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Universitas Psychologica
Print version ISSN 1657-9267
Univ. Psychol. vol.6 no.3 Bogotá Sept./Dec. 2007
LO PSICOLÓGICO COMO UN EVENTO
“THE PSYCHOLOGICAL” AS EVENTS
ARTURO CLAVIJO A.*
UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA, Departamento de Psicología, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Colombia. Correo electrónico: aaclavijoa@unal.edu.co
Recibido: febrero 20 de 2007 Revisado: junio 6 de 2007 Aceptado: septiembre 24 de 2007
ABSTRACT
In most scientific writings, the word psychology describes things of a different and often incompatible nature. Sometimes, it refers to an entity, such as the mind, and sometimes to an occurrence, such as an activity. In this paper, it is argued that the psychological subject matter can not be an independent natural object, such as the Aristotle’s composite of matter and form that he regarded as an entity and that instead the concept of event is a better descriptor. Psychological phenomena do not exist by themselves, but as the manifestation of particular properties of certain entities which exist in a Universe in everlasting motion. Since psychological events imply a reciprocal and uninterrupted transaction between living organisms and the environment in which they are embedded, functionalism, as it was first proposed, is the best approach to their study.
Key words authors: psychological subject matter, event, functionalism, mind, psyche, behaviorism
Key words plus: psychology, functionalism (psychology), intellect, behavior
RESUMEN
En la mayoría de escritos científicos, la palabra psicología describe cosas de diferente y, con frecuencia, incompatible naturaleza. Ocasionalmente, hace referencia a una entidad, tal como la mente, y algunas veces a una ocurrencia, tal como una actividad. En este artículo, se arguye que el objeto de estudio de la psicología no puede ser un objeto natural independiente, como sería el compuesto aristotélico de materia y forma que él consideraba era una entidad, y que en su lugar el concepto de evento resulta más apropiado. Los fenómenos psicológicos no existen por sí mismos, sino como la manifestación de las propiedades particulares de ciertas entidades que están en un Universo en movimiento continuo. Dado que los eventos psicológicos implican una transacción recíproca e ininterrumpida entre los organismos vivos y el ambiente del que forman parte, el funcionalismo, como se concibió originalmente, es la mejor aproximación para su estudio.
Palabras clave autores: objeto de estudio de la psicología, evento, funcionalismo, mente, psique, conductismo
Palabras clave descriptores: psicología, funcionalismo (psicología), inteligencia, conductismo
La palabra psicología literalmente significa el estudio o tratado de la psique y, por lo tanto, no debería existir controversia en cuanto a lo que es, pues su etimología lo especifica con claridad. No obstante, al examinar la diversidad de actividades que se realizan con ese nombre, pareciera que varias disciplinas distintas hubieran adoptado un mismo rótulo (ver Ribes, 2004b). Sin embargo, el problema, a mi modo de ver, no está tanto en la definición de lo que es la psicología, sino en la noción de lo que se afirma que estudia: la psique. Si existen diferentes concepciones sobre lo que es la psique, a cada una podría corresponderle una disciplina particular con variantes conceptuales y metodológicas propias, eventualmente incompatibles e, incluso, opuestas entre sí. Este problema es evidente en algunos textos de introducción a la psicología en los que se pueden identificar, por lo menos, dos concepciones globales de la psique. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando Smith, Nolen-Hoeksema, Fredrikson & Loftus (2004) la definen “como el estudio científico de la conducta y de los procesos mentales” (p. 2), porque mezclan dos ideas diferentes sobre lo psicológico: por un lado, es considerado una entidad, tal como la mente, mientras que por el otro, un acontecer, tal como la conducta.
La existencia de estas dos ideas sobre la psique es un problema que otros autores han identificado, así no lo hagan necesariamente explícito. Ribes (2004b), por ejemplo, clasifica las concepciones de lo psicológico en ocho paradigmas según sus diferencias en la manera de formular su objeto de estudio. Los paradigmas que propone pueden, a su vez, agruparse en tres nociones más generales. En el primer grupo, están quienes consideran que la psicología estudia alguna de las tres versiones que, según Ribes, hay de la mente (la mente independiente del cuerpo que se relaciona directamente con el mundo, la mente independiente atrapada que necesita al cuerpo como mediador para relacionarse con el mundo y la mente que representa al mundo y se relaciona con el comportamiento). En el segundo, están quienes sostienen que es el cerebro o su funcionamiento1 ; y, en el último, quienes consideran que estudia la reactividad, la actividad o la interacción. En esta reagrupación, encontramos de nuevo que, para algunos, la psique es algún tipo de entidad, sea ésta la mente o el cerebro, mientras que para otros es otra cosa más afín a una ocurrencia. Y, obviamente, existen diferencias importantes entre las dos concepciones. No es lo mismo estudiar una entidad, como un volcán, que un acontecimiento, como las erupciones del volcán, que serían imposibles en ausencia de la entidad con las cuales están asociadas. Es necesario mencionar, sin embargo, que una misma disciplina podría estudiar al volcán en su conjunto: tanto a la entidad como a lo que le acontece.
La tesis que sostendré en este artículo es que las características de los fenómenos psicológicos, como el percibir, el sentir, el recordar o el aprender, no permiten tratar como una entidad aquello que históricamente se ha bautizado como la psique, y examinaré el porqué es una mejor alternativa tratarlo como un evento o un acontecer. Comenzaré por establecer algunas distinciones entre entidades y eventos; luego, haré algunas precisiones sobre el concepto de evento; y, finalmente, examinaré por qué, dadas las características distintivas de los fenómenos psicológicos, éstos deben ser considerados eventos y no entidades.
Entidades, objetos y psique
Hasta donde sabemos, Aristóteles (Ribes, 2004a), en el siglo III a. C., fue el primero en definir sistemáticamente qué es la psique y, al hacerlo, fue también uno de los primeros en identificar la necesidad de distinguir entre la psique como una entidad o como alguna otra cosa. Según él:
Resulta, sin duda, necesario establecer en primer lugar a qué género pertenece y qué es el alma (psique) –quiero decir si se trata de una realidad individual, de una entidad o si, al contrario, es cualidad, cantidad o incluso cualquiera otra de las categorías que hemos distinguido– y, en segundo lugar, si se encuentra entre los seres en potencia o más bien constituye cierta entelequia. (1994, p. 48)
Antes de entrar directamente a tratar las ideas de Aristóteles, es necesario hacer una precisión conceptual.
En algunas traducciones de los textos de Aristóteles al inglés, o a otros idiomas, se emplea el término de sustancia para referirse a la palabra griega ïýóßá; sin embargo, para Owens (1951), la palabra entidad es más apropiada porque sustancia podría confundirse con la idea de Locke de sustrato, concepto que se refiere a una posible realidad subyacente a las cosas sensibles. En este texto, seguiré la sugerencia de Owens y trataré una entidad como una realidad individual que, según Aristóteles, en principio, puede ser el sujeto de una oración y, por lo tanto, de la cual se pueden predicar sus características; como lo señala Thilly (1902), una entidad2 “es aquello de lo cual predicamos algo” (p. 16). Y, desde el punto de vista de las ciencias naturales, nos interesan sólo entidades reales, u objetos, que son aquellas cosas que cualquiera podría experimentar en la naturaleza. Un hada de diez centímetros de alto con alas de insecto no es una realidad individual que cualquiera pueda experimentar de forma natural con sus sentidos, pues aun cuando sí lo es en un sentido más amplio, pues de ella pueden predicarse cosas, no tiene el mismo estatus ontológico que una piedra, un pino o una mariposa.
El conjunto de cosas que se pueden predicar de una entidad no son en sí mismos, y no pueden ser, independientes de ella (Clavijo, 2006). De una piedra se puede decir que es dura, que pesa 50 gramos y que es de color amarillo. Ninguna de estas características tiene sentido por sí mismas, pues dependen la de la existencia de la piedra; si esta última se desintegrara, también desaparecerían su textura, peso y color. De un caballo en particular se puede especificar cuál es su raza, cuál es su color, cuál es su tamaño y cuál es su peso. Se trata de cualidades que no tienen existencia propia y que no tienen sentido en ausencia del caballo. De él también se puede afirmar que está vivo, que respira, que se mueve por sí mismo y que eventualmente morirá. Un caballo come, camina, corre y, si se dan las condiciones, se reproduce. Como se discutirá más adelante, estos dos últimos grupos de propiedades describen características dependientes del caballo, pero de una naturaleza diferente a propiedades como su tamaño o su color, pues éstas se asocian con el movimiento y la mutación.
Según Aristóteles, algunos predicados describen características esenciales de las cosas, mientras que otros se refieren a atributos accidentales. Si se dice, por ejemplo, que Sócrates viste de blanco, es claro que el color de su ropa no es indispensable para que el filósofo sea o deje de ser lo que es y, por consiguiente, no es un predicado que describa una cualidad esencial. Si, en cambio, Sócrates fuera transformado por algún artificio en un perro, perdería su condición de hombre y de ser racional, y, por lo tanto, dejaría de ser Sócrates; decir de él que es un hombre es esencial, porque si su condición de humano cambia deja de ser lo que es. Los predicados que describen la forma en el sentido que le dio Aristóteles al término, son esenciales, mientras que los que describen la materia son accidentales. Según él, no hay tal cosa como materia sin forma ni forma sin materia, con la excepción del Dios aristotélico o primer motor que es forma pura y de las percepciones de las cosas (la imagen de mi casa en ausencia de mi casa sería la abstracción de la forma y, por tanto, forma sin materia), aproximación conocida como hilemorfismo. Una mesa puede construirse con diferentes materiales, puede ser de madera, metal o plástico y, por consiguiente, no son los materiales específicos de los que está hecha los que hacen que sea mesa. Según Aristóteles, lo sería por su forma, como también lo anota Owens (1951) en su interpretación del pensador griego. En otras palabras, los predicados que describen la forma de las entidades son esenciales.
Como lo señala Rachlin (1994), la manera en que Aristóteles elaboró su concepción de la psique está asociada con su modo de construir conocimiento sobre la naturaleza. Con el tipo de razonamiento que empleaba Aristóteles, para dar cuenta o estudiar una entidad, era necesario describir exhaustivamente todas sus características o propiedades para, posteriormente, establecer similitudes o diferencias con otras, y así llegar a los conceptos de carácter más general que conforman la ciencia. Sócrates, por ejemplo, es hombre y, pese a ser un individuo único con características propias, comparte un conjunto de cualidades con todos los otros hombres, que lo distinguen de cualquier mujer. Sin embargo, pese a las diferencias, entre hombres y mujeres hay propiedades comunes que permiten clasificarlos a todos en la categoría de humanos. En un nivel más general, todos los humanos tienen algunas características que se comparten con otras especies; por ejemplo, con los otros primates.
Aristóteles, como otros en su tiempo, utilizaba la palabra psique para distinguir las entidades vivas de las cosas inertes. La psique no era para él una entidad independiente compuesta por materia y forma, sino, como lo señala Ribes (2004a), era algo en el predicado o algo que se puede decir de ciertas cosas: de las que tienen vida. En esa línea de razonamiento, se puede clasificar por un proceso de eliminación, como el que se describe en la Figura 1, todas las cosas que existen en aquellas de las que no se puede predicar psique alguna, y aquellas de las que sí. Aristóteles hizo primero una distinciónentre dos tipos de entes: los inertes y aquellos de los cuales se puede predicar, por lo menos, el nacimiento, la reproducción, la nutrición y la muerte, y de los que se diría que tienen sólo un alma o psique vegetativa. Luego, hizo una segunda división entre estos últimos y aquellos que tienen sensibilidad y movimiento propio, de los que se predica un alma animal. Y, a su vez, entre éstos distinguió a aquellos que no hablan ni razonan de los que sí lo hacen, y que, según él, tendrían alma racional. Para Aristóteles, los seres vivos dejarían de ser lo que son si dejan de predicarse características esenciales como el respirar y el nutrirse para cualquier ser vivo, porque estaría muerto, o razonar para el caso de un ser humano, pues éste perdería su condición de humanidad (Aristóteles, 1994).
Si se sigue el razonamiento de Aristóteles, no queda más remedio que concluir que la psique no es una entidad independiente compuesta por materia y forma. Para él, la psique era la forma de los seres vivos; es decir, aquello que hace que sean lo que son. Sin embargo, en Aristóteles la psique podría ser un sujeto del cual se puede predicar algo. Sobre este tema hay controversia, como lo anota Shields (1988). Según Aristóteles, no hay tal cosa como un alma, o psique, sin cuerpo, y así sostenía que:
Pues bien, afirmar, con todo y con eso, que es la psique quien se irrita, sería como afirmar que es la psique la que teje y edifica. Mejor sería en realidad, no decir que es la psique quien se compadece, aprende o discurre, sino el hombre en virtud de la psique3 . (1978, p. 155)
En otras palabras, la entidad es un ser vivo, tal como una persona, de la que se puede predicar, por ejemplo, su forma. La afirmación de la cita de Aristóteles implicaría, como lo señala Shields (1988, p. 140), que el alma no podría ser el sujeto de fenómenos tales como el sentir o el pensar, pues el sujeto sería el cuerpo completo compuesto por materia y forma. Sin embargo, Shields sostiene que, si bien en Aristóteles el alma o psique no es una entidad, sí puede ser el sujeto de una oración de la cual pueden formularse predicados, de la misma manera que en matemáticas se pueden predicar cosas de las figuras, o formas geométricas consideradas como abstracciones inmateriales. Aun cuando en el contexto de las posibles interpretaciones metafísicas que se hagan del pensamiento de Aristóteles sería posible tratar la psique como sujeto, no se altera la tesis que expongo en este artículo, según la cual esa palabra no describe un ente independiente compuesto de forma y materia, sino un algo que le ocurre a un conjunto de entes u objetos particulares.
Hoy, la idea de que lo psicológico no es una entidad es una característica distintiva de cualquier forma de conductismo (Kantor & Smith, 1975; Ribes, 2004a, 2004b), sin ser exclusiva de esta aproximación. Por ejemplo, Wundt (1910/2004) y Kantor (1959) coincidían en tratar los fenómenos psicológicos como ocurrencias o eventos. En la misma línea, para Woodworth (1921, como se cita en Moore, 2002), el lenguaje que se ha empleado en la construcción de teorías psicológicas con frecuencia se ha orientado erróneamente al estudio de falsas entidades; así sostenía que: “en lugar de la ‘memoria’, deberíamos decir ‘recordar’; en lugar del ‘pensamiento’, deberíamos decir ‘pensar’; en lugar de la ‘sensación’, deberíamos decir ‘sentir’; deberíamos decir ‘ver’, ‘escuchar’, etc.” (p. 5). Los conceptos descritos por un lenguaje como el propuesto por Woodworth encajan mejor con la noción de evento que con la de entidad.
Qué es un evento o acontecer
La erupción del Vesubio que sepultó a Pompeya, el asesinato del presidente de los Estados Unidos John Fitzgerald Kennedy, el primer beso de un adolescente, el atardecer de ayer y mi almuerzo de hoy son ejemplos de ocurrencias o de “cosas que pasan”, que es como en la mayoría de diccionarios se define un evento. Imaginemos que el mundo que habitamos perdiera todo movimiento, entendido éste en el doble sentido de mutación o cambio y de traslación, de modo que todo quedara inmóvil tal cual como está en este instante. Ese sería un mundo con entidades, pero sin eventos, porque nada ocurriría. Si en ese mundo se permite la mutación, pero no el desplazamiento, eventos como el envejecimiento y la muerte serían los únicos posibles4 . Imaginar, en contraste, un mundo con eventos, pero sin objetos, o entidades, es tan difícil que no lo veo plausible. De ahí que, pese a las distintas posiciones sobre lo que un evento es, comparto la idea de que existen algunas diferencias entre los objetos físicos o entidades naturales y los eventos
Tradicionalmente se asume que existen diferencias entre objetos y eventos. Para Hacker (1982), de los objetos físicos, como una mesa, un animal o una persona, se puede decir que existen, mientras que de los eventos, como un terremoto, un nacimiento o un bostezo, se puede decir que ocurren. Los objetos ocupan un lugar definido en el espacio, son tridimensionales, tienen una textura y una forma, en contraste con sus límites temporales que son más indefinidos. Por el contrario, un evento no tiene límites espaciales definidos, pero sí límites temporales. Los objetos se pueden desplazar, los eventos no. Y, finalmente, y lo más importante para este texto, los objetos tienen una continuidad temporal de tal manera que permanecen como una totalidad en el tiempo en cada momento de su existencia; los eventos, en cambio, ocurren en diferentes estadios temporales (Mellor, 1980). Para Quine (1970), la distinción entre objetos y eventos es solamente de grado, pues ambos pertenecen a la misma categoría, de modo que la vida de un ser humano podría considerarse, en su conjunto, como un evento; en este sentido, sólo habría eventos y no objetos. Con todo, el nacimiento, vida y muerte de una persona son acontecimientos que le ocurren a un cuerpo, lo cual me lleva a concluir que eventos y entidades no son lo mismo.
La distinción tradicional entre objetos y eventos, aun aceptando que sea de grado, resulta de utilidad para distinguir lo psicológico de lo que no lo es. Como lo señala Burgos (2004), Kim (1971, 1993) y Davidson (1969) han propuesto las ideas más discutidas y con mayor reconocimiento sobre lo que es un evento. Y, al igual que Burgos, me inclino por la posición de Kim, que puede describirse como la tripleta ordenada {x, Ö, t}, donde x corresponde a un continuo5 que se refiere a un objeto o entidad que es estable como una totalidad en el tiempo. Simmons (1987, como se cita en Burgos, 2004) define a un continuo así:
Como a un objeto que está en el tiempo, pero del cual no tiene sentido decir que tiene (…) fases. En cualquier momento en el cual existe, un continuo está presente en su totalidad. Un continuo típico comienza a existir en un cierto momento, continúa existiendo por un periodo de tiempo (de ahí su nombre) y luego cesa de existir. Los cuerpos físicos, incluidos los seres humanos, son ejemplos fundamentales de continuos. (p. 175)
Ö describe una propiedad del continuo x que es ejemplificada en el periodo de tiempo t, que a su vez es la región temporal en la que dicha ejemplificación tiene lugar. Si volvemos al mundo hipotético en el cual hay objetos, pero donde nada ocurre, podría afirmarse que los continuos, que serían todos los objetos existentes de una forma absoluta hasta que la situación cambie, tendrían algunas propiedades que no se manifiestan hasta que se produzcan determinadas condiciones. En ese sentido, serían equivalentes a potencias en términos aristotélicos.
Un continuo puede tener muchas propiedades, pero, en cualquier caso, son específicas de ese continuo en particular, así como cada una de sus ejemplificaciones, y no necesariamente tienen que manifestarse. Un ser humano, por ejemplo, puede caminar, correr, pensar, leer, recordar, querer, etc. Pero, aun cuando tiene la posibilidad de moverse, podría escoger no hacerlo; en tal caso, esa propiedad no se ejemplificaría después de que se tomara la decisión de permanecer inmóvil. Aquellas propiedades que no se manifiestan nunca, no serán eventos. Una característica de los eventos, que no está incluida explícitamente en la definición de Kim (1993), es que, en cualquier caso, implican la interacción entre diferentes entidades, pues no podría ser de otro modo ya que nada existe por sí mismo en aislamiento. Todo lo que pasa, lo hace en relación con algo, y como el resultado de un conjunto de agentes interconectados: la erupción de un volcán, por ejemplo, es la consecuencia de un conjunto de factores que implican necesidad y suficiencia.
En la definición de Kim (1993), un evento es una propiedad y es importante señalar que no todas las propiedades de una entidad son eventos. En los ejemplos que utilicé en la primera sección de este artículo, el color y el peso de un caballo son propiedades estables que lo caracterizan, pero no son ocurrencias. Si el caballo estuviera en el mundo inmóvil que describí al comienzo de esta sección, sólo dejarían de manifestarse aquellas propiedades que son eventos. En cambio, comer, caminar o reproducirse sí lo son. Son diversos valores de Ö, que podrían describirse como Öc para comer o Ör para reproducirse como propiedades del continuo x, que sería la entidad caballo. Los diferentes fenómenos que tradicionalmente le han interesado a la psicología, como el percibir o el razonar, no existen con independencia de ciertas entidades y son propiedades que sólo podrían manifestarse en un mundo de cambio o mutación: son eventos.
Los eventos psicológicos y sus características
Ningún fenómeno psicológico sería posible en un mundo inmóvil, como el que describí antes, ni tampoco en ausencia de las entidades con las cuales están asociados. De ahí que los fenómenos psicológicos deban ser considerados como propiedades de ciertas entidades que, dadas las condiciones apropiadas, se manifiestan en un mundo de movimiento y mutación: es decir, deben tratarse como eventos. El funcionalismo, como se concibió en sus comienzos, podría ser la mejor aproximación para estudiar esas propiedades que tienen un conjunto de características distintivas. Los eventos psicológicos implican o presuponen un tipo especial de interacción, intercambio o transacción que es inmediato y continuo durante el periodo de tiempo en el que existen las entidades de las que son propiedades; y sus valores y condiciones presentes dependen de circunstancias históricas previas.
Funcionalismo, interacción y transacción
La mayor parte de los fenómenos psicológicos propiamente dichos sólo se observan hasta el día de hoy en aquellas entidades que conocemos como animales (ver Figura 1). Éstos, a su vez, se encuentran en un entorno en el que se presenta un tipo particular de interacción cuya relevancia para la psicología fue señalada por los psicólogos funcionalistas de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, al identificar la utilidad de las teorías de Darwin para explicar fenómenos mentales y la necesidad de incorporarlas en las teorías psicológicas. El funcionalismo, con su énfasis en la interacción, fue, desde sus comienzos, una alternativa al estructuralismo, como lo señalaba Calkins (1906).
Hay una distinción entre dos procedimientos científicos fundamentales: de un lado, el estudio de los fenómenos de interés para la ciencia como compuestos de elementos; de otro lado, está su estudio en su relación con el ambiente6 . Al primero se le conoce como estructural, al segundo, puede denominársele funcional (Calkins, 1906, p. 61).
Según Angell (1907), existían en su época tres diferentes concepciones sobre el funcionalismo: en primer lugar, era definido como el estudio de las operaciones de la mente en oposición al estructuralismo que se ocupaba del contenido; en segundo lugar, era considerado como aquella versión de la psicología en la cual la mente cumplía un papel de mediadora entre el ambiente y las necesidades de los organismos; y, finalmente, era concebido como psicofísica. Para Angell (1907), todas ellas tenían en común una misma idea: la comprensión de la manera como la conciencia se adaptaba al ambiente.
Esta idea de adaptación, tomada de las ideas de Darwin, no implica pasividad por parte de los organismos ante los cambios ambientales. Así, Dewey (1884, como se cita en Costall, 2004), sostenía que:
La idea de un ambiente es necesaria para la idea de un organismo, y con la concepción de ambiente viene la imposibilidad de considerar a la vida psíquica como a una cosa individual, como a una cosa aislada que se desarrolla en un vacío7 . (p. 285)
Mead (1934, como se cita en Costall, 2004) era más preciso al afirmar que:
Dado que el organismo y el ambiente se modifican el uno con el otro y son mutuamente dependientes para su existencia, se sigue que el proceso de la vida, para ser correctamente entendido, debe comprenderse en términos de sus interrelaciones8 . (p. 130)
Las relaciones entre el organismo y el ambiente tienen tal grado de interdependencia que, para Costall (2004), el término interacción no alcanza a describirlas correctamente. Para él, el animal y el ambiente no se pueden concebir como entidades separadas que simplemente se encuentran en algún punto y, por el contrario, los considera parte de un mismo proceso unitario y continuo. Según Costall (2004):
Los animales heredan su ambiente de la misma manera que heredan sus genes y su ambiente reconoce su existencia –desde el molde vegetal que rodea a los gusanos de tierra hasta las cajas de Skinner y los sujetos que se emplean en ellas. Claro que puede hacerse una distinción entre organismo y ambiente, pero es una distinción que presupone su relación, de la misma manera que el cauce de un río y el río o las trochas y los caminantes se implican mutuamente. (p. 191)
El término transacción9 , introducido por Dewey y Bentley (1949), es afín al de mutualismo, tal como lo utiliza Costall (2004), y será el que emplearé en el resto del artículo, aun cuando no necesariamente son sinónimos perfectos. También lo usaré como una alternativa al concepto de interacción, pese a que éste, tal como lo emplean Kantor y Smith (1975), va en un mismo sentido. Algunas de las diferencias entre la noción de interacción para estos autores y las ideas de transacción y mutualidad se encuentran descritas en otros textos y no las discutiré en este (ver, por ejemplo, Dewey & Bentley, 1949, caps. 4 y 5)10 . El punto importante es que los eventos psicológicos se producen sólo cuando existe un tipo especial de transacción (o mutualidad) entre los animales y el “ambiente” del cual forman parte.
Los eventos psicológicos implican o suponen un tipo de transacción o intercambio
Esta primera característica se ilustra muy someramente en la Figura 2a, en la que se hace énfasis, siguiendo la lógica de la transacción (Palmer, 2004), en que no hay una dicotomía real organismo-ambiente, sino más bien una suerte de complementariedad, y que, por lo tanto, es mejor considerarlos como componentes de una misma unidad compleja. Es por ello que toda la figura es de un mismo color, gris, con diferentes tonalidades con las cuales intento ilustrar el hecho de que son un todo. Imaginemos de nuevo un mundo en el cual el movimiento y la mutación han desaparecido. Si estudiáramos las propiedades de los objetos en ese mundo podríamos aislar, por ejemplo, la figura gris más oscura que se encuentra en el interior y tendría sentido, al menos hasta cierto punto, hablar de aspectos como su tamaño, peso, forma o color. Pero, cuando hay movimiento, se requiere de un análisis más complejo; si se quisiera saber cómo esos objetos llegaron a tener sus propiedades específicas, se requeriría de un análisis que incorpore tanto el movimiento como las posibles relaciones entre los objetos.
Como señalaba Kantor (1959), en el Universo nada está aislado, cada cosa está en contacto y en relación con otras. En ese Universo todos los animales, que en este caso serían el continuo x, son parte de un medio ambiente compuesto por un complejo de otros objetos y eventos. Debemos suponer que los fenómenos psicológicos están, son parte o surgen de ese intercambio que tiene ciertas características distintivas que intentaré precisar en esta sección, con la ayuda de una analogía con el funcionamiento de una computadora. Si está apagada, no tendrá mayor nivel de intercambio con su entorno que una piedra, el cadáver de un animal o cualquier otro objeto inerte, aun cuando de esos objetos también se puede afirmar que están en algún modo de transacción con otros. Si la computadora se conectara a la corriente eléctrica, aun apagada, tendría ahora sí, en algún grado mínimo, un intercambio de tipo “psicológico” con su entorno. Sin embargo, si el aparato estuviera conectado y encendido, su relación con el ambiente aún no sería un buen símil de la transacción psicológica, pues, como lo señalaron Kantor y Smith (1975), las entidades psicológicas son también sistemas reactivos, y en estas condiciones la computadora hace muy poco. Si fuera una computadora portátil funcionando sólo con sus baterías y estuviera encendida sin que fuera “estimulada” de alguna forma, como accionando el teclado, habría aún menos relación, en el sentido psicológico, con el ambiente, que la que tendría la computadora de escritorio apagada pero conectada a la corriente. En este último caso hay, por lo menos, un grado mínimo del tipo de intercambio permanente que se da entre los animales y el medio.
Para que el intercambio entre la computadora y su ambiente sea más parecido al que se observa entre los animales y su entorno, debe ser permanente en el presente, de tal suerte que un conjunto de valores específicos de alguna o varias de las muchas posibles dimensiones cuantitativas del computador cambien junto con valores específicos de su entorno. Esto ocurre, en cierta forma, cuando en el caso de la computadora se oprime una tecla o se manipula cualquier otro dispositivo de entrada, lo que podría ocasionar algún tipo de “respuesta observable” para un tercero, que sería lo que aparece en la pantalla. Como ocurre con los animales, la “reacción” puede darse en la ausencia de una “respuesta directamente observable”, o que sea “observable de manera inmediata”. En los animales, a diferencia del computador, aquello que es equivalente al teclado está permanentemente activado sin discontinuidad. En síntesis, la interacción psicológica es continua y activa en un presente en movimiento.
Imaginemos que en el recorrido de un arroyuelo hay un precipicio en el que se forma una caída de agua. Si en el borde hay una piedra, el agua la irá desgastando gradualmente; y, simultáneamente, el ángulo de caída de la piedra se irá pronunciando más, de modo que el agua caerá cada vez con más fuerza. En ese sentido, valores como la fuerza que ejerce el agua sobre la piedra y el desgaste en esta última dependen el uno del otro, de ahí la mutualidad que mencioné antes (Costall, 2004), y no tiene mucho sentido tratar de determinar qué causa va primero. En el caso de las entidades de las que se predica lo psicológico, existe este mismo proceso en dos niveles. Por un lado, como parte del proceso evolutivo que afecta a todas las especies y al que no haré una amplia referencia en este texto por tratarse de un asunto más de la biología que la de la psicología. Por otro lado, como parte de una historia individual.
Una persona que se sienta a ver televisión está en una situación de interacción en la que su actividad en apariencia no cambia su ambiente, mientras que los cambios en el televisor sí la cambian a ella. Sin embargo, si comenzamos a preguntarnos por qué el televisor es como es, por qué se presentan determinado tipo de programas, por qué la persona atiende a unos mientras que ignora otros, etc., encontraremos que la explicación no se podría dar sólo examinando a la persona y mucho menos al aparato. El televisor se diseñó de tal manera que nosotros podemos percibir las imágenes que allí aparecen, pero otras especies no necesariamente podrían. Las preferencias por ciertos programas van determinando cuáles van quedando y cuáles se van eliminando. En otras palabras, a largo plazo, el comportamiento va modificando al ambiente. El comportamiento del individuo tiene sentido cuando se considera en su contexto. Para comprender por qué ve determinados programas es necesario conocer sobre la historia evolutiva de nuestra especie, así como sobre la historia particular de la cultura de la que ese individuo forma parte.
Si se acepta que los eventos psicológicos resultan de la acción conjunta y compleja de un tipo particular de transacción, sería imposible estudiarlos extractando al “organismo” de su medio. La comprensión de los fenómenos psicológicos sería, en este sentido, comparable al estudio de los órganos que componen el cuerpo humano que pueden extraerse para ser estudiados, pero cuya función y origen sólo pueden entenderse en un cuerpo funcionando. El corazón, por ejemplo, siempre está conectado con el resto del organismo. Él, en sí mismo, no es el responsable de su actividad, sino que su actividad es el resultado del funcionamiento global e íntegro del cuerpo. De manera similar, el percibir, como un ejemplo de un fenómeno psicológico, no puede comprenderse aislando a la entidad que percibe de su entorno, pues sería equivalente a intentar comprender la función de un órgano como el corazón en ausencia del cuerpo del cual forma parte. Intento ilustrar esta idea en la Figura 2a, en la cual la forma circular de color gris equivaldría al ambiente o entorno, y la pequeña, también de color gris, a un organismo. Las dos son casi de un mismo color para ilustrar la idea de que son inseparables. La percepción, o cualquier fenómeno, no es un producto de la entidad aislada, por tanto no aplica la idea que Dewey y Bentley (1949) denominaron auto-acción; tampoco basta considerar como suficiente el análisis de la entidad que percibe en balance con el objeto percibido, o su interacción. Se requeriría de un análisis en el que los sistemas de descripción y nominación traten los aspectos y las fases de la acción sin que la atribución final sea hacia objetos, entidades y relaciones que presuntamente puedan removerse de la experiencia; en otras palabras, se precisa de un análisis transaccional. La Figura 2b describe cómo podrían percibirse determinados objetos en ese entorno particular. Aunque en el ejemplo sólo se percibe uno a la vez, la comprensión del fenómeno perceptual requiere de una integración de todo lo percibido, así como de lo que podría percibirse. Para estudiar el evento “percibir el triángulo” es necesario reconocer que se da en un contexto compuesto por otros elementos que en la figura incluyen al mismo organismo, así como a los otros objetos dentro del círculo gris más grande.
Continuidad ininterrumpida y extendida en el tiempo
El intercambio entre los animales y el ambiente es permanente, continuo e inmediato, y para que, por ejemplo, el computador fuera más parecido a un organismo, tendría que incorporar estas características. En la Figura 3 se ilustra esta idea de continuidad extendida en el tiempo con un cilindro que equivaldría a la unidad organismo- ambiente en proceso de cambio permanente. Para ello, se necesitaría de algún dispositivo de entrada permanentemente activo. Por ejemplo, el computador se podría conectar a una cámara que filmara constantemente y, además, que hiciera permanentemente algo con el registro obtenido. De lo contrario, se podría afirmar que una cámara de vigilancia cualquiera que está encendida todo el tiempo tiene el tipo de intercambio que nos interesa, lo cual no es cierto porque sería como afirmar que un ojo aislado interactúa en ausencia de un organismo. El computador tendría, por ejemplo, que seleccionar secciones específicas de la información que recibe para hacer algo con ella. En otras palabras, en el intercambio de nuestro interés, el agente que se comporta debe actuar de alguna manera sobre o con respecto al entorno. Dicha actuación no implica necesariamente una alteración del ambiente, sino que puede ser una participación activa. En la actualidad se están programando algunos computadores para que vigilen y detecten ciertas características específicas de las personas que están observando. En un sistema de vigilancia con estas características, los computadores utilizan las cámaras para comparar los rostros de las personas que entran a un local comercial con los que tienen almacenados en una base de datos de delincuentes previamente identificados. Estos computadores que no reaccionan pasivamente al ambiente sino que actúan buscando información específica, interactúan en una transacción con su entorno más parecida a la de las entidades psicológicas.
Sin embargo, aun cuando la interacción es permanente y continua en el presente, los eventos psicológicos, como tales, son discretos y tienen momentos de inicio y de finalización claramente definidos. Si bien la actividad es continua y permanente como el fluir de un río, cada evento psicológico es como un remolino o una ola, es una parte de la continuidad. Sólo se podrá percibir un eclipse de sol mientras esté ocurriendo; el evento percibir el eclipse comenzará cuando la luna comience a cubrir el sol, y terminará cuando la luna se retire. El evento escuchar el canto de un gorrión comienza cuando el pájaro empieza a cantar y termina cuando finalice. Estos eventos, no obstante, implican la participación de la persona, porque ella podría decidir ignorar el eclipse y atender al gorrión, o lo inverso. El eclipse y el canto pueden coincidir en el tiempo y lo harán junto con muchos otros eventos posibles, pero las limitaciones y las condiciones históricas del individuo que se comporta delimitarán el evento específico que efectivamente tendrá lugar.
Los fenómenos psicológicos son históricos o, por lo menos, implican una historia individual
En un mundo natural en el que ocurren cosas, en el que hay movimiento y mutación, tiene sentido hablar de una historia en la cual el presente es el resultado de condiciones particulares previas en el pasado. Como así es nuestro Universo, podemos inquirir acerca, por ejemplo, de cómo aparecieron las primeras estrellas, de cómo se formaron los planetas o de cómo surgió una especie. La posición actual de un planeta puede rastrearse en el pasado. De manera similar, cualquier evento psicológico forma parte de la historia de cada entidad, o individuo, al que le ocurre. Dos seres humanos con una misma carga genética, gemelos, que en un momento se encuentren en las mismas condiciones, experimentaran necesariamente dos eventos diferentes; el de cada uno según su historia personal.
Como lo intento mostrar en la Figura 4, estamos atrapados en un presente en continuo movimiento, del pasado hacia el futuro. Todos los valores posibles de cualquier evento psicológico dependen de los valores de interacciones previas lo que, entre otras cosas, hace que cada historia sea individual y única.
Conclusión
No existen fenómenos psicológicos en ausencia de los mismos objetos de los que, en su momento, Aristóteles sostuvo que se predicaba lo psicológico. Esos objetos tienen propiedades o cualidades que, para efectos de esta exposición, se pueden considerar de dos tipos. De una parte, están aquellas que podrían observarse o que permanecerían si el movimiento en nuestro Universo desapareciera: el tamaño, el peso, el color y la forma física. De otra, están aquellas que sólo se pueden observar en un universo con mutación: el desplazamiento, la percepción, el sentir o el pensar. Mientras que, haciendo un gran esfuerzo, es posible concebir el estudio estático y descriptivo del primer grupo de propiedades, es imposible hacerlo con el segundo. Al menos en apariencia, podemos dar cuenta de propiedades como la forma, el color y el peso de un objeto sin necesidad de hacer referencia a otros objetos, pero cuando se habla de propiedades que se dan en un mundo en movimiento, es necesario considerar los intercambios, o la transacción, que se da entre estas entidades. ¿Cómo podría estudiarse el trasladarse de un punto a otro sin tener en cuenta el origen, la trayectoria y el propósito del movimiento? ¿Cómo estudiar el percibir sin considerar simultáneamente al que percibe junto con lo percibido? ¿O el sentir en ausencia de aquello con respecto a lo que se siente? Los fenómenos psicológicos son eventos, en el sentido en que los definió Kim (1993), que se dan en un contexto particular de transacción y, por ello, deben estudiarse como tales.
1 En uno de los paradigmas de Ribes hay dos entidades: el cerebro en conjunto con la mente.
2 Thilly empleaba el término sustancia, pero lo cambié por el de entidad para conservar un mismo vocabulario en el texto.
3 En el texto original, el traductor empleó la palabra alma en lugar de psique. Yo utilicé esta última para mantener la continuidad del texto. El énfasis es mío.
4 Aún cuando se podría argüir que la mutación no es más que la acumulación de desplazamientos microscópicos. El punto es, sin embargo, que acá se hace referencia a los cuerpos entendidos como una totalidad. En este mundo posible existiría movimiento sólo en algunos cuerpos, tales como el de los seres vivos.
5 La palabra que emplea el autor en inglés es continuant.
6 El énfasis es mío.
7 El énfasis es mío.
8 El énfasis es mío.
9 De transaction en inglés.
10 Basta anotar que hay similitudes cuando, por ejemplo, Kantor y Smith (1975) describen el segmento de interconducta en el capítulo tercero de su libro, cuyo título es “El análisis de las interacciones psicológicas”. Pero hay diferencias cuando, en el primer capítulo, Kantor y Smith sostienen que “dondequiera que un organismo ejecuta alguna actividad psicológica, está interactuando con algo bajo unas condiciones específicas. Normalmente, uno no ve o escucha a menos que haya algo que ver o escuchar. Uno no planea, a menos que haya algo que planear” (p. 3). Más adelante en la misma página, definen como estímulos aquellas cosas con las que se interactúa. Esta definición hace que “el plan” sea un estímulo y también da lugar a interactuar con objetos que no están presentes, y eso definitivamente no está incorporado en la idea de mutualismo que Costall (2004) expone.
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