Hiparquia encarna un concepto de matrimonio y de sexualidad en armonía con la negación de la cultura y el retorno a la naturaleza exaltada por el cinismo. Este movimiento filosófico anticonformista, fundado por Antístenes (ca. 445-post 366), se consolida en Grecia en el siglo iv a. C. en torno a la figura de Diógenes de Sínope (412/403- 324/321), llamado el “Perro”, y de sus discípulos, y pervive hasta el siglo v d. C., ya que el último filósofo cínico conocido, Salustio, mantiene relación con la escuela neoplatónica de Proclo en Atenas. Desgraciadamente, nada, o casi nada, sobrevive de la literatura cínica antigua sobre Hiparquia. Conocemos a esta filósofa fundamentalmente por anécdotas y dichos, transmitidos por la tradición griega, pero cuyo valor histórico es muy difícil de verificar. Asimismo, dependemos de fuentes sesgadas: críticos del cinismo como Clemente de Alejandría o Agustín, además de autores como Musonio Rufo, Apuleyo, Epictetoo Simplicio, queconfiguranlaimagendeuncinismo idealizado, proyectando sus propias convicciones personales. Nuestra principal fuente es el libro vi de Diógenes Laercio, concretamente el parágrafo doxográfico 96-98, que recibe una influencia estoica y que ha tergiversado determinados aspectos doctrinales insertos en la biografía dedicada a Hiparquia.
Los cínicos se entregan a la protesta y a la provocación, rompen de una manera deliberada con las costumbres y las convenciones sociales. El término “perros” (kýnes) alude a la franqueza y naturalidad de su comportamiento, a lo que se une una desvergüenza e indiferencia total ante las acciones consideradas moralmente indignas, como masturbarse, mantener relaciones sexuales en público o comer en el ágora.
Son llamados cínicos por la impureza de su desvergüenza, porque con una actitud contraria al pudor humano acostumbraban a unirse con sus esposas en lugares descubiertos, puesto que consideraban lícito y honesto acostarse en público con la esposa por ser legítima su unión conyugal y predicaban que había de realizarse públicamente, como los perros en las plazas públicas o en las aldeas. Por ello arrastraron tras de sí la palabra y la denominación de perros, cuya vida imitaban. (Isidoro de Sevilla, Etimologías, viii, 6, 14)1
Podemos distinguir dos períodos en la historia del movimiento cínico (Navia, 1996, pp. 12-13): 1) el Cinismo antiguo, del siglo iv al iii a. C.; y 2) el Cinismo imperial, del siglo i al v d. C. Hiparquia pertenece al primer período, en el que destacan las figuras de Diógenes y de su discípulo, el perro compañero de la maronita, Crates.
Biografía de una filósofa perra
“Me acuerdo también de una cínica. Su nombre era Hiparquia, maronita, esposa de Crates,2 con la que además consumó perrunas bodas en el pórtico Pécile” (Clemente de Alejandría, Stromata, iv, xix, 121, 6). Hiparquia nace en Maronea (Tracia), es hermana de Metrocles, perteneciendo a una familia noble. Hiparquia es unos ocho o diez años mayor que su marido, ya que su floruit acontece dos Olimpíadas anteriores a la de él, entre los años 336-333.3 Según García y Fuentes (2000, p. 742), tras la conquista de Maronea por Filipo el año 355 su familia se traslada a Atenas, donde entra en contacto con Teofrasto, coincidiendo con su llegada a Atenas ese mismo año. Tras la muerte de Aristóteles, acaecida en 322, Teofrasto se convierte en escolarca del Liceo. Entre estas dos fechas, Metrocles se hace discípulo de Teofrasto y frecuenta la Academia dirigida por Jenócrates de Calcedón. Debido a un incidente en el Liceo, escuela a la que se enfrenta por su refinamiento, sufre un abatimiento que lo lleva a despreciar la vida, hasta que, años más tarde, entabla amistad con Crates, quien lo rescata iniciándolo en la filosofía y el modo de vida cínicos. Metrocles quema sus propios escritos, junto a otros pertenecientes a la filosofía tradicional, ya que contenían falaces y funestas imaginaciones de ultratumba. Tras esta conversión al cinismo, compone chrias o sentencias y anécdotas, que completaban las de Diógenes, las de Crates y las suyas propias. Anécdotas sobre Metrocles aparecen en efecto referidas ya en la diatriba iv de Teles (Fuentes González, 1998, pp. 542-549). Para sus sucesores, Metrocles se convierte en un modelo ejemplar de vida cínica. Parece verosímil que, gracias a la mediación de su hermano, Hiparquia entrara en contacto con el discípulo de Diógenes (Fuentes González, 2015, p. 210), del que se enamora hasta tal punto que rechaza a pretendientes nobles: “Bastó a Crates el tonel como vivienda, teniendo además como esposa a la bella Hiparquia” (Clemente de Alejandría, Stromata, iv, xix, 121, 6).
Antípatro de Sidón nos transmite cómo Hiparquia renuncia a los signos exteriores, característicos de las mujeres convencionales, y elige la vida del manto y el zurrón, propia de los cínicos:
[…] Yo, Hiparquia, las labores de mujeres de amplios vestidos
no elegí, sino la vida vigorosa de los perros.
No las ropas con broches, ni el calzado de gruesas
suelas, ni la redecilla reluciente me agradaron,
sino la alforja camarada del bastón, su acorde
doble manto y el cobertor del jergón en el suelo.
Y afirmo ser así mejor que Atalanta la de Menalión,
en la medida en que la sabiduría es superior a la montería.
(Antología Palatina, vii, 413 [= V I 3 Giannantoni])
Hiparquia se aparta totalmente de las actividades tradicionales asignadas a la mujer en la Grecia antigua. En un banquete organizado por el diádoco Lisímaco, acompañando a su marido, encuentra a Teodoro el Ateo,4 a quien le propone un sofisma: “‘Lo que no cabría llamar delito, si lo hiciera Teodoro, tampoco cabría llamarlo delito, si lo hiciera Hiparquia: Teodoro no comete delito si se golpea a sí mismo, luego Hiparquia tampoco lo comete si golpea a Teodoro’. Él no respondió a la argumentación, pero se apropió de su breve cuestión” (Diógenes Laercio, vi, 97). Teodoro no replica a esta frase, pero le arrancó el vestido. Sin embargo, Hiparquia no se alarma ni queda azorada como hubiera sucedido con cualquier otra mujer, sino que, cuando Teodoro, retomando el verso de Eurípides (Bacantes, 1236), con ironía le dice: “¿Esta es la que abandonó la lanzadera en el telar?”, Hiparquia le responde: “Yo Teodoro. ¿Es que te parece que he tomado una decisión equivocada sobre mí misma, al dedicar el tiempo que iba a gastar en el telar en mi educación?” (Diógenes Laercio, vi, 98) (Branham y Goulet-Cazé, 2000, pp. 22-23).
Hiparquia sorprende a Teodoro de Cirene, al presentarle una conclusión falsa que no sabía cómo responder. De esta manera, ella demuestra sus habilidades como mujer filósofa que prefiere emplear su tiempo para consagrarse a la educación intelectual, en lugar de trabajar en el telar. De hecho, Hiparquia no reacciona ante la provocación de Teodoro como una mujer civilizada, pues ella transgrede la condición femenina marcada por las buenas costumbres de la gynè oikonómos,5 y se opone completamente a la imagen social de la mujer ateniense, cuya actividad queda recluida en el interior de los muros de la casa, respetando cuidadosamente las leyes del silencio (Dorandi, 1991, pp. 168-273; Goulet-Cazé, 2005a, p. 24). Con una cita poética, sentenciaba Aristóteles, “el silencio adorna a las mujeres” (Aristóteles, Política, i, 1260 = Sófocles, Ayante, 291), y su virtud exigía no dar que hablar, ni bien ni mal, a los varones (Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso, ii, 45).
Su embarazo y la consagración a la crianza y educación de su hijo aparecen en la correspondencia destinada a ella, atribuida a su marido Crates, en las Cartas pseudoepigráficas, 28-33. Precisamente, en la epístola 33 aparece descrita la disputada cuestión sobre el presunto hijo de Crates e Hiparquia.6 El filósofo cínico felicita a su compañera por haber dado a luz con éxito, ya que ella, a diferencia del resto de las mujeres, se había entrenado físicamente como los atletas. Al final, Crates le dedica una serie de consejos sobre la educación del niño, donde puede apreciarse la influencia de la pedagogía cínica que se proyectará posteriormente en el estoicismo.
Como hemos visto, Hiparquia queda seducida por la dialéctica de Crates, y lo elige como marido contra la voluntad de su familia, que gozaba de una importante posición social en Maronea. Ella quería casarse con Crates, y amenaza con suicidarse si sus padres le negaban el permiso. Hiparquia, junto a su marido Crates y su hermano Metrocles, integran el grupo de cínicos que se desarraigan voluntariamente de la vida en la ciudad, se desvinculan también de la familia, para consagrarse plenamente, en cuerpo y alma, a esta filosofía de la pobreza que rechaza toda norma o convención social (Manning, 1973, p. 173).
Sobre la muerte de Hiparquia desconocemos los detalles. Sin embargo, sabemos que su hermano Metrocles muere a una edad longeva, asfixiándose a sí mismo o tras haber retenido la respiración (Goulet-Cazé, 2005b, p. 500). Ahora bien, tras las anécdotas sobre la vida de Hiparquia no debemos tratar de hallar un sistema, pues precisamente contra este se rebelan los cínicos, sino un hilo filosófico conductor que se expresa en una manera de vivir coherente con la naturaleza.
Testimonios y obra
Los testimonios referentes a Hiparquia son recopilados por Giannantoni (1990, vol. ii: 577-579). El relato más extenso sobre Hiparquia es el que conservamos en la sección doxográfica de Diógenes Laercio (vi, 96-98). La Souda, s. v. Era, nos trasmite un resumen de la historia del enamoramiento de Hiparquia, donde se repite la anécdota con Teodoro, llamado el Ateo. Además, disponemos de otros testimonios: Souda, s. v. Crates (= Hesiquio de Mileto, onomat. ccclxiv, p. 124, 10.2); Diógenes Laercio, vi, 88-89; Musonio Rufo, 16, p. 70, 11-17 H (= Estobeo, iv, 22, 20); Epicteto, Disertaciones, iii, 22, 76; Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, i, 14, 153 et iii, 24, 200; Simplicio, Comentario al Manual de Epicteto, 32; Teodoreto, Curación de las enfermedades griegas, xii, 49; Clemente de Alejandría, Stromata, iv, xix, 121, 6; San Agustín, Réplica a Juliano (obra inacabada), iv, 43, y Ciudad de Dios, xiv, 20; Antípatro de Sidón, Antología Palatina, vi, 413; y Plutarco, Obras morales, 1086e. Las cartas cínicas que conservamos son pseudoepigráficas.
La actividad filosófica de Hiparquia se consagra fundamentalmente a la lógica. Diógenes Laercio no menciona ninguna obra de la maronita, pero la Souda7 enumera los siguientes escritos sobre argumentaciones silogísticas y proposiciones ingeniosas: Hipótesis filosóficas (Philosóphon hypothéseis), Epiqueremas (Epicheirémata): Silogismos incompletos o de probabilidades, y Cuestiones (Protáseis) para Teodoro de Cirene, llamado el Ateo (Goulet-Cazé, 2006).
La opción de vida que emprende Hiparquia sigue la senda de una mujer libre, a contracorriente de la sociedad griega de su tiempo, situándose al mismo nivel que sus compañeros hombres, en consonancia total con el ideal cínico que defiende la igualdad de los sexos y de todos los seres humanos.
La ética cínica: el ideal de la autarquía
La ética cínica defiende el principio fundamental del retorno mediante la razón a la vida de la naturaleza. Por ello, se enfrenta radicalmente con la civilización y la mayoría de sus valores convencionales, como el poder, los honores y la riqueza, ya que son antinaturales.
Los cínicos optan por un ideal de vida del todo opuesto a la riqueza (ploûtos), incluyendo el lujo o suntuosidad (polytéleia), y se consagran a un modo de vida que escoge la pobreza (penía), como apropiado a la vida natural, y la ausencia de fama (adoxía), o “infamia” en su sentido moral, y la ausencia de honores (atimía). De este modo, proponen una completa exclusión de la vida en la pólis, incluyendo la democrática, de la que sólo aceptan la libertad absoluta de expresión (parresía), por la cual podían condenar públicamente los vicios de cualquier ciudadano, particularmente de los poderosos.
“El cínico busca la autosuficiencia (autárkeia) más absoluta, y para ello tiene que construirse su propio ser como un ámbito lo más al abrigo posible de todo condicionamiento y dependencia externos” (Fuentes González, 2016, p. 114). Siguiendo su defensa de la pobreza, frente a todo lo superfluo y prescindible, proponen servirse únicamente de lo mínimo necesario, de lo que resulte más imprescindible. Este modo de vida conforme a la naturaleza se caracteriza por la sencillez y la frugalidad, siguiendo la máxima “bastarse con lo que se tiene al alcance” (arkeîsthai o chrêsthai toîs paroûsin) (Plutarco de Queronea, Sobre la tranquilidad del alma, 466c; Hense, 1909, 11; Fuentes González, 1998, pp. 134-272).
El sabio no pide, sino que reclama lo que es suyo por derecho propio. Si la divinidad no necesita nada por su absoluta perfección, el hombre, intermedio entre ella y el animal, deberá bastarse con poco, es decir, con aquello que la propia naturaleza pone al alcance de todos, pero que sólo conocen aquellos que se reconocen a sí mismos en conformidad con la naturaleza. De este modo, sólo mediante este modo de vida conforme a la naturaleza, el cínico logra la autarquía. Si el cinismo antiguo que podemos reconstruir a través de nuestros textos constituye plenamente una filosofía y no una simple actitud vital, lo es sin duda por ser una ética, que tiene como núcleo central la noción de autarquía. El cinismo afirma que el hombre en su estado de plena y auténtica realización humana, es decir, el sabio, poseedor de la virtud, es autosuficiente. Ello quiere decir que no necesita de nada, por supuesto de nada que no sea requerido por su propia naturaleza animal, de satisfacción fácil y espontánea en el ámbito de la misma naturaleza cuando esa naturaleza es asumida desde la virtud (Fuentes González, 2009, p. 57). Y ello quiere decir también que el sabio no necesita de nadie, de ninguno de los vínculos humanos, institucionales o domésticos, públicos o privados, propios de la vida en comunidad. El cínico lo es ante todo por rechazar los valores de la civilización y sustituirlos por los de la naturaleza. La consideración por tanto del éros como un valor filosóficamente apreciable parece en principio ajena al cínico antiguo. De hecho, el núcleo de la reflexión en torno a esta noción se sitúa en el problema de la conciliación entre éros y autárkeia, una conciliación que parece tanto más difícil cuanto más radical se hace desde una determinada perspectiva filosófica la afirmación de que el hombre se basta a sí mismo. La perspectiva cínica, que no sólo afirma en su concepto de hombre la más radical autarquía sino también la más absoluta apatía, la total insensibilidad e impasibilidad (Fuentes González, 2002, p. 236; 2016, p. 119), no parece conceder, en sentido estricto, el menor papel al éros, sin duda por todo lo que esto implica de carencia en uno mismo y de transigencia con el otro.
Ahora bien, ¿acaso los cínicos sólo aman a los dioses y a la naturaleza? ¿El éros cínico puede contener algo de humano? Aunque teóricamente podría responderse que no lo contiene, lo cierto es que los pocos textos que conservamos muestran que el tema no estuvo al margen de la consideración del cinismo, que, al menos en determinadas circunstancias, no deja de adoptar una postura respecto al mismo.
Sin duda la gran capacidad de apasionar a las gentes que tenía Crates, su gran poder de seducción, tiene su ejemplo más célebre y admirable en el episodio del enamoramiento de Hiparquia. El “matrimonio de perros” (kynogamía) que ambos contraen se identifica más bien con un “antimatrimonio”, ya que se basa sólo en el compromiso de los principios filosóficos del cinismo, y su carácter es esencialmente pedagógico (Fuentes González, 2009, p. 57; 2015, p. 213). Se trata quizá de la expresión más plena y elevada que nos ha llegado del éros cínico. El testimonio más extenso sobre la biografía de Hiparquia nos lo transmite Diógenes Laercio, vi, 96-98 (= v i 1 Giannantoni), y constituye, en realidad, un desarrollo inserto en la vida de Crates, tal como lo ha demostrado Goulet-Cazé (1986, p. 248).
96. También quedó cautivada por sus doctrinas la hermana de Metrocles, Hiparquia. Los dos eran de Maronea. Efectivamente, se enamoró de Crates, tanto por sus palabras como por su conducta, al tiempo que no prestaba ninguna atención a los que la cortejaban, ni a su riqueza, ni a su nobleza ni a su hermosura. Para ella sólo existía Crates. Incluso amenazó a sus padres con el suicidio, si no la entregaban a él. Crates entonces fue llamado por los padres para disuadir a la joven y hacía todo lo posible para ello. Al final, como no la convencía, se puso en pie y se desnudó de toda su ropa ante ella, y dijo: “Este es el novio, esta tu hacienda, delibera ante esta situación. Porque no vas a ser mi compañera si no te haces con estos mismos hábitos”.
97. La joven hizo la elección y, tomando el mismo hábito que él, marchaba en compañía de su esposo y se unía con él en público y asistía a los banquetes. (Diógenes Laercio, 2007, vi, 96-98, p. 324; cfr. Goulet-Cazé, 1999, pp. 760-761)
De este modo, este carácter fundamentalmente pedagógico va fraguando la concepción del éros cínico. La amante perfecta para el cínico sería de hecho aquella que compartiera los mismos principios filosóficos y el mismo modo de vida, como si fuera su doble. De este modo, el hipotético cínico perfecto no sería, por tanto, en el fondo, sino “amante de sí mismo”. Su perfección no le haría sino reconocerse mutuamente, hasta el punto que Hiparquia es “otro Crates”, y Crates “otra Hiparquia”. En este sentido, Epicteto, que, en medio del cinismo de la época imperial, presenta una imagen idealizada de los primeros cínicos, de Hiparquia dice que no era sino “otro Crates” (Disertaciones, iii, 22, 76).
Estos primeros cínicos, además de con su propio pasado y vida social, rompen con las enseñanzas filosóficas recibidas anteriormente. Aunque probablemente esta ruptura, como sugiere Martín García (2008, vol. i, p. 549), no estuviera exenta de cierta teatralidad, en gran medida decidida, con una clara finalidad pedagógica y divulgativa. De este modo, el discípulo que comienza a iniciarse en la filosofía de los cínicos debe dar un salto en velocidad y distancia semejante al de un proyectil lanzado por un dios, de tamaño y fuerza descomunales en comparación con los humanos. Por ello los cínicos se situaban apartados, sobrepasando las maneras de pensar y de vivir convencionales, rompiendo desde el mismo inicio de su formación con ellas. Contraviniendo las normas en las que se cimenta la pólis, fuera de las leyes humanas, sólo admiten vivir usando plenamente la razón conforme a los preceptos que asigna la naturaleza.
Amazonas, Artemisa y el desarraigo del éros
Hiparquia se unió a Crates y a su manera de vivir trashumante sin que entre ellos se estableciera un matrimonio convencional, según el testimonio citado de Diógenes Laercio. Entre los miembros pertenecientes al cinismo antiguo observamos una característica común de gran significación: el desarraigo, que entraña el inconformismo y la crítica aguda de las normas e instituciones de la pólis. En los testimonios que han llegado hasta nosotros hallamos suficiente información sobre el éros cínico de Hiparquia, que podemos calificar, usando la expresión que aplica el propio Crates, de “matrimonio de perros” (kynogamía) (Souda, s. v. Crates), culminación de la unión erótica cínica, para poner de manifiesto su “indiferencia” (adiaphoría) hacia el acto sexual.
En la epístola 28 Crates anima a Hiparquia a dedicarse a la filosofía tomando como ejemplo a las Amazonas, mujeres situadas al margen de la civilización, las cuales demuestran que las mujeres y los hombres son iguales por naturaleza:
Las mujeres no nacen inferiores a los hombres. Las Amazonas, en efecto, que realizaron tan grandes hazañas, no fueron inferiores en nada a los hombres. Así pues, si recuerdas esto, no olvides aquello, porque no nos convencerías diciendo que la mujer es de naturaleza débil. Sería vergonzoso que practiques el cinismo bajo esa condición y que, habiendo gozado incluso de renombre ante las puertas de la ciudad junto a tu marido, cambies ahora de modo de pensar por la riqueza y te vuelvas en la mitad del camino. (Epístola 28, A Hiparquia)
La referencia a las Amazonas sitúa a Hiparquia en el ámbito de las mujeres “fuera de la ley”. En este sentido, puede trazarse un paralelismo entre Hiparquia y las prostitutas, ya que ambas muestran un comportamiento sexual salvaje, situado también fuera de la norma y en contra de la opinión.
De este modo, la unión cínica ironiza contra la institución matrimonial griega, nacida de una convención social. En cuanto contrato social y religioso, el matrimonio marca en la pólis los límites entre lo salvaje y lo civilizado respecto a las relaciones sexuales. Para Vernant (1974, pp. 141-150), el matrimonio funciona como mecanismo destinado a asegurar la continuidad del oîkos y de la propia pólis. Antes de ser amaestrada y dominada por el matrimonio, la mujer es algo salvaje para los griegos (Vernant, 1971, pp. 124-171). Hiparquia se asemeja a Artemisa, cazadora de fieras, que se sitúa sin casarse en los confines de lo salvaje. La diosa helena de la caza, los animales salvajes, el terreno virgen, los nacimientos, la virginidad y las mujeres jóvenes traía y aliviaba las enfermedades de las mujeres. Las niñas y muchachas atenienses que se acercaban a la edad del matrimonio eran enviadas un año al santuario de Artemisa en Braurón para servir a la diosa, época en la que eran llamadas “oseznas” (árktoi) (Aristófanes, Lisístrata, 645). El matrimonio, lo mismo que la agricultura y el abandono de la caza, introduce a la mujer en un terreno acotado, el espacio civilizado de la casa, cuyo umbral no debe atravesar, pues el traspasarlo es, como señala Menandro, “cosa de perros” (fr. 592).
Asimismo, en la carta 29 Crates parte del ejemplo animal de los perros para demostrar la igualdad entre mujeres y hombres:
No por ser indiferentes a todo llamaron cínica a nuestra filosofía, sino por aguantar con firmeza lo que resulta insoportable a otros a causa de su blandura o de la fama. Así pues, por esto y no por lo primero nos han llamado perros. Mantente, pues, firme y practica el cinismo con nosotros, porque no eres inferior a nosotros, como tampoco lo son las perras a los perros, para que tú también seas liberada por la naturaleza, en tanto que todos son esclavos de la ley o por el vicio (Epístola 29, A Hiparquia).
En las epístolas 30 y 32 Crates reprocha a Hiparquia que le haya tejido una túnica, y la instiga a alejarse de este tipo de trabajos y a dedicarse en cuerpo y alma a poner en práctica las enseñanzas que ha recibido de él y de Diógenes.
En efecto, el matrimonio representa el primer acontecimiento crucial de la vida de una mujer griega, un contrato social y religioso que, en realidad, prepara la segunda prueba, el parto, que si sale bien constituye la culminación de su papel en la sociedad (Savalli, 1983, 109). Las disposiciones propias de la mujer consisten en ocuparse de la casa (oîkos), permanecer dentro de ella y cuidar a su marido -ámbito de lo privado-. Así pues, queda apartada de ella la aptitud para filosofar o la de participar en política -ámbito de lo público-, funciones que son reservadas exclusivamente al hombre. La rueca y el telar se unen al silencio de la actividad doméstica femenina, en contraste con la actividad extradoméstica masculina, cuya palabra se pronuncia y propaga en el ágora.
Kynogamía e igualdad hombre-mujer
“Pero, cuando la pasión se sublevó, (Crates) se casó en público con Hiparquia la Maronita y consumó la kynogamía en el pórtico Pécile, mandando bien a paseo la altanería de los discursos” (Teodoreto, Curación de las enfermedades griegas, xii, 49). Crates de Tebas es el primero que introduce el término “matrimonio de perros” (kynogamía). Como hemos leído en el amplio testimonio que nos transmite Diógenes Laercio, Crates acepta a Hiparquia sólo cuando esta adopta el modo de vida cínico. La unión perruna que deriva del éros cínico se caracteriza por dos rasgos que la tradición presenta unánimemente: 1) la consumación de esta unión en público, y 2) la conducta extradoméstica de Hiparquia. De este modo, la vida sexual no queda recluida en el ámbito estrictamente privado del interior de la casa, sino que la unión cínica transcurre en público, bajo los “pórticos públicos de Atenas”, como señala el testimonio de Musonio Rufo (15, p. 70, 11-17, 5 Hense). La distinción entre lo público y lo privado queda definitivamente abolida. El ágora se transforma en el lecho conyugal donde Hiparquia, mujer fuera de la ley, sigue los mandatos de una naturaleza salvaje que no acepta los preceptos de la pólis. Así pues, el modelo animal penetra en la vida del hombre siguiendo un curso en contra de todo nómos. Coherente con el ideal cínico, rechaza la ley cívica, fundadora del universo, y defiende la ley natural, que rige el universo.
Según Apuleyo, Hiparquia seguía a su compañero cínico a todos los lugares, estando tan enamorada de él que acostumbraban mantener relaciones sexuales en el Pórtico a plena luz del día, incluso ante la mirada del fundador del estoicismo, Zenón de Citio, demasiado tímido para unirse a la indiferencia sexual de sus maestros cínicos:
Y hasta tal punto estaba enamorada de él la noble virgen que lo eligió por su propia voluntad, después de haber rechazado a pretendientes más jóvenes y ricos. Y aunque Crates le hubiera descubierto su espalda, que tenía una notable joroba, puesto el zurrón con el báculo y el manto en el suelo y le confesara a la chica que ese era su mobiliario y su figura la que veía: que lo pensara, por lo tanto, detenidamente, para que no tuviera luego motivos de queja, Hiparquia aceptó sin dudar la proposición. Y le respondió que hacía ya tiempo que lo había suficientemente previsto y suficientemente meditado y que en ningún linaje podría hallar un marido ni más rico ni más bello y que la llevara, por lo tanto, a donde él quisiera. El cínico la llevó al pórtico. Y allí mismo, en un lugar concurrido, públicamente, bajo una luz clarísima, se acostó con ella y públicamente hubiera desflorado a la virgen, que estaba dispuesta con igual firmeza, si Zenón no hubiera protegido en secreto a su maestro de las miradas del círculo de gente que los rodeaba, con un mantillo que tenía preparado. (Apuleyo, Florida, 14 [= V H 24 Giannantoni])
El texto que cita Agustín en la Ciudad de Dios (xiv, 20, 44), aunque no mencione el nombre de Hiparquia pero se sobreentienda, niega la consumación pública de su unión con Crates. En otro pasaje, esta vez extraído del Contra la segunda respuesta a Juliano, san Agustín alude a un texto de Cornelio Nepote (Vidas de los varones ilustres, fr. 14) en el que se refiere a cierta timidez de Hiparquia, que utiliza un manto para ocultar sus cuerpos cuando tratan de consumar el acto sexual en público, lo que provocó que fuera fustigada por Crates:
Es de apreciar aquel hecho de Crates el Tebano, hombre rico y noble, que perteneció tan de corazón a la escuela cínica que abandonó los bienes paternos y se trasladó a Atenas con su esposa Hiparquia, que fue una seguidora de su filosofía con tanto ánimo como él: como quiera acostarse con ella en público, según cuenta Cornelio Nepote, y ella pusiera en derredor la envoltura del manto para ocultarlos, fue fustigada por su marido: “Es evidente, le dijo, que estás aún poco formada en tus opiniones, al no atreverte a practicar lo que sabes que haces correctamente por haber otros presentes” (Agustín, Réplica a Juliano (obra inacabada), iv, 43).
Hiparquia representa el lado salvaje de la naturaleza, una ménade que rechaza la sumisión al marido y a la casa, sustituyendo el matrimonio como institución por el éros cínico que entraña la kynogamía: “La costumbre se contrapone al comportamiento, como cuando la mayoría de los hombres se retiran para unirse con sus mujeres, mientras que Crates se unía públicamente con Hiparquia...” (Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, i, 14, 153).
En el modo de vida sexual de los cínicos, paralelamente a la unión cínica (kynogamía) podemos situar la “masturbación” (anaídeia), que por pudor Niehues-Pröbsting (1979, pp. 149-170) cuestiona. No obstante, como señala García González (1976, pp. 263-266), la práctica de la masturbación aparece documentada en el cinismo antiguo con una unidad de léxico y tratamiento que en modo alguno debemos considerar irrelevante, en co-herencia con la manera de vivir perruna. De hecho, para los cínicos la masturbación constituye una manifestación natural del comportamiento salvaje que reproduce una conducta extraída del modelo animal. En este sentido, la finalidad sexual de la masturbación se enmarca dentro del ideal cínico de autarquía, ya que se opone tanto al placer cuanto a la reproducción, buscando la animalidad, sin distinguir lo público de lo privado. De este modo, los cínicos pueden ir desnudos y realizar en público las necesidades naturales -entre ellas, la masturbación o la copulación pública, rechazando el carácter privado de la vida sexual- o comer en el ágora. Nada queda reducido a lo privado, ni el banquete, ni la intimidad del lecho conyugal. La sexualidad se ejerce “en la naturaleza” (en phýsei), y el hombre y la mujer cínicos regresan a un estado no domesticado, propio de animales salvajes. En este sentido, ponen en práctica el precepto de Diógenes según el cual “todo debe hacerse en público” (Diógenes Laercio, vi, 69 [= v B 147 Giannantoni]).
El encuentro con Teodoro el ateo que transmiten los testimonios nos presenta una mujer con los mismos derechos que el hombre (Henrion, 1942-1943), en co-herencia con los principios del movimiento cínico que defienden una vida fuera de la norma, en contra de lo cívico, siguiendo sólo la naturaleza. De este modo, la anécdota relata cómo Hiparquia traspasa las fronteras de la casa y entra en el ámbito público de los hombres, convertida en una “mujer perra” que reniega de toda opinión que la ciudad impone sobre el género femenino. Precisamente contra esas mujeres que siguen la opinión común de la ciudad se dirigen los discursos de Diógenes (Macías, 2009, p. 29).
Hiparquia se desprende de la condición femenina propia de la sociedad griega en la que vive. Ante los ataques de Teodoro que pretenden producir pudor, Hiparquia no se agita ni se avergüenza como una mujer de su casa (gynè oikonómos), encarnando así la expresión de una total libertad sexual. El éros cínico que la impulsa a vivir en la naturaleza la libera de su condición femenina, tiene un cuerpo de mujer, pero ante los otros, hombres y animales, es simplemente “otro Crates”.
Conclusión
“Me hablas de una circunstancia particular nacida del éros y me citas a una mujer (gynaîka) que era otro Crates (állon Kráteta)” (Epicteto, Disertaciones, iii, 22, 76). La obligación de casarse es para la mayor parte de los hombres un “deber capital” (proegoúmenon) del que el cínico sólo está exento a consecuencia de su manera de vivir particular. Bonhöffer (1890, pp. 38-39) señala que el término proegoúmenon desempeña una función esencial en el estoicismo y particularmente en Epicteto (Disertaciones, iii, 7, 25), que con frecuencia lo emplea para referirse a la esencia propia, el fin verdadero o el valor de una cosa (Billerbeck, 1978, p. 132). Se trata, por tanto, de los “deberes absolutos” (proegoúmena), opuestos a los deberes circunstanciales, que se imponen a todo hombre sin considerar las particularidades personales o sociales. Y el cinismo antiguo, en efecto, entraña “una radical reacuñación de los conceptos convencionales” (Fuentes González, 2015, p. 212).
En este contexto podemos señalar la distinción presente en la lengua alemana entre el término Kynismus, para referirse a la filosofía cínica antigua, y Zynismus, para aludir a la actitud moderna. En su aguda obra Die Kritik der zynischen Vernunf, Sloterdijk (1983) explica por qué el Kynismus es digno de estima y libera, a diferencia del Zynismus, que oprime y ha de ser rechazado. El cinismo es el signo de nuestro tiempo y este se expresa de múltiples modos. El cinismo postmoderno, que nada tiene que ver con el cinismo griego, el de Diógenes de Sínope -del que Hiparquia es heredera-, es la consciencia desgraciada de la Ilustración, la cristalización del fracaso y, por lo tanto, una actitud vital caracterizada por la nostalgia y por la imposibilidad de creer ya en algo. Para el cínico nada es claro, nada merece la pena el sacrificio, el esfuerzo, la entrega. Dice el filósofo de Karlsruhe:
La época es cínica en todos sus extremos, y corresponde a la época el desarrollar en sus fundamentos el contexto entre cinismo y realismo. ¿Qué pensaba Oscar Wilde cuando, desilusionado, afirmaba: “No soy en absoluto cínico; sólo tengo experiencia..., lo que, en último término, es lo mismo”; o Antón Chéjov cuando, sobriamente, manifestaba: “Ningún cinismo puede superar la vida”? (Sloterdijk, 1989, vol. i, p. 19).
El antiguo cinismo, al menos en sus orígenes griegos, es insolente por principio. Sloterdijk (1989, vol. i, pp. 147-154) trata de descubrir en su insolencia un método, que identifica con el primer y real “materialismo dialéctico”, que también era un existencialismo, viviendo contra el idealismo platónico y saliendo de la palestra de la opinión pública. En este sentido, la subversión del éros cínico que expresa Hiparquia se caracteriza por la autarquía, que consiste en bastarse a sí misma y ser del todo independiente, y la apatía, por la que es impasible frente a todo tipo de circunstancias. El animal, modelo de autarquía, es capaz de satisfacerse totalmente con lo que la naturaleza le ofrece. La mujer cínica, viviendo en co-herencia con la filosofía cínica, se vuelve indistinguible del hombre cínico, y, al igual que él, se declara “sin casa” (áoikos), “sin ciudad” (ápolis) y “ciudadana del mundo” (kosmopolítes) (Diógenes Laercio, vi, 38 y 98). La inversión de las convenciones y de los tabúes permite afirmar la ley natural, en cuanto expresión de la racionalidad del universo.