Introducción
Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y trasmite el pasado. Karl Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte
Uno de los desafíos para la teoría marxista hoy, es la posibilidad de constituirse como referente de análisis y estudios empíricos de una constatada y evidente variedad de procesos de lucha y resistencia en la escena latinoamericana. Hemos trabajado en otros artículos (de la Vega & Ciuffolini, 2019; de la Vega, 2019; 2017)los motivos por los cuales la analítica de clase -con interesantes excepciones- es rechazada como anticuada o, en el mejor de los casos, como impertinente, para analizar los procesos de emergencia y consolidación de sujetos políticos que protagonizan conflictos por fuera o más allá del reclamo salarial. Uno de los puntos en los que se asienta este rechazo reclama que solo es posible un análisis de clase si cumple la inscripción de los sujetos contestatarios en ciertos estratos ocupacionales o sociales, o en relaciones salariales más o menos claras. Esta inscripción garantizaría el cumplimiento de aquel requisito canónico de cualquier enfoque marxista preocupado por las «condiciones objetivas» en las que emerge una lucha concreta.
Lamentablemente, a estos puntos de vistas subyace una noción de clase, no como categoría histórica, sino como un modelo de categorización teórico-sociológica de grupos sociales sobre la base de criterios clasificatorios o cuantitativos1. Aquí, la clase es tratada como grupo ya constituido por cierto tipo de atributos estables ligados, por ejemplo, a la organización sindical, la demanda salarial, la identidad obrera, entre otras. El problema de este tipo de perspectiva es que da cuenta no necesariamente de unas «condiciones objetivas» de las luchas, sino -como reconoce Tischler (2001)- de una constricción normativa sobre lo que la clase es y debe ser; tal constricción opera, se reproduce y constriñe a los mismos sujetos que se nombran como clase y, en su extremo, deja poco espacio para la posibilidad de transformación de esas mismas «condiciones objetivas».
Este artículo desanda la posibilidad de una perspectiva otra del análisis clasista y su necesaria vinculación con las condiciones de vida y lucha de los sujetos. Desde una posición conceptual ciertamente anclada en la perspectiva thompsoniana de la clase, proponemos abordar las «condiciones objetivas» de cualquier lucha clasista a partir de los procesos de identificación y delimitación de una situación de clase que los sujetos hacen en el marco inescindible y constitutivo de experiencias históricas de conflicto. Para ello, retomamos parcialmente los resultados de la tesis doctoral de la autora que, más ampliamente, tuvo como objetivo estudiar las formas que adquiere la constitución de clase de las asambleas que, en la provincia de La Rioja -provincia cordillerana en el norte de Argentina- se pronunciaron públicamente en contra de la megaminería metalífera en la última década2.
En un primer apartado, consignamos algunos elementos conceptuales sobre la clase y la situación de clase, como herramienta analítica para captar y comprender, de una manera no reduccionista y estática, la ineludible consideración sobre las condiciones reales e históricas de producción de la vida y de la lucha. En un segundo apartado, y tras la presentación de las precisiones metodológicas correspondientes, mostramos la manera en la que el andamiaje conceptual anterior funcionó en nuestro estudio sobre las experiencias de lucha de asambleas ambientales en La Rioja, Argentina. Finalmente, en las conclusiones, ofrecemos algunas consideraciones ampliatorias para inscribir nuestro análisis en un horizonte más amplio.
El problema de «aquellas circunstancias en la que los sujetos luchan»
La pertinencia de un enfoque clasista para el análisis de las experiencias de lucha a la luz de la conflictividad social y política actual no resulta un capricho dogmático. Nuestro planteamiento parte de reconocer el peso de la producción teórica que denuncia y confirma que la característica fundamental de nuestro tiempo es una constitución global de la sustracción capitalista que tiende a ocupar la totalidad del espacio social. Las diversas y enriquecedoras lecturas actuales nos ofrecen nuevas claves para distinguir los múltiples sectores y regímenes de extracción, acumulación y reproducción capitalista. Ello nos exige no descuidar en nuestros diagnósticos la imbricación funcional ni la distribución geográfica o los pesos y proporciones relativas que en un único sistema-mundo tienen: la industria, las finanzas, las tecnologías de la información; ni la centralidad estructuradora de la lógica de la competencia para la acumulación capitalista; ni el cada vez más desvanecido sentido de las frontera entre la explotación dentro del «tiempo del trabajo» -en un sentido restrictivo- y el «tiempo de la vida»3. Pero tampoco podríamos descuidar las formas renovadas y específicas de gobernar -esto es, la manera de establecer y justificar relaciones entre gobernados y gobernantes- que exigen las anteriores modulaciones de la acumulación capitalista4.
Dar por cierto estos diagnósticos implica asumir la vigencia y constante renovación de la relación contradictoria capital/trabajo como corazón de la lógica de acumulación capitalista y del ordenamiento sociopolítico que alrededor de ella se estructura. Dicho de otro modo, implica asumir que es esta relación capital/trabajo la que, de manera antagónica -pero también opaca u oblicua5-, atraviesa, separa, y produce vidas, espacios y prácticas sociales concretas e históricas.
La centralidad que asumimos tiene la relación capital/trabajo en la organización de la acumulación capitalista y del resto de relaciones sociales exige, asimismo, rechazar cualquier comprensión restrictiva del trabajo. Ante todo, nos exhorta a superar la reducción del concepto de trabajo a la relación salarial o al ámbito de producción de mercancías6 -este uso restrictivo de la noción del trabajo es lo que absurdamente corona «la fábrica» como espacio social y simbólico único- (o al menos, privilegiado), de la constitución de sujetos clasistas.
En su lugar, se propone inscribir la noción de trabajo en el marco de ese amplio proceso por el cual los hombres y mujeres producen y reproducen socialmente su propia vida7. En las sociedades capitalistas, ocurre que estos diversos procesos de producción y reproducción de la vida se subordinan a la (re)producción de capital: «El capital mediatiza las relaciones sociales que reproducen la vida y se apropia privadamente de tales relaciones, transformándolas en mecanismos de valorización» (Gutiérrez Aguilar & Salazar, 2015, p.25). Por lo tanto, esta manera de entender el trabajo requiere de una atenta y constante reflexión sobre la dinámica de producción explotadora -bajo el signo del capital- de cuerpos, de naturaleza, de saberes o conocimientos.
Lo anterior nos devuelve una mirada sobre la lógica de sustracción y acumulación capitalista que, unida a particulares e históricas formas de gobernar y crear un orden social compatible con ella, se produce y reproduce en un complejo y articulado movimiento donde toda la vida social deviene fuerza productiva y todas las relaciones (familiares, sexuales, culturales, de raza, etc.) se convierten en parte de un engranaje de relaciones de producción de la vida y sus condiciones. La sociedad entera se vuelve, como dice Federici, «fábrica de relaciones capitalistas» (2018, p.130).
Ocasionalmente, este complejo conjunto de relaciones sociales inmanentemente contradictorias se manifiestan como conflictividad social. Y aquí es precisamente donde se asienta la posibilidad de mirar la emergencia de sujetos en lucha como procesos de constitución de clase. Hablar de clase es hablar de un proceso de constitución de sujetos políticos, pero de un proceso que no es cualquier proceso. La clase remite a una forma de subjetividad política en la cual los sujetos se reconocen y actúan en el marco de un conjunto de enfrentamientos antagónicos que tienen con otros sujetos por establecer, reorganizar o alterar sus condiciones de vida o existencia.
Esto que llamamos «condiciones de vida» no son otra cosa que la sedimentación histórica, más o menos estabilizada a través del tiempo, de relaciones sociales que regulan y organizan histórica y contradictoriamente dinámicas culturales, sociales, ideológicas, institucionales y políticas. Para quienes las asumen como objeto central de su lucha, estas condiciones no se les presentan como «circunstancias elegidas» -parafraseando el fragmento de Marx del inicio de este texto-, sino más bien como «circunstancias heredadas», situaciones que están ya dadas.
Si son esas mismas condiciones las que habilitan potencial o actualmente antagonismos y contiendas de intereses y grupos; la lucha política y los sujetos políticos que a partir de ella se constituyen no se activan automáticamente. Es que este conjunto de relaciones sociales, ancladas en la relación capital/trabajo, prefiguran las maneras en las que los sujetos acceden a sus condiciones de vida: siguiendo a Williams (2012) 8, estas relaciones no determinan las conductas de los sujetos como una fuerza externa o preexistente que controla absolutamente sus respuestas, sino como una fuerza que fija los límites de las acciones posibles.
En este punto, lo que nos interesa destacar es que la constitución de clase es un devenir posible, mas no necesario, que sólo se activa o inicia en el momento en que, como explicaron Marx y Engels, los individuos «se ven obligados a sostener una lucha común contra otra clase» (1974, p.95). Así, a nuestro entender, la comprensión de la clase, en tanto sujeto político, es siempre un estado potencial cuya emergencia como tal depende tanto de las tensiones estructurantes de determinadas e históricas relaciones sociales, como del proceso de subjetividad política que se despliega y desarrolla a partir de conflictos activos que esas relaciones habilitan. Por eso, como advierten Gramsci (2010) y Thompson (1989), el estudio de la clase no debe abordarse desde una perspectiva de sujetos constituidos, sino más bien como un espacio heterogéneo y disgregado de sujetos en constitución, reconstitución o des-constitución9.
En esta precisa intersección, es decir, entre las tensiones que crean históricas relaciones sociales y los procesos de conflictividad que alrededor de ellas emergen; ubicamos la noción de experiencia de E.P. Thompson, como un plano accesible a la observación y el análisis empírico10. Es la experiencia aquella superficie donde
los hombres y las mujeres retornan como sujetos: no como sujetos autónomos o «individuos libres», sino como personas que experimentan las situaciones productivas y las relaciones dadas en que se encuentran en tanto que necesidades e intereses y en tanto que antagonismos, elaborando luego su experiencia dentro de las coordenadas de su conciencia y su cultura (otros dos términos excluidos por la práctica teórica) por las vías más complejas (vías, sí, «relativamente autónomas»), y actuando luego a su vez sobre su propia situación (a menudo, pero no siempre, a través de las estructuras de clase a ellos sobrevenidas). (Thompson, 1981, p.253)
Desde las claves que nos da Thompson, en su experiencia de lucha, los sujetos elaboran narraciones de las condiciones comunes en las que viven. En este sentido, la experiencia constituye una especie de «reactivo» que puede hacer emerger aquella situación dada o heredada tal como es vivida en las específicas coordenadas históricas y culturales de los sujetos; que, luego, puede empujar un proceso de intelección de aquel sistema complejo, histórico y móvil de relaciones sociales capitalistas11. Es decir, el hecho que las condiciones de vida de un grupo social no determinen mecánicamente su constitución como clase no significa que este proceso deje de remitir a aquellas. Por el contrario, la experiencia nos arroja una «forma vivida» que capta las «condiciones objetivas» en el punto en el que se comportan como verdaderas fuerzas que, en ciertas condiciones históricas y de manera compleja, generan particulares configuraciones subjetivas.
Ahora bien, no en cualquier conflicto se puede dar cuenta de una experiencia de lucha con un carácter clasista, es decir, anclada en antagonismos alrededor del acceso y control de condiciones de vida de determinados sectores sociales. Para poder reconocer esa inscripción, recurrimos a la noción de situación de clase que, como parte de la experiencia de lucha12, expone:
una división entre grupos sociales; tal división comporta, como mínimo, un principio de escisión nosotros-ellos que, como dijera Gramsci no es otra cosa que un sentido elemental de distinción, de separación, que puede o no resolverse luego como una relación antagonista de lucha (Gramsci, 1981, p.48, 51);
un daño asociado a esa división; daño que, sustancialmente, consiste siempre en una desposesión, consumada o inminente y que, por tal, es causa de una impugnación.
La situación de clase, en tanto herramienta analítica, nos arroja un boceto de aquellas condiciones históricas que, para un momento dado, instituyen modos culturales, económicos, religiosos, institucionales y legales de ser-con-otros; son modos que, simultáneamente, hacen posible la supervivencia de los sujetos y, asimismo, se presentan amenazadores o dañinos.
Con lo expuesto, concluimos que: 1) siempre que sea posible vincular sujetos en conflicto con y por sus condiciones de vida, un análisis sobre la constitución -o sobre la no constitución- de sujetos clasistas es pertinente -y a veces, necesario-14; 2) toda experiencia de lucha donde sea posible identificar todos los elementos de la situación de clase, expone una experiencia con carácter de clase; la posibilidad de observar diferentes formas esa situación de clase, su continuidad o no a través del tiempo, sus traslaciones de escalas (poblacionales o geográficas, por ejemplo) o su nivel de abstracción en la explicación de los efectos de las relaciones sociales capitalistas, vuelve aún más complejo e interesante su análisis.
La situación de clase en la experiencia de lucha de asambleas ambientales en la provincia de La Rioja, Argentina
En este apartado, mostramos cómo funcionó esta propuesta conceptual y analítica a la hora de abordar los procesos de lucha que, en contra de la instalación de empresas mineras, llevaron a cabo una serie de asambleas en la provincia de La Rioja, Argentina. Este caso se inserta en un contexto regional de sostenida y variada conflictividad ambiental en América Latina, tal como hemos abordado en otros trabajos. Metodológicamente, nuestro estudio resultó posible a partir de privilegiar un enfoque cualitativo, discursivo y diacrónico para el abordaje de comunicados públicos y entrevistas a miembros de las asambleas ambientales de La Rioja15. El análisis cualitativo de estos materiales incluyó una combinación de:
técnicas de análisis de contenido, apoyadas en el uso de herramientas informáticas y orientadas a la reducción y codificación de un gran volumen de datos; y
técnicas propias del análisis del discurso16, especialmente basadas en las marcas de la enunciación17 y orientadas hacia una estrategia de codificación selectiva y teórica, que permita reconocer y establecer con claridad las variaciones, matices y desplazamientos hacia el interior de determinados conjuntos de segmentos.
El cuadro 1 sitúa las tres maneras en las que, a partir de la identificación de marcas discursivas asociadas al nosotros-ellos y al daño-desposesión, se puede reconocer la situación de clase en el discurso de las asambleas.
Los fragmentos de comunicados y entrevistas que incluimos en el cuerpo de este texto se seleccionaron a modo ejemplificativo. Acompañamos cada fragmento con un código que indica el tipo de documento (E para entrevistas y C para comunicados) y el año de producción. A su vez, utilizamos las comillas simples para resaltar expresiones o palabras propias de los discursos analizados, y reservamos la cursiva para las palabras que forman parte del andamiaje analítico conceptual ya presentado.
Situación de clase I: la contaminación y los pobladores vs el gobernador
Esta modulación de la situación de clase aparece de manera privilegiada en los primeros comunicados públicos de las asambleas, entre los años 2006 y 2007. Sus marcas discursivas nos muestran unas particulares condiciones de vida y lucha: un conjunto de «pobladores» son los que sufren un daño-desposesión que nombran como «contaminación». Aquí, de manera personalista, focalizada y local, el responsable de ese daño-desposesión se centra en la figura del gobernador provincial. Desagregamos esta instantánea.
El nosotros
El nosotros, en general, delimita un colectivo social que no nos muestra solamente «formas de nombrarse»: esta marca discursiva hace emerger un modo de vida común. Así, en esta primera modulación, «pobladores» es el nombre de un conjunto de sujetos que comparten no una constante antropológica, o un atributo intrínseco o esencial; sino una situación de vida, un modo-de-estar para un determinado momento y lugar. Para el caso analizado, lo que comparten los «pobladores» es un habitar desde siempre un territorio. Es un vivir asociado a ciclos infinitos de nacer-morir-nacer lo que los vuelve poseedores y usufructuarios legítimos de bienes naturales que resultan necesarios para sostener la vida18.
El daño-desposesión
Es sobre estos «pobladores» que el discurso de las asambleas deposita un tipo específico de agresión también común hacia todos los sujetos del nosotros. El daño-desposesión es identificable discursivamente a partir de marcas de impugnación y, en nuestro estudio, pudimos corroborar dos elementos propios del tipo de daño-desposesión de cualquier situación de clase:
aquello que se impugna es la constatación presente y actual de un daño que, aun cuando puede haber sido originado en el pasado, es actualizado para un aquí y ahora. El valor político de la denuncia grave y urgente de los sujetos en lucha radica en esa operación enunciativa del carácter siempre consumado de todo daño-desposesión. De ahí que, el daño-desposesión que es parte de una situación de clase puede tener un componente potencial o de riesgo, pero no puede producir impugnación (y activación de la lucha) sino sólo en su efectiva consumación y constatación en la experiencia presente de los sujetos19.
Ninguna situación de clase se configura desde la constatación meramente individual de un daño; el daño es simultáneamente una constatación para otros y otras, y en este plano, completa una forma de identificación común. Sólo sobre esta base colectiva del daño-desposesión puede, la situación de clase, adquirir una dimensión que desborda la victimización.
Organizándose a partir de la experiencia inmediata y cotidiana de una realidad intolerable, el daño-desposesión se describe en el discurso de las asambleas como «contaminación» y apunta, no a impugnar el daño a la naturaleza o al ambiente per se, sino en tanto efecto agresivo y destituyente de la relación constitutiva entre «pobladores» y todos los bienes naturales que, dentro del territorio, garantizan la reproducción de la vida. Aquí, el carácter preciado y precioso del cerro, de sus ríos y vertientes, no se asocia a la valoración de la calidad estética o paisajística; ni predomina un sentido de sacralidad a partir de un enfoque espiritual que asigne entidad y valores inherentes a lo natural; tampoco se trata simplemente de sentimientos de apego a un espacio. Por el contrario, tal como ha sido destacado para otras experiencias en América Latina (Navarro Trujillo, 2015), la denuncia de este tipo de organizaciones no se enmarca tanto como «sensibilidad hacia el ambiente», sino como de una activación ante la institución de mundos predatorios de la vida misma y su reproducción20.
El ellos
La última marca discursiva de esta modulación de la situación de clase, el ellos, señala simultáneamente, una oposición con el nosotros y una asignación de responsabilidad respecto de la producción del daño-desposesión. Para la primera modulación, el discurso de las asambleas muestra una oposición focalizada y personalizada que, en el plano enunciativo, ubica a la figura del gobernador -y, ocasionalmente, los funcionarios subordinados a él- como representación del ellos21.
En este caso, la delimitación personal y focalizada confirma aquello que decía Gramsci cuando, al inicio de toda lucha, «el pueblo siente que tiene enemigos y los individualiza sólo empíricamente en los así llamados señores; así, odia al funcionario, no al Estado, al que;aún; no comprende» (Gramsci, 1981, p.48).
Situación de clase II: la entrega y los ciudadanos vs el modelo extractivo/clase política
Las marcas asociadas a esta nueva modulación de la situación de clase se encuentran mayormente presentes en un conjunto más amplio de comunicados entre 2008 y 2016, y también en las entrevistas realizadas en los años 2010, 2011 y 2016. Aquí, las condiciones comunes en las cuales los sujetos se descubren involucrados y se disponen a luchar parte de un identificar un colectivo que se nombra como «ciudadanos»; un daño-desposesión que se impugna como «entrega»; y un ellos que deja de ser una persona para pasar a nominalizarse como «modelo extractivo» y como «clase política». Revisamos brevemente cada uno de estas componentes.
El nosotros
Tanto en análisis propios como de otros investigadores e investigadoras22, se advierte que la categoría «ciudadanía» ha sido reflotada por las luchas ambientales en Argentina como referente semántico que, lejos de buscar y sellar una identificación con los textos constitucionales, es apropiada para visualizar el intervalo que separa un conjunto social de otros. Ello no es una excepción en los casos de conflictos ambientales: cuando las asambleas dicen que quienes comparten condiciones comunes de vida son los «ciudadanos», se denuncia un régimen de asignación asimétrico de derechos entre pobladores, empresas y gobiernos -una constante en las comunidades con conflictos por la instalación de grandes empresas mineras-.
El nosotros marcado como «ciudadanos» indica un modo de vida entre sujetos cuya característica común es «saber y estar informados». No obstante, antes que una cualidad cognitiva, se trata de una cualidad pragmática y programática. En esta línea, los «ciudadanos» son poseedores de un saber en tres planos: en primer lugar, un saber sobre las consecuencias negativas de la explotación minería23; en segundo lugar, un saber sobre la voluntad propia, sobre lo que se quiere (o no se quiere) para el propio territorio24. Estos son elementos que estaban ya presentes en la modulación anterior del nosotros, pero ahora, y especialmente a partir de 2008, los comunicados advierten que los sujetos poseen otro tipo de saber: al habitar de por vida un territorio le es inherente tener «derechos» sobre él. Este desplazamiento discursivo es central porque habilita otra característica común del nosotros: los «ciudadanos» pueden y deben «exigir» legítimamente el acceso, control, gestión de los bienes del territorio que les permiten vivir25.
El daño
El daño impugnado es nombrado ya no como «contaminación» sino como una «entrega» de la tierra, el suelo, el agua. A diferencia de la modulación anterior, la «entrega» subordina explícitamente la «contaminación» o la «destrucción natural» como efectos de algo más grave y lógicamente anterior: el saqueo, el robo y la expropiación de los bienes naturales26.
A su vez, en el plano del pasado el discurso de las asambleas asigna al daño-desposesión una específica trayectoria. Las referencias al proceso de colonización como el inicio del saqueo permiten enunciar el presente como una nueva instancia colonialista. En líneas generales, en esta modulación, el daño-desposesión se densifica con una lista de «infinidad de saqueos» pasados que permite consagrar su carácter permanente y su incesante «repetición»27. Asimismo, nuestro estudio mostró como la «entrega» también se amplifica como daño-desposesión propio o común a un espacio geográfico regional y continental más amplio.
En esta dirección, la ampliación del daño-desposesión a partir de la noción de «entrega» presenta, ciertamente, un contrapunto a la discusión sobre el localismo de las resistencias ambientales cuando se les imputa cierta estrechez en sus reclamos, en tanto se estructuran indisociables de condiciones geográficas particulares y locales. Por el contrario, mostramos como la «entrega» como forma impugnatoria de un daño-desposesión brinda una plataforma importante para repensar la crítica hacia el localismo de este tipo de luchas y redimensionar la base social de sus denuncias.
El ellos
Cada nueva modulación discursiva del ellos nos arroja unas renovadas relaciones de oposición. Es decir, se observan cambios en los agentes que producen el daño-desposesión. Respecto de la modulación anterior, aquí hay una despersonalización del ellos que, a través del uso discursivo de nominalizaciones y adjetivos relacionales, adquiere más bien la forma de un conjunto de otros sujetos, específicamente relacionados. Eso es lo que expresan dos sintagmas: «modelo extractivo» y «clase política».
Nombrar al «modelo extractivo» como el nodo responsable del daño-desposesión permite una operación de agrupamiento en donde el adjetivo «extractivo» funciona como un adjetivo relacional (Fábregas, 2017). Es decir, su presencia referencia una serie de vínculos entre distintas clases de objetos: agentes extractivos, políticas extractivas, acciones extractivas, lugares extractivos, empresas extractivas, gobiernos extractivos. Por ejemplo, un comunicado de 2013 enumera bajo este paraguas: al «aparato de leyes para propiciar la implementación del saqueo», «el plan Iirsa (Iniciativa de Infraestructura para Sudamérica) como herramienta operativa del proyecto extractivista», la «sojización del territorio», la «ley de inversión para bosques cultivados», la «extranjerización de la tierra a manos de mineras, petroleras, pasteras y otras grandes empresas extranjeras», la «implementación de la explotación no convencional de petróleo y gas (fracking)», la «concreción del proyecto megaminero» y el «plan nuclear nacional»28.
Por su parte, «clase política» es otra nominalización que da cuenta de las redes de cooperación entre intereses corporativos de «todos los sectores políticos», como dice algunos fragmentos de comunicados29. Progresivamente, esta noción tiene el efecto de desdibujar las fronteras partidarias/ideológicas, pero más aún, las diferencias entre gobierno u oficialismo y oposición: ninguno de los partidos, sindicatos o empresas está, verdaderamente, «fuera» del gobierno. La supuesta distancia que sostiene el principio de alternancia entre gobierno y oposición pierde, en efecto, todo carácter de mecanismo de control o sanción, y entonces, nuevamente, la democracia no es más que una formalidad. Justamente, en este sentido, Pousadela advierte que, en contraste con el término «elite», el uso de la expresión «clase política», en la cultura política argentina posterior a 2001, posee connotaciones dicotómicas que se reactivan en momentos de crisis social para estructurar una específica oposición: por un lado, la «gente común», y por otro, los «privilegiados que viven de la política» (Pousadela, 2006, p.61).
Situación de clase III: los luchadores, el ataque a la lucha y la máquina de guerra
Las distintas dimensiones de esta última modulación de la situación de clase se presentan más frecuentemente en los comunicados de 2015 y de 2016 -último año considerado en nuestro estudio-; aunque también hay marcas más dispersas en algunos comunicados previos, especialmente aquellos que remiten a eventos de máxima conflictividad y enfrentamiento entre las asambleas y las fuerzas policiales. Las entrevistas -especialmente aquellas realizadas durante 2016-, ratifican y amplían las interpretaciones que nos ayudan a delinear, con detalles más precisos, lo que constituirá unas condiciones de vida y de lucha más cercanas a una situación de enfrentamiento abierto y guerra.
El nosotros
En esta modulación, los «luchadores» aparecen en el lugar del nosotros, para destaca el estar en lucha como el modo de vida de ese colectivo social30. Este es un código retórico movilizado estratégica y performativamente, mas no es un vocativo genérico de uso constante en todo el corpus que integra nuestra investigación. El desplazamiento advierte que ya no se trata de un conjunto social de «pobladores» ni de «ciudadanos» que exigen-y-ejercen derechos, sino que se trata de quienes «salen a las rutas y a las calles». Sujetos en estado de movilización permanente: «luchando, cortando y acampando»31.
Aquí, hay una operación discursiva específica que pone énfasis en la constancia y persistencia en el tiempo de la acción de lucha: aquello que define mejor al nosotros es la insistencia en resistir, o la insistente resistencia. En las nuevas condiciones de vida, «la resistencia» es el único estado posible de existencia común de un colectivo social. Discursivamente, ello se realiza a través de una nominalización, «la resistencia». La transformación nominal es una estrategia discursiva que apunta a resaltar la enunciación de un estado o cualidad; en la medida en que los sustantivos se refieren a entidades, la nominalización puede considerarse como un mecanismo de cristalización y condensación de un proceso o una cualidad (Cademártori, Parodi & Venegas, 2006).
El daño-desposesión
En esta última modulación que reconoce nuestro estudio, lo que es objeto de expropiación, lo que se daña o afecta, es la propia experiencia de lucha y resistencia, acumulada a lo largo de los años.
El ataque a la lucha es un daño-desposesión que se erige en la impugnación de la antiquísima estrategia de criminalización y judicialización de la protesta. La versatilidad y variedad en las formas de criminalización y judicialización incluye un amplio rango de mecanismos que va desde la aplicación de la fuerza excesiva -y a veces mortal- en situaciones de manifestación o protesta que rebalsan la proporción de fuerzas; los golpes, la tortura y, en casos extremos, la violencia sexual en custodia policial o militar. Otra vez, el daño-desposesión no es un riesgo ni una posibilidad: es un daño ya consumado. La insistencia en la criminalización y judicialización como norma de la «historia», a nivel tal que puede declararse inmemorial -como dice un fragmento32- permite reconocer al menos dos cualidades de este daño-desposesión. Primero, lo que en los primeros comunicados aparecía simplemente como «presión» policial o estatal, ahora se nombra insistentemente como «represión». Segundo, la represión es parte de un continuum en el que, en su extremo, es una expresión explícita, superlativa y grosera de otras formas solapadas de violencia como «el soborno, la extorsión, la dadiva, la cooptación, el clientelismo, la persecución política y laboral», dirá otro fragmento de un comunicado33.
Por último, la contracara de esta forma de daño es el miedo. Ya sea en su negación34, o en su afirmación en la superficie de los discursos, el miedo reclama lugar como parte del daño-desposesión. El terror y el miedo lejos están de haber sido expulsados del campo político con el proclamado «regreso a la democracia»; en la situación de clase de las asambleas riojanas, el miedo es parte de los relatos de la dominación, pero también de la emancipación35.
El ellos
En todas sus modulaciones, el nosotros es siempre un operador de división constitutiva del modo de vida: el nosotros siempre se erige, más bien, indicador de una ruptura con un ellos. En la modulación anterior, el ellos designaba un conjunto de relaciones entre diferentes agentes, con distintas funciones: «el modelo extractivo» y la «clase política» eran los sintagmas nominales que indicaban quienes producían daños comunes al nosotros.
Esta caracterización continúa estando activa para dar forma al ellos, pero en esta reelaboración se acerca a lo que Mbembe (2011) llama una «máquina de guerra»: ésta, «actúa mediante capturas y depredaciones y puede alcanzar enormes beneficios» (2011, p.57) porque combina una pluralidad de funciones, métodos y mecanismos; ello le da «los rasgos de una organización política y de una sociedad mercantil» (2011, p.58). integra a una serie diversa de agentes -por caso, en la provincia de La Rioja, la policía provincial y sus fuerzas especiales, como la Brigada de Acción Operativa (BAO); gendarmería nacional, grupos de choque y fuerzas parapoliciales privadas y vinculados al Estado; grupos de espionaje y servicios de inteligencia36- quienes, todos a la vez, proclaman «su derecho a ejercer la violencia y a matar» (Mbembe, 2011, p.57).
Es decir, el ellos, indica aquí que la oposición está integrada por un sistema de agentes y relaciones que ponen la violencia al servicio de la extracción capitalista. Es gracias a su capacidad de ejercer violencia directa sobre las poblaciones que le es posible funcionar ininterrumpidamente. En los comunicados y entrevistas, se remarca que la expropiación siempre se está produciendo, con una mayor o menor cuota de violencia. Podrá tener «retrasos» provocados por «la resistencia»37; pero aquí o allá, hoy o mañana, no se detiene.
Por último, se trata de un sistema «monstruoso» por su capacidad de metamorfosis; por su relación móvil y versátil con los territorios y con las formas político-institucionales. Pero, sobre todo, porque funciona a-pesar-y-más-allá del foco de resistencia riojana, y por momentos, con-desde-y-al-lado de «la resistencia». Es que, parte de la efectividad «monstruosa» de este ellos descansa en el hecho de constituirse como dispositivo que se desenvuelve, regular y recurrentemente, en lo que Ciuffolini (2017) denomina como una secuencia represión/captura/recodificación. Esa disposición repetida en la secuencia de violencia, captura y recodificación tiene una enorme capacidad desactivadora de las estrategias de lucha y resistencia. En la dinámica de tal reinterpretación, sustrae y reinscribe en su propia lógica los elementos más subversivos de la experiencia de clase de las asambleas.
Reflexiones finales
Si la clase es el resultado dinámico, variable y contingente de un proceso histórico de autoconstitución a través de la lucha, uno de los peores errores políticos que se pueden cometer, como dice Arruzza, es el de imponer a la historia modelos abstractos preparados para determinar qué luchas de clases cuentan y cuáles no: «El peligro es el regodeo nostálgico en las formas y las experiencias del pasado (o de la mera imaginación) antes que reconocer los procesos de subjetivación de clase que está teniendo lugar delante de nuestros ojos» (2018, p.60).
¿Cómo reconocer esos procesos de subjetivación? Mostramos en este artículo una propuesta en ese camino. Enmarcada como parte de la experiencia de lucha, la situación clase representa una clave conceptual que hace foco en analizar la manera en que los sujetos en resistencia viven determinadas condiciones de explotación y dominación y experimentan un orden social estructurado sobre la base de relaciones contradictorias y potencialmente conflictivas. Esas condiciones determinadas, dadas o heredadas, en las que los hombres y mujeres nacen, o en las que entran voluntaria o involuntariamente, lejos de ser ignoradas o falsamente reconocidas, se manifiestan siempre como reales y ciertamente vividas -objetivas, preferirán decir algunos-. Por eso podemos captarlas en los discursos de los sujetos a través de marcas específicas. En el artículo mostramos las tres formas de la situación de clase y la manera en que cada una de ellas nos arroja claves alrededor de las condiciones en las que los sujetos viven y lucha.
Estas tres modulaciones representan variaciones históricas que, no obstante, no se corresponden con un esquema evolutivo y prefijado. Por el contrario, nuestro trabajo mostró que, en la superficie discursiva, las transformaciones o modulaciones en la manera en la que aparece la situación de clase se relaciona con los efectos de fuerza y a las «victorias» o «fracasos» de las propias estrategias de acción y lucha de las asambleas riojanas. En la lucha y por la lucha se produce -y así también se amplía y modifica- esa identificación entre muchos y muchas, se organizan las fronteras de un conjunto social sobre, se descubren y describen similares condiciones de vida, de explotación, de dominación, y se elaboran oposiciones más o menos complejas sobre posibles enemigos.
Por último, más que un modelo, nuestro análisis se ofrece como un ejercicio de visualización de un paisaje constituido desde las coordenadas que alcanzan los instrumentos teóricos y metodológicos utilizados; por lo tanto, no excluye ni falsea, de ninguna manera, otras posiciones posibles. Por esta razón, proponemos profundizar las relaciones, intersecciones y oposiciones frente a estudios similares en el campo especializado, así como también poner a prueba esta metodología y su instrumental en luchas-otras, esas que se activan alrededor de otras problemáticas o en otros puntos de nuestro espacio-tiempo.