Introducción
La violencia sexual es considerada una de las problemáticas más graves que deben enfrentar los Estados, tanto por la necesidad de garantizar accesoa la justicia protegiendo los derechos humanos del (la) afectado(a) y del (la) agresor(a), como por las consecuencias en la salud sexual, reproductiva y mental en la víctima (Comisión Interamericana de Derechos Humanos, 2011; Organización Panamericana de Salud(OPS), 2003). Es una problemática mundial, pues todos los países reportan violencia sexual en algún porcentaje, la que sufren principalmente mujeres y otros grupos vulnerables como niños, niñas, adolescentes y personas con discapacidad (OPS, 2003). Según datos de la Organización Mundial de la Salud, el 30 % de las mujeres mayores de 15 años experimenta violencia física y sexual por parte de sus parejas, frente al 7,2 % que han sido violentadas sexualmente fuera del contexto de pareja. Cifra que se eleva al 10,7 % en Latinoamérica y el Caribe (García-Moreno et al., 2013). Estos datos revelan que, a diferencia de la creencia general, la mayor proporción de violencia sexual sucede al interior de la pareja.
En Colombia, el Grupo Centro de Referencia Nacional sobre Violencia del Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses (INMLCF) reportó 26.065 exámenes médico-legales por presuntos casos de delitos sexuales durante el año 2018, lo que correspondió a un aumento de 2.267 casos con respecto al año 2017 (INMLCF, 2019). Según las estadísticas del Ministerio Público de Chile (2019) entre enero y septiembre del 2019 se registraron 26.577 víctimas ingresadas por delitos sexuales. Una encuesta realizada en Chile a estudiantes universitarios muestra que la tasa de victimización en las mujeres llega al 52 % y en hombres al 48 % (Schuster et al., 2016). En Argentina según la Unidad Fiscal Especializada en Violencia contra las Mujeres, del Ministerio Público Fiscal (2019), durante el 2018 las denuncias presentadas por delitos sexuales alcanzaron 16.974 víctimas en todo el país.
Debido a las graves consecuencias que genera la violencia sexual social e individualmente (Elliot et al., 2004; Kaukinen & DeMaris, 2005), el estudio de esta problemática ha tomado relevancia en las últimas décadas, transformándose en un tema de interés tanto para los académicos, como para otros grupos sociales (Contreras et al., 2016; Romero-Sánchez, 2012).
Dentro de las áreas de estudios que han ayudado a visibilizar este tipo de violencia encontramos: las teorías feministas que exponen, problematizan y cuestionan los discursos hegemónicos y dominantes presentes en las narrativas sociales, los que promueven estereotipos de víctimas y victimarios que sesgan y justifican la violencia sexual y de género (Millares, 2020; Payne et al., 1999); la criminología que busca generar evidencia de las características sociales e individuales de los agresores y las posibles causas que llevan a los sujetos a cometer actos que atentan contra las libertades individuales; y la victimología que ha relevado los procesos de victimización y las consecuencias a corto y largo plazo en las personas y grupos que han sido expuestos a los distintos tipos de violencia (Da Silva et al., 2018; Fattah, 2014).
Una de las conceptualizaciones que intentan explicar cómo se legitima y valida la violencia sexual son las creencias erróneas respecto de la atribución de responsabilidad de la víctima y la culpabilidad del agresor frente a un hecho de agresión sexual; estas creencias son conocidas como mitos de violación (Burt, 1980; Payne et al., 1999). El primer acercamiento al concepto de mitos de violación fue durante la década de los setenta. Los mitos de violación se definen como actitudes y creencias culturalmente arraigadas, falsas, amplias y persistentes, que tienen como función justificar, negar o trivializar las agresiones sexuales que los hombres cometen en contra de las mujeres (Grubb & Turner, 2012; Javaid, 2015; Maxwell & Scott, 2014).
El papel que desempeñan estas creencias resulta relevante para explicar la respuesta social frente a la violencia sexual y cómo esta influye en las atribuciones de responsabilidad del agresor y la víctima (Hine & Murphy, 2018); la comprensión del comportamiento de los victimarios, y conocer la etiología de los actos de agresión sexual (Debowska et al., 2016); y entender la reacción de la víctima con relación a su estado emocional y cómo estas creencias afectan la decisión de realizar una denuncia (Wilson et al., 2017).
Con base en la evidencia acumulada, los mitos de violación pueden ser agrupados en cuatro tipos generales (Gerger et al., 2007; Payne et al., 1999): (a) culpar a la víctima; se soporta en la idea de que la mujer tiene deseos inconscientes de ser violada, lo cual se manifiesta en apariencia y conductas provocadoras; (b) incredulidad en las denuncias de violación; se centran en creencias de que las víctimas de violación exageran lo ocurrido, que las acusaciones son falsas y que lo que se busca con la denuncia son ganancias secundarias; (c) mitos que exoneran al perpetrador; afirman que los hombres tienen mayor deseo sexual, que es incontrolable, y la idea de que los violadores tienen deseos sexuales excesivos, y (d) la creencia de que solo algunos tipos de mujeres son violadas; por ejemplo, las mujeres que se visten con ropa provocativa, las que se exponen asistiendo a ciertos lugares.
Entre los mitos más estudiados que se asocian al último grupo encontramos el consumo de alcohol y la vestimenta de la víctima. Estos mitos específicos muestran tener gran valor predictivo con respecto a la aceptación de los mitos de violación. Además, estos mitos son los que ejercen un efecto directo en la atribución de responsabilidad de la víctima y la disminución de culpabilidad del agresor (Romero-Sánchez et al., 2017; Süssenbach et al., 2015; Venema, 2016). Si bien se registran algunos estudios teóricos y sistematizaciones que dan cuenta de las relaciones de los mitos de violación con variables psicosociales, hasta la fecha ningún artículo ha hecho una revisión que sintetice y agrupe de manera sistemática todas las investigaciones empíricas que han involucrado la aceptación de mitos de violación (Grubb & Turner, 2012; Javaid, 2015; Maxwell & Scott, 2014). El objetivo del presente estudio teórico es efectuar una revisión sistemática de las investigaciones empíricas existentes hasta la fecha que han estudiado el constructo mitos de violación y las relaciones con otras variables entre los años 2009 y 2019.
Método
Procedimiento y estrategias de búsqueda
Se realizó una revisión sistemática de la literatura siguiendo los lineamientos y recomendaciones de la declaración Prisma (Liberati et al., 2009). Se configuró la búsqueda de artículos publicados entre los años 2009 y 2019 consultando seis bases de datos (n = 733; ProQuest = 122, Web of Science = 223, Scopus = 91, PsycINFO = 50, EBSCOhost = 98, JSTOR = 149). La búsqueda de artículos se limitó a estudios en inglés y español utilizando las palabras clave “aceptación de mitos de violación” y “rape myth acceptance”. La indagación se acotó a las siguientes áreas de investigación: social psychology; social sciences y social behavior. Se incluyeron solo artículos que aportasen datos empíricos, descartando trabajos teóricos sobre mitos de violación.
Selección de los estudios
Los estudios se seleccionaron por etapas (véase Figura 1). Primero, se compilaron todos los artículos recolectados en las bases de datos antes señaladas (n = 738). Segundo, se leyeron los títulos y se eliminaron todos los artículos duplicados (n = 220). Tercero, se procedió a la lectura de títulos, resúmenes, palabras clave e instrumentos utilizados en cada artículo, eliminando los documentos que no cumplían con los criterios de inclusión, los que respondían a estudios ejecutados con metodologías cualitativas y sin medidas cuantificables de los mitos de violación (n = 326). Finalmente, se llevó a cabo la lectura de los textos eliminando los artículos sobre estudios teóricos, instrumentales o que sus resultados no se centraban en la aceptación de mitos de violación (n = 96). Se puso especial atención a los estudios que desarrollaron intervenciones de prevención y educación en violencia sexual asociada a los mitos de violación.
Una vez finalizada la selección (n = 96), se procedió a la síntesis de resultados con el fin de comparar los diferentes estudios. Este procedimiento se efectuó por medio de la extracción de los siguientes datos: (a) autor(es) y año de publicación, (b) muestra(s), (c) país donde se desarrolló la investigación, (d) diseño de investigación, (e) instrumento de medida de aceptación de mitos de violación, (f) variables/manipulaciones incluidas en los estudios y (g) principales resultados.
Resultados
La presentación de los resultados se divide en dos secciones: (a) características descriptivas de los estudios y (b) resultados de la relación de los mitos de violación con otras variables.
Caracterización descriptiva de los estudios
La Tabla 1 muestra los porcentajes según algunas características de los 96 artículos incluidos en la síntesis.
En cuanto a los participantes, del total de estudios, participaron 122 muestras distintas. De ellas, el 66,4 % (n = 81) fueron universitarios, 17,2 % (n = 21) población general, 6,6 % (n = 8) agentes de policía y 9,8 % (n = 12) otros tipos de población (p. ej. prisioneros hombres, víctimas). Respecto al país donde se desarrollaron las investigaciones, de las 96 publicaciones, se identificaron a 17 países distintos en los estudios, siendo los más frecuentes Estados Unidos con un 63,4 % (n = 64), Reino Unido con un 13,9 % (n = 14), Alemania con un 4,9 % (n = 5), España con un 2,9 % (n = 3), India con un 2,9 % (n = 3) y otros países (p. ej. Canadá, Corea del Sur, Indonesia, Italia, Israel, Japón, México, Namibia, Polonia, Sudáfrica) con un 11,8 %, (n = 12), algunos estudios se ejecutaron en más de un país. Respecto a los tipos de diseños de los estudios, de los 96 artículos, 67 (68,6 %) fueron correlacionales, 22 (22,8 %) cuasiexperimentales, 5 (6 %) descriptivos y 2 (2,4 %) exploratorios.
Con relación a los instrumentos de medida de mitos de violación, del total de artículos revisados 42 utilizaron la escala de aceptación de mitos de violación de Illinois Irma (Payne et al.,1999), 17 la escala actualizada de aceptación del mito de la violación de Illinois UIRMA (McMahon & Farmer, 2011), 16 la escala de mitos de violación de Burt RMAS (Burt, 1980), 12 emplearon la escala de mitos modernos de violación AMMSA (Gerger et al., 2007), 4 la escala de aceptación de mitos de violación masculina MRMS (Melanson,1998), 8 usaron otros instrumentos, como el KRMAS-R (Oh & Neville, 2004); RMA de Ward (1988); AMV de Saldívar et al. (2004); mitos de violación de Burgess (2007) y SRS (Struckman Johnson & Struckman-Johnson, 1995). Por último, 4 aplicaron medidas creadas por los autores (Fox & Cook, 2011; Hockett et al., 2016; Thompson & Ortiz, 2016; Zinzow et al., 2018).
Las variables que se han relacionado con los mitos de violación con mayor frecuencia son aquellas vinculadas a contenidos ideológicos como: sexismo, autoritarismo de ala de derecha, dominancia social; y variables vinculadas a la sexualidad y género. Otras variables incluidas que también presentan alta presencia en los estudios son las relativas a constructos psicosociales (p. ej. actitud hacia la violencia sexual, actitud hacia la policía) y finalmente en menor medida las variables psicológicas individuales (p. ej. rasgos de personalidad, autoestima).
Del total de investigaciones cuatro implementaron intervenciones destinadas a la prevención de la violencia sexual, todas en Estados Unidos y con muestra de estudiantes. Dos de los estudios desarrollaron un programa de prevención de violación como curso dentro de un semestre académico, uno consideró un programa de educación en victimología y un último estudio realizó una intervención que estuvo enfocada en la lectura de un libro, donde se relata la historia de una adolescente que fue víctima de violación (Baldwin-White et al., 2016; Edwards et al., 2019; Fox & Cook, 2011; Malo-Juvera, 2012; Zinzow et al., 2018). Además, otros tres estudios evaluaron capacitaciones específicas en ámbitos de prevención y conocimientos acerca de las agresiones sexuales, implementadas por las organizaciones a las que pertenecían los participantes. Una de las capacitaciones se orientó a oficiales de policía, otra a estudiantes secundarios y la última a estudiantes universitarios del ámbito de la justicia (Campbell et al., 2019; Edwards et al., 2019; Kim & Santiago, 2019).
Resultados de la relación de los mitos de violación con otras variables
Los artículos analizados indican que el sexo es un fuerte predictor de la aceptación de los mitos de violación, siendo los hombres los que mayor puntuación obtienen en las distintas medidas aplicadas. Esta diferencia se mantiene en la gran mayoría de los estudios independiente de las características de la muestra (Beshers, 2019; Hayes et al., 2016; Manoussaki & Veitch, 2015; Rominski et al., 2016; Schulze & Koon-Magnin, 2017; Stephens et al., 2016; Worthen, 2017).
Dentro de las variables ideológicas el sexismo en sus diferentes expresiones, y en particular el sexismo hostil, parece ser el predictor más importante de los mitos de violación. Estos resultados se reportan sin variaciones relevantes a lo largo de los once años de investigación (Custers & McNallie, 2016; Hill & Marshall, 2018; Manoussaki & Hayne, 2019; Poerwandari et al., 2019; Rollero & Tartaglia, 2018; Stoll et al., 2018). Otras de las variables ideológicas que evidencian tener relación positiva con los mitos de violación son: religiosidad, autoritarismo de derecha, creencia de un mundo justo y dominancia social (Canto et al., 2014; Ensz & Jankowski, 2017; Hammond et al., 2011; Matthews et al., 2018; Navarro & Tewksbury, 2017a, 2017b; Romero-Sánchez et al., 2017).
Se plantea que el sexo, el género y la religiosidad son variables de alto poder predictivo de los mitos de violación (Barnett et al., 2016; Reling et al., 2017). Sin embargo, Navarro y Tewksbury (2016) sostienen que el nivel de la creencia religiosa no es el factor que predice directamente la aceptación del mito de la violación, sino es su interacción con el tipo de creencia. Por ejemplo, los católicos altamente religiosos poseen bajos niveles de mitos de violación, pero los católicos que son menos religiosos se adhieren más a estos mitos. También argumentan que existe un efecto de interacción importante entre sexo y religiosidad, pues los hombres católicos y protestantes presentan mayor adhesión a los mitos de violación que las mujeres, mientras que las personas que se consideran ateas presentan menores niveles de adhesión, sin diferencias entre hombres y mujeres (Navarro & Tewksbury, 2016).
Las variables asociadas a la sexualidad muestran que las mujeres con mayor aceptación de mitos de violación son menos asertivas en el rechazo sexual, poseen pocas actitudes positivas en el consentimiento sexual y muestran conductas sexuales autorreprimidas y bajo reconocimiento de los actosde violación (Kilimnik & Humphreys, 2018; Newins et al., 2018; Rinehart et al., 2018; Silver & Hovick, 2018). Adicionalmente, mayor nivel de aceptación de mitos de violación disminuye la probabilidad de denunciar actos de violación, tanto en víctimas hombres como víctimas mujeres (Hahn et al., 2018). El doble estándar sexual, que se caracteriza por asumir que los hombres deben tener un rol sexualmente dominante, mientras que las mujeres deben asumir un rol pasivo, inexperto y sexualmente inhibido; junto a las creencias sexuales disfuncionales, las que se asocian a la idea de que el deseo en la mujer es pecado; y la preocupación por el prestigio de la mujer, son variables que se ligan positivamente con la aceptación de mitos de violación (Arañez, 2019; Barnett et al., 2017; Lee et al., 2009; Walfield, 2018).
Gran parte de los estudios reportaron relaciones significativas de los mitos de violación con variables asociadas a la violencia interpersonal y de género. Las personas que tienen mayor adhesión a los mitos de violación muestran puntajes elevados en escalas que aceptan la violencia de género, sexual y proclividad de cometer violación (Chapleau & Oswald, 2010; Finchilescu & Dugard, 2018; Saucier et al., 2015; Vance et al., 2015). Además, las personas expuestas a experiencias directas de victimización sexual, así como exposición indirecta (haber tenido contacto con alguien que haya sufrido este tipo de violencia), tienen menor aceptación de mitos de violación (Rojas Ashe et al., 2019; Vonderhaar et al., 2014).
Los mitos de violación medidos en muestras de agentes policiales muestran que los hombres y mujeres policías tienden a respaldar en mayor medida mitos asociados a la falta de credibilidad de la víctima. Sin embargo, no se observan diferencias significativas con relación a los otros mitos de violación comparados con otras muestras (Sleath & Bull, 2015). Por otro lado, cuando se introduce el consumo de alcohol por parte de la víctima, los policías disminuyen las acciones que agilizan la investigación y la detención del agresor en escenarios simulados (Venema, 2016). La actitud de los policías hacia las mujeres y las víctimas, la percepción de responsabilidad de la víctima en las agresiones sexuales y el sexismo se enlazan positivamente con los mitos de violación (Lee et al., 2011; Smith et al., 2015). Murphy y Hine (2018) plantean que los constructos actitudinales explican una proporción mucho mayor de la varianza en los mitos de violación al compararlos con variables sociodemográficas.
Desde el punto de vista de las víctimas, las personas con alta aceptación de mitos de violación tienden a no reconocerse como víctimas, excusando el comportamiento sexual agresivo de los hombres (Newins et al., 2018). Por otro lado, el reconocerse como víctima de agresión sexual tiene efectos diferenciales dependiendo del nivel de aceptación de los mitos de violación de las víctimas. Las víctimas de violación con alto RMA, que reconocen la agresión sexual, tienen mayor sintomatología depresiva y mayor consumo de alcohol; las víctimas que no reconocen haber sido agredidas sexualmente poseen menos síntomas depresivos y menor consumo de alcohol. También, las personas con baja aceptación de mitos de violación, y que no reconocen la violación, informaron peores resultados en síntomas depresivos y consumo de alcohol, que las víctimas de violación que reconocen haber sido violentadas (Wilson et al., 2017). En cuanto al consumo de alcohol los hombres con alto consumo muestran mayor respaldo de los mitos de violación. Además, un 28 % de los hombres reconoce haber dado alcohol a mujeres para acceder sexualmente a ellas, no admitiendo este acto como violación. Según algunos autores, el alcohol no es simplemente una herramienta utilizada para la violación o el abuso, sino que forma parte de la cultura de la violación (Hayes et al., 2016; Romero-Sánchez et al., 2017).
Los estudios que vinculan las características de personalidad con la aceptación del mito de violación muestran que los sujetos con personalidad psicopática, en particular los rasgos de insensibilidad y manipulación, tienen mayor aceptación de los mitos de violación que responsabilizan a la víctima (Debowska, 2015; Mouilso & Calhoun, 2013). El mito que plantea que la violación no ocurrió y que es una exageración de la víctima se asocia al comportamiento impulsivo y antisocial, lo que posiblemente sugiere que este mito está relacionado con una mayor tendencia a excusar el comportamiento agresivo (Willis et al., 2017; Mouilso & Calhoun, 2013). Además, los mitos de violación y las cogniciones de una sexualidad agresiva revelan asociaciones con rasgos como el antagonismo, la desinhibición y la afectividad negativa, en su polaridad patológica (Kasowski & Anderson, 2019).
Los resultados de los estudios cuasiexperimentales indican que la aceptación de mitos de violación ejerce un efecto de sesgo en el procesamiento de cualquier información relevante acerca de la agresión sexual, dirigiendo la memoria, atención y percepción hacia los estímulos contextuales, que justifican la responsabilidad de la víctima de violación. Por ejemplo, poner mayor atención a la cantidad de alcohol consumido y omitir información que da cuenta que la víctima rechazó el contacto de alguna forma (Dawtry et al., 2018; Duff & Tostevin, 2015; Eyssel & Bohner, 2010; Süssenbach et al., 2012; Süssenbach et al., 2015). Estos sesgos también afectan la creencia acerca de la (Newins et al., 2018). Por otro lado, el reconocerse como víctima de agresión sexual tiene efectos diferenciales dependiendo del nivel de aceptación de los mitos de violación de las víctimas. Las víctimas de violación con alto RMA, que reconocen la agresión sexual, tienen mayor sintomatología depresiva y mayor consumo de alcohol; las víctimas que no reconocen haber sido agredidas sexualmente poseen menos síntomas depresivos y menor consumo de alcohol. También, las personas con baja aceptación de mitos de violación, y que no reconocen la violación, informaron peores resultados en síntomas depresivos y consumo de alcohol, que las víctimas de violación que reconocen haber sido violentadas (Wilson et al., 2017). En cuanto al consumo de alcohol los hombres con alto consumo muestran mayor respaldo de los mitos de violación. Además, un 28 % de los hombres reconoce haber dado alcohol a mujeres para acceder sexualmente a ellas, no admitiendo este acto como violación. Según algunos autores, el alcohol no es simplemente una herramienta utilizada para la violación o el abuso, sino que forma parte de la cultura de la violación (Hayes et al., 2016; Romero-Sánchez et al., 2017).
Los estudios que vinculan las características de personalidad con la aceptación del mito de violación muestran que los sujetos con personalidad psicopática, en particular los rasgos de insensibilidad y manipulación, tienen mayor aceptación de los mitos de violación que responsabilizan a la víctima (Debowska, 2015; Mouilso & Calhoun, 2013). El mito que plantea que la violación no ocurrió y que es una exageración de la víctima se asocia al comportamiento impulsivo y antisocial, lo que posiblemente sugiere que este mito está relacionado con una mayor tendencia a excusar el comportamiento agresivo (Willis et al., 2017; Mouilso & Calhoun, 2013). Además, los mitos de violación y las cogniciones de una sexualidad agresiva revelan asociaciones con rasgos como el antagonismo, la desinhibición y la afectividad negativa, en su polaridad patológica (Kasowski & Anderson, 2019).
Los resultados de los estudios cuasiexperimentales indican que la aceptación de mitos de violación ejerce un efecto de sesgo en el procesamiento de cualquier información relevante acerca de la agresión sexual, dirigiendo la memoria, atención y percepción hacia los estímulos contextuales, que justifican la responsabilidad de la víctima de violación. Por ejemplo, poner mayor atención a la cantidad de alcohol consumido y omitir información que da cuenta que la víctima rechazó el contacto de alguna forma (Dawtry et al., 2018; Duff & Tostevin, 2015; Eyssel & Bohner, 2010; Süssenbach et al., 2012; Süssenbach et al., 2015). Estos sesgos también afectan la creencia acerca de laexpresión emocional esperada en las víctimas. Las personas con alta aceptación de mitos de violación ven como más creíble a la víctima que expresa tristeza, considerando menos creíbles a las víctimas que expresan rabia. Otro estereotipo que genera sesgo en los procesos atribucionales es la creencia de que la víctima sería la responsable de la violación, si esta acepta bebidas alcohólicas ofrecidas por el agresor (Bohner & Schapansky, 2018; Romero-Sánchez et al., 2017). La exposición a contenidos metafóricos, donde se representa a los hombres como depredadores y a las mujeres como presas, aumentaría la aceptación del mito de la violación (Bock & Burkley, 2019).
También se evidencia en estos estudios de corte experimental que la participación en programas de intervención destinados a la prevención de la violencia sexual, mediante la educación en temas relativos a la victimización, violencia sexual, prevención de conductas de riesgo de agresión sexual asociadas principalmente al consumo de alcohol y drogas, y la promoción de acciones destinadas al cuidado de los pares en caso de riesgo de victimización, disminuyen significativamente los niveles de aceptación de mitos de violación, efecto que se mantiene relativamente estable en el tiempo (Baldwin-White et al., 2016; Campbell et al., 2019; Edwards et al., 2019; Fox & Cook, 2011; Malo Juvera, 2012; Vance et al., 2015; Zinzow et al., 2018). Dentro de estos resultados las variables asociadas a las intervenciones en prevención de agresión sexual abarcaron temas relativos a consentimiento sexual, características en la clasificación jurídica de los delitos sexuales, consecuencias del consumo excesivo de alcohol y otras drogas; victimización, trauma y herramientas conductuales para intervenir en situaciones potencialmente riesgosas para terceros en el caso de estar observando una situación de acoso o impedimento para consentir o resistir un ataque sexual (Campbell et al., 2019; Baldwin-White et al., 2016; Edwards et al., 2019; Zinzow et al., 2018).
Discusión
El propósito del presente trabajo fue revisar y sintetizar los estudios empíricos que han utilizado la teoría de mitos de violación entre los años 2009 y 2019. Siguiendo las recomendaciones de la declaración Prisma se realizó una búsqueda en seis bases de datos (WoS, Scopus, ProQuest, PsycINFO, EBSCOhost y JSTOR), selección que agrupó un total de 96 artículos publicados. La mayoría de los estudios fueron norteamericanos y europeos, ejecutados con estudiantes universitarios y con diseños correlacionales.
Entre los resultados más relevantes se evidencia que los hombres en general aceptan en mayor medida los mitos de violación que las mujeres y que esta aceptación también se asocia a actitudes negativas hacia las mujeres y mayor adherencia a creencias ideológicas como: sexismo, creencia de un mundo justo, dominancia social, autoritarismo y religiosidad. Por tanto, podemos inferir que las ideologías conservadoras mantienen y justifican los sesgos respecto a la violencia sexual, reproduciendo creencias sobre la responsabilidad en la exposición a la ocurrencia del delito, así como la posibilidad de haberlo evitado (Romero-Sánchez, 2012). Además, las personas que han estado en contacto con víctimas de agresión sexual, en forma directa o indirecta, que no comparten los estereotipos tradicionales de género o que tienen formación en temas de victimología, tienden a tener baja aceptación de los mitos de violación y menor respaldo a los victimarios en comparación al resto de las personas.
También se observa que algunas víctimas de violación son renuentes a denunciar. Esto está asociado a que no se reconocen como víctimas, dado que asumen la culpa de la agresión o por miedo a ser cuestionada su credibilidad. La posibilidad de perder prestigio social, siendo sindicada como el tipo de mujer que es susceptible de ser violada, ya sea por la exposición o por su actuar, parece ser un factor relacionado con el no reconocimiento de la agresión (Burt, 1980). Las mujeres con alta aceptación de mitos y que no se reconocen como víctimas, tienen menor sintomatología depresiva, lo que podría ser explicado por la normalización de la violencia sexual, asumiendo estos actos como parte de las dinámicas de las relaciones sexuales. Las mujeres que se reconocen como víctimas y tienen baja aceptación de mitos de violación tienen menor probabilidad de presentar problemas de salud mental (Wilson et al., 2017). Esto se puede explicar dado que depositan la culpa en el agresor, disminuyendo las emociones y pensamiento negativo respecto a su participación y responsabilidad en la violación.
Los estudios que emplearon intervenciones destinadas a la prevención de las agresiones sexuales plantean que estos programas deben poseer un enfoque integrador (Kim & Santiago, 2019; Zinzow et al., 2018), que sean capaces de aproximarse al fenómeno desde diversas áreas del conocimiento, permitan complementar los contenidos mínimos necesarios para abordar las agresiones sexuales ycon estudiantes universitarios y con diseños correlacionales.
Entre los resultados más relevantes se evidencia que los hombres en general aceptan en mayor medida los mitos de violación que las mujeres y que esta aceptación también se asocia a actitudes negativas hacia las mujeres y mayor adherencia a creencias ideológicas como: sexismo, creencia de un mundo justo, dominancia social, autoritarismo y religiosidad. Por tanto, podemos inferir que las ideologías conservadoras mantienen y justifican los sesgos respecto a la violencia sexual, reproduciendo creencias sobre la responsabilidad en la exposición a la ocurrencia del delito, así como la posibilidad de haberlo evitado (Romero-Sánchez, 2012). Además, las personas que han estado en contacto con víctimas de agresión sexual, en forma directa o indirecta, que no comparten los estereotipos tradicionales de género o que tienen formación en temas de victimología, tienden a tener baja aceptación de los mitos de violación y menor respaldo a los victimarios en comparación al resto de las personas.
También se observa que algunas víctimas de violación son renuentes a denunciar. Esto está asociado a que no se reconocen como víctimas, dado que asumen la culpa de la agresión o por miedo a ser cuestionada su credibilidad. La posibilidad de perder prestigio social, siendo sindicada como el tipo de mujer que es susceptible de ser violada, ya sea por la exposición o por su actuar, parece ser un factor relacionado con el no reconocimiento de la agresión (Burt, 1980). Las mujeres con alta aceptación de mitos y que no se reconocen como víctimas, tienen menor sintomatología depresiva, lo que podría ser explicado por la normalización de la violencia sexual, asumiendo estos actos como parte de las dinámicas de las relaciones sexuales. Las mujeres que se reconocen como víctimas y tienen baja aceptación de mitos de violación tienen menor probabilidad de presentar problemas de salud mental (Wilson et al., 2017). Esto se puede explicar dado que depositan la culpa en el agresor, disminuyendo las emociones y pensamiento negativo respecto a su participación y responsabilidad en la violación.
Los estudios que emplearon intervenciones destinadas a la prevención de las agresiones sexuales plantean que estos programas deben poseer un enfoque integrador (Kim & Santiago, 2019; Zinzow et al., 2018), que sean capaces de aproximarse al fenómeno desde diversas áreas del conocimiento, permitan complementar los contenidos mínimos necesarios para abordar las agresiones sexuales con estadounidenses y europeos, principalmente estudiantes universitarios, en un alto porcentaje pertenecientes a países occidentales, con alto nivel educativo, industrializados, ricos y democráticos (western, educated, industrialized, rich and democratic) (Henrich et al., 2010). Esta es una limitación frecuente de las investigaciones psicosociales, por lo que es urgente indagar la aceptación de mitos de violación en otros contextos socioculturales (Henrich et al., 2010). Una segunda limitación es que los mitos de violación son una variable sensible a la deseabilidad social. No obstante, en pocos estudios se valora la influencia de esta variable (Saucier et al., 2015; Hockett et al., 2009; Lutz-Zois et al., 2015; Walfield, 2018).
La mayoría de los estudios abordan el fenómeno de los mitos de violación en mujeres existiendo escasa evidencia que pueda otorgar información con respecto al fenómeno de los hombres víctimas de violencia sexual. Siendo parte de estos mitos la creencia de que los hombres no pueden sufrir violencia sexual por parte de mujeres u otros hombres (Davies et al., 2012; Klement et al., 2018; Reling et al., 2017; Walfield, 2018). La mayoría de los instrumentos de aceptación de mitos de violación traen implícito que el perpetrador es un hombre. Si bien el concepto de violación desde una perspectiva jurídica atribuye que la violación es un acto exclusivamente masculino (Carrasco, 2007), no podemos negar que la agresión sexual no se circunscribe a mujeres víctimas y hombres perpetradores (Walfield, 2018).
Las investigaciones abarcan una gran cantidad de variables que se relacionan con los mitos de violación. Sin embargo, muy pocas tratan de entregar relaciones causales entre las variables, por lo que es necesario desarrollar investigaciones de corte experimental que logren contrastar modelos explicativos acerca de los procesos atribucionales en casos de violencia sexual. Esto es un desafío para nuevas líneas de investigación.
La mayor cantidad de estudios utiliza medidas de RMA creadas y validadas en Estados Unidos y en población universitaria, no existiendo aún evidencia acerca de la equivalencia/invarianza de media en otros contextos culturales o grupos etarios diversos (Barn & Powers, 2018).
La sistematización de estudios empíricos de los mitos de violación permite formar una visión general de las líneas de investigación que se han desarrollado en torno a este constructo teórico, probando la necesidad de contribuir con investigación que ayude a explicar desde la realidad latinoamericana la construcción de estas creencias sesgadas acerca de la violencia sexual. Sin duda, conocer el estado del arte de los mitos de violación facilitará orientar las intervenciones en las políticas públicas para prevenir y disminuir la violencia sexual, principalmente hacia las mujeres, mediante programas de educación dirigidos a la población general. Adicionalmente, permitiría mejorar las prácticas del sistema de justicia y de sus intervinientes, para disminuir los sesgos que podrían explicar las bajas tasas de denuncias y sanciones en caso de delitos sexuales (Montes, 2012). Desde el trabajo directo con las personas que han sido víctimas de agresión, la visibilización y abordaje de los mitos internalizados en las víctimas permitirán disminuir la atribución de la culpa, favoreciendo la reconstrucción de la vivencia sin la carga emocional que implica asumir la responsabilidad del acto de violación1.