1. Introducción
La pobreza se trata de un fenómeno social complejo, que no se restringe necesariamente a los niveles de ingresos y la falta de determinados bienes materiales. Esta también puede ser analizada por medio de la negación de oportunidades socialmente aceptables (Codes, 2008; Helfand et al., 2011). La intensificación de los debates y las críticas en cuanto al carácter unidimensional de la pobreza ocurrió a partir de los trabajos publicados por Amartya Sen (1983; 1984). De acuerdo con el enfoque de Sen (1983; 1984; 2000), la pobreza debe ser comprendida como la privación de capacitaciones y la ausencia de oportunidades que limitan a las personas para ejercer su condición de ciudadanos. En otras palabras, se refiere a las privaciones de los derechos sociales básicos, cuyo enfoque de la pobreza, al incorporar diferentes dimensiones, abrió un espacio para nuevas discusiones, entre ellas, el análisis de género.
Los debates de la invisibilidad de las mujeres en varias esferas de la vida -económica, social y política- avanzaron hasta llegar a la discusión sobre el poder de negociación intrafamiliar, cuya importancia es fundamental para que las mujeres aumenten su bienestar. Por ejemplo, por medio de la reacomodación de los recursos de la familia, así como del tiempo usado entre las tareas domésticas y profesionales. De esta forma, pasó a percibirse, aunque de manera discreta, que la jerarquía de género puede contribuir para que los hombres y las mujeres cooperen entre sí, o para que sean rivales.
La pobreza es un fenómeno que alcanza de forma diferenciada a ambos sexos, siendo que, para las mujeres, las carencias son más agudas (Melo, 2005; Chant, 2008). De este modo, abordar la pobreza desde la óptica de género profundiza el análisis de tal fenómeno. A pesar de que los principales análisis, sobre la pobreza, estén relacionados con la contribución monetaria del individuo en el núcleo familiar, y que la falta de ingresos sea de hecho un subproducto importante del círculo vicioso de la pobreza, existen también factores socioculturales asociados a la feminización de la pobreza (Abercrombie y Hastings, 2016).
En Brasil, la pobreza es un problema de origen histórico que se agrava por las diferencias regionales. Las áreas rurales y la región Nordeste se destacan, en este sentido, porque son localidades donde todavía permanecen los grandes cinturones de miseria del país, puesto que, en el 2011, la población pobre en el Nordeste representaba el 26 % del total de los residentes. Quintela et al. (2013) anotan que, entre el 2000 y el 2010, se redujo el porcentual de personas pobres. Sin embargo, los que permanecieron en esa condición se volvieron más pobres.
La presencia de la mujer en la familia es importante por ser ella más propensa a distribuir los recursos intrafamiliares para pagar gastos relacionados con la educación y la salud (Doss, 2013). En una situación de pobreza, esa decisión es todavía más importante. Sus contribuciones extrapolan el espacio doméstico, para influenciar también el desarrollo de las comunidades locales (Pereira, 2015; Quijano, 2015). En especial, en el medio rural, ya que hay una relación muy cercana entre la mujer y la supervivencia de la agricultura familiar.
El debate sobre la pobreza femenina levanta nuevas cuestiones centradas en los análisis más detallados sobre las diversas dimensiones de la pobreza, yendo más allá del simple dualismo entre hombres y mujeres (Bradshaw et al., 2018). En ese sentido, la presente investigación busca contribuir con este debate por medio del análisis del perfil de las mujeres cabeza de familia de las áreas rurales de Brasil y de las regiones Nordeste y Sur, especialmente en los aspectos que conducen a la pobreza y la vulnerabilidad de esas mujeres. Es importante destacar que en esas dos regiones se concentra la mayoría de la población rural del país.
2. Aspectos conceptuales y evidencias empíricas sobre la pobreza desde una perspectiva de género
Entre las líneas teóricas de los estudios de la pobreza pueden destacarse dos: la de las necesidades básicas y la de las capacidades, las cuales abordan cuestiones relacionadas con la alimentación. Además de esto, estas incorporan una mayor gama de esas necesidades humanas, como la educación, el saneamiento y la habitación. También son capaces de captar otros aspectos de la vida cotidiana de los individuos, y no apenas las cuestiones nutricionales y económicas, introduciendo aspectos multidimensionales en las investigaciones relacionadas con la pobreza (Lopes et al., 2003; Duclos y Araar, 2006).
En el enfoque de las capacidades, en general, son entendidas como pobres las personas desprovistas de capacidades, que son elementos básicos para actuar en sociedad, y lograr niveles considerables de concretizaciones y conquistas; haciendo consistente la inserción de estas variables importantes que pueden capturar la escasez de capacidades para la determinación de la pobreza, además de los ingresos. Asimismo, la pobreza está relacionada con la privación de la libertad de las personas para escoger una vida mejor y más satisfactoria, que les brinde un mayor bienestar (Sen, 1983; 1984).
La desigualdad no es un fenómeno homogéneo. Se manifiesta de muchas maneras. En el caso de la desigualdad de género, es posible identificar siete tipos de desigualdades: a) en la mortalidad; b) al nacer; c) en los desarrollos básicos derivados de oportunidades para que se escolarice o cultive talento para participar en roles comunitarios valiosos o gratificantes; d) en términos de oportunidades de educación y formación para el trabajo; e) en el trabajo, en la promoción laboral y en los tipos de ocupación; f) en la propiedad de la tierra y la vivienda, lo que reduce la voz de las mujeres y su capacidad para participar en actividades comerciales, económicas y sociales; y, finalmente, g) en la división del trabajo, expresada en relaciones dentro del hogar con la carga del trabajo doméstico y el cuidado infantil, y en la sociedad, reflejada en el empleo y el reconocimiento (Sen, 2001b).
Para Sen (2001b), existen disparidades sistemáticas en las libertades que los hombres y mujeres disfrutan en la sociedad, y no se resumen exclusivamente a las diferencias en los ingresos o recursos, a pesar de que los salarios y remuneraciones constituyen una parte importante en lo relacionado con las desigualdades referentes al sexo. Muchas otras esferas diferencian a hombres y mujeres, tales como la división del trabajo intrafamiliar, la restricción en la participación de la toma de las principales decisiones en las esferas política, económica y social (Bravo, 1998; Doss, 2013), la asistencia o la educación recibida y las libertades que se permite disfrutar a los diferentes miembros de la familia.
La pobreza y su relación con hombres y mujeres se han tratado de forma independiente, lo que de alguna manera explica el papel específico de cada género5 en la agenda política y en las investigaciones científicas. Aunque la definición más común de pobreza se refiere a la falta de ingresos, han surgido varios otros enfoques con respecto a su conceptualización. El concepto de género, como un enfoque teórico y metodológico para la constitución cultural de las diferencias de género, se ha convertido en una categoría de análisis cada vez más importante. La pobreza, desde una perspectiva de género, describe que las mujeres pueden experimentar un mayor nivel de pobreza que los hombres, debido a la discriminación de género (Arriagada, 2005).
La pobreza no siempre se ha analizado desde una perspectiva de género. Antes de que las feministas contribuyeran al análisis, se consideraba que la población pobre era completamente masculina o que los intereses y las necesidades de las mujeres eran idénticos a los de los jefes de hogar varones y, por lo tanto, podían estar sujetos a ellos. (Kabeer, 1997, p. 1).
La relación entre género y pobreza es un tema complejo y controversial que viene siendo debatido con más frecuencia en la literatura. A pesar de los avances en la formulación de políticas cuyo objetivo es reducir la pobreza en la perspectiva de género, la naturaleza de la relación entre género y pobreza necesita ser mucho más comprendida y operacionalizada. La dificultad se origina en las diferentes formas y formatos que las desigualdades de género y pobreza toman, a partir del contexto económico, social e ideológico (Cagatay, 1998).
Solamente el aspecto de los ingresos no atiende las necesidades de bienestar de las mujeres, cuando ellas son las personas de referencia de la familia. Por ejemplo, los ingresos en el caso de las familias monoparentales pueden ser menos importantes, cuando el hecho de que la mujer viva sola, incluso momentáneamente, pueda ser una forma de escapar de la violencia doméstica (Heintz, 2006).
A partir de la década de 1970, algunos trabajos comenzaron a analizar la pobreza desde el punto de vista de género y, en gran parte, identificaron un aumento en la proporción de mujeres pobres. Tal proceso fue denominado por Pearce (1978) como feminización de la pobreza. Es importante destacar que dos conceptos comunes en la literatura, la sobrerrepresentación y la feminización de la pobreza, están relacionados, pero son fenómenos distintos. Mientras que el primero se refiere al hallazgo de una mayor pobreza entre las mujeres o las familias encabezadas por ellas, en un momento dado, el segundo se refiere a los cambios que ocurren entre dos puntos en la historia (Costa et al., 2005). Visaria (1980a; 1980b) concluye sobre las mujeres que "en términos de sus niveles de vida medidos en términos per cápita, sin embargo, no parecen estar excesivamente representados entre los pobres” (Quisumbing et al., 1995, p. 2 -traducción propia-). En su lectura de la literatura, Lipton y Ravallion (1995) concluyen que las mujeres generalmente no están sobrerrepresentadas en los hogares pobres en consumo, ni que los hogares encabezados por mujeres tienen más probabilidades de ser pobres. Así, no existe necesaria ni automáticamente una relación entre pobreza y hogares con jefatura femenina.
En ese contexto, los hogares encabezados por mujeres pueden estar ligeramente sobrerrepresentados entre los pobres. Hay muchas más mujeres que viven en la pobreza en hogares encabezados por hombres y menos hombres que viven en la pobreza en los hogares encabezados por mujeres. Los hogares encabezados por mujeres con altas tasas de dependencia y sin una fuente constante de ingresos o transferencias tienen más probabilidades de ser pobres. Sin embargo, es dudoso si los hogares encabezados por mujeres que están conectados a una red sólida de personas que generan ingresos (incluidos su esposo e hijos ausentes) son igualmente vulnerables. La utilidad del liderazgo como criterio de selección universalmente aceptable es, por lo tanto, cuestionable (Quisumbing et al., 2001).
De acuerdo con Cagatay (1998), el empobrecimiento femenino estaría relacionado con el aumento del número de familias encabezadas por mujeres. En este caso, además de ser las únicas proveedoras de ingresos en estas familias, ellas sufrirían desventajas especialmente en lo que se refiere al mercado de trabajo. Así, las mujeres podrían, en determinadas circunstancias, ser más pobres que los hombres, simplemente por ser mujeres. Este conjunto de ideas se tornó popular tanto en la definición para el análisis de la pobreza, como para su reducción, volviéndose explícitamente objetivo de la formulación de políticas públicas.
Un ejemplo de política pública6 direccionada a las mujeres ocurrió por medio del Programa de Fortalecimiento de la Agricultura Familiar (PRONAF), donde se creó la modalidad de crédito para las mujeres (PRONAF Mujer); con el objetivo de aumentar la capacidad productiva, la mejora de la calidad de vida y promover la ciudadanía de las mujeres, por medio de la participación económica en su contexto familiar y social (Hernández, 2015)7.
A partir de 1980, se profundizan los análisis sobre la relación entre género y pobreza. La mayoría de los trabajos, sobre todo los aplicados en los países en desarrollo, demostraron un aumento del número de mujeres pobres en comparación con el número observado en los hombres. De este modo, en la mencionada década, se reconoció que el género podría ser un factor que determinaría la pobreza y contribuiría con el aumento de la vulnerabilidad femenina, al igual que la edad, la etnia y la localización geográfica (Godoy, 2004). Por ejemplo, las mujeres encuentran menos oportunidades de generación de recursos durante el embarazo, en el periodo en que sus hijos son pequeños y en la vejez. En estas tres fases, en caso de que ocurra una separación o viudez, la tendencia es impulsarlas a intentar una actividad remunerada, aunque esta sea en condiciones precarias y con bajos salarios. En realidad, al convertirse en cabezas de familia la situación se agrava, considerando la condición de exclusiva mantenedora del hogar. Ser madre sin pareja también acentúa su vulnerabilidad a la pobreza (Bravo, 1998; Gelinski et al., 2005).
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) considera que el género es uno de los determinantes de la pobreza de las mujeres. La idea central es que existen factores de género que afectan el nivel de vulnerabilidad de las personas a la pobreza, así como su capacidad para dominarla. Para las mujeres, los determinantes que pueden contribuir a hacerlas más propensas a experimentar pobreza incluyen:
disparidades en la participación en el mercado laboral, que se traducen en tasas de actividad más bajas en relación con las tasas de los hombres;
devaluación económica y social de las tareas realizadas por las mujeres, lo que resulta en salarios más bajos y discriminación laboral que asigna a las mujeres los trabajos más precarios, con menos formalización y contribuyendo a la perpetuación de la idea de que las mujeres no son capaces de actuar en actividades de mejor calidad;
acceso desigual a recursos productivos como crédito, tierra o capital productivo;
y oportunidades desiguales para participar en la toma de decisiones, dada la baja participación de las mujeres en puestos de mando en los sectores público y privado.
La familia es un lugar clave tanto para la discriminación de género como para su subordinación. De este modo, el análisis de la familia se convierte en un objetivo importante para trazar el perfil de esa pobreza. Una parte considerable de las investigaciones sobre la familia parten de la presuposición de que los recursos domésticos son igualmente compartidos entre sus miembros. Entretanto, de acuerdo con Wratten (1995), la conceptualización sobre la pobreza muchas veces desestima las diferencias existentes entre hombres y mujeres en términos del acceso a los ingresos, recursos y servicios (Deere et al., 2012). La pobreza femenina tiene un perfil expresado en las mujeres cabeza de familia, el cual posibilita examinarla desde la perspectiva de género (Chant, 2004; Bradshaw et al., 2018; BRIDGE, 2001).
3. Metodología y fuente de datos
Hay dos formas de medir la pobreza de las mujeres: a) la primera está relacionada con la pobreza general de la población, es decir, el hecho de comparar todas las mujeres con todos los hombres, analizando la pobreza personal; y b) la segunda está relacionada con la pobreza medida por medio del jefe del hogar. Estas dos formas contribuyen al entendimiento de la tendencia de la feminización de la pobreza tanto de una determinada región, como de un determinado país (Quisumbing, et al., 2001; Bradshaw et al., 2018).
Para el enfoque a partir de la cabeza de la familia, a su vez, deben ser considerados dos aspectos: a) la dificultad en definir el encabezamiento femenino, cuyas definiciones dependen de los datos que son ofrecidos por las investigaciones nacionales, recordando que las definiciones basadas en contribuciones para los ingresos familiares no siempre coinciden; y b) la mayoría de los análisis del encabezamiento femenino no tiene en cuenta la heterogeneidad dentro del grupo de mujeres cabeza de familia (Joshi, 2004).
La presente investigación aplicó una definición similar a la de Quisumbing et al. (2001), comparando la pobreza entre hombres y mujeres cabezas de familia. Para determinar quiénes encabezaban las familias se utilizó el concepto de cabeza de familia auto declarada. Fueron utilizados los datos secundarios del año 2014 de la Pesquisa Nacional por Muestreo de Domicilios (PNAD)8, realizada por el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE).
El recorte espacial utilizado fue el relativo a las regiones Nordeste y Sur, donde se encuentra la mayor parte de la población rural9 del país. El Nordeste presenta notables desventajas en comparación con las demás regiones, principalmente por concentrar el mayor contingente de pobres del país.
A diferencia de otros países en desarrollo, en Brasil predominan los domicilios con más de una generación familiar. Alves y Cavenaghi (2005) constataron que en el año 2000 los domicilios plurifamiliares conformaban cerca del 65% del total de las familias. A pesar de que posean la misma dirección residencial, optamos por trabajar con la familia y no con el domicilio, porque comprendimos que el hecho de que varias generaciones vivan en conjunto es consecuencia de la pobreza, y no propiamente una decisión.
De acuerdo con la definición del IBGE, la familia corresponde al conjunto de personas ligadas por lazos de parentesco; dependencia doméstica (relación establecida entre la persona de referencia y los empleados domésticos y agregados de la familia); o por normas de convivencia (reglas establecidas para la convivencia de personas que viven juntas, sin estar vinculadas por lazos de parentesco o dependencia doméstica), que residen en la misma unidad domiciliar; o persona que vive sola en una unidad domiciliaria.
En este sentido, para analizar el perfil socioeconómico de las mujeres cabezas de familia, se seleccionó un conjunto de variables referentes a las características personales, familiares y de trabajo. En seguida, se aplicó la estadística descriptiva para el análisis de la discusión.
4. Perfil de las cabezas de familia en las áreas rurales
En la Tabla 1 se presenta la cuota de mujeres cabezas de familia, por situación del Censo, para Brasil y sus regiones. En el 2014, fueron estimadas 70.539.877 familias en Brasil, siendo que -de este total- 28.117.804 (40%) eran encabezadas por mujeres. Entre las familias encabezadas por mujeres, el 91% residían en el área urbana y el 9% en el área rural. En el área urbana, la región Norte fue la que presentó una menor proporción de mujeres cabeza de familia. En contrapartida, la región Sudeste presentó un mayor porcentual (45%), seguida del Nordeste (26%) y del Sur (15%). Por otro lado, las regiones en las cuales lideran las familias encabezadas por mujeres, en el área rural, son la Nordeste (54,74%) y la Sudeste (17,23%).
Región | Urbano | Rural | Brasil | |||
---|---|---|---|---|---|---|
Total | % | Total | % | Total | % | |
Norte | 1.761.333 | 6,88 | 260.631 | 10,32 | 2.021.964 | 7,19 |
Nordeste | 6.562.977 | 25,63 | 1.382.377 | 54,74 | 7.945.354 | 28,26 |
Sudeste | 11.536.049 | 45,08 | 435.077 | 17,23 | 11.971.126 | 42,57 |
Sur | 3.771.424 | 14,75 | 357.089 | 14,14 | 4.128.513 | 14,68 |
Centro-Oeste | 1.960.347 | 7,66 | 90.500 | 3,58 | 2.050.847 | 7,29 |
Brasil | 25.592.130 | 100 | 2.525.674 | 100 | 28.117.804 | 100 |
Fuente: elaboración propia con base en los datos de la PNAD (2014).
Es importante destacar que, a pesar de que la población total del Sudeste sea superior a la de la población del Nordeste, el número de mujeres cabeza de familia en las áreas rurales es expresivamente menor que en el Sudeste. Los datos revelan una paradoja interesante, por lo que muchos estudios hacen un análisis comparativo que responde a esta singularidad poblacional.
En la Tabla 2, se presentan algunas estadísticas nacionales sobre el perfil de mujeres y hombres que son cabeza de familia en el área rural. Ambos sexos poseen una edad promedio que oscila en la franja de los 55 años o más. Sin embargo, para las mujeres, el porcentual en esta franja etaria fue mayor. Ellas fueron menos numerosas, pero de más edad. En términos de ingresos, puede afirmarse que las mujeres que ejercen actividades agrícolas tienen más dificultad de pensionarse por cuenta de la comprobación de los años de actividad y también debido a la legislación. En Brasil, apenas a partir de la década de 1990, las mujeres en actividades agrícolas comenzaron a tener el derecho de pensionarse por el sistema público al igual que los hombres (Kreter y Bacha, 2006).
Brasil | Mujeres | Hombres | |||
---|---|---|---|---|---|
Total | % | Total | % | ||
Contingente | Persona de referencia | 2.525.674 | 25,62 | 7.330.821 | 74,38 |
Edad | 10 a 17 | 22.013 | 0,87 | 17.045 | 0,23 |
18-30 | 403.799 | 15,97 | 1.007.258 | 13,75 | |
31-45 | 677.732 | 26,82 | 2.302.097 | 31,42 | |
46-54 | 401.888 | 15,92 | 1.414.113 | 19,27 | |
55 /> | 1.020.242 | 40,36 | 2.590.308 | 35,34 | |
Estado civil | Casada (o) | 200.553 | 52,29 | 503.830 | 13,13 |
Desquitada* / separada (o) | 61.922 | 2,95 | 107.153 | 2,79 | |
Divorciada (o) | 105.864 | 5,05 | 234.468 | 6,11 | |
Viuda (o) | 632.472 | 30,15 | 277.640 | 7,24 | |
Soltera (o) | 1.096.923 | 52,29 | 2.713.809 | 70,73 | |
Vive con el cónyuge | Sí | 963.140 | 38,13 | 6.134.601 | 83,68 |
No, ya vivió antes | 1.344.783 | 53,24 | 903.014 | 12,32 | |
No, nunca vivió | 217.751 | 8,62 | 293.206 | 4 | |
Número de integrantes de la familia | 1 a 3 | 1.813.057 | 71,79 | 4.644.426 | 63,35 |
4 a 6 | 645.659 | 25,56 | 2.469.292 | 33,69 | |
7 a 9 | 63.773 | 2,52 | 200.975 | 2,74 | |
10 o más | 3.185 | 0,13 | 16.128 | 0,23 | |
Ingreso familiar per cápita | Hasta 1 SM | 1.851.767 | 75,32 | 5.186.139 | 72,61 |
Más de 1 SM hasta 2 SM | 493.214 | 20,08 | 1.404.917 | 19,84 | |
Más de 2 SM hasta 4 SM | 88.429 | 3,63 | 412.731 | 5,86 | |
Más de 4 SM hasta 6 SM | 17.063 | 0,71 | 75.886 | 1,08 | |
Más de 6 SM | 6.751 | 0,29 | 59.361 | 0,83 |
Nota: * En Brasil, el "desquite" era una forma de separación marital y de bienes materiales de la pareja, sin que fuese roto su vínculo conyugal, el cual impedía nuevos matrimonios. El término "desquite" fue sustituido por el término "separación judicial" por la ley 6.515/1977 (Ley del divorcio) (Brasil, 1977).
Fuente: elaboración propia con base en los datos de la PNAD (2014).
La tendencia es que esas mujeres continúen siendo cabezas de familia en sus residencias, a partir del momento en que ellas dejen de ejercer actividades remuneradas. La posibilidad de que ellas y sus dependientes engrosen las estadísticas de pobreza es mayor, ya que muchas de ellas no podrán contar con jubilación.
Más de la mitad de las mujeres cabeza de familia de la zona rural se auto declararon solteras (52%). La misma realidad fue identificada entre los hombres (71%). Costa (2013) observó, para la región Sur de Brasil, que el éxodo selectivo de mujeres provoca una relativa masculinización de las áreas rurales, y que tiene una gran influencia sobre el celibato del hombre. Por otro lado, el estado civil -como las demás informaciones de la PNAD- es auto declaratorio. Puede ser que esto explique, en parte, el alto porcentual de solteros en el campo.
La mayor parte de los hombres (84%) declararon que todavía vivían en compañía del cónyuge o la compañera en la época de la investigación. En otras palabras, a pesar de que ellos se declaraban solteros, no vivían solos. Eso puede indicar que vivían con sus compañeras, pero no se casaron, o que ellos se casaron anteriormente con otra persona y estaban, en el momento de la investigación, en otra unión estable. Pero, independientemente del motivo, la gran mayoría de los hombres cabeza de familia, con residencia en el campo, no estaban solos. Además de la cuestión afectiva, la presencia de la mujer, en especial en regiones en donde predominan las relaciones patriarcales, es fundamental para la división de tareas y responsabilidades dentro del domicilio.
Lo mismo no ocurre en el caso de las mujeres cabeza de familia: el 62% de ellas nunca vivió o no vivía más en compañía del cónyuge o compañero, en la época de la encuesta. Este dato también sugiere que la mujer puede estar siendo reconocida como cabeza de familia por la ausencia de un hombre en la familia.
Debe tenerse en cuenta que la asociación entre la mujer jefe de hogar y la pobreza puede generar un estigma de que las mujeres son menos "capaces" de cuidar a sus familias sin un hombre. Por otro lado, se señala que las mujeres han ganado más independencia y, por lo tanto, pueden hacerse cargo de sus familias. Sin embargo, esta asociación termina fortaleciendo los adjetivos de estas familias como vulnerables o en riesgo, más que como potencialmente autónomos (Vitale, 2002).
El hecho de que ellas representen el 26% de las cabezas de familia, con residencia en el medio rural, corrobora la tesis de que hay un proceso de masculinización en el campo y reducción de la presencia femenina en las áreas rurales de Brasil. En especial de las mujeres en edad madura. Nascimento (2001) argumenta, además, que ellas viven solas la mayor parte de sus vidas, mientras la mayoría de los hombres disfrutan de sus vidas acompañados. El alto número de solteras, pero también de viudas y separadas, evidencia la dificultad de las mujeres de construir nuevamente una estructura familiar, lo que puede tener consecuencias negativas para sus hijos. Por ejemplo, la probabilidad de que haya trabajo infantil en Brasil aumenta con la reducción del ingreso familiar. Sin embargo, en el caso de que sea una familia monoparental encabezada por la madre, las opciones de que los niños trabajen serán mayores en comparación con una familia biparental encabezada por el padre, bajo el mismo patrón de ingresos (Mesquita y Ramalho, 2015).
Independientemente del sexo, la mayor parte de las familias era formada por un total de 1 a 3 miembros. También fue semejante, entre las familias encabezadas por hombres y mujeres, el promedio de los ingresos mensuales familiares per capita. La mayoría quedó en la franja de hasta 1 salario mínimo, 73% y 75%, respectivamente. Staduto et al. (2017) revelaron que el ingreso principal de las mujeres era oriundo de las jubilaciones y pensiones, mientras que el ingreso de los hombres provenía de la actividad agrícola. Además, según los autores, una característica singular en el caso de las mujeres es que, tanto en el Nordeste como en el Sur, las mujeres trabajaban -en proporciones muy superiores- en actividades no agrícolas comparadas con los hombres.
En la Tabla 3, se verifica que la franja etaria con mayor representatividad entre las mujeres cabeza de familia, tanto en el Nordeste como en el Sur, siguió la tendencia nacional, concentrándose en los 55 años o más (39% y 43%, respectivamente). En relación con el estado civil y presencia del cónyuge, la cifra de mujeres solteras y que vivían, en el momento de la investigación, sin la compañía del cónyuge o compañero fue predominante en las dos regiones.
Características | Nordeste | Sur | Brasil | ||||
---|---|---|---|---|---|---|---|
Total | % | Total | % | Total | % | ||
Edad | 10 a 17 | 9.395 | 0,68 | 1.641 | 0,46 | 22.013 | 0,87 |
18-30 | 230.036 | 16,64 | 47.167 | 13,21 | 403.799 | 15,99 | |
31-45 | 375.475 | 27,16 | 93.146 | 26,08 | 677.732 | 26,83 | |
46-54 | 229.969 | 16,64 | 60.985 | 17,08 | 401.888 | 15,91 | |
55 /> | 537.502 | 38,88 | 154.150 | 43,17 | 1.020.242 | 40,39 | |
Color de piel | Blanca | 277.103 | 20,05 | 272.526 | 76,32 | 806.904 | 31,95 |
Negra | 171.861 | 12,43 | 9.322 | 2,61 | 260.080 | 10,30 | |
Amarilla | 704 | 0,05 | 708 | 0,20 | 8.883 | 0,35 | |
Parda* | 924.724 | 66,89 | 73.576 | 20,60 | 1.423.905 | 56,38 | |
Indígena | 7.985 | 0,58 | 957 | 0,27 | 25.902 | 1,03 | |
Estado civil | Casada (o) | 125.828 | 9,10 | 15.008 | 4,20 | 200.553 | 7,94 |
Desquitada/separada(o) | 30.179 | 2,18 | 12.002 | 3,36 | 61.922 | 2,45 | |
Divorciada (o) | 40.520 | 2,93 | 18.437 | 5,16 | 105.864 | 4,19 | |
Viuda (o) | 327.843 | 23,72 | 102.455 | 28,69 | 632.472 | 25,04 | |
Soltera (o) | 661.644 | 47,86 | 117.344 | 32,86 | 1.096.923 | 43,43 | |
Vive con cónyuge | Sí | 517.858 | 37,46 | 156.126 | 43,72 | 963.140 | 38,13 |
No, ya vivió antes | 739.413 | 53,49 | 172.566 | 48,33 | 1.344.783 | 53,24 | |
No, nunca vivió | 125.106 | 9,05 | 28.397 | 7,95 | 217.751 | 8,62 | |
Tipo de familia | Madre con todos los hijos menores de 14 años | 167.938 | 12,15 | 35.441 | 9,92 | 307.440 | 12,17 |
Nació en el municipio de residencia | Sí | 940.072 | 68,00 | 206.331 | 57,78 | 1.555.120 | 61,57 |
No | 442.305 | 32,00 | 150.758 | 42,22 | 970.554 | 38,43 | |
Años de estudio | Sin Instrucción | 493.608 | 35,71 | 51.988 | 14,56 | 723.869 | 28,66 |
1 a 4 Años de Estudio | 379.285 | 27,44 | 127.277 | 35,64 | 757.806 | 30,00 | |
5 a 8 Años de Estudio | 259.621 | 18,78 | 85.606 | 23,97 | 513.522 | 20,33 | |
Más de 8 Años de Estudio | 243.043 | 17,58 | 90.210 | 25,26 | 519.399 | 20,56 | |
No determinado | 6.820 | 0,49 | 2.008 | 0,56 | 11.078 | 0,44 | |
Sabe leer y escribir | Sí | 871.099 | 63,01 | 312.721 | 87,58 | 1.804.572 | 71,45 |
No | 511.278 | 36,99 | 44.368 | 12,42 | 721.102 | 28,55 |
Nota: * El color de piel parda se usa para referirse a brasileños con diferentes orígenes étnicos. El manual de IBGE define el significado dado al término como personas con una mezcla de colores de piel. Ya sea ese mestizaje “mulato” (ascendientes blancos y negros), “caboclo” (ascendientes blancos y amerindios), “cafuzo” (ascendientes negros e indígenas) o mestizo. Ver más detalles en Osorio (2003) .
Fuente: elaboración propia con base en los datos de la PNAD (2014).
Se observó que, en el 2014, cerca de 12,17% de las familias rurales encabezadas por mujeres, en el Brasil, eran constituidas por la madre con todos los hijos menores de 14 años. Un resultado semejante fue constatado en la región Nordeste: 12,15%. En la región Sur, ese porcentual se mostró menor, con 9,92% de las familias encabezadas por mujeres y conformadas por madres con todos los hijos menores de 14 años.
Más de la mitad de las mujeres cabeza de familia de Brasil declaró tener el color de piel parda (56%), resultado seguido por las mujeres del Nordeste (67%). En compensación, en la región Sur del país, en su mayoría, se declararon de color de piel blanca (76%), lo que de cierta forma puede ser explicado por la fuerte corriente migratoria de europeos en el pasado. Es importante destacar que, en este caso, en ambas regiones, las particiones étnicas reflejan, en cierta medida, las distribuciones del color de piel declarado por el resto de la población.
Fue constatado que el 62% de las mujeres cabeza de familia declaró residir en el mismo municipio en que nacieron. Así, las regiones Sur y Nordeste tuvieron resultados semejantes (con 58% y 68%, respectivamente). El bajo grado de movilidad puede ser un indicador de falta de ingresos o, en otras palabras, falta de condiciones financieras para que estas mujeres continuaran sus vidas en otras localidades (cuya situación es relativamente más grave en el Nordeste).
Cerca del 30% de las mujeres cabeza de familia de las áreas rurales del Brasil poseía, en el año 2014, de 1 a 4 años de estudio, tendencia que también fue seguida por la región Sur (36%). Sin embargo, en el Nordeste, cerca del 36% de las mujeres no poseía algún grado de instrucción, lo que puede ser explicado en parte por la evasión escolar o por la ausencia de escuelas en las áreas rurales de esta región. A pesar de los pocos años de estudio de las mujeres del campo, fue comprobado que la mayoría (71%) sabía leer y escribir. Resultado bastante significativo, considerando que el analfabetismo en Brasil es alto, con aproximadamente 13 millones de personas en esta situación (UNESCO, 2017). Un resultado parecido fue observado en las dos regiones: el 63%, en el Nordeste, declaró saber leer y escribir y, en el Sur, el 88%.
Privar a los individuos del conocimiento es también privarlos del acceso a mejores condiciones de vida. Duflo (2012) explicita que el empoderamiento de las mujeres y el desarrollo económico están íntimamente relacionados, debido a que una mayor capacitación de las mujeres genera cambios en el proceso de toma de decisiones, impactando directamente el desarrollo, y las mejoras en aspectos como el bienestar de los niños, en términos de salud, nutrición y educación.
El mercado laboral, a su vez, sigue patrones favorables a la estructura de la "familia tradicional", en la cual el hombre es el proveedor. Esto está claro cuando encontramos horarios laborales de 8 horas al día y/o con horarios de llegada y salida preestablecidos. Por ejemplo, si la pareja tiene hijos en edad escolar, un padre deberá venir más tarde o irse más temprano para llevar y recoger a sus hijos a la escuela. En situaciones donde no hay flexibilidad, hay una mayor posibilidad de que las mujeres renuncien a su elección de carrera debido a la familia. En otras palabras, existe una fuerte tendencia a la segregación ocupacional en favor de los hombres, ya que las remuneraciones por las ocupaciones, realizadas principalmente por mujeres, son menores que las realizadas por ellos, además de presentar una mayor rotación (Kon, 2002; Melo, 2005).
La Tabla 4 presenta las principales características relacionadas con el trabajo, los ingresos y el uso del tiempo de las mujeres cabeza de familia en las áreas rurales del Brasil y las regiones Nordeste y Sur. En primer lugar, es posible observar que, a pesar de que la mayoría de las mujeres cabeza de familia del Brasil estén trabajando (79%), en ambas regiones menos de la mitad -40% en el Nordeste y 47% en el Sur- declaró tener un trabajo remunerado en la semana de referencia. La semana de referencia es la última semana del mes de septiembre.
Características | Nordeste | Sur | Brasil | ||||
---|---|---|---|---|---|---|---|
Total | % | Total | % | Total | % | ||
Contingente | Persona de referencia | 1.382.377 | 54,74 | 357.089 | 14,14 | 2.525.674 | 100,00 |
Trabajó en la semana de referencia | Sí | 555.102 | 40,16 | 167.154 | 46,81 | 1.036.743 | 79,19 |
No | 827.275 | 59,84 | 189.935 | 53,19 | 1.488.931 | 20,81 | |
Número de trabajos en la semana de referencia | Uno | 717.840 | 96,62 | 209.092 | 98,57 | 1.330.331 | 94,81 |
Dos | 25.133 | 3,38 | 3.027 | 1,43 | 37.865 | 5,08 | |
Tres o más | - | - | - | 1.502 | 0,11 | ||
Prestaba servicio doméstico remunerado | Sí | 15.706 | 23,08 | 10.358 | 42,37 | 40.944 | 14,91 |
No | 52.357 | 76,92 | 14.087 | 57,63 | 123.359 | 85,09 | |
Número de horas trabajadas en la semana en el trabajo principal | hasta 39 horas | 552.075 | 74,31 | 113.350 | 53,42 | 909.284 | 66,39 |
40 a 69 horas | 187.608 | 25,26 | 93.533 | 44,09 | 446.693 | 32,61 | |
70 a 79 horas | 2.929 | 0,4 | 3.228 | 1,52 | 9.577 | 0,70 | |
80 a 89 horas | 361 | 0,05 | 1.352 | 0,64 | 2.790 | 0,20 | |
90 h o más | - | - | 656 | 0,31 | 1.354 | 0,10 | |
Número de horas en todos los trabajos | hasta 14 h | 214.865 | 28,92 | 48.316 | 22,78 | 363.511 | 4,57 |
15 a 39 horas | 328.392 | 44,2 | 63.671 | 30,02 | 531.396 | 24,35 | |
40 a 44 horas | 140.608 | 18,93 | 63.659 | 30,01 | 309.938 | 36,57 | |
45 a 48 horas | 30.491 | 4,1 | 11.732 | 5,53 | 78.955 | 13,11 | |
49 horas o más | 28.617 | 3,85 | 24.741 | 11,66 | 85.898 | 21,4 | |
Contribuye para la jubilación | Sí | 139.344 | 18,75 | 108.566 | 51,18 | 384.876 | 34,36 |
No | 603.629 | 81,25 | 103.553 | 48,82 | 984.822 | 65,64 | |
Horas semanales dedicadas a las tareas domésticas | Hasta 39 horas | 993.962 | 77,83 | 285.107 | 83,63 | 1.865.095 | 98,46 |
40 a 69 horas | 253.399 | 19,85 | 46.621 | 13,66 | 445.391 | 1,47 | |
70 a 79 horas | 27.497 | 2,16 | 5.890 | 1,73 | 40.218 | 0,06 | |
80 a 89 horas | 269 | 0,02 | 249 | 0,07 | 1.000 | 0,02 | |
90 horas o más | 2.006 | 0,16 | 3.043 | 0,89 | 5.049 | 0,02 | |
Recibe ingresos no provenientes del trabajo | Sí | 128.187 | 15,48 | 26.784 | 13,34 | 216.957 | 5,73 |
No | 699.656 | 84,52 | 174.055 | 86,66 | 1.314.744 | 94,27 | |
Ingreso mensual del trabajo principal (promedio) | 291,47 | - | 691,43 | - | 442,67 | - | |
Ingresos mensuales de todos los trabajos (promedio) | 318,33 | - | 700,19 | - | 461,60 | - | |
Ingresos de todas las fuentes (promedio) | 1.266,04 | - | 2.354,40 | - | 1.599,57 | - | |
Ingreso familiar per cápita (promedio) | 468,55 | - | 932,78 | - | 598,48 | - |
Fuente: elaboración propia con base en los datos de la PNAD (2014).
Prácticamente todas las mujeres cabeza de familia declararon tener apenas un trabajo, en Brasil y regiones con porcentuales mayores del 95%. De las mujeres que declararon estar trabajando en la semana de referencia, la mayoría no ejercía un servicio doméstico remunerado. De acuerdo con Melo et al. (2007), la mayor parte de las mujeres que trabajan en actividades remuneradas, en las áreas rurales de Brasil, son empleadas domésticas. La región Sur presentó el mayor porcentual de empleadas domésticas (42%), lo que se explica por la propia estructura agraria de esta región, ya que es compuesta por pequeñas propiedades y posee una red de transporte público más estructurada, lo que les facilita trabajar en otro domicilio. Lo mismo no acontece en el Nordeste.
En Brasil, el 66% de las mujeres cabeza de familia de la zona rural declaró destinar hasta 39 horas semanales al trabajo principal. Resultados diferentes fueron observados en las regiones Nordeste y Sur, con 74% y 53%, correspondientemente. No obstante, en el Sur, el 44% de ellas declaró una carga horaria semanal de entre 40 y 69 horas, porcentual alto para quien se dedica, en su mayoría, apenas a un trabajo remunerado.
Si consideramos la carga horaria de todos los trabajos, la distribución cambia un poco. De 15 hasta 39 horas continúa siendo la clasificación con más mujeres en el Nordeste. En la región Sur, dicha clasificación empata con la carga horaria de entre 40 y 44 horas, teniendo cada una un 30%, porque parte de las mujeres que declararon hasta 39 horas semanales, en el principal trabajo remunerado, sumaron las horas de los demás trabajos.
En la Tabla 4 llama la atención el hecho de que la mayoría de las mujeres cabeza de familia rurales, excepto en la región Sur, no hace aportes a seguridad social. En Brasil, el 66% no aporta, y en el Nordeste este porcentual fue del 81%. Además de la informalidad, una hipótesis que explique este resultado en las áreas rurales es que las actividades ejercidas, en torno de la casa, están relacionadas con las actividades de subsistencia, y son vistas como una extensión de las actividades domésticas no remuneradas. Lo cual torna el trabajo de las mujeres poco valorizado -por no generar ingresos directamente relacionados con la producción- y de cierto modo invisible, porque esta situación se restringe al espacio privado del hogar (Melo et al., 2007; Staduto et al., 2017).
Paralelo a esto, en las áreas rurales, normalmente los servicios públicos dirigidos a las mujeres -por ejemplo, las guarderías- son prácticamente inexistentes. Dado que la mayoría de estas mujeres cabeza de familia afirmaron que no recibían ingresos que no fueran provenientes del trabajo, la ausencia de condiciones mínimas para ejercer una profesión acaba dirigiendo este contingente a actividades con condiciones laborales precarias y, consecuentemente, aumentan las estadísticas de la feminización de la pobreza.
Las horas semanales dispensadas en la realización de las tareas domésticas, tanto para el Brasil como para el Nordeste y el Sur, se concentran en la franja de hasta 39 horas semanales, con un 98%, 78% y 84%, respectivamente. A pesar del alto porcentual constatado en esta franja, una parte de las mujeres de estas dos regiones también declararon dedicar 20% (Nordeste) y 14% (Sur) a una carga horaria de 40 a 69 horas semanales.
Tal resultado corrobora los argumentos de Sen (2001a), en el sentido de que, en la división del trabajo, expresada en las relaciones en el interior de los hogares y en la misma sociedad, las cargas de trabajo doméstico y de cuidado infantil recaen sobre las mujeres. De acuerdo con Bravo (1998), la alta participación de las mujeres en el trabajo doméstico no remunerado las vuelve invisibles como actores, y como sujetos del desarrollo. Así, tan solo cuando el trabajo doméstico es reconocido como un trabajo socialmente necesario, es posible rescatar a las mujeres como sujetos de desarrollo y objetivo de políticas.
La división sexual del trabajo, en la cual las mujeres mayoritariamente ocupan un espacio reproductivo (privado) y los hombres un espacio productivo (público), es considerada como una determinante estructural de la relación de la pobreza de las mujeres comparada con la de los hombres. Tal división es la base de la desigualdad de oportunidades que poseen las personas de diferentes sexos para tener acceso a los recursos materiales (Deere et al., 2012) y sociales -propiedad de capital productivo, trabajo remunerado, educación y capacitación- y restringe también la participación en la toma de las principales decisiones políticas, económicas y sociales que regulan el funcionamiento de una sociedad (Bravo, 1998).
Se observa que el promedio de ingreso mensual de R$ 291,47, en el Nordeste, estaba muy por debajo del promedio nacional. Por otro lado, en el Sur el ingreso era superior, alcanzando los R$ 691,43. La misma relación es observada para el promedio de los ingresos de todos los trabajos, para los ingresos de todas las fuentes y para el ingreso familiar per cápita. El ingreso familiar per cápita es una medida fundamental para detectar otros ingresos no provenientes de la mujer cabeza de familia, incluso sabiendo sobre sus limitaciones. Por medio de ella es posible verificar si parte de las necesidades básicas de una familia puede ser satisfecha por la adquisición de bienes y servicios en el mercado. En realidad, en la Tabla 4, los cuatro últimos requisitos relacionados con los ingresos señalizan, independientemente de la región, la vulnerabilidad de la mujer. En especial de las mujeres cabeza de familia sin cónyuge o compañero.
En términos monetarios, la mujer cabeza de familia es unidimensionalmente más pobre que el hombre en la misma condición. Además, si ella reside en las áreas rurales y pertenece a alguno de los estados del Nordeste, la probabilidad de que ella sea pobre es mucho mayor.
De acuerdo con Novellino y Belchior (2008), la feminización de la pobreza acarrea muchas consecuencias nocivas para las sociedades. Entre ellas, la transmisión de la pobreza intergeneracional. Dichas consecuencias se generarán en caso de que no haya políticas públicas en las áreas sociales, para reducir las posibilidades de que los descendientes continúen con la trampa de la pobreza.
5. Consideraciones finales
Uno de los propósitos del gobierno es buscar el mejoramiento de la calidad de vida y la reducción de los niveles de desigualdad y pobreza de su población. Por esto, es extremadamente importante, para la creación e implementación de las políticas públicas, el reconocimiento de los agentes más vulnerables de la sociedad. En este sentido, la contribución de esta investigación fue analizar uno de estos grupos: las familias encabezadas por mujeres con residencia en las áreas rurales. A partir del perfil de estas mujeres y de sus familias fue posible identificar las regiones más propensas a la pobreza y la vulnerabilidad. Por eso, además de Brasil como un todo, se seleccionaron dos de las regiones que poseen las mayores poblaciones rurales: la Nordeste y la Sur.
En las áreas rurales brasileñas y en las regiones Nordeste y Sur, en el 2014, aproximadamente el 62%, 63% y 56% de las mujeres cabeza de familia no vivían en compañía del cónyuge o compañero, respectivamente. Por otro lado, el 84% de los hombres declaró que no vivían solos. Las familias monoparentales tienden a ser más vulnerables ya que, en sus residencias, no hay una red primaria de protección (la familia). En ausencia del compañero o cónyuge, potencialmente, estas familias se vuelven más vulnerables. Esa red no se refiere solamente a la estructura familiar en sí, sino que revela que, en muchos casos, los ingresos familiares tienden a ser menores debido a que cuentan apenas con la producción de un adulto, en lugar de dos.
El análisis del perfil de las mujeres cabeza de familia reveló que, tanto en Brasil como en las regiones Nordeste y Sur, la mayoría de ellas tenía 55 años o más, eran solteras, tenían color de piel parda (con excepción del Sur, en donde la mayoría declaró tener color de piel blanca). La zona rural brasileña es un área donde hay una fuerte tendencia a la masculinización de la población. Tal vez esta sea una de las razones de la concentración de mujeres en edad madura. Entre las que se quedan, se constató que hubo un bajo grado de movilidad: más de la mitad de ellas residían en el mismo municipio en que nacieron.
La mayor parte de las familias encabezadas por mujeres estaban conformadas por un total de 1 a 3 miembros, siendo el ingreso mensual familiar per cápita de hasta 1 salario mínimo. En 2014, la mayoría de ellas había cursado de 1 a 4 años de estudio. Sin embargo, en el Nordeste, el resultado fue diferente: la mayor parte de ellas no poseía ningún grado de instrucción. A pesar de esto, tanto en el país como en las dos regiones analizadas, la mayoría de las mujeres sabía leer y escribir.
En relación con el número de trabajos, prácticamente todas ellas declararon tener apenas uno (Brasil y regiones con porcentuales mayores del 95%). De las mujeres que declararon estar trabajando en la semana de referencia, la mayoría no ejercía un servicio doméstico remunerado, con excepción del Sur, que presentó un porcentual de empleadas domésticas de cerca del 42%. La mayoría de ellas (Brasil y regiones) declaró destinar hasta 39 horas semanales al trabajo principal. Una carga horaria casi equivalente a un trabajo de tiempo integral. No obstante, en el Sur, el 44% de ellas declaró una carga horaria semanal de entre 40 y 69 horas.
También llama la atención que la mayoría de las mujeres cabeza de familia de las áreas rurales (nuevamente con excepción de la región Sur) no hacía aportes a seguridad social, lo que sugiere un alto porcentual de mujeres empleadas en la informalidad y bajo condiciones precarias de trabajo. Esto genera, consecuentemente, fuertes implicaciones para la vejez. El número de horas invertido en la realización de tareas domésticas -hasta 39 horas semanales- era una cifra esperada, dado que ellas acumulan estas responsabilidades al ser las únicas adultas de la familia.
Finalmente, se constató que hay una diferencia muy acentuada en los promedios del ingreso mensual del trabajo principal, de los ingresos de todos los trabajos, del ingreso de todas las fuentes y del ingreso familiar per cápita. Al comparar con los promedios nacionales de ingresos, las mujeres del Nordeste quedaron cerca de un 25% por debajo, y los promedios, para las mujeres del Sur, un 50% por encima.
Esta investigación reveló que, en términos monetarios, la mujer cabeza de familia -independientemente de la región en que reside- es más pobre que el hombre cabeza de familia. También se evidenció que, en general, la vulnerabilidad de la mujer cabeza de familia, residente en la zona rural, se mostró mucho más intensa en la región Nordeste. En este sentido, consideramos que el análisis de la pobreza, bajo una perspectiva de género, permite enriquecer el conocimiento y la magnitud de este fenómeno, sus dinámicas y características en determinados contextos, que explican que ciertos grupos, debido a su sexo, están más propensos y expuestos a una situación de pobreza, particularmente en las áreas rurales.