periferia consolidada que en los de las zonas de expansión (Tabla 1). Si bien en todos los conjuntos se manifiestan preocupaciones en torno a la seguridad, quienes viven en sectores de expansión identifican sus sectores como más tranquilos que los de la periferia.
Fuente: FONDECYT 1171184
Hasta donde usted conoce, ¿las siguientes situaciones que le voy a leer de dan habitualmente, a veces o nunca en su villa?
Quienes viven en los conjuntos de la periferia reconocen que en sus barrios hay muchos problemas de seguridad, y narran todo tipo de estrategias y tácticas para lidiar con situaciones que identifican como peligrosas: adaptación de horarios, encierro al interior de las viviendas, formas de caminar, etc. En muchos casos, la convivencia con la economía territorial de la droga ha transformado progresivamente su cotidianeidad. La asimilación de un repertorio de prácticas de evitación del conflicto y sobrevivencia emergen en muchas conversaciones:
Le voy a nombrar una serie de servicios y comercios, y para cada uno de ellos, me gustaría que me dijera si es posible encontrarlos en su barrio...
Fuente: FONDECYT 1171184
Aquí se caminaba por la calle. ¿Y sabe que es lo que decía yo? Oh me daba la impresión que eran gente chora porque caminaban por la calle, o sea, que los autos tocaban la bocina y la gente se corría pero no salía de la calle, seguían caminando por la calle y yo no explicaba el por qué, yo decía eran choros (...) Y no me va a creer que no sé cuánto tiempo después yo andaba caminando por la calle también. [Lo hacía] porque en las veredas se ponían los delincuentes, se ponían en grupo y asaltaban a la gente (Jefa de hogar de la periferia consolidada Gran Santiago, comunicación personal, enero de 2020).
En términos de provisión de equipamiento, en los sectores de expansión se perciben menores niveles de equipamiento y servicios en la escala barrio (en comparación con la evaluación hecha por quienes residen en la periferia consolidada, Tabla 2), y cuando se reconoce que existe, se los evalúa como de menor calidad.
En los sectores de expansión urbana existe menor disponibilidad de transporte público urbano (microbuses urbanos y taxis colectivos), y en el caso de Santiago quedan fuera de la tarifa integrada, lo que implica un perjuicio importante para sus habitantes. Esto fue comentado por algunos como un motivo para "viajar" menos hacia la ciudad, ya que hay que pagar más de un pasaje. Es importante recordar que la resistencia al alza del pasaje de transporte público, en el marco de un ya elevado precio, fue uno de los factores detonadores del estallido social iniciado en el área central de Santiago, pero que rápidamente se extendió por casi toda la ciudad y en decenas de ciudades y localidades del país.
En términos de niveles de empleo del jefe de hogar no se presentan diferencias significativas entre ambos tipos de conjuntos. Sin embargo, el nivel de empleo de los/las cónyuges es significativamente mayor en el caso de los conjuntos de sectores de expansión (18,5% en la periferia versus 28,8% en las zonas de expansión). En estudios previos, se ha visto como la decisión de cónyuges mujeres de quedarse en casa está asociada a la extensión de los viajes, al costo de transporte (en el marco de niveles de sueldo menores) y, sobre todo, a cuestiones de seguridad personal y de los hijos (Sabatini, Wormald y Rasse, 2013). En este sentido, este hallazgo es compatible con la percepción de altos niveles de violencia e inseguridad señalados para la periferia.
En suma, quienes residen en conjuntos de vivienda social en áreas de expansión urbana perciben sus barrios como más tranquilos que quienes viven en la periferia consolidada, pero también como peor servidos y con menor acceso a transporte público urbano.
Movilidades
Pese a que tienen menos alternativas de trasporte urbano que los sectores de la periferia consolidada, y que su distancia respecto del centro es mayor, gran parte de quienes viven en sectores de expansión no perciben que vivan "lejos", porque realizan la mayor parte de sus actividades cotidianas en su misma comuna (Tabla 3), y sus puntos de referencia son respecto del subcentro más cercano a su barrio. Los porcentajes de personas que permanecen en su comuna para las actividades más frecuentes (trabajar, estudiar, hacer compras) son apenas más bajos en las zonas de expansión que en la periferia consolidada. Incluso en términos de sociabilidad, alrededor del 70% de los encuestados, tanto en la periferia como en las zonas de expansión, señalan que su contacto más cercano (fuera de su hogar) reside en la misma comuna y las frecuencias de visita y contacto telefónico (o por redes sociales) son similares en ambos tipos de conjuntos.
Periferia | Expansión | |||
---|---|---|---|---|
En otra comuna | En la misma comuna | En otra comuna | En la misma comuna | |
Estudia / Trabaja | 27,4% | 72,6% | 35,3% | 64,7% |
Realiza trámites | 11,7% | 88,3% | 23,6% | 76,4% |
Realiza sus compras | 10,8% | 89,2% | 22,8% | 77,2% |
Recibe habitualmente sus atenciones de salud | 8,4% | 91,6% | 14,7% | 85,3% |
Lugar de recreación al que más habitualmente va | 19,4% | 80,6% | 31,4% | 68,6% |
Familiar o amigo al que más visita | 24,1% | 75,9% | 30,0% | 70,0% |
Fuente: FONDECYT 1171184
Entre aquellos habitantes de zonas de expansión que tienen vínculo cotidiano con la ciudad, muchos no viajan diariamente al centro de la ciudad, sino a comunas más cercanas a la propia (un ejemplo es la relación entre Padre Hurtado y Maipú, localidades ubicadas en la transición entre la periferia y el extra-radio de la AMGS).
La proporción de habitantes que declara problemas asociados al transporte, ya sea en términos de disponibilidad, costo o confort, es relativamente similar en la periferia y en zonas de expansión. Sin embargo, es importante señalar que existe una pequeña proporción de hogares de la zona de expansión que declara realizar viajes muy largos (muchas veces asociados al acceso a la educación, en especial en nivel superior), y dificultades de acceso al transporte para actividades fuera de los horarios habituales. Entre los residentes de la zona de expansión, un 24% declara haber tenido que dejar de hacer actividades por no poder costear el transporte en muchas oportunidades (y un 22% porque no han tenido cómo llegar); un 21.5% declara que muchas veces se han perdido oportunidades de trabajo porque es demasiado lejos para viajar todos los días; un 20.1% que muchas veces han tenido que alojarse en casa de otra persona porque es demasiado tarde para regresar a su vivienda; y un 26.7% que muchas veces han tenido que dejar de hacer o retirarse antes de una actividad para alcanzar la hora límite en que pasa el ultimo bus de transporte público. Así, si bien la mayor parte de los encuestados de las zonas de expansión resuelven su vida dentro de la comuna sin que la distancia sea un problema, entre un quinto y un cuarto de los hogares tiene al menos un miembro que experimenta la distancia o el costo y disponibilidad de transporte como un obstáculo para actividades tan importantes como, por ejemplo, el empleo.
Identidades territoriales y estigma
En términos de identidades territoriales, los conjuntos en zonas de expansión urbana combinan elementos urbanos y rurales (Tabla 4). En la práctica, todos los conjuntos estudiados en zonas de expansión urbana limitan, en algún punto, con un lote agrícola, o bien, sin urbanizar.
Fuente: FONDECYT 1171184
Esta yuxtaposición de elementos urbanos y rurales en el paisaje tiene un correlato en la vida cotidiana: no solo se observan habitualmente predios agrícolas, sino que muchas de las historias de los entrevistados tienen puntos de contacto con el campo productivo.
Identidades urbanas, rurales y mixtas
Muchas personas están a favor de la existencia de predios agrícolas a su alrededor. Poco menos de 1/3 de los encuestados de zonas de expansión (49%) reconoce la urbanización de los lotes agrícolas como una transformación negativa de su entorno.
Adicionalmente, en todas las ciudades, las zonas de expansión presentan menores niveles de identificación con la ciudad que las zonas de la periferia consolidada (81.3% en la periferia consolidada versus 58.5% en las zonas de expansión). Sin embargo, hay importantes diferencias regionales. En el Gran Concepción llama la atención la alta identificación de los sujetos de las zonas de expansión con sus localidades y con sus comunas (mucho mayor a las de conjuntos en la periferia consolidada, y también mayor a la evidenciada en las otras ciudades). En el caso de Santiago se registra una muy baja identificación de los conjuntos de zonas de expansión con la ciudad (mucho menor a la registrada en todos los otros grupos regionales). En el caso de la conurbación Talca-Maule la diferencia entre ambos tipos de conjuntos es mucho menor en términos de identidad con la ciudad. Esto último puede estar relacionado con que la menor escala de la ciudad hace que los conjuntos en zonas de expansión queden, en términos absolutos, más cerca de los conjuntos de la periferia consolidada.
En suma: si bien existen niveles medios (en Santiago) y altos (en Concepción y Talca) de identificación con la ciudad como un todo, en los sectores de expansión es clara la yuxtaposición con elementos identitarios locales y del mundo rural.
En los casos correspondientes a la periferia consolidada, llama la atención una mayor percepción de ser discriminados. Alrededor de un tercio de los encuestados señalan que vivir en la villa los ha perjudicado en la búsqueda de trabajo (34.2%) y que preferirían ocultar su dirección (34.5%), frente a un quinto. aproximadamente. en los conjuntos de zonas de expansión. Asimismo, quienes residen en la periferia consolidada aducen en mayor medida que las ambulancias y los policías no llegan o tardan demasiado, ya sea porque no son tomados en cuenta, o porque la villa tiene "mala fama" o es peligrosa (45% en ambulancias y 58.8% en policías). Tanto la historia de estos conjuntos, como su nivel de deterioro y tipología característica, aparecen en el material cualitativo como elementos que refuerzan estos procesos de estigmatización y discriminación. Los entrevistados son conscientes del estigma que tienen los lugares en que habitan, y se refieren a ello desde discursos de injusticia y malestar.
Segregación porque no tenemos acceso a muchas cosas. Aquí no tenemos un anfiteatro, en la villa sí existe; precioso. No tenemos un lugar de encuentro real. Construyeron hace poco una especie de centro comunitario, donde está bomberos también, pero tampoco reúne condiciones mínimas. No tiene bancas, no tiene nada. Es una especie de espacio central y nada más. No tenemos a nuestro alcance un montón de cosas que otros sí las tienen. Entonces. ¿Hay procesos de segregación? sí. ¿Hay procesos de discriminación?, sí. No puedo negar lo que vivo todos los días. (Dirigente vecinal de la periferia Gran Concepción, comunicación personal, enero de 2020).
En paralelo, los entrevistados revelan que en los conjuntos de zonas de expansión urbana se evidencian procesos de diferenciación simbólica más específicos, de escala local, o bien, la existencia de una mirada negativa más amplia sobre los territorios populares, que los desacredita o, al menos, les genera malestar. El menoscabo es resistido por los habitantes de estos territorios, pero también genera expectativas de salida entre aquellos que pueden hacerlo.
No me falta clientela, pero hay que... ¿en qué parte vive? No, en tal parte. seria diferente que digan vaya ahí donde esta el maestro que queda ahí en la 7 oriente con 8 norte. Ah ya vamos altiro y parten pa allá porque saben que es como el centro, como un lugar. pero cuando le dicen no, para acá, ah o socio yo no voy na pa esos barrios, porque la gente es así, dicen yo no voy pa esos barrios (...) De repente tocan clientes medios pitucos o mujeres medias pituquitas y ven el barrio aquí y vienen una pura vez y después se van. Si po... por eso yo me gustaría cambiarme un poquito más pa allá, solamente por eso. (Jefe de hogar de expansión urbana Talca, comunicación personal, enero de 2020).
De acuerdo con lo encontrado por Sabatini y Wormald (2013), la intensidad de la percepción del estigma es mayor en Talca, la ciudad de menor tamaño, en la cual los entrevistados se refieren a los conjuntos de distintas zonas de la ciudad por su nombre. La pequeña escala de la ciudad probablemente facilita la identificación y recuerdo de los nombres y lugares, y ayuda al etiquetaje, pero también al refuerzo de elementos identitarios positivos.
Discusión y conclusiones
La experiencia de la segregación varía profundamente entre conjuntos de vivienda social localizados en la periferia compacta, desarrollada en las décadas de los ochenta y noventa, y aquellos construidos en las últimas dos décadas en las zonas de expansión urbana. Los conjuntos en la periferia, producto de las sucesivas intervenciones del Estado, tanto como de la llegada de algunos servicios privados, se han ido convirtiendo en barrios más consolidados en términos de servicios, equipamiento, infraestructura y acceso a transporte público. Sin embargo, en ese mismo período y a causa de sus condiciones originales (en áreas de alta segregación, alejados de los subcentros y prácticamente sin equipamiento y servicios), se agudizaron problemáticas y estigmas que, pese a todas las intervenciones sociales y urbanas, persisten hasta el día de hoy, algunas de forma muy agravada.
Los conjuntos en zonas de expansión urbana, en cambio, fueron materializados bajo una política de vivienda que consideró un mejor estándar no solo en vivienda, sino también en urbanización. Esto implica que las familias accedieron a mejores viviendas, y que en breve plazo tuvieron la posibilidad de mejorar sus espacios públicos y beneficiarse de ampliaciones y obras complementarias. En la práctica, habitan barrios que "lucen" mucho mejor y están en continua relación con el Estado en el marco de un "camino" de programas públicos que les permiten mejorar continuamente su situación (y que revelan, en la práctica, una reformulación en la forma en que se comprende desde el Estado a estos hogares). Sin embargo, se trata de conjuntos localizados en sectores semi rurales (aún), por lo que su accesibilidad a servicios y equipamientos urbanos es mucho más limitada.
En ambos casos, los aspectos objetivos de accesibilidad, materialidad y equipamiento traen aparejados elementos simbólicos que configuran la identidad de los lugares y los atributos sociales con las que son etiquetados. Lo material da cuenta de la forma en que han sido concebidos y tratados estos grupos por parte del Estado, y sostiene la producción y reproducción de estigmas.
Así, si bien ambos tipos de conjuntos de vivienda están igualmente segregados en términos de la homogeneidad social de hogares de bajos ingresos, la vida cotidiana y con ello la experiencia de esta segregación, es muy distinta entre ellos. Mientras para los hogares de la periferia la segregación tiene relación con la experiencia cotidiana de violencia en los espacios públicos y estigmatización, en los hogares de sectores de expansión urbana se vincula a accesibilidad, y existencia y calidad de infraestructura y equipamiento. Este último componente no es tan fuerte como podría suponerse; pese a estar más lejos del centro, en la práctica la mayor parte de los residentes de conjuntos de vivienda social en zonas de expansión urbana resuelven su vida cotidiana en su propia comuna. No puede olvidarse, sin embargo, que existe un grupo minoritario, pero importante, que debe viajar diariamente a la ciudad, y que padece la movilidad cotidiana en términos de costos, tiempos, y confort. Debido a su movilidad, pero también a su trabajo, estudios y efectiva inserción social, muchos entrevistados subrayaron un malestar tan evidente como reprimido. De acuerdo a lo recabado en las entrevistas, una fracción de esas personas, principalmente jóvenes escolarizados, pero también trabajadores precarizados, fueron activos participantes de la protesta social que se inició en Chile el 18 de Octubre del 2019.
Algunos analistas explicaron la crisis como el desajuste entre expectativas y realidad. Así como cambian los estándares, cambian también las expectativas de los sujetos. Entonces, pese a que los niveles de violencia que los residentes de zonas de expansión observan en sus entornos son menores, y a que reconocen sufrir menos estigmatización, su apreciación es muchas veces tan crítica como la observada en sectores de la periferia, y su resistencia al estigma puede ser incluso mayor. Todos estos elementos parecen confirmar la pertinencia del uso del término segregaciones.