Introducción
El Traumatismo Craneoencefálico (TCE) hace referencia a toda lesión o impacto generado por una fuerza externa o contusión que afecta la bóveda craneal y sus tejidos internos, conllevando a alteraciones anatómicas o procesos disfuncionales cognitivos y neurológicos (Díaz y Guevara, 2016; Fernández-Jaén et al., 2001). Estas lesiones generan interrupciones en el desarrollo de la actividad neuronal y se revisten de complejidad, sin un patrón específico de daño, lo cual las hace heterogéneas (Folleco Eraso, 2015). La fisiopatología del TCE denota dos fases, una de lesión primaria correspondiente a los daños originados por el efecto de la energía mecánica sobre la cabeza y una lesión secundaria o no mecánica que se asocia a afecciones múltiples de origen neuropatológico que pueden aparecer días o tiempo después del evento traumático, y producen un daño funcional progresivo (Garduño Hernández, 2000; Rodríguez Moya et al., 2014).
EL TCE se vislumbra como un factor significativo de vulnerabilidad para el desarrollo infantil, y es una de las causas primarias de muerte, disfunciones neuropsicológicas, lesiones neurológicas, discapacidad, trastornos cognitivos emocionales y comportamentales en la infancia (Anderson et al., 2009; Bernal-Gonzáleza y Ramos-Galarzaa-b, 2020; Crowther et al., 2011; Díaz y Guevara, 2016; Fernández-Jaén et al., 2001; Garduño Hernández, 2000; Peralta et al., 2014; Prasad et al., 2017; Sanz-Palau et al., 2020; Volpe et al., 2017). Esto se posiciona como uno de los motivos más frecuentes de hospitalización de niños y adolescentes (Narad et al., 2018; Peralta et al., 2014) y llega a enmarcarse como un problema de salud pública de gran impacto sanitario y socioeconómico (Cabrero Hernández et al., 2021; Folleco Eraso, 2015; Morales-Camacho et al., 2019). Se ha generado un aumento de pacientes pediátricos con secuelas cognitivas, lo que hace necesaria la búsqueda de estrategias para reducir la morbilidad y mejora del funcionamiento a corto y largo plazo (Palacio Navarro et al., 2019). La incidencia de TCE infantil es alta y las medidas preventivas y lineamientos legislativos son escasos, lo que denota la necesaria generación de políticas de prevención en especial en riesgo de atropellos en mayores de 8 años y caídas en menores de 8 años (Cabrero Hernández et al., 2021), al igual que priorizar acciones para el tratamiento oportuno de las lesiones craneoencefálicas primarias y secundarias. Aquí radica la base para un eficacia en la recuperación, en especial durante la infancia, periodo caracterizado por su concomitancia con el desarrollo del proceso de maduración cerebral (Vázquez-Solís et al., 2013).
La evidencia de disfunciones en los dominios neurocognitivas por TCE infantil ha sido documentada en varios estudios; entre sus hallazgos están la susceptibilidad ante la afectación de la capacidad intelectual general, la memoria, las funciones ejecutivas, la atención y la conducta (Sanz-Palau et al., 2020); a largo plazo, disfunción motora y cognoscitiva, impedimento psicosocial, alteraciones en las emociones y del comportamiento, específicamente en el trauma craneal severo (Rodríguez Moya et al., 2014). Estas alteraciones dificultan el proceso adaptativo y funcional del ser humano, pues las funciones neurocognitivas actúan como factores subyacentes al pensamiento y a las diversas expresiones comportamentales; así mismo, estos dominios se consolidan a través del proceso de desarrollo infantil, lo que da la posibilidad, mediante el aprendizaje, de realizar aprehensión del contexto. A partir de esta perspectiva de la incidencia y daño que precede al TCE, surge la pregunta orientadora de la presente revisión: ¿cuáles son las características disfuncionales en la atención, memoria, función ejecutiva, lenguaje y en el aprendizaje que se derivan del trauma craneoencefálico infantil?; también se esboza la necesidad de reconocer como los procesos funcionales se comportan después del curso de un traumáticos craneoencefálico; ante esto se plantea como propósito investigativo: establecer los correlatos disfuncionales asociadas a la neurocognición y el aprendizaje en el TCE infantil.
Las consolidaciones de estos hallazgos permiten el reconocimiento funcional y sus posibilidades, e incentiva la búsqueda de estrategias que fortalezcan el rendimiento neurocognitivo en etapas tempranas para aportar a la reducción de los déficits cognitivos que puedan surgir en la población con TCE infantil. Así mismo, el interactuar argumentativo de los saberes y aportes de la Neurociencia Cognitiva, cuyo objetivo es dilucidar los sustratos neurofisiológicos del funcionamiento cognitivo y sus expresiones conductuales y subjetivas (Rodriguez -Fornells y de Diego-Balaguer, 2004). Con los aportes que entrega como disciplina donde confluyen planteamientos de la Psicología Fisiológica, la Psicofisiológica y la Neuropsicología se apunta a una concepción más amplia del pronóstico conexo al traumatismo (Escera, 2004). La Neurociencia Cognitiva es aplicable en todos los escenarios a los que se vincula el ser humano accionando en los procesos de fortalecimiento de sus funciones, y se extiende al aprendizaje (Gómez, 2004); aprender implica cambio físico, anatómico y electromagnético, por efecto de multiplicaciones de los enlaces neuronales que se generan y logran diversidad de enlaces (Gamella González, 2019), al estar permeado por efecto del Trauma craneoencefálico.
Método
Se desarrolló una revisión panorámica que consiste en la generación de una síntesis del tema en cuestión a partir de evidencia disponible en investigaciones previas, como lo exponen Ruiz- Perez y Petrova (2019), es “un método en sí mismo que conduce a la publicación y difusión de los resultados de las investigaciones en un tema particular” (p.165). Para ello, se seleccionaron los artículos asociados a la pregunta orientadora: ¿cuáles son las características disfuncionales en la atención, memoria, función ejecutiva, lenguaje y en el aprendizaje que se derivan del trauma craneoencefálico infantil? También se analizaron para generar concepciones sobre el fenómeno (Manterola et al., 2013) y, para este caso, el Trauma Craneoencefálico y los correlatos neurocognitivos y de aprendizaje están asociados. El desarrollo de revisión de literatura profundiza en el tema, porque permite comprender las investigaciones precedentes, tanto el reconocimiento de vacíos como la comprobación de hipótesis o desarrollo de nuevas concepciones o teorías (Xiao y Watson, 2019). La Revisión fue basada en las tres fases de la metodología planteada por Torres- Carrion et al. (2018): planificación, desarrollo del protocolo de revisión, realización de la revisión y la presentación del reporte investigativo y las secciones planteadas en la metodología PRISMA-ScR (Tricco et al., 2018).
La búsqueda de información se realizó en las bases de datos SCOPUS, WEB OF SCIENCE, PSICODOC, EBSCO; PUBMED; SCIELO Y REDALYC; se seleccionaron 44 artículos que aportan al desarrollo del producto investigativo de acuerdo con los criterios de inclusión; y se utilizaron los siguientes algoritmos y palabras claves:
Como parte del protocolo de revisión se definieron diferentes criterios para la selección de artículos que apuntaron a resolver las preguntas de investigación:
Desarrollo y resultados
La consolidación de la información se logra a partir del análisis de las fuentes seleccionadas que cumplieron los criterios establecidos de inclusión; estuvieron en el rango de búsqueda del año 2000 al año 2021, y se halló mayor número de investigaciones relacionadas entre los años 2016 al 2021, lo que corresponde al 50% de los artículos seleccionados; tal como se evidencia en la Tabla 3 de porcentaje de investigaciones detallado por rangos de años:
La información y ampliación del conocimiento sobre el tema de estudio fue tomada de artículos seleccionados después de la lectura y análisis de documentos del compendio general de búsqueda. Se focalizó en los 44 manuscritos que son detallados a continuación (Tabla 4):
El TCE es el resultado de fuerzas externas agudas al cráneo con la alteración resultante del funcionamiento fisiológico del cerebro que conlleva a lesiones moderadas a severas (Donders y Warschausky, 2007); la gravedad se asocia a la liberación adrenérgica del tronco del encéfalo y del diencéfalo desencadenada por la pérdida de control cortical y subcortical tras el traumatismo (Rodríguez Nieva et al., 2006), al igual que a la intensidad y rapidez con la que se libera energía y la combinación de las fuerzas de aceleración y desaceleración, entre otros aspectos (Escobar et al., 2008). El trauma craneoencefálico infantil es una entidad diagnóstica que enmarca variedad de procesos disfuncionales cuyas deficiencias y predictores dependen del tamaño y ubicación de la lesión, tipos de apoyo e intervención, edad, características individuales, antecedentes premorbidos, familiares y socioculturales (Beauchamp y Anderson, 2013; Bonilla Santos et al., 2018; Capilla et al., 2007; Graham et al., 2010). También pueden verse afectadas diversas áreas neuroanatómicas; es así como las lesiones cerebrales generan alteraciones motoras, sensoriales y neuropsicológicas variadas (Solís-Marcos et al., 2014), con diferentes tipos de dominios neurocognitivos afectados, existen disimilitudes entre los pacientes (Bonilla Santos et al., 2018; Díaz y Guevara, 2016. Así mismo, se han evidenciado problemas de conducta y síntomas postconmoción después de la lesión (Anderson et al., 2009; Taylor et al., 2010) que pueden ser temporales o secuelas persistentes (Manikas et al., 2017) y son comunes las disfunciones en la atención, memoria, funcionamiento ejecutivo, regulación emocional y en procesos específicos como la velocidad del procesamiento de la información, la pragmática social (Beauchamp y Anderson, 2013; Crowther et al., 2011; Donders y Warschausky, 2007; Folleco Eraso, 2015; Sanz-Palau et al., 2020).
En el caso de la infancia la afectación neurobiológica por TCE, puede incidir en el proceso de desarrollo cognitivo y cerebral. Si bien es cierto en el niño la plasticidad cerebral favorece la reorganización neuronal después de la lesión, este proceso no es equivalente al desarrollo normal (Capilla et al., 2007; Dennis et al., 2000) debido a que se crean redes de conexión atípicas siendo redes alternas que se consolidan por fallos en la poda o falta de eliminación de conexiones (Kolb y Gibb, 2011); esto programa afecciones futuras funcionales y del desarrollo, y las más significativas ocurren cuando el trauma se vivencia en etapas tempranas de la infancia (Capilla et al., 2007).
Retomando los artículos revisados, se sintetizan los hallazgos disfuncionales específicos para sistema atencional, sistemas de memoria, función ejecutiva, lenguaje y proceso de aprendizaje:
Sistema atencional: tiene como objetivo la selección y focalización de estímulos relevantes del contexto posibilitando ejecutar una acción o un objetivo. Es una función básica, ya que coadyuva al funcionamiento de los otros procesos cognitivos, mas no es un proceso unitario; está constituida por varios mecanismos separados pero no independientes que actúan de forma relacionada (Park et al., 2009; Ríos Lago et al., 2007). En TCE infantil se han establecido déficits globales y específicos tanto en la fase aguda como a largo plazo, está condicionada la afectación al nivel de la lesión, las más graves con deficiencias atencionales peores y persistentes y las leves con mejores pronósticos(Beauchamp y Anderson, 2013). Los déficits están enmarcados en la ubicación y extensión de la lesión, al igual que en el momento de desarrollo que se genere el daño cerebral (Park et al., 2009). En cuanto a lo funcional, se ha señalado la necesidad de delimitar los componentes específicos afectados por la lesión, pero en el escenario clínico hay dificultad para establecer tareas que develen de manera efectiva el mecanismo cognitivo alterado (Ríos Lago et al., 2007). La atención es un proceso que se ve afectado incluso en TCE leves y sus consecuencias no son identificables de manera inmediata, haciendo visibles después de semanas o meses; como dificultades frecuentes se destacan las reportadas por Bonilla Santos et al. (2018, citando a Mataró- Serrat, Pueyo-Benito y Jurado-Luque, 2006) y Ríos Lago et al. (2007): sostenimiento atencional, aumento en el rango de los tiempos de reacción, mayor distracción y vulnerabilidad a la interferencia, poca persistencia para finalizar actividades, incapacidad para inhibir respuestas inmediatas inapropiadas, limitación para simultanear o alternar la atención de un estímulo acontecimiento a otro; esto muestra heterogeneidad en los procesos específicos que pueden verse afectados. De igual manera, hay hallazgos que indican que lesiones de inicio temprano generan peores desempeños en medidas de atención de alto nivel y velocidad de procesamiento de la información en comparación con lesiones de inicio tardío (Donders y Warschausky, 2007). Lesiones severas propias del TCE severo en niños y adolescentes, sugieren alto riesgo de presentar Trastorno de déficit de atención e Hiperactividad, lo cual no fue significativo en estudios de TCE leve y moderado (Max et al., 2004; Narad et al., 2018).
En cuanto a zona neuroanatómica afectada, se asocian las dificultades atencionales con contusiones en los lóbulo prefrontales, pero debido a la heterogeneidad de las lesiones que subyacen al TCE, esta relación no es tomada como modelo para factor de medidas de la atención (Ríos Lago et al., 2007).
Sistemas de memoria: la memoria no es un sistema único y determinado por circuitos neuronales específicos, es una integración de varios sistemas, procesos y niveles de análisis que, actuando en conjunto, le permiten llevar a cabo una función principal (Allegri, 2008); mediante ella el sistema nervioso codifica, almacena, organiza y recupera información (Carrillo-Mora, 2010). La memoria, como cualquier sistema del organismo humano, no está exenta de presentar alguna alteración, como de las funciones neuropsicológicas más sensibles al TCE infantil; esta no es un capacidad homogénea y como está estructurada con diversos componentes las afectaciones son diferenciales (Beauchamp y Anderson, 2013), pueden estar acompañadas de secuelas incluso incapacitantes que varían de acuerdo con la gravedad de la lesión traumática (Bernal-Gonzáleza y Ramos-Galarzaa-b, 2020; Bonilla Santos et al., 2018; Carvajal-Castrillon, 2013). Como principales secuelas, Bonilla Santos et al. (2018) reportan: disfunción significativa en la retención de nueva información, declive funcional de la memoria semántica y la memoria episódica, en contraposición con la memoria procedimental que tiende a mantenerse conservada. Así mismo, Beauchamp y Anderson (2013) afirman que en los TCE leve y moderado las dificultades leves en la memoria pueden afectar los procesos de recuperación, pero tienden a su mejoría; en cambio, los TCE con lesiones graves muestran tendencias a déficits en la codificación, almacenamiento y recuperación, tanto en funcionamiento verbal como espacial, continúa con dificultades hasta por 5 años o más después de la lesión. Se estima que los procesos de memoria simples, automáticos e inmediatos pocas veces presentan alteraciones, lo que sugiere mayor resistencia ante las lesiones( Anderson y Catroppa, 2007). Junto con las dificultades mnésicas, es común la presencia de otras alteraciones funcionales cognitivas que entorpecen el desarrollo del procesamiento cognitivo, es inusual que los déficits mnésicos sean aislados y, por ello, la evaluación de memoria ante TCE debe hacerse de manera alterna con el perfil funcional cognitivo con el ánimo de establecer si es déficit primario por el TCE o déficit secundario como consecuencia de la disfunciones de otros procesos psicológicos superiores (Wilson, 2011). Sobre los procesos de recuperación, entre los 12 y 24 meses posteriores a la lesión se ha evidenciado una estabilidad funcional en TCE moderado y severo acompañado de deficiencias en los procesos de metamemoria, en contraposición en TCE leve que registra un aumento en procesos funcionales de memoria; en cuanto a retención de palabras a corto y largo plazo no hay evidencia de diferencias significativas (Vos et al., 2020). Las diversas alteraciones en los procesos de memoria derivan en conflictos en el desarrollo funcional y adaptación infantil ya que se requiere para el desarrollo de habilidades académicas y cognitivas.
Funciones ejecutivas: son planteadas por Keenan et al., (2021) como “habilidades de autorregulación que facilitan mantener la atención, resistir la distracción, manejar la frustración, evaluar la consecuencias de las acciones y planificación para el futuro”; sus componentes pueden verse afectados por TCE en niños estando la alteración supeditada por la interacción de factores tales como la edad, el momento de la lesión el tipo, el desarrollo neuronal y cognitivo en proceso, y el nivel de gravedad de la lesión el cual es directamente proporcional a la deficiencia en las habilidades ejecutivas; por lo tanto, lesiones graves presentan mayor disfuncionalidad (Beauchamp y Anderson, 2013). Así mismo, al revisar por periodo etario, se evidencia que los traumatismos que ocurren en la infancia temprana son más vulnerables a que el desarrollo de los procesos funcionales se vean interrumpidos (Ewing-Cobbs et al., 2004). Aunque a largo plazo en todos los niños se evidencian mejoras, en las lesiones graves persisten disfuncionalidades en procesos específicos, en especial los que requieren procesamiento ejecutivo complejo tales como el establecimiento de metas, resolución de problemas y razonamiento abstracto (Beauchamp et al., 2011; Petranovich et al., 2020); en relación con los niños en el rango de 8-12 años, se evidencia que hay mayor resistencia funcional a las lesiones en las habilidades con madurez temprana como el control atencional y alta vulnerabilidad ante las lesiones para las habilidades ejecutivas de maduración tardía, entre ellas el razonamiento abstracto y la flexibilidad cognitiva; la comparación del rendimiento funcional muestra que en edades tempranas los TCE graves tienden a mostrar resultados deficientes en la recuperación a diferencia de los niños mayores con TCE grave o moderado (Anderson et al., 2012; Petranovich et al., 2020; Sanz-Palau et al., 2020). La disfunción ejecutiva imposibilita el buen desarrollo funcional en actividades de la vida diaria, con manifestaciones conductuales, sociales y adaptativas que no son acordes al contexto ni la magnitud de las respuestas (Anderson et al., 2012; Gioia y Isquith, 2004), situación generada por deficiencias en control inhibitorio evidenciadas incluso a los 3 a 5 meses después de la lesión (Petranovich et al., 2020), dificultades en la toma de decisiones, en la resolución de problemas, en la planificación de procesos y en el discernimiento (Bonilla Santos et al., 2018), y otras alteraciones que se evidencian de manera más específica como las planteadas por Pérez (2009, citado por Folleco Eraso, 2015): velocidad de procesamiento disminuida, declive de la capacidad de abstracción, limitación en la habilidad para anticipar consecuencias y dar retroalimentaciones, y de manera concomitante a la disfunción ejecutiva pueden aparecer signos de agitación, irritabilidad, ansiedad, labilidad emocional, agresividad, cansancio y baja motivación. Estas disfunciones están relacionadas con lesiones en los lóbulos frontales, estructuras neuroanatómicas que son la base biológica de estas habilidades y que siguen su curso de maduración con crecimiento neuronal y mielinización hasta finales de la adolescencia e inicio de la adultez, generando que los diferentes dominios de funcionamiento sigan patrones diversos de recuperación después de un TCE (Beauchamp y Anderson, 2013). En algunos traumatismos de tipo moderados y severos puede presentarse de manera paralela afección del lóbulo temporal, con un patrón de daño cerebral inespecífico y generalizado, con afecciones marcadas y heterogéneas de las funciones ejecutivas (Kennedy et al., 2008; Keenan et al., (2021). En cuanto a los procesos de recuperación, en un estudio de cohorte concluyeron que el TCE con cualquier nivel de severidad alteran el rendimiento de las funciones ejecutivas hasta 3 años después de la lesión, lo que genera aumentos secundarios en las puntuaciones de pruebas de función ejecutiva después de una fase de meseta inicial, así mismo sugieren que las dificultades se pueden mantener en el tiempo a medida que van apareciendo actividades más complejas.
Lenguaje: función que permite la comunicación mediante sonidos y gestos, conformado por un sistema de signos simbólicos que favorecen la estructuración del pensamiento (Peña, 2008); se lleva a cabo a través de un proceso dinámico en el que interactúan múltiples sistemas cognitivos de manera alterna, vinculando una gran extensión de áreas corticales de asociación (García y Aboitiz, 2008), en especial del Hemisferio cerebral izquierdo. Así mismo, intervienen estructuras extracorticales como los ganglios basales, el cerebelo, el cuerpo calloso, el tálamo, y estructuras periféricas como los órganos de la función y los sistemas visual y auditivo involucrados en la producción y recepción del lenguaje (Sánchez-Cubillo y Galsparsoro-Izagirre, 2009). El TCE infantil puede generar disfunciones en el lenguaje por alteración de las estructuras cognitivas asociadas directa o indirectamente al desarrollo del mismo, lo que depende, así mismo, de las estructuras neurobiológicas lesionadas, su gravedad y extensión (Bonilla Santos et al., 2018). Según lo planteado por Ardila ( 2011), a una Afasia de Broca le precede a una lesión Frontal, a una Afasia de Wernicke una lesión temporal al igual que alexia y agrafia; y una lesión del lóbulo parietal es precedida por Afasias de tipo sensorial transcortical. Una lesión cerebral no siempre aduce la pérdida de las posibilidades funcionales totalmente, pueden ser variadas y presentar dificultades en alguno de los elementos que lo estructuran y con el consecuente entorpecimiento de su funcionalidad (Sánchez- Cubillo y Galsparsoro-Izagirre, 2009). El traumatismo cerebral también se convierte en el primer determinante para la presencia de Afasia adquirida durante la infancia, es común la presencia de sintomatología asociada; también se ha evidenciado que la expresión verbal se disminuye e incluso puede haber mutismo durante las fase temprana de recuperación; y pueden permanecer disfunciones específicas, tales como la anomia, fluidez verbal deficiente, poca comprensión de frases complejas y fallas en la adquisición de la habilidad (Sarmiento-bolaños y Solovieva, 2013). Para complementar el análisis de deficiencias en el lenguaje, Beauchamp y Anderson (2013) puntualizan que están asociadas a deterioros cognitivos generalizados o disfuncionales de otros procesos tales como la memoria de trabajo, encontrándose ante las lesiones cerebrales déficit primarios asociados a funciones de alto nivel como la pragmática y la inferencia, al igual que manifestaciones de dificultades para la recuperación de palabras y declive en habilidades expresivas y receptivas.
Aprendizaje: el proceso de aprender se constituye mediante la transformación de redes neuronales, para lo cual se generan nuevos enlaces sinápticos con una diversidad de conexiones que posibilitan su consolidación; las redes de aprendizaje son dinámicas, se construyen y reconstruyen apoyándose en estructuras de experiencias pasadas y siendo organizadas a través de los mecanismos que tiene el cerebro para tal fin (Gamella González, 2019). Según Azcoaga, (2008 citado por Feld, 2017), el aprendizaje permite que el conocimiento se asimile mediante dos dinámicas, una el aprendizaje fisiológico que se determina mediante el conjunto de procesos neurobiológicos y cognitivos y la segunda el aprendizaje pedagógico que corresponde a la aprehensión de contenidos formales escolares. La teoría de Azcoaga deja en evidencia que al aprendizaje le subyacen bases neurobiológicas, es así como el TCE infantil al impactar el tejido cerebral genera déficits en el aprendizaje, los cuales están supeditados a la gravedad y lugar de la lesión, el lapso de tiempo desde el traumatismo y periodo de desarrollo etario en el que se encuentra el paciente; las dificultades de aprendizaje aparecen entre las más significativas y generalizadas en el postrauma (Prasad et al., 2017), lo que deja como secuela afectaciones en el proceso académico, menor rendimiento y resultados negativos a largo plazo (Capilla et al., 2007; Prasad et al., 2017), incluso en TCE más grave se han evidenciado niveles funcionales académicos bajos y muy bajos, y existe un mayor riesgo para que los procesos disfuncionales se mantengan en el tiempo (Anderson et al., 2009; Crowther et al., 2011), y persiste hasta la edad adulta con carencia en adquisición de logros académicos y vocacionales (Beauchamp y Anderson, 2013; Nybo et al., 2005). El cálculo aritmético y la comprensión se advierten como las habilidades más alteradas, contrastando con la lectura que tiende a ser más resistente (Beauchamp y Anderson, 2013; Capilla et al., 2007). Las deficiencias aritméticas son más vulnerables y se presentan por los daños concomitantes en otras habilidades cognitivas que se requieren para su desarrollo tales como atención, memoria de trabajo y función ejecutiva (Beauchamp y Anderson, 2013). Estas disfunciones impactan el desempeño escolar requiriéndose adaptaciones en los servicios educativos y curriculares, en especial y en mayor proporción en niños con lesiones cerebrales moderadas y graves quienes presentan mayores barreras para el aprendizaje y el desarrollo educativo (Anderson et al., 2009; Petranovich et al., 2020). La cotidiana usualmente se acompaña de vivencias emocionales que pueden actuar como factores agravantes de las dificultades en el procesamiento y aprendizaje siendo relevante su exploración y observación (Martínez Pérez y Bertone, 2019) para el aprendizaje pedagógico, así mismo, tienen gran influencia los factores ambientales y la gravedad de la lesión, esta última se convierte en un predictor significativo de los resultados, como ejemplo, el caso del TCE leve que se mantiene en una tendencia a la presencia de alteraciones no benignas a nivel funcional (Beauchamp y Anderson, 2013).
Discusión
El desarrollo investigativo pone de manifiesto que el trauma craneoencefálico infantil se evidencia como uno de los principales factores etiológicos de la alteración neurocognitiva a nivel mundial, estableciéndose como uno de los problemas actuales de salud pública tal como fue planteado por Cabrero Hernández et al. (2021). Este proceso traumático y de conmoción en el tejido cerebral desestabiliza y afecta el desarrollo normativo funcional infantil, con diversos niveles de gravedad como el leve, moderado o severo que accionan dificultades neurocognitivas reflejadas en el aprendizaje y el comportamiento adaptativo, es así, que las actividades académicas y comportamientos de la vida diaria reflejan alteraciones respecto a las posibilidades normativas para la edad, con manifestaciones disfuncionales diversas en lo motriz, neuropsicológico o sensorial (Solís-Marcos et al., 2014; Bonilla Santos et al., 2018; Díaz y Guevara, 2016). De igual manera, esta concepción sobre el carácter heterogéneo de las lesiones tanto en el sustrato biológico como el funcional es coherente con la postura de Folleco Eraso (2015).
Los correlatos disfuncionales asociados a la neurocognición y aprendizaje en TCE infantil fueron los factores establecidos como eje y propósito investigativo, lográndose su reconocimiento a partir de la literatura de artículos científicos; la información recabada permitió constatar que la afectación neurobiológica por TCE deriva cambios en procesos funcionales en los dominios neurocognitivos que actúan directamente en las acciones de la vida cotidiana del niño y en sus dispositivos básicos de aprendizaje, así mismo se pone de manifiesto que la plasticidad cerebral infantil favorece la acción de reorganización neuronal pero no se equipara con la estructura normal inicial consolidada en el proceso de desarrollo y neuromaduración (Dennis et al., 2000), lo que explica el mantenimiento de la disfuncionalidad neurocognitiva y comportamental. De igual manera, se constata que la funcionalidad en los procesos cognitivos y el aprendizaje después del TCE está condicionada por el nivel de gravedad, características de la lesión, edad, experiencias previas del infante y su nivel de desarrollo, validándose esta información por autores como Park et al.(2009), Bernal-Gonzáleza y Ramos-Galarzaa-b (2020), Bonilla Santos et al.(2018) y Carvajal-Castrillon (2013).
Los principales hallazgos respecto a los sistemas atencionales clarifican que pueden presentarse alteraciones tanto específicas como globales, siendo un dominio propenso de afectación incluso en TCE leves, de igual manera las disfunciones son variadas, heterogéneas ; pueden aparecer de manera tardía lo cual es un efecto distractor, lo que conlleva dificultades en la intervención primaria por omisión en evaluación clínica (Bonilla Santos et al., 2018; Mataró-Serrat, Pueyo-Benito y Jurado-Luque, 2006; Ríos Lago et al., 2007). De igual manera, los sistemas de memoria presentan alteraciones variadas (Beauchamp y Anderson, 2013), con posibles secuelas en funcionamiento amnésico como lo plantea Bonilla Santos et al. (2018) y pueden darse en los procesos de codificación, almacenamiento o recuperación. En cuanto a las Funciones Ejecutivas las afecciones en el lóbulo frontal por TCE conllevan a dificultad en la adaptación y comportamiento funcional del niño, entre mayor sea la alteración biológica mayor la disfuncionalidad (Beauchamp y Anderson, 2013); cuando la afectación se da en los primeros años de la infancia se encuentra el riesgo de afectar el neurodesarrollo o maduración funcional de los lóbulos frontales, tal como se afirma en Ewing-Cobbs et al. (2004), situación que podría consolidar un patrón disfuncional específico permanente. Los procesos ejecutivos revisten complejidad y por tal motivo ante la intervención pueden verse mejorías en el niño pero no siempre son signo de cura, pues en muchos casos no actúan en el proceso completo, es así como las expresiones comportamentales pueden seguir denotando inadaptabilidad contextual después de tiempo de la lesión (Anderson et al.(2012); Gioia y Isquith, 2004). Otro de los procesos sobre el cual se profundizó en esta investigación es el Lenguaje, el cual también está expuesto a la alteración ante el TCE infantil, las afectaciones de otros procesos cognitivos pueden verse reflejadas en la dificultad del lenguaje (Beauchamp y Anderson, 2013) tanto expresivo como comprensivo, incluso generando alteración patológica del lenguaje.
La interacción de dominios neurocognitivos posibilitan la aprehensión de saberes y consolidación de redes apareciendo así el concepto de aprendizaje, un constructo con elementos biológicos y cognitivos que interactúan y logran en el niño su adaptación y desarrollo del proceso escolar (Azcoaga,2008 citado por Feld, 2017), es por ello que ante el TCE infantil se afectan los dos factores, lo que genera déficits variados dependientes de la lesión y de los procesos neurocognitivos involucrados en el daño, los cuales a su vez se ven reflejados en el bajo desempeño académico y resistencia neurobiológica a la aprehensión de saberes. El aprendizaje está permeado por elementos biológicos, psicológicos e individuales, por ello, las alteraciones de los diversos dominios neurocognitivos que se expusieron como consecuencia del TCE infantil afectan de manera directa este proceso.
En cuanto al pronóstico, los resultados de las investigaciones revisadas son determinantes al plantear que no se puede darse uno de tipo definitivo sin tener en cuenta características individuales y procesos de desarrollo previos, para lo cual se debe tener en cuenta lo bilógico y cultural. Así mismo, las posibilidades de mejora o permanencia del daño funcional se articulan a los rasgos y características consolidadas en las dimensiones del desarrollo vital y humano del paciente; por lo tanto, se corrobora que la atención en salud física y mental ante el TCE infantil debe ser un proceso particularizado. De igual manera, las características individuales de cada niño van en contraposición de establecer pronósticos estandarizados ante TCE infantil, y existen variables y probabilidades de presencia de otros trastornos a largo plazo.
Este reconocimiento funcional también induce a la reflexión respecto al diseño e implementación de protocolos de intervención para cada uno de los niveles gravedad del TCE, ya que en cada uno de ellos se evidencian alteraciones que incluso pueden instaurar secuelas a largo plazo; es así como planes de acción para el mejoramiento deben establecerse en la evaluación y diagnóstico, estimulación o rehabilitación. De igual manera, estos planes deben incluir acciones específicas para el área clínica y educativa para que los profesionales vinculados a estas disciplinas reconozcan los procesos y desarrollen intervenciones efectivas que redunden en el desarrollo infantil, la adaptación, independencia o la acción rehabilitadora.
Este compendio de saberes asociados a los dominios neurocognitivos y aprendizaje es susceptible de ampliarse a la luz del reconocimiento de los procesos comportamentales dentro del ámbito escolar y procesos de socialización primaria y secundaria, pues es uno de los ejes propuestos para futuras investigaciones. Así mismo, es necesario un manuscrito que no se conforme con una revisión soslayada de la neurociencia, sino al contrario, que contenga información científica actualizada que establezca las zonas neurobiológicas afectadas y sus dinámicas neurofisiológicas; este posibilitaría una atención de mayor impacto y abriría posibilidades para predictores acertados.
Conclusiones
Los procesos funcionales neurocognitivos presentan afectaciones por causa del traumatismo Craneoencefálico infantil, las cuales pueden ser episódicas, temporales o permanentes. El nivel de gravedad y deficiencia está mediado por factores como la ubicación y tamaño de la lesión, la edad del paciente y antecedentes previos; lo que hace heterogéneas las alteraciones y dificultades cognitivas, es decir, varían de acuerdo con factores asociadas al traumatismo. Las lesiones neurobiológicas en la infancia presuponen la participación de la plasticidad cerebral infantil que ayuda a menguar los daños reorganizando los procesos funcionales, pero lesiones en periodos tempranos del desarrollo infantil pueden generar por efecto de la plasticidad, redes alternas que conllevan a déficits en la estructuración cognitiva asociadas a deficiencias posteriores; a nivel general los TCE leves presentan mejor pronóstico funcional y recuperación en comparación de TCE moderados y graves que presuponen mayores deficiencias.
Las dificultades en el sistema atencional son dadas en cualquier nivel de gravedad de la lesión traumática, sus manifestaciones no se evidencian de manera inmediata, y se identifica semanas o meses después de la lesión, pueden ser déficits globales o específicos, dependiendo de la magnitud del daño. Algunos de los procesos disfuncionales se presentan en el sostenimiento atencional, aumento en tiempos de reacción, distracción e interferencia, tendencia a no finalizar actividades, inhibición de respuestas, limitación para alternar entre estímulos o acontecimientos. TCE Severo en el periodo infantil y Adolescente se convierte un factor de alto riesgo para el desarrollo de Trastorno de Déficit de atención con Hiperactividad.
Los Sistemas de Memoria presentan dificultades bajo un TCE infantil con manifestaciones variadas, TCE leve y moderado pueden presentar alteraciones leves en los procesos de recuperación; TCE con lesiones graves trazan déficits en la codificación, almacenamiento y recuperación; los déficits amnésicos son diferenciados y variados, asociados al tipo de lesión. Dentro de los hallazgos comunes se reconocen las alteraciones en la metamemoria, disfunciones para la retención de información nueva, bajo rendimiento en memoria semántica y memoria episódica; la memoria procedimental mantiene tendencia a la conservación; en cuanto a la retención de palabras a corto y largo plazo no se evidencian diferencias. Así mismo, se logra determinar que no es usual que se presenten disfunciones en la memoria de tipo aislado, siempre suelen acompañarse de otras deficiencias cognitivas.
La función ejecutiva después de un TCE infantil puede presentar alteraciones, las cuales están asociadas a lesiones en los lóbulos frontales; el control atencional presenta mayor resistencia ante lesiones y con alta vulnerabilidad el razonamiento abstracto y flexibilidad cognitiva; a nivel específico se presentan deficiencias en control inhibitorio, toma de decisiones, resolución de problemas, planificación, discernimiento, razonamiento abstracto y velocidad de procesamiento disminuida, las cuales a través del tiempo van mostrando recuperación pero en TCE severos se mantienen algunas secuelas. Así mismo, estas lesiones en los lóbulos frontales establecen de manera alterna a la disfunción ejecutiva la presencia de otros signos y síntomas asociados, tales como: agitación, irritabilidad, ansiedad, labilidad emocional, agresividad, cansancio y baja motivación.
En el lenguaje son múltiples las dificultades ante el TCE infantil, y se presentan a nivel de lenguaje comprensivo y lenguaje expresivo; puede darse disfunción total, parcial o entorpecimiento funcional, dependientes del tamaño y ubicación de la lesión estando mayormente vinculado el lóbulo temporal. Dentro de las manifestaciones clínicas se describen: disminución en la expresión verbal, mutismo, anomia, deficiencias en fluidez verbal, dificultades en la comprensión y adquisición general de la habilidad del lenguaje que incluyen la pragmática y la inferencia, dificultades para la recuperación de palabras. De igual manera se concibe el TCE como el principal determinante de afasia adquirida infantil.
Aprender es el resultado de la generación de enlaces sinápticos creando interconexiones y redes neuronales, proceso apoyado en diferentes estructuras cerebrales. Ante el TCE infantil, distintas zonas cerebrales se afectan, lesionan el tejido encargado de procesos neurocognitivos requeridos para el aprendizaje, entre los cuales está la atención, memoria, función ejecutiva, motivación, entre otras, afectando directamente la aprehensión de saberes y generan secuelas visibles mayormente en el ámbito académico con la presencia de déficit en el rendimiento escolar que persiste a través del tiempo. Registra mayor afectación el cálculo aritmético y la comprensión, y con mayor tendencia a resistir ante una lesión esta la lectura. En casos moderados y graves las deficiencias hacen necesaria la adaptación de procesos pedagógicos y curriculares debido a los déficits de otros procesos cognitivos ligados a la lesión; y en TCE leve la tendencia es a presentar alteraciones temporales, no benignas a nivel funcional. El curso del proceso de aprendizaje en el postrauma está mediado por los factores ambientales y gravedad de la lesión.