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Tabula Rasa

Print version ISSN 1794-2489

Tabula Rasa  no.24 Bogotá Jan./June 2016

 

ANTIRRACISMO Y DISCURSO CIENTÍFICO PARA LAS MASAS (1948-1960). REFLEXIONES EN TORNO DE LA «DIVULGACIÓN»1

Anti-racism and scientific discourses for the masses (1948-1960). Reflections upon "popularization"

Antirracismo e discurso científico para massas (1948-1960). Reflexões em torno da «divulgação»

Ana Grondona2
ORCID ID: orcid.org/0000-0003-2596-049X Conicet-Universidad de Buenos Aires, Argentina
antrondona@hotmail.com.

1 Este artículo fue realizado en el marco de la investigación «Cuestión racial, modernización y saberes expertos. Una indagación a propósito de la sociología de Gino Germani», financiado por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas (Conicet) y por el Fondo para la Investigación Científica y Tecnológica (Foncyt).
2 Doctora en Ciencias Sociales de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA). Conicet-Universidad de Buenos Aires, Argentina

Recibido: 23 de noviembre de 2015 Aceptado: 29 de abril de 2016


Resumen

A partir de un trabajo sobre documentos, el artículo analiza la relación entre la escena o instancia de «divulgación» y la de «producción» de conocimiento experto en el marco de las discusiones de UNESCO sobre la cuestión racial en la segunda posguerra. En particular, se analizan la declaración sobre las razas de 1950, la de 1951 y una serie de artículos y documentos escritos alrededor de ambas. El texto está estructurado en tres apartados. En el primero presentamos algunos aspectos generales de las discusiones y la producción de saber experto alrededor de la cuestión racial en UNESCO entre 1948-1960. Luego, abordamos la hipótesis de que los textos analizados, aun cuando se presentan como difusores de conocimiento establecido, intervienen muy activamente en su producción. En la tercera sección, analizamos los modos en que a través de los textos se constituyen ciertas figuras de autoridad. Finalmente, presentamos algunas reflexiones a modo de cierre.

Palabras clave: saberes expertos, racismo, divulgación.


Abstract

By studying historical documents, this article analyzes the relationships between the setting or instance for «popularizing» and «producing» expert knowledge in the case of UNESCO debates on race in the aftermath of World War II. It specifically examines the declarations on race of 1950 and 1951 and a series of articles and documents written around them. This paper is divided into three sections. The first one presents some general aspects of the discussions and the production of expert knowledge on the racial question at UNESCO between 1948-1960, arguing that even though those texts are presented as «popularizing» established knowledge, they often work actively in producing that knowledge. In the third section, we discuss the ways through which certain authority figures are made up through those texts . Finally, some closing remarks are disclosed.

Key words: expert knowledge; racism; popularization of science.


Resumo

A partir de um trabalho com documentos, analisa-se a relação entre a cena ou instância da divulgação e a cena da produção de conhecimento especializado no quadro das discussões da UNESCO sobre a questão racial no segundo pós-guerra. Analisam-se, especificamente, a declaração sobre as raças de 1950, a declaração de 1951 e os documentos escritos em torno de ambas. O texto é estruturado em três partes. Na primeira apresentam-se alguns aspectos gerais das discussões e da produção de saber especializado sobre a questão racial na UNESCO entre 1948 e 1960. Depois, aborda-se a hipótese de que os textos analisados, mesmo sendo apresentados como divulgadores de conhecimento estabelecido, participam ativamente em sua própria produção. Na terceira parte, estudam-se os modos em que são construídas, por meio dos textos, determinadas figuras de autoridade. Por fim, apresentam-se algumas reflexões.

Palavras-chave: saberes especializados, racismo, divulgação.


Introducción

En consonancia con esta alternativa, y en la medida en que una versión de la historia programada para satisfacer objetivos políticos no soportaría someterse a las normas de la investigación histórica, el resultado de estas iniciativas es eludirla en trabajos que, aunque puedan ofrecerse como trabajos de investigación, por el mismo objetivo político que los genera resultan en realidad textos de divulgación de imágenes del pasado construidas para satisfacer esos objetivos.

J. C. Chiaramonte (2013)

El propósito de este artículo es reflexionar en torno de la «divulgación/difusión3» como instancia de producción/circulación de saberes expertos. Nuestro punto de partida para ello serán algunos resultados preliminares de una investigación en curso sobre los modos en que (alrededor de) UNESCO se problematizó la cuestión racial en la segunda posguerra. Adelantamos una primera formulación de la hipótesis sobre la que trabajaremos: sostendremos la necesidad de tomar ciertos resguardos epistemológicos-metodológicos para analizar la relación entre producción/difusión de saberes expertos. En particular, interrogaremos la evidencia (que opera en el epígrafe de Chiaramonte) de que se trataría de dos instancias netamente diferenciables. ¿En qué se basaría dicha (presunta) distinción? ¿En el tipo de publicación/género que organiza el texto? ¿En las reglas de su producción? ¿En sus modos de circulación? ¿En la intención del autor?

Aunque entendemos que la distinción investigación/divulgación tiene sus buenas razones (de hecho, efectivamente funcionamos como si fuera obvia) opera (como siempre) visibilizando algunos procesos e invisibilizando otros. Son los segundos los que aquí nos interesa trabajar. En particular, la metáfora de la divulgación/difusión supone que hay una producción de unos conocimientos que, luego, se transmiten. Intentamos mostrar que en el caso de la problematización de la cuestión racial en la segunda posguerra alrededor de UNESCO, esa delimitación es artificial y obtura la posibilidad de observar los procesos concretos de producción de verdad que allí se ponían en juego. Por cierto, operamos bajo la presunción de que nuestro caso de estudio puede resultar iluminador para otras indagaciones que aborden problemas distintos.

Hemos estructurado el artículo en tres apartados. En el primero presentamos algunos aspectos generales de las discusiones y la producción de saber experto alrededor de la cuestión racial en UNESCO entre 1948 y 1960. En un segundo momento, trabajaremos sobre la hipótesis de que los textos analizados, aun cuando se presentan como divulgadores/difusores de un saber experto, intervienen muy activamente en su producción. En el tercer apartado analizaremos los modos en que a través de los textos se constituyen ciertas figuras de autoridad del campo experto en detrimento de otras, para cerrar con algunas reflexiones de conclusión.

UNESCO y la cuestión racial

Desde su creación, en 1945, una de las temáticas recurrentes sobre las que trabajó la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura fue la de las tensiones raciales. Entre las intervenciones concretas del organismo se destacan una serie de cuatro declaraciones —firmadas por expertos— entre 1949 y 1967. En virtud del foco de nuestra indagación más general (que trabaja sobre las sociologías de la modernización) nos hemos centrado en la primera y la segunda (1949/1950 y 1951, respectivamente)4. El objetivo explícito de ambas era presentar el estado de la ciencia sobre la cuestión racial a fin de comenzar una campaña educativa que esclareciera los prejuicios (irracionales) circulantes5. Entre ellas median, sin embargo, notables diferencias.

La primera declaración sobre las razas de la UNESCO fue el resultado de una reunión de mediados de diciembre de 1949, cuyo documento final —sumamente provocador— fue —por ello mismo— revisado y publicado en 19506. A pesar de esta revisión, y atendiendo a las múltiples polémicas suscitadas, la UNESCO organizó una segunda reunión poco tiempo después de la primera.

Ambas declaraciones, pero muy especialmente la primera, suscitaron reacciones polémicas7. Fundamentalmente, fue duramente criticada por los siguientes puntos: 1) reducía (sobre todo en la redacción de 1949) la categoría de «raza» a un mito social e insistía en el carácter móvil e histórico (es decir, no esencial) de las delimitaciones raciales; 2) a pesar de haber pretendido hablar en nombre de «los científicos»8, los críticos subrayaban la preeminencia de sociólogos9 en la primera reunión, en desmedro de antropólogos físicos10 y genetistas; 3) utilizaba un lenguaje «demasiado asertivo» que afirmaba taxativamente cuestiones sobre las que no había pruebas acabadas (v. gr., sobre todo, la presunta falta de vinculación entre capacidades mentales y raza); 4) finalmente, también se cuestionaba a Ashley Montagu (figura clave en la redacción del documento), presentándolo como un polemista nato que sólo buscaba posicionarse en el campo científico.

Atendiendo parcialmente a estas críticas, la declaración de 1951 se hizo en nombre de los antropólogos físicos y genetistas y dio lugar a la cavilación y la duda («propias de la ciencia»)11. Para evitar la desacreditación que había sufrido la primera declaración12, las autoridades del organismo consultaron a 95 especialistas sus opiniones sobre ella y publicaron una síntesis de las respuestas en 1952. Este texto muestra, nuevamente, que el campo de debate científico estaba lejos de aceptar «sin más», las posiciones avanzadas por UNESCO, incluso bajo una forma mucho menos «asertiva» que la que presentaba el documento de 1949/1950.

La recepción polémica de ambas declaraciones representa el primer elemento que funda las hipótesis que desarrollaremos en el artículo. A diferencia de buena parte de la literatura circulante sobre las declaraciones de UNESCO, que suele calibrar y caracterizarlas como intentos ingenuos de rectificar las posiciones racistas de la opinión pública o de ciertas ideologías políticas ilustrándolas científica y racionalmente (v. gr., Taguieff, 1992), nuestro trabajo intenta mostrar que, por el contrario, existe una doble destinación del discurso de las declaraciones. Por un lado, ellas interpelan a un «público general», pero también cifran un mensaje o, mejor, una intervención al interior del propio campo de los especialistas. Esta doble destinación delimita, además, un (primer) contradestinatario13 «interno» al campo científico (aquellos que justificaban científicamente el racismo) a quien, justamente, se busca excluir del decir «legítimamente» científico, y con el que se antagoniza de un modo radical.

Con relación a esta primera cuestión, entonces, lejos de difundir/divulgar cierto estado del arte de las ciencias (como un saber ya-producido-y-ya-validado) los textos analizados intervienen activamente en la producción y legitimación de ese saber. A partir de ello, hay una serie de fronteras que se desestabilizan: la que divide producción de conocimiento/difusión y, también, la (siempre porosa) delimitación entre ciencia y política.

¿Divulgar ciencia o definir qué es científico?

En el número de octubre de 1960 de El Correo de la UNESCO dedicado al «¡Racismo!» se afirmaba que:

Durante siglos el antisemitismo fue «teológico», es decir, que se concebía como expresión de la voluntad divina, cuyas órdenes creían ejecutar, de obra o de palabra, los perseguidores de los judíos.

En el siglo XIX se hizo «científico», es decir que sus adeptos lo justificaban mediante teorías antropológicas, que tanto las masas como el público ilustrado consideraban infalibles. Hoy nos encontramos ante una situación nueva, pues las iglesias de las diferentes religiones condenan casi unánimemente toda manifestación, aun verbal, del antisemitismo, y las teorías raciales, que prosperaron desde el conde de Gobineau hasta los antropólogos nazis, son rechazadas universalmente por los hombres de ciencia, y pronto quedarán tan relegadas al olvido como las teorías del éter intersideral o de la generación espontánea, de tanto éxito en otro tiempo. (Poliakov, 1960: 13)

Entendemos que sería un error tomar las afirmaciones del párrafo precedente como una «mera descripción» del campo de discusiones en torno de la cuestión racial. Lejos de esta presunta hegemonía del antirracismo como verdad-ya-establecidacientíficamente, ese mismo año veía la luz la revista Mankind Quarterly, órgano de la International Association for the Advancement of Ethnography and Eugenics (IAAEE), fundada en abril de 1959 en la ciudad de Baltimore, Estados Unidos. Entre sus miembros directivos estaban Robert E. Kuttner, Anthony James Gregor, Robert Gayre, Reginald Ruggles Gates, Henry E. Garrett y Corrado Gini. Este último, científico clave de la Italia fascista, había declarado una «guerra de guerrillas» contra los discursos antirracistas de matriz anglosajona (Cassata, 2006: 371). Algunos de estos especialistas, como Henry Garrett, tenían relación directa con organizaciones racistas (Cassata, 2008: 909). No debiera presumirse, por ello, que fueran figuras marginales del campo científico. Reginald Gates, por ejemplo, había sido miembro del British Committee on Race and Culture del Royal Anthropological Institute y del Institute of Sociology a mediados de la década del treinta. Tampoco debería suponerse que Mankind Quarterly fuera el resabio de un debate ya perimido, llevado adelante por importantes pero gastadas luminarias del racismo científico. Ello no explicaría, por ejemplo, la reacción de Juan Comas, uno de los firmantes de la declaración de 1949/1950, quien respondió vivamente a la publicación de esta revista, en particular a uno de los artículos del primer número: "Klineberg's Chapter on Race and Psychology. A Review" firmado por Henry E. Garrett. Otto Klineberg, principal blanco del artículo de Garrett, había estado entre los revisores de dicho documento y había sido director del Tensions Project14 entre 1948 y 1952, entre cuyas inquietudes estaban las tensiones raciales. La respuesta de Comas fue, indudablemente, una defensa de las políticas de la UNESCO respecto de la cuestión racial.

La revista Current Anthropology, donde Comas había hecho llegar su (muy dura) crítica a Garret, envió este texto a 50 académicos, incluidos los firmantes de la declaración de 1951 y los miembros

del comité de The Mankind Quarterly (contra los que Comas argumentaba).

La polémica que se publicó junto con el texto del español-mexicano (se anexaron los comentarios de 22 investigadores, incluido el criticado H. Garret) resultaba, pues, atendible/ pertinente/publicable desde la perspectiva del comité editorial de la revista científica en cuestión.

Sin adentrarnos en las peculiaridades del debate, conviene notar que Comas señalaba cuestiones que hoy resultarían poco discutibles: ponía en duda la validez universal de los test estandarizados de inteligencia, de las explicaciones que asignan una relación causal entre origen racial y criminalidad a partir de ciertas estadísticas y de la hipótesis sobre la presunta degeneración asociada a la mezcla de clases y al mestizaje. En otro pasaje, Comas respondía duramente a las afirmaciones de H. Garrett (1960) según las cuales la mixtura negroide de Salvador de Bahía era causa del «retraso» del norte frente al sur blanco de Brasil (1960: 21), al tiempo que impugnaba la hipótesis de que el destino de Haití debía ser tomado como indicador de los males que se desprendían del autogobierno de los negros (1960: 21).

Por su parte, los argumentos contra Comas tenían un indudable contenido racista. Gates, por ejemplo, reivindicaba la libertad de los ciudadanos del sur de los EE. UU. de no mezclarse con los negros en las escuelas y universidades —a contramano del camino iniciado por el fallo de la Corte Suprema de Brown contra el Consejo Educativo—. Gayre, por su parte, descartaba la posibilidad de reconocer civilizaciones relevantes más allá de la europea y sus ancestros, al tiempo que advertía que la decisión de incluir a los negros en el sistema cultural estadounidense iba a empujarlo a una crisis de decadencia. Asimismo, al referirse directamente a la pregunta lanzada por el antropólogo español-mexicano sobre si debía considerarse que las 15 nuevas naciones africanas eran tristes ejemplos del error del autogobierno de los negros sostenía, sin más: "the answer to this one is a resounding yes". Todas estas eran, insistimos, afirmaciones decibles y publicables en una revista científica en 1960-1961.

Por cierto, en 1952 la «más mesurada» segunda declaración de las razas de la UNESCO había recibido respuestas semejantes a las del párrafo anterior. En el texto publicado por la UNESCO, The Race concept: results of an inquiry, que ya hemos mencionado más arriba, se repiten los argumentos que cuestionaban el tono aseverativo de la primera declaración respecto de la relación entre raza y ciertos rasgos (sobre todo capacidades intelectuales) sobre la que la ciencia no se habría pronunciado aún de modo certero15. Asimismo, registramos objeciones al modo de aproximarse a la cuestión racial, al formato mismo de declaración o manifiesto científico:

Recuerdo intentos notorios de los nacionalsocialistas para establecer ciertas doctrinas como las únicas conclusiones correctas que debían extraerse de la investigación sobre la raza, y la supresión de cualquier opinión contraria; así como la afirmación similar del gobierno soviético en nombre de la teoría de la herencia de Lysenko, y su condena de la enseñanza de Mendel. Igualmente, la presente Declaración plantea ciertas doctrinas científicas como las únicas correctas, y obviamente espera que sean refrendadas como tales. Repito que, sin asumir ninguna actitud hacia el fondo de las doctrinas de la Declaración, me opongo al principio de presentarlas como doctrinas. Las experiencias del pasado han fortalecido mi convicción de que la libertad de la investigación científica está en peligro cuando cualquier hallazgo o dictámenes científicos son elevados, por un organismo autorizado, en la posición de las doctrinas. (Fischer, en UNESCO, 1952: 32, énfasis nuestro)

La asimilación de la Declaración con los modos en que el nazismo y/o el régimen soviético vinculaban ciencia y política se repite en los fragmentos que la UNESCO cita de las respuestas de Cyreal D. Darlington, un experto inglés en biología de Oxford (Fischer, en UNESCO, 1952: 26), y de Carleton Coon16, graduado de Harvard y adversario de Ashley Montagu, quien precisa que el problema está en «sesgar datos científicos para apoyar teorías sociales» (1952: 28). Por su parte, Walter Landauer objetaba la derivación de valores éticos a partir de datos científicos (1952: 19).

Ahora bien, resulta interesante subrayar el modo en que, en la mayor parte de estas argumentaciones, la «escisión» entre el plano normativo y el plano científico daba paso a afirmaciones que avalaban la superioridad de ciertas razas sobre otras. Así, por ejemplo, aunque se aclaraba que la superioridad sólo regía en «determinadas circunstancias» y según las condiciones del medio, la afirmación de que «los 'negros azabache' son, en el Sudán, superiores a los europeos de piel rosada» (Coon, en UNESCO, 1952: 48) conduce a sospechar que su «inferioridad» en otros contextos (v. gr. el estadounidense o el europeo) también resultaría verdadera. Así, la desimbricación entre «datos científicos» y «principios éticos» habilitaba afirmaciones indudablemente racistas sin asumir sus consecuencias morales o políticas.

Por otra parte, también en los debates publicados en 1952 se observan impugnaciones a los «contenidos» de la declaración. Ello implicaba, en algunos casos, que posiciones abiertamente racistas se combinaban con una celebración de la diversidad que partía de la existencia efectiva de razas distintas e incluso esencialmente distintas. Esto resulta claro en las siguientes afirmaciones:

Al tratar de demostrar que las razas no difieren en estos aspectos no hacemos ningún servicio a la humanidad. Nos ocultamos al mayor problema que enfrenta la humanidad (…): cómo utilizar la diversidad, los dones, talentos y capacidades inerradicablemente diversos de cada raza en beneficio de todas las razas. Porque si todos fuéramos innatamente lo mismo ("the same"), ¿cómo podría beneficiarnos el trabajar juntos? Y qué mundo vacío que sería! (UNESCO, 1952: 60)

Cuando la declaración sugiere que dentro de distintas poblaciones uno encontrará la misma gama de temperamento e inteligencia, ¿significa realmente que los idiotas y los ángeles se encuentran con la misma frecuencia en Milán y en Nápoles? (...) He aquí un experimento que la UNESCO podría emprender. Es evidente que ningún gobierno italiano la emprendería porque sabría el resultado de antemano. (UNESCO, 1952: 60, énfasis nuestro)

Estas posiciones que justificaban «científicamente» la diferenciación biológica desigual entre poblaciones y/o razas también se anudaban alrededor de la «cuestión del mestizaje». Para ello se movilizaban escenas afectivamente muy cargadas de temores, pasiones y afectos, como la interpelación del profesor Hans Weinert de la Universidad de Kiel, quien «invitaba» a los firmantes de la segunda declaración a «dar en matrimonio» sus hijas a un aborigen australiano (UNESCO, 1952: 63). Por su parte, el profesor Howells de la Universidad de Wisconsin les preguntaba si les gustaría que sus hijas contrajeran matrimonio con un negro. Sturtevant sostenía, a su tiempo, que la hibridación no estaba «exenta de peligro», y el profesor Kemp del Instituto de Genética humana de Copenhague sostenía que podía generar una «selección desafortunada» (1952: 70).

Podríamos agregar, para completar el cuadro del debate de 1952 que nos interesa describir, que algunos científicos sostenían una relación de determinación «natural» entre clase y raza, mientras que otros se rehusaban a aceptar la afirmación según la cual los judíos y los musulmanes no constituían una raza. Se trataba, recordamos, de científicos convocados (y, por ende, legitimados/valorados) por la UNESCO para dar su opinión experta. Tal como en el caso de la discusión de Juan Comas en 1960, las respuestas polémicas del campo experto (heterogéneo) que debatía la cuestión racial muestran que el repertorio de lo decible en este ámbito excedía en mucho las evidencias que la UNESCO presentaba (en su revista o en sus declaraciones) como verdades ya establecidas.

Por cierto, frente a las posiciones racistas, también aparecían otras que criticaban la declaración por otros motivos17. En particular, resultan pertinentes para esta ponencia las reflexiones de Dale Stewart, del Smithsonian Institute de Washington y las de A.E. Mirsky del Rockefeller Institute for Medical Research, pues ambos se concentran en sopesar el posible éxito de la declaración en su misión de divulgar al público general cuestiones científicas. Mientras el primer experto criticaba el uso de términos técnicos cuyo sentido no era explicitado (UNESCO, 1952: 20), Mirsky «adelantaba» la hipótesis que sostenemos en nuestro propio trabajo al afirmar que «si se hubiera formulado sin tener en cuenta la actitud de los biólogos que han sido a su vez influidos por prejuicios raciales», la exposición del «punto de vista biológico respecto de la raza» «bien podría ser más simple y concisa» (1952: 21, traducción nuestra).

Justamente, las declaraciones de la raza, lejos de servir como mero espejo en que se reflejaría (de un modo simplificado) cierto estado de la discusión científica, fueron modos de intervenir activamente en una polémica aún abierta y que tardaría bastante tiempo en saldarse. Las declaraciones científicas de la UNESCO antagonizaban con discursos pasados que habían justificado científicamente el racismo en el fascismo y en el nazismo, y con discursos contemporáneos a las declaraciones que retomaban esos argumentos y producían otros nuevos. Lo que estaba en juego en esas discusiones era, primariamente, la definición misma de «lo científico». Ello queda claro en la cita de El Correo de la UNESCO con la que comenzaba este apartado (que «describía» un presunto estado de cosas según el cual las teorías científicas racistas eran tan añejas como las de la generación espontánea) o en el siguiente extracto de la primera declaración de las razas:

La teoría según la cual caracteres físicos y mentales desfavorables (falta de armonía física y degeneración mental) se manifestarían en los mestizos, jamás ha podido ser comprobada con hechos. No existe, pues, justificación «biológica» para prohibir el matrimonio entre individuos pertenecientes a grupos raciales diferentes. (UNESCO 1969a, punto 13: 34)

Las comillas en «biológica» en la cita del párrafo anterior corroboran nuestro argumento, pues marcan una distancia (Authier-Revuz, 1984) respecto de quienes sostienen posiciones —en ese caso— contrarias al mestizaje en nombre de la biología. Ese tipo de enunciados no corresponderían, pues, a la biología (sin comillas). Así, una de las dimensiones fundamentales de la disputa que hemos reseñado es por quien ocupa, legítimamente, el lugar de enunciación de la/s ciencia/s. Ahora bien, ocurre que junto a esta disputa, en la que se discute el carácter pseudocientífico de las doctrinas racistas se abrirían otras, esta vez, al interior de las posiciones ya demarcadas como no-racistas. En lo que sigue, nos referimos brevemente a alguna de ellas.

Antes de ello, sin embargo, conviene subrayar lo que podríamos presentar como una primera gran cuestión de la que tomar nota: no conviene partir de la distinción entre «instancia de producción de saber experto»/«divulgación» como si ella estuviera ya dada. Por el contrario, en el caso analizado las afirmaciones que, desde el antirracismo, sostienen que las doctrinas científicas raciales están ya perimidas, lejos de «describir» un estado de cosas buscan producirlo. Agreguemos un elemento: en estas disputas la búsqueda de generalización de ciertas verdades (en este caso al antirracismo científico) como sentido común podría ser concebida también como un modo no sólo de participar en una confrontación política (evidente y urgente), sino también de acumular fuerzas en el propio campo científico. Así, una «victoria» en la escena liminar de la divulgación/difusión podría capitalizarse en la de la investigación/producción. Tal como señalábamos más arriba, las fronteras entre «lo político» y «lo científico» muestran sus porosidades.

¿Quién puede hablar sobre la cuestión racial de un modo experto?

Sociólogos vs. antropólogos físicos/genetistas

En contraste con el raleo de la delimitación de la voz del enunciador a partir del uso del yo/nosotros que observamos en la declaración de 1949/1950, ausencia atribuible —en parte— a las constricciones de los géneros y formatos discursivos en cuestión, resulta llamativa la abundancia de marcas de primera persona del plural presentes en el prefacio a la declaración de la UNESCO de 1951. En este segundo documento se insiste en delimitar al colectivo de firmantes: «hemos estado de acuerdo», «todos nosotros estimamos», «hemos reconocido», «hemos evitado prudentemente», «estamos de acuerdo», «hemos coincidido» y «tuvimos la suerte de contar» (UNESCO, 1969b: 38-39).

Interesa subrayar aquí que esta voz se recorta en el prefacio de 1951 en contraposición con otras que aparecen citadas; fundamentalmente, la de «los sociólogos […] que dieron su opinión y redactaron la declaración sobre la raza» de 1949/1950. Es frente a ese punto de vista, que «no fue respaldado por la autoridad de aquellos grupos en cuyo sector especial de competencia caen precisamente los problemas biológicos de la raza», que se marcan «diferencias» y «supresiones importantes» (1969b: 38):

Hemos evitado prudentemente toda definición dogmática de raza, pues por ser ésta un producto de factores evolutivos, constituye un concepto dinámico más bien que estático. Con igual prudencia nos hemos abstenido de decir que, puesto que las razas son todas variables y muchas de ellas se superponen mutuamente, hay que concluir que no existen. (UNESCO, 1969b: 39)

Opera aquí una crítica del estilo «nini». En ella se objeta la «aplicación errónea» de «la palabra raza» a «las diferencias nacionales, lingüísticas y religiosas», como «deliberado abuso» del término por parte de «los racistas» (UNESCO, 1969b: 40). Atendiendo a la necesidad de diferenciarse de esta postura, los científicos de 1951 se esforzaron en «encontrar una nueva palabra que expresara la misma idea de un grupo biológicamente diferenciado» (1969b: 40). Este esfuerzo posiciona a los científicos firmantes contra los racistas, pero también frente a la respuesta que, en 1949/1950, había optado por renunciar más radicalmente al concepto de «raza». El consenso de 1951 es criticar tal posición en nombre de una cautela afincada en el sentido común:

El especialista en antropología física, lo mismo que el hombre de la calle, sabe que las razas existen; el primero se basa en las combinaciones de rasgos científicamente reconocibles y mensurables que utiliza para clasificar las variedades de la especie humana; el segundo se basa en el testimonio inmediato de sus sentidos cuando ve un africano, un europeo, un asiático y un indio americano juntos. (UNESCO, 1969b: 39, énfasis nuestro)

Debe notarse la enorme distancia entre esta formulación y las de la declaración de 1949/1950 que reducían la distinción racial a un mito, o a la interpelación de Montagu a no tomarse las categorías de diferenciación racial demasiado en serio18.. Justamente, los «sociólogos»19. de 1949/1950 se habían mostrado particularmente recelosos respecto de la doxa y de aquello que resultaba inmediatamente aprehensible a partir de los sentidos. Desde la perspectiva de estos científicos, «nuestras observaciones están, en gran parte, afectadas por nuestros prejuicios»20.. Al respecto, resulta interesante indagar en las voces que habían sido explícitamente dispuestas como antagonistas en la escena enunciativa de la declaración de 1949/1950 (o, en términos de Verón, contradestinatarios).

Por una parte, en el punto 5 se demarcaba la alteridad de «la mayoría»21. que a pesar de los «hechos científicos» insistía en llamar «raza» a «todo grupo humano arbitrariamente designado como tal».

Nueva cuestión, pues, de la que tomar nota: en las instancias de «divulgación/ difusión» también se pone en juego la jerarquía e incumbencias entre distintas formas del saber experto; parafraseando el análisis de Michel Pêcheux sobre las condiciones de enunciación, se abre la pregunta sobre ¿quién soy yo para hablar así sobre esto?22. Esa disputa no se produce (al menos no solamente) en el terreno de la «producción de conocimiento», para luego reflejarse en el de la circulación/transferencia. Encuentra, por el contrario, en la «escena» de divulgación un ámbito en el cual poner en juego tal delimitación/jerarquización.

Por cierto, en esta delimitación y jerarquización pueden establecerse relaciones variadas con el «sentido común». Las dos que hemos expuesto más arriba son la de refuerzo/apoyo (allí donde, contra los firmantes de 1949/1950, se sostenía la evidencia de la raza) y de cuestionamiento (allí donde se sospecha de los prejuicios de la mayoría).

Los expertos latinoamericanos y América Latina como lugar de enunciación

En lo que venimos de analizar, la cuestión de la «autoridad» (el «garante», en términos de Maingueneau, 1999) resulta central, pues de ello depende en buena medida todo el ejercicio de establecer el sentido de la cuestión racial y, a partir de ello, «darla a conocer» al gran público. En el apartado anterior nos referimos a una de las dimensiones alrededor de las cuales el ethos23 pertinente resultaba problematizado (sociólogos vs. antropólogos físicos y genetistas).

Pues bien, entre quienes participaron en la primera declaración sobre las razas, pero también en el manifiesto de 1948 respecto de las tensiones que conducían a la guerra24, encontramos científicos de primera línea tanto de los países centrales (Lévi-Strauss, Gordon Allport, Max Horkheimer, Alfred Métreaux, Otto Klineberg, Franklin Frazier, Raymond Aron, Louis Wirth, T. H. Marshal, Meleville Herskovits) como del Sur (Gilberto Freyre, Ruy Coelho, René Ribeiro, Arthur Ramos, Florestán Fernandes, Oracy Nogueira, Luis Aguiar Costa Pinto y Juan Comas, entre otros). Quisiéramos subrayar, al respecto, que la inclusión de determinados expertos (y no otros) en los documentos que pretendían referenciar la posición de la ciencia alrededor de la cuestión racial o de las tensiones sociales tiene un carácter indudablemente performativo y produce figuras de autoridad. Este mecanismo no se reduce a «reflejar» un cierto estado de relaciones en el campo en cuestión sino que tiene efectos sobre él. Indudablemente, la inclusión de científicos negros, judíos, exiliados del fascismo y/o latinoamericanos entre las firmas de los documentos analizados implica un nuevo modo de intervenir en el campo de la producción científica. Nuevamente, la escena de la «divulgación» parece funcionar como arena en la que se dirimen luchas del campo «estrictamente» científico, pues allí ganan su lugar en pie-de-igualdad especialistas que «normalmente» ocupaban lugares subalternos.

Al respecto Marcos Chor Maio (2007) ha subrayado el papel de América Latina en las iniciativas de UNESCO entre 1948 y 1955. Ello se constata en varios niveles. Por una parte, tres de los ocho firmantes de la primera declaración de las razas habían estudiado en Brasil. Por otra parte, el brasileño Arthur Ramos fue nombrado en 1949 director del Departamento de Ciencias Sociales. Ante su sorpresiva muerte poco antes del mes de diciembre, fue reemplazado por el suizo Alfred Métreaux, quien, por cierto, había transcurrido una parte de su infancia y temprana juventud en Argentina. Resulta destacable, asimismo, el dato que nos brinda Maio (1999: 150), que el primer convocado para ocupar el cargo que en 1949 asumió Ramos había sido el brasileño Gilberto Freyre. Asimismo, el uruguayo Jaime Torres se transformaba, a partir de ese mismo año, en el director general del organismo.

A la circulación de estas y otras figuras latinoamericanas debe sumarse el creciente financiamiento brindado al estudio sobre las relaciones raciales alrededor del mundo, sobre todo en Brasil. En particular, el trabajo del ya mencionado Gilberto Freyre había promovido una mirada no-racista sobre la negritud y su papel en la conformación nacional de aquel país. Ese camino fue profundizado por los nacientes proyectos de institucionalización de la sociología y la antropología entre 1930 y 1940; proceso del que participaron activamente muchos de los especialistas que actuarían en al ámbito de la UNESCO (entre ellos, Donald Pierson, Roger Bastide, Emilio Willems y Meleville Herskovits, Claude Lévi-Strauss, Franklin Frazier). Luego de la conferencia general de Florencia de 1950, la UNESCO lanzó una línea de investigaciones sobre las relaciones raciales en Brasil que, justamente, partía de estas colaboraciones previas y del «paradigma» propuesto por G. Freyre, que pensaba a aquel país como un ámbito de relativa democracia racial (Maio, 2000).

Retomando este punto, querríamos reflexionar sobre otra cuestión que también se dirime en la escena de divulgación (al tiempo que se presenta como ya dirimida): la delimitación de modelos normativos de relaciones interraciales y, como correlato de ello, lugares más legítimos de enunciación/investigación sobre el problema racial. Entendemos que América Latina, y en particular Brasil, se delimitó en los diagnósticos (alrededor) de la UNESCO como un modelo ejemplar del que no sólo había que hablar (como objeto) sino desde el cual era pertinente hablar (como lugar de enunciación). Este era el sentido que se tejía en el número especial del periódico de la UNESCO de agosto de 1952 dedicado enteramente a analizar la democracia racial brasileña, incluyendo la voz de expertos locales (Gilberto Freyre, Luis Costa Pinto, Thales de Azevedo).

La delimitación de Brasil en particular, y de América Latina en general, como modelo ejemplar perduró al menos hasta 1960. Al respecto, resultan ilustrativas las siguientes afirmaciones de El Correo de la UNESCO:

En Brasil, en Jamaica, Cuba o Hawaii, por ejemplo, varias razas viven juntas, sin ninguna señal de conflicto. Sin embargo, es típico de la situación general el que estos casos constituyan notables excepciones a la regla. (Jahoda, 1960: 25)

En ningún lugar de Hispanoamérica existe en las relaciones raciales la implacable rigidez que se asocia a la noción de «racismo». (Métreaux, 1960: 21, énfasis nuestro)

Una contracorriente intelectual que data de la revolución mexicana (19101916) ha contribuido mucho a disminuir el racismo más o menos consciente de las minorías directoras. Este movimiento que se ha manifestado tanto en lo artístico como en lo político, ha recibido el nombre de indigenismo. (Métreaux, 1960: 22, énfasis nuestro)

Los documentos analizados hablan a las claras del activo rol que tuvo la UNESCO en la producción de América Latina como un modelo de relaciones raciales, en abierto contraste con Sudáfrica y los EE. UU. que (a excepción del paraíso racial de Hawaii) eran reiteradamente señalados como contra o antimodelos. En pleno auge de los debates en torno de la modernización, los textos analizados construían una relación que invertía la jerarquía normativa que había propuesto el par desarrollado-subdesarrollado, incluyendo ni más ni menos que a Cuba en los países a imitar.

Ahora bien, si esto resulta, según entendemos, merecedor de atención y refuerza nuestra sospecha respecto de la metáfora de la «divulgación» como acto de poner a circular un saber ya conocido y compartido en el campo experto, nos interesan particularmente formulaciones como la que sigue:

¿Cuál es la razón de que la UNESCO haya elegido el Brasil para realizar allí una investigación sociológica sobre relaciones raciales? En este artículo desearíamos responder cabalmente a esa pregunta, que se nos ha formulado repetidas veces. Puede parecer sorprendente, en efecto, que para realizar un estudio de esa índole una organización internacional elija un país que, según todas las trazas, no presenta ningún problema urgente al respecto. Estamos tan acostumbrados a dirigir concentradamente nuestros esfuerzos al estudio de condiciones o estados de crisis, que resulta lógico que una situación más o menos armoniosa escape a nuestra atención. (Métreaux, 1952: 6, énfasis nuestro)

Este modo singular de dar inicio al primer artículo sobre Brasil del número agosto-septiembre de 1952 de El Correo de la UNESCO presenta la hipótesis de la democracia racial en dicho país como una evidencia. A diferencia de las formulaciones que transcribimos inmediatamente antes —que predicaban sobre esas relaciones y las describían—, en el fragmento del párrafo anterior estas verdades se dan por ya sabidas, por obvias, tanto que todos compartiríamos la sorpresa ante la peregrina idea de la UNESCO de ponerlas bajo el microscopio. Ahora, ¿realmente creemos que para la maestra de Wisconsin que recibía la versión en inglés de esta revista, o la de Sarlat que la recibía en francés, este era un hecho ya-sabido? El que así se presente es, justamente por ello, un hecho significativo.

Por cierto, el funcionamiento de la hipótesis «freyriana» sobre la democracia racial circula, por el citado número de la revista, no sin generar numerosos problemas y tensiones —lo que, justamente, colabora en nuestro argumento—. En el número dedicado a las relaciones raciales de Brasil se presentan trabajos de Luis Costa Pinto, Gilberto Freyre, Thales de Azevedo, Charles Wagley, Roger Bastide, Harry Hutchinson y el propio Alfred Métreaux. En todos sobrevuela la hipótesis respecto de la armonía de las relaciones raciales en Brasil. Frente a ella, posiciones como la de Luis Costa Pinto se muestran incómodas:

Tantas veces-y desde hace tanto tiempo se viene repitiendo que el prejuicio racial no existe en el Brasil, que esta afirmación, después de dar la vuelta al mundo, se ha convertido en motivo de orgullo nacional. Tras dicho dogma se disimulan no obstante ciertos sentimientos de rencor y un malestar evidente. Podemos, pues —para servirnos de una expresión muy utilizada por el sociólogo Renzo Sereno, a propósito de Puerto Rico— calificar ese fenómeno de criptomecanismo. Consiste el mismo en el miedo a admitir, o en el deseo de esconder la importancia que en realidad se atribuye a la cuestión de raza y color. Tal negativa a enfrentar los hechos responde a diversas causas. La primera hemos de buscarla en las formas extremas que ha revestido el racismo en otros países, y que, por comparación, muestran la situación brasileña como un modelo de tolerancia y armonía social. Pero si se comparan los Estados Unidos y el Brasil, pronto se verá que se trata de diferencias de grado más que de género. (1952: 10)

El párrafo anterior muestra el intento de Costa Pinto —en un contexto discursivo claramente adverso a sus hipótesis— de dar lugar a inquietudes más vinculadas a la teoría de las clases y el papel que la raza jugaría en ellas (y en su lucha) en el contexto brasileño. Ello suponía poner en tensión la hipótesis de la democracia racial.

Nueva nota, pues la escena de la «divulgación» de los saberes expertos funciona, al mismo tiempo, mediante una interpelación a reconocer ciertas afirmaciones como verdades ya-establecidas (en este caso sobre las relaciones raciales en Brasil), al tiempo que en ellas se abre (aunque en condiciones desiguales) una escena de disputa en la que esas mismas evidencias amenazan ser desestabilizadas. Resulta singularmente interesante que, en este caso, tal escena (re)produzca afirmaciones no-hegemónicas ni en el campo de los saberes expertos (si así fuera las teorías de la colonialidad del saber/poder y sus denuncias al eurocentrismo estarían en serios problemas) ni, podemos especular, en el sentido común circulante. Por cierto, nos preguntamos si nos encontramos aquí con un rasgo estable del discurso que se presenta como de divulgación/difusión bajo la forma de «lo-ya-sabido» que demanda ser reconocido.

Consideraciones finales

Los partidarios del racismo apelan constantemente a la ciencia para dar una base «objetiva» a su propaganda. Al hacer esto realizan una verdadera estafa intelectual, porque se apoyan en teorías científicas abandonadas hace mucho tiempo. Sin embargo, como son ellos los que llevan el debate al terreno científico y hacen un llamamiento a la ciencia, su cartel de desafío debe ser recogido por la ciencia y por aquéllos que la sirven. Se ha objetado que combatir el racismo con argumentos científicos era una empresa vana (…) Se dice que no puede esperarse destruirlo abriendo un debate científico (…) Entonces, cuando la UNESCO publica folletos, en los que hombres de ciencia de diversas nacionalidades resumen el estado actual en materia de raza desde el punto de vista científico ¿se hace una obra sin valor alguno? No lo creemos. ¿Es que puede negarse que el problema racial se encuentra indisolublemente ligado al desenvolvimiento del pensamiento científico? (…) Se imponía, pues, una acción importante en el terreno científico. La noción misma de la ciencia es uno de los principios directivos de nuestra civilización, y una de las ideas-fuerzas que la animan. Y ahí es donde se ha cometido la falsificación, ajustándola a sus fines políticos para rendirle indirectamente homenaje. (Métreaux, 1953: 3)

La justeza con la que Métreaux describe la lucha de la UNESCO contra el racismo científico deja poco lugar a dudas. Sin embargo, no por ello debemos aceptar que lo que hacían las reuniones científicas analizadas o los documentos estudiados era meramente «resumir» o «reflejar» las verdades ya-producidas-y-validadas en otro ámbito (el de la investigación científica como ámbito claramente discernible). Hemos dedicado el segundo apartado a mostrar este punto.

A partir de comprender cómo a través de los discursos (presuntamente) de divulgación/difusión se producía una divisoria entre lo i/legítimamente científico, en los distintos puntos de la tercera sección hemos intentado mostrar el funcionamiento de disputas al interior de los discursos considerados científicos. Así, mostramos el modo en que en estos textos se pone en juego una jerarquía de saberes que pueden o no hablar con mayor o menor legitimidad de la cuestión racial: ciencias sociales/ ciencias biológicas, producción de las propias figuras de expertos-con-autoridad-enel-tema y delimitación de lugares de enunciación de mayor autoridad.

El recorrido del artículo ha planteado algunas razones que justifican la sospecha ante la distinción a priori de la escena de producción científica y la de divulgación como de mera circulación/reflejo de algo que ya-viene-dado. Por el contrario, sugerimos que esta última puede intervenir muy activamente en la producción de verdad no sólo para la «opinión común», sino también en el campo experto en sentido estricto25. Más que partir de una distinción parece necesario estudiar los modos en que las instancias que se presentan como de divulgación/difusión operan en las de producción/reformulación/validación de los saberes expertos.


Notas

3 Pablo Scatizza en un trabajo de 2011 analiza el valor de ambos términos. En el marco, por ejemplo, de la planificación estatal de Bolivia y Ecuador se trabaja con la noción de «popularización» de la ciencia.
4 Hemos trabajado sobre el texto de las declaraciones, algunos borradores y diversos artículos publicados en el periódico mensual El Correo de la UNESCO entre 1948 y 1960. Los materiales están listados al final del artículo.
5 «Esta reunión se ha llamado para analizar el estado actual de nuestro conocimiento sobre los problemas raciales. Su objetivo es hacer un balance de los avances científicos recientes en este campo, que debería permitir a la comisión exponer lo que puede considerarse como hechos científicos establecidos. Esta reunión forma parte de la implementación de un programa más amplio. Además de afirmar hechos científicos, que es el objeto principal de esta conferencia, la UNESCO ha aceptado la tarea de dar publicidad a estos hechos relacionados con los problemas raciales y considerarlos como punto de partida de una campaña educativa» (UNESCO, 1949b: 1, traducción propia).
6 Hemos trabajado con la transcripción de las reuniones de diciembre de 1949 y con la reescritura del documento final unos pocos meses después. Por ello nos referimos a este primer documento con la fecha 1949/1950.
7 El trabajo de Hazard (2012) sistematizó las polémicas que despertaron ambas declaraciones en distintos medios de prensa y organizaciones de la sociedad civil en los EE. UU.
8 En el primer borrador de la declaración de 1949 hablaba de los consensos alcanzados por los antropólogos: "Anthropologists have reached general agreement in recognizing that mankind is one; that all men belong to the same species, Homo Sapiens" (1949a: 1). Sin embargo, en la versión publicada en 1950 se reemplaza esta palabra por "Scientists" ("Scientists have reached general agreement in recognizing that mankind is one: that all men belong to the same species, Homo sapiens" [UNESCO, 1950: 291]).
9 Franklin Frazier figuró como el chairman del encuentro, Ashley Montagu ofició como relator, Ernest Beagle Hole, Juan Comas, Luis Aguiar Costa Pinto, Morris Grinsberg, Humayun Kabir y Claude Levi-Strauss conformaban el grupo de expertos especialmente invitados. Jan Czeckanwski, de Polonia, y Joseph Skild, de Suecia, también figuraron entre los científicos invitados, pero no pudieron asistir por problemas de salud (Montagu, 1972: 3).
10 Esto es sólo parcialmente cierto; Ashley Montagu, alma máter de la primera declaración, era antropólogo físico, al igual que el español exiliado en México Juan Comas.
11 Desde la perspectiva de M. Brattain (2007), en la segunda declaración se presupone una lógica falsacionista en la que la hipótesis que debe soportar (infructuosamente) la carga de la prueba es la de la neutralidad de la raza como variable explicativa. Lejos de las vehementes afirmaciones de la primera declaración, en la que abunda el uso de un adverbio tan taxativo como «jamás», la declaración de 1951 fomenta un ethos sostenido en la duda como resguardo de la objetividad científica.
12 Las críticas más referidas por la bibliografía fueron las publicadas en la prestigiosa revista especializada Man. Por otra parte, una serie de científicos comprometidos con el anti-racismo (como Margaret Mead) alertaron a A. Métreaux respecto del escaso prestigio de A. Montagu, tenido por un polemista sin sustancia que buscaba tan sólo acrecentar su fama (Duedahl, 1998: 14).
13 Tomamos este concepto de Eliseo Verón (1987).
14 El lanzamiento del proyecto incluyó una reunión en 1948 de la que participaron, entre otros, Gordon Allport, Max Horkheimer y Gilberto Freyre. El resultado de esta reunión científica sería un documento sobre las tensiones que conducían a la guerra (Tensions which make for war), que a diferencia de ciertas teorías de la modernización, no reducía los problemas del presente a simples «rémoras» del atraso sino a la propia dinámica de las transformaciones.
15 Esta es la posición de Walter Landauer de la Universidad de Connecticut, quien cuestiona cierta «tentación a tratar terra incognita como terra nulius» (UNESCO, 1952: 19), posición que compartían Kenneth Mather de la Universidad de Birmingham (1952: 49) y Giussepe Genna de la Universidad de Florencia (1952: 93).
16 Carleton Coon fue una figura importante en la historia de las declaraciones sobre la cuestión racial en Unesco. Por una parte, se constituyó en una suerte de némesis con quien Ashley Montagu discute en su libro de 1952 (1972). Por otro lado, Coon publicaría en 1962 The Origin of Races, donde establecía que la humanidad había evolucionado a partir de cinco razas diversas. En este punto coincidía con las teorías fascistas que mencionamos más arriba y se oponía a la hipótesis de «tronco común» que difundía la Unesco. El hecho de que el libro también afirmara que los hombres blancos habían llegado a Homo Sapiens 200.000 años antes que los negros, constituyó un argumento retomado por numerosos racistas, entre ellos su primo Carleton Putnam, quien en 1961 había publicado un trabajo de propaganda racista de importante circulación en los EE. UU.: Race and Reason: A Yankee View. Curiosamente, y a partir de circunstancias poco claras, Coon aprobaría en 1964 un nuevo manifiesto de la Unesco, esta vez contra el racismo (Hazard, 2012: 147 ss.; Duedahl, 2008: 35 ss.).
17 L. S. Penrose, de una universidad de Londres, se queja por el uso del término «místico», raza que es «propenso a fomentar supersticiones y prejuicios en la discusión popular» (25). Ernest Beaglehole, neozelandés que había participado de la declaración de 1949/1950, propone que en la redacción de la de 1951 se especifique con mayor claridad que los grupos nacionales raramente coinciden con grupos biológicos. El reconocido antropólogo Melville Herskovits de Northwestern, por su parte, subrayaba la ausencia de antropólogos culturales que habrían sido más cautelosos en el uso de términos como «civilización». El biólogo chileno Alejandro Lipschutz, envió a la Unesco una propuesta de declaración en la que aparecía el problema de la «conquista» como asunto nodal para comprender la discriminación racial y los dogmas de la desigualdad hereditaria.
18 En este punto debemos señalar en la declaración de 1951 una resonancia de las posiciones racistas del manifiesto de los científicos fascistas de 1938: «La existencia de razas humanas no es una abstracción de la mente, sino que corresponde a una realidad fenoménica, material, perceptible con nuestros sentidos». En: «Razzismo Italiano». La Difesa Della Razza: Scienza, Documentazione, Polemica, año I, nro. I, 5 de agosto, 1. Traducción disponible en: https://es.wikipedia.org/wiki/Leyes_raciales_fascistas. [Consulta: 10 de agosto de 2015].
19 Tal como indicamos en la nota al pie 6, los firmantes de la primera versión del documento 1949/1950 se reconocían como «antropólogos».
20 La traducción literal de la expresión que se utiliza en el texto original en inglés es «lo que se concibe, en buena medida, se preconcibe» ("What is conceived is largely preconceived", Unesco 1949a: 1 ).
21 En la traducción castellana de 1969 "most people" se traduce como «mucha gente».
22 Nos referimos al texto «Las condiciones de producción del discurso» en que este autor, clave para una perspectiva del análisis materialista del discurso como la que aquí esgrimimos, analiza la producción de imaginarios (en rigor de imágenes) que se ponen en juego en la enunciación.
23 En términos generales, el ethos remite a la producción de la imagen del enunciador, forma parte de las condiciones de enunciación de una formulación discursiva. Junto a esta imagen, en la escena enunciativa se ponen en juego imágenes del enunciador y del objeto de discurso, pero tambiénproyecciones sobre el modo en que éstas son procesadas por «el otro». Desde este punto de vista, está atravesada por fantasmas y proyecciones (ver Pechêux, 1978 y Maingueneu, 1999).
24 Ver nota al pie 12.
25 Indudablemente, tal operación no puede hacerse desde cualquier ámbito ni de cualquier modo, la Unesco representó, probablemente, un lugar privilegiado.


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