Introducción
La prosocialidad ha sido un campo de estudio reciente en la psicología social (Roche, 2010; Gómez, 2019), la cual se ha nutrido simultáneamente de la psicología del desarrollo, la psicología y la neurociencia cognitiva, de modo que han sido diversos los campos teóricos y de aplicación que han aportado a la discusión y la comprensión de la conducta social positiva en los seres humanos. Tradicionalmente, las conductas agresiva y antisocial han tenido un papel protagónico en la investigación psicológica (Eisemberg & Morris, 2004; Martí Vilar & Lorente, 2010). Sin embargo, el constructo de prosocialidad establece un cambio de perspectiva al estudiar la conducta social desde una lectura del potencial humano y no desde lo deficitario (Gómez, 2017, 2019; Vásquez, 2017; Palomino-Leiva & Grisales-Arroyave, 2015). Esto implica un cambio importante en la forma en que las ciencias sociales entienden las complejas relaciones humanas y los entramados sociales.
En la literatura científica (Aguirre-Dávila, 2015; Marín, 2010; Eisenberg & Fabes, 1998; Eisenberg, Cumberland, Guthrie, Murphy & Shepard, 2005; Richaud de Minzi, 2009; Carlo, Mestre, Samper, Tur & Armenta, 2010; Mestre, Tur, Samper, Nácher & Cortés, 2007; Gómez y Narváez, 2018, 2019) existen diversas definiciones y aproximaciones conceptuales respecto a la conducta prosocial. En términos generales, se entiende como todo comportamiento valorado positivamente por la sociedad, el altruismo y la ayuda a los demás, el apoyo físico y emocional, el cuidado y protección a otras personas. Sin embargo, dado el valor heurístico del término, no hay un consenso definitivo en su definición ni una taxonomía sobre qué tipos de conductas o variables deben ser consideradas prosociales (Auné, Blum, Abal, Lozzia & Horacio, 2014) o, en su defecto, precursoras de la prosocialidad.
Para efectos del presente estudio se utilizó la clasificación del modelo multifactorial de Carlo & Randall (2002), Carlo, Hausmann, Christiansen & Randall (2003), en el que se establece una distinción respecto a seis tipos de tendencias o motivaciones prosociales, las cuales permiten diferenciar aspectos cognitivos y emocionales involucrados en la acción prosocial, así como aspectos relativos al contexto o la intención de ayuda en circunstancias específicas. En este sentido, los comportamientos de ayuda se clasifican en seis tipos:
Motivación prosocial pública: Hace referencia a comportamientos orientados a ayudar a los demás en presencia de espectadores (Gómez, 2019). De acuerdo a Carlo & Randall (2002), esta tendencia prosocial está asociada al reconocimiento y aprobación social.
Motivación prosocial anónima: Es toda conducta social positiva que se brinda sin el conocimiento de los demás, pues como lo indica el nombre, se caracteriza por ser una ayuda anónima (Samper, 2014; Gómez, 2019).
Motivación prosocial emocional: “Se refiere a comportamientos destinados a beneficiar a los demás bajo situaciones o condiciones emocionalmente evocadoras” (Gómez, 2019, p. 194). Esta tendencia está asociada a la preocupación empática, la necesidad de ayuda percibida y el grado de afectación emocional (Carlo et al., 2003; Samper, 2014; Gómez, 2019).
Motivación prosocial de emergencia: Son conductas que buscan ayudar a los demás en situaciones de emergencia o crisis (Gómez, 2019). Se caracteriza por existir un potencial percibido de riesgo para la persona que intenta brindar apoyo. Para Carlo & Randall (2002), las motivaciones emocionales y de emergencia están fuertemente relacionadas.
Motivación prosocial altruista: Hace referencia a toda conducta de ayuda que no está mediada por una intención de recompensa directa. Para diversos autores (Eisenberg & Fabes, 1998; Carlo et al., 2003; Gómez y Narváez, 2018), la característica principal de esta tendencia es la ayuda voluntaria con el único objetivo de beneficiar a los demás de manera desinteresada.
Motivación prosocial orientada a la complacencia u obediencia: Se entiende como todo comportamiento social positivo mediado por una petición directa de ayuda por parte de otra persona.
De otro lado, los comportamientos prosociales se relacionan con aspectos sociocognitivos específicos y habilidades socioemocionales, tales como la empatía (Guevara, Cabrera, González & Devis, 2016; Mestre, Samper & Frías, 2002; Richaud de Minzi & Mesurado, 2016; Richaud de Minzi, 2014), el razonamiento moral prosocial (Eisenberg, 1986; Martí-Vilar, Iribarren Navarro, Grau-Martínez & Olivera-La Rosa, 2018), creencias de autoeficacia y regulación del afecto (Caprara, Di Giunta, Eisenberg, Gerbino, Pastorelli & Tramontano, 2008; Gerbino, Milioni, Alessandri, Eisenberg, Caprara, M., Kupfer, Pastorelli, & Caprara, D., 2016).
Diversos autores (Graziano, Habashi, Sheese & Tobin, 2007; Gutiérrez San Martín, Escartí & Pascual, 2011; Fernández-Pinto, López-Pérez & Márquez, 2008; Richaud de Minzi, Lemos & Mesurado, 2011; Richaud de Minzi & Mesurado, 2016; Mestre, Samper & Frías, 2002) han dicho que la empatía se relaciona de manera positiva con la conducta prosocial y es un predictor de la conducta de ayuda en la infancia y la adolescencia. De acuerdo a esto, la empatía actúa como mediadora en cualquier conducta prosocial, pues todo comportamiento de ayuda implica el reconocimiento de la experiencia afectiva del otro (Fernández-Pinto et al., 2008). De acuerdo con Richaud de Minzi (2009), “la empatía involucra no solo la experiencia afectiva del estado emocional real o inferido de otra persona, sino, además, algún reconocimiento y comprensión mínimos del estado emocional del otro” (p. 188), de modo que la experiencia empática requiere factores cognitivos y emocionales asociados.
De acuerdo al modelo multidimensional propuesto por Davis (1980, 1983), la empatía está dividida en cuatro factores, dos cognitivos y dos emocionales, los cuales se clasifican de la siguiente manera:
Toma de perspectiva: Este factor hace referencia a la capacidad para comprender o adoptar el punto de vista de la otra persona en un sentido racional. El otro factor cognitivo es la fantasía, se describe como la capacidad imaginativa de una persona para ubicarse en situaciones ficticias o comprender el punto de vista de sus protagonistas; por ejemplo, personajes de obras literarias o cine. La preocupación empática es un factor emocional, entendido como la capacidad de experimentar estados emocionales de preocupación, compasión, tristeza o ansiedad ante las necesidades o circunstancias de los demás; en otras palabras, experimentar un estado emocional coherente con la situación vivida y estado psicológico de otra persona. Finalmente, el malestar personal hace referencia a los sentimientos de ansiedad y malestar experimentados por una persona al observar o ser expuesta a experiencias negativas de los demás. Estos aspectos cognitivos y emocionales de la experiencia empática se han estudiado por diversos autores que consideran que hay una relación estrecha y positiva entre la empatía y la conducta prosocial, siendo la primera un predictor para la segunda, a la vez que es un generador del comportamiento altruista (Gutiérrez San Martín et al., 2011; Graziano et al., 2007).
De otro lado, autores como Caprara et al. (2008), Gerbino et al. (2016), Caprara, Di Giunta, Pastorelli & Eisenberg (2012) se han centrado en el estudio de las creencias de autoeficacia en la regulación de las emociones en la niñez y la adolescencia y en cómo el sistema de creencias se relaciona con el manejo de las emociones, la agresividad y la prosocialidad. Las creencias de autoeficacia hacen referencia a la capacidad percibida de las personas para motivarse, movilizar sus recursos cognitivos y realizar las acciones necesarias para manejar situaciones estresantes (Brummert Lennings & Bussey, 2016).
Desde una perspectiva cognitivo-social (Bandura, 1990, 1997, 2001; Caprara, Pastorelli, Regalia, Scabini & Bandura, 2005), la autoeficacia se considera el mecanismo de agencia más importante en los seres humanos, justamente porque consiste en un proceso de autorregulación que incide en la motivación, la conducta social, las metas personales, las aspiraciones, la percepción de la dificultad en diversas actividades y las elecciones en diferentes contextos (Bandura, 2012; Brummert Lennings & Bussey, 2016; Wang X., Zhang, Hui, Bai, Terry, Ma, & Wang, M., 2018).
En este sentido, se considera que toda persona es un agente activo con capacidad de autorregulación, lo cual les permite tener control sobre sus entornos sociales, experiencias, emociones y acciones a lo largo de la vida. No se trata necesariamente de habilidades reales que tienen las personas, sino de las creencias en torno a sus capacidades para realizar una acción, tomar decisiones o manejar una situación determinada (Bandura, 2007, 2008). Por tal motivo, las creencias de autoeficacia son el mecanismo más influyente para el ajuste psicológico y emocional en la infancia y la adolescencia (Bandura, 1997; Bandura, Caprara, Barbaranelli, Gerbino & Pastorelli, 2003; Caprara et al., 2005; Gerbino et al., 2016). Por ejemplo, si un adolescente cree no tener los recursos para lograr ciertos objetivos o manejar conflictos de la vida cotidiana, no hará el intento para alcanzar sus metas o emprender acciones para manejar adecuadamente situaciones difíciles.
Diversos hallazgos investigativos han documentado la influencia de las creencias de autoeficacia en el manejo de las emociones tanto negativas como positivas, lo cual indica, de manera generalizada, que juegan un papel fundamental en el control que las personas pueden tener sobre sus experiencias emocionales, tanto en la comprensión de las causas de las emociones, las propias reacciones y las consecuencias esperadas (Bandura et al., 2003; Caprara, Vecchione, Barbaranelli & Alessandri, 2013; Gerbino et al., 2016).
La autoeficacia emocional regulatoria (RESE, por sus siglas en inglés) es un proceso complejo relacionado con la modulación emocional, inhibición de sentimientos disfuncionales o mantenimiento de sentimientos positivos. Para diversos autores (Bandura et al., 2003; Alessandri, Vecchione, Caprara, 2014; Wang et al., 2018) es una dimensión específica de la autoeficacia que conlleva una autoevaluación subjetiva de la competencia emocional en la regulación de las emociones y refleja la confianza de las personas en su propia competencia en la regulación emocional. Por tal motivo, una alta autoeficacia emocional se ha asociado con la conducta prosocial (Caprara, Gerbino, Paciello, Di Giunta, & Pastorelli, 2010; Alessandri, Caprara, Eisenberg & Steca, 2009), a la vez que reduce comportamientos de agresividad y violencia en la infancia y la adolescencia (Valois, Zullig, Revels, 2017).
La autoeficacia relacionada con la afectividad positiva se refiere a las creencias que una persona tiene sobre su capacidad para reconocer, expresar, evocar o incluso generar sentimientos positivos, tales como alegría, satisfacción, gusto o agrado, y que, en términos generales, le permite enfrentar desafíos y situaciones generadoras de estrés (Caprara & Gerbino, 2001; Caprara et al., 2008). Por su parte, las creencias de autoeficacia en la regulación del afecto negativo están asociadas con la capacidad para modular, inhibir y regular emociones negativas en situaciones de estrés asociadas a la impulsividad y la agresividad, de modo que la persona pueda modular y externalizar los sentimientos de miedo, rabia, ansiedad o tristeza de manera apropiada y lograr así un mayor ajuste psicológico (Caprara & Gerbino, 2001; Caprara et al., 2008).
Gran parte de la investigación actual en Colombia (Vásquez, 2017; Aguirre-Dávila, 2015; Redondo, Rangel & Luzardo, 2015; Martínez, Inglés, Piqueras & Oblitas, 2010; Vásquez, Caicedo & Vivanco, 2014; Alvis, Arana, Restrepo & Hoyos, 2015; Cuervo-Martínez, 2010; Guevara et al., 2016; Gutiérrez San Martín et al., 2011; Ortiz, Apodaca, Fuentes & López, 2011; Betancourt & Londoño, 2017) ha enfocado sus esfuerzos en estudiar la conducta prosocial y variables positivamente asociadas en términos de autoeficacia psicológica, empatía, regulación emocional, razonamiento moral, entre otras, en la infancia y la adolescencia, especialmente en escenarios de crianza, parentalidad y educación. La evidencia empírica, tanto a nivel internacional como nacional, ha mostrado de manera consistente la importancia de los factores emocionales, cognitivos y morales en la adquisición de conductas prosociales, además de la influencia e importancia de la crianza, la socialización y los contextos educativos en el aprendizaje y modelado de conductas sociales positivas. Sin embargo, ¿qué se puede decir sobre el estudio de la conducta prosocial y demás factores asociados en niños, niñas y adolescentes que han vivido situaciones de vulnerabilidad psicosocial y, más específicamente, desvinculados de grupos armados ilegales?
Para ilustrar la relevancia de la pregunta es importante ubicar el contexto social actual en Colombia respecto a la participación de niños, niñas y adolescentes en el conflicto armado.
De acuerdo al Centro Nacional de Memoria Histórica (2013), entre 1958 y 2012 se han registrado aproximadamente 6.421 niños, niñas y adolescentes reclutados por distintos grupos armados. El Centro Nacional de Memoria Histórica (2017) reporta que entre el año 2006 y el 2015 se han registrado 2.940 casos de reclutamiento ilícito de niños, niñas y adolescentes y 8.448 de desvinculación, sea por procesos de deserción o recuperación por parte del ejército nacional. Aproximadamente el 70% de los casos, tanto de reclutamiento como de desvinculación, son de adolescentes hombres, y la edad promedio de reclutamiento es entre los 12 y 16 años (CNMH, 2017; ICBF, 2013).
De acuerdo al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (2016ab), entre noviembre de 1999 y diciembre del 2016 han ingresado 6.126 niños, niñas y adolescentes al programa de atención especializada para el restablecimiento de sus derechos en diversas modalidades de atención, entre ellas los Hogares Sustitutos Tutores, con el fin de generar las condiciones integrales para su adecuada reincorporación a la vida social y familiar.
Diversos estudios e informes (Springer, 2012; Lugo, 2018; Human Rights Watch, 2004; Watch List, 2012; CNMH, 2017; Carmona, Moreno & Tobón, 2012; ICBF, OIM, Unicef, 2014; Defensoría del Pueblo, 2002, 2006) han argumentado que el reclutamiento ilícito y la permanencia de niños, niñas y adolescentes en los grupos armados ilegales2 está asociado a factores estructurales de vulnerabilidad psicosocial y familiar y a ideologías asociadas a la guerra como opción de vida, lo que ha contribuido a la instrumentalización de la infancia con fines bélicos por parte de los grupos armados ilegales en Colombia.
Para Carmona (2013), Carmona y Tobón (2011), Lugo (2018) y Springer (2012) algunos de los factores de incidencia más importantes para el reclutamiento son los procesos de legitimación de la violencia social, familiar y política para la resolución de los conflictos sociales e interpersonales, a tal punto que la presencia de grupos armados en las comunidades rurales se vuelve cotidiana y una opción de vida para niños, niñas y adolescentes. Tal y como lo expresa Lugo (2018), “volverse militar puede ser una alternativa atractiva para estos muchachos, en medio de un sistema de guerra que se ve como cíclico e inevitable” (p. 7). También las comunidades se vuelven contextos de instrumentalización militar en los que los grupos armados ilegales reclutan de manera indiscriminada y violenta población civil, especialmente niños(as) y adolescentes, justamente por ser una etapa del ciclo vital en la que es posible la manipulación y el sometimiento físico, emocional y moral (Springer, 2012; Gómez, 2017).
Ahora bien, volviendo a la pregunta, el punto interesante es que no hay una respuesta con evidencia empírica consistente, lo cual implica reconocer que son escasos los desarrollos investigativos de esta categoría en población infantil y adolescente que ha vivido condiciones de vulnerabilidad extrema y, más específicamente, adolescentes desvinculados de grupos armados ilegales en procesos de reincorporación a la vida civil (Gómez, 2017, 2019; Gómez y Narváez, 2018). Por el contrario, la investigación psicológica ha enfocado sus esfuerzos en el estudio de los impactos psicosociales de la guerra en esta población, justamente porque la larga exposición al conflicto armado, diversas formas de violencia, sometimiento moral y otras maneras de vulneración generan múltiples afectaciones psicológicas y sociales, tales como el trastorno de estrés postraumático, trastornos del ánimo, (especialmente depresión), trastorno de ansiedad generalizada, trastornos disociativos, consumo de spa, conductas externalizantes, entre otros factores de comorbilidad, generadores de malestar psíquico y afectación en la vida social-relacional y demás esferas que involucran el proceso de reintegración (ICBF, OIM, UNICEF, 2014; Blom & Pereda, 2009; Cortes & Buchanan, 2007; Mago, 2009).
En este sentido, la investigación psicológica se ha enfocado, y con mucha razón, al estudio de los efectos negativos de la guerra y no al estudio de los potenciales sociales a pesar de la experiencia de guerra. Diversos estudios (Quintero-Zea, Sepúlveda-Cano, Rodríguez, Trujillo, Trujillo & López, 2017; Trujillo et al., 2017; Tobón, Ibáñez, Velilla, Duque, Ochoa, Trujillo & Pineda, 2015; Pineda et al., 2013) han establecido que la experiencia de guerra en excombatientes adultos afecta de manera directa la capacidad de empatía tanto en su dimensión cognitiva como en la afectiva y, por lo tanto, exhiben una mayor probabilidad de mostrar dificultades de disposición para reconocer y evaluar los sentimientos de otras personas. Sin embargo, como ya se indicó, en los procesos de reincorporación a la vida social en adolescentes desvinculados son escasos los desarrollos investigativos en lo que respecta al estudio de la prosocialidad, las respuestas empáticas y la configuración de la conducta social positiva, siendo un campo investigativo prometedor, con una gran variedad de aristas por explorar.
En vista de estos vacíos investigativos en el campo de la prosocialidad surge el presente estudio, el cual tiene por objetivo general analizar las tendencias prosociales y su relación con la empatía y las creencias de autoeficacia para la regulación del afecto en los adolescentes desvinculados de grupos armados ilegales pertenecientes a la modalidad Hogar Sustituto Tutor en la ciudad de Manizales, Colombia.
Es de mencionar que la investigación empírica en torno a los correlatos sociocognitivos y socioemocionales, en términos de las variables de este estudio en etapas tardías del desarrollo, posterior a experiencias violentas y potencialmente traumáticas, es escasa y aún no ofrece un soporte empírico definitivo, lo cual sustenta la importancia de este estudio. Se espera que este trabajo aporte al desarrollo de lecturas generativas en lo que respecta a la investigación social y las políticas de reintegración de niños, niñas y adolescentes víctimas del conflicto armado colombiano.
Metodología
La presente investigación corresponde a un estudio de enfoque cuantitativo, diseño no experimental de corte transversal (Hernández Sampieri, Fernández & Baptista, 2014). Las investigaciones cuantitativas de diseño no experimental se caracterizan por no realizar manipulación o control de las variables independientes; por el contrario, se centran en el estudio de fenómenos o problemáticas en su contexto natural para realizar posteriormente los respectivos análisis (Hernández Sampieri et al., 2014; Kerlinger, 1988). La transversalidad del estudio responde al hecho de que la recolección de los datos se hizo en un solo momento y en un tiempo específico.
El alcance es descriptivo correlacional en el sentido de que la finalidad es conocer la relación o grado de asociación entre un grupo de variables en un contexto específico. De acuerdo con Hernández Sampieri et al. (2014), este tipo de alcances tiene valor explicativo ya que se pueden realizar inferencias teóricas o explicaciones sobre los fenómenos estudiados a partir de las relaciones entre las variables.
Descripción de la muestra
La aplicación de los instrumentos se hizo a 35 adolescentes pertenecientes al programa de atención especializada para el restablecimiento de derechos a niños, niñas y adolescentes víctimas de reclutamiento ilícito que se han desvinculado de grupos armados organizados al margen de la ley ubicados en la modalidad Hogar Tutor del ICBF en la ciudad de Manizales3. Dado el reducido número de adolescentes ubicados en esta modalidad y siendo la única en el departamento de Caldas, se tomó el total de la población, constituida por 19 hombres (54,3%) y 16 mujeres (47,5 %), cuya edad promedio fue de 16,34 años (DE = 2,02).
Es bastante heterogénea la procedencia de la población que hizo parte del estudio; sin embargo, los departamentos de donde proceden más adolescentes son Chocó (25,7%) y Antioquia (17,1%). De igual manera, es Chocó el departamento de donde la mayoría de las personas del estudio fueron reclutadas por los grupos armados ilegales (28,6%).
En cuanto al grupo armado al que pertenecieron los adolescentes, el 45,7% fueron reclutados por el ELN, el 40% por las FARC y el restante 24,4% se distribuye entre las bacrim, ERG y EPL. El tiempo de permanencia en dichos grupos fue bastante variable (M = 23,7) debido a algunos valores atípicos de jóvenes que estuvieron por más de 48 meses (4 jóvenes), pero en su mayoría, alrededor del 69%, estuvieron hasta 26 meses.
Posterior a la desvinculación del grupo armado, los adolescentes ingresaron al programa de restablecimiento de derechos del ICBF en la modalidad Hogar Sustituto Tutor. En promedio, los adolescentes han permanecido en el programa alrededor de 18 meses y, al igual que el tiempo de permanencia en el grupo armado, se observa gran variabilidad (DS = 22,21).
Instrumentos utilizados
Medida de tendencias prosociales - Revisado (Prosocial tendencies measure-revised, PTM-R) (Carlo et al ., 2003).
Es un cuestionario o escala tipo Likert4 con cinco opciones de respuesta (1 (no me describe en absoluto), 5 (me describe muy bien)) diseñado para medir las tendencias prosociales en los adolescentes. La escala mide seis tipos de tendencias o motivaciones prosociales:
Tendencia prosocial público (“Puedo ayudar mejor a los otros cuando hay personas que están mirando”). Tendencia prosocial anónimo (“La mayoría de las veces ayudo a otros sólo si no saben quién les ha ayudado”). Tendencia prosocial emergencia (“A menudo ayudo a los demás cuando están de verdad en problemas”). Tendencia prosocial emocional (“Me hace sentir bien cuando puedo dar consuelo a alguien que tiene problemas”). Tendencia prosocial por obediencia o complacencia (“Cuando los demás me piden ayuda, no dudo en dársela”) y tendencia prosocial altruista (“Creo que donar bienes materiales o dinero conviene más si recibo alguna ventaja” (R)).
El PTM-R ha sido adaptado y validado al español en diferentes poblaciones de adolescentes. Al respecto, el estudio de Rodríguez, Mesurado, Oñate, Guerra y Menghi (2017) validó la versión en español con una población de 737 adolescentes argentinos, evidenciando un coeficiente alfa de 0,78. También fue validado con una población de 403 adolescentes portugueses, mostrando que un modelo de seis factores similar a la medida original es la solución factorial más adecuada. Además, se evidenció una consistencia interna para las diferentes subescalas que osciló entre 0,67 y 0,78 (Simões & Calheiros, 2016). El estudio realizado por Mestre, Carlo, Samper, Tur-Porcar & Llorca (2015) con 666 adolescentes de Valencia (España) confirma que la estructura de seis factores presenta un buen ajuste. El estudio realizado por Samper (2014) con 1315 adolescentes españoles reportó un índice de fiabilidad entre 0,67 y 0,79.
El índice de fiabilidad con alfa de Cronbach obtenido en este estudio fue de 0,79. La fiabilidad por subescalas osciló entre 0,68 y 0,86.
Índice de reactividad interpersonal (Interpersonal Reactivity Index, IRI) (Davis, 1980, 1983)
Es uno de los instrumentos más utilizados en el mundo para evaluar empatía en la infancia y la adolescencia (Samper, 2014; Mestre, Frías y Samper, 2004; Mestre, Frías, Samper y Tur, 2009). Es una escala multidimensional tipo Likert con cinco opciones de respuesta (1 (no me describe en absoluto) a 5 (me describe muy bien)) diseñada para medir los factores cognitivos y afectivos de la empatía en cuatro dimensiones: toma de perspectiva, fantasía, preocupación empática y malestar emocional. La escala consta de 28 ítems. Para el presente estudio se utilizaron tres de las cuatro dimensiones:
Preocupación empática: Esta subescala mide respuestas empáticas mediadas por factores emocionales en términos de sentimientos de calidez, compasión y preocupación por los demás (“A menudo tengo sentimientos tiernos y de preocupación hacia la gente menos afortunada que yo”). Toma de Perspectiva: Hace referencia a la tendencia a asumir espontáneamente el punto de vista del otro, es decir, una empatía mediada por factores cognitivos (“A menudo intento comprender mejor a mis amistades imaginándome cómo ven ellos/as las cosas (poniéndome en su lugar)”). Malestar personal: Mide los sentimientos personales de ansiedad e incomodidad que surgen de la observación de la experiencia negativa de otra persona (“Cuando estoy en una situación emocionalmente tensa, me asusto”).
La versión en español del IRI fue validada en España con una muestra de 1.285 adolescentes, obteniendo un coeficiente alpha de 0,65 para la preocupación empática, 0,64 para malestar personal y 0,56 para toma de perspectiva (Mestre, Frías, y Samper, 2004).
El índice de fiabilidad con alfa de Cronbach obtenido en este estudio fue de 0,74. La fiabilidad por subescalas osciló entre 0,68 y 0,79
Cuestionario de autoeficacia para la regulación emocional (Regulatory emotional self-efficacy, RESE) (Caprara & Gerbino, 2001; Caprara et al ., 2008)
Es un cuestionario de 32 ítems diseñado para evaluar la autoeficacia percibida en el manejo de las emociones negativas y positivas. Cada ítem se evalúa con una escala Likert de cinco opciones de respuesta: 1 = Incapaz; 2 = Poco capaz; 3 = Promedio capaz; 4 = Muy capaz; 5 = Completamente capaz. Las dimensiones evaluadas son:
Manejo de emociones negativas (NEG): Mide las creencias sobre la capacidad de una persona para regular las emociones negativas de manera apropiada (“¿Eres capaz de superar la frustración si los otros no te aprecian como tú quisieras?”). Expresión de emociones positivas (POS): Mide creencias sobre la capacidad de expresar emociones positivas (“¿Eres capaz de expresar felicidad cuando te sucede algo bueno?”).
Este instrumento ha sido utilizado con población adolescente en Italia, Estados Unidos, España y Bolivia, presentando índices de fiabilidad que oscilan entre 0,69 y 0,97. Se utilizó la versión en español adaptada por el grupo de investigación de la Universidad La Sapienza de Roma (Italia) para su implementación en Colombia con niños, niñas y adolescentes escolares. El índice de fiabilidad con alfa de Cronbach obtenido en este estudio fue de 0,901. La fiabilidad por subescalas osciló entre 0,84 y 0,86
Consideraciones éticas
En consideración a la Ley 1090 de 2006 y la Resolución 008430 de 1993, esta investigación obedece a los principios éticos de respeto, intimidad y dignidad, asegurando la confidencialidad y el anonimato de los participantes, tal y como se establece en los artículos 26 y 50. Es importante indicar que se contó con el aval de la Dirección de Protección del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) a nivel nacional y el del ICBF centro regional Manizales, además del asentimiento informado de los adolescentes participantes.
Procedimiento
La aplicación de los instrumentos se realizó de forma individual en las instalaciones de la institución operadora del servicio, Asociación Mundos Hermanos, y en algunos casos en los Hogares Sustitutos Tutores. Cada sesión tuvo una duración de una hora, con recesos de 10 minutos entre las pruebas.
Para el análisis se utilizó el paquete estadístico SPSS versión 22.0. Se realizó inicialmente un análisis de fiabilidad con alfa de Cronbach5, seguido de un análisis descriptivo univariado de medias y desviaciones estándar de los instrumentos aplicados. Seguidamente se efectuó un análisis comparativo por género utilizando la prueba T de Student6 para muestras independientes en aquellos casos en que las variables presentaban una distribución normal, y la prueba no paramétrica U de Mann-Whitney7 en los otros casos. El análisis de normalidad se practicó mediante la prueba Kolmogorov-Smirnov8. Posteriormente se llevó a cabo un análisis de correlación mediante el coeficiente R de Pearson9. Finalmente, se hizo un análisis de regresión lineal10 múltiple utilizando el método de introducción por pasos sucesivos.
Resultados
Análisis descriptivo de las tendencias prosociales, la empatía y la autoeficacia en la regulación emocional general y segmentada por género
En relación con las mediciones de las diferentes conductas prosociales, la Tabla 1 muestra que la tendencia prosocial de complacencia u obediencia presentó la media general más alta (M = 4,07; DE = 0,81) tanto en hombres (M = 4,3; DE = 0,74) como en mujeres (M = 4,11; DE = 4,07). Estos hallazgos indican que la ayuda a los demás está supeditada a aspectos que involucran complacer a otra persona. Tanto la tendencia prosocial emergencia como la altruista también presentaron puntuaciones altas. Un hallazgo importante es el bajo puntaje en la conducta prosocial pública (M = 2,51; DE = 0,89), lo cual indica que en los adolescentes estudiados, a pesar de tener diversas motivaciones prosociales, no es usual la ayuda en situaciones públicas o con un gran número de espectadores, y parece que hay una mayor tendencia a proceder de manera anónima.
En cuanto a las mediciones de los componentes cognitivos y afectivos de la empatía, las medias de toma de perspectiva y preocupación empática estuvieron más cerca la una de la otra. Por el contrario, se encontró una diferencia apreciable entre estas dos y la media de malestar personal. La toma de perspectiva y la preocupación empática hacen referencia a los dos mecanismos implicados en cualquier respuesta empática: el cognitivo y el afectivo. La puntuación de preocupación empática (M = 3,55; DE = 0,87) muestra una mayor tendencia a asumir respuestas mediadas por mecanismos emocionales o afectivos. A pesar de que las mujeres presentaron puntuaciones más altas en los diferentes componentes de la empatía en comparación con los hombres, las diferencias no son estadísticamente significativas (p < 0,05). (Tabla 1).
En la medición del instrumento de autoeficacia para la regulación emocional, se registró una media más alta en la expresión de emociones positivas (M = 3,7) en comparación con el manejo de emociones negativas (M = 3,2), lo cual muestra una mayor autoeficacia para expresar emociones de alegría, gusto o satisfacción por algo; mientras que la capacidad para modular y regular las emociones negativas, como la rabia, la ansiedad, el estrés o la tristeza, fue mucho menor. En términos generales, no se identificaron diferencias estadísticamente significativas (p < 0,05) en hombres y mujeres en función de las variables estudiadas (Tabla 1).
Nota: CPG = Conducta prosocial global; CPP = Comportamiento prosocial público; CPA = Comportamiento prosocial anónimo; CPEm = Comportamiento prosocial emergencia; CPE = Comportamiento prosocial emocional; CPC = Comportamiento prosocial complacencia; CPAlt = Comportamiento prosocial altruista; TP = Toma de perspectiva; PE = Preocupación empática; MP = Malestar personal; MEN = Manejo de emociones negativas; EEP = Expresión de emociones positivas; T = Estadístico de prueba T de Student; U = Estadístico de prueba U de Mann-Whitney; p = Significancia estadística
Relaciones entre los diversos tipos de conductas prosociales en adolescentes desvinculados de grupos armados ilegales
La conducta prosocial altruista se correlaciona de manera negativa con la conducta prosocial pública (r = -0,346; p = 0,42), lo cual refleja que las conductas altruistas de los adolescentes desvinculados no se presentan en situaciones en las que son observados. Por el contrario, se encontró una correlación estadísticamente significativa y positiva entre la conducta prosocial anónima con la conducta prosocial en situaciones de crisis o emergencia (r = 0,437; p = 0,009) y más fuerte aún con la conducta prosocial emocional (r = 0,639; p < 0,001), lo cual significa, en coherencia con el primer hallazgo, que las conductas de ayuda motivadas emocionalmente o en contextos de emergencia se asumen de manera anónima. Además, la conducta prosocial pública no presentó correlaciones importantes con ninguna otra variable. (Tabla 2).
De otro lado, la conducta prosocial de obediencia o complacencia presentó correlaciones fuertes con la conducta prosocial emocional (r = 0,491; p = 0,003) y de emergencia (r = 0.511; p = 0,002), lo cual muestra dos aspectos importantes: el primero, que la prosocialidad asociada a la obediencia o complacencia a otra persona, sea una figura de autoridad o un compañero, está relacionada con factores emocionales; y, segundo, que las respuestas prosociales en situaciones de emergencia o riesgo vital, comunes dentro de los grupos armados o en contextos de riesgo, se relacionan con mayor fuerza con la complacencia (r = 0,511; p = 0,002) y sobre todo con factores emocionalmente evocadores (r = 0,636; p < 0,001). (Tabla 2).
En términos generales, estos hallazgos muestran que los factores emocionales, especialmente en situaciones de emergencia, obediencia o complacencia a otras personas están relacionados con las expresiones prosociales que presentan los adolescentes desvinculados de grupos armados que hicieron parte de este estudio.
** La correlación es significativa en el nivel 0,01 (bilateral).
* La correlación es significativa en el nivel 0,05 (bilateral).
Nota: CPG = Conducta prosocial global; CPP = Comportamiento prosocial público; CPA = Comportamiento prosocial anónimo; CPEm = Comportamiento prosocial emergencia; CPE = Comportamiento prosocial emocional; CPC = Comportamiento prosocial complacencia; CPAlt = comportamiento prosocial altruista.
Conductas prosociales y su relación con la empatía y la autoeficacia en la regulación emocional
En lo que respecta a las conductas prosociales y las dimensiones de la empatía, la tendencia prosocial anónima se correlaciona de manera directa y significativa con la toma de perspectiva (r = 0,629; p < 0,001) y la preocupación empática (r = 0,425; p = 0,011). La tendencia prosocial por obediencia o complacencia se correlaciona de manera positiva con preocupación empática (r = 0,519; p = 0,001). Las correlaciones son directas y significativas entre la tendencia prosocial emergencia y toma de perspectiva (r = 0,402; p = 0,017), preocupación empática (r = 0,748; p < 0,001) y malestar personal (r = 0,377; p = 0,027). Finalmente, la tendencia prosocial emocional se correlaciona de manera positiva y significativa con la toma de perspectiva (r = 0,560; p < 0,001) y preocupación empática (r = 0,582; p = 0,001). En términos generales, la variable de malestar personal es la que menos se correlaciona con las conductas prosociales en esta población, y su única correlación con emergencia es la de menos significancia estadística (Tabla 3).
* La correlación es significativa en el nivel 0,05 (2 colas).
** La correlación es significativa en el nivel 0,01 (2 colas).
Nota: CPG = Conducta prosocial global; CPP = Comportamiento prosocial público; CPA = Comportamiento prosocial anónimo; CPEm = Comportamiento prosocial emergencia; CPE = Comportamiento prosocial emocional; CPC = Comportamiento prosocial complacencia; CPAlt = Comportamiento prosocial altruista; TP = Toma de perspectiva; PE = Preocupación empática; MP = Malestar personal; MEN = Manejo de emociones negativas; EEP = Expresión de emociones positivas.
En cuanto a la autoeficacia para la expresión de emociones positivas, presenta una correlación significativa y positiva con la conducta prosocial anónima (r = 0,354; p = 0,037), emocional (r = 0,439; p = 0,008) y más específicamente con la conducta prosocial emergencia (r = 0,499; p = 0,002). El manejo de emociones negativas presenta correlaciones fuertes con la conducta prosocial emergencia (r = 0,352; p = 0,038), emocional (r = 0,411; p = 0,014), altruista (r = 0,432; p = 0,010) y anónima (r = 0,531; p = 0,001), la cual fue la de mayor significancia estadística. La variable de conducta prosocial global muestra correlaciones estadísticamente significativas (p < 0,001) con las variables de autoeficacia y empatía, excepto con el malestar personal (r = 0,098; p = 0,576) (Tabla 3).
Factores cognitivoemocionales con mayor poder predictor sobre las distintas tendencias prosociales
La Tabla 4 muestra los resultados del análisis de regresión lineal múltiple, con el fin de detectar los factores con mayor efecto predictor sobre las diferentes conductas prosociales en los adolescentes estudiados, siendo las diferentes tendencias prosociales las variables dependientes, y la empatía (dimensiones cognitivas y emocionales), el manejo de emociones negativas y la expresión de emociones positivas las variables predictoras.
La empatía, fundamentalmente en su componente emocional, explica el 74% de la varianza de la conducta prosocial ( R2 = 0,744), F (1,33) = 41.250; p < 0,001. La preocupación empática β = 0,745; p < 0,001; 95% IC [0,36-0,648] mostró efectos en la conducta prosocial global. Añadido a esto, la preocupación empática aparece como variable predictora de la tendencia prosocial emocional, la cual explica el 58% de la varianza ( R2 = 0,582); F (1,33) = 16.877; p < 0,001, al igual que de la tendencia prosocial por complacencia, con una varianza del 52% ( R2 = 0,519); F (1,33) = 12.163; p = 0,001. Este hallazgo muestra que la dimensión afectiva de la empatía (preocupación empática) tiene poder predictor en las conductas que tienen la intención de ayudar bajo situaciones emocionalmente evocadoras β = 0,582; p < 0,001; 95% IC [0,331-0,981], y en situaciones que implica complacer u obedecer a los demás β = 0,519; p = 0,001; 95% IC [0,199-0,758].
Los puntajes de la tendencia prosocial emergencia fueron regresados considerando los componentes afectivos de la empatía. Estos dos predictores explican el 79% de la varianza de esta tendencia prosocial ( R2 = 0,792); F (2,32) = 26.890; p < 0,001. Tanto la preocupación empática, β = 0,705; p < 0,001; 95% IC [0,561-1,078], como el malestar personal β = 0,264; p = 0,022; 95% IC [0,049-0,576], mostraron efectos en los puntajes de esta tendencia prosocial.
De otro lado, la toma de perspectiva explica el 63% de la varianza de la tendencia prosocial anónima ( R2 = 0,629); F (1,33) = 21.639; p < 0,001. Finalmente, el manejo de emociones negativas β = 0,432; p = 0,010; 95% IC [0,192-1.279] explica el 43% de la varianza de la conducta prosocial altruista ( R2 = 0,432); F (1,33) = 7.575; p = 0,010.
Discusión y conclusiones
El objeto del presente estudio fue analizar la relación de las conductas prosociales con la empatía y la autoeficacia en la regulación del afecto en adolescentes desvinculados de grupos armados ilegales pertenecientes a la modalidad Hogar Sustituto Tutor del ICBF en Manizales, Colombia. Se demostró que las variables de estudio presentan relaciones altamente significativas en sentido positivo. De igual manera, los componentes afectivos presentaron un mayor efecto predictor de las conductas prosociales en los adolescentes desvinculados de grupos armados, que están en medidas de protección en Hogares Sustitutos Tutores, lo cual da un soporte empírico a la idea de que la empatía y la autoeficacia en la regulación del afecto se relacionan de manera positiva con la prosocialidad.
De acuerdo a la relación entre las diversas tendencias prosociales, se concluye que los factores emocionales y las situaciones de emergencia juegan un papel preponderante en la conducta social positiva en los adolescentes estudiados. Adicionalmente, se encontró una mayor incidencia y relación de las conductas anónimas sobre las públicas con la conducta prosocial anónima y emergencia, lo cual no se da con el altruismo. De acuerdo a esto, la conducta altruista tiene una única relación de signo negativo con la conducta pública, lo cual indica que las conductas de ayuda en presencia de espectadores pueden estar más asociada al reconocimiento social que a un razonamiento moral prosocial. Sin embargo, la capacidad para manejar emociones negativas es un factor predictor del altruismo que, en el caso de los adolescentes estudiados, es el factor emocional con menor puntaje, lo cual es coherente con diversos estudios (Blom y Pereda, 2009; Chrobok y Akutu, 2008; Springer, 2012; ICBF, OIM y Unicef, 2014) que consideran que los niños, niñas y adolescentes que han sido expuestos a las violencias y la guerra desarrollan sentimientos de culpa, rabia, tristeza y ansiedad, que difícilmente pueden regular en la vida cotidiana.
En términos generales, estos hallazgos muestran que los factores emocionales, especialmente en situaciones de emergencia, obediencia o complacencia, están relacionados con las expresiones prosociales que presentan los adolescentes desvinculados de grupos armados que hicieron parte de este estudio. De acuerdo con Batson y Powell (2003), la conducta prosocial no debe entenderse únicamente como el resultado de una motivación altruista, dado que factores motivacionales colectivistas pueden jugar un papel fundamental en las conductas de ayuda en el sentido de que la pertenencia a un grupo específico y el grado de identificación e influencia entre sus miembros determinan la disposición de ayuda, lo cual no significa que la conducta prosocial esté mediada necesariamente por una motivación moral altruista.
A pesar de la escasez, por no decir ausencia, de estudios sobre prosocialidad con niños, niñas y adolescentes que han vivido experiencias bélicas, se han puesto en diálogo los resultados de este estudio con diversos autores (Springer, 2012; Moreno & Moncayo, 2015; Rethmann, 2010; Carmona, 2013; Lugo, 2017; Ospina-Alvarado, Alvarado, Carmona & Arroyo, 2018) que exponen las vinculaciones, dinámicas y relaciones de los adolescentes dentro de los grupo armados, de tal manera que estos hallazgos se puedan analizar de manera contextualizada.
De acuerdo a estos referentes, se ha considerado que la tendencia prosocial por complacer a los demás está relacionada con procesos de instrumentalización moral basados en jerarquías y modelos de autoridad dentro de los grupos armados, lo cual puede significar que la complacencia está vinculada con la tendencia emocional y factores afectivos en la medida que se construyen vínculos importantes con estas figuras, sea con miembros de los grupos armados o personas que acompañan sus procesos de reincorporación a la vida civil, por ejemplo madres sustitutas tutoras, equipos psicosociales, entre otros. Bajo esta misma lógica, las correlaciones de la conducta prosocial emergencia con las diversas tendencias prosociales y dimensiones de la empatía se pueden considerar como el resultado de respuestas comportamentales de protección ante situaciones de crisis vital, por ejemplo experiencias de confrontación armada (Gómez y Narváez, 2017, 2018; Gómez, 2017; Carmona, 2013; Ospina-Alvarado et al., 2018).
Si bien la exposición de niños, niñas y adolescente a experiencias de guerra es potencialmente traumática (Blom & Pereda, 2009), también implica respuestas de protección ante el peligro, lo cual involucra comportamientos prosociales por parte de los adolescentes a su grupo de pertenencia, y dicho patrón de ayuda puede aparecer en otros contextos en los cuales puedan ser considerados peligrosos (Moreno & Moncayo, 2015; Lugo, 2017; Lugo & Gilligan, 2018; Springer, 2012), lo cual puede explicar las correlaciones tan significativas entre la tendencia prosocial emergencia con la tendencia prosocial emocional y de complacencia, y el valor predictor que tienen los factores emocionales sobre la prosocialidad.
Estos hallazgos son coherentes con las relaciones encontradas entre la conducta prosocial emergencia y obediencia con la dimensión de preocupación empática, lo cual indica, como se ha venido expresando, que son los factores emocionales los que mayor relación tienen con estas dos tendencias, de modo que los datos indican que los adolescentes tienden a experimentar un estado emocional coherente con la situación y estado psicológico de la otra persona en situaciones de emergencia. En este sentido, de las variables evaluadas, la empatía en su componente emocional (preocupación empática) más que el cognitivo (toma de perspectiva) es la que aparece como variable de mayor correlación y predicción en la tendencia prosocial complacencia y emergencia.
A pesar de que la dimensión empática con mayor puntaje es de tipo afectivo (preocupación empática), el nivel de malestar personal tiene el puntaje más bajo, recordando que esta subescala mide los sentimientos personales de ansiedad e incomodidad que surgen de la observación de la experiencia negativa de otra persona. Este hallazgo, sumado a los análisis de correlación y regresión, parece indicar que existen mecanismos de desensibilización o habituación ante la observación de la experiencia negativa de otras personas, posiblemente ligados a la experiencia en los grupos armados, a pesar de la presencia de respuestas empáticas de tipo afectivo. Diversos estudios (Blom & Pereda, 2009; Williamson, 2006; Chrobok & Akutu, 2008; Springer, 2012; Baita, 2015; ICBF, OIM & Unicef, 2014) han indicado que la larga exposición a eventos potencialmente traumáticos a nivel interpersonal genera estos procesos de desensibilización y habituación a experiencias violentas, entre otras muchas consecuencias en términos psicológicos.
De lo anterior, es coherente que el malestar personal presenta una relación y efecto predictor de baja significancia sobre la tendencia prosocial de emergencia en la medida que la exposición a situaciones o eventos de crisis posibilita la desensibilización o habituación a tales experiencias. El hecho de que exista un componente afectivo sobresaliente en las respuestas empáticas y un bajo nivel de afectación ante la observación de la experiencia negativa de la otra persona requiere nuevas aproximaciones investigativas.
En coherencia con lo anterior, la capacidad de expresión de emociones positivas (alegría, satisfacción, orgulloso, placer) y el manejo de emociones negativas (miedo, rabia, ansiedad o tristeza) son dos factores que influyen en la conducta de ayuda, de modo que la capacidad de autorregulación, control y expresión sobre las propias experiencias y emociones juega un papel fundamental en la conducta social positiva y puede, por consiguiente, ser un factor de protección en los procesos de reincorporación a la vida civil.
Los resultados del estudio muestran un mayor puntaje en la expresión de emociones positivas en comparación con el manejo de emociones negativas, lo cual puede estar relacionado con los factores psicológicos asociados a síntomas internalizantes (estrés postraumático, ansiedad, depresión) y externalizantes (problemas de conducta, consumo de sustancias psicoactivas) reportados en diversos estudios sobre los efectos de la guerra en el aspecto psicológico en niños y adolescentes (Blom & Pereda, 2009; Williamson, 2006; Chrobok & Akutu, 2008; ICBF et al., 2014). En este sentido, las dificultades para regular estados afectivos desagradables o perturbadores están relacionadas con los efectos de la exposición a la guerra.
Diversos estudios y reportes (Lugo, 2017, 2018; Carmona, 2013; Carmona, Moreno & Tobón, 2012; ICBF, OIM, Unicef, 2014; Defensoría del Pueblo, 2006; CNMH, 2017) evidencian que en muchos casos la vinculación de niños, niñas y adolescentes a los grupos armados ilegales está supeditada a factores identificatorios e ideológicos asociados a la vida militar, el sometimiento moral, la búsqueda de oportunidades, el reconocimiento social y la herencia simbólica de tener miembros de la familia en los grupos armados. Asimismo, la legitimación de la violencia a nivel familiar, prácticas de crianza basadas en el maltrato, condiciones de precariedad psicosocial, económica y política van generando condiciones propicias para el reclutamiento ilícito de niños(as) y adolescentes por parte de los grupos armados (Fajardo, 2015; Valencia-Suescún, Ramírez, Fajardo, & Ospina-Alvarado, 2015; Springer, 2012, Carmona, & Tobón, 2011; Lugo, 2018; Álvarez-Correa y Aguirre, 2002 Carmona, 2013).
Sumado a lo anterior, diversos estudios (Blom & Peredad, 2009; Machel, 1996; Sarmiento, 2016; Hewitt, Gantiva, Vera, Cuervo, Hernández, Juárez & Parada, 2014; Pérez-Olmos, Fernández-Piñeres & Rodado-Fuentes, 2005; Masten & Narayan, 2012) han establecido que la exposición sistemática de niños, niñas y adolescentes a eventos violentos y potencialmente traumáticos dentro de los grupos armados afecta de manera directa su desarrollo psicológico y relacional, generando las condiciones en las cuales el trauma psicosocial, el sufrimiento psíquico, la rabia, el miedo, la hostilidad y la pérdida de la confianza emergen en los procesos de acompañamiento y reintegración mediados institucionalmente.
Los niños(as) y adolescentes, al ser ubicados con familias sustitutas tutoras en zonas urbanas, generan una sensación de desarraigo ante la pérdida del entramado comunitario y los grupos de referencia psicosocial, lo que resulta ser un cambio confrontador y difícil de manera en los procesos de reintegración. Estas trasformaciones se perciben como una realidad dicotómica y disonante, en la cual está la guerra como escenario de supervivencia y la institucionalidad como contexto emergente de adaptación.
En vista de este panorama, es apenas esperado que se desarrollen problemáticas relacionadas con la regulación emocional y la autoeficacia para manejar emociones negativas, tales como rabia, culpa, tristeza, ansiedad, entre otras, en los procesos de reintegración a la vida civil, lo cual no significa incapacidad para adoptar acciones orientadas a la prosocialidad o generar procesos de remodelamiento social en contextos de protección y cuidado. Desde un punto de vista generativo, la noción de trauma no debe entenderse como el resultado de experiencias individualizantes que deban ser diagnosticadas bajo parámetros de normalidad o anormalidad, sino que, por el contrario, los determinantes del trauma están asociados a las rupturas de los vínculos con el otro y los contextos sociales de referencia, sea a nivel familiar o comunitario, y a fracturas afectivas que consecuentemente llevan a la ineludible pérdida de confianza en el otro y el malestar psicológico.
En este sentido, la recuperación y conformación de vínculos y relaciones interpersonales orientadas a la solidaridad y protección en los procesos de reintegración a la vida civil mediados por familias sustitutas tutoras, equipos psicosociales y demás agentes sociales e institucionales son también promotores de agencia y cambio. Además, ofrecen posibilidades para el desarrollo de potenciales prosociales coherentes con el lazo social, la regulación del afecto, la recuperación de la confianza, la expresión empática y la construcción de lazos con lo social y la ciudadanía sin la instrumentalización ideológica a la cual fueron sometidos en los grupos armados.
A pesar de todas estas afectaciones, vulnerabilidad y barreras multidimensionales para pensar la prosocialidad en esta población, los hallazgos encontrados y la discusión realizada evidencian una serie de tendencias y expresiones orientadas a la prosocialidad, la ayuda, la solidaridad y el reconocimiento de la experiencia del otro, que en el marco de esta investigación son potenciales que se deben visibilizar en los procesos de construcción de paz y ciudadanía.
Estos hallazgos invitan a generar lecturas basadas en el potencial humano que apuesten a las posibilidades de transformación social y el desarrollo de condiciones de vida prosocial en esta población, a pesar de las complejidades del entramado social y los determinismos psicológicos. Así como lo plantea Gómez (2017), la tarea fundamental para las ciencias sociales y las políticas de reintegración a niños(as) y adolescentes de vinculados de grupos armados, es:
El ejercicio de transformar la figura a veces de combatiente, huérfano o víctima, en que se halla la constitución discursiva e identitaria del niño, niña o adolescente, a la figura del ciudadano, aquel que trasciende la relación instrumental al vínculo prosocial, la personalidad adaptativa en busca de la supervivencia a una estructuración del yo que integre y reconozca su emocionalidad y su accionar en el mundo, recupere la confianza en el otro como fundamento de la prosocialidad y reconozca la otredad como elemento ético y ciudadano (p. 1505).
Finalmente, se discuten los resultados de este estudio con el estado de la investigación actual en prosocialidad con niños(as) y adolescentes, reconociendo que la particularidad de la población de este estudio y de la experiencia vivida en el conflicto armado difiere de las condiciones en las que se ha desarrollado gran parte de la investigación empírica en prosocialidad. Lo encontrado en este estudio en términos de conductas prosociales, empatía y autorregulación es coherente con diversos estudios a nivel nacional (Gutiérrez San Martín et al., 2011; Guevara et al., 2016; Redondo et al., 2015; Gómez, 2019) e internacional (Richaud de Minzi, 2014; Fernández-Pinto et al., 2008; Mestre, Frías y Samper, 2004; Mestre et al., 2002; Richaud de Minzi y Mesurado, 2016; Eisenberg et al., 2004; Eisenberg, Valiente, & Champion, 2004), que establecen una relación positiva entre la conducta prosocial, la empatía y la capacidad de control sobre las emociones, y destacan el valor predictor del componente afectivo sobre el cognitivo, lo cual indica que los estados emocionales inciden en el comportamiento prosocial.
Se puede concluir que la capacidad de autogobernabilidad y autoeficacia en la regulación de las emociones juega un papel preponderante en la estimulación y desarrollo de conductas prosociales en los procesos de atención mediados institucionalmente y de reincorporación a la vida civil (Gómez, 2017; Gómez y Narváez, 2017), dado que tanto la regulación del afecto negativo como la confianza y la empatía se ven afectadas por la exposición a diversos hechos victimizantes dentro de los grupos armados.
De acuerdo con lo anterior, diversos los estudios (Caprara et al., 2005; Caprara et al., 2012; Richaud de Minzi, 2014; Eisenberg et al., 2004; Mestre et al., 2002; Mestre, Samper, Tur, Cortez y Nácher, 2006; Samper, 2014; Pastorelli 2015, 2017; Carlo et al., 2010; Caprara et al., 2008; Bandura et al., 2003), plantean que, las conductas prosociales requieren de factores psicológicos relacionados con la capacidad autorregulatoria de emociones negativas, creencias de autoeficacia, confianza en el otro, empatía, entre otros. Sin embargo, por situaciones relacionadas con la experiencia previa al proceso de desvinculación de grupos armados y el posterior proceso de adaptación a las modalidades de protección institucional, dichos factores se ven afectados.
Al respecto, el estudio del ICBF et al. (2014) muestra que en la población desvinculada “predominan sentimientos negativos como el disgusto, la ira, la culpa, el miedo y la insatisfacción, indicando un malestar subjetivo caracterizado por el afecto negativo” (p. 97), lo cual evidencia la necesidad de generar estrategias de estimulación prosocial orientadas a la autoeficacia para la regulación del afecto negativo en los procesos de atención institucional.
De otro lado, factores como la personalidad, la crianza y la socialización han mostrado una incidencia significativa en el desarrollo de conductas prosociales en la infancia y la adolescencia.
Diversos estudios han encontrado que de las dimensiones de la personalidad consideradas en el Big Five, la amabilidad es la que presenta una mayor relación con las expresiones de ayuda, empatía y solidaridad hacia los demás (Graziano et al., 2007; Tobin, Graziano, Vanman & Tassinary, 2000). Para Xie et al. (2016), la amabilidad está asociada a la ayuda, el autocontrol, la cooperación y la tendencia a sacrificar los propios intereses a favor de los demás. Para los autores, una baja tendencia a la amabilidad se relaciona con la agresividad. Por el contrario, una alta amabilidad se relaciona con la empatía y la prosocialidad. Otros estudios (Zhao, Ferguson & Smillie, 2016; Ward & King, 2018) han encontrado que la amabilidad es un fuerte predictor de la empatía, específicamente la preocupación empática y la toma de perspectiva.
De igual manera, la crianza y los procesos asociados al cuidado parental son fundamentales en el modelamiento de conductas prosociales en la infancia y la adolescencia, siendo un factor de gran relevancia no solo en lo que tiene que ver con las familias biológicas de los niños, niñas y adolescentes de vinculados de grupos armados, sino también con los procesos de acompañamiento parental por parte de los hogares sustitutos tutores.
En este sentido, los estudios realizados por Davis & Carlo (2018), Davis et al. (2017), Llorca, Richaud de Minzi & Malonda (2017), Gómez y Narváez (2018, 2019) coinciden en que un contexto de seguridad, calidez y apoyo por parte de las figuras de cuidado es fundamental para el desarrollo y expresión de conductas prosociales en niños y adolescentes. Por el contrario, las prácticas de cuidado rígidas, autoritarias y negligentes están asociadas a la agresividad, el desajuste psicológico y los problemas de comportamiento (Carlo, Samper, Malonda, Tur-Porcar & Davis, 2016).
Lo cierto es que a pesar de la evidencia empírica acumulada en cuanto a los factores psicosociales, familiares y de personalidad asociados al desarrollo prosocial en la niñez y la adolescencia, es necesario generar nuevas comprensiones y lecturas generativas en torno a la prosocialidad en contextos de violencia social. Así lo plantea Gómez (2019).
A pesar de los procesos de trasformación social que está viviendo Colombia en términos de construcción de paz y reconciliación, aún no hay desarrollos metodológicos e investigativos en torno a las posibilidades de considerar la prosocialidad como un campo articulado de investigación e intervención psicosocial y educativa que aporte a los procesos de reintegración social de niños, niñas y adolescentes que han sido desvinculados de grupos armados ilegales o que han vivido condiciones de vulnerabilidad psicosocial relacionadas con las violencias sociales, institucionales y familiares (p. 206).
Lo anterior reitera la necesidad de establecer futuros estudios mucho más sensibles en cuanto a los factores contextuales y psicosociales que promueven o inhiben las expresiones prosociales en los niños, niñas y adolescentes que están en procesos de reintegración a la vida civil, lo que evidentemente aportaría de manera importante a los procesos de acompañamiento psicosocial y familiar.
Estos resultados y la discusión planteada con otros estudios muestran la importancia, en primer lugar, de incluir estrategias de estimulación prosocial en los programas especializados de atención a víctimas del conflicto armado que están bajo medidas de protección del ICBF y procesos de recuperación de la confianza básica como factor precursor de la empatía, la autorregulación emocional y los procesos de adaptación social. Añadido a esto, se considera importante incluir estrategias de apoyo orientadas a la gestión de emociones positivas y negativas, lo cual se traduce en una mayor habilidad para afrontar situaciones conflictivas de una manera más adaptativa socialmente.
Al respecto, las posturas del aprendizaje social de Bandura (1987, citado por Gómez y Narváez, 2018) resaltan la importancia del modelado de conductas empáticas y prosocia les por parte de las figuras de cuidado parental en el aprendizaje de conductas prosociales. El hecho de encontrar diversas maneras en que se expresa la prosocialidad en los adolescentes de los Hogares Sustitutos Tutores del ICBF rescata y valida la importancia de la educación, acompañamiento y condiciones de acogida con que cuentan allí.
Diversos estudios (Bandura, 1987, 2001; Richaud de Minzi, 2009; Gómez, 2017; Correa, 2017; Richaud de Minzi & Mesurado, 2016; Mestre et al., 2006) evidencian de manera consistente que la estimulación y promoción de habilidades orientadas a la convivencia, la confianza en el otro, la empatía, el reconocimiento de emociones y la configuración de criterios éticos de cooperación y solidaridad favorecen el desarrollo de la prosocialidad y reducen el malestar psicológico, además de ser factores protectores en contra de la agresividad y la violencia en la niñez y la adolescencia, motivo por el cual, en el marco de este estudio, se considera que la prosocialidad no es estática ni enteramente disposicional; por el contrario, es educable y estimulable mediante procesos de aprendizaje y remodelamiento social basados en criterios éticos, afectivos y cognitivos en contextos sociales protectores, como lo pueden ser los hogares sustitutos tutores, la escuela, los equipos psicosociales y las redes comunitarias, los cuales pueden posibilitar procesos de atención integral para la superación del malestar emocional y la reintegración a la vida civil en niños, niñas y adolescentes que han sido desvinculados de grupos armados.
Al respecto, el estudio realizado por Haroz, Murray, Bolton, Betancourt & Bass (2013) con 102 adolescentes sobrevivientes de guerra y desplazamiento en el norte de Uganda, el único estudio empírico que se ha encontrado que relaciona la prosocialidad con menores de edad víctimas de guerra, muestra, en coherencia con la discusión planteada, que las conductas prosociales incidieron en la mejoría de síntomas de ansiedad y depresión en la población estudiada, lo cual da a entender que la prosocialidad está asociada con una mayor capacidad de recuperación en adolescentes que han sido expuestos a eventos de guerra.
Lo planteado hasta el momento evidencia la importancia de articular la investigación y la intervención social para promover otras miradas y apuestas metodológicas y epistemológicas a favor de la prosocialidad como eje fundamental del desarrollo humano y social tanto para las ciencias sociales como para las políticas de reintegración y las apuestas de paz en Colombia.
Limitaciones de este estudio
Este trabajo presenta varias limitaciones, una de ellas es que es un estudio transversal y no longitudinal. Para próximas investigaciones se recomienda corroborar los hallazgos mediante estudios de seguimiento longitudinal. A pesar de que la muestra utilizada fue a disponibilidad, es importante establecer futuros estudios con muestras más representativas.