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Tabula Rasa

Print version ISSN 1794-2489

Tabula Rasa  no.7 Bogotá July/Dec. 2007

 

El regreso de Túpac Katari1. Bolivia y los procesos de transformación global del capitalismo2

 

The Return of Katari - and Global Transformation Processes of Capitalism

 

Oretorno de Túpac Katari. Bolívia e os processos de transformação global do capitalismo

 

Iñigo Errejón Galván, Jesús Espasandín López, Pablo Iglesias Turrión3

University of California, Los Angeles, USA ierrejon@cps.ucm.es

Universidad Complutense, España chusespasandin@yahoo.es

University of Cambridge, UK pi211@cam.ac.uk

Recibido: 24 de agosto de 2007 Aceptado: 26 de septiembre de 2007


Resumen

La victoria electoral en diciembre de 2005 del Movimiento al Socialismo encabezado por Evo Morales tuvo una significación mundial. En este artículo defenderemos que los acontecimientos políticos bolivianos de los últimos tiempos deben ser interpretados como algo más que un mero recambio en las elites políticas del país. Lo que está ocurriendo en Bolivia es, a nuestro juicio, la cristalización institucional de un conjunto de procesos que convergieron en la apertura de un ciclo de luchas anti-neoliberales iniciado en el año 2000. Los orígenes y efectos de este «ciclo rebelde» trascienden la escala estatal aún cuando ésta represente su espacio de materialización más visible. En primer lugar, usando la perspectiva del «Sistema-mundo» de Wallerstein, llevaremos a cabo una explicación de las tendencias históricas de transformación en la distribución geopolítica del poder y en las dinámicas de integración del Capitalismo. Prestaremos particular atención a los efectos de reordenación sistémica de la Globalización neoliberal desde los años 70. segundo lugar, examinaremos los efectos del Neoliberalismo en la situación geopolítica de Bolivia y su influencia determinante en la emergencia de las identidades políticas indígenas, así como en la crisis de protagonismo político del proletariado minero boliviano, en el marco de procesos de impugnación de la «colonialidad». En tercer lugar, analizaremos algunos aspectos de la influencia de los elementos anteriores -dinámicas sistémicas globales y transformación de la estructura de clases- en el proceso constituyente actualmente abierto en Bolivia. Intentaremos describir las interacciones entre los actores políticos que intervienen en el proceso constituyente prestando especial atención al papel de los movimientos sociales.

Palabras clave: análisis de sistemas-mundo, estructuras de oportunidad sistémica, indianismo, movimientos sociales, Poder constituyente.


Abstract

The electoral victory in 2005 of the Socialist Movement headed by Eva Morales had a worldwide significance. In this article, we will hold that the political events in Bolivia over recent years have to be interpreted as more than a mere change in the country's political elite. What is happening in Bolivia is, in our judgment, the institutional crystallization of a set of processes that converged with the start of a cycle of anti-neo-liberal fights that initiated in the year 2000. The origins and effects of that "rebel cycle" transcend the country scale, even though it represents its most visible space of materialization. In first place, using the perspective of Wallerstein's world-system, we present an explanation of the historical tendencies of transformation of geopolitical power distribution and the integration dynamics of capitalism. We pay special attention to the effects of systemic reordering of neo-liberal globalization since the 1970s. In second place, we examine the effects of neo-liberalism on the geopolitical situation of Bolivia and its determining influence on the emergence of indigenous political identities, as well as the crisis of political protagonism of the Bolivian miner proletarians, within the framework of impugnation processes of coloniality. In third place, we analyze some aspects of the influence of these elements (global systemic dynamics and transformation of class structures) on the constitutional process currently open in Bolivia. We describe the interactions between the political actors that intervene in the constitutional process, paying special attention to the role of social movements.

Key words: Analysis of world-systems, systemic opportuntity structures, indianism, social movements, constitutional power.


Resumo

A vitória eleitoral em dezembro de 2005 do Movimiento al Socialismo encabeçado por Evo Morales teve uma significação mundial. Neste artigo defenderemos que os acontecimentos políticos bolivianos dos últimos tempos devem ser interpretados como algo mais do que uma troca nas elites políticas do país. O que está acontecendo em Bolívia é, a nosso ver, a cristalização institucional de um conjunto de processos que convergiram na abertura de um ciclo de lutas anti-neoliberais iniciado no ano 2000. As origens e efeitos deste "ciclo rebelde" ultrapassam a escala estatal ainda quando esta represente seu espaço de materialização mais visível. Em primeiro lugar, usando a perspectiva do sistema-mundo de Wallerstein, apresentaremos uma explicação das tendências históricas de transformação na distribuição geopolítica do poder e nas dinâmicas de integração do capitalismo. Daremos uma atenção particular aos efeitos de reordenação sistêmica da globalização neoliberal desde os anos 1970. segundo lugar, examinaremos os efeitos do neoliberalismo na situação geopolítica de Bolívia e sua influência determinante no surgimento das identidades políticas indígenas assim como também na crise de protagonismo político do proletariado mineiro boliviano, no contexto dos processos de impugnação do colonialismo. Em terceiro lugar, analisaremos alguns aspectos da influência dos elementos anteriores (dinâmicas sistêmicas globais e transformação da estrutura de classes) no processo constituinte que ocorre atualmente na Bolívia. Buscaremos descrever as interações entre os atores políticos que intervêm no processo constituinte, com atenção especial ao papel dos movimentos sociais.

Palavras-chave: análise de sistemas-mundo, estruturas de oportunidade sistêmica, indianismo, movimentos sociais, poder constituinte.


Creían que nos mataban…y nos estaban sembrando Pintada encontrada en los muros de la UMSA el 24 de diciembre de 2006

1. El capitalismo como marco de cualquier proceso político

A lo largo de los años 70 Immanuel Wallerstein publicó una serie de trabajos donde estableció las bases del que sería conocido como world-system analysis o «análisis de sistemas-mundo». Se trata de una perspectiva teórica socio-histórica, heredera de diferentes marxismos -desde El Capital, pasando por las teorías del imperialismo de Rosa Luxemburgo y Lenin, hasta Polanyi- y de la escuela histórica de Fernand Braudel, que desarrolló la teoría latinoamericana de la dependencia.

Cardoso y Faletto (1969), junto a otros investigadores latinoamericanos, pusieron en cuestión el estructural-funcionalismo4 para entender el problema del subdesarrollo en América Latina, incidiendo en la dimensión histórica y sistémica de las deformidades económicas de la región que la subordinaban a los deseos de los países ricos. Wallerstein continuó desarrollando este planteamiento para elaborar una perspectiva general que permitiese comprender el funcionamiento del Capitalismo como sistema totalizador tendente a integrar en él a todos los demás subsistemas (sociedades y estados). Otros teóricos como Giovanni Arrighi, Terence Hopkins, Andre Gunder Frank, Christopher Chase-Dunn o Beverly Silver siguieron desarrollando con sus trabajos el análisis de «sistemas-mundo» que representa, hoy en día, una de las perspectivas de investigación de inspiración marxista más extendidas en las ciencias sociales5.

El surgimiento -al menos mediático- de los movimientos sociales globales tras las protestas de Seattle contra la Organización Mundial del Comerció en 1999 y la organización de foros sociales en todo el mundo, dio un nuevo protagonismo al análisis de «sistemas-mundo» en la investigación sobre los movimientos sociales, como reconocían recientemente Donatella Della Porta y Mario Diani (2006:10), dos de los más importantes especialistas académicos en la movilización social y la acción colectiva. Precisamente por su potencia teórica para vincular los fenómenos de protesta con las dinámicas sistémicas globales, nos parece un marco teórico idóneo para tratar de comprender la dimensión global de las luchas anti-neoliberales en Bolivia y su culminación en la elección de Evo Morales. Como decíamos, el análisis de «sistemas-mundo» describe el funcionamiento del capitalismo como realidad económica total, tendente históricamente a la integración. Vamos a indicar brevemente las continuidades estructurales, las tendencias y los ciclos del «sistema-mundo» capitalista o moderno desde el siglo XVI. Seguiremos para ello el modelo de Boswell y Chase-Dunn (2000).

Se aprecian, en primer lugar, tres continuidades estructurales desde el siglo XVI -cuando el Sistema-capitalista comprendía Europa y América- hasta hoy: un sistema de organización económica de tendencia expansiva hacia un mercado mundial orientado a la generación de excedente -capitalismo-, un sistema de organización política interestatal y un orden económico jerárquico organizado geográficamente mediante áreas centrales -países ricos o desarrollados-, periféricas -países dependientes- y «semiperiféricas» -países con funciones económicas y políticas intermedias-.

Respecto a la primera continuidad, cabe decir que el capitalismo, como sistema expansivo de organización económica, funciona desde los últimos cinco siglos, aún cuando sus modos de producción hayan evolucionado del capitalismo agrario al industrial primero y, con el desarrollo de los transportes y las comunicaciones, de los modelos industriales «fordistas» a la producción flexible y a la «deslocalización». Respecto a la segunda continuidad, podría decirse que los estados están experimentando una progresiva decadencia en tanto que agencias políticas depositarias del poder soberano, toda vez que las decisiones económicas fundamentales se valen cada vez más de instituciones globales de gestión -Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, Organización Mundial del Comercio, etc.- cuyo funcionamiento es casi autónomo respecto a las estructuras administrativas de origen estatal. Sin embargo, siguen existiendo dispositivos mundiales de ordenación política y militar6, aún cuando éstos se alejen cada vez más del modelo de institucionalidad nacido de Westfalia. La tercera continuidad, una estructura geográfica jerárquica de organización económica, es apreciable casi a simple vista -basta tomar un vuelo desde Europa hasta América Latina para comprobarlo- a pesar de su creciente complejidad debida a los procesos de deslocalización, a las soluciones espaciales7 o a las continuas e intensas migraciones de sectores amplísimos de la fuerza de trabajo colectiva.

Junto a estas tres continuidades, Boswell y Chase-Dunn refieren cinco tendencias globales de larga duración, a saber, mercantilización, organización de la fuerza de trabajo mediante el salario -proletarización-, aumento del número de estados y crecimiento del tamaño de las empresas y de la producción (2000:31 y ss.).

El cuadro global de funcionamiento histórico del capitalismo se completa con dos modalidades de ciclos o procesos globales que se repiten en el capitalismo.

Se trata de los ciclos económicos de Kondratieff y de las secuencias de hegemonía de ciertos estados. Los ciclos económicos de Kondratieff8, son periodos de 40 a 60 años que se componen de una fase de crecimiento global de la actividad económica o expansión y otra de estancamiento.

Las secuencias hegemónicas en el «sistema-mundo» son los intervalos en los que un Estado cuenta con ventaja económica respecto al resto, tanto en la producción agro-industrial como en las finanzas y en el comercio (Wallerstein, 1983:243), de manera que puede permitirse condicionar, sin demasiadas resistencias, el comportamiento del resto de estados y condicionar así unas reglas económicas y políticas mundiales favorables a sus intereses. Para los autores de la perspectiva del «sistema-mundo», se han dado históricamente tres secuencias hegemónicas que han sucedido siempre a una guerra mundial. Boswell y Chase-Dunn han delimitado en años estos periodos. En primer lugar, tenemos la hegemonía holandesa entre 1648 -tras la Guerra de los 30 años- y 1667; en segundo lugar la inglesa, entre 1815 -fin de las Guerras napoleónicas- y 1873; por último la estadounidense, entre 1945 -fin de la Segunda mundial- y 1974 (Boswell y Chase-Dunn, 2000:37). El fin de la hegemonía se produce con el debilitamiento de la ventaja simultánea en las tres áreas económicas mencionadas y tiende a coincidir con la emergencia de competidores, primero económicos y luego también políticos y militares.

La hegemonía estadounidense, tras la derrota del competidor económico alemán en 1945, empezó a debilitarse entre finales de los 60 y principios de los 70. La emergencia económica de Europa occidental y Japón, por una parte, la crisis ideológica general tras las protestas mundiales de 1968, por otra, y ciertos reveses en el plano militar -desde la consolidación de la Revolución cubana hasta la victoria comunista en Vietnam- obligaron a los Estados Unidos a reaccionar. El proyecto neoliberal global y el réquiem por las vías económicas keynesianas, fue el efecto político más duradero de esa reacción estadounidense9.

Tras el fin de la Unión Soviética, la retórica anticomunista que había dado origen a un cierto «multilateralismo procapitalista», perdió sentido en la política exterior estadounidense. La crisis económica de los Estados Unidos no se detuvo alcanzando en la actualidad niveles históricos de endeudamiento con Europa, Japón y últimamente con China. Ni siquiera el uso del ejército para frenar la crisis -en especial tras el asalto a la casa blanca de los neo-cons- ha producido los efectos de recuperación económica y política previstos -la guerra en Irak es probablemente el mejor ejemplo-. Hoy, Europa -a pesar de su crisis institucional-, el Noreste asiático, así como India y sus áreas de influencia, son competidores económicos de los Estados Unidos y amenazan con serlo también en el plano político e incluso en el militar. Sintéticamente, este es el contexto global en el que se inscriben los acontecimientos políticos del presente. Desde aquí, vamos a tratar de entender lo está pasando en América Latina y en Bolivia.

2. Cooperación «transzonal antisistémica» y agencia

Hasta aquí hemos tratado de sintetizar telegráficamente los planteamientos de la perspectiva del «sistema-mundo». Utilizar ciertos elementos de este modelo de análisis creemos que nos permitirá cuidarnos de ciertos peligros propios tanto de las generalizaciones que se desentienden de la Historia como de las descripciones particularistas que impiden la reflexión teórica. Consideramos que tales peligros están lejos de haberse conjurado en buena parte de las ciencias sociales hegemónicas en la Academia; por ello preferimos asumir otro tipo de riesgos, como los derivados de tomar posiciones heterodoxas.

Vamos a relacionar ahora las características históricas del capitalismo con los procesos de lucha política. Trataremos así de encuadrar los desafíos al funcionamiento del sistema planteados desde América latina y la ubicación del proceso constituyente boliviano en el conjunto anti-hegemónico latinoamericano. En 1989 se cerraba simbólicamente el siglo XX e Immanuel Wallerstein defendió la cooperación política «transzonal» entre los movimientos «antisistémicos» del centro y la periferia como condición necesaria para una transformación deseable del capitalismo (1989:358). Casi veinte años después, pueden destacarse al menos tres procesos anti-neoliberales paralelos que vinculan a los movimientos del centro -en especial los europeos- con los de la periferia -especialmente con América Latina-.

En primer lugar, al menos desde el impacto político-mediático global del levantamiento del EZLN en 1994, se puede constatar la emergencia de los movimientos indianistas como sujetos políticos protagónicos en muchas de las protestas sociales anti-neoliberales y como referente para buena parte de los novísimos movimientos sociales de la izquierda radical europea. Al mismo tiempo, en otras geografías latinoamericanas se han producido protestas contra el Neoliberalismo en las que han jugado un papel crucial subjetividades políticas subalternas, cuya estructura y mecanismos de «agenciamiento» presentan notables novedades respecto al proletariado tradicional y sus formas clásicas de organización a través del partido y el sindicato. Los piqueteros argentinos son un buen ejemplo con respecto a la estructura de clases en los centros urbanos postindustriales, en lo que se refiere a las identidades tradicionales del campesinado, pues podemos apreciar, cada vez más, mayores niveles de «etnificación» en diferentes lugares de América Latina, desde Centroamérica hasta el área andina.

En segundo lugar, tenemos las protestas globales anti-capitalistas, vinculadas además, en sus inicios, a las redes de solidaridad con el neozapatismo10. La Internet y las televisiones hicieron visibles esta movilización global que ha continuado de manera casi ininterrumpida desde las movilizaciones anti-guerra hasta las recientes protestas en Alemania contra el G8.

En tercer lugar, el cuestionamiento de la gestión política neoliberal de la región latinoamericana desde proyectos anti-neoliberales de reforma política llevados a cabo por gobiernos progresistas -desde procesos de transformación más intensos como el de Venezuela, Bolivia o Ecuador, hasta otros menos intensos como el brasileño o el argentino- cuya proliferación no se ha detenido en América Latina -el último caso es el acceso al poder ejecutivo de Ortega en Guatemala-. Estos tres procesos pueden abrir la puerta a formas de cooperación política «transzonal antisistémica» que influyan de manera sensible en el proceso de reconfiguración de equilibrios geopolíticos a nivel global abierto, tras la crisis política y económica de los años 60 y 7011.

A propósito de este proceso de reconfiguración sistémica, Christopher Chase-Dunn y Terry Boswell señalan el crecimiento económico y las potencialidades políticas de la Unión Europea como el desafío más importante a la organización del sistema de poder mundial que podría crear un nuevo escenario de bipolaridad económica global (Boswell y Chase-Dunn, 2000:41). Otros autores que también adoptan la perspectiva de análisis de los «sistemas-mundo», como Giovanni Arrighi (2005)12 o Ravi Palat (2007) sitúan a China o a India como fuerzas políticas y económicas globales más importantes a la hora de desafiar a los Estados Unidos. Sea como fuere, para estos teóricos la crisis de la preponderancia económica estadounidense es un hecho y está condicionando seriamente su supremacía.

Visto el estancamiento militar de Estados Unidos en Irak y sus cada vez mayores dificultades para condicionar la economía y la política en América Latina, se abre, sin duda, un marco interesante para que se planteen proyectos de emancipación en la región. Vamos a explicar ahora algunas tendencias históricas de transformación y cambio en la distribución geopolítica del poder económico y político global para comprender el contexto en el que han surgido los proyectos contra-hegemónicos en América Latina -en especial en Bolivia-. Señalaremos sus posibilidades de alianza con otros movimientos anti-neoliberales -en especial los europeos- y el papel específico que las fuerzas sociales bolivianas de transformación podrían jugar.

Siguiendo el modelo teórico elaborado por Boswell y Chase-Dunn vamos a explicar la vinculación histórica de los movimientos sociales con las dinámicas de transición y transformación sistémica. Asimismo, exploraremos las posibilidades de alianza entre los movimientos y las agencias institucionales de gestión política. Hardt y Negri (2000:223) han reivindicado modelos de análisis capaces de relacionar los dispositivos para el combate político -la agencia- con las dinámicas de funcionamiento del sistema. Ello lleva implícita una crítica a los teóricos del «sistema-mundo» y sus teorías de los ciclos económicos del capitalismo que, aparentemente, habrían otorgado poco peso a la decisión política en los procesos de transformación.

Sin embargo, Chase-Dunn y Boswell (2000:48), asumiendo lo que reconocen como ausencia de una teoría revolucionaria vinculada a los ciclos, han elaborado un modelo que relaciona las fases de transición del capitalismo con los periodos de auge y desarrollo de protestas sociales y revoluciones. El modelo de estos autores permite pensar en unas -estructuras de oportunidad sistémica-13 para evaluar las posibilidades de éxito de los procesos de movilización y transformación, en función de las dinámicas geo-económicas y geopolíticas globales. De esta manera se rechaza cualquier determinismo y se asume que la fuerza y la inteligencia de los movimientos y sus organizaciones, a la hora de actuar, son elementos determinantes para el éxito político. Con todo, disociar las posibilidades de éxito de los condicionantes sistémicos o limitarse a analizar los condicionantes de la escala estatal -como ocurre, por desgracia, con buena parte las ciencias sociales e históricas- resulta inútil si queremos medir las perspectivas de impacto de la acción política de los movimientos.

El modelo de Boswell y Chase-Dunn (2000:49), como decimos, relaciona los ciclos económicos de Kondratieff y las secuencias hegemónicas -en especial sus crisis- con la lucha política. Según su análisis, puede observarse que las fases de transición, o crisis entre las secuencias hegemónicas, son periodos en los que las posibilidades de éxito de los procesos de cuestionamiento del orden económico-político son mayores. Aplicando el modelo a distintos procesos -las revoluciones francesa y bolchevique, las luchas de liberación nacional en Argelia o las recientes revoluciones anti-burocráticas en los países del llamado Socialismo real, entre otros- estos autores han logrado situar la agencia humana en la construcción y reconstrucción del Sistema.

En la siguiente tabla seguimos el esquema de Boswell y Chase-Dunn (2000:68) añadiendo los últimos fenómenos de movilizaciones globales anti-neoliberales; desde las revueltas indígenas hast a las protestas en las metrópolis mundiales por parte de los movimientos globales.

En primer lugar, las revoluciones tienden a suceder las grandes guerras. La debilidad de los derrotados y el eventual apoyo exterior que pueden recibir los revolucionarios, junto a las crisis y a los descontentos derivados de la conflagración, pueden dar alas a las vías políticas insurreccionales. Los casos ruso o chino son un buen ejemplo.

En segundo lugar, puede apreciarse que durante los momentos de transición en los ciclos de Kondratieff, cuando la expansión comienza a decaer o cuando la economía comienza a recuperarse tras un periodo de estancamiento, suelen producirse convulsiones políticas y sociales. Para estos autores, los efectos en los procesos de transformación son mayores en los periodos de recuperación económica general, pues los revolucionarios tienden a romper inercias estructurales -vuelven a servir de ejemplo los procesos de industrialización en Rusia y China pero también la acción de gobiernos revolucionarios nacionalistas en áreas periféricas-.

Por último, tenemos la conexión entre la transformación política y las crisis de hegemonía. Hay más posibilidades de cambio cuando la hegemonía de la potencia preeminente entra en crisis, en especial cuando se está pasando de un periodo de estancamiento a uno de expansión. Son estos los periodos en los que la acción política tiene más posibilidades de afectar las estructuras sistémicas.

La teoría de Chase-Dunn y Boswell es muy compleja14 pero traza bien el mapa geopolítico en el que los proyectos de la nueva izquierda latinoamericana se están planteando al dar las claves de lo que hemos llamado «estructura sistémica de oportunidades» para los proyectos políticos antagonistas. Con esta categoría creemos poder ir más allá de modelos teóricos sobre la movilización social y el cambio político centrados en las razones que llevan a los individuos a actuar, que por lo general son incapaces de relacionar los caracteres particulares de la realidad estudiada con dinámicas más amplias.

Comprender las posibilidades de éxito de las nuevas izquierdas -indianistas, etno-populistas, etc.- en América Latina supone, al fin y al cabo, examinar un complejo escenario en el que participan infinidad de actores inmersos en procesos locales, estatales y, por supuesto post-nacionales. En este sentido, la cooperación política «transzonal» defendida por Wallerstein en 1989, como condición para la transformación sistémica y que habría de concretarse en 10 o 20 años (1989:360), esta frente a nosotros. La emergencia paralela de los movimientos globales anticapitalistas, y los proyectos políticos anti-neoliberales en América Latina, se ha producido en un momento de transición sistémica que ha abierto interesantísimas posibilidades de impacto político para la acción, institucional o contenciosa, de carácter antagonista.

En el escenario geopolítico actual están emergiendo al menos tres grandes bloques económicos regionales con capacidad nuclear y dispositivos políticos propios que aspiran a ponérselo cada vez más difícil a los Estados Unidos. Se trata de la Unión Europea, del área de libre comercio asiática liderada por China e incluso de India. En este contexto de reconfiguración, las posibilidades de éxito de los proyectos anti-neoliberales son grandes, en especial si siguen una dinámica cooperativa. Pero hay que preguntarse quién podrá liderar esos procesos de cambio y qué mecanismos de colaboración pueden establecerse. Samir Amin planteó hace años (1990) que las mejores posibilidades revolucionarias se daban en los países periféricos; aquellos que sufren de manera más agresiva la dominación y la explotación.

Chase-Dunn y Boswell consideran, sin embargo, que el eslabón más débil, el espacio generador de innovaciones a través de mecanismos estatales, está en las zonas «semiperiféricas». Es en la «semiperiferia» donde se produjeron las experiencias más sobresalientes de gestión proto-socialista (Boswell y Chase-Dunn, 2000:224) y donde pueden plantearse formas de desarrollo alternativas y modelos regionales «contra-hegemónicos». Si Irán es el ejemplo líder anti-sistema, en un sentido reaccionario a pesar de los abrazos de Hugo Chávez a su presidente, que lucha contra los EEUU e Israel para dominar Oriente Próximo, Venezuela y el proyecto de integración regional que lidera en América Latina, son un modelo de resistencia anti-hegemónica de izquierda.

Para aumentar la fuerza de ese bloque latinoamericano, la alianza con los movimientos sociales de otras áreas, en especial en Europa y EEUU, es esencial y es ahí donde Bolivia, por los caracteres de la evolución de su estructura de clases y por sus formas de agregación política, puede jugar un papel fundamental. Como sabemos, en es tremendamente difícil que se produzcan transformaciones sociales o políticas profundas. El «bienestar» de ciertos sectores estratégicos de la clase trabajadora junto a un modelo de relación pactista y subvencionado entre las principales organizaciones sindicales y el empresariado, representa un límite estructural determinante. Las experiencias de los partidos comunistas tanto de Italia o España, como de Grecia o Portugal, ejemplifican que el sur de Europa no fue una excepción al sistema político mundial heredado de Yalta. Si al fracaso comunista añadimos el desastre histórico de buena parte de las experiencias de extrema-izquierda -armadas o no- que en Europa Occidental se plantearon el asalto al poder del Estado, vemos que no se trata solo de un problema de falta de voluntad. Como señalan Chase-Dunn y Boswell (2000:222) «[...] la existencia de una «aristocracia obrera» dividió a la clase obrera en el centro y redujo los desafíos políticos radicales contra el capitalismo [...]». Por eso, nos parece que la dificultad de una transformación en Europa responde más a una dinámica sistémica que a un problema psicológico o volitivo, por parte de los revolucionarios europeos de la segunda mitad del siglo XX.

Aún cuando últimamente han aparecido nuevos sujetos que responden a la transformación de la estructura de clases en Europa -los migrantes, los precarios, etc.- que han demostrado que pueden movilizarse -como, de hecho, ha ocurrido en Italia, en Francia o en el España- está claro que estos «nuevos bárbaros» están todavía muy lejos de poder asumir desafíos políticos como los que están planteando los movimientos sociales en América Latina. Hoy -quien sabe lo que pueda pasar en las próximas décadas-, tienen «sistémicamente» la puerta cerrada. Sin embargo, si continúan abriéndose vías a la colaboración «transzonal» con Latina, su papel puede ser crucial. Lo que más se acerca a esa alianza «transzonal», hasta hoy, son los movimientos globales, cuyos discursos y prácticas, desde la influencia del neo-zapatismo pasando por los foros sociales hasta las movilizaciones contra la guerra, señalan formas de combate político anti-sistémico en la escala global. Creemos que ciertos caracteres de la experiencia boliviana la sitúan en una posición muy interesante para ser el interfaz de comunicación entre los proyectos «contra-hegemónicos» latinoamericanos y los movimientos europeos.

3. Ajuste estructural neo-liberal y nuevas sinergias de los movimientos sociales en Bolivia

Para un acercamiento riguroso al proceso actualmente en curso en Bolivia debemos enfrentar una de las grandes dificultades que distorsiona la comprensión del Gobierno del MAS y del proceso constituyente: la caracterización del sujeto de cambio y de la agencia de las transformaciones actuales. La complejidad que entraña su naturaleza, heterogénemente compuesta, por la confluencia de actores orgánicamente atomizados con diferentes ubicaciones en las estructuras históricas de exclusión y desigualdad se superpone a otras dos premisas que toda investigación rigurosa sobre movimientos sociales en Bolivia debería abordar:

1. La indisoluble afectación del proceso histórico local15 a la trayectoria evolutiva de los movimientos sociales bolivianos y su inmersión actual en la dinámica de la globalización.

2. La transformación de las «zonas de contacto» y espacios dialógicos intersubjetivos como condición para la dinamización de la cooperación anti-sistémica.

Resulta imposible reproducir aquí una cartografía historiográfica de los movimientos sociales bolivianos que abarque desde el Taky Onkoy andino hasta los actores del último ciclo rebelde (2000-2005). Tampoco podremos analizar con detenimiento los nexos de conexión entre ciclos históricos de acción colectiva que han pervivido en la construcción actual de la memoria histórica subalterna y en la práctica política16. Al haber desistido de esta tentación por razones de espacio y evitando la reiteración de contenidos que ya hemos publicado en otros espacios (Espasandín e Iglesias, 2007), nos limitaremos a sacar a colación aquellos aspectos fundamentales del pasado remoto que guarden especial relación con la configuración actual de los movimientos sociales en su genealogía temporal.

3.1 Paisajes actuales de la globalización en Bolivia

En este epígrafe trataremos de caracterizar algunos de los efectos más relevantes de la globalización que han transformado las relaciones sociales e inter-étnicas en Bolivia durante las últimas décadas. Recientemente, Sousa Santos enunciaba una de las consecuencias más importantes del impacto social de la economía política de la globalización: la «metamorfosis del sistema de desigualdad en un sistema de exclusión» (Santos, 2005: 211). Desde esta perspectiva, las disparidades entre incrementos de productividad e incrementos de empleo, con el subsiguiente crecimiento económico sin empleo, se traduce en un desdoblamiento del trabajo, que pasa a constituirse también en un dispositivo de exclusión a través de la precariedad y de la informalidad laboral. Para este autor, este sistema de exclusión retroalimenta a su vez la desigualdad contemporánea a través de las nuevas formas de etnificación de la fuerza de trabajo como formas de desvalorización (Sousa Santos, 2005: 214). Creemos que estas aportaciones del sociólogo portugués son útiles para indagar las transformaciones socioeconómicas, políticas y culturales que, entre otros contextos locales, han tenido lugar durante la hegemonía de la política neoliberal en Bolivia (1984-2000). En este sentido, antes de pasar a rastrear las transformaciones en la constitución y en el modo de articulación de los movimientos sociales, tendremos que preguntarnos en qué se ha concretado la metamorfosis aludida en Bolivia y en qué manera ha afectado a la configuración de la relación Estado-movimientos sociales vigente desde 1952.

Buscando una explicación de conjunto satisfactoria ante tales interrogantes, recientes estudios han situado algunas de las transformaciones en torno a los siguientes ejes:

1. Reconfiguración de la estructura social. Las políticas del ajuste neoliberal -que en Bolivia se anticipa al Consenso de Washington de 1990- se saldaron con una contracción de la minería estatal, una drástica privatización del sector público -que continúa hasta el S. XXI con el eufemismo de las «capitalizaciones» de los últimos gobiernos finiseculares del MNR- y con una explosión de los sectores informales urbanos y rurales17 como resultado de la desintegración legislativa de las relaciones laborales.

En el caso concreto de la minería, factores como la traducción de las medidas aludidas en la morfología del trabajo, la composición de clase, la desestructuración de los campamentos como espacio de socialización, la alteración cognitiva de las identidades de clase y la «disolución del basamento productivo de la forma sindicato» (García Linera, 2000) han sido ampliamente estudiados por Álvaro Linera18. En estos estudios, el sociólogo boliviano ha documentado sobradamente la evolución histórica de los ciclos de la condición obrera en Bolivia, así como la relación entre la Nueva Política Económica diseñada por Jeffrey Sachs en 1984 y el último cambio de ciclo. De esta forma, y teniendo en cuenta el papel desempeñado por la COB como centro unificador de lo nacional-popular de raigambre obrera-urbana entre 1964 -Golpe de Barrientos y firma del Pacto Militar Campesino- y 1982 (García Linera et. al., 2004:12),19 encontramos correlaciones entre la condición del obrero de oficio de gran empresa20 y el modelo de «inclusión sobornada» de la plebe organizada que caracterizó al Estado de 1952 (Stefanoni y Do Alto, 2006: 27-28). Así mismo, también las encontramos entre el tránsito hacia la condición de especialización flexible21, y la fase de hegemonía neoliberal que se inaugura tras la gran derrota del movimiento obrero en Calamarca durante la Marcha por la vida y por la Paz (1986). En este nuevo periodo, en el que se pierde la capacidad negociadora del movimiento obrero y se finiquita el Estado de 1952, las políticas públicas se encaminarán hacia la pulverización de cualquier atisbo de organización social autónoma (Do Alto y Stefanoni, 2006:28).

Hasta aquí hemos expuesto un bosquejo de las características principales del comportamiento de la globalización en Bolivia, cuyas consecuencias principales no difieren en exceso de los procesos de desestructuración general de los protagonistas e intereses del «pacto socialdemócrata» (Sousa Santos, 2005: 202) en el centro del «sistema-mundo» y de las formas de regulación social asociadas al «corporativismo autoritario» y a las políticas de bienestar articuladas en la «semiperiferia» (2005: 202-203).

2. Ampliación de las áreas geográficas en disputa por la apropiación intensiva de recursos. (Orozco et al., 2006: 19).

3. Reconversión de la lógica del acceso a los recursos, que deja de regirse como derecho para guiarse por los parámetros de la rentabilidad y del mercado. (García Linera et al., 2006). Este proceso implicó una mercantilización de las condiciones de la reproducción social básica que ha cobrado una especial visibilidad a partir del año 2000, con la generalización de la «guerra del agua», un conflicto cuyas bases ya se establecieron desde principios de los 90 con las «juchuy guerras» del agua en los valles cochabambinos, especialmente a partir de la «guerra de los pozos» (1994-1998), desatada con los intentos estatales de sustraer, regular y expropiar el control del agua a las costumbres y estructuras comunitarias y sindicales que venían haciéndose cargo de su gestión desde los años 50 (García Linera et al., 2004: 648).

4. Incremento de la valorización de recursos poco valorizados anteriormente (Linera et al., 2006:20).

Paralelamente emergen nuevas territorialidades, desde las que surgen nuevos sujetos y espacios que pasarán a experimentar nuevas formas de exclusión y a integrar nuevas subjetividades subalternas que tendrán una gran relevancia durante el ciclo rebelde de 2000-2005, donde se inicia el crepúsculo de la hegemonía neoliberal con la formación del bloque «contra-hegemónico» inorgánico que se constituirá en la base social del electorado del MAS. Cabe sintetizar estas territorialidades en dos macro-procesos:

- Nueva resistencia y supervivencia rural (García Linera et al. 2006:21) en espacios de tierras bajas, donde cabría resituar los flujos migratorios hacia tierras bajas y la emergencia de nuevas formas de agregación territorial que sustituyen las lógicas de organización por centros de trabajo del antiguo sindicalismo obrero: nuevo protagonismo del sindicalismo cocalero, de las comunidades de regantes organizados por cuencas fluviales en el agro cochabambino y re-fortalecimiento de aillus en el altiplano andino.

- Nuevas cualidades urbanas, mediante la extensión -urbana- de la lógica tradicional agraria en el trabajo informal en expansión (García Linera et al. 2006:21). Este fenómeno tiene que ver con los flujos migratorios hacia zonas peri-urbanas de las grandes metrópolis, donde tiene lugar otra gran relocalización de los nuevos excluidos de la industria -cierre de minería y clausura de campamentos mineros- y del campo -apertura de mercados-. El papel del aillu en la organización de la migración, en el desarrollo de estrategias de supervivencia urbana y en la generación de comunidades urbanas encargadas de afrontar los nuevos retos derivados de la gestión territorial y urbanística, la dotación de servicios básicos, educativos (Universidad Pública de Alto), y de la administración de derecho consuetudinario, facilitará la perpetuación urbana de la cultura aimara, a pesar de los procesos de «transculturación», y de la reformulación de nuevas comunidades en forma de micro-gobiernos barriales (Véase Mamani 2004a). En cualquier caso, la territorialidad del Chukiyawu -la «cara aimara» de La Paz-, no solo estuvo presente en los años 70 como cuna del katarismo. Hoy, los aimaras del Chukiyawu vuelven a poner de relieve la dimensión des-colonial del proyecto de emancipación ligado a la defensa de los recursos naturales, resituando nuevamente un interrogante en la agenda política: ¿Khitipxtansa? -¿Quiénes somos?-; induciendo nuevos cambios en la auto-imagen del país y de la izquierda y volviendo a interconectar la pluralidad de «agenciamientos» subalternos en la profundización de la autonomía étnica y de clase (Véase Tapia, 2004:145).

3.2 Lo viejo y lo nuevo: el largo camino hacia la multitud y comunidad contemporáneas.

En adelante intentaremos cartografiar las sinergias actuales de los movimientos sociales desde las siguientes preocupaciones:

- ¿Cuál ha sido la trayectoria que ha desembocado en el paradigma actual de articulación de los movimientos sociales y cómo se interrelacionan los elementos nuevos del mismo con la continua remisión al pasado histórico?

- ¿Cómo ha sido posible la convergencia en un polo «contra-hegemónico» inorgánico de múltiples actores carentes de una macro-estructura organizativa, teniendo en cuenta su capacidad para forzar la dimisión de dos jefes de Estado y para imponer una agenda política y una nueva hegemonía inédita en lo institucional?

Contestando a lo primero, y atendiendo al protagonismo indiscutible de los movimientos etno-políticos en la región, no nos queda más remedio que desmarcarnos de aquellos científicos sociales que caracterizan a los movimientos indígenas como un fenómeno «nuevo», tanto si explica desde la teoría de los Nuevos Movimientos Sociales como desde la Estructura de Oportunidades Políticas. En este sentido, tendríamos que llamar la atención sobre la larga trayectoria espacio-temporal de los mismos, que precede en América Latina a la formación histórica del movimiento obrero y cuyas primeras manifestaciones se encuentran ya presentes en el Siglo XVI.

Lo que cabría hacer desde una ciencia social rigurosa que no sea cómplice del más burdo «recorte de realidad» de la modernidad capitalista -traslada virtualmente al pasado a las sociedades, aquellas que han sido invisibiles para la historiografía tradicional republicana-, es replantear algunas de las preguntas que desde 1994 vienen formulando de forma autocomplaciente algunos modelos de análisis.

La inercia histórica boliviana, especialmente desde los siglos XVIII y XIX, no constituye ninguna excepción en este sentido frente a la de otros virreinatos y emergentes repúblicas decimonónicas. Gustavo Faverón ha analizado las rebeliones indígenas que se suceden durante todo el S. XVIII y que implican a mapuches y pehuenches en Chile, yaquis y «pimas» en México y Centroamérica, guaraníes en el Chaco paraguayo, etnias amazónicas bajo el liderazgo de Juan Santos Atahuallpa (1742-1761), y quechuas y aimaras durante la rebelión pan-andina de los Amarus-Kataris (1780-1782) en el altiplano. En ellas encuentra elementos comunes22 que terminarán por prefigurar otros proyectos truncados de nación previos y distintos a los criollos del s. XIX (Faverón, 2006:17). Si bien tales formulaciones no llegaron nunca a experimentar cristalizaciones estatales, muchos autores han dejado claro que no ocurrió lo mismo con los «contornos» que generaron, cuya influencia sobre los proyectos de autonomía indígena del s. XIX y del primer tercio del siglo XX puede rastrearse sin mayores complicaciones (Faverón, 2006:231) en las concepciones de Atusparia, Laimes o Zárate Willka, que en sus respectivas repúblicas andinas decimonónicas se «redefinieron como sujetos con derecho a la justicia, al respeto y a la protección de sus propias sociedades» (Larson 2002:179). De esta forma, la anamnesis recurrente de los ciclos anteriores de rebeldía a través de la transmisión etno-histórica oral en momentos de crisis, nos induce a compartir los criterios de quienes piensan que no hay razones para separar las narrativas históricas campesinas e indígenas del inicio de la contemporaneidad de las del final del siglo XVIII (Larson, 2002:14).

En Bolivia, el oxímoron de la conexión discontinua se hace evidente en una especie de hilo multicolor que comunica las secuencias de la multiplicidad de proyectos locales anti-coloniales que eclosionan en el marco de la recepción del reformismo borbónico (1730-1771)23 con la de la aludida rebelión pan-andina de Amarus-Kataris (1780-1782) y las rebeliones posteriores de los aillus que en la república tardía se lanzaron a resguardar lo que Brooke Larson ha llamado «pactos tributarios» y Tristan Platt ha precisado como «pactos de reciprocidad aillu-Estado»24 -exacción tributaria a cambio de derechos territoriales colectivos del aillu- (Platt, 1988:369). El desenlace de la Guerra Federal (1899) en la que la conflagración entre conservadores y liberales quedaría sumergida en una rebelión indígena, marcará el inicio de la estigmatización de la memoria de Zárate Willka por parte de sus ex-aliados del Partido Liberal, a pesar de que su agenda comprendía una simbiosis entre el proyecto federal y las específicas demandas indígenas de respeto, igualdad y autonomía (Larson, 2002:170). La derrota de la «respuesta sistémica» indígena, allanaría también el camino para que la penetración del mercado soslayase las agendas de los intelectuales liberales que trataron de preparar un «sistema de apartheid informal racial y terminase por imponer una solución señorial», en la que el latifundio acabó fagocitando las tierras comunales y convirtiendo a los indígenas comunitarios en peones de hacienda, mientras que al mismo tiempo mantenía incólumes los sistemas de control de la subjetividad -exclusión electoral y del sistema educativo- como garantía de perpetuación de la exclusión diferencial naturalizada (Larson, 2002:175). La variedad de respuestas indígenas que se suceden durante este periodo de hegemonía oligárquica que empieza a quebrarse en la Guerra del Chaco (1932-1935), está ampliamente documentada por autores como Silvia Rivera (2003) y Xavier Albó (2007) entre muchos otros.

Probablemente la implantación del sindicalismo agrario paraestatal de 195225 sobre los sistemas de autoridad comunal, generó una «des-indianización» política que coincide sincrónicamente con procesos análogos en otros estados latinoamericanos. Esto se concreta en la subsunción de la diferencia dentro de las categorías inclusivas de la nueva ciudadanía, que mantuvo lo indígena, hasta la irrupción del «katarismo-indianismo» de la década de 1970, en lo que Luis Tapia ha llamado «baja visibilidad o subsuelo político» -Luis Tapia citado por Hylton, 2005:16-. Es entonces, desde los altibajos de esta línea discontinua de «des-indianizaciones» y «re-indianizaciones» de la política, donde los elementos de continuidad se mantienen en torno a los fenómenos estudiados por Forrest Hylton y enunciados al principio, donde podemos percibir lo viejo y lo nuevo en los movimientos indígenas de Bolivia. De esta forma, ya no nos preguntaremos por el «surgimiento» de movimientos indígenas como si de una «generación ex novo» se tratase, sino por su re-posicionamiento protagónico actual, su nueva visibilidad política, su nueva ubicación en el proceso de globalización en marcha y por las formas de recreación cultural y de relación con otros sectores subalternos en su «re-etnificación» de identidad más inmediata. No obstante, la larga temporalidad que proponemos no tiene por qué petrificar el análisis de estos movimientos. Cualquier estudio mínimamente concienzudo de la transmisión oral y de la generación de la memoria histórica de los movimientos indígenas, de sus repertorios de acción colectiva y de sus relaciones con otros actores, evitará presentarlos como simples trasplantes de un pasado cultural regurgitado. Como ha señalado Brooke Larson, «los usos nativos del pasado no constriñeron [ni entonces ni en la actualidad] su capacidad para adaptar sus estrategias a medida que los equilibrios del poder y las circunstancias fueron cambiando» (Larson, 2002:149).

En contestación al segundo interrogante esbozado al comienzo del epígrafe y retomando el análisis de la actualidad, las claves que han aportado una visión de conjunto necesaria para facilitar una respuesta, pueden encontrarse en la obra de Álvaro García Linera del último lustro. Remontándonos a la reconfiguración de la estructura social que diagnosticábamos en el sub-epígrafe anterior, el sociólogo boliviano relacionaba el tránsito entre los ciclos de las condiciones obreras de la proletarización de oficio de gran empresa (1910-1986) y de especialización industrial flexible (1986 en adelante) con el final de la «forma sindicato» que habría catalizado progresivamente al grueso de la articulación subalterna desde la Guerra del Chaco hasta la consolidación neoliberal. Durante el siguiente quinquenio, tras la desintegración del sindicalismo obrero y el colapso de las opciones políticas del «katarismo», la articulación de los movimientos sociales habría estado caracterizada por un «repliegue corporativo» que el propio García Linera ha definido como pérdida de iniciativa política de las clases subalternas, una corporativización localista de las resistencias y el despliegue de múltiples micro estrategias defensivas» (García Linera, 2005:65) personificadas en las esquirlas del movimiento obrero, movimientos gremiales y vecinales de base territorial. A excepción de los anteriores se encuentra el movimiento cocalero del Chapare y del despertar de las organizaciones indígenas de tierra amazónica.

El primer paradigma con el que analizamos las sinergias actuales de los movimientos sociales es la «forma multitud», que haría referencia a las nuevas formas de unificación social que resultan operativas durante el ciclo rebelde de 2000-2005.

Esta forma de agregación de sujetos colectivos en forma de «red de redes de carácter abierto, laxo y flexible» estaría relacionada con las transformaciones descritas en los nuevos «paisajes de la globalización» de la Bolivia actual, donde la superposición de identidades locales, gremiales, étnicas y vecinales se apoderan del principal espacio de socialización y confrontación, que en anteriores contextos correspondía al centro de trabajo. En estas formas de aglutinamiento, se ha integrado la individualidad carente de filiación orgánica cohabitando con formas de representación de entes locales en instancias deliberativas ampliadas, donde las decisiones vinculantes de los entes «inferiores» acotaban el margen de maniobra de la representación (García Linera, 2005:16). Mientras tanto, la acción colectiva se articuló en torno a demandas reactivas -de acceso a los recursos naturales, por ejemplo- y proactivas -reconocimiento de la democracia asamblearia directa, profundización en los mecanismos de participación democrática y de control del poder político o la convocatoria de la Asamblea Constituyente- procesadas desde el pensamiento de emancipación. En este modelo de articulación poliédrica, se irradian las formas democráticas de gestión cotidiana desde los ámbitos de lo local hacia la construcción de movilizaciones generales en escalas macro -regionales y nacionales-. Hasta la fecha, el desarrollo de los acontecimientos en el ciclo rebelde boliviano denota una capacidad de intervención política y de interpelación eficaz, aun en ausencia de estructuras macrocéfalas y rutinarias de convocatoria para la acción colectiva mancomunada (García Linera, 2001b:185-187).

De manera imbricada en las formas de unificación anteriores, se superpone la «forma comunidad», propuesta igualmente por Linera para referirse al influjo de las dinámicas comunitarias en la política. La relevancia de las mismas ha sido expresada, durante las rebeliones aimaras que se suceden desde el año 2000, en las sustituciones de poder político estatal por sistemas de poder comunal supra-regional descentralizado que coordinan redes complejas de autoridades bajo lógicas rotativas. Los mecanismos comunitarios de participación, deliberación y toma de decisiones han sido empleados en los enfrentamientos con el ejército, en la forma de búsqueda de consensos inter-comunitarios y en el carácter vinculante de la voluntad de las bases en la toma de decisiones supra-comunitarias (García Linera, 2001b:187-188). De esta forma, las dinámicas comunitarias de gestión de la vida social presentes en la organización del aillu se readecuan en la confrontación política26 -organización de bloqueos, milicias y sustitución de instituciones estatales y locales de poder político por niveles de gestión comunal de carácter supra-regional y descentralizado-. Este re-dimensionamiento de las formas de organización tradicional ha desplegado formas de rotación, turnos, trabajos, comunicación inter-comunitaria y de comida en comunidad a través de la presencia de los sistemas tradicionales del ayni, la mink´a, los ch´askis -mensajeros indígenas- y el apthapi -comida en comunidad- en las movilizaciones27 (véase Mamani, 2004b:32-33). Estos mismos también han puesto de relieve que el influjo de las dinámicas comunitarias ha trascendido el ámbito de lo rural, para alcanzar a las grandes ciudades, tal y como exponíamos en el epígrafe anterior. Por esta razón hablamos de «forma comunidad» (García Linera, 2001b) o de «sistemas comunales» (Félix Patzi, 2006), para referirnos a influjos que trascienden el marco del aillu contemporáneo28, con independencia de que tengan o no una raigambre en los mismos.

Entendemos que el año 2000 constituye un punto de inflexión entre el «repliegue corporativo» como culminación de la disolución de la «forma sindicato» y el despliegue de las «formas multitud y comunidad» como alternativas que han permitido nuevamente una articulación horizontal en torno a una nueva política de necesidades vitales que al imbricarse en una tectónica compleja con reafirmación de las políticas de la etnicidad29, han reconvertido una multiplicidad de crisis coyunturales en una crisis estructural que atañe a la propia impugnación «des-colonial» de las estructuras de exclusión de más larga duración en república boliviana. Este salto de escalas se generaliza en torno a la guerra del gas de 2003, facilitando un proceso de ósmosis inter-subalterno en torno a la convergencia de una pluralidad de demandas locales en una unidad de objetivos políticos -Asamblea Constituyente-, a través de la articulación de diversos planos: demandas corporativas -micro-; interés general: nacionalizaciones, asamblea constituyente, integración regional horizontal -meso- y horizontes anti-neoliberal des-colonial (ver Cabezas, 2007).

4. El viejo fantasma vuelve con una sábana hecha de retales (Neoliberalismo y fuerza de trabajo)

Ahora trataremos de poner en relación los procesos históricos descritos con las formas de reconstrucción política, con respecto a lo subalterno, que han producido un nuevo equilibrio político favorable a la fuerza de trabajo colectiva en Bolivia, cuya rearticulación ha resultado ser un híbrido de subjetividades étnicas y nacionales difusas, de la cual se desprende una compleja y heterogénea alianza de clases que toda mirada certera sobre la situación boliviana está forzada a entender.

El modelo neoliberal, que en Bolivia llegó en 1985 de la mano de Víctor Paz Estensoro -anteriormente figura de la revolución nacionalista- tenía una ingente tarea política de destrucción como condición necesaria para su despliegue histórico. Las privatizaciones de sectores económicos fundamentales, la desregulación de mercados centrales, y la progresiva desnacionalización de una economía ya plenamente inserta en procesos de periferia30, necesitaban previamente de la destrucción de una sociedad civil que, a falta de un trabajo político nacionalista y de producción de ciudadanía por parte de las clases dominantes, se articulara fundamentalmente en torno a los núcleos proletarios y las organizaciones obreras (Tapia, 2006:247). La Central Obrera Boliviana era el polo de construcción de narrativa e integración nacional más importante del país.

Para la entrada del nuevo milenio, los ataques a la minería, verdadero núcleo del movimiento obrero boliviano y vanguardia y paradigma de la COB, habían hecho pedazos una sociedad civil compuesta en torno a la centralidad obrera.

En Abril del año 2000 se produce en Cochabamba31 la primera victoria popular del siglo XXI contra lo que David Harvey llama «acumulación por desposesión»: La solución a las crisis de «sobre-acumulación» capitalista a través de la expropiación de los bienes públicos, recursos naturales, servicios o saberes colectivos, y su sometimiento a regímenes de mercantilización. (Harvey, 2003:88-92) Se trata indudablemente de un hito de las resistencias anti-neoliberales, de una demostración de su plausibilidad tras casi dos décadas de derrota presididas a escala global por el TINA32 de Margaret Thatcher. Pero se trata de mucho más: en Cochabamba quiebra el modelo privatizador impuesto en Bolivia desde 1985, y aún más, se abre un «ciclo rebelde» que impugnará incluso la misma composición política del estado criollo boliviano. La victoria de los sublevados cochabambinos devolvió el agua y su gestión a los habitantes de Cochabamba, al tiempo que devolvía la esperanza a las multitudes bolivianas y sobresaltaba a las clases dominantes: un sujeto descompuesto, con una narrativa hecha de retazos y francamente imprevisto derrotaba a la multinacional canadiense que en Bolivia se llamaba «Aguas del Tunari» y revelaba la ceguera de la élite boliviana.

Una recomposición política radicalmente nueva de la fuerza de trabajo colectiva boliviana se constituía en la «memoria corta» de resistencia contra el neoliberalismo y se reclamaba, desde la «memoria larga», heredera de 500 años de resistencia al sistema colonial. Las líneas de reconstrucción de un proyecto autónomo de impugnación del estado neoliberal y colonial partieron de diferentes «agenciamientos» de lo subalterno:

En primer lugar, el fortalecimiento como actor político de masas a escala nacional, los sindicatos agrarios, que extraen su fuerza y composición interna de su íntima imbricación en densas redes comunitarias, hasta el punto que:

La estructura sindical -comunal está basada en núcleos familiares y núcleos comunales que de forma escalonada están, finalmente, afiliadas al ente nacional, la CSUTCB- […] En realidad, a pesar del denominativo de «sindicato», que es una herencia de la revolución de 1952, en el fondo, se trata de una organización económica y territorial de comunidades y aillus, que, desgarradas por siglos de arremetidas en contra de la propiedad comunal ya sea en el período colonial o en el republicano, perviven no sólo en sus formas de uso y propiedad de la tierra sino, sobre todo, en su organización política particular. (Chávez, 2006:30)

Todo esto les permite una enorme capacidad, como «máquinas de guerra», en tanto que «sociedades en movimiento» (Zibechi, 2006:49) que ponen a trabajar, en un combate «bio-político» todas sus formas de organización y relación no capitalista (García Linera et al., 2006:130). El fin de la separación es en este caso la extrema politización de lo cotidiano, la potencia de las estructuras organizativas y subjetividades comunitarias dedicadas a hacerle la guerra al Estado capitalista, como cuando en los bloqueos del altiplano los turnos de rotación en las barricadas se alternan y reproducen los de la rotación para el cultivo de los campos o vigilancia de los barrios. (Zibechi, 2006:349).

En segundo lugar, el indigenismo «katarista»33 se ha reforzado en el altiplano por la agudización de la confrontación anti-estatal en las provincias del norte del departamento de La Paz y por la emergencia política de los pueblos indígenas del oriente boliviano. Unido al indianismo y con la politización de la identidad étnica como vehículo,

La cuestión indígena ha permitido redimensionar las demandas de legitimidad, soberanía y dignidad como ejes nacionales […] Es lo indígena como lo más profundo para proponer lo más novedoso de hacer y decir las cosas comunes de nuestra sociedad (Vega Camacho, 2006:191)

Componen todo un discurso de soberanía y dignidad nacional que aunaba la defensa de los recursos naturales con la denuncia de los mecanismos coloniales de segregación y dominación (Patzi, 2006:54). La centralidad obrera había sido derrotada por los procesos de fragmentación de la producción, privatización de los sectores fundamentales de la política económica y desregulación de las relaciones laborales. Neutralizados los polos obreros de articulación de la sociedad civil, sustituida la «mediación ascendente» de las organizaciones sindicales por la «mediación descendente» de los partidos como redes «clientelares y prebendales» (Tapia, 2006:248-252), un paulatino proceso de desnacionalización y desintegración de la comunidad política boliviana fue la concreción y necesaria condición política para el plan de empoderamiento de las clases dominantes bolivianas a través de su papel intermediario en la progresiva venta de los recursos naturales y sectores clave de la economía del país.

Fue un sujeto múltiple el que vino a quebrar este diseño político. Diferentes «dolores» y exclusiones compusieron un movimiento trenzado por la defensa de la soberanía nacional y la reinvención misma de «lo nacional» desde abajo, desde los sujetos oscurecidos por la nación criolla34.

Si bien los grandes sindicatos de obreros de oficio habían sido desmantelados desde la aplicación de la ley 21060 y la «relocalización», a la par se habían ido gestando otros actores sociales: sindicatos cocaleros y las organizaciones indígenas del oriente. El abril cochabambino representó el inicio de un renovado ciclo de movilizaciones y articulaciones populares, que continuarían en septiembre y octubre del 2000, marcando un resurgimiento contundente del movimiento indígena (Chávez, 2006:15)

Tras la victoria de Cochabamba, el año 200135 supondrá un espectacular incremento de las movilizaciones que van ganando en proyección nacional y en capacidad de integración política. La «Guerra del Gas», librada en septiembre y octubre del 2003 contra la intención del Gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada de exportarlo en condiciones altamente beneficiosas para las multinacionales pero prácticamente nula rentabilidad social y beneficio popular, supone un punto de inflexión: pese a la brutal represión, el presidente tiene que dimitir, y las capacidades de los movimientos se hacen patentes y adquieren repercusiones internacionales. Ya no se trata de resistencias dispersas y reactivas, sino de un bloque social que comienza a ser hegemónico, y que es capaz de salir victorioso de un desafío político y militar al Estado capitalista. El Altiplano y, de manera especial, Alto, serán laboratorios de formas avanzadísimas de contrapoder constituyente: «Durante diez o doce días de octubre de 2003, los pobladores de El Alto -a través de las juntas vecinales o de otras instancias- actuaron como gobiernos barriales suplantando a un estado deslegitimado y ausente» (Zibechi, 2006: 42)

Los relevos institucionales posteriores y la relativa atención de los movimientos sociales a la iniciativa estatal han sido visto por algunos autores como una pérdida de autonomía y de capacidad política de los rebeldes -Jorge Viaña (2006) o Raúl Zibechi (2006)-, pero quizá sea más plausible entenderlo como una crisis de relevo entre las élites políticas tradicionales bolivianas, en un contexto de aguda crisis estatal -o, en palabras de Luis Tapia, «"Crisis del Estado aparente" que fue siempre la ficción jurídica que planeaba sobre la precaria sociedad nacional boliviana» (Tapia, 2006:249)- y de una correlación de fuerzas marcada por la imposibilidad tanto de las clases populares, como de la oligarquía, de cerrar la crisis plenamente a su favor.

5. Un aimara «bloqueador36» en el Palacio Quemado

En esa clave deben ser entendidos los históricos resultados electorales que el Movimiento Al Socialismo obtuvo la jornada del 18 de Diciembre de 2005, y que llevaron a Evo Morales Ayma, un dirigente aimara y cocalero del Chapare, al Palacio Quemado. En un contexto de evidente ingobernabilidad, la clase dominante boliviana, agregada de los capitales extranjeros que operan en el país, renuncia a una tarea imposible, y cede la iniciativa política. El arrollador triunfo del Movimiento Al Socialismo encabezado por Evo Morales ratifica el agotamiento de los partidos políticos tradicionales y un relevo en la iniciativa nacional: accede al poder político el nuevo bloque social hegemónico, que el actual vicepresidente de Bolivia caracteriza de indígena-popular (García Linera, 2004).

Pese a no haber protagonizado las «guerras» del agua ni del gas, el MAS, que se autodefine como «Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos», reordena el panorama político. Evo Morales es a la vez la única solución de gobernabilidad para el país, y el ariete institucional de los movimientos sociales, ampliamente hegemónicos en el país. El MAS aparece entonces como límite del proceso insurreccional, pero al mismo tiempo como salida plausible de una potencia social que demuestra agotamiento y poca capacidad de despliegue a escala nacional de un proyecto de sustitución de las estructuras coloniales por formas de poder alternativo, democrático y revolucionario. Está en lo cierto Jorge Viaña cuando afirma que «[La victoria electoral del MAS] no es el resultado de la combinación de una estrategia de movilización con una estrategia electoral. Es, fundamentalmente, el reflejo en el escenario liberal electoral de la fuerza de la autoorganización de las múltiples colectividades movilizadas en los últimos años» (Viaña, 2006:234). Sin embargo, decir que «El MAS solamente capitalizó esta realidad en el ámbito electoral» (Viaña, 2006:236) es decir mucho menos de lo necesario. Porque la victoria de Evo Morales en las elecciones no es mero reflejo institucional de la acción, que sucede siempre pura y potente en la calle: es en sí misma una acción. Una participación de más del 80 % y un voto por encima del 54% que dan una certera ilustración sobre la magnitud del fenómeno: El Movimiento Al Socialismo acertó al ofrecerse como salida intermedia entre una insurrección que no llegaba y una restauración que parecía impotente.

Al estar todos comprometidos con las políticas de regulación, y ajuste estructural, imperantes mediante el odiado sistema de la «democracia pactada» que garantizaba el reparto permanente del poder con base en arreglos internos de una élite criolla, endogámica y carente de un proyecto nacional diferente a la dominación de la fuerza de trabajo y los pueblos originarios que le permitiesen hacer suculentos negocios como agregados comerciales de las empresas transnacionales, y especialmente de la potencia hegemónica en el continente; el MAS gana las elecciones empujado por la percepción generalizada de que ninguno de los partidos tradicionales podría encabezar proyecto alguno de renovación nacional. La dinámica institucional de la democracia liberal se renueva y se oxigena, la clase dominante toma aliento, pero el precio a pagar es dejarle la iniciativa política a un MAS que goza de ancha legitimidad para emprender las transformaciones sociales de una agenda que han impuesto los movimientos sociales: nacionalización de los hidrocarburos, reforma agraria que redistribuya la tierra asaltando el latifundio, descolonización de las estructuras políticas y de las formas de producción de conocimiento, convocatoria de una asamblea constituyente, en fin, que se encargue de «refundar Bolivia», de deconstruir el estado liberal y colonial, dirán los movimientos más radicales.

Un significativo acierto histórico, seguramente no desprovisto del componente aleatorio inevitable en los grandes procesos históricos, postuló al Movimiento Al Socialismo como el catalizador de una enorme acumulación de fuerzas de las multitudes bolivianas, y posteriormente como el ariete institucional que propiciase la posibilidad de un rediseño del marco jurídico a favor de las clases subalternas. Nacido en principio como el Instrumento Político de las Seis Federaciones Sindicales cocaleras del trópico cochabambino:

Presentado como una federación de movimientos sociales, el instrumento político tendría que posibilitar y garantizar un control permanente de su funcionamiento por las organizaciones sindicales (Do Alto y Stefanoni, 2006:59).

Su planteamiento de la defensa del cultivo de hoja de coca como una defensa de la dignidad nacional frente a las injerencias del mando neoliberal transnacional e imperialista estadounidense, y como una reivindicación de la soberanía popular del derecho al control público de la producción y los recursos naturales de Bolivia, le hizo superar rápidamente los intereses corporativos y regionales y convertirse en un polo de acumulación de fuerzas populares a escala nacional (Tapia, 2006:254).

El MAS es la articulación, no exenta de contradicciones y carencias, de todos los sectores «subalternizados» por el estado colonial capitalista, comandada por una emergencia del indígena como sujeto político, que cuestiona la modernidad y sus formas políticas: «alrededor de la politización profunda de la identidad étnica, se articulaban las luchas antineoliberales y de descolonización del país» (Viaña, 2006:203).

Esta emergencia indígena tiene difícil despliegue político en el marco del Estado boliviano, que es sin duda una construcción criolla. Pero he aquí el mayor logro del partido actualmente de gobierno, que se concibe «Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos»: el MAS es capaz de articular la identidad de «clase», la identidad «popular» y la identidad «indígena», y armar desde estos tres lugares una narrativa de soberanía plurinacional y de justicia social, de un sujeto múltiple que se postula como el único capaz de -y legitimado para- reconstruir la nación frente a los explotadores -identidad clasista-, a los procesos imperiales de subordinación de Bolivia -identidad nacional-popular- y a la exclusión y el universalismo de una matriz cultural y de civilización importada -identidad étnica-. No se trata de una impugnación de la Nación boliviana, sino de una interpelación a las élites, denunciadas como «anti-nacionales» en un relato cercano al populismo37 que postula al «pueblo» como el sujeto político del cambio, enlazado con el líder esta vez a través de la mediación de los movimientos sociales, que está fuertemente presente comenzando por el propio «partido» de gobierno. La observación de Stefanoni y Do Alto nos es aquí altamente ilustrativa: «en cada ampliado del MAS puede observarse la escenificación física de la supremacía sindical: normalmente, en la testera se ubican los dirigentes de las organizaciones que componen el "instrumento político" -como la CSUTCB, la Confederación de Colonizadores o la Federación de Mujeres Campesinas Bartolina Sisa-, mientras que los parlamentarios se ubican en el salón y , corrientemente, deben rendir cuenta de su actividad ante las organizaciones sindicales» (Do Alto y Stefanoni, 2006:64).

La hegemonía indígena-popular funciona entonces como un impulso «plebeyo» de refundación del Estado boliviano desde abajo, desde premisas comunitarias, originarias, de justicia social y de inclusión democrática. El programa, será el dictado por los movimientos en las luchas de los años pasados: descolonización social, jurídica y política, recuperación de los recursos naturales, reforma agraria y profundización democrática.

6. Poder constituido y el poder constituyente

Es precisamente la Asamblea Constituyente la figura institucional privilegiada del tiempo político que habita el MAS, y del que se sabe ciertamente deudor. Su reivindicación fue la consigna más avanzada -más «política» valga decir- de los movimientos sociales en las luchas contra el modelo neoliberal y el estado colonial, y estaba llamada a ser el espacio de cristalización de los consensos sociales anti-estatales y autónomos producidos en los años de las movilizaciones (García Yapar, 2006:35). La Asamblea Constituyente actualmente en marcha en Bolivia no será eso: la polémica Ley de Convocatoria descartó la posibilidad de una cámara, expresión del poder constituyente de las multitudes, con representantes de las comunidades indígenas y los movimientos sociales. Se estableció, por el contrario, la representación partidista y liberal. Fuese por el miedo a la reacción internacional y el boicot de todas las fuerzas conservadoras, fuese por la voluntad del MAS de postularse como el único interlocutor posible de ese pacto entre el Estado y los movimientos que opera de manera más o menos explícita y más o menos tensionada en Bolivia con el paso de los meses; el poder Constituyente, que se llama así mismo originario y plenipotenciario, sigue una conformación liberal y habita los consensos de la gobernabilidad y la estatalidad, pero es al mismo tiempo el campo de enfrentamiento privilegiado entre el bloque indígena-popular, por un lado, y el feroz inmovilismo de la derecha, reagrupada en torno a la oligarquía regionalizada -y regionalista- del oriente del país y con la obstaculización y atrincherada en la defensa al milímetro del «Estado de derecho», esto es, de la ley muerta dejada en herencia por las élites tradicionales.

La emergencia política de las multitudes bolivianas y la reacción de las élites tradicionales habrían quebrado el anterior consenso de la «gobernabilidad pactada» produciendo una triple fractura en el Estado-Nación boliviano: una crisis de la política neoliberal para la satisfacción de demandas sociales -clase-, una fisura en la «colonialidad» del poder -falla étnica- y una fractura espacial que vendría a manifestarse a raíz del desplazamiento del liderazgo económico hacia el oriente -Santa Cruz, Tarija y Beni- (García Linera, 2005:28). Las demandas autonomistas de la élite han gozado de una buena recepción en los sectores populares de la región, lo cual convierte su liderazgo en hegemónico dentro de la esfera regional. La réplica a la demanda del polo «contra-hegemónico» de nacionalización se formula bajo un discurso dicotómico regional que responsabiliza al centralismo los problemas subalternos regionales. Al no poder extender su horizonte discursivo a escala nacional, al haber quebrado los presupuestos neoliberales en el occidente, se han visto obligados a convertir su lucha por la disputa de los recursos naturales en un dique de contención regionalizado (García Linera, 2005:41). El discurso de la élite cruceña concibe la región como carente de conflictos internos y se presenta como homogéneo y genuino regional, estigmatizando a aquellas organizaciones que cuestionan la gestión de los centros de poder -Comités Cívicos-, como son los casos del MST, CPESC, Bloque Oriente, COD y la FSUCCT. En este sentido, los comités cívicos, estructuras de aglutinamiento oligárquico formadas desde 1950 con el Comité Pro Santa Cruz, han desplegado una política de identidad en torno al concepto de nación «camba» para presentarse ante la opinión pública bajo la máscara de una «Bolivia productiva» que omite completamente las guerras de exterminio y las adjudicaciones fraudulentas de tierras sobre las que se basa la acumulación primitiva de estas elites agropecuarias. El surgimiento de estos «regionalismos intra-departamentales» ha construido su identidad sobre la apropiación de los estigmas que estas mismas elites crearon para subyugar a las poblaciones indígenas de la zona. Willem Assies relata entonces cómo en 1953 los patrones de la zona llamaban despóticamente «cambas flojos»38 a los peones, mientras en la actualidad son ellos mismos quienes se hacen llamar cambas y quienes, desde el 2001 redefinen el término en una coctelera que reconvierte y coopta el viejo estigma para reconvertirlo en estandarte de una supuesta entidad social etno-histórica basada en el cruce mestizo (Assies, 2006:97). Pensamos que esta nueva demarcación de identidad no tiene nada de caprichosa y constituye, por el contrario, una forma eficaz sobre la que se ha justificado la negación de identidades étnicas homogéneas para representar a un Oriente exento de fracturas etno-clasistas y reconducir la defensa de un proyecto oligárquico en términos de fractura espacial horizontal, que en su delirium tremens no duda en recurrir a las categorías de Stavenhagen y Pablo González Casanova para presentar su agenda como propia de una nacionalidad explotada desde el «colonialismo interno» del execrable centralismo colonial de Estado, que se apropia del excedente oriental e impone una cultura de subdesarrollo (Assies, 2006:98). Si antes de la victoria del MAS en diciembre de 2005, ya era previsible un recrudecimiento de esta fisura especializada, hoy parece empezar a diseminarse hacia el espacio andino, cuyas elites parecen re-articularse extrapolando estrategias espaciales orientales -algo evidenciado en las crisis desencadenadas por Reyes Villa de enero de 2007 y por el Comité Cívico de Chuquisaca en torno a la capitalidad de Sucre-.

En tal contexto, y en medio de una aguda confrontación de clases, el Gobierno del Movimiento Al Socialismo trata de ser lo más fiel posible a su legitimidad original y al mandato de los movimientos sociales. No obstante, la posibilidad de que el actual gobierno sea un testaferro en el Estado de los movimientos se hace altamente complicada debido a las inercias propias de las dinámicas de funcionamiento estatal, pero también porque la legitimidad y el mandato expiran, y sólo pueden ser mantenidos y renovados con vigor por movimientos sociales autónomos que puedan pensar políticamente por fuera de la territorialidad y el tiempo estatal, desde la responsabilidad del poder constituyente desplegado en las jornadas que hicieron caer a los gobiernos neoliberales, y desde el desafío de articularlo como alternativa política a mediano plazo.

Sin la mayoría de dos tercios que le permita ser pura y simplemente la expresión institucional delegada de los movimientos sociales, el MAS se ve obligado a un complicado ejercicio de búsqueda de alianzas con gran parte de los sujetos políticos y corporativos del orden derribado por el ciclo rebelde (2000-2005). Pareciera que, sin embargo, no valen aquí los vanos ejercicios de literatura de los más diversos teóricos de la derrota y/o la repetición, que temen toda innovación que deshaga los viejos esquemas, pulidos para la ocasión. Quienes vean en la experiencia boliviana una reedición de la conquista del poder estatal deben explicarnos cuál fue el partido que la llevó a cabo, y qué sujeto central jugó el papel de agencia. Quienes quieran ver, por el contrario, en la presidencia de Evo Morales una «traición» o «desvirtuación» del proceso revolucionario abierto en Bolivia, deben dar cuenta de la alta legitimidad histórica de las experiencias electorales radicales en Bolivia, y presentar una hipótesis plausible alternativa al papel que la victoria electoral del MAS jugó como «viabilizador» de una apertura histórica lastrada, sin embargo, por ciertos límites que le dejaron finalmente al Estado la iniciativa política tras haberlo derrotado en sucesivas ocasiones desde el año 2000.

La realidad en Bolivia parece ser más compleja: una abigarrada mezcla de prácticas electorales y potencias auto-organizativas, de tensiones anti-estatales y pactos políticos, de impugnación «katarista» de la colonia y de alianza interclasista y «pluriétnica». El proyecto que parece presidir tal abanico es el de la reclamación de la soberanía popular y la denuncia de los mecanismos neoliberales y coloniales de desposesión y «subalternización». Contra ese avance histórico ya militan con convicción las oligarquías bolivianas y las transnacionales de las que son intermediarias. Los movimientos, auténtico y único motor explicativo del tiempo histórico y las posibilidades de autodeterminación en Bolivia, deben ser capaces de resistir la ilusión estatista -máxime en un país que, en su condición periférica, redujo al Estado a su mínima expresión gestora y gendarme- construyendo desde la base, desde ya, formas alternativas de producción, distribución y vida. Pero al mismo tiempo deben asumir su responsabilidad histórica apuntalando al gobierno boliviano que consiguió transformar un ciclo de protesta en declive en una posibilidad de refundación democrática, integración geopolítica «contra-hegemónica» en el continente, y apertura de una secuencia «anti-sistémica» a escala global.

Conclusiones

Hemos pretendido, a lo largo de este artículo, dar cuenta del tiempo histórico que discurre en Bolivia por considerarlo privilegiado para la acción política «anti-sistémica». Hemos tomado distancia del tradicional «tercermundismo» de la izquierda: los excluidos y explotados bolivianos no tienen ante sí enormes posibilidades históricas por sus carencias sino por su potencia. No nos interesamos por el proceso en marcha en el país andino por una filantropía «bienpensante» que se apiada de sujetos sin importancia geopolítica global, postulamos, por el contrario, la centralidad política de los mismos.

Hemos dibujado a grandes rasgos un mapa que nos permita ubicar la experiencia boliviana y sus posibles conexiones con los movimientos sociales del centro del «sistema-mundo capitalista». Boswell y Chase-Dunn (2000:244) sostienen que la Unión Europea es el mejor candidato para liderar económica y políticamente la transición en la configuración del poder global que se vive desde las últimas décadas y que precisamente por ello presenta la ocasión «para que el [eventual] éxito de los movimientos sociales en la Unión Europea afecte a la economía mundial». Para estos autores, la consecución de tal objetivo requiere de «una alianza de los movimientos globales y los Estados revolucionarios en la semiperiferia activamente vinculados al desafío del internacionalismo» (Chase-Dunn y Boswell, 2000:245). Tal vez Bolivia, en la que los movimientos sociales están asumiendo las más altas cotas de gestión política, sea el espacio más favorable para pensar una posible gramática de encuentro entre los movimientos sociales del centro y los gobiernos «contra-hegemónicos» de la periferia o «semiperiferia», fundamentalmente en América Latina.

Para explorar en dicha hipótesis, además de situar a Bolivia en el mapa global de la dominación y las luchas, hemos necesitado bucear en la «memoria larga» de las impugnaciones de masas de la «colonialidad», y en la «memoria corta» de las resistencias al neoliberalismo. Entre los bloqueos, los «ampliados» y los cabildos hemos intentado explicar quiénes son los protagonistas del «giro a la izquierda» en Bolivia, desde qué identidades se oponen a los planes imperiales para su país, para sus muchos países.

Sólo una vez que hemos delimitado los contornos de la subjetividad múltiple y rebelde que quebró el orden neoliberal y colonial en Bolivia, nos hemos creído en condiciones de analizar con cierto rigor los acontecimientos recientes en el proceso constituyente boliviano, en una perspectiva sistémica e histórica, y de establecer ciertas claves para orientarse en los meses siguientes. El intento ha sido el de realizar una breve genealogía del poder constituyente desplegado por las multitudes bolivianas desde las primeras resistencias exitosas contra la ofensiva neoliberal, describir las articulaciones políticas que produjo y su compleja relación con el Estado -una historia diversa de confrontaciones, negociaciones y contaminación mutua-, hasta llegar al Gobierno del Movimiento Al Socialismo y a una lectura subjetiva de la situación actual y de los conflictos que se dan cita en la Asamblea Constituyente que el 14 de Diciembre tendrá que presentar un texto a los bolivianos y a las bolivianas, que sea la expresión jurídica de una nueva hegemonía que reconstruye el país desde abajo y a la izquierda, hablando, por vez primera en su historia, desde tod@s y para tod@s los que lo pueblan y trabajan. Ell@s y su avance dan sentido a este esfuerzo.


1 E A Túpac Katari, líder indígena que encabezó una rebelión anticolonial en el siglo XVIII, se le atribuye haber dicho poco antes de ser ejecutado: «a mi solo me mataréis, pero mañana volveré y seré millones». La «profecía» del líder rebelde indígena tiene en la actualidad una gran importancia simbólica e identitaria para los movimientos indianistas y para la izquierda en Bolivia.

2 «El presente artículo es producto de las investigaciones de Iñigo Errejón Galván, Jesús Espasandín López y Pablo Iglesias Turrión en el marco de los proyectos de cooperación desarrollados por la Fundación Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPS) en Bolivia». Una primera versión de este texto fue presentada como ponencia en el VIII Congreso de la Asociación Española de Ciencia Política y de la Administración, celebrado en Valencia en Septiembre de 2007.

3 Iñigo Errejón Galván es investigador visitante en la Universidad de California-Los Ángeles. Fue asesor de la Asamblea Constituyente de Bolivia entre Noviembre de 2006 y Enero de 2007. Jesús Espasandín López es investigador en la Universidad Complutense y miembro del área de movimientos sociales de la Fundación CEPS. Ha coordinado, junto a Pablo Iglesias, el libro Bolivia en movimiento. Acción colectiva y poder político (El viejo topo, Barcelona 2007 www.boliviaenmovimiento.net). Pablo Iglesias Turrión es investigador visitante en el Centre of Latin American Studies de la Universidad de Cambridge. Fue observador internacional en las elecciones bolivianas de diciembre de 2005 y fue asesor político en este país durante algún tiempo. Los tres autores son miembros de la Fundación Centro de Estudios Políticos y Sociales (www.ceps.es).

4 El Estructural-funcionalismo de Parsons, hegemónico durante años en las ciencias sociales anglosajonas, fue la base teórica de la llamada «teoría de la modernización» que explicaba el subdesarrollo de los países del Tercer Mundo por una suerte de «retraso» que podría ser corregido completando las etapas hacia la industrialización recorridas por los países desarrollados y adoptando modelos económicos liberales. Una de las obras más destacables de esta teoría es el clásico trabajo de Rostow (1993) Las etapas del crecimiento económico. Un manifiesto no comunista. A pesar de que el modelo de Rostow quedara seriamente perjudicado por el influjo de la teoría de la dependencia y el propio devenir de América Latina, Wallerstein (2004:115) alertó sobre su supervivencia entre círculos de poder muy influyentes. Treinta años después de la afirmación de Wallerstein, la tesis del «retraso» de los países pobres, sigue muy presente como trasfondo de las fraseologías político-periodísticas de los mass media privados más importantes que actúan en la región latinoamericana.

5 Esto queda claro si atendemos al influyente manual de John Baylis y Steve Smith The Globalization of World politics (2001) que menciona el análisis de «sistemas-mundo» junto a la escuela de Frankfurt y a la perspectiva gramsciana de Robert Cox como los tres grandes modelos de investigación marxistas en los estudios sobre relaciones internacionales (2001:200-223).

6 Tales dispositivos eran lo que Negri y Hardt (2000) llamaban «imperio» para tomar distancia del estado-centrismo de la noción clásica «imperialismo».

7 Las soluciones espaciales o spatial fix (Harvey, 2003) refieren los procesos de generación de nuevos espacios para los excedentes del capital -productos sin mercado, recursos productivos sobrantes, etc.-. Para optimizar al máximo la producción de beneficios y evitar la inmovilidad de stocks y capacidades productivas, las empresas ocupan nuevos territorios donde instalan sus viejas infraestructuras y crean nuevos mercados para dar salida a sus productos. Estas dinámicas de movilidad orientadas a la maximización del beneficio no son una novedad histórica, pero su ritmo vertiginoso actual reconfigura a velocidades récord ciertos aspectos de la geografía económica «Centro/Periferia/Semi-periferia», comprimiendo tiempo y espacio hasta niveles de una agresividad inaudita. Ejemplo de ello son los «centros en la periferia» que vemos en ciudades como Nueva Delhi o Ciudad de México, rodeados de inmensas aglomeraciones de población en la miseria o las «periferias en el centro» que representan los cinturones pobres en torno a ciudades como París o Los Ángeles, cuyos efectos sociales hemos conocido hace poco en forma de revueltas.

8 A propósito de las virtudes explicativas del modelo de Kondratieff, véase Wallerstein (1984).

9 Para un desarrollo de este argumento véase Harvey (2003), Arrighi (2005), Arrighi y Silver (2001) o Boswell y Chase-Dunn (2000).

10 Véase, al respecto, Iglesias Turrión (2005:77-79).

11 Como hemos señalado esta crisis económica de los Estados Unidos no terminó de superarse a pesar del éxito del Neoliberalismo en los ochenta y la desaparición del bloque del Este.

12 En este artículo de Arrighi, es especialmente interesante el epígrafe «C».

13 La categoría «estructuras de oportunidad sistémica» se explica con detalle en la tesis doctoral de Pablo Iglesias Turrión que estará disponible a partir de 2008.

14 Una explicación en detalle exigiría dedicarle muchas páginas, cosa que no podemos permitirnos en esta ocasión.

15 La importancia del análisis histórico del Estado-Nación llega incluso a influir en la cristalización diferencial de los movimientos aimaras en diferentes estados del área andina. De esta forma, las diferencias en la penetración capitalista del mercado de la lana o las posteriores reformas agrarias de 1953 y 1970 en Bolivia y Perú, son solo algunos de los factores que imprimen dinámicas políticas diferentes en el interior de las mismas etnias -Véase Albó y Carter (1990:460) y Albó (2002:107-160) para un análisis exhaustivo de las comunidades aimaras en Bolivia, Chile y Perú-.

16 Estos nexos de memoria histórica como razones de anamnesis, métodos de lucha, dinámicas y acumulaciones políticas e irradiaciones de culturas políticas, son analizados de manera brillante por Forrest Hylton (2005). Si el lector no le ha disgustado esta ponencia, también puede encontrar una incorporación de estos conceptos en los análisis de Espasandín (2007).

17 La informalidad alcanzará en 1994 el 65% de la PEA (Lessmann, 2005:270).

18 Las conclusiones principales de sus investigaciones pueden encontrarse en García Linera (2001). Otros artículos relacionados: García Linera (2000) y García Linera (2003).

19 Con la gran excepción del movimiento «katarista» indianista, que construyó un sindicalismo autónomo campesino desde su infiltración en el sindicalismo agrario paraestatal implantado desde 1952 para socavar el rol intersticial de las comunidades.

20 Desde los años 20, la minería a gran escala crea elementos de socialización favorable a la sedimentación de la experiencia colectiva y a la perdurabilidad de las identidades políticas. Entre los más relevantes están: la generalización del trabajo asalariado, los campamentos mineros como espacios de socialización estable, la relación entre el contractualismo indefinido y la percepción del tiempo lineal y del futuro como horizonte previsible, y la promoción interna basada en la experiencia adquirida. Estos factores «transculturaron» la subjetividad minera generando una «autopercepción de la centralidad de la clase como transposición al ámbito político del posicionamiento productivo en la mina.» (García Linera, 2000:69), y nuevos sincretismos entre las cosmovisiones agrarias y la «racionalidad» industrial.

21 Algunos rasgos de la proletarización de la mediana minería que sobrevive al neoliberalismo son: la contingencia de la experiencia frente a la capacitación por licencias, el aislamiento y la polivalencia de la mano de obra y la alta precariedad que implica el pago por mineral procesado. Esto erosiona el entramado simbólico-cognitivo de las anteriores identidades de clase, originando una pérdida de la capacidad de integración de las demandas obreras con las de otros sectores subalternos y una desvinculación entre las reivindicaciones sectoriales y la generalidad política.

22 Entre ellos, la búsqueda de la desarticulación del monopolio de la administración de la fe como forma de atacar la «piedra basal de su sojuzgamiento» (Faverón, 2006:225-227), que ha sido deformada por la historiografía republicana que la interpreta como milenarismo y mesianismo irracional. También sitúa como característica frecuente, la apertura de coyunturas para la negociación interétnica que acepta la presencia hispana. En esto, el carácter «rearticulatorio» de las rebeliones del S. XVIII se desmarcaría del afán de recuperación del estatus pre-colonial, evidenciando huellas de «transculturación» (Faverón, 2006:227-228).

23 Véase el estudio sobre esta acumulación política y su enlace con 1780-1782 en Serulnikov (2006).

24 El desmoronamiento de estos «pactos» no tendrá lugar en Bolivia hasta las décadas de 1860-1870. Desde la emancipación hasta entonces, el incipiente Estado republicano continuó respetando de facto los «derechos corporativos» (Larson, 2002:146). La «racionalidad» del «consenso civilizador» criollo que subyace a la búsqueda de la extinción jurídica de la comunidad indígena, está intrínsecamente ligada a la equiparación entre «aumento de racionalidad» como fenómeno que debe acompañarse de un «aumento en la actividad mercantil» (Platt, 1988:368) y a las justificaciones biológicas y positivistas del carácter inherentemente reacio al mercado de los indígenas. Desde el silogismo de la pre-racionalidad relegaba a los aillus al pasado (Platt, 1988:368), iniciando la producción de la no contemporaneidad de lo contemporáneo, como forma de recorte de realidad (siguiendo a Sousa Santos, 2005:161). Esta «racionalidad» se desarrolló junto a las presiones emanadas del capitalismo mundial después de mediados del s. XIX, coincidiendo con la implantación del ferrocarril y el despunte de la economía de la plata. Hasta entonces, la población criolla no experimentó la necesidad de establecer una apertura a la inversión extranjera, lo cual se suma a la voluntad de conservar las costumbres coloniales por parte de numerosas elites provinciales (ver Larson, 2002:147-149).

25 Silvia Rivera distingue entre una «incorporación plena» que genera una erosión más profunda de las autoridades comunales (Cochabamba) y una «incorporación imperfecta» -altiplano- (Rivera 1983:180), donde la persistencia del aillu tiene lugar en forma integrada de cohabitación sincrética, esto es: en aquellas comunidades en las que la implantación sindical sólo tuvo un carácter nominal que se redujo a un reemplazo del nombre de la antigua comunidad y a mínimas modificaciones en la vinculación inter-comunitaria y de éstas con el exterior. En muchas de ellas, simplemente pasaron a llamar «secretario general» al jilaqata (ver Albó, 1988:486).

26 Estas re-adecuaciones no son privativas del momento actual. De hecho, la revitalización de los aillus ante el asedio liberal de la 2ª mitad del S. XIX a través de los movimientos de caciques apoderados ha sido calificada también como «comunidades en confrontación» (Larson, 2002).

27 El ayni se define como cooperación recíproca entre familias o aynuqas dentro de cada aillu (Pacheco, 1992:351), mientras la mink´a tendrá que ver con la reciprocidad entre aillus (Pacheco, 1992:361).

28 William Carter y Xavier Albó precisaron que el aillu contemporáneo ha experimentado notables cambios con respecto al precolombino -archipiélago des-territorializado sin continuidad espacial, cuya base de pertenencia estriba en el parentesco real o ficticio con antepasados comunes para instituir acceso a recursos y climas distantes y coordinar formas de trabajo colectivo- (Albó, 1988:452-453). En su acepción actual, denota un crisol de situaciones distintas con rasgos comunes compartidos. Albó distingue entre «grandes aillu», en vastas zonas del sur, donde la hacienda nunca llegó a penetrar masivamente al permitir la pervivencia de niveles articulados de formaciones extensas de unidades territoriales e incluso niveles de organización superior y; «comunidades residuales» -a nivel mínimo- en zonas de avance masivo de haciendas y «comunidades de ex haciendas», fruto de la reconversión de haciendas en comunidades mínimas durante la Reforma Agraria (1953), en algunas haciendas en las que la falta de capital habría provocado la necesidad de los dueños de no deshacer totalmente la estructura comunal, para aprovecharla teniendo en cuenta sus propios fines (Albó, 1988:456-462).

29 En este contexto, la mercantilización de las condiciones de la reproducción social básica tiene una doble lectura en términos de bases materiales para la reproducción cultural, cognitiva y simbólica. La sustracción del agua al control consuetudinario comunal -valles cochabambinos- y a los micro-gobiernos barriales periurbanos -Cochabamba, El Alto-, a parte del agravio económico de las subidas tarifarias entrañan un ataque y un desprecio absoluto hacia formas de existencia social. Así fue entendido por los actores de la guerra del agua: «Cuando se quiere privatizar las aguas, quieren privatizar de las comunidades, quieren privatizar de los barrios…la defensa de nuestras costumbres es que nos une, tanto al campo como a la ciudad» (Omar Fernández citado por García Linera, 2004:651). Este proceso es análogo al experimentado por las comunidades aimaras del altiplano y guaraníes del Chaco en torno a sus demandas relacionadas con los hidrocarburos, los territorios indígenas y la des-colonización del poder.

30 Los procesos de periferia son aquellos que operan en las zonas que participan de forma subordinada de la división del trabajo característica de la «economía-mundo capitalista». Para una reflexión sobre las periferias desde el análisis de los «sistemas-mundo», Véase Wallerstein (1974). Colin Flint y Peter Taylor (2000:21-22) caracterizan a grandes rasgos los procesos que imperan en «estas zonas nuevas no se incorporaron a la economía-mundo en calidad de "socios de pleno derecho", sino que se incorporaron en condiciones desfavorables respecto a los antiguos miembros [...] como una combinación de salarios bajos, tecnología más rudimentaria y un tipo de producción simple».

31 En 1999, el gobierno de Hugo Bánzer Suárez -dictador militar y luego presidente electo promovió la entrada de la compañía transnacional Bechtel al hasta entonces inexistente mercado del agua en Cochabamba. Cuando la Ley de Aguas 2029 decretó la privatización de los recursos hídricos y su servicio, el denso tejido social de Cochabamba comenzó a parir una organización que sería luego el paradigma de las nuevas narrativas de resistencia en Bolivia. La Coordinadora en Defensa del Agua y de la Vida reunió a Regantes, campesinos cocaleros y sus sindicatos, estudiantes y un sector fabril que conseguía aglutinar a trabajadores flexibles, domésticos.

32 TINA: There Is No Alternative, o la ideología neoliberal convertida durante dos décadas en representación política hegemónica del desencanto, el cinismo y la renuncia de lo sujetos subalternos a articular proyectos políticos autónomos y rupturistas.

33 El Katarismo es la politización del mito de Tupac Katari, caudillo indígena que capitaneó una amplia revuelta contra los colonizadores españoles, que pagó con su vida. El Katarismo es una de las articulaciones radicales indias que propugnan la abolición de las construcciones políticas, y en primer lugar, de los estados criollos impuestos a los indios por la modernidad «eurocentrada». Lucha de clases y conflicto «étnico-civilizatorio» se entrecruzan así en un potente relato de combate: «Esta casta [la criolla mestiza blanca], que nació contra la indiada, sistemáticamente ha dependido -en su vida, éxito y fracaso- y se ha servido -y se sirve- de ella.» (Patzi, 2006:53).

34 Una nación impregnada de los códigos de lo que John Agnew llama «la imaginación geopolítica moderna», que, entre otras cosas, instituyó la idea «de que existía una jerarquía en las sociedades humanas, de lo primitivo a lo moderno» (Agnew, 2005:49) en la que obviamente lo indígena sólo puede estar presente como pasado o como folclore.

35 Ver el cuadro cronológico de las movilizaciones en el que Jorge Viaña defiende el año 2001 como la cúspide del ciclo, marcada por la masiva capacidad de convocatoria de los movimientos sociales y su intacta capacidad de iniciativa política, que obligaba al estado a reacciones exclusivamente defensivas (Viaña, 2006:210).

36 «"Bloqueador" es el insulto que la clase media-alta criolla le dirige al presidente Evo Morales, para deslegitimar su faceta de estadista recordando su naturaleza de alborotador». Por el contrario, el bloqueo es la expresión orgullosa de una dignidad renacida de ser bolivianos en los explotados, que taparon los caminos para que los recursos del país no fuesen malvendidos. El bloqueo es, además, un repertorio de actuación que integra la «memoria corta» de resistencias al neoliberalismo con la «memoria larga» de 500 años indómitos frente a la colonización.

37 No se usa aquí el término «populismo» como descalificación sino como una descripción, desde la perspectiva de Ernesto Laclau, de una determinada articulación política propiciada por un relato nacional-popular encarnado en un estado de relación privilegiada con las masas.

38 Este mismo autor ha recogido un posible origen guaraní del término para referirse a las clases bajas de aquel grupo étnico (Assies, 2006:98).


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