La manipulación de los cuerpos, la cuidadosa disposición de las inclusiones o acompañamientos funerarios, la rigurosa observación de los ritos de pasaje destinados a asegurar tanto el reposicionamiento de la persona fallecida dentro de la esfera de los vivos como su ingreso definitivo en el mundo de los muertos, así como la preservación y la estrecha proximidad cotidiana con los difuntos, se cuentan entre las múltiples y variadas prácticas que caracterizaron el comportamiento funerario en los Andes prehispánicos. Tales prácticas pueden incluso enmarcarse dentro del ámbito de procesos geopolíticos con fuerte trascendencia histórica como lo fue, por ejemplo, la esfera de la dominación incaica materializada en el noroeste argentino, la cual, a su vez, seguramente respondió a cosmovisiones, creencias y valores relacionados con la percepción cultural ante el fenómeno de la muerte y con la relevancia del culto a los antepasados (Millones y Kapsoli 2001; Nielsen y Boschi 2007). En la Quebrada de Humahuaca (provincia de Jujuy, Argentina), el tipo de tratamiento que se les proporcionó a los difuntos a lo largo de los diferentes períodos de su desarrollo cultural demuestra que estas creencias, si bien en muchos casos resignificadas, perduraron en su gran mayoría hasta bien adentrado el ámbito propio del dominio colonial.
Para la época prehispánica tardía, el Pucará de Tilcara presenta numerosas evidencias que reflejan el desarrollo de prácticas relacionadas con la ejecución de ritos funerarios, tanto a nivel doméstico como en espacios de uso colectivo. Asimismo, la configuración espacial tanto horizontal como vertical1 de este importante sitio arqueológico da cuenta de la magnitud del significado que tuvieron los difuntos en la vida cotidiana de sus habitantes, más aún si se tiene en cuenta la existencia de los varios y diversos cementerios ubicados a la vera de los senderos de los principales accesos al poblado.
De allí que para profundizar el conocimiento de los vínculos que los habitantes prehispánicos establecieron con sus muertos en las diferentes esferas de su vida social y religiosa, en esta contribución se presentan, discuten e interpretan algunas de las evidencias actualmente disponibles, a partir del análisis de los entierros realizados en una vivienda del "Barrio Corrales" del Pucará de Tilcara (SJuj Til 1), denominada Unidad Habitacional 1.
El Pucará de Tilcara
Este sitio arqueológico, emplazado en el sector medio de la Quebrada de Humahuaca, se caracteriza por ser el poblado prehispánico de mayor extensión de toda la región quebradeña. Su superficie abarca 17,5 hectáreas (Otero 2013). Geomorfológicamente se trata de un poblado asentado sobre un promontorio relictual y naturalmente protegido del antiguo espolón sedimentario sucesivamente socavado por el río Huichaira (donde otrora se construyó otro asentamiento prehispánico, el denominado Pucará de Huichaira) y los ríos Grande y Huasamayo. A pesar de que las estimaciones para el inicio de la ocupación del Pucará de Tilcara corresponden al siglo XII d. C. fue durante la ocupación incaica cuando se produjo la mayor ampliación de su traza edilicia como consecuencia directa de un considerable incremento en la agregación habitacional. A partir del número de estructuras detectadas (588 unidades), se estima que durante ese período pudo albergar a más de mil quinientas personas, mayormente dedicadas a distintas actividades productivas y, en casos particulares, a tareas de índole administrativa ((ver la figura 1).
La extensión, complejidad arquitectónica, número de unidades habitacionales, variedad de materiales recuperados y emplazamiento en un camino principal permitieron definir al Pucará como un sitio de primer orden para la época preincaica (Albeck 1992) y como el centro político y administrativo de mayor jerarquía durante la dominación incaica (Otero 2013). Incluso, sobre la base de la información consignada en las fuentes etnohistóricas se llegó a plantear que el Pucará de Tilcara aparentemente habría funcionado como capital de la provincia incaica o wamani de Humahuaca (González 1982; Williams 2004; Otero 2014). Este sitio, además de cumplir con funciones políticas, también se constituyó como un importante centro productivo. A partir de trabajos recientes de excavación en distintos sectores y de la revisión de las colecciones de materiales excavados a principios de siglo XX, uno de los autores (Clarisa Otero) ha podido detectar más de cincuenta talleres metalúrgicos y de lapidario destinados a la producción especializada de bienes suntuarios (Otero 2015). Estos talleres se pueden definir como casas-taller, debido a que en ellos se han identificado evidencias que hacen referencia tanto a actividades domésticas como de producción multiartesanal (sensu Shimada 2007).
Por tratarse primordialmente de estructuras de habitación, debe considerarse que estas casas-taller, al igual que otras viviendas del Pucará, se constituyeron como el principal espacio de actividades de reproducción social, en el que, a través de su ordenamiento pautado, las personas incorporaron los principios y esquemas generadores de la sociedad (Bourdieu 2007). Tanto es así que, mediante el análisis contextual de las evidencias recuperadas en las numerosas estructuras de habitación, se pudo detectar que en ellas, en cuanto unidades espaciales discretas, se integraron las dimensiones sociales, económicas y simbólicas propias del espacio doméstico y el extradoméstico (Tarragó 1992; Otero 2013; Otero y Cremonte 2014).
La inclusión de la esfera extradoméstica responde al hecho de que numerosos contextos arqueológicos no pueden ser descriptos única y exclusivamente como el resultado de las actividades básicas propias de una unidad doméstica (Taboada y Angiorama 2003; Tarragó 2007). En el caso de las casas-taller se observa que en ellas se desarrollaron de forma conjunta actividades de la vida cotidiana, trabajos del tipo artesanal especializado -vinculados a la producción de bienes suntuarios destinados durante la época incaica al consumo extradoméstico- y también prácticas rituales, en el marco de eventos de conmemoración y celebración. Estas prácticas, principalmente aquellas ligadas con el culto a los antepasados, también han sido identificadas en otras estructuras que no presentan evidencias de especialización artesanal, y en espacios de uso comunitario, tales como un edificio ceremonial incaico, tipo kancha (sensu Hyslop 1992), y en los cementerios que se generaron a lo largo del perímetro del Pucará (figura 1). La manipulación de los restos humanos y la variación en las formas de inhumación detectadas en todos estos espacios no sólo permiten caracterizar el comportamiento ante la muerte y el tratamiento que se les dio a los difuntos, sino también establecer cuál fue su rol en la sociedad durante su vida y el significado sociocultural asignado al fenómeno mismo de la muerte.
Si bien a partir de la revisión de los diarios de campo y las publicaciones de Ambrosetti (Zaburlín y Otero 2014) y Debenedetti (1930)2 fue posible detectar en un gran número de viviendas la apertura y subsecuente reapertura de sepulcros para la incorporación de nuevas inhumaciones y ofrendas, así como la eventual manipulación de restos humanos, por medio de la formatización de huesos y separación de partes del esqueleto para proceder a su traslado y/o relocalización definitivos (Otero 2013), en este caso se atiende particularmente a los hallazgos realizados en una casa-taller excavada en las últimas décadas. Se trata de la Unidad Habitacional 1 (UH-1), que por el momento resulta ser uno de los ejemplos más ilustrativos y confiables, debido a que fue trabajada mediante modernas técnicas de excavación, que comprendieron la casi totalidad de su superficie (Tarragó 1992; Otero 2013). En relación con las inhumaciones detectadas en esta vivienda, específicamente se evalúa el tipo de acompañamiento mortuorio, a fin de intentar incursionar en el análisis crítico de eventuales indicadores relacionados con las posibles identidades sociales de los individuos allí inhumados y la índole de los vínculos establecidos entre los vivos y sus muertos.
La Unidad Habitacional 1 (UH-1) consiste en un conjunto de cuatro recintos y dos patios construidos en piedra y unidos con argamasa en dos niveles aterrazados del extremo inferior del faldeo suroeste del Pucará (ver la figura 2), en las proximidades de un sector más bajo, denominado por Casanova (1970) "Barrio Corrales" (figura 1) (Tarragó 1992). La excavación de estos recintos y patios abarcó un total de 127 m², permitiendo establecer, con algunas discontinuidades, la perduración espacial y temporal de su ocupación, iniciada en el siglo XIII y finalizada durante las últimas décadas del XV o inicios del XVI d. C (ver la tabla 1 )y (la figura 3) (Greco y Otero 2016). A lo largo de estos tres siglos de ocupación, la biografía de esta vivienda sirvió para estimar tres etapas principales en su trayectoria que tuvieron que ver con su construcción y desarrollo durante la época preincaica, su reconfiguración como casa-taller a partir de la conquista incaica y posterior abandono y reutilización con fines funerarios, tal como se mencionó, entre el intervalo final del siglo XV e inicios del XVI d. C. (Otero 2013).
Fuente: los autores, basados en Tarragó (1992), y modificada por el arquitecto Joaquín Trillo. Ubicación de los fechados presentados en la tabla 1, correspondientes a las dataciones de los pisos de ocupación y las sepulturas. Las siglas S1, S2, S3, S4 y S5 refieren a las sepulturas detectadas durante las diferentes etapas de excavación de esta Unidad
Nº | Procedencia y código de laboratorio (LP: LATYR; AA: NSF Arizona AMS Facility) | Años C14 AP | Rango de años calibrados DC 68,2% de probabilidad | Rango de años calibrados DC 95,4% de probabilidad |
1 | Recinto 2.2 Cuad. NO. Estrato superior del piso de ocupación LP 2240 | 450±40 | 1441 (61,1%) 1499 1599 (7,1%) 1610 | 1425 (72,5%) 1513 1547 (22,9%) 1623 |
2 | Recinto 2.2. Cuad. NO. Estrato inferior del piso de ocupación. LP 2231 | 450±50 | 1436 (54,7%) 1504 1591 (13,5%) 1615 | 1419 (65,3%) 1520 1537 (30,1%) 1626 |
3 | Recinto 2.1. Cuadrícula SE. LP 2191 | 450±60 | 1431 (51,3%) 1508 1585 (16,9%) 1619 | 1418 (95,4%) 1627 |
4 | Cuadrícula N4. LP 2467 | 470±50 | 1425 (65,9%) 1498 1602 (2,3%) 1607 | 1405 (76,2%) 1513 1545 (19,2%) 1624 |
5 | Sepultura 5. AA88342 | 510±46 | 1414 (68,2%) 1455 | 1395 (94,3%) 1499 1599 (1,1%) 1609 |
6 | Osario. 5 º Extracción. AA88340 | 512±41 | 1418 (68,2%) 1452 | 1397 (95,4%) 1484 |
7 | Osario. 7º Extracción. AA88341 | 561±42 | 1400 (68,2%) 1438 | 1323 (7,6%) 1346 1388 (87,8%) 1452 |
8 | Recinto 3.1 Cuadrícula N1. AA89445 | 635±52 | 1311 (43,2%) 1359 1380 (25,0%) 1409 | 1293 (95,4%) 1425 |
9 | Recinto 2.1.Cuadrícula NE. LP 247 | 800±50 | 1225 (68,2%) 1286 | 1182 (90,6%) 1313 1358 (4,8%) 1381 |
10 | Recinto 3.3. LP 536 | 910±70 | 1048 (15,1%) 1083 1139 (49,0%) 1230 1250 (4,0%) 1261 | 1033 (95,4%) 1273 |
Fuente: los autores.
Fuente: los autores. Curva de calibración ShCal04 (McCormac et al. 2004). Software utilizado OxCal v4.2 (Bronk Ramsey 2009). Calibración realizada por el Dr. Catriel Greco
La identificación de estas tres etapas ha permitido no sólo avanzar en la funcionalidad o descripción de los espacios que conformaron el conjunto de estas estructuras para diferentes momentos, sino también caracterizar y registrar las transformaciones de la unidad espacial mínima de la sociedad humana: la casa (Tringham 1995; Tarragó 2007). En cuanto casa, la UH-1 se debió constituir como un espacio de reproducción en el que, a través de su ordenamiento a lo largo del tiempo, posiblemente sus ocupantes incorporaron diferentes principios y esquemas generadores de la sociedad (Bourdieu 2007). Como unidad espacial discreta, no fue un mero contenedor de las actividades del grupo social, sino que sufrió múltiples transformaciones a partir de la interacción entre sus ocupantes, y de estos con la comunidad. Uno de los cambios más drásticos a nivel de su estructuración doméstica posiblemente se produjo a partir de la reorganización socioeconómica de la población local, en pos de los intereses del Estado incaico. En este marco, la especialización de la metalurgia, actividad que realizaban los habitantes de la UH-1 previamente a la llegada de los incas, debió generar grandes modificaciones.
En esta Unidad, al igual que se confirmó para el caso de otras viviendas del Pucará (Otero 2015), se desarrollaron actividades productivas del tipo multiartesanal (sensu Shimada 2007), tales como textilería, alfarería y metalurgia (Tarragó y Albeck 1997; Otero y Cremonte 2014). No obstante, las características, abundancia y diversidad de hallazgos presentes en los pisos de ocupación datados para la época incaica reflejan que la producción metalúrgica estuvo destinada a un consumo extradoméstico de diferentes objetos, entre ellos piezas de uso suntuario. A manera de ejemplo, para producir un disco de metal, utilizando un molde circular bivalvo hallado fracturado en dos de los recintos de la UH-1, por lo menos se debieron utilizar dos kilos de mineral (Tarragó y González 1998, 192), lo que debió implicar un suministro y control externo en el uso de los metales. Por otro lado, la morfología idéntica y el tamaño de las estructuras de combustión identificadas en esta vivienda son indicadores de una producción especializada en metalurgia (Otero 2013).
A partir de estas y otras evidencias recuperadas, tales como un importante número de herramientas (martillos, yunques, pulidores, morteros), crisoles, restos de escorias y mineral, en el marco de las estrategias estatales para promover la especialización de la metalurgia, la UH-1 se debió transformar en uno de los numerosos espacios productivos del Pucará que se utilizaron para emplazar talleres aprovechando las habilidades artesanales de ciertos miembros de las unidades domésticas preexistentes a la llegada del Inca. Esto refiere a la incorporación de artesanos locales en la política de producción implementada para un centro de gran envergadura como fue este sitio. Es posible que el Estado valorara en gran medida el saber local relacionado con el manejo avanzado del bronce estannífero, que perpetuaba una tradición de fundido y moldeado de siglos, tal como se ha propuesto de forma genérica para las sociedades que desarrollaron la metalurgia en el noroeste argentino (Angiorama 2003; González 2004; González y Tarragó 2005; Lechtman 2007).
Durante el transcurso del último intervalo, fines del siglo XV e inicios del XVI d. C., esta casa-taller fue abandonada en cuanto espacio productivo y de habitación, para luego ser posiblemente objeto de modificaciones estructurales y reacomodamiento sedimentario. Como consecuencia de esta dinámica, pasó únicamente a ser utilizada como lugar de relocalización secundaria de entierros primarios en un osario y de ubicación de inhumaciones directas en distintos sectores. Las excavaciones arqueológicas realizadas por el equipo de la Dra. Tarragó entre las décadas de 1980 y 1990, y las que desarrollamos durante el 2009, permitieron que, además del osario construido en el patio central (R3.1) se detectaran otras cinco sepulturas, denominadas S1, S2, S3, S4 y S5, respectivamente, en los recintos techados (R1, R2.1, R3.2 y R3.3), y en un pequeño patio lateral (R2.2) (figura 2).
El osario constituye claramente un rasgo positivo con contorno en forma circular de 1,6 m de radio y 1,5 m de altura original estimada. Para su construcción se levantó un muro curvo de piedra adosado al ángulo NE de las paredes perimetrales norte y este del patio central, las cuales, por sus características constructivas, debieron además funcionar como muros de contención del relieve en plano inclinado del nivel aterrazado superior(ver la figura 4). Se trata de una construcción especialmente levantada por sobre el piso de ocupación de este patio, con la finalidad de ser empleada para alojar secundariamente múltiples entierros, hecho posiblemente originado por la necesidad de relocalizar restos procedentes de la remoción de inhumaciones primarias, encontradas durante el remodelado de espacios habitacionales previos. Los cálculos del Número Mínimo de Individuos (NMI) permitieron identificar la presencia de un total de 21 individuos (11 adultos y 10 inmaduros, todos estos menores de cuatro años de edad) en su interior (Adaro 2002).
Durante la continuación en profundidad de las excavaciones en la base de esta estructura se encontraron los restos articulados de un inmaduro (Sepultura 1, S1) (Mendonça y Bordach 1988) (figura 2)3. El acompañamiento mortuorio de este inmaduro estaba compuesto por un cubilete de madera que conservaba pigmentos, una cuenta de turquesa y otra de aragonito4, y fragmentos de calabaza y madera con impregnaciones de pintura roja (ver la figura 5). Los restos óseos se encontraron cubiertos por una delgada capa de cenizas. Durante la extracción, aunque no fehacientemente asociados con este rasgo, se recuperaron además un pulidor silíceo con ranuras, posiblemente utilizado como colgante, dos pucos de cerámica y panes de pigmentos (entre ellos limonita, yeso y un polvo gris verdoso con contenido de cobre) (figura 5).
Fue con posterioridad a este primer evento de inhumación que se procedió a la construcción del rasgo positivo (osario) y la subsecuente incorporación en su interior de los restos relocalizados de maduros e inmaduros encontrados en éste. Entre los restos óseos humanos del osario se hallaron entremezclados huesos de camélidos, pedazos de madera, algunos con forma de astiles y restos de pintura roja, un fragmento de espátula o varilla de madera de telar, restos de moldes para la producción de objetos de metal mediante la técnica de la cera perdida; más de cuarenta fragmentos de calabaza, parte de los cuales, a juzgar por el modo en que fueron formatizados, debieron usarse como contenedores de líquidos; panes de pigmentos, una tarabita de atalaje, posiblemente empleada con fines funerarios, y también varios fragmentos de ollas, cántaros y pucos de cerámica (figura 5 ). Cabe mencionar entre los hallazgos un peroné femenino adulto, que presenta en su extremo proximal un tratamiento intencional de biselado en forma de espátula acompañado con notable pulido, que denota su reiterada utilización como instrumento. No se ha podido determinar fehacientemente si la inclusión en el interior del repositorio corresponde a un momento anterior o al del evento mismo de generación del osario (Bordach, Mendonça y Arrieta 2014). Todos estos restos, tanto los óseos como los culturales, se encontraron cubiertos por lentes entreveradas de ceniza y carbón.
Por último, y seguramente debido a los efectos de sucesivas acciones gravitacionales, la parte superior de la cámara que contenía el osario finalmente colapsó, produciendo tanto la dispersión pendiente abajo de las rocas y clastos que constituían su tapa de cierre como también el acarreo de la parte superior de sus contenidos.
Entre los objetos que corresponden a este último evento de dispersión extracámara de restos humanos e inclusiones culturales -todos los cuales se encontraron a su vez integrando la matriz superior del relleno del patio- se pueden mencionar siete cuentas de turquesa, un fragmento de valva de Pecten purpuratus Lam., numerosos fragmentos de calabaza -algunos pintados en rojo y negro-, trozos de madera, un vaso y una ollita de cerámica completos, y fragmentos de dos pucos (ver la figura 6).
Un aspecto que se debe mencionar y resaltar es que las piezas cerámicas incluidas en los eventos de inhumación habrían sido todas ellas previamente utilizadas para otra función. En efecto, además de las incorporadas en el osario y la Sepultura 1, esta observación también se verifica en las diferentes piezas restringidas que fueron aprovechadas como urnas para enterrar a otros dos párvulos por debajo del piso del Recinto 3.1. Se trata de las Sepulturas 2 y 3 (S2 y S3) (figura 2), las cuales estaban ubicadas junto al muro este del patio y en estrecha proximidad con la pared externa del osario. Para colocar estas urnas se cortó el piso y se las colocó de manera tal que sus tapas quedaban expuestas a 20 cm de este. Al estar ubicadas junto al muro Este del R3.1, de forma lineal a la Sepultura 1, estratigráficamente se determinó que el entierro de estos infantes fue contemporáneo al inicio del uso de la cámara de la Sepultura 1 (Tarragó 1992).
El inmaduro depositado en la Sepultura 2 tenía entre 2,5 y 3 años (Adaro 2002). Este infante se encontró colocado en el interior de una olla de estilo Angosto Chico Inciso partida longitudinalmente (ver la figura 7 ). La olla presenta abundante hollín tanto en su superficie como en la porción basal del cuerpo, lo que también evidencia sus previos empleo y función. En el entierro que fue identificado como Sepultura 3 se utilizó una olla del tipo Ordinario, también con marcadas evidencias de exposición al fuego. En ella se encontraban los restos de un neonato de aproximadamente tres meses de vida. La olla se encontró dispuesta de forma vertical, pero sin su base. La apertura basal se encontraba a su vez sellada con una capa de barro, y la boca de la olla poseía una base de cántaro como tapa. Esta base estaba colocada de forma tal que la superficie interior de dicho fragmento cerámico miraba hacia arriba. En el interior de esta base se halló gran cantidad de hollín, quizás producto de la quema de diversas especies vegetales a manera de ofrenda votiva.
En los registros de campo, donde se describieron los trabajos de excavación, se menciona que las piezas cerámicas se encontraron colocadas entre piedras verticales y otras horizontales, que oficiaban como tapa. Sin llegar a formar estrictamente una cámara, estas rocas pudieron funcionar como tal.
La Sepultura 4, encontrada en la esquina NO del cuarto 2 del Recinto 3, al igual que los hallazgos anteriores, fue excavada a fines de la década de 1980 (figura 2). Este entierro también corresponde a la inhumación de un párvulo colocado sobre el piso de habitación entre piedras paradas a modo de cámara. En este caso, numerosos huesos de su esqueleto estaban ausentes. Parte de estos restos se encontraron tapados por una capa de barro consolidado y rodeados de cenizas. La ausencia de piezas esqueléticas podría deberse a una mala preservación postdepósito, o a la introducción de brasas sobre el cuerpo del niño, práctica que ha sido informada para otros sitios del Noroeste argentino. Como acompañamiento mortuorio presentaba tres piezas cerámicas, entre ellas una jarra asimétrica, un cántaro morado alisado y un puco interior negro pulido.
Una quinta y última sepultura (S5) fue detectada por uno de los autores (Clarisa Otero) durante la continuación de las excavaciones en el Recinto 2.2 (figura 2). En el ángulo NO de este recinto, a unos 10 cm de la superficie, se detectó un entierro primario, ya que sus elementos anatómicos se hallaron en perfecta relación articular. Este esqueleto corresponde a los restos de una mujer adulta inhumada en posición genuflexa, en decúbito lateral derecho, dentro de una cámara circular de piedra de 1 x 1 m de diámetro y cubierta con lajas. Durante el proceso de excavación se verificó que la cámara estaba parcialmente desplomada y que para su construcción se había limpiado el piso de ocupación en desuso y colocado rocas que funcionaron como cimientos de esta estructura mortuoria positiva (ver la figura 8).
El acompañamiento mortuorio de esta mujer tan sólo estaba compuesto por un trozo de pigmento rojo. Una vez retirado el conjunto de piedras que conformaban y demarcaban el sepulcro, en el siguiente nivel se detectó una pequeña lente de cenizas, carbones sueltos, huesos de camélido quemados y un pozo de escasa profundidad. Durante la excavación de este pozo se extrajeron restos de maderas; entre ellos se identificaron fragmentos del mango de una cuchara, y un tubo confeccionado sobre hueso de ave. El hallazgo de este tubo de hueso, como inclusión mortuoria (posiblemente se trata de un inhalador), resulta excepcional, ya que tradicionalmente el consumo de alucinógenos estaría mayormente relacionado con los hombres (Bordach 2006). Sin embargo, existen en el ámbito andino casos de individuos de características similares al de la Sepultura 5 (sexo femenino y de edad madura), inhumados junto a elementos propios del complejo de alucinógenos (tubos de inhalación y tabletas) (Llagostera, Torres y Costa 1988; Torres et al. 1991).
Las excavaciones arqueológicas realizadas en la Unidad Habitacional 1 brindan un conjunto de elementos vinculados con el uso diario de los espacios domésticos y habitacionales, que también se relacionan con aspectos específicos de las prácticas funerarias de los antiguos habitantes del Pucará de Tilcara, que resultan particularmente observables para los momentos finales de la ocupación tardía de este conglomerado semiurbano.
En primer lugar, cabe mencionar la presencia del osario en el gran patio central (R3.1). Como se señaló, se trata de un rasgo positivo, destinado a la relocalización respetuosa de un conjunto de enterratorios que fueron objeto de remoción y reacomodamiento por acciones y razones diversas. Entre las más probables, quizás tuvo lugar una inevitable y perentoria necesidad de proceder al replanteo de espacios para la construcción de viviendas a partir de la reutilización o remodelación de edificaciones previamente ocupadas y/o temporalmente abandonadas. Asimismo no se debe descartar la necesidad de los antiguos pobladores del Pucará de tener que recurrir a un uso profundamente simbólico de los ancestros para lograr afianzar los derechos a un espacio y a un ambiente caracterizados por la escasez de recursos vitales.
En este sentido, la ubicación de los antepasados en una estructura connotada por una alta visibilidad, aun desde la distancia, muy bien podría estar asociada estrechamente con una necesidad de los vivos de mostrar, por un lado, un tratamiento sumamente cuidadoso de los difuntos, ubicándolos significativamente en un lugar prominente, y a la vez recurrir a remarcar con su presencia los derechos de determinados grupos corporativos de acceder a materias primas y minerales variados, y alimentos considerados vitales, prioritarios y a la vez limitados. El uso de los ancestros en asociación con los derechos adquiridos por los vivos ha sido una práctica de afianzamiento de acceso a diferentes ambientes con una amplia dispersión temporal y espacial entre los pobladores prehispánicos del Mundo Andino (Millones y Kapsoli 2001).
La sucesión de depósitos realizados hasta colmatar la estructura del osario resulta consistente con una actividad de remoción reiterada de entierros primarios y su posterior ingreso intraestructura positiva, conjuntamente con inclusiones funerarias también alteradas y entremezcladas como producto de estos eventos de extracción y relocalización. Los abundantes restos de origen estrictamente cultural hallados entre los huesos humanos de este osario señalan, por un lado, la sucesión y concomitante secuencia de los depósitos, también la migración vertical de elementos constitutivos de pequeñas dimensiones, y la pertenencia ergológica eminentemente doméstica de todos ellos.
La práctica más usual de entierro durante la época prehispánica tardía de la Quebrada de Humahuaca parece haber sido debajo del piso de las viviendas. Esto, unido a las dimensiones que presenta la cámara sepulcral y el número de individuos que contenía, da asidero a la probabilidad de que el osario sea producto de la remoción de entierros primarios en viviendas, y no en áreas específicas y segregadas del espacio habitacional, como lo son los cementerios. En este sentido, la presencia de inmaduros es un elemento más de juicio a favor de la hipótesis de la reutilización perentoria del espacio. Por otro lado, la inclusión en el osario de individuos de muy corta edad es una evidencia importante de que la práctica de redisposición incluyó a los inmaduros como parte constituyente del todo que se buscaba preservar con el reentierro. Cabe recordar que los inmaduros de corta edad no acumulan identidades que les confieran el estatus de persona social (Palkovich 1980; Kamp 2001), sino que conforman una suerte de sociedad con sus padres y con la persona social de éstos (Beck 1990). Esta asociación puede manifestarse en el tratamiento funerario que reciban, que está determinado y depende exclusivamente de sus progenitores.
En segundo lugar, y como otro tipo de práctica, se debe destacar el hallazgo de las inhumaciones de cuatro inmaduros por fuera del osario, dos en urnas (S2 y S3) y dos enterrados de forma directa (S1 y S4), cuyos repositorios, tal vez por una cuestión de mínimo impacto espacial, fueron dejados en sus lugares originales, no siendo objeto de remoción y relocalización secundaria alguna. La variedad y fragmentariedad de inclusiones funerarias acompañantes de estos inmaduros no alcanzan para plasmar un universo conductual marcadamente diferente entre ellos. En efecto, ninguna de las configuraciones de inhumación escapa al tratamiento ni a la intencionalidad de una voluntad estrictamente parental en la sepultura de pequeños perinatos y/o recién nacidos, cuyo tratamiento queda de esta forma limitado exclusivamente también al ámbito doméstico. Es posible suponer que fueron los padres, deudos y actores directos y principales quienes proporcionaron un tratamiento funerario a los pequeños habitantes fallecidos cuando estos aún no habían alcanzado un tiempo de permanencia intrasocial como para hacerse acreedores de algún tipo de identidad, o acumularla, que les permitiese trascender justamente el ámbito de la influencia parental y doméstica arriba señalado.
Por otro lado, cabe referirnos al hallazgo de un único individuo adulto femenino primariamente inhumado en un patio de la UH-1. Su sepultura reitera asimismo un patrón de inhumación de relación doméstica, vertical, donde, al igual que para la construcción de la estructura del osario, se despejó el piso de ocupación para colocar las piedras que cimentaron la base de la cámara. A partir de la correlación de los resultados de los fechados obtenidos para este piso (tabla 1, ver fechados nos 1 y 2), con el resultante del análisis por AMS de uno de los huesos de esta mujer (tabla 1, ver fechado n° 5), se pudo comprobar una aparente contemporaneidad entre los eventos de uso de este espacio durante la época incaica. No obstante, la superposición estratigráfica da cuenta de la sucesión de estos eventos (Tarragó 1992). En este sentido, se debe señalar que el aporte radiocarbónico no necesariamente prevalece respecto de aquello que ha sido registrado durante las excavaciones. Esto también se verifica al considerar los resultados de las dataciones obtenidas para el osario y los pisos de ocupación del patio central (R3.1) y los cuartos adosados (tabla 1). Si bien los resultados de los fechados realizados con muestras de las distintas extracciones se agrupan en el mismo rango temporal, al igual que las dataciones de los pisos, la superposición entre ellos es clara. Se debe tener en cuenta que se trata de una serie de eventos complejos de mayor proximidad temporal que la que puede ser distinguida con el método radiocarbónico.
En cuanto a la ubicación de la UH-1, en primer lugar, se debe destacar la notable proximidad de las diferentes estructuras que la componen en relación con el sector del Pucará de Tilcara, alejado y periférico, tradicionalmente denominado Barrio Corrales. Es importante señalar su posición, marcadamente cercana respecto de los límites de la periferia sur del poblado, ya que se trata sin duda de un sector con características de marginalidad edilicia respecto de los lugares con más densa y cercana aglomeración de construcciones (Otero y Cremonte 2014). De esta manera, tanto unas viviendas como otras ponen de manifiesto los problemas y conflictos que posiblemente deben haber surgido como consecuencia de una notable saturación de los espacios disponibles para fines constructivos y productivos, es decir, vinculados a la especialización artesanal, lo cual debió haberse vuelto una circunstancia particularmente álgida durante los momentos finales de la ocupación prehispánica de este poblado.
Mientras que en la mayoría de los recintos excavados en los sectores más elevados del Pucará -trabajados por Ambrosetti (1908) (Zaburlín y Otero 2014) y Debenedetti (1930)-, tanto en cantidad como en calidad y variedad, los hallazgos parecerían apuntar con claridad a una diferenciación espacial en cuanto a la ocurrencia de desigualdades sociales, económicas y culturales hacia el interior del poblado, los hallazgos del denominado Barrio Corrales estarían representando particulares circunstancias demográficas planteadas básicamente en los estratos más bajos y/o del común del pueblo dentro de la estructuración jerárquica de esta sociedad tilcareña sometida por el Inca.
En estos sectores más elevados, específicamente en la cima y los faldeos superiores (figura 1), a diferencia de lo registrado en la Unidad Habitacional 1, se detectaron dispuestos como inclusiones mortuorias discos, placas y vasos de metales preciosos, keros de madera, tabletas y tubos trabajados en madera y turquesa, utilizados para la ingesta de alucinógenos, y piezas cerámicas de fina calidad, que imitan los estilos cuzqueños y vasijas de estilos regionales incaicos como el Inca Paya, Inca Pacajes, entre otros. Más allá de las diferencias entre los acompañamientos funerarios de un sector y otro existen varios rasgos compartidos como la reocupación cuasi inmediata de espacios habitacionales abandonados, la observación rigurosa del tratamiento respetuoso de los muertos, aun de aquellos encontrados durante las tareas de redimensionamiento espacial de las unidades destinadas al uso doméstico.
La relocalización de los enterratorios primarios eventualmente perturbados, como consecuencia de la necesidad de redimensionar las construcciones de ámbitos habitacionales para uso tanto artesanal como doméstico, señala la existencia de profundos lazos cosmológicos indicadores de vínculos estrechos existentes entre el mundo de los vivos y la esfera propia de los muertos. Esta circunstancia se observa como una constante en el comportamiento funerario de los antiguos habitantes del Pucará, y seguramente es extensiva al ámbito global de la Quebrada de Humahuaca y posiblemente también a sus regiones aledañas.
Por último, la determinación etaria y sexual proporcionada por Adaro (2002) nos permite asimismo reflexionar sobre la estructura y el tamaño del grupo social que habitó la Unidad Habitacional 1. La cuantificación de los veinticinco individuos que se incluyeron en las distintas sepulturas de la UH 1 no significa que esta fuera habitada exclusivamente por este número de personas. A excepción de la mujer de la Sepultura 5, los párvulos de las Sepulturas 2, 3, 4 y el niño colocado en la base de la Sepultura 1, todos los restantes individuos fueron relocalizados en el osario. Esto podría implicar que quizás no habitaron necesariamente en vida la Unidad Habitacional 1 tal como fue encontrada, sino que llegaron a ocuparla como consecuencia de la reocupación de otros espacios en momentos en que el agrupamiento poblacional del Pucará alcanzaba su mayor expresión. En el caso de los individuos inmaduros identificados en los entierros primarios se puede estimar que formaron parte del grupo de ocupantes de esta Unidad, considerando que este conjunto osteológico se encuentra mayormente representado por niños de muy corta edad (entre el nacimiento y los tres años de vida) y que las características de sus inhumaciones expresan un tratamiento funerario practicado estrictamente dentro del ámbito doméstico por sus familiares directos.
Por otro lado, la existencia de una estructura funeraria positiva en el Barrio Corrales, cuya finalidad ha sido albergar restos humanos muy probablemente procedentes de entierros primarios, es un hecho peculiar, aunque no único en la Quebrada de Humahuaca (Cremonte et al. 2006-2007; Nielsen y Boschi 2007). Es destacable, sin embargo, la construcción de esta cámara cuando, tal como se señaló, el patrón general de inhumación que parece ser la regla en las poblaciones en estudio es negativo (entierro). El osario sería, entonces, una estructura funeraria levantada intencionalmente y claramente visible a la distancia. Un examen detallado de la distribución espacial horizontal (colapso), y en particular la vertical (intracámara) de los materiales recuperados, permite visualizar una muy cuidadosa redisposición de los individuos removidos de sus enterratorios originales e inferir que la conformación del osario no fue aleatoria. En efecto, el ingreso de los cráneos en último lugar, coronando el conjunto de las otras inclusiones óseas, es un evento que sugiere fuertemente el valor tanto ritual como simbólico de este hallazgo (Buechler 1980; van Kessel 2001), ya que el cráneo es el complejo anatómico con mayor poder simbólico para representar el fenómeno de la muerte (Adaro 2002; Adaro, Bordach y Mendonça 2003). Vinculado también con aspectos rituales estaría el hallazgo de un peroné humano tallado intencionalmente para darle la forma de una espátula, que permitiría inferir su conexión con prácticas chamánicas y el posible uso de alucinógenos con el fin de establecer nexos entre las distintas esferas cosmológicas, tal como han sido propuestas para el Mundo Andino.
La construcción del osario en la Unidad Habitacional 1 tiene un claro significado social y cultural. Por sus características de recinto-monumento (Bordach, Mendonça y Arrieta 2014), podría ser definido como rasgo potente, posiblemente reconocido e interpretado como tal, tanto por los de adentro como por los de afuera del Pucará. Puede entonces conceptualizarse como una variante más de la utilización por parte de los vivos de sus antepasados para afianzar el sentido de la pertenencia, el derecho y la defensa de un espacio valorizado como propio. Hay indicios de la presencia de esta práctica desde que tiene lugar el fenómeno de concentración poblacional en lugares estratégicos, origen de la aparición de centros semiurbanos. Su manifestación parece haber respondido a una diversidad de factores, entre los que se cuentan el surgimiento de jerarquías y estratificación social y la necesidad concomitante de contar con un poder centralizado; el control de recursos naturales considerados limitados, tales como las fuentes de agua, captación de éstas para asegurar el adecuado regadío, por medio de las larguísimas acequias y/o canales en el curso superior del río Huasamayo (González 2011), y la defensa territorial. Esta circunstancia es coherente con la información etnohistórica vinculada con la defensa del Valle por parte de las etnias quebradeñas (González y Pérez 1972; Ottonello y Lorandi 1987; Tarragó 2000), y en particular con la protección del Pucará de Tilcara en un momento en que, por la densidad demográfica, el control de puntos estratégicos de acceso a las tierras fértiles era crucial. Este pudo ser el caso del valle de altura de El Alfarcito, distante solamente a unos siete kilómetros hacia el Este y cuya vía de acceso a través de la Garganta del Diablo es perfectamente defendible y controlable desde el Pucará.
Dado el carácter conservador de las tradiciones en las sociedades andinas, y teniendo en cuenta que el culto a los ancestros ha constituido desde siempre parte esencial de la religión (Zuidema 1973), consideramos que el uso de los antepasados en la legitimización de distintas prácticas territoriales tuvo una larga presencia en la región. Los ancestros no sólo le dan identidad a la comunidad sino que también legitiman su posesión de tierras y recursos (Gil García 2002). De allí la significación del osario vigente hasta la época de los primeros contactos con los europeos. Si se tiene en cuenta que los ancestros cobraban mayor relevancia en tiempos de crisis por interceder con el mundo sobrenatural (Ramírez 2008, 8), la manipulación, relocalización e incorporación de ofrendas durante los momentos Inca e Hispano-indígena, como se registra para el caso de la Unidad Habitacional 1, podrían sugerir el reiterado pedido de alivio ante el impacto de la dominación incaica, y la incertidumbre ante los primeros intercambios con el español, evidenciados por la inclusión entre los objetos culturales del osario de una pieza cerámica atribuible a este momento (Otero 2013). Es posible que el culto a los ancestros de la comunidad local haya supervivido al culto solar Inca. De allí que el Pucará, en el momento de su abandono en tiempos históricos, pudo haber adquirido otro sentido resignificándose como residencia de los antepasados. En este sentido, la construcción de una estructura funeraria positiva, visible a la distancia, es coherente con la interpretación que se ha hecho en vinculación con el uso de los antepasados para afianzar derechos territoriales y de acceso a los recursos de distintos ambientes (Charles y Buikstra 1983).
En síntesis, aunque con variaciones conductuales propias de cada caso considerado, podemos evaluar que el respeto hacia los muertos abarcó entonces todas las categorías de edad y de sexo entre los antiguos habitantes del Pucará de Tilcara. La variación general observada en el tratamiento funerario señala la existencia de diferencias en los modos de inhumación pero también pone de manifiesto la uniformidad de pertenencia social de estos individuos habitantes del común del pueblo y de posiciones periféricas respecto de la mayor diversificación y densidad constructiva de otros sectores del Pucará. La descripción, el análisis y el tratamiento crítico comparativo entre ambos serán objeto de una próxima publicación.
A Myriam Tarragó y a Guillermo Madrazo por introducirnos y orientarnos generosamente en la apasionante historia prehispánica de la Quebrada. A Marta Ottonello por su apoyo desde la Dirección del IIT durante las excavaciones; a María Ester Albeck, Marta Susana Ruiz, María Beatriz Cremonte, Milena Calderari, María Clara Rivolta, Susana Basílico, Mercedes Garay de Fumagalli, y a tantos otros compañeros participantes en las muchas, enriquecedoras e inolvidables campañas compartidas. Es por ello que nuestro agradecimiento hacia estos colegas profesionales del quehacer arqueológico va en afectuoso recuerdo de tiempos que siempre importarán. Este trabajo fue realizado gracias al apoyo financiero de la ANPCyT-FONCyT, MinCyt Córdoba, CONICET, CyTUNRC y del IIT-FFyL-UBA. Cualquier error u omisión resultan por supuesto de la exclusiva responsabilidad de los autores.