La infección por SARS-CoV 2, denominada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como COVID-19 en febrero de 2020 y declarada posteriormente pandemia 1, está, sin duda, asociada a un ciclo que parece no tener límite frente a la susceptibilidad para infecciones respiratorias y la contaminación ambiental. La exposición permanente al material particulado, especialmente el denominado PM2.5, compromete el estado de salud respiratorio y debilita la inmunidad del tracto, lo que promueve la exposición a partículas infecciosas y estimula el estrés oxidativo que impide la rápida recuperación en las enfermedades respiratorias 2. Estas condiciones se convierten en una amenaza permanente frente a los picos epidemiológicos de enfermedad respiratoria, que se rigen principalmente por los cambios estacionales alrededor del mundo.
La infección por SARS-CoV-2 tuvo origen en la ciudad de Wuhan, ubicada en la región central de China en la provincia de Hubei. Es una región industrializada y que genera emisiones permanentes de CO2 y NO2, situación que se generaliza en el país con el mayor aporte de emisiones de gases invernadero, ligado principalmente a las formas de producción de energía 3.
En 2018, China participó del total de emisiones de CO2 en el planeta con un 28 %, seguido de Estados Unidos con un 15 %. La variación positiva entre el año 2017 y 2018 en China fue de +2,3 % mientras que para Estados Unidos fue de +2,8 % 3. Lo anterior indiscutiblemente eleva la susceptibilidad de los habitantes de estos países a padecer enfermedades respiratorias y expone a la población mundial a desarrollar patologías crónicas que resultan importantes en la morbimortalidad para la infección por SARS-CoV- 2.
La relación entre el material particulado presente en las emisiones atmosféricas y el desarrollo de enfermedades crónicas ha sido documentada. Gorr 4, en 2017, describe la importancia epidemiológica del PM2,5 asociado a enfermedad respiratoria y cardiaca principalmente porque la densidad de la partícula hace que se aloje en el alveolo pulmonar y se distribuya en el torrente sanguíneo. Adicionalmente un aumento en promedio de 10μg/m3 de exposición en la calidad del aire al PM2,5 incrementa el riesgo de muerte por afección cardiaca y genera mayor predisposición a sufrir al menos un evento cardiovascular. 12,16
En la infección por COVID-19 se ha identificado que padecer algún, tipo de enfermedad cardiovascular representa un factor de riesgo para el pronóstico de la infección, debido a que favorece el desarrollo de un síndrome multisistémico fatal 1,5
Las condiciones naturales del comportamiento atmosférico y sus transformaciones asociadas al cambio global juegan un rol significativo en la pandemia; las relaciones entre la humedad, la temperatura y la supervivencia en superficies que favorecen la presencia del SARS-CoV-2, han sido dilucidadas a lo largo de la experiencia de la pandemia. En cuanto a la viabilidad en superficies, el virus sobrevive a temperaturas de hasta 4 ºC, 7,8,9 y es estable en un rango de pH de 3 a 10 en temperatura ambiente 9.
Asimismo, no existe una validación estadísticamente significativa en la relación de la humedad del ambiente y la velocidad del viento frente a la prevalencia de la enfermedad 7. La principal vía de dispersión ambiental es la directa de personas infectadas, mediante las nanogotas emitidas en aerosoles de origen respiratorio como la tos, el estornudo y la saliva; estos aerosoles pueden llegar a contagiar a una distancia de hasta 2 metros 7,9.
Derivada de esta condición de transmisión, el distanciamiento social se ha abordado con medidas tales como el confinamiento preventivo; sin embargo, en muchos países, incluidos los denominados del primer mundo, las condiciones de hábitat no permiten distanciamientos al interior de las viviendas. Los fenómenos migratorios irregulares generan situaciones de exposición de la población y la necesidad de regulación de la economía de consumo expone a los individuos a no guardar esta medida para satisfacer las necesidades básicas.
Así, las condiciones de migración irregular y cambio del uso de los suelos, bien sea por asentamientos humanos irregulares o por desplazamientos asociados al cambio climático, también ha traído consigo un factor detonante frente a la seguridad alimentaria en la pandemia por COVID-19.
Aquí se conjugan tres factores: en primer lugar, la disminución de recursos económicos para adquirir productos básicos nutricionales; en segundo lugar, la pérdida de áreas de suelo dedicadas al cultivo, y, en tercer lugar, los mecanismos de transmisión zoonótica derivados del consumo de animales salvajes y desplazamiento de fauna silvestre a zonas periurbanas y urbanas.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), 9,2 % de la población mundial estuvo expuesta, en 2018, a niveles graves de seguridad alimentaria, donde África, Asia y América latina y el Caribe fueron los continentes con algún tipo de inseguridad alimentaria declarada 10. A esto se añade la malnutrición que favorece no solamente los índices bajos de crecimiento y desarrollo, sino también los problemas de obesidad y enfermedad cardiovascular a nivel global. Ambos extremos resultan favorecer la morbimortalidad por COVID-19 6,10 no solamente en grupos poblacionales de adultos mayores, sino también en población joven que actualmente se ha considerado en riesgo progresivo frente al riesgo cardiovascular 11.
En este panorama de susceptibilidad global de los individuos, el confinamiento también ha generado efectos positivos indirectos sobre condiciones ambientales frente al cambio climático. Muhammad y Salman 12 señalan que, de acuerdo con los reportes de la NASA y otras agencias internacionales en las regiones con mayor prevalencia como Wuhan, España, Italia y Estados Unidos, los efectos del confinamiento generaron reducciones de hasta el 30 % de emisiones contaminantes, principalmente CO2 y NO212. Este fenómeno también se asocia a la disminución de la movilidad mundial, el consumo de energía y la inactividad de las industrias de manufactura. Barcelo 13, en un estudio que incluyó las regiones de Italia, España, Francia y Alemania con mayor número de casos de muerte por COVID-19, encontró una correlación positiva entre las concentraciones de NO2 del aire en las regiones y la mortalidad. Así, el 78 % de los casos fatales se ubicaron en cinco regiones en el norte de Italia y el centro de España con concentraciones elevadas de NO2 en el aire 13.
De esta forma, la pandemia, si bien ha generado efectos positivos representados en la disminución de la contaminación de origen antrópico por causas multifactoriales, también se registrará como una calamidad global que vuelve la atención sobre las formas de habitar, la sobrepoblación, la seguridad alimentaria, la ecología y el desarrollo tecnológico para enfrentar la infecciones por microorganismos.