Presentación
Durante la Colonia el consumo de tabaco fue generalizado entre todos los sectores de la población hispanoamericana, constituyó un mercado para los productores y expendedores, y representó un buen renglón de ingresos para las arcas reales a través de los impuestos directos o por medio del remate de los recaudos. En el marco de las reformas borbónicas y de sus necesidades fiscales, en 1768 la Corona se arrogó el monopolio de la comercialización de tabaco y de la producción de cigarros, estableció y ejerció el control sobre las áreas de producción, fundó estancos para la compra y comercialización de la hoja, y en algunas ciudades del imperio creó fábricas para la elaboración de cigarros, cigarrillos y tabaco en polvo (Marichal, 2006, pp. 413-432; Deans-Smith, 2014, pp. 371-423; Náter, 2017). En el virreinato de Nueva España, la Corona concentró en sus manos todas las fases de la economía tabacalera y fundó fábricas reales para elaborar cigarros, cigarrillos y tabaco en polvo. Pero en el Nuevo Reino de Granada, pese a que las autoridades reales establecieron áreas para la siembra, estancos para la venta y fábricas (Cartagena y Panamá de cigarros y de tabaco en polvo en Santa Fe de Bogotá), en las zonas rurales permitieron que continuara la venta de manojos de tabaco producidos en los distritos tabacaleros de Candelaria, Ambalema y de Girón, y consintieron que los compradores elaboraran sus cigarros, lo que a su vez garantizó un margen para que muchos consumidores continuaran realizando la labor de torcer la hoja, y que se prolongara ese oficio en condición casera (Harrison, 1951; González, 1975; Bejarano y Pulido, 1986; Acevedo Tarazona y Torres Güiza, 2016; Torres Güiza, 2018; 2019a; 2019b).
Las investigaciones sobre las reales fábricas de cigarros, cigarrillos y tabaco en polvo han atravesado por dos fases. Durante algunos decenios, una historiografía ligada a las discusiones sobre el surgimiento del capitalismo fabril moderno consideró que la gran concentración de trabajadores era una expresión del nacimiento de ese sistema económico (Trujillo, 2017, pp. 30-60). Los estudios de María Ros (1978; 1979; 2000; 2012; 2017) sobre la Fábrica de Cigarros de Ciudad de México dieron origen a una nueva interpretación al asimilarla a las manufacturas reales francesas del siglo XVII, resultados de la protección real y de los privilegios otorgados por la Corona, donde se combinaban administradores con mentalidad moderna y formas de trabajo que reproducían las de los pequeños talleres de cigarrería y una división del trabajo simple. Por tanto, concibe a esa fábrica como la materialización de una decisión monopólica por parte de la Corona con fines rentísticos, la que involucró la producción y comercialización y la elaboración de cigarros y cigarrillos y tabaco en polvo, como también su expendio. Según la interpretación de Ros, lo que diferencia a esas manufacturas cigarreras de la moderna industria es que en estas la rentabilidad está determinada por la disminución de los costos de producción, originando interés en mejorar los procesos productivos para abaratar costos, mientras que aquellas derivaban sus ganancias del monopolio de la comercialización, por lo que hubo poco interés en mejorar las técnicas productivas y la división del trabajo. En los últimos años, los historiadores han descendido a ras de suelo para conocer detalles del funcionamiento de esas fábricas, las concentraciones laborales y sus efectos sobre el entorno social de la época (Gonzalbo, 2014, pp. 237-258; Luxán, 2019; Gárate Ojanguren, 2018). Según estas investigaciones, los establecimientos fabriles creados en Hispanoamérica se basaron en un sistema organizativo con similares reglas para la organización del trabajo, de comercialización y de contabilidad (Marichal, 2006; Escobedo, 2007; Náter, 2006; 2017).
El empleo de significativas cantidades de mujeres trabajadoras también ha llamado la atención, pues hasta hace pocos años se creía que durante el Antiguo Régimen el escenario "natural" del trabajo de estas era el interior del hogar (en condición de amas de casas, de artesanas o en la servidumbre doméstica), o en el comercio al detal (pulperas o vivanderas) (Bermúdez, 1997). Los estudios de algunas producciones artesanales y sobre la presencia del capital comercial y que subordinó al trabajo artesanal por encargo en casa, han reconocido que sectores de mujeres se vincularon a la poducción para los mercados novohispanos (Pérez Toledo, 2005, pp. 73-103; 2011, p. 46; García Corzo, 2018, pp. 199-220). Las investigaciones sobre las reales fábricas de cigarros, cigarrillos y tabaco en polvo que existieron en algunas ciudades hispanoamericanas han introducido nuevas variables sobre el trabajo femenino (Ros, 1978, pp. 47-55; 2012, pp. 41-48; 2017, pp. 67-92; Deans-Smith, 2014, pp. 269-423; Gonzalbo, 2014, pp. 237-258; Lévano, 2015, pp. 103-140).
En consonancia con estas investigaciones, este artículo constituye una primera aproximación al estudio de la Real Fábrica de Cigarros que existió en Cartagena de Indias entre finales de 1778 hasta mediados de 1805, quizá el establecimiento manufacturero más importante, al lado de la de Panamá (Torres, 2019b), en todo el Nuevo Reino de Granada en cuanto a la concentración de mujeres trabajadoras. Analizamos su organización, los procesos de trabajo, el empleo de trabajo femenino y los salarios devengados. Nuestra reflexión está estructurada en torno a dos ideas complementarias. La primera propone que al contar con un mercado cautivo estable y con fácil aprovisionamiento de materias primas, la fábrica, creada para que la Corona accediera a recursos económicos, tuvo un buen nivel de rentabilidad. Y la segunda idea señala que el empleo de mujeres se debió a que de antemano la labor de torcer y aliñar cigarros las realizaban mujeres en sus hogares. En consecuencia, gracias a la fábrica por vez primera un sector de mujeres salió de sus habituales espacios familiares y fueron reunidas en un sitio de trabajo para procesar cigarros a cambio de un jornal, y fueron sometidas a disciplinas y controles laborales que quizá no conocían. Al tratarse de trabajos realizados por productividad, los jornales que percibían tuvieron escalas diversas, estando los mayores niveles por encima del jornal promedio considerado como el requerido para un nivel mínimo de subsistencia de una persona, y también similar al jornal mínimo devengado por los trabajadores no calificados vinculados a los sistemas defensivos de la ciudad, sector que demandó la mayor concentración de trabajadores asalariados.
Para desarrollar estas proposiciones hemos procedido a revisar alguna información de los libros que llevaban los administradores de la fábrica, en los que registraron las formas de aprovisionamiento de tabaco y los lugares de procedencia, sus calidades, valores, las cantidades que se desechaban, la organización del trabajo en cuadrillas, las cantidades de operarias/os que las formaban, la producción en libras que cada uno realizaban por semana, los jornales semanales que ganaban por producción, y otros aspectos. Desafortunadamente, esta información, que reposa en varios fondos de la Sección de Archivos Anexos del AGN de Colombia, no es continua, lo que dificulta presentar cifras continuas de materias primas, producción, trabajadores y jornales. Pese a esta limitación, consideramos que la información con la que hemos elaborado este artículo permite ofrecer una primera aproximación a elementos claves de la fábrica, su producción y sus trabajadores, tal como se ha identificado en los estudios elaborados para las reales fábricas de cigarros de Nueva España, Lima, Trujillo y Guayaquil (Deans-Smith, 2014, pp. 186-231; Laviana Cuetos, 1985).
El artículo está organizado en tres partes. En la primera analizamos la organización de la fábrica dentro de la política imperial de monopolio del tabaco. En la segunda presentamos su rentabilidad, contrastando los valores anuales de materias primas, mano de obra y de funcionamiento con los valores de las cantidades producidas y comercializadas. La tercera parte la dedicamos al análisis de la organización del trabajo de las mujeres, los salarios devengados y la permanencia en sus colocaciones. También realizamos algunos contrastes entre lo que se consideraba como el nivel mínimo de subsistencia de una persona, los salarios de las trabajadoras y la tendencia de precios para determinar la capacidad adquisitiva de las implicaciones de esta forma de trabajo en la economía local de Cartagena. Un anexo ilustra las relaciones semanales entre libras de cigarros producidas y el monto total de los jornales, y, por tanto, los ciclos de aumento y de contracción de la productividad y de los jornales.
Organización e insumos
Hasta antes de la creación de las fábricas de cigarros en Hispanoamérica, cigarros y limpiones eran elaborados por familias pobres, en especial por mujeres que labraban la hoja de la solanácea que compraban en los estancos (Brun, 1979; Ros, 2000; Lévano, 2015). En 1756 había 543 en Ciudad de México cigarrerías, 441 en 1768, 268 en 1778 y en 1779 ya no existía ninguna (Mcwatters, 1979, pp. 98-140; Céspedes, 1992, p. 120). En 1747, en Lima 61 cigarrerías que producían por pedidos, pero para 1780 quedaban 59, de las que 29 contaban con 121 operarios y los 30 restantes eran atendidas por sus dueños y sin operarios (Lévano, 2015, pp. 103-140). La manufactura real de la hoja, al igual que el monopolio real sobre la siembra comercialización del tabaco, afectó los intereses de diversos sectores sociales. Las autoridades de Lima tuvieron que negociar con los cigarreros estaban organizados en gremio los efectos nocivos que les traería la apertura de la fábrica (Morales, 2015, pp. 195-198; Lévano, 2015, pp. 103-140). En Nueva España hubo resistencia contra el monopolio de la Corona sobre la producción, comercialización y manufactura del tabaco (Gálvez, 1771, pp. 32-35; Castro Gutiérrez, 1996, pp. 115-221). En el Nuevo Reino de Granada la prohibición de la libertad de siembra de la hoja fue una de las causas de la llamada Rebelión de los Comuneros (Phelan, 2009; Torres Güiza, 2019c, pp. 52-73).
En 1769 empezó a funcionar la fábrica de Ciudad de México (Céspedes, 1992, pp. 118-135) y luego las de Querétaro, Puebla, Guadalajara, Oaxaca y Orizaba (Deans-Smith, 2014, pp. 371-423; Gonzalbo, 2014). Las de Lima y Trujillo empezaron actividades en 1780, y cuatro años después tenían 150 y 449 operarios/as respectivamente. Pero la de Lima solo duró hasta 1791 debido a la pésima administración (Morales, 2015, pp. 194-199)1. En abril de 1778 se erigió una real fábrica de cigarros y puros en Guayaquil que, años después, fue auxiliada por una tabaquería en Quito extinta en 1790 (Laviana Cuetos, 1985, pp. 84, 87). La fábrica de Cartagena comenzó labores el 6 de octubre de 1778 y prolongó su existencia hasta el 4 de mayo de 18052. Estas fábricas hicieron parte de un conjunto de medidas reformistas que tenían un doble propósito. El más estudiado es el interés de la Corona de arrogarse los ingresos de la economía tabacalera en un contexto de crisis de las arcas reales y de continuas guerras con otros imperios, lo que demandaba el fortalecimiento del llamado Estado fiscal militar (Torres, 2013). El otro objetivo, que apenas empieza a investigarse, era el de combatir lo que se consideraba como vagancia y la pobreza entre los sectores libres mediante labores productivas (Quiroz, 2016), o destinando a los presos a trabajos en obras públicas y sistemas defensivos (Laviana Cuetos, 1985, pp. 84, 87; Arrelucea, 2009, pp. 77-96; Múñoz, 2020, pp. 158-232; Martínez, 2019; 2020, pp. 1-22).
Cartagena fue escogida para crear este establecimiento por dos razones: 1) por el fácil aprovisionamiento por vía marítima del tabaco cubano y del interior neo-granadino utilizando el tráfico por el río Magdalena, rutas acuáticas que también facilitaban enviar el tabaco a otros destinos; 2) porque ya había un mercado cautivo3, en el que se interesó la Corona. A diferencia de lo sucedido en otras ciudades sedes de fábricas de cigarros y cigarrillos, en Cartagena, no se enfrentaron conflictos con los productores artesanales, y, al igual que en Ciudad de México, donde para evitar el impacto social negativo de la fábrica sobre los elaboradores de cigarros se les integró a los estancos o a la fábrica en calidad de operarios (Mcwatters, 1979, 141-154; Suárez, 2010, pp. 422-423), la Instrucción de 1778 del visitador Juan Antonio Gutiérrez de Piñeres, que reglamentó el funcionamiento de la fábrica de Cartagena obligó a incorporar a aquellos a sus operaciones4.
La fábrica formó parte del engranaje de la Real Renta de Tabacos, establecida en esta ciudad en 1776, la que a su vez dependía de la Dirección General de Tabacos de Nueva Granada, radicada en Santa Fe de Bogotá. Tras la reorganización del ramo de tabacos efectuada por el regente Juan Antonio Gutiérrez de Piñeres entre 1778 y 1779, Cartagena fue elevada a la condición de administración principal, una de las siete en las que se dividió administrativa y jurisdiccionalmente el virreinato. Su competencia territorial abarcó el espacio comprendido entre los ríos Magdalena, Sinú y San Jorge hasta los límites con la provincia de Antioquia, y las costas del mar Caribe, territorio que se subdividió en seis administraciones particulares o estancos y más de cincuenta estanquillos que llevaron al público los cigarros de la real fábrica y el tabaco en manojos cultivado en el distrito tabacalero de Ambalema (mapa 1)5.
Al frente de la administración principal se encontraba un administrador, dos oficiales a su disposición para las funciones administrativas y la tesorería, y un contador con un oficial mayor. Seguía un fiel de almacenes y tercenista, que era el encargado de llevar los registros de la cantidad de tabaco que ingresaba a los almacenes principales, especificando su peso, calidad y procedencia, y de igual manera, el que realizaba los protocolos específicos para la remisión del material a la Fábrica de Cigarros, según las órdenes del administrador y la intervención del contador. Bajo la dirección de este personal se encontraban 29 personas, que, según el informe de 1785, sus sueldos ascendían a 8.980 pesos al año6. En intramuros de la ciudad se crearon nueve estancos para expender el producto y tres en los alrededores, en los que se vendían atados formados por 22 cigarros que pesaban 4 onzas y con un valor de 2 reales. En total, a 8 reales la libra de cigarros7.
La organización de la fábrica fue establecida por una instrucción del visitador Juan Antonio Gutiérrez de Piñeres fechada en Santa Fe de Bogotá el 5 de septiembre de 1778, basada en el reglamento de 1761 que regía a la fábrica de Sevilla. Dependió de la administración principal de la renta de tabaco de la ciudad y su administración estuvo a cargo de un fiel que estaba al frente de las labores y vigilaba el proceso de trabajo y el producto final, llevaba una relación de las trabajadoras y de las cuadrillas, las libras y calidades del tabaco que labraban a la semana, la cantidad de atados de cigarros que producían y las remuneraciones salariales que devengaban. También ejercía autoridad sobre las operarias, cabos de cuadrillas, porteras, celadores y guardas. La instrucción de 1778 disponía las características del local donde funcionaría, las atribuciones del administrador y del personal que estaría bajo su mando. El reglamento insistía en la puntualidad del horario laboral, la concentración en las labores, control sobre la calidad de cigarros producidos, las requisas al terminar las jornadas, evitar robos y las cercanías extralaborales entre sobrestantes y operarios/as. Las cuadrillas de hombres laboraraban en espacios distintos a las de mujeres: hombres y mujeres eran revisados al terminar la jornada para evitar la sustracción del producto8.
Cuando se compara con los casos de las fábricas de Nueva España y Perú (Vizcarra, 2007), el crecimiento de la de Cartagena fue modesto. Las razones fueron varias. Una tenía que ver con que el mercado era restringido por el tamaño de la población de la ciudad y de su provincia. Otra se relacionaba con no contar con la suficiente mano de obra capacitada, como lo consignó en su informe de 1783 Francisco Escudero, administrador de la fábrica, al señalar que si todo el tabaco se vendiera bajo la forma de cigarros "[...] sería menester extender la fábrica con casi el doble de costos, y sería difícil encontrar operarios sin mucha dilación para la labranza"9. Por eso, y por las dificultades para controlar todo el territorio provincial, la elaboración y venta de atados de cigarros se combinó con el expendio de manojos de hojas producidas en el interior del virreinato neogranadino, primando en el mundo rural la fabricación de cigarros por parte de los consumidores. El informe de 1782 sobre las ventas de atados de cigarros y de manojos de hojas da a entender que en las poblaciones relativamente cercanas a Cartagena la venta de cigarros sobrepasó a los manojos, y a la inversa, entre más estaba retirado el mundo agrario, los manojos predominaban10. Por eso, no se le dotó de unas instalaciones expresamente construidas para concentrar en grandes salones a las operarias, carencia de la que se lamentaba el administrador en 178511, la que fue suplida alquilando tres casas contiguas de dos plantas por un canon anual de 1260 pesos12. Finalmente, en 1779 la administración de la renta de tabaco compró una casa grande de dos plantas con un costo de 14 000 pesos ubicada en el mismo lugar de las casas arrendadas13. Se echaron abajo las tapias que separaban los patios de las casas y las habitaciones y salas se acondicionaron para el trabajo de las operarias.
El plan de la renta de tabaco de 1778 estipuló que el proveniente de Cuba se destinaba para la elaboración de cigarros que se expenderían a 8 reales la libra, y el de Ambalema (también llamado "cafuche") para la venta en manojos de 8 onzas, a 4 reales el de primera y a 2 reales el de segunda14. Con base en las cifras elaboradas por los directores de la factoría de La Habana sobre el envío de tabaco de la isla a las distintas factorías de América y a España (desde 1761 a 1812), Laura Náter (2017) reconstruyó las exportaciones de tabaco cubano a España y a distintas ciudades hispanoamericanas durante el periodo 1761-1812, y señala que Cartagena adquirió 6 650 838 (el 37 %) de las 16 000 000 libras de tabaco en rama (ver cuadro 1). Mientras que en el lapso de 1761 a 1777 el promedio anual fue de 160 439 libras, para los años de existencia de la fábrica (1778-1805) ese promedio bajó a 138 587 libras (Náter, 2006; 2017). Mientras que, salvo contingencias climáticas y de plagas, la provisión de tabaco neogranadino siempre estuvo garantizada, la del proveniente de Cuba sufrió algunos avatares que se reflejaron en la productividad semanal (ver anexos). Como se observa en el cuadro 1, solo en los periodos de guerras (1778-1783, 1792-1803) disminuyeron las importaciones debido a las dificultades del tráfico por las guerras con Inglaterra, aunque en alguno de esos años la existencia de tabaco pudo aumentar. En el contexto de desabastecimiento de comienzos del decenio de 1780, en 1783 Francisco Escudero informó que el consumo anual de tabaco de Cuba era de "5000 a 5500 arrobas vendidos en cigarros, y 4000 arrobas de tabaco del reino vendido en su primera especie de manojos". En total, la provisión debía estar entre los 9000 a 10 000 arrobas anuales15. Pero las cifras de ese cuadro muestran que el 33 % de los años la cantidad de tabaco cubano estuvo por encima de ese cálculo.
Años | Libras | Años | Libras | Años | Libras | Años | Libras |
---|---|---|---|---|---|---|---|
1778 | 271.118 | 1785 | 294.586 | 1792 | 72.260 | 1799 | 558.125 |
1779 | 230.294 | 1786 | 235.521 | 1793 | 0 | 1800 | 15.753 |
1780 | 217.336 | 1787 | 288.358 | 1794 | 50.000 | 1801 | 205.625 |
1781 | 0 | 1788 | 62.500 | 1795 | 147.994 | 1802 | 130.706 |
1782 | 7.655 | 1789 | 131.250 | 1796 | 237.375 | 1803 | 85.847 |
1783 | 0 | 1790 | 119.885 | 1797 | 237.375 | 1804 | 0 |
1784 | 10.491 | 1791 | 119.500 | 1798 | 150.875 | 1805 | 0 |
Fuente: Náter (2017, pp. 265-272).
Rentabilidad
Al igual que las fábricas de Nueva España, la de Cartagena fue rentable para las arcas de la Corona16 y sus cigarros se abrieron paso entre la inveterada costumbre de los consumidores y arrolladores de tabaco que los elaboraban con base en las hojas de Ambalema17. En los costos de producción (que damos en libras y reales para facilitar las comparaciones con los salarios) intervenían el pago a los cosecheros cubanos por arroba producida, lo que correspondía al factor en Cuba, los precios del embalaje, almacenaje, fletes de transporte, y el valor del transporte de cada tercio del muelle a los almacenes de la renta en Cartagena18. Por ejemplo, en 1797, 126 255 libras de tabaco cubano costaron 99 064 reales. Y cuando se colocaron en los almacenes de Cartagena, el precio total ascendió a 132.088 reales, aumentando en un 33,3 % el valor inicial19. En el cuadro 2 registramos las variaciones de precios para algunos años, las que reflejaban el estado de la cosecha cubana y las facilidades u obstrucciones del transporte marítimo por las guerras interimperiales. En 1779 y 1782 aumentaron los precios debido a la guerra con Inglaterra (1778-1783), que desvió los dineros de la renta del tabaco para la guerra (Gárate Ojanguren, 2013). El aumento de 1785 se debió a que en ese decenio disminuyó la producción tabacalera (Amores Carredano, 1999, p. 133).
Años | Libra primera calidad (reales) | Libra desecho (reales) | Años | Libra primera calidad (reales) | Libra desecho (reales) |
---|---|---|---|---|---|
1778 | 1,0 | 0,3 | 1783 | 1,0 | 0,3 |
1779 | 1,5 | 0,7 | 1785 | 1,5 | 0,7 |
1780 | 1,0 | 0,3 | 1789 | 1,0 | 0,3 |
1782 | 1,6 | 1,0 | 1797 | 1,5 | 0,4 |
Fuentes: Elaboración de los autores basados en AGN, SAA-II, AT, Informes, caja 43, carpeta 3, ff. 40r.-49r.; caja 43, carpeta 2, f. 232r.; AGN, SC, Aduanas, tomo 20, doc.17, ff. 949v.-950v.
Pese a esto, en varias ocasiones las autoridades centrales del virreinato expresaron sus preocupaciones sobre la fábrica y se preguntaron si no era más conveniente vender el tabaco de Cuba en manojos y no elaborado en cigarros. Para defender la utilidad de la fábrica para las arcas reales, en 1783 Francisco Escudero confrontó cifras quinquenales sobre lo producido por la venta de ese tabaco antes y después de la fábrica. Entre 1774 y finales de 1778 la venta de 1 316 300 libras de manojos de hojas produjo ingresos de 1.130.844 reales. Y entre 1779 y 1783 la fábrica consumió 656 975 libras de tabaco (el 83,2 % de Cuba, 6,8 % de Virginia y el 10 % restante de Ambalema). En este quinquenio la Renta de Tabaco vendió 516.400 libras de manojos (solo el 12,8 % era de Cuba). Los ingresos, sumando las ventas de cigarros y manojos, ascendieron a 2 429 354 reales. Es decir, con un 11 % menos de tabaco, las entradas del segundo quinquenio aumentaron en un 114,8 %. Escudero concluyó que
esta ventaja procede sin duda del modo de expender el tabaco de Cuba convertido en cigarros y en el precio que se asignó al de Ambalema de modo que de ambos procede la utilidad que se acerca tanto de uno a otro, aunque es sin duda mayor la de Cuba fabricado en cigarros [...]20
Para realizar su informe redondeó la cantidad de tabaco cubano en 100 arrobas, de las que 33 se destinaban a capas y el resto a tripas, es decir, el relleno de cada cigarro. El valor total de las 100 arrobas era de 2461 reales. La merma estaba por el orden del 12 % del peso total, es decir, 12 arrobas, tanto durante el transporte como en el almacenamiento. Durante la elaboración de los cigarros se quitaban las nervaduras de las hojas y los amarres de majagua, representando una merma del 30 %. El total de la merma era del 42 %21. Con lo que quedaba se elaboraban los cigarros, cuyos atados se vendían a 8 reales la libra, lo que daba un producto de 12 384 reales. De este monto había que sacar el 7 % representado en el valor de la mano de obra constituida mayoritariamente por mujeres, a las que se les pagaba siete cuartillos (1,3 reales) por libra de cigarros labrada. También incluyó el valor de los arriendos de las tres casas de dos plantas en las que funcionaba la fábrica y los sueldos de los empleados de esta. Restando el valor de las 100 arrobas, quedaba un saldo favorable de 19 928 reales, el triple del valor de compra de la materia prima. De este saldo restó el pago de la mano de obra, los gastos administrativos, el costo de los arriendos de las tres casas y los pagos del transporte de la materia prima22.
Para tener una idea sobre la rentabilidad de la fábrica, en el cuadro 3 relacionamos el peso total del tabaco que enviaba los almacenes de la administración principal a la fábrica, la disminución del peso por efectos de la merma (desnervar las hojas y quitar las partes dañadas), el valor en bruto del total de ese tabaco promediado a 1,5 reales la libra, el total de las libras de cigarros producidas, los gastos en arriendos de las instalaciones y el pago de la mano de obra mediante la multiplicación de las libras de cigarros producidas y el valor reconocido de 1,75 reales por libra elaborada, el producido por la venta de las libras de cigarros elaboradas (8 reales la libra) y las diferencias entre los ingresos y los egresos. Asimismo, la tabla contiene los montos de los ingresos totales por efecto de la venta de los cigarros, calculados con base en el precio de 8 reales la libra, el que se mantuvo estable durante los años del periodo que comprende. Y la última fila contiene el saldo que quedaba de restar los egresos (compra de tabaco y pago de mano de obra) y los ingresos (venta de cigarros).
1779 | 1780 | 1781 | 1782 | 1783 | 1785 | 1792 | |
---|---|---|---|---|---|---|---|
Total libras consumidas | 108.875 | 210.625 | 176.403 | 130.871 | 236.250 | 143.142 | 135.282 |
Valores promediados libra | |||||||
principal y de desecho | 2,2 | 1,3 | *1,5 | 2,6 | 1,3 | 2,2 | *1,5 |
(reales/libra) | |||||||
Valor total libras consumidas (reales) | 239.525 | 273.813 | 264.155 | 340.265 | 342.225 | 314.913 | 202.923 |
Merma libras | 9.734 | 60.403 | 38.588 | 28.628 | 67.189 | 40.563 | 44.566 |
Total libras producidas | 99.141 | 150.222 | 137.815 | 102.243 | 169.061 | 102.579 | 90.716 |
Canon anual arriendo 3 inmuebles (reales) | 10.196 | 10.196 | 10.196 | 10.196 | 10.196 | 10.196 | 10.196 |
Sueldos personal administrativo (reales) | 43.712 | 43.712 | 43.712 | 43.712 | 43.712 | 43.712 | 43.712 |
Total jornales operarias (1,75 reales /libra) | 173.496 | 262.889 | 241.176 | 178.925 | 295.856 | 179.513 | 158.753 |
Valor venta cigarros (8 reales/libra) | 793.128 | 1.201.776 | 1.102.520 | 817.944 | 1.352.488 | 820.632 | 725.728 |
Beneficios (reales) | 326.199 | 611.166 | 553.477 | 244.846 | 660.499 | 272.298 | 310.144 |
% beneficios | 41,1 | 50,9 | 50,2 | 29,3 | 48,8 | 33,2 | 42,7 |
1798 | 1799 | 1800 | 1802 | 1803 | 1804 | 1805 | |
Total libras consumidas | 158.285 | 156.301 | 170.686 | 180.502 | 179.584 | 194.226 | 71.405 |
Valores promediados libra | |||||||
principal y de desecho | 1,7 | 1,9 | 1,9 | *1,5 | *1,5 | *1,5 | *1,5 |
(reales/libra) | |||||||
Valor total libras consumidas (reales) | 269.085 | 296.972 | 324.304 | 270.753 | 269.376 | 291.339 | 107.108 |
Merma libras | 38.240 | 33.287 | 50.123 | 50.547 | 54.515 | 50.971 | 23.422 |
Total libras producidas | 122.682 | 122.970 | 138.013 | 132.682 | 125.069 | 114.053 | 24.979 |
Canon anual arriendo 3 inmuebles (reales) | 10.196 | 10.196 | 10.196 | 10.196 | 10.196 | 10.196 | 10.196 |
Sueldos del personal administrativo (reales) | 43.712 | 43.712 | 43.712 | 43.712 | 43.712 | 43.712 | 43.712 |
Total jornales operarias (1,75 reales /libra) | 214.694 | 215.198 | 241.513 | 232.194 | 218.871 | 199.593 | 43.713 |
Valor venta cigarros (8 reales/libra) | 981.456 | 984.112 | 1.104.104 | 1.059.528 | 1.000.552 | 912.424 | 199.832 |
Beneficios (reales) | 464.161 | 418.034 | 484.702 | 502.217 | 458.253 | 367.707 | -4.898 |
% beneficios | 45,2 | 42,5 | 43,9 | 47,4 | 45,8 | 40,3 | 00,0 |
Fuentes: elaboración de los autores a partir de AGN, SAA-II, AT, Informes, caja 41, carpeta 3; caja 41, carpeta 4; caja 42, carpeta 1; AGN, SAA-II, AT, Nóminas, caja 1, carpeta 2; AGN, SAA-III, Tabacos, leg.74, 92, 95, 99, 103,113,115,119,124. * Precios promediados.
Mujeres trabajadoras: organización del trabajo y jornales
Al igual que las recientes investigaciones sobre el mundo laboral ligado a los sistemas defensivos, el análisis de la población laboral de esta fábrica introduce importantes contrastes con los estudios sobre la sociedad de la Cartagena del último cuarto del siglo XVIII, los que, al solo basarse en los censos de 1777-1778 y 1780, solo ofrecen imágenes rígidas de esa sociedad y sin captar las dinámicas económicas y sociales que se producían en el interior de los sectores sociales bajos. En efecto, por las construcciones sociales de la época sobre los géneros, esos censos no registraron las ocupaciones de las mujeres, hecho que fue común en toda Hispanoamérica colonial23. Y esto sucedía pese a que muchas eran cabezas de familia (solteras y viudas) que buscaban el sustento diario para sus familias mediante recursos laborales y económicos que apenas empezamos a conocer. Algunas mujeres se desempeñaban en diversas ocupaciones, ya fuese en sus hogares o por fuera de estos. Por ejemplo, de los 19 panaderos que había en Cartagena en 1768, seis eran mujeres, cifra total que en 1773 disminuyó a 11 y solo aparecen tres panade-ras24. Otras en sus casas participaban en la elaboración de pábilo para velas, sombreros de material vegetal, mechas para pólvora hechas con ropa vieja cuando el ejército y la artillería lo demandaban. Algunas fungían de vendedoras callejeras, y muchas negras libres eran revendonas de comistrajos en los sitios públicos que la tradición habían habilitado para tales propósitos25, y aún esclavas eran destinadas por sus amos a esos menesteres26. Para 1790 un grupo de mujeres era propietario de coches de alquiler27. También hubo mujeres negociantes (Ripoll, 2006, pp. 15-17, 30-36; Helg, 2011, pp. 193-199; Lux, 2006). Y otras se ocuparon en sus pulperías, con una participación que fue aumentando, como se registra en el pago del impuesto de alcabalas: 1777: 3; 1782: 16; 1792: 10; 1794: 32; 1795: 22; 1803/1804: 38; 1807/1808: 39; 1808/1809: 59 (Vanegas Beltrán, Solano y de la Cruz, 2021).
Antes del monopolio de la Corona sobre la producción y comercialización de la hoja, en Cartagena la solanácea se expendía en los estancos que se arrendaban a particulares, y los cigarros eran elaborados por los consumidores o por personas (hombres y mujeres libres y esclavas) que devengaban sus sustentos de la labor de adobar y enrollar ("torcer") la hoja. Según informe de 1752 dirigido a la Corona por el obispo de Cartagena de Indias, las labores de arrollado del tabaco las realizaban mujeres en sus casas, y aun familias notables destinaban a sus esclavas a ese menester y luego las enviaban a las calles a venderlos28. Sin embargo, los censos de 1777 de cuatro de los cinco barrios del recinto amurallado no registraron la existencia de personas dedicadas a la elaboración de cigarros. La instrucción de 1778 que reglamentó el funcionamiento de la fábrica ordenó que
[...] al principio de establecimiento procure preferir a los que están acostumbrados, y tengan práctica en la elaboración de cigarros, así por la utilidad que de ello resultará a la fábrica, como porque es justo atender a que estos individuos no queden sin ocupación que sufrague a su alimentos y el de su familia29.
Dos años después, los censos de 1780 de los artesanos que estaban en condiciones de prestar el servicio de miliciano (entre los 15 y 45 años de edad) en los cinco barrios solo registraron la existencia de 18 hombres "tabaqueros"30, los que de seguro trabajaban en la Real Fábrica de Cigarros. Listados de las cuadrillas de trabajadores de 1782 indican que de 128 operarios, 26 eran hombres (20,3%), para 1785, de 107 operarios/as, solo 9 eran hombres (8,4 %), y para 1786, de 169 operarios/as, 37 eran hombres (22 %); 1789, de 132 trabajadoras/es, 28 eran hombres (21,2 %), y para 1792 la totalidad de la mano de obra (183 operarias) eran mujeres31. Aunque la tendencia era al empleo absoluto de mujeres, algunos incrementos en la contratación de hombres se debieron a necesidades circunstanciales de incremento de la producción.
Al lado de la de Panamá (Torres Güiza, 2019b), la Real Fábrica de Cigarros de Cartagena fue el único experimento exitoso en el Nuevo Reino de Granada de vinculación de mujeres al mundo laboral por fuera de sus hogares, y durante su existencia la fábrica modificó de forma radical el mundo laboral de algunos sectores de mujeres. Las razones por las que se prefirió emplear mujeres las dio la Instrucción de 1778 que reglamentaba las operaciones de la fábrica:
Siendo la labor de cigarros más propia para mujeres que no para hombres, y aquellas más aseadas y económicas por lo común que estos; procurará el Administrador, si es posible, establecer desde luego la Fábrica con las primeras. Y si no fuese por ahora verificable, admitirá de uno y otro sexo; pero poniéndolos en piezas separadas y prohibiéndose absolutamente toda comunicación para evitar el desorden que de lo contrario pudiera resultar. Y en lo sucesivo aplicará su atención y cuidado a que solo queden mujeres, por ser esto lo más conviene32.
Poco sabemos sobre la división del trabajo en la fábrica, pues los informes del administrador solo presentan la producción por las integrantes de las cuadrillas. Según los estudios realizados para México y Lima, la introducción del método fabril transformó el proceso productivo de los cigarros. Mientras en los pequeños talleres el trabajo se organizó de acuerdo con la tradición en maestros, oficiales y aprendices, que transformaba la hoja del tabaco en cernido y luego se elaboraban los cigarros mediante la técnica del torcido, en las reales fábricas se utilizaban cernidoras para procesar y moler el tabaco para elaborar rapé y picaduras para cigarrillos33. En la producción de cigarrillos (picadura de tabaco envuelta en papel también conocidos como "papelillos") y puros (cigarros gruesos envueltos en la hoja) se introdujo especializaciones de acuerdo con las necesidades de preparación de esos productos. En la preparación de cigarrillos, antes realizado por 2 trabajadores, la fábrica de México creó 22 oficios. La organización del trabajo se dividía entre los supervisores que controlaban a los sobrestantes y maestros de mesa y los operarios que preparaban la materia prima, el empaque y sello del producto final. Sus actividades se distribuían entre los pureros, los cigarreros, los envolvedores y los recortadores (Ros, 1984). Sin embargo, el establecimiento de Cartagena solo se redujo a la elaboración de cigarros, mas no de cigarrillos envueltos en papel, ni rapé o tabaco en polvo, labor en la que se concentró por pocos años la fábrica de la capital del virreinato de Nueva Granada (Torres Güiza, 2018). En largos mesones y trabajando de pie las operarias utilizaban cuchillos filosos, mesas y moldes de maderas en las que se prensaban los cigarros34. La división del trabajo reflejaba el peso de la tradición artesanal debido a que el proceso productivo era simple. Aunque los listados semanales de los pagos de salarios no especifican las ocupaciones, es de entender que algunas desvenaban las hojas y las seleccionaban por calidad, otras las picaban y otras elaboraban los cigarros35.
El trabajo estaba organizado en cuadrillas, dirigidas por un cabo, especie de capataz salida entre las trabajadoras, que al tiempo que también laboraba controlaba a las demás operarias, mantenía la disciplina, la concentración en la productividad y velaba por la calidad de los trabajos realizados. La cantidad de cuadrillas y de sus integrantes dependió de las instalaciones de los inmuebles donde laboraban, pues al no ser espacios diseñados y construidos para funcionamiento de la fábrica, las dimensiones de habitaciones, salas, corredores y patios determinaron el número de aquellas. En algunas ocasiones estas unidades de trabajo oscilaban entre 10 y 25 operarias36. La fábrica empezó labores con 8 cuadrillas. Para inicios del decenio de 1780 ascendían a 937, y a mediados de esos años eran 10. La compra en 1798 de la casa contigua a la que se utilizó como instalación inicial de la fábrica explica que el número de cuadrillas haya pasado de 10 a 12 para luego estabilizarse en 11. En sus comienzos las cuadrillas eran dirigidas por hombres y hubo una integrada en su totalidad por varones (97 mujeres y 27 hombres en 1782; 6 cabos hombres y 3 cabos mujeres)38. Pero paulatinamente las mujeres más emprendedoras y con mayores capacidades productivas empezaron a ocupar las plazas de cabos. Durante el tránsito entre los decenios de 1780 y 1790 los hombres no aparecen en funciones de cabos de cuadrillas, y desde 1792 desaparece de los pocos registros que quedaban la cuadrilla que estaba integrada por estos. En consecuencia, las mujeres pasaron a formar la totalidad de la mano de obra. En términos generales, el promedio de trabajadoras estuvo entre 190 y 200 operarias (ver cuadro 4 y gráfico 1), variaciones que dependían de la demanda y de existencia de insumos. En la fábrica se estabilizó una importante franja de trabajadoras, como puede observarse en el cuadro 4, que registra la renovación y permanencia de las trabajadoras en sus ocupaciones. Asimismo, en los porcentajes se ve una tendencia decreciente de las trabajadoras nuevas.
Dependiendo de la productividad y del buen comportamiento podían tener garantizados la estabilidad en la ocupación. La simpleza de las operaciones laborales facilitó el rápido aprendizaje de las trabajadoras enganchadas39. De igual forma a como se hizo en la Fábrica de Tabacos de Sevilla y en las fábricas de cigarros de Lima y México, la Instrucción de 1778 reglamentó las operaciones y los controles sobre los operarios. En este sentido, se reguló las funciones de los administradores y sobrestantes con relación a las operarias para evitar preferencias de cualquier índole, se conservó el orden, la disciplina y la concentración en las labores y se garantizó la calidad de los productos. Asimismo, la producción era sometida a un doble revisado por los cabos de cuadrillas y los cigarros considerados mal elaborados tenían que desarmarse y elaborarse de nuevo40.
Fuentes: elaboración de los autores a partir de fuentes de AGN, SAA-II, AT, Informes, caja 41, carpetas 1, 3, 4; caja 42, carpeta 1, ff.97r.-213r.; AGN, SAA-III, Tabacos, leg.74, ff.80r.-w5v., 89, 92, 95, 97, 98, 99, 103, 110, 113, 115, 118, 119, 122, 124; AGN, SAA-II, AT, Nóminas, caja 1, carpeta 2.
■ Salarios
Los salarios representaron una alta cuota de las erogaciones de la fábrica. Informes parciales indican que entre 1779 y 1785, y en los años de 1792, 1796, 1798 y 1799, 1800, 1802 a 1805 casi el 40 % de sus gastos se destinaba al pago de los jornales (ver cuadro 3 y gráficos anexos); alto porcentaje propio de los establecimientos manufactureros en los que, por una parte, la baja tecnología empleada implicaba un predominio del capital variable, y el trabajo a destajo podía estimular a las operarias a intensificar la producción para devengar mayores jornales41.
La Instrucción de 1778 ordenó que fuese atribución del administrador de las rentas establecer el valor de la libra de cigarros labrada, atendiéndose a
[...] las circunstancias del país, lo que en el día acostumbrar llevar por cada libra de cigarros las personas que se dedican a esta ocupación, y la ventaja que le resultará de tener asegurada en la fábrica la remuneración de su trabajo sin las contingencias y pérdidas que ahora experimentan, para que todo bien considerado se señale un premio que siendo proporcionado a la ocupación de los operarios, no perjudique los intereses de la renta42.
Los jornales de las trabajadoras dependían de la producción individual medida en libra de cigarros (128 unidades en total)43. Entre 1779 y mediados de 1782 las trabajadoras recibieron un cuartillo por libra labrada, bajo reconocimiento salarial que pudo originar dificultades para contar con mano de obra. Luego, teniendo en cuenta que Cartagena era una ciudad con alto costo de vida (Solano, 2018, pp. 549-588) se les pagó la libra a 1,3 reales, valor que se mantuvo hasta 180544. Tanto el aumento de lo pagado por libra procesada como el incremento del número de trabajadoras se reflejan en los gráficos anexos que representan los montos semanales de los jornales. En 1782 (anexo 1) el monto de los jornales semanales estuvo entre 1500 y 2500 reales. Luego (anexos 2 a 10) estuvieron entre los 2500 o 3000 hasta los 5000 reales. La producción individual dependía de las habilidades de las trabajadoras y de los mecanismos de control establecido por los administradores para comprometerlas con un mayor rendimiento cuando había provisión generosa de materias primas. Y los anexos representan las relaciones semanales entre libras de cigarros producidas y los montos totales de los jornales ganados. La información analizada muestra que en términos generales la productividad semanal total se mantuvo entre 2000 y 3000 libras de cigarros por semana, para un promedio mensual de 11 000 reales distribuidos entre las operarias45.
Los jornales variaban de acuerdo a la existencia de materias primas, la demanda y de si las rutas de tráfico marítimo estaban exentas de los conflictos con otros imperios. Según los informes parciales del administrador de la fábrica, en 1798 el promedio de la producción diaria fue de 2 libras (256 cigarros). El ejercicio que hemos realizado en el cuadro 5 y los gráficos anexos muestra que en 1782, 1785 y 1786 el 60, 69 y 80 % de los jornales se concentraron entre los 3 y los 5 reales. En 1798 y 1800 las mayores cantidades de jornales (el 60 y el 69 %) estuvieron en el rango de 2 a 4 reales. Las variaciones en los jornales devengados por las trabajadoras guardaron una relación directa con los tiempos de paz y de guerras entre España y otros imperios. Los conflictos bélicos de 1778-1783, 1792-1796-1802 y 1804-1808 afectaron el aprovisionamiento de materias primas provenientes de Cuba, lo que a su vez incidía en la producción de las trabajadoras. El cuadro 5 y el gráfico 3 registran las diferencias salariales entre las trabajadoras con base en una muestra aleatoria correspondientes a 4 semanas de distintos años, consignando el total de trabajadoras, una escala ordinal de jornales y las cantidades de operarias que los ganaban acorde con la producción que realizaban. Los jornales devengados muestran las diferentes capacidades productivas de las trabajadoras. Al promediar las diversas cantidades de trabajadoras que devengaban los distintos jornales se constata que las mayores concentraciones estaban en el orden de 3 a 4 reales por día, seguidas por las que ganaban entre 4 y 5 reales. Solo en 1798 y 1800 fue mayor el número de trabajadoras comprendidas en la escala salarial entre 2 y 3 reales por día, la que en el resto de los años tabulados siempre había estado en el tercer lugar.
Fuentes: elaboración de los autores a partir de AGN, SAA-II, AT, Informes, caja 41, carpetas 1, 3, 4; caja 42, carpeta 1, ff.97r.-213r.; AGN, SAA-III, Tabacos, leg.74, ff.80r.-105v.; leg.89, 92, 95, 97, 98, 99, 103, 110, 113, 115, 118, 119, 122, 124; AGN, SAA-II, AT, Nóminas, caja 1, carpeta 2.
En la Cartagena de ese entonces un ingreso de 3 a 4 reales estaba por encima de ½ reales, considerado el rasero mínimo en dinero para la subsistencia diaria de una persona46. Desafortunadamente, los estudios sobre la unidad familiar promedio con que se cuenta (Greenow, 1977; Rodríguez, 1997, pp. 33-92; 2002, pp. 93-109; Tovar, 1998, pp. 21-85) no permiten señalar cuántas personas aportaban a los ingresos de las familias y cuántas se mantenían con los ingresos. Pero de todos modos ese jornal reforzaba o podía ser el único aporte para la manutención de una familia. Y estaba dentro del patrón común de los jornales devengados por trabajadores no calificados. En los sistemas de defensa, por ejemplo, existía un numeroso sector de jornaleros que desempeñaban distintas labores de acuerdo con las necesidades de las obras47. Sus salarios variaban de acuerdo con los frentes en los que laboraban, y de la demanda de mano de obra48. Durante la segunda mitad de los años de 1750 sus jornales alcanzaron hasta los 4 reales49. Años después los jornales bajaron y se estabilizaron entre 2 y 3 reales, pero predominando los que devengaban 3 reales por días. Pero la tendencia fue a que se uniformaban los jornales entre 3 y 4 reales, aunque en algunas ocasiones se pueden encontrar listas de trabajadores a los que se les cancelaban 2 reales por día (Solano, 2018, pp. 549-588).
Luego de una tendencia estable en los precios durante los primeros años del periodo que estudiamos, para los años finales del XVIII empezaron variar, lo cual iba en detrimento de los consumidores. Cifras analizadas en un reciente artículo (Solano, 2018, pp. 549-588) indican que entre 1761 y antes de 1783 existió una estabilidad de los precios de los alimentos, para luego iniciar un paulatino proceso alcista que se aceleró desde 1797 en adelante, cuando los problemas más sobresalientes que enfrentaban los habitantes de Cartagena era el recurrente déficit de productos de primera necesidad, la especulación de los acaparadores, el alto costo de vida, la ausencia de eficaces controles de precios, y la frecuente actitud de las autoridades centrales del virreinato de no permitir el comercio con extranjeros para proveer a la plaza de artículos de primera necesidad (carnes, harinas, arroz y maíz). La carne de res es una buena expresión de esta situación. Entre 1761-1763, 1768-1769 y 1770-1772 el precio de la arroba de carne fresca pasó de 4 a 7 y luego bajó a 6 reales la arroba50. Desde finales del XVIII se disparó su precio y en 1801 pasó de 8 a 12 reales la arroba, es decir, un aumento del 50 %51. Esto tuvo un efecto negativo sobre los ingresos de las trabajadoras y del resto de la población que vivía de los salarios y del trabajo manual independiente.
Conclusiones
Las reales fábricas de cigarros establecidas en América compartieron características y procesos símiles como dependencias esenciales para el fortalecimiento de los estancos del tabaco. Se crearon estratégicamente en el territorio a fin de tener un mayor control sobre el mercado tabacalero, modificaron la forma de hacer los cigarros al introducir el modelo fabril en una actividad tradicionalmente artesanal y emplearon a muchos habitantes urbanos: la de México empleó en 1797 a 7497 personas (Ros, 1979), la de Cartagena tuvo un máximo de 244 operarios en 1801 y la de Guayaquil empleó alrededor de cien operarios, en su mayoría presidiarios que trabajaban a cambio de su ración alimenticia (Laviana Cuetos, 1985).
Aunque fue un establecimiento fabril pequeño, la fábrica de Cartagena mantuvo una producción estable, y tuvo un alto nivel de rentabilidad determinado por el monopolio de producción y comercialización por parte de la Corona que le permitía establecer precios a materias primas, mano de obra y producción. Al estar situada a orillas del mar, fue fácil que se aprovisionara del tabaco procedente de Cuba y que su producción ocupara rápidamente el mercado local, mas no el provincial, que siguió aprovisionándose de manojos de la hoja, dando trabajo a la producción artesanal. Al ser una empresa de la Corona con propósitos fiscales, cuya rentabilidad dependió del monopolio que ejercía sobre la producción y el comercio del cigarro, la fábrica no mostró interés en tecnificar la producción. La contrapartida de su baja tecnificación es que demandó un significativo número de trabajadoras, concentración laboral que de alguna manera rompió con la tradición de la producción casera de cigarros elaborados por mujeres que sacaban tiempo a sus labores domésticas para fabricar cigarros. Así, la fábrica, al igual que los trabajos en los sistemas defensivos (Solano, 2015), representó una ruptura con el modelo del taller artesanal basado en pocos trabajadores. El paso de la producción casera a la producción fabril originó un cambio en las relaciones entre las operarias y el trabajo, pues de lunes a sábado y durante más de 10 horas pasaban buena parte de su tiempo por fuera de su hogar, sometidas a controles y a metas de producción establecidas por voluntades externas a los habituales representados por los mayores de la familia y los esposos. Pero también las convirtió en aportantes de dinero a sus hogares, y al lado de los trabajadores de los sistemas defensivos formaron parte del gran contingente de mano de obra asalariada de la ciudad. Esto, más otras formas de trabajo en los que participaban las mujeres (pulperías, ventas callejeras, costura), está en contravía con modelos de análisis del mundo del trabajo preindustrial que concibe a las mujeres solo en función de amas de casas. Visto en perspectiva con lo que trajo la república para Cartagena, para las mujeres, al igual que para los hombres que trabajaron en los sistemas defensivos, las posibilidades laborales se restringieron de forma significativa (Solano, 2019a, pp. 243-287).