Introducción
La violencia y la inequidad de género son fenómenos que históricamente han afectado las identidades, relaciones y experiencias de las personas jóvenes de diversas maneras (Chapa et al., 2022; Dinamarca-Noack & Trujillo-Cristoffanini, 2021; Estébanez, 2020; Flores-Aguilar, 2020; Jerves et al., 2023). Históricamente, el género ha operado como un instrumento de normativización social ligado al sexo biológico; este último -basándose en diversas categorías, valores y normas- define estereotipos, mandata la identidad de las personas y las encasilla en el binarismo femenino/masculino, siempre desde una lógica forzada por los condicionamientos de la normalidad social e individual (Butler, 2007; Scott, 2008).
En este sentido, la inequidad de género surge como consecuencia de la imposición de roles, normas y valores propios de las categorías hombre/mujer que, en el marco del sistema patriarcal, permiten el asentamiento de relaciones asimétricas de poder (Bourdieu, 2000; Scott, 2008). Así, la subordinación femenina y la dominación masculina se establecen como escenario para la ocurrencia de distintos tipos de discriminaciones y violencias basadas en el género, usualmente dirigidas hacia mujeres y minorías (Bourdieu, 2000; Flores-Aguilar, 2020; Muñoz-Albarracín et al., 2023; Segato, 2003). Estas, junto a otras problemáticas sociales como la desigualdad de clase y etnia, están siendo abordadas de manera crítica por gran parte de las generaciones de jóvenes de Chile y de Latinoamérica, a través de acciones como denuncias, protestas, activismo boca a boca, así como mediante la creciente participación en política y la generación de contenido digital sobre dichas crisis, entre otras modalidades (Cárdenas-Neira & Pérez-Arredondo, 2021; Dinamarca-Noack & Trujillo-Cristoffanini, 2021; Duarte, 2018; Flores-Aguilar, 2020; Rovira, 2018).
Parte importante de estas demandas tienen directa relación con la inequidad y violencia de género a las que aún están sometidas niñas y niños, jóvenes, mujeres y minorías de la región. A partir del movimiento Ni una menos (2015), la violencia machista se ha tornado cada vez más visible, desembocando en hitos como la cuarta ola feminista que, gracias al uso de tecnologías y redes sociales, ha alcanzado niveles transnacionales en su lucha contra agresiones como feminicidios, violaciones, crímenes de odio LGBTQIA+, acoso y abuso sexual en recintos educativos, entre otras formas de opresión (Dinamarca-Noack & Trujillo-Cristoffanini, 2021; Rovira, 2018).
A pesar del contexto que da cuenta de una consciencia social creciente respecto a este tipo de violencia, la realidad sigue siendo preocupante, pues las cifras de agresión machista y de inequidad de género permanecen intactas. Incluso en la región de América Latina y el Caribe han aumentado desde el 2019 a la fecha, afectando a adolescentes y niñas cada vez menores, quienes se vuelven víctimas de crímenes de odio y violencia con altos niveles de alevosía y misoginia.
La agresión machista aún es comprendida de modo distorsionado por una cantidad importante de jóvenes, quienes con frecuencia no logran reconocer cuando esta se expresa en sus conductas o en sus relaciones, usualmente bajo actitudes de control, posesión, menosprecio, amor romántico, coacción y usurpación de personalidad (Cubells & Cal-samiglia, 2016; Martín et al., 2016; Flores-Aguilar, 2020; Pozo, 2021). A su vez, las personas jóvenes suelen percibir la violencia de género como una vivencia lejana, que adjudican a personas mayores con relaciones estables o bien a sujetos cuya salud mental está afectada; ello dificulta que se sientan representadas o representados y logren identificar situaciones de agresión -especialmente simbólicas- en sus entornos privados y públicos (Estébanez, 2020; Montes et al., 2020; Zurbano et al., 2015). Este tipo de situaciones tienen directa relación con la teoría de violencia simbólica desarrollada por Bourdieu (2000), quien nos refiere un tipo de agresión especialmente sutil, que se naturaliza y legitima gracias a las relaciones asimétricas de poder y, por tanto, resulta de difícil identificación, llegando incluso a contar con la venia de los sujetos dominados (Bourdieu, 2000). Así, hombres y mujeres se involucran inconscientemente en un sistema que establece límites, roles, estereotipos y normas alineadas con la hegemonía social de género. A este respecto, podemos señalar que es innegable la persistencia de innumerables manifestaciones de violencia simbólica en la sociedad, en general, y en la población juvenil, en particular; lo anterior permite aseverar que toda mujer ha sido víctima de este tipo de violencia solo por su género (Castañeda, 2019; Estébanez, 2020; Flores-Aguilar, 2020).
En el contexto chileno, la violencia machista se reproduce fuertemente entre la población juvenil. En lo que respecta a la violencia en el pololeo (noviazgo), un 34.2% de las jóvenes encuestadas por el Instituto Nacional de la Juventud de Chile (2018) declaró haber sufrido gritos o insultos, el 25.7% reconoció que su pareja le ha prohibido juntarse con amigos o familia y el 11.1% indicó haber sentido presión para tener relaciones sexuales. En el ámbito universitario, un estudio sobre la población de estudiantes (Flores-Aguilar, 2020) arrojó que las jóvenes están normalmente expuestas a experimentar acoso callejero (78%), a ser objeto de comentarios machistas en el aula (61%) y a ser víctimas de bullying por parte de sus compañeros y compañeras (48%). En el mismo sentido, las jóvenes señalaron haber recibido opiniones controladoras sobre su aspecto o vestimenta (41%) y sobre su círculo de amistades (31%), haber sufrido violencia psicológica (52%), así como haber sido víctimas de violencia física (20%) y sexual (16%). En cuanto a los jóvenes, un 24% declaró haber ejercido violencia psicológica en contra de sus parejas, mientras que un 27% admitió haber insistido en tener relaciones sexuales cuando ella no quería (Flores-Aguilar, 2020). Otros estudios sobre jóvenes afirman que la universidad aún se posiciona como un espacio donde usualmente tienen lugar distintos tipos de violencia de género, lo que impacta con fuerza en el desarrollo personal, social, académico y profesional de las víctimas (Atoche-Silva et al., 2022; Esteban, 2022). Como respuesta a este tipo de situaciones, se han comenzado a desarrollar estudios para la implementación transversal de la perspectiva de género en el ámbito universitario, con el propósito de aminorar los índices de violencia y las brechas hegemónicas de poder, así como establecer una cultura de equidad y respeto entre los actores que integran dicho contexto (Antúnez & De la Luz, 2022; Echeverría et al., 2022).
Este escenario de contradicciones entre activismos, por un lado, y la persistencia de la violencia e inequidad de género, por otro, exige un análisis que aborde el modo en que las gentes jóvenes de Chile y de Latinoamérica interpretan el fenómeno de la hegemonía masculina. Así mismo, que indague sobre las posturas que adoptan al respecto, de modo que podamos obtener ciertas orientaciones acerca de por qué las agresiones en contra de mujeres, adolescentes y niñas -así como en detrimento de otras minorías- continúan sucediendo con tanta fuerza y frecuencia (Cevallos & Jerves, 2018; Estébanez, 2020; Hernández, 2021).
Como es sabido, la naturalización de la violencia e inequidad de género hace que se vuelva muy difícil su erradicación, pues está presente en innumerables dimensiones simbólicas que legitiman y posibilitan la reproducción ideológica y explícita de las agresiones (Bourdieu, 2000; Flores-Aguilar, 2020).
A la luz de los antecedentes, este artículo forma parte del resultado de una investigación doctoral más amplia, preocupada de comprender las expresiones de violencia de género -simbólicas y explícitas- en estudiantes de algunas universidades en Chile. Este texto en particular se corresponde con la intención de conocer cómo las personas jóvenes universitarias del sur de Chile interpretan la inequidad y la violencia de género, y qué actitudes adoptan frente a las mismas, a partir de sus experiencias directas e indirectas.
Durante la investigación, de carácter mixto, analizamos los resultados de 1424 encuestas y de los relatos orales y escritos de 12 jóvenes de universidad. Dicho análisis lo realizamos desde la estadística descriptiva (dimensión cuantitativa) y desde la teoría fundamentada constructivista (dimensión cualitativa), lo que nos permitió abordar el objeto de estudio de manera integral y compleja, así como acercarnos al entendimiento de diversos aspectos involucrados en la relación simbólica y pragmática que estas generaciones construyen en torno a la violencia y la inequidad de género.
Desde una perspectiva general, podemos entender el machismo como un marco material y simbólico que regula las formas en que las personas deben actuar e interactuar; esto a partir de mandatos y roles binarios de género que intervienen en las experiencias de niñas, niños, jóvenes y sujetos adultos, marginando todo aquello que desafíe el poder del patriarcado (Bourdieu, 2000; Castañeda, 2019; De Beauvoir, 1999; Estébanez, 2020; Hernández, 2021; Segato, 2016).
En las últimas décadas la ideología machista ha sido sistemáticamente cuestionada por los movimientos feministas y LGTBQIA+, con miras a desestabilizarla y a transformarla (Dinamarca-Noack & Trujillo-Cristoffanini, 2021; Sánchez-Ramos, 2022), tensionando el poder imperante de las masculinidades tradicionales y creando condiciones para la coexistencia de diversos géneros, en contextos libres de la violencia de género. Esta última es entendida como una «práctica social, mediada por relaciones entre los géneros que se constituyen y materializan en formas de ejercicio de poder (...) en contextos sociales asimétricos que atentan contra la integridad de las mujeres y favorecen su subordinación y control por parte de los varones» (Ramírez et al., 2009, p. 112).
En función de lo expuesto, podemos establecer un nexo entre machismo, inequidad y violencia de género para aproximarnos a las maneras en que las gentes jóvenes interpretan y se posicionan ante este fenómeno desde sus propias experiencias. Al respecto, diversos estudios revelan que las personas jóvenes de Latinoamérica todavía aceptan actitudes machistas en sus relaciones. Otras investigaciones demuestran la prevalencia de agresiones sexuales y psicológicas recurrentes, perpetradas por hombres en contra de niñas, adolescentes y jóvenes, las cuales tienen efectos palpables sobre sus identidades, sobre el desarrollo de su autoestima y sobre la configuración de modelos valóricos y éticos, a partir de los cuales construyen vínculos interpersonales (Estébanez, 2020; Segato, 2016; Varela, 2017). A esto se suma que gran parte de las interacciones de las gentes jóvenes en redes sociales digitales evidencian estas lógicas, a través de episodios de ciberacoso sexista y sexual (Estébanez, 2020; Martín et al., 2016; Mojica-Bautista, 2023; Pozo, 2021).
En este punto, entendemos la juventud como una condición abierta, flexible y pluralista que, determinada por factores como la cultura, la raza, el sexo biológico y el momento histórico, ofrece al sujeto múltiples oportunidades de formación (Duarte, 2018; Montes et al., 2020). Ahora bien, cabe preguntarse cuán libres o variadas son estas oportunidades, a sabiendas de la fuerza con la que se imponen categorías, roles y estereotipos de género en el desarrollo de las personas jóvenes (Butler, 2007; Criado, 2020; Marañón, 2018), así como también de la influencia determinante que tienen entornos como la familia, la escuela, los medios de comunicación y las redes sociales digitales en la reproducción de las inequidades y violencias en contra de lo femenino (Hernández, 2021; Moraga-Contreras, 2018; Zurbano et al., 2015).
Desde un sentido más analítico, podemos comprender la complejidad con la que la violencia de género se despliega en el contexto juvenil, reparando en tres niveles de análisis relacionados entre sí. El primero remite a su naturaleza, que puede ser simbólica o bien presentarse con rasgos predominantemente explícitos. De un lado, lo explícito refiere a ataques evidentes y palpables, expresados en comportamientos que ocasionan un perjuicio directo hacia la víctima (como los abusos sexuales y físicos hacia las mujeres). De otro lado, la violencia simbólica comprende aquellos planos inmateriales en los que las inequidades y agresiones se transmiten solapadamente y, dada su naturalización, pasan inadvertidas para gran parte de la sociedad (como la sexualidad femenina reprimida o la violencia estética). En un segundo nivel, los tipos de violencia pueden categorizarse como físicas, psicológicas, sexuales, sociales, obstétricas, virtuales y económicas o patrimoniales. A un tercer nivel, dichas violencias pueden situarse en un contexto individual, privado o público (Estébanez, 2020; Flores-Aguilar, 2020).
Si entrelazamos estos niveles, podemos señalar que todo tipo de violencia es simbólica en esencia, pudiendo incrementar a explícita cuando se produce materialmente, como sucede con la violencia física y sexual. En esos casos, el acto violento se ve movilizado por una carga simbólica inherente que respalda la agresión e interviene en la subjetividad de las personas, modificando sus puntos de vista para configurar realidades androcéntricas y totalitarias aprobadas por los propios individuos que han sido dominados (Bourdieu, 2000).
En coherencia con la problematización y revisión teórica planteada, el objetivo de investigación consistió en describir cómo el estudiantado de la Universidad Austral de Chile interpreta la inequidad y la violencia de género y qué posicionamientos adopta al respecto.
Con dicho objetivo buscamos resolver el cuestionamiento que orientó el estudio y que consistió en saber de qué manera(s) las personas jóvenes de la Universidad Austral de Chile interpretan la inequidad y la violencia de género, y cuáles son los posicionamientos que adoptan frente a dichos fenómenos. Esta premisa conduce hacia la generación de conocimientos que permitan entender -y, posteriormente, erradicar- las discriminaciones y agresiones en contra de mujeres y disidencias. A este respecto, enfatizamos el carácter crítico que exhiben actualmente gran parte de los individuos jóvenes y que los sitúa como potenciales agentes de cambio (Cárdenas-Neira & Pérez-Arredondo, 2021), cuyas acciones podrían impactar positivamente en esta y otras problemáticas de desigualdad social.
Método
El objetivo de este artículo es describir cómo las estudiantes y los estudiantes de la Universidad Austral de Chile interpretan la inequidad y la violencia de género y qué posicionamientos adoptan al respecto, basándonos en sus experiencias directas e indirectas; esto es, en cuanto protagonistas u observadores del fenómeno, respectivamente. La metodología de investigación es sociocrítica con enfoque cualitativo (Hernández et al., 2006; Johnson & Onwuegbuzie, 2004), y obedece a la necesidad de comprender con profundidad y detalle la realidad y las interpretaciones de las gentes jóvenes participantes en el contexto mencionado.
La investigación consistió en el análisis de los relatos escritos y orales de los individuos jóvenes, el cual realizamos a partir de los principios de la teoría fundamentada constructivista. Obtuvimos estos datos gracias a la aplicación de tres grupos de discusión, conformados por 10 estudiantes de pregrado y dos de posgrado (tabla 1), quienes acudieron voluntariamente a la convocatoria realizada por correo electrónico.
Con respecto a los procedimientos adoptados en esta etapa, dividimos las sesiones de los grupos de discusión en dos momentos: primero solicitamos a cada participante redactar un testimonio sobre alguna experiencia de inequidad o violencia de género significativa y luego procedimos a la conversación guiada.
En cuanto al análisis crítico de contenido, como ya anticipamos, lo basamos en el paradigma de la teoría fundamentada constructivista (San Martín, 2014), el cual valida la complementariedad entre categorías analíticas deductivas e inductivas. Este rescata el saber científico acumulado, beneficiando la integridad y profundidad del conocimiento final alcanzado.
En dicha etapa de análisis abordamos los testimonios y los grupos de discusión. Adelantamos el estudio de los relatos a través del software ATLAS.ti (v. 8), que constó de etapas iterativas de codificación, a saber: a) primer análisis, orientado por conceptos teóricos derivados de revisión bibliográfica; b) codificación abierta: análisis y creación de códigos iniciales; c) codificación axial: identificación y creación de relaciones entre códigos para la conformación de categorías; y d) codificación selectiva: identificación de categorías estructurales para el objetivo de estudio y de relaciones entre las mismas, con el propósito último de elaborar la teoría emergente respecto al fenómeno de estudio. Alcanzamos tres niveles de análisis en torno al objetivo propuesto: a) frecuencia de códigos; b) co-ocurrencia de códigos; y c) redes semánticas. La revisión, depuración y precisión de códigos, categorías y teoría emergente fue iterativa, apuntando a la saturación teórica como base para la elaboración de las redes semánticas mencionadas. El resultado constó de 253 códigos y 20 categorías en total. Los códigos que revisamos en este artículo forman parte de ese universo y ascienden a 10 categorías.
Resultados
Los análisis revelaron que las interpretaciones que las gentes jóvenes hacen sobre la inequidad y la violencia de género, a partir de sus experiencias directas -como víctimas o victimarios- e indirectas -como testigos de las agregaciones cometidas por otros- mantienen un correlato con distintos estadios de comprensión, conciencia y reflexión sobre el fenómeno. A su vez, detectamos posicionamientos diferenciados por sus niveles de a/criticidad y actividad/pasividad.
Interpretaciones de la violencia e inequidad de género: experiencias y conocimientos
Tras el análisis de los grupos de discusión, observamos que las interpretaciones que las personas jóvenes hacen de la violencia y la inequidad de género están influenciadas por varios factores externos e internos, normalmente entrelazados. Estos derivan en variadas categorías de análisis, asociadas a diferentes estados de comprensión, de consciencia, de significación, de interpretación y de posicionamientos respecto a la violencia de género (tabla 2).
De acuerdo con los hallazgos, pudimos establecer dos perfiles del estudiantado con características opuestas. Por un lado, siete jóvenes (dos hombres y cinco mujeres estudiantes de pregrado) formularon reflexiones simplistas sobre la inequidad y la violencia contra la mujer, basadas principalmente en ideas superficiales, mitos y prejuicios sobre los mandatos de género. Esto se relaciona con una escasa comprensión del fenómeno, lo cual se vincula, a su vez, a un estado de baja conciencia sobre el mismo. Tales aspectos se acentuaron especialmente en casos donde la inequidad y la violencia machista son de naturaleza simbólica, asumiéndose como parte de la norma cultural basada en el binarismo de género. De lo anterior se desprenden posicionamientos pasivos y acríticos que enlazan con la reproducción del statu quo, tal como se aprecia en el siguiente ejemplo:
Mi papá de repente tira comentarios como: «Un vecino tuvo una nieta. Ahí viene otra cocinera», decía. Y para él no es ser machista ni nada por el estilo, sino un comentario que por naturaleza se dice, por costumbre; pero él no lo dijo por ver en menos a la mujer. (Grupo A, estudiante 3)
De otro lado, un grupo menor compuesto por tres mujeres jóvenes (dos estudiantes de posgrado y tres de pregrado) manifestó posicionamientos activos y críticos asociados a una mayor cantidad de experiencias directas e indirectas de inequidad y violencia de género -como víctimas o testigos-, así como a un mayor acceso a fuentes de información en sus entornos cercanos (familia, amigas y amigos, redes sociales, establecimiento educacional, etc.), lo cual les permite generar conocimientos y reflexiones más profundas acerca del fenómeno. Esta conjugación de los factores desembocó en interpretaciones más complejas de la inequidad y la violencia machista -explícita y simbólica- vista desde sus múltiples expresiones. Además, como veremos luego, estos posicionamientos se vincularon, por una parte, a la adopción de actitudes de resistencia frente a las desigualdades y agresiones detectadas por las jóvenes y, por otra, al planteamiento de posibles estrategias para avanzar hacia la equidad de género. Cabe destacar que quienes evidenciaron un discurso más reflexivo y crítico relataron haber participado en situaciones de violencia explícita de género, tal como se muestra en el siguiente ejemplo:
Él seguía gritándole «Puta, maraca» y todo tipo de insultos. Mi compañera seguía llorando, hasta que Joaquín le dijo: «Ahora estás llorando maraca culiá; no tienes respeto por mí». Ahí fue cuando mi compañera salió llorando de la sala y se fue al baño y mi compañero tiró una silla de la sala de clases y salió detrás de ella. (Grupo C, estudiante 1)
De esta manera, al relacionar las interpretaciones que realizan los sujetos jóvenes acerca de determinadas situaciones de inequidad y violencia machista con los estadios de comprensión, conciencia y reflexión que ellos y ellas alcanzan, encontramos que las interpretaciones más ricas y elaboradas fueron efectuadas por quienes poseen un mayor nivel de conocimiento genérico y episódico (van Dijk, 2016); a saber, mujeres que se han informado al respecto y que a menudo han vivido o presenciado ataques o discriminaciones machistas que luego pueden identificar, abstraer y caracterizar de forma sistemática.
En esta dirección, ellas demostraron posicionamientos activos y críticos sustentados en interpretaciones cuestionadoras de la cultura hegemónico-masculina, en razón de las cuales la violencia e inequidad de género son concebidas como fenómenos multifacéticos en forma y fondo, de los que se derivan un sinnúmero de problemáticas psicológicas, sociales, políticas y económicas. Como contraparte, los relatos de las gentes jóvenes que dieron cuenta de un menor nivel de conocimiento exhibieron tanto una escasa reflexión como una configuración estereotipada de la realidad, rasgos propios de una interpretación espontánea o acrítica de las agresiones e inequidades machistas, las cuales expusieron como universales y, en momentos, inmodificables.
Obstáculos y posibilidades de cambio frente a la realidad machista
Finalmente, el análisis cualitativo también evidenció la presencia de factores clave para abordar la violencia e inequidad contra la mujer, los cuales remiten a las siguientes categorías: a) dimensiones obstaculizadoras: referentes a todo acto o situación que dificulte o impida la equidad de género; y b) dimensiones transformadoras: capaces de sacar a la luz potenciales herramientas que ayuden a erradicar las desigualdades y agresiones machistas.
Notamos que la gran mayoría de dimensiones obstaculizadoras se asocian a la violencia simbólica, configurándose como un conjunto de mecanismos más o menos sutiles que habilitan la reproducción del sistema hegemónico masculino. Las dimensiones más recurrentes de este tipo fueron: cosificación femenina, currículo oculto, jerarquía del poder masculino, bodyshaming (vergüenza por el propio cuerpo), lógicas de amor romántico, invalidación intelectual del género femenino, inequidad de deberes y episodios sostenidos de violencia física y sexual en contra de las mujeres. Todas ellas están atravesadas por posicionamientos acríticos y pasivos frente al machismo, así como por la normalización de la violencia y de estereotipos o roles impuestos a cada género, tal como se observa en la siguiente cita: «Me violó. Me obligaba a tener sexo con él cuando yo no quería, usando varias manipulaciones. Yo tenía 23 años, aún [era] estudiante. Toda la gente del grupo político sabía. Nadie me prestó ayuda» (Grupo A, estudiante).
En contraste, las dimensiones transformadoras manifestadas por los individuos jóvenes se vincularon claramente a posicionamientos más activos y críticos sustentados en actitudes como la resistencia ante la cultura de la violación, la imperante necesidad de promover el empoderamiento femenino, la integración de disidencias de género, las nuevas formas de entender el amor y de establecer relaciones sentimentales con responsabilidad afectiva y el acceso a sistemas coeducativos o espacios de formación o debate que permitan aminorar las brechas entre géneros. Ello se aprecia en el siguiente ejemplo: «Muchas cosas creo yo que se pueden mejorar [respecto a la violencia de género], partiendo por la educación (...) en escuelas, liceos, medios de comunicación. Educar sobre el respeto, la tolerancia y valorar al ser humano» (Grupo B, estudiante 1).
Discusión
Las jerarquías y los mandatos machistas continúan caracterizando la cultura occidental, atravesando todos sus espacios, instituciones y modos de relación (Antúnez & De la Luz, 2022; Dinamarca-Noack & Trujillo-Cristoffanini, 2021; Rubio et al., 2021). Lo anterior lo corroboramos al advertir cómo estas estructuras de poder están fuertemente arraigadas en las vidas de algunos de los individuos estudiantes de la Universidad Austral de Chile. Al mismo tiempo, también cómo impactan en las realidades en las que participan, construyen y significan, tal como lo mencionan Atoche-Silva et al. (2022), Chapa et al. (2022) y Esteban (2022).
Las diferencias en las interpretaciones y los posicionamientos que expresaron las personas jóvenes frente a la violencia e inequidad de género están dadas por la articulación de factores externos e internos. Entre aquellos sobresalen las experiencias de desigualdad o agresión machista observadas o vividas, el acceso a diversas fuentes de información y la adquisición de conocimientos genéricos o episódicos. Tales factores son determinantes a la hora de examinar qué tan conscientes son de este fenómeno y sus implicaciones, y cómo comprenden y reflexionan al respecto.
Así, no es de extrañar que los posicionamientos pasivos y acríticos se asocien a un menor conocimiento, un bajo nivel de consciencia y una escasa comprensión y reflexión. Las jóvenes y los jóvenes -sobre todo estos últimos- que reconocieron contar con menos experiencias directas e indirectas -por indetectables más que por inexistentes- y formularon pensamientos o concepciones más estereotipadas o perpetuadoras de la tradición machista, elaboraron interpretaciones más simplistas o superficiales apegadas a las (hetero)normas patriarcales; estas tienden a reproducir la inequidad y la violencia de género, especialmente la de naturaleza simbólica (Criado, 2020; Bourdieu, 2000; Marañón, 2018).
Como contraparte, las jóvenes que se identificaron como víctimas o testigos de discriminaciones o ataques contra las mujeres y manifestaron mayor conocimiento y estadios de consciencia, comprensión y reflexión más profundos, mostraron posicionamientos activos y críticos ante las experiencias de inequidad y violencia machista. Ellas expresaron interpretaciones más complejas con las que cuestionaron el sistema hegemónico patriarcal, contraviniendo sus fundamentos centrales y aspirando a la transformación de sus entornos en pos de la equidad entre géneros (Cares, 2016; Dinamarca-Noack & Trujillo-Cristoffanini, 2021; Echeverría, 2022; Mendes et al., 2019).
A la luz de este escenario, también es relevante reparar en la influencia que ejerce la violencia de género sobre los posicionamientos adoptados por las personas jóvenes, dependiendo de si esta conlleva agresiones explícitas o simbólicas. En este sentido, las vivencias explícitas, como agresiones sexuales o físicas, resultaron ser detonantes para el desarrollo de posicionamientos activos y críticos, convirtiéndose en el punto de partida para rebelarse y confrontar la realidad misógina (Cares, 2016; Fraser, 2019; Marañón, 2018; Segato, 2016). En cambio, la violencia simbólica de género aún dista de ser asumida como un fenómeno real de agresión. Precisamente, la característica etérea de lo simbólico es lo que favorece la distorsión de este tipo de violencia. De allí que no sea fácil para la gente joven tomar consciencia de ella y comprenderla a partir de sus múltiples matices (Bourdieu, 2000; Castañeda, 2019; Flores-Aguilar & Browne, 2017). Esto se hace patente en hechos sutiles como el mantenimiento de valores, normas y roles asociados al binarismo de género, los cuales configuran la sociedad desde una perspectiva machista (Chapa, 2022; Criado, 2020; Zurbano et al., 2015).
El panorama descrito da cuenta de caminos contrapuestos. Por un lado, se presentan posicionamientos acríticos e interpretaciones simplistas, que contribuirían a legitimar los mandatos de género y sus inequidades; por otra, se encuentran las posturas críticas e interpretaciones complejas, que traen consigo posibilidades para desestabilizar los esquemas patriarcales y alentar el despertar frente a las nuevas formas que encuentra la violencia machista para continuar reproduciéndose (Castañeda, 2019; Varela, 2017; Sánchez-Ramos, 2022; Segato, 2016).
Como proyección del fenómeno analizado, presentamos resultados relativos a dimensiones transformadoras declaradas por los sujetos participantes, cuya trascendencia radica en la enunciación de estrategias para la no violencia y para la equidad de género. Dichas dimensiones tienen relación con: a) abrir espacios para desplegar la coeducación en la infancia, la adolescencia y la juventud (Atoche-Silva et al., 2022; Echeverría, 2022); b) integrar las diversidades y resignificar las construcciones de género tradicionales, erradicando la imposición de roles y estereotipos binarios (De Beauvoir, 1999; Criado, 2020; Marañón, 2018; Scott, 2008); c) propiciar instancias comunicativo-críticas frente a la tradición patriarcal; y d) aprovechar las oportunidades que brindan plataformas digitales y redes sociales para democratizar el conocimiento, propendiendo a la flexibilidad ideológica y al ejercicio reflexivo-crítico (Roberto, 2014; Hernández, 2021; Martin et al., 2016; Moraga-Contreras, 2018).
La presencia minoritaria de hombres en el estudio constituye un aspecto a fortalecer, toda vez que limita las posibilidades de conocer el fenómeno de la inequidad y la violencia de género desde la perspectiva masculina. Por ello, para investigaciones venideras, nos parece valioso desarrollar estudios enfocados únicamente en los diferentes tipos de masculinidades.
En Chile estamos transitando una coyuntura sociopolítica que deriva de sucesivas luchas emprendidas por las generaciones juveniles para reemplazar el modelo neoliberal y capitalista del cual deriva toda una estructura de injusticia y desigualdad (Cárdenas-Neira & Pérez-Arredondo, 2021). Las recientes protestas de 2018 y 2019 han visibilizado cómo las jóvenes y los jóvenes están asimilando las diferentes maneras en que sus identidades, experiencias y realidades cotidianas están marcadas, entre otros condicionantes, por la inequidad y la violencia de género. Ellas y ellos se posicionan como agentes de cambio que asumen un rol preponderante en la historia reciente del país (Cares, 2016; Duarte, 2018), en un contexto donde lo viejo está muriendo y lo nuevo está por nacer (Fraser, 2019). Los resultados que hemos revisado actualizan esta metáfora, en tanto la juventud también constituye una metáfora del cambio social en curso (Duarte, 2018). Perseverar en su estudio seguirá dándonos luces de cómo irá configurándose la sociedad por venir.