Introducción
En la actualidad, la esperanza puede ser entendida como un estado relacionado a una perspectiva positiva en cuanto al futuro (Jakobsson, Segesten, Nordholm, & Oresland, 1993). Así mismo, es también conceptualizada como una actitud, sentimiento, virtud, dimensión o constitución de la naturaleza humana, relacionada con la confianza en que ocurra o en conseguir algo que se desea (Bolaños, 2003; Moliner, 1998). Otros autores definen la esperanza como una efectiva estrategia de afrontamiento (Herth, 1989); como la expectativa de alcanzar un objetivo necesario para la vida (Stotland, 1969); o como un poder interior que enriquece al ser a través de la trascendencia de la situación actual (Herth, 1990; 1993).
Rand y Chevens (2009), consideran la esperanza como una capacidad percibida para producir las vías o medios necesarios para alcanzar los objetivos deseados y para motivarse a utilizar estas vías. Así, existen dos aspectos cognitivos básicos de la esperanza fuertemente interrelacionados, conocidos como vías y agencias (Snyder, Rand, & Sigmon, 2002). La vía es el pensamiento encaminado al establecimiento de medios, que dirigen la acción y la capacidad de planeación de las estrategias necesarias para alcanzar una meta. Así, altos niveles de esperanza, expresan la capacidad de hallar el camino adecuado para solucionar una dificultad y lograr una meta. Esto, originará la aparición de un mayor número de vías alternas para resolver un problema en caso de ser necesario. Por otro lado, la agencia, hace referencia a la motivación para iniciar una acción y para seguir las vías hacia las metas deseadas. Personas con alto sentido de esperanza, se perciben iniciando esfuerzos que les permiten alcanzar sus objetivos (Snyder et al., 2002).
Para Dufault y Martocchio (1985) , la esperanza es definida como una fuerza de vida dinámica y multidimensional, en donde se pueden identificar seis dimensiones: afectivo, cognitivo, conductual, afiliativo, temporal y contextual. Herth (1991) combina seis dimensiones propuestas por Dufault y Martocchio (1985), de las cuales derivan tres dominios: cognitivo-temporal, afectivo-conductual y afiliativo-contextual (Martínez, Cassaretto, & Herth, 2012). La dimensión cognitiva-temporal hace referencia a una evaluación probable y realista del resultado deseado; la afectivo-conductual es el sentimiento de confianza necesario para el inicio de la acción; mientras que la afiliativo-contextual hace referencia a la relación entre el sí mismo y los otros (Martínez et al., 2012).
La importancia de la esperanza radica en su relación con diversos procesos de salud y enfermedad (Carr, 2007). Personas con altos niveles de esperanza tienden a presentar mayores niveles de bienestar psicológico y satisfacción con la vida, así como, mostrarse más predispuestas a percibir síntomas y señales de pérdida de salud (Bailey, Eng, Frisch, & Snyder, 2007; Halama, 2010; Rand & Cheavens, 2009). Así mismo, el presentar una creencia a la que aferrarse permite vivir un mayor tiempo que aquellos que carecen de ella o la pierden súbitamente (Seligman, 1990; 2002). Por otro lado, la esperanza está inversamente relacionada con la depresión (Arnau, Rosen, Finch, Rhudy, & Fortunato, 2007; Chen & Chen, 2008), la ideación suicida (Vincent, Boddana, & MacLeod, 2004) y problemas de ansiedad (Arnau et al., 2007); mientras que existe una relación positiva con la calidad de vida en pacientes con cáncer (Rust0en, Cooper, & Miaskowski, 2010), VIH (Yadav, 2010) y problemas cardíacos (Beckie, Beckstead, & Webb, 2001).
La relación entre la esperanza y la salud no se restringe solo a la enfermedad sino también juega un papel principal en población no clínica (Martinez et al., 2012). Existe evidencia de relaciones positivas entre la esperanza y los estilos adaptativos de afrontamiento en adolescentes (Roesch, Duangado, Vaughn, Aldridge, & Villodas, 2010), así como entre la esperanza, la adaptación emocional, el bienestar (Chen & Chen, 2008), logros académicos (Day, Hanson, Maltby, Proctor, & Wood, 2010) y mayores niveles de autoeficacia (Duggleby, Cooper, & Penz, 2009). Así mismo, a nivel práctico, la esperanza llevaría al desarrollo de conductas preventivas, buscando disminuir el riesgo de padecer enfermedades (Martínez, et al., 2012). La esperanza favorece una mejor percepción de la salud y el desarrollo de hábitos más saludables (Carr, 2007; Larsen & Eid, 2008). Así, muchos profesionales de la salud, psicólogos, médicos, enfermeras, entre otros, buscan incrementar o fortalecer la esperanza en sus pacientes (Eliott & Oliver, 2009).
Respecto a la esperanza y las posibles diferencias en función al sexo y la edad, algunos estudios señalan que tanto varones como mujeres presentan similares niveles de esperanza (Snyder et al., 1991; Staats, 1989), mientras que otros reportan diferencias triviales (Yarcheski & Mahon, 2016). Otras investigaciones señalan diferencias de acuerdo al sexo, en donde los varones mostraban mayores puntuaciones en escalas de esperanza en comparación a las mujeres (Snyder et al., 1996). En relación a la edad, Staats (1989), señala que esta no se ejerce diferencia en la esperanza hasta después de los 55 años, momento en el cual se produce una disminución de la misma. Por otro lado, algunas investigaciones reportan que, en las mujeres existe una disminución general de la esperanza a través del tiempo en comparación a los varones (Heaven & Ciarrochi, 2008).
En el Perú pocos estudios analizan la esperanza y su relación con otras variables (Castilla, Urrutia, Shimabukuro, & Caycho, 2014; Castilla, Caycho, Ventura y Barboza-Palomino, 2016; Martínez et al., 2012). Con base en la evidencia teórica y empírica mostrada, se expresa una limitada cantidad de investigaciones sobre la esperanza en adolescentes y jóvenes peruanos, así como resultados poco concluyentes de las investigaciones previas. Esto sugiere la relevancia de analizar las diferencias de la esperanza en jóvenes y adultos universitarios peruanos en relación al sexo y la edad, a partir de un estudio de corte transversal (Montero & León, 2007) de alcance descriptivo comparativo (Hernández, Fernández y Baptista, 2010).
Método
Participantes
El presente estudio contó con la participación de 420 personas de ambos sexos (tabla 1), 201 varones (47.9 %) y 219 mujeres (52.1 %), que cursaban estudios en una universidad privada de Lima Metropolitana.
Las edades de los estudiantes oscilaban entre los 16 y 38 años, con una edad promedio de 20.16 años (D.E.= 4.507). Los participantes fueron seleccionados a través de un muestreo por conveniencia (intencional y no probabilístico).
Instrumentos
Para el desarrollo del presente estudio se utilizó el Hope Index diseñada por Herth (1992) , validado por Castilla et al. (2014) en una muestra de estudiantes universitarios de Lima Metropolitana. La prueba está compuesta por 10 ítems de tipo Likert, con cuatro alternativas que expresan afirmaciones favorables y neutras hacia la esperanza. Las puntuaciones elevadas indican mayor esperanza. El Herth Hope Index en su adaptación peruana fue administrado a una muestra de 210 participantes, varones y mujeres entre los 16 y 42 años. El análisis psicométrico comprendió correlaciones ítems-test, obteniéndose valores entre .395 y .715; la consistencia interna, medida a través del Coeficiente Alfa de Cronbach, fue a = .85 y el Coeficiente Spearman-Brown para longitudes iguales obtuvo un r = .83. La validez de Constructo se determinó a través del Análisis Factorial Exploratorio, obteniéndose dos factores con altas cargas factoriales: Optimismo/soporte y Agencia. El primer factor explica el 32.8 % de la varianza del instrumento, el segundo factor explica el 21.7 % y que los dos componentes explican el 54.5 % de la varianza total. Un estudio posterior llevado por Castilla et al. (2016), tuvo como objetivo realizar el análisis factorial confirmatorio de la prueba, en donde se reporta que una estructura bifactorial es la que mejor comportamiento presenta frente a otros modelos.
Procedimiento
El Herth Hope Index se aplicó a los participantes dentro de los salones de clases de una universidad particular de la ciudad de Lima, informándoles acerca de los objetivos de la evaluación y las condiciones de anonimato. No se consideró para este estudio, la participación de los padres de los participantes como parte de la muestra. Las evaluaciones fueron realizadas por examinadores previamente entrenados en la aplicación de la escala, quienes leyeron las instrucciones que figuran en la escala y resolvieron dudas de los participantes. La participación fue de forma voluntaria y anónima, firmando el consentimiento informado que garantiza la confiabilidad de los datos suministrados. Una vez aplicado el instrumento se excluyeron del análisis aquellos cuestionarios que: (a) omitían datos de edad y/o sexo; (b) tenían dos o más omisiones, considerándose también como omisión dos o más alternativas marcadas en un ítem; y (c) tuvieran patrones inusuales de respuesta como elegir la misma alternativa en casi todos los ítems.
Análisis de datos
Con el fin de poder establecer una comparación en los rangos de edad, se dividió la muestra de 236 participantes en dos grupos: el grupo 1 (16 a 19 años) perteneciente a la categoría adolescentes y el grupo 2 (20 a 38 años) pertenecientes a la categoría jóvenes. Para el análisis comparativo se utilizó la prueba U de Mann-Whitney y la probabilidad de superioridad (PS) como indicador del tamaño del efecto, presentando las siguientes categorías interpretativas: No efecto, (PSest < = .50) pequeño (PSest >.56), mediano (PSest > .64) y grande (PSest > .71). Los datos obtenidos se analizaron por medio del paquete estadístico SPSS versión 22.
Resultados
Análisis descriptivo
En primer lugar, se analizó si los datos seguían una distribución normal, con el fin de elegir apropiadamente los estadísticos. Por lo cual se utilizó la prueba de bondad de ajuste Kolmogorov-Smirnov para cada una de las dimensiones del Herth Hope Index (Optimismo/soporte, Agencia). Los hallazgos indican que las dos dimensiones del instrumento siguen una distribución no paramétrica, utilizándose, para el análisis de las puntuaciones, la prueba U de Mann-Whitney y la probabilidad de superioridad (PS) (Erceg-Hurn & Mirosevich, 2008) como indicador del tamaño del efecto.
Diferencias de acuerdo al sexo
En la tabla 3, se observa que en promedio las mujeres tienen más altas puntuaciones en la prueba de esperanza (Rp masculino = 201.30; Rp femenino= 218.94) aunque no se presenta una magnitud de la diferencia (PS est = .47). La diferencia más notable ocurre en la dimensión Agencia (Rp masculino = 203.10; Rp femenino = 217.29, PS est = .47), seguido de la dimensión Optimismo/soporte (Rp masculino = 201.42; Rp femenino = 218.83, PS est = .46) que cuenta con la diferencia más pequeña. En relación con la primera dimensión, optimismo/soporte, se observan diferencias cercanas a ser consideradas moderadas a favor de los varones en el ítem 1 (Soy optimista sobre la vida) (Rp masculino = 212.10; Rp femenino = 209.03, PS est = .49) y a favor de las mujeres en el ítem 3 (Puedo ver las posibilidades en medio de las dificultades) (Rp masculino = 207.38; Rp femenino = 213.37, PS est = .49). Finalmente, en la dimensión agencia, se observan diferencias consideradas moderadas a favor de las mujeres en los reactivos 5 (Puedo recordar los momentos felices y placenteros) (Rp masculino = 209.61; Rp femenino = 211.32, PS est = .49). y 10 (Siento que mi vida tiene valor y utilidad) (Rp masculino = 210.48; Rp femenino = 210.52, PS est = .49). Así mismo, la diferencia más pequeña a favor de las mujeres se encuentra en el ítem 4 (Tengo una fe que me conforta) (Rp masculino = 192.18; Rp femenino = 227.32, PS est = .42).
Diferencias de acuerdo a la edad
En la tabla 4, se observa que en promedio los jóvenes tienen más altas puntuaciones en el Herth Hope Index (Rp jóvenes = 190.97; Rp adultos = 235.54) pero no se encuentran niveles adecuados de tamaño del efecto (PS est = .39). La diferencia más notable ocurre en la dimensión Agencia (Rp jóvenes = 196.60; Rp adultos = 228.33, PS est = .42). Así mismo, la dimensión de optimismo/soporte presenta la diferencia más pequeña (Rp jóvenes = 182.63; Rp adultos = 246.24, PS est = .35). Por otra parte, en relación a la primera dimensión optimismo/soporte se aprecian diferencias a favor de los jóvenes en el ítem 3 (Puedo ver las posibilidades en medio de las dificultades) (Rp joven = 197.64; Rp adulto = 226.99, PS est = .43) y el ítem 1 (Soy optimista sobre la vida) (Rp joven = 186.09; Rp adulto = 241.81, PS est = .43), ambos considerados como magnitudes pequeñas. Finalmente, en la dimensión agencia, se observan diferencias cercanas a ser consideradas moderadas a favor de los jóvenes en los reactivos 5 (Puedo recordar los momentos felices y placenteros) (Rp joven = 206.63; Rp adulto = 215.46, PS est = .48) y 4 (Tengo una fe que me conforta) (Rp joven = 204.99; Rp adulto = 217.57, PS est = .47). Así mismo, la diferencia más a favor de los jóvenes se encuentra en el ítem 9 (Creo en el valor de cada día) (Rp joven = 196.05; Rp adulto = 229.04, PS est = .42).
Discusión
El presente estudio brinda una aproximación acerca de la comparación de la esperanza de acuerdo al sexo y edad. Los resultados evidencian que las mujeres, en comparación con los hombres, son más propensas a experimentar cierto grado de esperanza. En relación a estos hallazgos Kashdan, Mishra, Breen y Froh (2009) reportan que las mujeres, en comparación con los hombres, evalúan como menos compleja, incierta y más interesante y emocionante la expresión de conductas positivas. Asimismo, las mujeres con una mayor expresión de conductas positivas, son más propensas, en comparación con los hombres, a satisfacer una serie de necesidades psicológicas como la pertenencia y autonomía; además, elevados niveles de esperanza son percibidos como necesarios para el manejo de estrés por parte de las mujeres (Horton & Wallander, 2001). Un resultado importante está en relación a que las mujeres tienden a puntuar más alto en conductas asociadas al optimismo y la satisfacción con su vida, lo que concuerda con estudios anteriores, donde las mujeres tienden a ser más optimistas y satisfechas consigo mismas (Salgado, 2009).
Los resultados, en relación al sexo, reportados en el presente estudio no concuerdan con otras investigaciones previas (Snyder et al., 1991; Snyder et al., 1996; Staats, 1989; Yarcheski & Mahon, 2016), pudiendo ser que nuestros resultados se encuentren limitados al grupo de edad estudiado.
La presencia de diferencias en relación al sexo, podría estar en relación a la participación de los factores culturales en el comportamiento y expresión de emociones (Alarcón, 2009). Los individuos tienden a comportarse y expresarse de acuerdo a las pautas dadas por su cultura, que se transmite de generación en generación. Así, los diferentes roles que hombres y mujeres experimentan y que son modelados por la cultura en la que viven, parecen ser significativos en la muestra de estudio.
En relación a la edad, se observa que en promedio las personas de mayor edad tienen más altas puntuaciones en la escala de esperanza que las de menor edad. En relación a ello Romero (2015) , señala que mientras más edad se tiene, las expresiones de conductas positivas contribuyen a mejorar las relaciones personales, además de servir como factor de protección ante diversos problemas. La anterior se explica debido a que a mayor edad las personas se sienten más valoradas socialmente, permitiendo orientar los pensamientos hacia situaciones de carácter más positivo.
Los resultados anteriores en relación al sexo y la edad son importantes, pues algunos estudios señalan que posibles diferencias en las conductas positivas pueden ser explicadas también gracias a una interacción entre el sexo y el bienestar (Inglehart, 2002).
En el presente estudio se debe reconocer una serie de limitaciones inherentes al tamaño y representatividad de la muestra. El empleo de una muestra por conveniencia puede amenazar la capacidad de generalización de los resultados del estudio. Próximas investigaciones, con una mayor cantidad de participantes y de diferentes sectores sociales, religiones, etnias y culturas, permitirán la replicabilidad de los resultados aquí descritos.
Dado el carácter exploratorio de este estudio, los resultados deben interpretarse con precaución. En este estudio se utilizó una muestra de adolescentes y jóvenes, no estando totalmente claro si los resultados podrían generalizarse a otros grupos de edad o para las mismas personas a medida que envejecen. Finalmente, el estudio se realizó con base en medidas de autoinforme, lo que sugiere que, métodos multicéntricos podrían mejorar la robustez de los hallazgos (Diener, 1994).
Una de las principales contribuciones del estudio radica en que es uno de los pocos estudios que evalúan la esperanza de manera empírica en el Perú, favoreciendo el desarrollo de la psicología positiva en el país. A pesar de que el estudio forma parte de un proyecto mayor para una comprensión más completa de las conductas positivas en el Perú, estos resultados proporcionan nuevos puntos de vista para investigadores y profesionales que intentan comprender y promover las variables asociadas a la salud y el bienestar, así como permite tener un marco empírico adaptado al contexto peruano que sirva para el diseño e implementación de programas de intervención destinados a favorecer la expresión de variables positivas en nuestros pueblos.