Introducción
Desde los primeros estudios de Olweus, en 1970, varias investigaciones han demostrado que el bullying o acoso entre iguales en la escuela es un fenómeno global, que afecta a niños y adolescentes de todo el mundo. El bullying se define como una agresión caracterizada por la intencionalidad de hacer daño, la repetición y el desequilibrio de poder entre víctima y agresor (Olweus, 2013). Además, en los últimos años, la tecnología, utilizada para dañar y hostigar, está recibiendo una creciente atención, debido a que su uso se ha incrementado, lo que parece llevar a una mayor violencia a través de ella (Aboujaoude, Savage, Starcevic y Salame, 2015). Se considera cyberbullying cualquier conducta de individuos o grupos por medios digitales o electrónicos, que comunica mensajes hostiles o agresivos con la intención de infligir daño o molestar a otros. El cyberbullying comparte elementos con el bullying tradicional, como son la repetición y la intencionalidad; también tiene rasgos específicos como el anonimato y la permanencia en el espacio virtual (Tokunaga, 2010).
Una revisión de estudios epidemiológicos a nivel internacional sugiere que en el caso del bullying cara-a-cara entre el 10 % y el 33 % de los estudiantes son víctimas y entre el 5 % y el 13 % agresores (Hymel y Swearer, 2015). Por su parte, Brochado, Soares y Fraga (2017), tras analizar 159 estudios, determinaron que la prevalencia de la cibervictimización durante el último año osciló entre el 1 % y el 61.1 %, mientras que las tasas de perpetración se situaron entre el 3 % y el 39 %. Si bien los diferentes estudios sobre bullying y cyberbullying muestran una amplia variabilidad en sus resultados, en función de diferencias culturales y lingüísticas, del tipo de agresiones, de las herramientas de evaluación, del tiempo y el análisis de datos, también es cierto que las revisiones y metaanálisis realizados sobre el tema concluyen inequívocamente que el bullying y el cyberbullying son un problema grave, que afecta psicológicamente a los implicados a corto y largo plazo (Brochado et al., 2017; Garaigordobil, 2018; Kowalski, Giumetti, Schroeder y Lattanner, 2014; Reijntjes, Kamphuis, Prinzie y Telch, 2010).
Para analizar estos fenómenos, es importante contar con información sobre variables familiares, ya que la familia es el entorno de socialización primaria más relevante para niños y niñas; es el primer contexto donde adquieren normas de conducta y convivencia. Además, la familia es un agente colaborador a la hora de crear una adaptación social, por ello, es fundamental conocer elementos tales como: (a) los estilos parentales, (b) la comunicación entre los miembros de la familia, (c) las relaciones entre sus miembros, y (d) su vinculación. De acuerdo con los modelos de socialización, la familia es un nicho vital para el ajuste personal, escolar y social de sus integrantes (Garaigordobil, 2008).
En este sentido, estudios clásicos han destacado factores en el ámbito familiar que podrían llevar a los menores a desarrollar conductas de bullying. En los últimos años, varios autores han revisado la relación de variables familiares y bullying (Lereya, Samara y Wolke, 2013; Oliveira, Silva, Mariano y Iossi-Silva, 2015) y cyberbullying (Buelga, Martínez-Ferrer y Musitu, 2016; Kowalski et al., 2014); sin embargo, no hay evidencias de la existencia de artículos de revisión sistemática que explore las variables familiares asociadas con las víctimas y los agresores de bullying y cyberbullying.
Por consiguiente, este estudio tuvo como objetivo llevar a cabo una revisión sistemática de las investigaciones que han explorado las conexiones entre variables familiares con bullying y cyberbullying, así como los factores que pueden ejercer un papel protector de la victimización y la agresión.
Método
Diseño
El estudio utilizó un diseño de investigación de observación en retrospectiva. La revisión de la literatura se basó en los criterios formulados en la declaración de Prisma (Preferred Reporting Items for Systematic Reviews and Metaanalyses; Moher, Liberati, Tetzlaff, Altman y Prisma Group, 2009), con el objetivo de identificar y examinar estudios de investigación relevantes de manera sistemática.
En la revisión se incluyeron estudios primarios que: (a) analizaran el fenómeno del bullying o el cyberbullying en conjunción con variables familiares; (b) ofrecieran resultados de la relación entre alguna variable familiar y ser víctima y/o agresor de bullying/cyberbullying; (c) utilizaran muestras compuestas por niños y/o adolescentes en edad escolar; (d) estuvieran publicados en revistas revisadas por pares, en castellano o inglés; y (e) que la fecha de publicación estuviera comprendida entre 2004 y 2017. Este intervalo temporal se escogió, ya que el primer artículo publicado sobre cyberbullying y familia fue en 2004 (Ybarra y Mitchell, 2004). La búsqueda bibliográfica se realizó entre septiembre y octubre de 2017, en las principales bases de datos de psicología como Web of Science, PsychINFO, Scopus, ScienceDirect, ProQuest, PsicoDoc y Scielo. Se emplearon los términos de búsqueda booleana en título, resumen o palabras clave: bully* OR cyberbully*; AND family OR parent* en inglés; en castellano se incluyeron las palabras bully*, cyberbully*, acoso, ciberacoso con familia y padres. El proceso de selección de artículos se presenta en la figura 1.
En una primera etapa, se consideraron todos los resultados posibles, eliminando las repeticiones entre las bases de datos y las búsquedas. Además de las referencias obtenidas, se añadieron libros y presentaciones en congresos no identificados en las búsquedas. En una segunda fase, se procedió al primer refinamiento de los artículos, con base en la lectura de títulos; y en un paso posterior, resúmenes de los artículos, para la consiguiente exclusión de aquellos que no se referían a la temática de la revisión o no cumplían con algunos de los criterios previamente establecidos.
En total, se analizaron 74 estudios. De estos, 43 centrados en el bullying, 24 en el cyberbullying y siete aportaban información sobre bullying y cyberbullying. Todos los estudios ofrecían información sobre la edad escolar de los participantes, y fueron realizados en diferentes contextos geográficos, como Europa (50.6 %), Norteamérica (27.4 %), Latinoamérica (11 %) y Asia-Oceanía (11 %). Las variables familiares analizadas son muy distintas, por ello, para ordenar los resultados, se dividieron en los siguientes grupos: (a) estilos parentales, (b) disciplinas parentales, (c) comunicación, y (d) vínculos y clima familiar. Bajo la denominación estilos parentales se describieron aquellos resultados que hacen referencia expresa a estilos tales como el autoritario, el permisivo, el negligente, el autoritativo, etc. Las disciplinas parentales englobaron variables como el apoyo, la supervisión o el control, y qué reportaron estos elementos de forma aislada. En cuanto a la comunicación, se tuvieron en cuenta estudios que analizaban las pautas de comunicación entre padres y madres e hijos e hijas. Por último, los estudios sobre vínculos y el clima familiar describían variables tales como el apego, la cercanía entre los miembros de la familia, la cohesión y la violencia o armonía en el hogar. En total, se revisaron 21 resultados sobre estilos parentales (15 de bullying y 6 de cyberbullying), 30 sobre disciplinas parentales (12 bullying y 18 cyberbullying), 13 sobre comunicación (10 bullying y 3 cyberbullying) y 29 sobre clima familiar (20 bullying y 9 cyberbullying).
Resultados
Los estudios que analizan las conexiones entre el bullying tradicional y las variables familiares se presentan en la tabla 1.
Estilos parentales
Los estilos parentales constituyen una de las variables más analizadas con respecto al bullying. Varios estudios concluyen que los estilos punitivos se asocian con la victimización y la agresión (Baldry y Farrington, 2005; Mendoza-González, 2017). En el mismo sentido, se ha encontrado relación entre el estilo autoritario y la victimización (Dehue et al., 2012; Garaigordobil, 2013; Garaigordobil y Machimbarrena, 2017), y especialmente con ser agresor (Ahmed y Braithwhite, 2004; Ehrenreich et al., 2014; Garaigordobil, 2013; Garaigordobil y Machimbarrena, 2017; Torre-Cruz et al., 2014). Los estilos negligentes o excesivamente permisivos se han asociado con ser víctima de bullying (Dehue et al., 2012; Garaigordobil y Machimbarrena, 2017; Georgiou, 2008a), pero también con la agresión (Ehrenreich et al., 2014; Garaigordobil y Machimbarrena, 2017).
No obstante, y aunque existen estudios que no hallan relaciones entre el estilo parental empleado y el bullying (Kokkinos y Panayiotou, 2007), varios trabajos señalan de forma inequívoca que los estilos democráticos y equilibrados están implicados en menor medida con el bullying y como factor protector (Baldry y Farrington, 2005; Chaux et al., 2009; Gómez-Ortiz et al., 2015; Healy et al., 2015; López y Ramírez, 2017; Mendoza-González, 2017; Torre-Cruz et al., 2014).
Disciplinas parentales
Las víctimas, en general, indican percibir menos apoyo maternal que los estudiantes no implicados en bullying (Cassidy, 2009; Holt y Espelage, 2007). Sin embargo, León del Barco et al. (2015) encontraron que las víctimas percibían un mayor afecto y comunicación de sus madres; los agresores y víctimas-agresivas percibían rechazo y crítica, especialmente del padre, y poco afecto y comunicación con sus madres. Por su parte, el trabajo de Wang et al. (2009) reveló que el bajo apoyo parental se relaciona con ser víctima y agresor de bullying. A su vez, Davidson y Demaray (2007) hallaron relaciones inversas entre apoyo familiar y victimización; asimismo, sus hallazgos evidenciaron que, a menor apoyo percibido, mayores problemas externalizantes e internalizantes asociados con la victimización. La falta de supervisión se relacionó con agresividad (Holt et al., 2009; Shin y Kim, 2008) y victimización (Windle et al., 2010); mientras que el excesivo control se asoció con victimización (Georgiou, 2008b; Samper-García et al., 2015).
Comunicación
Varios estudios enfatizan la importancia de la comunicación entre padres e hijos a la hora de protegerlos contra el bullying. Para Alikasifoglu et al. (2007), mientras que los niños que presentan problemas para hablar con sus padres están más a menudo implicados en bullying, los niños que dicen tener buena comunicación con sus padres son con menor probabilidad víctimas y/o agresores (Aman-Back y Björkqvist, 2007; Bjereld et al., 2015; Musitu et al., 2007; Samper-García et al., 2015; Spriggs et al., 2007). Por otra parte, Jiménez et al. (2009) señalan que la comunicación en la familia también está indirectamente ligada a la victimización, a través de factores estrechamente relacionados con el bullying, como la autoestima y la soledad.
Vínculos y clima familiar
Varios estudios asocian victimización, peores relaciones familiares (Cassidy, 2009; Hye-Jin et al., 2017) y ambientes disfuncionales (Buendía et al., 2016; Higuita-Gutiérrez y Cardona-Arias, 2017; Uribe et al., 2012). Para Duggins et al. (2016) y Murray-Harvey y Slee (2010), las relaciones estresantes con la familia están positivamente vinculadas con victimización, mientras que las buenas relaciones intrafamiliares indican lo contrario. La cercanía con los padres parece ser un claro factor protector (Doty, Gower, Rudi, McMorris y Borowsky 2017).
Por su parte, Chaux et al. (2009) hallaron menor implicación en bullying en aquellos participantes que no estaban expuestos al conflicto doméstico, mientras que la violencia en el hogar o ambientes familiares gravemente disfuncionales se relacionaron con bullying (Bowes et al., 2009; Moratto et al., 2015; Valdés et al., 2012). En un estudio longitudinal, Calvete et al. (2018) encontraron relaciones significativas entre el maltrato emocional por parte de los padres en un primer momento y victimización de bullying en dos medidas posteriores (hasta 12 meses después). Morcillo-Peñalver et al. (2015) concluyeron que los hogares cohesionados son un factor protector frente a convertirse en agresor.
Los estudios que analizan las conexiones entre cyberbullying y variables familiares se presentan en la tabla 2.
Estilos parentales
Igual que ocurre en bullying, los estilos parentales equilibrados se relacionan menos con cyberbullying (Makri-Botsari y Karagianni, 2014). Los estilos permisivos se han asociado con una infravaloración de conductas de riesgo online de los niños y las niñas (Byrne et al, 2014). En la misma línea, Garaigordobil y Machimbarrena (2017) encontraron relación entre cibervictimización y estilo permisivo. Otros autores han hallado que, de forma similar al bullying, los estilos autoritarios están asociados con cibervictimización y ciberagresión (Floros et al., 2013; Garaigordobil, 2013).
Disciplinas parentales
Las prácticas parentales cobran una nueva importancia en el ciberespacio, ya que los padres deben establecer normas sobre el uso del ciberespacio y los teléfonos inteligentes. La supervisión de las actividades de los menores en internet y el control de su acceso, juegan un rol fundamental. Algunos autores han encontrado que, aunque los padres establecen normas, a menudo subestiman la implicación de sus hijos como cibervíctimas o ciberagresores (Dehue et al., 2008). Otros señalan que establecer reglas sobre el acceso a la web es un factor protector contra las actividades de riesgo online y el cyberbullying (Aoyama et al., 2012; Arnaiz, et al., 2016; Chang et al., 2015; Helweg-Larsen et al., 2012; Martins et al., 2016; Mesch, 2009; Navarro et al., 2013).
En el polo opuesto, algunos estudios apuntan que el excesivo control a veces puede resultar contraproducente. El control psicológico se asoció con mayor cyberbullying (Fousiani et al., 2016), y el exceso de control y los filtros de acceso a internet también se relacionaron con mayores actividades de riesgo online (Sasson y Mesch, 2014) y con cibervictimización (Sasson y Mesch, 2017). En línea con lo anterior, Law et al. (2010) concluyen que el control paterno no disminuye la probabilidad de ser ciberagresor, mientras que la sinceridad del adolescente es el único factor que se asocia con menor ciberagresión.
Respecto al apoyo, varios estudios encontraron que la falta de apoyo está ligada con cibervictimización (Accordino y Accordino, 2011; Martins et al., 2016), mientras que Wang et al. (2009) asociaron la falta de apoyo tanto con cibervictimización como con ciberagresión. A su vez, para Fanti et al. (2012), el apoyo familiar percibido es un factor protector de ser cibervíctima o ciberagresor.
Comunicación
En el cyberbullying, igual que en bullying, la comunicación de calidad entre el joven y sus padres se muestra como un factor clave. En concreto, se ha encontrado que un clima de confianza y una buena comunicación con los padres/madres son factores relevantes para que los menores informen de sus experiencias en internet (Navarro y Serna, 2016). Entre tanto, la comunicación evitativa y ofensiva se relacionó con la cibervictimización ocasional y severa (Larrañaga et al., 2016). En contraste con estos estudios, Cappadocia, Craig y Pepler (2013) no hallaron relación entre comunicación y cyberbullying.
Vínculos y clima familiar
El clima familiar positivo es un factor protector contra el cyberbullying (Fanti et al., 2012; Martins et al., 2016; Sasson y Mesch, 2014), mientras que el conflicto familiar se asocia con este (Buelga et al., 2017; Low y Espelage, 2013; Ortega-Barón et al., 2016). Percibir lejanos a los padres se relaciona con cibervictimización (Accordino y Accordino, 2011; Brighi et al., 2012), mientras que, igual que en bullying, sentir a los padres cercanos resulta ser un factor protector (Doty et al., 2017). Por otra parte, Ybarra y Mitchell (2004) encontraron que un peor vínculo emocional con los cuidadores aumenta las posibilidades de ser ciberagresor; y Brighi et al. (2012) asociaron autoconcepto familiar negativo y cibervictimización.
Discusión
Los factores familiares encontrados en relación con el bullying son similares a los identificados en cyberbullying, lo que es coherente con los estudios que evidencian la asociación entre ambos fenómenos (Kowalski et al., 2014; Brochado et al., 2017).
En cuanto a los estilos parentales, la literatura en bullying señala que los democráticos y equilibrados son protectores contra la implicación en bullying y cyberbullying, mientras que otros estilos (autoritario, permisivo, negligente) se relacionan con victimización o agresión de bullying y cyberbullying.
En íntima relación con ello, varios estudios señalan que la falta de apoyo y de supervisión por parte de los padres son factores de victimización y agresión tanto en bullying como en cyberbullying. La proximidad entre los miembros de la familia y los menores, además de favorecer las relaciones, permite mejorar la comunicación, uno de los factores más relacionados con el bullying y cyberbullying. Asimismo, la comunicación no solo es un factor protector contra estos fenómenos, ya que afecta la autoestima o la sensación de soledad, que también están ligadas al bullying y al cyberbullying (Jiménez et al., 2009; Larrañaga et al., 2016), sino que es vital para el constructo apenas estudiado como es la revelación (disclosure) de información por parte de los niños.
La revelación, siguiendo a Stattin y Kerr (2000), se da cuando un adulto conoce las actividades de un menor porque él se las comparte y no mediante tareas de supervisión o control, esto indica una buena relación en la que los menores se sienten cómodos comentándole aspectos de su vida privada. Así, mientras cierto nivel de control o supervisión puede ser positivo, y especialmente necesario en actividades en línea, existen diferentes formas de supervisión, como aquellas en exceso que pueden ser contraproducentes. Esto apunta a la importancia de fomentar la capacidad del niño para revelar sus problemas.
En general, la revisión de los estudios aquí detallados indica que los climas familiares cercanos, en los que priman la calidez, el apoyo, la consistencia de las normas y se favorece la comunicación, son los entornos óptimos para la protección contra el bullying y el cyberbullying. Sin embargo, estilos autoritarios (con alto nivel de normas, pero bajo afecto) o excesivamente permisivos (no se establecen límites claros), los climas familiares disfuncionales (en los que existe estrés o incluso exposición a la violencia), la falta de apoyo o supervisión, o la comunicación evitativa u ofensiva se relacionan con victimización y agresión de bullying y cyberbullying.
Es importante recalcar que algunos estudios encuentran relaciones indirectas entre variables familiares y bullying (mediadas por variables individuales como autoestima, autoconcepto, soledad percibida, etc.), y concluyen que las variables personales tienen más peso, porque la conexión familia-bullying desaparece al controlar las variables personales (Cava, Musitu y Murgi, 2007; Lee y Song, 2012; Rigby et al., 2007). En este sentido, es importante contextualizar el desarrollo humano, sobre la base de las características del individuo y los entornos en los que se desarrolla, entre ellos, la familia, la escuela y la comunidad. Por ello, la familia no debe ser considerada la única responsable de estas situaciones, sino como un agente más, que juega un papel principal en el desarrollo del individuo. De la misma forma, se debe tener en cuenta la edad muestral de los estudios analizados a la hora de sacar conclusiones, ya que, a diferencia de la infancia, cuando la familia ejerce de agente socializador principal, en la adolescencia, el grupo comienza a cobrar importancia, pasando la orientación social primaria de los padres a los iguales, que se convierten en grupo de referencia, aunque la familia sigue siendo un factor relevante (Garaigordobil, 2008).
Los hallazgos más relevantes de la revisión sobre las variables familiares relacionadas con el bullying tradicional son: (a) las víctimas reportaron padres/madres autoritarios, punitivos, negligentes, desorganizados o permisivos, vivir en hogares disfuncionales, con baja armonía familiar, tener conflictos con los padres, malas relaciones y pobre comunicación, recibir bajo apoyo/atención parental, muchas críticas, rechazo parental o sobreprotección; (b) los agresores mencionaron tener padres/madres autoritarios, punitivos o permisivos (ausencia de supervisión), vivir en hogares disfuncionales, expuestos a violencia doméstica, rechazo y conflictos entre los padres, mucha crítica y poco afecto parental; y (c) la probabilidad de convertirse en víctima o agresor se reduce a contextos familiares donde los padres/madres utilizan estilos de educación democráticos (afecto y supervisión), indulgentes (alto afecto, baja imposición), con buenas relaciones familiares, sin conflictos domésticos, con interacciones de calidad, fácil comunicación entre padres e hijos y padres que brindan apoyo y atención, fomentando el apego seguro de sus hijos.
Los hallazgos de la revisión en relación con el cyberbullying son: (a) las cibervíctimas reportaron tener padres/madres autoritarios o negligentes, vivir en hogares con conflictos familiares, falta de apoyo parental y padres distantes, carentes de cercanía con los hijos, con bajo autoconcepto familiar y vínculo emocional negativo con sus padres; (b) los ciberagresores mencionaron tener padres/madres autoritarios, negligentes o permisivos, vivir en hogares con conflictos familiares; y (c) la probabilidad de convertirse en cibervíctima o ciberagresor se reduce a familias sin conflictos, con alta cohesión entre sus miembros, donde hay positiva comunicación y confianza, y los padres usan un estilo de educación equilibrado, son cercanos y apoyan a sus hijos.
Respecto al control del uso de internet por parte de los padres, los resultados son discrepantes, ya que mientras en algunos estudios el control o supervisión es un factor protector, en otros, el excesivo control se asocia con cibervictimización.
Esta revisión no está exenta de limitaciones, en primer lugar, las variables utilizadas, pese a usar el mismo nombre, difieren conceptualmente y en su forma de medida en varios estudios. Además, aunque las categorías creadas en esta revisión para analizar sus resultados fueron creadas siguiendo otras revisiones que tomaron categorías similares (Buelga et al., 2016; Lereya, et al., 2013; Oliveira et al., 2015), la naturaleza de varias dimensiones converge en el ámbito de las dinámicas familiares. En segundo lugar, la mayoría de los estudios analizados son de carácter transversal, lo que impide establecer la relación causa-efecto entre bullying y cyberbullying y las variables familiares. Por ello, resultaría de especial interés que futuros estudios analicen dinámicas familiares y situaciones de bullying y cyberbullying de manera longitudinal. En tercer lugar, cabe destacar la carencia de estudios multiinformante, pues muy pocos contrastan la información de los adolescentes con información de los padres, y aquellos en los que se contrasta, se revelan inconsistencias. Por último, debido la variedad de contextos geográficos y sociales analizados en esta revisión y sus respectivas realidades, debe tenerse en cuenta que constructos como los estilos parentales autoritarios o punitivos, difícilmente tendrán el mismo significado en áreas y culturas tan distantes (Zimmerman, 2002); por ello, los resultados de unos y otros estudios deben interpretarse con cautela y teniendo en cuenta estas diferencias.
Dada la influencia de las variables familiares, se propone que futuros programas de prevención e intervención traten de acercarse a la familia, para favorecer las prácticas inductivas, estimular la implicación y el afecto que los hijos e hijas perciben, y establecer conjuntos de normas y pautas que favorezcan la comunicación y la cercanía intrafamiliar, pues estos factores redundarán en la prevención del bullying y el cyberbullying.