Desde la última década del siglo XX y hasta el presente se ha constatado un incremento considerable en los flujos migratorios globales e intrarregionales (OIM 2015; PNUD 2009), lo que ha aumentado su relevancia política, económica y cultural. No solo han crecido las corrientes migratorias en cuanto a su tamaño y diversidad, sino que se han convertido en el centro de los debates sobre políticas públicas, derechos humanos e inclusión social.
América Latina no ha estado exenta de estas tendencias y preocupaciones (violencia, trabajo, educación, salud, dignidad, equidad, entre otras), de cara al importante aumento de los desplazamientos en la región durante los últimos años, donde Colombia y Chile concentran hoy el mayor flujo migratorio regional. Una serie de fenómenos -nuevos y viejos- empezaron a ser visualizados con mayor ímpetu y se volvieron en los últimos tiempos temáticas de interés mundial hasta convertirse en las principales problemáticas contemporáneas en el ámbito local y global.
Esta nueva realidad socioespacial, dinámica y compleja, ha generado múltiples desafíos, lecturas y valoraciones para la convivencia pluricultural y el desarrollo social en las ciudades receptoras, por ejemplo, de parte de las ciencias sociales, cuyo creciente interés se ha traducido en un mayor número de proyectos de investigación, cursos especializados, centros de estudios ad hoc, organización de la sociedad civil y colaboración nacional e internacional que reflexionan sobre las migraciones y la convivencia. Del mismo modo, las principales instituciones de carácter humanitario e internacional han rescatado el tema de las migraciones y la protección de los derechos de las personas como parte fundamental de sus preocupaciones.
Los flujos migratorios Sur-Sur se deben tanto a factores externos como internos que influyen en los procesos de atracción y expulsión. Las últimas crisis económicas internacionales y regímenes políticos neopopulistas (i. e. Venezuela) y neoconservadores (i. e. Colombia) en Latinoamérica tienen como trasfondo los procesos globalizadores de las últimas cuatro décadas, en particular la reforma estructural neoliberal que consolidó el sistema-mundo y el capitalismo global en un contexto histórico poscolonial y de división internacional y sexual del trabajo (Canales 2015; Falquet 2009; Wallerstein 2007).
Estos fenómenos macro, producto de un modelo de desarrollo orientado a las exportaciones, han generado un nuevo “metabolismo” social que desestabiliza el espacio y la reproducción cultural. O, en palabras de Portes y Roberts (2005), provoca una “marea que levanta todos los botes” (25): debilita los contratos sociales y mecanismos de protección y aumenta las asimetrías entre los países y las desigualdades dentro de cada sociedad, en la medida en que los riesgos, la exclusión social y la pobreza tienden a crecer (Beck y Beck-Gernsheim 2012) y se alientan la imaginación y deseo (Appadurai 2001).
Esta inestabilidad política y económica en el interior de América Latina ha motivado una nueva actitud frente a los beneficios y a los peligros de la movilidad (Douglas y Wildavsky 1983), de la cual se han derivado grandes movimientos migratorios hacia Estados-nación que brinden mayor seguridad (Solimano 2008). A su vez, esto ha ocasionado cambios en países históricamente receptores, como Estados Unidos y España, proclives a un mayor control migratorio hacia las nuevas migraciones de refugiados (Portes 2012; Sassen 2015), frente a las cuales han establecido políticas migratorias menos flexibles, como las del expresidente Donald Trump en Estados Unidos. Como consecuencia de ello, en términos de recepción migrante, emergen nuevos ejes de producción de la localidad y de la subjetividad, a través de renovados objetos, formas políticas y comportamientos sociales que han provocado un cambio en las trayectorias y los destinos migratorios y un auge en los movimientos migratorios Sur-Sur.
Destacan los casos de Colombia y Venezuela en Sudamérica, así como de Haití en el Caribe, debido a los conflictos políticos, a la violencia interna y al alto nivel de inseguridad que rige en sus principales ciudades (segregadas, faltas de infraestructura, amplia economía informal y delincuencia) que han incrementado el malestar y el miedo y, en consecuencia, han estimulado la movilidad durante el siglo XXI. La inseguridad que viven los migrantes provenientes de estos países lleva a la necesidad de buscar oportunidades en el extranjero. No solo son los grupos más vulnerables los que se movilizan desde y hacia países del sur; una parte de estas migraciones es protagonizada por sujetos de estratos medios, con estudios técnicos y superiores. Por ello, si bien la diversidad de sexo, clase y “raza” son propias de la movilidad Sur-Sur, tales características también inciden en los patrones que siguen sus trayectorias migratorias y su concentración o dispersión espacial en los distintos barrios residenciales a los cuales tienen acceso en las ciudades de destino, así como en sus recorridos y demarcaciones (Caggiano 2012).
Importantes retos -económicos y políticos- ha debido enfrentar Colombia en las últimas tres décadas debido al colapso en los precios internacionales del café -la principal fuente de recursos del país durante gran parte del siglo XX-, así como a la crisis petrolera de principios del siglo XXI y al auge del conflicto armado en un contexto de expansión del tráfico de drogas hace ya seis décadas. Estas situaciones han desembocado en que Colombia haya llegado a ser la tercera sociedad más desigual del mundo (PNUD 2011) y han forzado a muchas personas a desplazarse internamente y/o abandonar su país natal, entre quienes se contabiliza un total de 4 700 000 colombianos/as que residen en el exterior (ver Bernal et al. 2020; Cancillería 2017). Las diferencias en sus estatus migratorios resultan interesantes de investigar, así como las distintas formas de inserción que tienen los afrocolombianos frente a aquellos sin tal descendencia.
Respecto al colectivo venezolano, debido a la creciente inestabilidad política y a la crisis económica en su país (caída de los precios del crudo, inflación proyectada de 1 000 000 %, desabastecimiento, problemas sanitarios, crisis energética), se han desencadenado en los últimos quince años altas tasas de emigración. En estas se destacó hasta 2019 un perfil migratorio de personas altamente calificadas.
Por su parte, Haití vive una larga e histórica crisis política y económica que le ha significado la mayor desigualdad del mundo (PNUD 2011). Los problemas sociales aumentaron con el terremoto del año 2010, acontecimiento que destruyó infraestructura básica. La fragilidad de su Estado, que ha sido calificado como “fantasma” (Feldmann 2013) y como de “alta alerta” (The Fund for Peace 2016), ha provocado una migración constante de población joven y masculina, económicamente activa (Canales 2013), hacia la vecina República Dominicana y, durante la última década, también hacia los países sudamericanos.
En tal escenario surge la necesidad de generar un mayor y diverso conocimiento científico-social sobre las formas en que individuos y colectivos migrantes construyen sus vidas en los países de recepción, en su búsqueda por la realización personal y grupal, a partir de sus espacios biográficos y los “dilemas de la subjetividad” (Arfuch 2007) que, en el cruce entre lo público y lo privado, implican asumir riesgos (Douglas y Wildavsky 1983). El contexto mundial y regional de los procesos migratorios, las sociedades receptoras y expulsoras de población, ha obligado a los gobiernos y a la comunidad mundial a asumir estos desplazamientos como un proceso en ascenso, no ajeno de dificultades y problemáticas. Esto ha incentivado a los estudiosos a plantear nuevas líneas de investigación, por ejemplo, sobre los vínculos que establecen los/as migrantes con los lugares de origen a través de la acción colectiva, la difusión de prácticas culturales, el envío de remesas, el impacto territorial, las redes de apoyo, la participación femenina en esferas laborales, los espacios privados, la familia, el cuidado o la infancia, y junto a esto, la circulación de mercancías, la difusión de gastronomías, la salud y las expresiones religiosas, entre otras temáticas.
Así también, se requiere ir más allá e innovar en las propuestas teóricas y avances metodológicos y etnográficos incorporando una mirada multidisciplinar que contemple nuevas líneas de investigación-acción en los contextos cada vez más difusos de Latinoamérica. De esta forma, proponemos analizar e interpretar los procesos migratorios e imaginarios -tramas de significaciones que estructuran la memoria y la experiencia social e individual y construyen la realidad en una determinada sociedad y época- a través de la construcción de futuro (Castoriadis 2006, 1998) en las ciudades de destino, con sus continuidades y contradicciones en el tiempo, y comprendiendo las estrategias creativas que despliegan las/os migrantes transnacionales en sus nuevos lugares de residencia. Es necesario también observar las relaciones y la circulación de saberes que ellas/os establecen en su vida cotidiana en las ciudades y lugares de destino, así como la progresiva construcción de vínculos longitudinales y sincrónicos con organizaciones e instituciones que permiten dar reconocimiento y estabilidad a sus vidas, dentro de lo que Margalit (2010) denomina sociedad decente: aquella “cuyas instituciones no humillan a las personas ni estas se humillan mutuamente” (15).
Ayudan en este desafío dos ejes estructurantes de análisis: la idea de futuro y la búsqueda de una buena vida (Margalit 2010; Taylor 1993; Villacañas 2012) en un contexto de modernidad tardía y de una creciente desigualdad intrarregional. Esto con el fin de conocer y analizar cómo múltiples lazos (re)crean y configuran formas de insertarse y de vivir en las ciudades de destino como migrante, así como de estudiar las transformaciones, los quiebres y las continuidades en las representaciones, las prácticas y las expectativas migratorias de sus protagonistas en relación con distintos territorios y superficies de contacto (barrio, trabajo, recreación, servicios públicos, médicos y educativos, círculos sociales, espacios de ocio, entre otros).
Nos interesa especialmente cómo las personas migrantes son formadoras de futuro re/constituyéndose como sujetos, en lo que Boaventura de Sousa Santos (2010) denomina una sociología de las emergencias, esto es, un futuro de las posibilidades plurales y concretas que se van construyendo en el presente a partir de sus proyectos y trayectorias, amparados en la triada imaginación, anticipación y aspiración (Appadurai 2015) y orientados hacia horizontes de reconocimiento (Fraser y Honneth 2006; Taylor 1993). Estos son entendidos como capacidades colectivas de hombres y mujeres para modificar los términos de convivencia, expresadas en nuevas formas de acción social en sociedades democráticas (Castoriadis 2006, 1998) y utilizadas para intentar orientarse hacia horizontes de seguridad, bienestar y reconocimiento.
Ante la propuesta de Appadurai (2015), resulta complementaria la metodología de la antropología del futuro de Bryant y Knight (2019). A través de orientaciones temporales y estructuras teleoafectivas y sumando los conceptos de expectativas, especulaciones, potencialidades, esperanza y destino, dicha aproximación permite dirigir el trabajo etnográfico hacia las acciones de vida cotidiana con que se construyen los futuros individuales y colectivos.
Las y los migrantes enfrentan localmente dimensiones económicas, políticas y culturales y activan mecanismos para coproducir su bienestar. Se requiere entonces explorar etnográfica y etnológicamente cómo tales dimensiones influyen en la construcción de la idea de vida digna y en lograr ser reconocidos y proyectarse al futuro, así como también el impacto que tienen las diferencias de nacionalidad, estrato socioeconómico, “raza”, género, lengua y habla y nivel educacional. Es preciso destacar aquí que raza como categoría de análisis no es entendida como producto de un devenir biológico (Miles 2009), sino como una construcción social, como algo que genera distinción y, por ende, excluye a los sujetos racializados.
De este modo, las y los migrantes -y sus diferenciaciones internas- dotarán de significados el objetivo de la vida buena como universal cultural, así como desarrollarán estrategias de diverso orden en el proceso de arraigo-desarraigo y en sus vivencias en el otro lugar (Augé 2000). Estas estrategias estarán estrechamente relacionadas con la asimilación del modelo productivo, los capitales y las dinámicas que pueden articularse en el país receptor, ya sea por medio de la utilización de redes de solidaridad, distintas formas de asociatividad o mecanismos de la reproducción social (Bourdieu 2011).
De tal forma, en los artículos de este número monográfico de Antípoda se caracteriza colectiva y diferenciadamente la idea de una buena vida, considerando que las relaciones desiguales de poder suelen generar que un colectivo estereotipe y estigmatice a otro, o que el país receptor de forma estructural ejerza prácticas de segregación, violencia simbólica o dominación colonial para proteger el estatus dominante de los “establecidos” frente a la sensación de amenaza de los “extraños” (Elias y Scotson 2016), a la percepción de sujetos de peligro (Tijoux-Merino y Córdova 2015), lo cual genera heridas identitarias (Goffman 2006) del “yo frente a los otros” (Dussel 1992; Grosfoguel 2008).
Así también, la perspectiva transnacional será de gran relevancia en el presente dossier. Esta contribuye a la producción de nuevos conocimientos teóricos que cuestionan y replantean las clásicas conceptualizaciones sobre el Estado-nación, al tiempo que incorporan la discusión sobre las subjetividades que emergen de los desplazamientos colectivos, visibilizados también en la circulación de significados culturales, religiosos, étnicos e identitarios (Levitt y Glick 2004). La perspectiva transnacional se origina en el norte global a finales del siglo XX en el seno de las ciencias políticas, la economía, la sociología y la antropología (Appadurai 1989; Basch et al. 1994; Hannerz 1996; Khagram y Levitt 2008; Levitt, DeWind y Vertovec 2003; Levitt y Glick 2004; Durand y Massey 1990). Los giros interpretativos en la perspectiva transnacional se distanciaron del enfoque que proponían estudiosos como Toffler (1979) o McLuhan y Power (1989) sobre globalización. Estas discusiones abrieron una eventual reflexión sobre las soberanías, los territorios y las ciudadanías que demandaban las comunidades en sus cruces de fronteras políticas y ensamblajes globales (Appadurai 1996; Collier y Ong 2004; Hobsbawm y Ranger 1984; Levitt y Jaworsky 2007; Sassen 2001).
Las apuestas eran enfundadas desde la perspectiva de globalización y lo transnacional era, en cierto modo, más adecuado para fenómenos que no ocurrían dentro de un mismo Estado, sino a largas distancias, y se priorizaban conexiones culturales entre lugares y personas. A principios de los años 1990, surgieron discusiones y propuestas conceptuales relevantes como las de comunidades transnacionales (Kearney y Nagengast 1989), circuitos migratorios transnacionales (Rouse 1992), campos sociales transnacionales (Basch, Glick y Szanton 1994), translocalidad (Appadurai 1996), espacios sociales transnacionales (Pries 1999) y cadenas migratorias (Faist 2000), entre otras.
Uno de los conceptos más relevantes en las últimas décadas ha sido el de campos sociales transnacionales, propuesto por Basch, Glick y Szanton a mediados de los noventa, que hace referencia a las conexiones a largas distancias, la inmediatez, la simultaneidad, la participación en redes y los circuitos interactuados. Las particularidades que distinguen a estos campos sociales radican en comprender cómo los migrantes se incorporan a los países de residencia y cómo sus vínculos alcanzan sus lugares de origen, influenciados por los continuos lazos entre sus países y las redes sociales que se construyen y se extienden más allá de las fronteras nacionales. Las autoras sostienen que, para entender la migración contemporánea, es pertinente pensar en los impactos que provocan las redes en términos culturales, económicos y políticos, ya sea en lugares de origen como en aquellos de asentamiento.
Las redes sociales, como estructuras de carácter transnacional, involucran a todas aquellas personas e instituciones vinculadas al proceso migratorio, tanto los que migran como los que se quedan (Pedone 2010). Así, con la introducción de la noción de red social, la fisonomía social de los sujetos será definida a partir de los vínculos personales que ellos activan y generan, con la utilidad de comprender el comportamiento de los diferentes actores y sus relaciones en distintos ámbitos y espacios (Imízcoz 2009). Además, estos vínculos sociales son útiles para reducir los riesgos de desplazamiento y elevar los beneficios de la experiencia migratoria (Portes y Böröcz 1998).
Siguiendo la lógica del desarrollo y la activación de redes, el artículo “Comunidades en espera: la promesa de futuro en el tiempo incierto de la migración mezquitalense contemporánea” (Contreras 2021), presentado en este volumen de Antípoda, nos muestra un ejemplo de las formas como se representa la transnacionalidad, particularmente la transnacionalización de la cultura, a través de la migración de comunidades del Valle del Mezquital (México) en Estados Unidos. Esto hace referencia a dos puntos relevantes: las edades de la migración mexicana en el Norte americano y la ausencia colectiva de mujeres y hombres que traspasan fronteras nacionales e instalan sus hogares en espacios de reacomodos geográficos. El autor reconoce que las comunidades transnacionales del Valle del Mezquital se construyen a partir de la acción colectiva, la formación de comunidades y las interacciones entre redes conexas que movilizan una serie de recursos creativos, como son propiamente los proyectos que se gestan en lugares de residencia y que vinculan a sus redes primarias en los lugares de origen. Por ejemplo, en el caso mexicano, podemos destacar el proyecto 3 x 1, en el cual se logran visibilizar las estrategias de los gobiernos nacionales para el apoyo de sus comunidades en espera, sobre todo en los lugares de origen y sus nuevos hábitats de significados territoriales.
En contextos migratorios, los individuos son capaces de elegir, pensar y replicar estrategias de sobrevivencia, adaptación o movilidad geográfica, social y económica que traspasan las fronteras. Para el caso del estudio “Desarrollo de la informalidad y prácticas alternativas en la comunidad peruana de Paterson, Nueva Jersey” (Muschi 2021), se analiza cómo los inmigrantes peruanos residentes en Estados Unidos desplegaron prácticas alternativas y periféricas, formales e informales, de organización social comunitaria para asociarse entre connacionales y formar organizaciones e instituciones que les otorgaran visibilidad en la sociedad receptora. Estos mecanismos de asociatividad ya habían sido previamente establecidos en el Perú, por lo que al momento de migrar transfirieron y reprodujeron tales prácticas creativas como recursos para futuros posibles y como estrategias de adaptación en la sociedad receptora.
Estas prácticas de organización social de índole religioso, cívico y deportivo reforzaron las identidades colectivas y ayudaron a la conservación de identidad cultural al diferenciarse de la sociedad nativa (Da Orden 2005). Para la comunidad peruana, participar en estos espacios de sociabilidad significó compartir y promover una serie de ritos sociales, de normas de comportamiento, de estilos de vida y de posición y relaciones sociales que resguardaron el capital cultural (Bourdieu 2007) y los recursos socioestructurales (Coleman 1988). Aquí, la identidad de paisanaje se impone a otras identidades posibles, como las de clase, por las propias motivaciones y necesidades de los inmigrantes (Llordén 1994).
El sentido de pertenencia de un colectivo que compartió experiencias, esperanzas y añoranzas se materializó en la nostalgia e inclusión de símbolos identitarios y culturales, formando comunidad a través de la comida, la música, los bailes, entre otros elementos que incentivaron su peruanidad, a partir de una necesidad de replicar espacios imaginados. La reproducción de tradiciones y pautas culturales por los migrantes más allá de su país de origen refuerza el sentido de comunidad que se encuentra marcado por la nostalgia. Al respecto, envolverse en la nostalgia es pensar, sentir y añorar el intercambio de recuerdos, significados y emociones que se conectan con el terruño, con el hogar, con el territorio y con el lugar de origen desde la transnacionalidad (Hirai 2014, 2012), donde se implican relaciones y la participación en redes a largas distancias y circuitos interactuados (Saldívar 2018).
En este mismo sentido, Hirai (2012, 2009) propone una economía política de la nostalgia a través de la circulación de significados religiosos entre comunidades de migrantes mexicanos en Estados Unidos, particularmente lo que el autor reconoce como nostalgia de contraste, calendarios emocionales y mercados de la nostalgia. De acuerdo con lo anterior, la Cepal (2004) reconoce los mercados de la nostalgia como mercancías que integran bienes y servicios de consumo cultural de los diferentes pueblos y naciones. Estos productos son, por lo regular, traídos desde los lugares de origen de los migrantes, por lo cual adquieren ciertas características relacionadas con el recuerdo de los espacios imaginados y generan, de cierta forma, un extenso mercado de imágenes y objetos que circulan a través de las fronteras nacionales.
Brooks y Simpson (2013) reconocen la nostalgia en el proyecto migratorio como balsa de emociones, al pensar tanto en quienes inician el viaje como en quienes esperan en los lugares de origen. Lenka y Marek (2015) mencionan cómo las experiencias de la nostalgia en los procesos migratorios ayudan a mantener relaciones de parentesco basadas en campos sociales que legitiman no solo a las comunidades, sino también sus identidades en contextos transnacionales. En su estudio con familias transnacionales de bolivianos en España, González (2013) reconoce que la migración genera ambivalencias emocionales reflejadas en el extrañamiento por el terruño, donde las configuraciones afectivas se representan en regímenes de sentimientos articulados con el parentesco, la obligación y la reciprocidad. Junto a esto, cumplen con ciertas características como la transición de las emociones, las identidades de pertenencia y la transnacionalidad.
Al respecto, en el artículo “El hogar en contextos transnacionales: una reflexión desde la migración de madres/padres colombianos a Santiago de Chile” (Zapata 2021), se reflexiona sobre el hogar a partir del proceso investigativo llevado a cabo con madres/padres colombianos inmigrantes en Santiago de Chile y sus hijas/hijos residentes en el país de origen (Valle del Cauca, Colombia). Allí se pone en debate el concepto de hogar desde los contextos transnacionales, donde los miembros de la familia (madres, padres e hijas/hijos) recrean prácticas familiares a través de la memoria familiar y construyen o mantienen aquellas que les permiten perpetuar la relación y el vínculo parentofilial a pesar de la distancia física. La autora analiza los cambiantes sentidos de hogar y pertenencia y la resignificación del espacio a través de la circulación de significados culturales, emociones y afectividades que mantienen los lazos de parentesco más allá de la proximidad espacial.
La noción de hogar transnacional se construye a través de un proceso que implica una serie de estrategias creativas, como son propiamente la acción colectiva y la formación de comunidades, en donde se generan redes y formas de posicionamiento, legitimación e institucionalización, en la reconstrucción del lugar y en la transformación imaginaria del espacio. Steigenga, Palma y Girón (2008) hacen referencia a la nostalgia como articulador de sentidos de pertenencia en la reconstrucción del hogar entre comunidades de guatemaltecos instalados en Júpiter, Florida. En Nueva York, la noción de hogar entre comunidades de origen puertorriqueño se visibiliza en barrios transformados en
casitas, pequeñas estructuras de madera que recuerdan las viviendas rurales de la Isla, en los terrenos abandonados del sur del Bronx y el Lower East Side de Manhattan […] rememorados nostálgicamente como una densa comunidad de parientes, amigos, vecinos y paisanos. (Duany 2000, 63)
Para el caso del Valle del Cauca en Colombia, se utilizó como técnica el plano de vida familiar para graficar los lugares, las personas y los objetos que hacen parte de la vida cotidiana, a los cuales los sujetos les otorgan sentidos a partir de sus vivencias y experiencias relacionales y vinculantes. Se demuestra que en los hogares existe cierta creatividad que permite que, pese a la distancia geográfica, las personas puedan construir y sostener vía prácticas familiares ritualizadas, relaciones y vínculos afectivos por medio de estrategias creativas que involucran distintas tecnologías y mecanismos de comunicación.
Así también, al referirnos a las distintas estrategias en las trayectorias migratorias y en la construcción de futuros posibles, las redes de apoyo cumplirán un rol fundamental en el desarrollo y el desenlace de estas experiencias. En este sentido, las redes sociales generadas a partir de un intercambio de significados entre familia, amigos, grupos y comunidades (Perilla y Zapata 2009) ayudan a comprender la formación de una comunidad migratoria y su incidencia en los proyectos migratorios. Desde la conceptualización de las redes transnacionales (Barnes y Reilly 2007; Castells 1999), se vislumbran estrategias que vinculan tanto “nodos, flujos y enlaces [como también] estructuras, procesos y/o espacios” (Barnes y Reilly 2007, 65).
Esto permite evidenciar los distintos mecanismos de comportamiento social, la identidad de los actores que se tornan invisibles en los modelos estructurales. Así, en la construcción de las redes sociales, el principal elemento de análisis radica en el actor social y el estudio de su trayectoria vital con la estructura de su grupo (Ramella 1995). Por su parte, las relaciones y los vínculos que se establecen entre los distintos actores sociales desde sus prácticas tienen un papel crucial en la configuración de estas (Míguez 1995). Como capital de interacción, las redes logran impactar en la disminución del riesgo de los futuros posibles con la generación de espacios de reciprocidad, confianza y solidaridad (Canales y Zlolniski 2001); así, colaboran en el proceso migratorio y en la adaptación a la sociedad receptora. En efecto, las redes migratorias han de ser consideradas como formas de capital social (Arango 2003), pues sirven para aumentar su magnitud y potenciar, a través de los lazos que se construyen, las posibilidades de acción y creatividad de los migrantes.
De esta forma, el artículo “Cadena de favores y pagos: relaciones de endeudamiento transnacional de la población haitiana residente en Quilicura, Santiago de Chile” (Pérez-Roa y Galaz 2021) profundiza en las dinámicas de las redes de apoyo que ejercen mecanismos de protección comunitaria frente a las relaciones de endeudamiento formales e informales que las/os migrantes haitianas/os desarrollan en su trayectoria de migración en Chile. Para la comunidad haitiana, las redes operan como una forma simbólica de reconocimiento dentro la misma colectividad, así como de fuertes compromisos y lealtades familiares; un importante espacio para la reproducción de capitales sociales y culturales y para el fortalecimiento en los lazos y vínculos de apoyo y solidaridad a través de las experiencias con el mercado del crédito, que convergen con otras formas de organización social relacionadas con los espacios migratorios: las prácticas de la comunidad haitiana que se materializan en saberes que circulan en la comunidad.
Dentro de la lógica de las prácticas y la creación de futuros posibles, en el caso haitiano existe una apuesta familiar de migración a través de mecanismos y relaciones de endeudamiento transnacional, es decir, una estrategia legítima de inversión socioeconómica que asegure un proyecto de obtención de ingresos y envíos de remesas para el bienestar de la familia en su conjunto, mediante la esperanza puesta en un familiar en particular -el hijo mayor de la familia como figura de autoridad-. De ahí la relevancia del enfoque ecológico que resalta las relaciones, los compromisos, los recursos de ayuda y las esperanzas en una dimensión transnacional del proceso de endeudamiento.
A partir de la aplicación de la perspectiva de género al campo de los estudios migratorios, junto con el aumento de la migración de mujeres como primer eslabón de las cadenas migratorias, se generó una mayor atención al estudio de la feminización de las migraciones (Gregorio 2009; Martínez 2003; Zavala y Rojas 2005), las configuraciones familiares y la situación de niños y niñas migrantes. En este contexto, a finales de los años noventa y muy recientemente desde una perspectiva transnacional, se incorporaron líneas de análisis con temáticas relacionadas con las familias transnacionales (Reist y Riano 2008), las cadenas de cuidado (Hochschild 2000), la maternidad transnacional (Pedone y Gil 2008), la infancia migrante (Pavez y Galaz 2018; Poblete y Galaz 2017), las identidades, la multiculturalidad y la interculturalidad (Walsh 2005), entre otras aristas de investigación.
En relación con las cadenas de cuidado, el artículo “Tramas transnacionales del cuidado: una ‘lucha con los ángeles’, teoría y metáforas sobre cuidado y migración” (Esguerra 2021) profundiza en las tramas transnacionales del cuidado o cadenas globales de cuidado, a partir de una etnografía multisituada llevada a cabo en Colombia y España y a través del uso de relatos, observación colaborativa y cartografías corporales desde lo cultural. Este enfoque permite realizar un seguimiento de las trayectorias migratorias desde un lugar en particular para ir construyendo itinerarios que vinculan al migrante con la circulación de objetos, identidades y significados culturales en espacios y tiempos difusos del no lugar (Augé 2000; Hage 2005; Marcus 1995).
Las etnografías multisituadas incorporan la relevancia de la direccionalidad, la perdurabilidad, el tipo de movilidad y la circulación en estas trayectorias migrantes (Cortés y Faret 2009). Se proponen estos conceptos como metáforas que ayudan a imaginar las imbricaciones que hay en las trayectorias de las personas que migran y cuidan a otras/otros, como metáforas de dimensiones discursivas, somáticas, afectivas y políticas, entendiendo las políticas del despojo implicadas con el fin de imaginar futuros posibles.
Los procesos migratorios, estar en contacto con distintas culturas y la interacción en espacios multiculturales pueden generar tanto transformaciones como quiebres y/o reforzamientos en la identidad cultural. Este es el tema tratado en el artículo “Experiencia indígena y posicionamientos nacionales: luchas ciudadanas de migrantes bolivianas/os en la ciudad de La Plata, Argentina” (Rodrigo 2021), que hace énfasis en las dinámicas de apropiación cultural y politización indígena bolivianas manifestadas en territorio capitalino argentino.
Esto bien puede comprenderse desde una perspectiva transnacional, sobre todo cuando se muestran las formas en las cuales se experimentan las identidades en lugares cada vez más difusos del mundo. Si bien la propuesta del autor hace referencia a los contextos de reivindicación política, también sostiene que dichos procesos son identificaciones étnicas en el espacio político de residencia. Una de las formas de reconocimiento migrante en lugares de residencia se visibiliza a través de la acción colectiva, en la cual los migrantes emprenden una serie de estrategias para el reconocimiento de las comunidades y los colectivos, en adelante, normas, valores e identidades nacionales, en aquellos lugares donde se encuentran instalados.
Por su parte, un claro ejemplo del reciente interés por desarrollar un enfoque social de la infancia se ve reflejado en el artículo “Los métodos artísticos como desencadenantes de subjetividades en tránsito de la infancia migrante: un estudio en escuelas públicas de Barcelona” (Riera-Retamero et al. 2021). Por medio de un enfoque centrado en la infancia y a partir de una perspectiva fronteriza y decolonial (Grosfoguel 2006; Quijano 1991; Santos 2006), se presentan distintas formas en que niños, niñas y adolescentes en las escuelas de Cataluña describen sus experiencias migratorias, trayectorias de vida, expectativas y estrategias imaginativas que posibilitan prácticas de reconocimiento e intercambio con el otro; una reconfiguración de la alteridad por medio del uso de recursos creativos y métodos artísticos que refleja subjetividades en tránsito, conocimientos situados, identidades y pertenencias, múltiples y transnacionales.
De esta forma, la investigación reconoce la capacidad de agencia y el rol social activo de niñas, niños y jóvenes en la toma de decisiones sobre sus propias vidas, en la elección hacia el bienestar y puesta en marcha de estrategias creativas y de resistencias (Tijoux-Merino 2013), desarrollo de conocimientos y solidaridades en las experiencias (Mayall 2002); decisiones que buscan modificar su entorno y alcanzar la buena vida a través de la exploración mutua y la eliminación de las barreras socioculturales e identitarias. En este camino hacia la interculturalidad, es decir, hacia la horizontalidad entre los otros, se podría llegar a crear un espacio común determinado por la convivencia (Fornet-Betancourt 2001).
A su turno, el artículo “Refuge in Brazil: An Ethnographic Approach” (Branco 2021), presenta los resultados del trabajo de campo del autor en torno a la recepción de refugiados e inmigrantes en Brasil entre los años 2017 y 2019, junto a las experiencias de estos, a través de un enfoque etnográfico. Se propone, a partir de una investigación sobre servicios de salud mental para refugiados e inmigrantes en la ciudad de São Paulo, profundizar en la comprensión de las vivencias y el proceso de acogida de los refugiados en dicha ciudad. Para esto, el análisis se centra en ejes de discusión como refugio, salud mental, racismo y racialización, categorías marcadas por una temporalidad del pasado/presente e implicancias legislativas asimilacionistas donde los refugiados e inmigrantes demuestran su agencia ante las problemáticas que sufren.
En este sentido, resulta relevante la propuesta del autor en cuanto a que el refugio debe comprenderse como una categoría relacional, que enmarca no solo las burocracias del Estado y de los organismos internacionales, sino también las propias percepciones de los sujetos involucrados y de la sociedad receptora. Estos reformulan y reinventan la categoría de refugio y tensionan sus fronteras por medio de las divisiones y categorizaciones internas y externas, como refugiado blanco y refugiado negro, problematizando una inclusión excluyente a través de un rol activo que cuestiona los parámetros legislativos y los servicios asistenciales de la sociedad civil.
Así, el elemento distintivo propuesto en estos textos está más allá de la lógica de la reproducción, ya que se indaga en una lógica del movimiento/desplazamiento de la identificación de marcadores, considerando la articulación con los ejes de espacio y tiempo: en un desde aquí hasta allá y un desde ahora hasta entonces. Por ello, en el presente dossier resulta importante dar cuenta de una política de la esperanza (Köhler 2018) y de un paisaje de futuro (Appadurai 2015) mediados por las formas sociales de las comunidades receptoras y por el objetivo de cambio de estatus que implica migrar y obtener la visa temporal y, posiblemente, la residencia definitiva. Situaciones que van de la mano con episodios de riesgo, junto a opciones que generan oportunidades tanto para las personas que se desplazan como para las sociedades y los Estados receptores (Massey et al. 1993). De esta manera, los proyectos migratorios estarán sujetos a las posibilidades económicas, políticas y culturales de los países receptores, como espacios de hábitat que se reconfiguran a partir de los ensamblajes de prácticas, tradiciones y significados que legitiman un campo de relaciones e interacciones transnacionales y que re-crean y configuran formas tradicionales y/o innovadoras de insertarse y de arraigarse a los lugares de destino.
Finalmente, dentro de la subjetividad relativa de la buena vida y el bienestar individual, familiar y comunitario de la/s cultura/s lo que está en juego es el respeto y el reconocimiento -a las diferencias culturales, identitarias y de género, entre otras-, así como el acceso a derechos -a la habitación, la salud, la educación, el empleo, la pensión, la participación, el sufragio, entre otros-, a bienes y servicios y a la elección y la libertad individual, en la perspectiva de un camino autónomo de futuro (Ayllón 2000; Margalit 2010) en distintos territorios y espacios multisituados, donde se destacan los recursos y las respuestas creativas de las personas a las condiciones locales, nacionales y globales.