Introducción
Las guerras irregulares se han manifestado a través de los siglos, y el XX y el XXI no son una excepción (Joes, 1996)1. Los primeros escritos sobre el tema aparecieron ya en los siglos XVI y XVII. Teóricos y practicantes españoles y franceses, como Bernardino de Mendoza, Santa Cruz de Marcenado y Paul Hay du Chastelet, se enfrentaron al mismo problema que aqueja a muchos países en la actualidad (Heuser, 2010, pp. 427-433). A pesar de anteriores intentos aislados de dar sentido a las guerras irregulares, no fue sino hasta la segunda mitad del siglo XX, en particular, después del final de la Segunda Guerra Mundial y la descolonización posterior, que las guerras irregulares y, especialmente, su subconjunto (la insurgencia), comenzó a recibir una atención formal en los círculos académicos y militares. Una de las principales causas de esta renovada curiosidad hacia el tema radica en el pésimo historial que las fuerzas armadas tanto internas/nacionales como expedicionarias han logrado al abordar este problema (ver Paul, Clarke, Grill, 2010, p. XIV).
Como resultado de esta tendencia desfavorable, surgieron dos enfoques dominantes relacionados con identificar cómo contrarrestar este problema: una escuela de pensamiento centrada en el enemigo y otra en la población. En términos básicos, la primera sostiene que el nudo gordiano debe cortarse, i. e., el enemigo debe ser aniquilado. La segunda, en cambio, postula que deba ganarse el apoyo de la población, separándola del adversario irregular con el uso de fuerza mínima; es decir, tan poca fuerza como sea absolutamente necesaria. Pero, ¿cuál enfoque es el más adecuado para resolver el problema?
Este artículo pretende hacer un aporte a este debate aún no resuelto, examinando cada escuela de pensamiento en detalle, destacando sus fundamentos teóricos y desacreditando algunos de los conceptos erróneos existentes en ambos puntos de vista para mostrar que la discusión actual es cíclica, si no fútil, dado que ambos enfoques son correctos e incorrectos al mismo tiempo. Sin embargo, el ángulo analítico actual impide reconocer este hecho.
Con este propósito y antes de llegar a la raíz del problema, se definirá la terminología asociada con el tema, ya que guerra irregular, por ejemplo, es solo uno de los muchos términos que se le atribuyen. Luego, se considerará cada escuela para comprender la esencia de cada enfoque. Finalmente, se discutirán las principales deficiencias de ambos enfoques, desde una perspectiva estratégica, para concluir que el enfoque limitado en los niveles operativos y tácticos, principalmente, y la atención insuficiente dada a los niveles más altos de estrategia y política hacen que todos ellos sean conceptualmente defectuosos y prácticamente inútiles, por lo tanto, generan un debate inagotable y engañoso. La recomendación final es replantear el debate prestando más atención a los dominios políticos y estratégicos.
Guerras irregulares e insurgencias: ¿qué es qué?
Para evitar la confusión conceptual, en esta sección se definen brevemente los términos de interés: guerra irregular, insurgencia y contrainsurgencia. Dicha comprensión básica es necesaria para apreciar plenamente el debate relacionado con las escuelas de pensamiento mencionadas y comprender qué es lo que se busca contrarrestar en primer lugar.
Guerras irregulares e insurgencias
Las guerras irregulares, a diferencia de las guerras convencionales, se refieren principalmente al modus operandi empleado por uno o todos los beligerantes. Con frecuencia, este modus operandi es favorecido por el lado más débil y consiste en ataques sorpresa, tácticas de guerrilla y terrorismo, para alcanzar un objetivo político. A menudo, se le atribuye a actores no estatales que no tienen el monopolio del uso legítimo de la fuerza (física) (Kiras, 2009, p. 187; Heuser, 2010, p. 387). Sin embargo, para advertir a los que lo desconocen, tal modus operandi no implica necesariamente que el actor que lo emplea sea un actor no estatal. Las fuerzas armadas regulares (o convencionales) pueden recurrir a la guerra de guerrillas si las exigencias de la guerra así lo establecen (Luttwak, 2001, pp. 152-154). Del mismo modo, los actores no estatales pueden usar tácticas regulares/convencionales si logran amasar la fuerza suficiente para ejecutar completamente la teoría de Mao Tse-Tung (2005). Aunque, ciertamente, la ocurrencia de tal evento es poco frecuente.
Los principales protagonistas de estas llamadas guerras irregulares son, naturalmente, los insurgentes y sus contrapartes estatales (contrainsurgentes). Los insurgentes son actores no estatales (violentos) que recurren a un modus operandi no convencional, es decir, a un enfoque indirecto, para usar la terminología de Basil Liddell Hart (1941), que consiste en emboscadas, tácticas de golpe y fuga para evitar la lucha directa con sus adversarios estatales. Los insurgentes buscan desgastar a sus adversarios, desarticularlos psicológicamente, para adquirir legitimidad política a los ojos de su base potencial de apoyo, es decir, la población del territorio en cuestión. Dicha legitimidad y apoyo popular son requisitos previos para el objetivo final de desplazar al gobierno existente y reemplazarlo por uno propio. La mayoría de las veces, estas organizaciones insurgentes dependen del apoyo externo para financiamiento, capacitación y resguardos (Record, 2007, pp. 23-66; Gray, 2007, pp. 43-44), y poder tener así alguna oportunidad de éxito contra sus contrapartes estatales (considerablemente más fuertes). Las contrainsurgencias, naturalmente, están compuestas por el Estado y sus fuerzas en contra de los insurgentes. La guerra entre estos protagonistas a menudo se conoce como insurgencia en el lenguaje contemporáneo y puede entenderse mejor como "... una lucha por algún poder político, lo que es casi siempre el fin, no por la forma o los medios, de estrategia y tácticas de los insurgentes" (US Joint Chiefs of Staff, 2018, p. 1-3).
Sin embargo, paradójicamente, a pesar de sus desventajas asimétricas, en la mayoría de los casos, los insurgentes han resultado victoriosos frente a sus homólogos estatales, como en el caso de los franceses en Argelia (1954-1962), los Estados Unidos en Vietnam (1955-1975) y los soviéticos en Afganistán (1979-1989), entre otros. Claramente, la creencia de que el poder -incluido, entre otros, el poder militar- es determinante para ganar guerras, incluso las de carácter irregular, ha dado un vuelco. Como lo demuestra Ivan Arreguín-Toft (2001, 2005), en la mayoría de los casos, desde la segunda mitad del siglo pasado en adelante, los llamados David han logrado vencer a Goliat.
En lo que respecta a las campañas de contrainsurgencia (contramedidas para una insurgencia), vale la pena recordar la enigmática máxima de Henry Kissinger (1969, p. 214), "El ejército convencional pierde si no gana. El guerrillero gana si no pierde". Lo que es cierto para la contrainsurgencia es que una derrota militar del adversario no es, a pesar de su importancia indiscutible, el objetivo principal; a menos que el adversario, de acuerdo con la teoría de Mao, se transforme de una fuerza guerrillera a un ejército regular (Gray, 2006a, p. 22, 2007, p. 46). Vale notar que las campañas de contrainsurgencia, independientemente de su nivel de éxito, requieren mucho tiempo y son complejas. Es improbable que los parámetros que demuestran el éxito se midan en bajas insurgentes o victorias militares (Beckett, 2007, p. 82), dado que estas últimas, la mayoría de las veces, son inalcanzables.
En este contexto, y dada la gran cantidad de literatura que existe sobre el tema, es importante examinar qué soluciones existen en el entorno contemporáneo y evaluar en qué medida son viables. Con este fin, en las siguientes secciones se discuten los enfoques predominantes, se analizan sus fundamentos teóricos y se establecen sus características principales para compararlas y evaluarlas.
El enfoque centrado en el enemigo
El enfoque centrado en el enemigo, que se describió elementalmente en la introducción, se describirá y analizará con la debida atención en esta sección. El objetivo aquí es establecer algunos principios que lo caracterizan para hacer una comparación entre ambos enfoques. Esta tarea ayuda a comprender por qué este enfoque sigue siendo importante e influyente hasta el día de hoy en la conducción de operaciones de contrainsurgencia (o COIN por sus siglas en inglés), además de aclarar algunos de los conceptos erróneos comunes asociados con la contrainsurgencia centrada en el enemigo.
El enfoque centrado en el enemigo en la historia y la literatura
En general, el objetivo principal del enfoque centrado en el enemigo, que es la destrucción de las fuerzas enemigas, es tan pretérito como la misma guerra. Centrarse en las fuerzas enemigas, en lugar de tratar de involucrar a la población en la que opera ese enemigo, solía ser la opción obvia por defecto en cualquier guerra (Clausewitz, 1976, p. 196)2. Básicamente, no existía la necesidad de considerar la población del Estado enemigo o la agrupación política. En términos militares estratégicos, la derrota del enemigo podría lograrse mediante la aniquilación en el campo de batalla, el agotamiento psicológico por desgaste y el asesinato de líderes individuales, es decir, por decapitación o asesinatos selectivos, para usar términos más contemporáneos. Estos métodos no son mutuamente excluyentes. Una vez que las fuerzas de una agrupación estatal/política han sido derrotadas, invariablemente, la población perteneciente a ese Estado/agrupación es sometida. Sin embargo, en el caso de revueltas internas, poblaciones enteras fueron, en esencia, tratadas como el enemigo. Tal fue el caso de la primera revuelta judía de 66 a 70 d. C. que, a pesar de su comienzo alentador, fue violentamente reprimida por el ejército romano -dirigido por el emperador Tito Flavio Vespasiano y su hijo Tito-, que aniquiló a un gran número de personas (incluyendo a no combatientes) y destruyeron Jerusalén (Bloom, 2010, pp. 65-147). Esta práctica se llevó a cabo en la mayoría de los intentos de colonización, incluidas las empresas españolas en las Américas (Céspedes del Castillo, 2009, pp. 265-294 y 488-506), las guerras indio-americanas (Brumwell, 2005) y, quizás la más notable, la campaña alemana contra los hotentotes en el suroeste de África (Olusoga & Erichsen, 2010, pp. 241-251). En todas estas campañas, el principal enemigo era la población.
Dos variantes de la escuela centrada en el enemigo
El enfoque de "guerra regular" para la contrainsurgencia
La primera variante del pensamiento centrado en el enemigo no considera las pequeñas guerras como una categoría específica de guerra. En cambio, se basa en el pensamiento convencional sobre la guerra y, sobre todo, en los principios clausewitzianos. Dado que Clausewitz dedicó su atención a lo que podríamos percibir como un conflicto habitual con solo una atención marginal a Den Kleinen Kriegen (las guerras pequeñas), al menos en su obra capital, On war, sus sugerencias, incluso si se leen de forma selectiva, también son aplicables a las insurgencias.
Una de las aseveraciones centrales de Clausewitz (1976, p. 196) con respecto a los fines y los medios en la guerra (ya sea "grande" o "pequeña") se basa en la premisa de que los primeros se refieren a "la subyugación del enemigo" mientras que los segundos, a "la destrucción de sus fuerzas de combate". Dado el trasfondo histórico de los escritos de Clausewitz, sería lógico suponer que las poblaciones solo tienen un papel limitado en el resultado de cualquier conflicto; por lo tanto, el enfoque principal ipso facto debería recaer sobre el ejército enemigo y su destrucción. Los fines obviamente estaban vinculados a los medios.
Sin embargo, cabe señalar que Clausewitz reconoció que la "destrucción" de las fuerzas enemigas propuesta no era el único camino para la "subyugación" del enemigo. De hecho, el prusiano declaró: "... en la guerra, muchos caminos conducen al éxito y que no todos implican la derrota absoluta del oponente" (Clausewitz, 1976, p. 37). Estos pueden ir desde "... la destrucción de las fuerzas enemigas, la conquista de su territorio, a una ocupación o invasión temporal, a proyectos con un propósito político inmediato, y finalmente a esperar pasivamente los ataques del enemigo" (cursiva en el original) ( Clausewitz, 1976, p. 37). Por lo tanto, este enfoque no requiere centrarse exclusivamente en la destrucción agresiva de las fuerzas armadas de un adversario. También pueden estar involucrados diversos grados de pasividad incluyendo la disuasión y coerción que pueden emplearse para restringir las actividades del enemigo y, en esencia, obstaculizar sus acciones. El pensamiento de Clausewitz sobre la guerra "regular" se puede transferir con la misma facilidad a la guerra "irregular".
Por lo tanto, se debe señalar que referirse a un enfoque (militar-estratégico) simplemente como "centrado en el enemigo" puede ser una sobresimplificación. En el espectro centrado en el enemigo, hay varias estrategias involucradas, que incluyen, entre otras, la aniquilación, el agotamiento y el desgaste de las fuerzas enemigas, pero también acciones más selectivas como la decapitación. Por lo tanto, si bien todas estas están centradas en el enemigo por defecto, y se pueden usar de forma aislada o en conjunto para reforzar el efecto estratégico deseado, también se pueden emplear junto con actividades menos agresivas y menos proactivas como prevenir las ofensivas del enemigo. Las formas de derrotar a un enemigo en las guerras irregulares pueden verse como simples extensiones de aquellas empleadas en las guerras convencionales.
El enfoque (de "guerra irregular" para la contrainsurgencia
La segunda variante de lo que se puede percibir como la escuela de pensamiento centrada en el enemigo rechaza la noción de que los principios de la guerra convencional se aplican a las insurgencias.
El principal proponente de este punto de vista fue el coronel británico, Charles E. Callwell (1996, p. 42). El argumento principal de Callwell es que las guerras irregulares son distintas de las guerras convencionales y exigen un razonamiento único. Dado que cada pequeña guerra es diferente, el objetivo específico será diferente en cada caso (Callwell, 1996, p. 34).
Además, la destrucción de la fuerza enemiga no es vista como el objetivo principal en pequeñas guerras o guerras irregulares. Una forma superlativa de reprimir una insurgencia o conquistar territorio enemigo es generar un efecto moral sobre el adversario. La razón de la primacía del efecto moral sobre el efecto físico radica en que, dado el carácter de las pequeñas guerras, podría ser difícil incluso encontrar una fuerza enemiga, si es que existe alguna "fuerza organizada", y mucho menos acometerla. Para confundir aún más las cosas, a veces, puede que no exista una capital para tomar, ni centros de población para ocupar (Callwell, 1996, p. 40). A diferencia de las guerras convencionales, el objetivo dependerá del tipo de pequeña guerra, que puede ser una expedición punitiva, la supresión de una insurrección o la ocupación de territorios. Mientras que no difiere de Clausewitz en que cada guerra tiene un carácter único, lo que Callwell aporta a la comprensión del enfoque centrado en el enemigo es que existe una necesidad de flexibilidad dependiendo del tipo de pequeña guerra en términos de métodos y objetivos.
En términos tácticos, Callwell (1996, p. 91) insta a las fuerzas regulares a ser agresivas contra su enemigo rebelde, llevando a este último a la batalla tan a menudo como lo permita la situación. La idea aquí es buscar una victoria decisiva, "… las fuerzas opositoras deben ser golpeadas tan a fondo que no ofrecerán más oposición" (Callwell, 1996, p. 106). Las tácticas ofensivas son, por lo tanto, imprescindibles para generar una "gran inventario de víctimas en las filas hostiles" (Callwell, 1996, pp. 151-152). Esto se puede lograr utilizando una variedad de maniobras tácticas, que incluyen envolvimiento, incursiones sorpresa y persecución del enemigo. El objetivo principal detrás de tales maniobras es generar un efecto moral sobre la fuerza enemiga (Callwell, 1996, pp. 207-209 y 240245). En la defensa también la fuerza regular puede adoptar métodos rigurosos de patrullaje que obstaculizarían la libertad de movimiento de la fuerza enemiga (Callwell, 1966, pp. 196-200). Para Callwell, una actitud agresiva continua hacia los insurgentes no solo atrofiaría sus capacidades, sino que también socavaría su moral.
Para resumir, mientras que Callwell tiene más similitudes con Clausewitz de las que uno podría haber estado dispuesto a admitir, el fondo de la teoría de la pequeña guerra radica en tratar de alcanzar los objetivos establecidos generando un efecto moral sobre la fuerza enemiga mediante tácticas ofensivas siempre que la situación lo permita.
El enfoque contemporáneo centrado en el enemigo
La primera definición explícita del "enfoque centrado en el enemigo" con respecto a las campañas COIN actuales fue hecha por el antropólogo y analista de seguridad, David Kilcullen, en el 2007. El enfoque centrado en el enemigo, explica Kilcullen (2007), "entiende la contrainsurgencia como una variante de la guerra convencional". En otras palabras, las operaciones COIN se llevarían a cabo de la misma manera que las operaciones contra las fuerzas convencionales, con la derrota del enemigo como objetivo principal. Para no recaer en el reduccionismo, no se debe percibir el enfoque centrado en el enemigo como exclusivamente cinético; este incluye una viñeta de diferentes estrategias "incluyendo los enfoques de 'hard line' y 'soft line'" (Kilcullen, 2007). Esto inevitablemente implica que hay superposiciones con el enfoque centrado en la población (que se discute a continuación), ya que este último aún implica el uso de la fuerza contra un enemigo insurgente (Kilcullen, 2010, p. 10). Lo que distingue estos dos enfoques no son tanto los métodos, sino las filosofías respectivas (Kilcullen, 2007). Desde el punto de vista de Kilcullen (2007), la mentalidad centrada en el enemigo dicta que su derrota debe venir primero y el resto seguirá, mientras que el enfoque centrado en la población percibe la "contrainsurgencia como, fundamentalmente, un problema de control [de la población] o incluso una variante armada de la administración gubernamental".
En general, se puede decir que el enfoque centrado en el enemigo se ajusta principalmente a su destrucción física como la ruta principal hacia el éxito. Lo anterior contrasta con la filosofía detrás del enfoque centrado en la población, en el que la destrucción física del enemigo es de importancia secundaria.
El enfoque centrado en el enemigo en documentos oficiales
Las definiciones oficiales de este enfoque reflejan las premisas ofrecidas por Kilcullen (2009). La guía de contrainsurgencia del gobierno de EE. UU. (U.S. Government Counterinsurgency Guide, 2009)3, por ejemplo, define "centrado en el enemigo" como un enfoque que está "centrado en derrotar a un grupo enemigo en particular". De manera similar, el Manual 3-24 de contrainsurgencia estadounidense (U.S. Joint Publication 3-24 Counterinsurgency, 2018)4 se refiere al enfoque centrado en el enemigo -aunque evita este término explícito- simplemente como "una operación militar tradicional de fuerza contra fuerza" y lo yuxtapone a la "naturaleza centrada en la población de COIN" (1-2). En otras palabras, se considera que el enfoque centrado en el enemigo es más adecuado para las guerras convencionales que para las campañas de contrainsurgencia.
Estas caracterizaciones del enfoque centrado en el enemigo enfatizan la derrota del insurgente y evitan cualquier mención de "ganar corazones y mentes" de la población clave. Sin embargo, aquí es posible desarrollar una de las características definitorias del enfoque centrado en el enemigo: una filosofía que se centra en la destrucción física de los insurgentes, sin prestar atención a la población.
Sin embargo, aunque las definiciones anteriores tienen una visión compartida sobre la naturaleza del enfoque centrado en el enemigo, su comprensión tal vez sea insuficiente para captar el significado cabal de este. Una vez que se convierte en operativa, la demarcación entre la contrainsurgencia centrada en el enemigo y la que se centra en la población es significativamente imprecisa, lo que a menudo hace difícil, si no imposible, determinar qué enfoque se está empleando. Por esta razón, se necesitan más diferenciadores.
Otras facetas del enfoque centrado en el enemigo: la cuestión del territorio
El enfoque centrado en el enemigo tiene otro aspecto importante, el papel del territorio, que a menudo desempeña un rol marginal en la discusión de la contrainsurgencia. Sin embargo, algunos escritos abordan el tema y ofrecen una explicación más amplia que trasciende el modus operandi. Bernard Finel (2010), por ejemplo, reintegra el aspecto territorial a la ecuación, afirmando que si se restringe el movimiento de la población, es decir, si se controla el territorio habitado por la población, las insurgencias pueden ser suprimidas gradualmente. Sin embargo, el marco legal internacional actual no permite ese trato indiscriminado y coercitivo de los no combatientes. Por lo tanto, el contrainsurgente podría recurrir a ataques sistemáticos contra las fortalezas de los insurgentes para socavar sus capacidades y, de no ser así, obligar al enemigo a hacer su voluntad, al menos, inducirlo a alguna forma de negociación, demostrando que un acuerdo negociado supera la alternativa. En tal caso, el énfasis en el uso del instrumento militar para influir en el comportamiento del enemigo se vuelve primordial (Finel, 2010) y es comparable con lo que Wylie (2014, p. 72-73) describió como una estrategia acumulativa en la que la suma de eventos hasta el total de estos se convierte en un factor crítico.
A primera vista, este podría considerarse como un enfoque centrado en la población. Sin embargo, el punto implícito es que las operaciones de COIN no deberían ser sobre la posesión de territorio, como lo sugiere el enfoque centrado en la población y su variante de "despejar-mantener-destruir" (ver más abajo), sino sobre evitar que el enemigo lo haga o, al menos, demostrarle al enemigo que no puede retenerlo (mediante operaciones ofensivas como buscar y destruir). En cierto sentido, esto se asemeja a una estrategia de disuasión en lo que respecta al territorio.
James Worral (2014, pp. 98-104) presenta una articulación más marcada sobre la importancia del "territorio" en las campañas de COIN. Worral (2014, p. 98) afirma que "dos de los aspectos más desagradables para los Estados occidentales son el control físico y psicológico de las poblaciones y el control del territorio durante largos períodos". Dicho de otra manera, en su crítica de un enfoque centrado en la población más liberal, Worral enfatiza la necesidad no solo de controlar la población [clave], sino también el territorio en el que esta reside. Worral continúa enfatizando la diferencia entre las campañas de COIN expedicionarias y no expedicionarias. En este último caso, el contrainsurgente sabe apreciar el significado político de la llamada "territorialidad"5, mientras que en el anterior, el contrainsurgente simplemente se retira sin intención de mantener el territorio por un período prolongado y con riesgos mínimos para la fuerza misma (para no poner en peligro la escalada de las percepciones de la audiencia doméstica sobre el conflicto) (Worral, 2014, pp. 100-101).
El último escenario es obviamente problemático, dado que el territorio abandonado, y el posterior vacío de poder, probablemente será retomado. Sin embargo, la decisión de comprometerse a tal compensación (territorio vs. protección de la fuerza) dependerá del caso particular en cuestión. Si bien, de hecho, hay un reconocimiento de la importancia del territorio, como sugiere Kilcullen (2007), este reconocimiento es bastante apolítico. En otras palabras, un contrainsurgente (expedicionario) tiene que desarrollar un significado más completo para implementar campañas de COIN con una "visión interna" o, más bien, con una comprensión completa, no solo del enemigo insurgente, sino también de la geografía y la cultura.
El enfoque centrado en el enemigo versus la violencia indiscriminada
Antes de llegar a una conclusión, se debe aclarar que, a pesar de la naturaleza cinética general del enfoque centrado en el enemigo, su conducta no debe combinarse automáticamente con la práctica de la "violencia indiscriminada", que, como su nombre lo indica, también recurriría a medidas altamente cinéticas. Para evitar su fusión con un enfoque aparentemente similar centrado en el enemigo, la siguiente sección explica lo que implica el enfoque de violencia indiscriminada.
Primero, es importante tener en cuenta que existe una diferencia entre la violencia intencional e indiscriminada y la violencia indiscriminada no planificada. En el último de estos casos, la violencia indiscriminada puede verse simplemente como parte de la fricción clausewitziana, es decir, "es la fuerza que hace que lo aparentemente fácil sea tan difícil" (Clausewitz, 1976, p. 86), por ejemplo, la fatiga, el miedo y otros similares que siempre están presentes en las guerras y que no se pueden predecir de antemano.
El uso intencional de la violencia indiscriminada como instrumento de COIN puede describirse como una focalización sistemática e intencional en los no combatientes por parte de las fuerzas contrainsurgentes (Kalyvas, 2006, pp. 146-172). La lógica subyacente del uso de la violencia indiscriminada en la COIN radica en la falta de identificación del enemigo (el "culpable") y, por lo tanto, dicha violencia se emplea contra los no combatientes asociados con ellos. El cálculo racional que se deduce de esto es que el "inocente" tratará de influir en el "culpable" para cambiar su comportamiento o el "culpable" tendrá que alterar su estrategia cuando la fuente de sus fortalezas (es decir, los civiles) sea expulsada por ellos después de la exposición a la violencia (Kalyvas, 2006, p. 150; Lyall, 2009, pp. 336-338)6. La violencia indiscriminada contra los no combatientes, a la que recurren los contrainsurgentes de vez en cuando (Valentino, Huth, & Balch-Lindsay, 2004, pp. 375-376), desencadena una infinidad de explicaciones diferentes, como las que se centran en los aspectos psicológicos del hecho (Valentino, Huth, & Black-Lindsay, 2004, pp. 376-377): la tendencia (del contrainsurgente) a aterrorizar o robar a los no combatientes (Azam & Hoeffler, 2002, p. 482) o la primacía de las ideologías racistas (Kalyvas, 2006).
A pesar de esto, y a pesar de su éxito ocasional en la represión de las insurgencias, la práctica de la violencia indiscriminada como un enfoque de COIN general es inapropiado para las democracias liberales, sensibles a la opinión pública nacional e internacional (Merom, 2003, pp. 48-80). Estas prácticas violentas, de hecho, tendrían consecuencias políticas devastadoras para el contrainsurgente (Arreguín-Toft, 2005, pp. 221-222).
En conclusión, la violencia indiscriminada está en una categoría propia, en lo que respecta a los enfoques de COIN, y no debe coincidir con el enfoque centrado en el enemigo.
Observaciones finales sobre el enfoque centrado en el enemigo
En general, el enfoque centrado en el enemigo no se trata de atacar los fines de los insurgentes, es decir, un derrocamiento del gobierno existente, sino de socavar sus medios, que incluyen la destrucción física de las fuerzas insurgentes o la subyugación moral que conduciría a una atrofia física que evitaría que el enemigo insurgente logre esos fines. Lo anterior se puede lograr mediante el uso de una variedad de estrategias que incluyen aniquilación, agotamiento, decapitación, disuasión por negación (en el caso del territorio) y similares. La victoria militar o las victorias se perciben como directamente vinculadas al éxito político7. Según los documentos oficiales, y en su comprensión contemporánea, el enfoque centrado en el enemigo es más adecuado para las guerras convencionales que para las insurgencias. Por último, pero no menos importante, a pesar de su enfoque en las fuerzas enemigas, su proceder no debe confundirse con la violencia indiscriminada, como se explicó anteriormente.
El enfoque centrado en la población
Antecedentes históricos en teoría y práctica
Después de discutir el enfoque centrado en el enemigo, es hora de discutir su contraparte, el enfoque centrado en la población, para comprender tanto su evolución como lo que los distingue, al menos en términos teóricos.
En el ámbito teórico, el enfoque centrado en la población se remonta a los siglos XVI y XVII. Esto se refleja en los escritos de Mendoza y Mercenado de Santa Cruz. El enfoque español fue bastante humano, sin embargo, hay que decir que los escritos fueron diseñados para suprimir los levantamientos en el interior de un Estado. En el siglo XIX, el enfoque centrado en la población fue refinado aún más por los teóricos y practicantes franceses, a saber, el mariscal Tilomas Robert Bugeaud, Joseph Galléini y su discípulo Hubert Lyautey, en el contexto colonial8.
Bugeaud, quien es percibido como el precursor de COIN centrado en la población (Porch, 2013, pp. 50-51), participó en la campaña de pacificación francesa en Argelia (1830-1862), que sirvió como banco de pruebas para su doble estrategia de coerción y acomodación. El primer elemento, las razzias, fue una táctica utilizada en la guerra móvil del desierto, que consistía en ataques sorpresa rápidos y abrumadores para apoderarse del ganado y otros bienes (Rid, 2009, pp. 618-619). La razón principal para el uso de las razzias era privar al enemigo de lo que más valoraba (Sullivan, 1985, p. 151). Para realizar las razzias, se emplearon guerreros tribales comandados por oficiales franceses para favorecer el principio de "divide y vencerás" e interrumpir, en particular, la solidaridad musulmana de las diversas tribus (Rid, 2009, pp. 621-623; De Durand, 2010, pp. 12-13; Porch, 2013, p. 31).
Como complemento a las medidas ofensivas, Bugeaud creó las llamadas Bureaux Arabes (oficinas árabes). Estas estructuras organizativas reunirían información sobre el enemigo que ayudaría a llevar a cabo nuevas razzias y a servir como un mecanismo primitivo de aplicación de la ley: castigar a los partidarios rebeldes, aterrorizar al segmento neutral de la población y recompensar a los partidarios del ejército francés en Argelia, armée d'Afrique (Sullivan, 1985, pp. 151-154; Rid, 2009, pp. 618-619 y 621-624, 2010, pp. 731-743; Porch, 1986, pp. 380-381, 2013, pp. 16-29). En resumen, el enfoque centrado en la población se basó en la coerción y acomodamiento, que, como veremos, contrasta con lo que hoy entendemos como "centrado en la población".
En otros países, la preocupación por el tema llegó mucho más tarde. En los Estados Unidos, por ejemplo, no había una doctrina explícita para la contrainsurgencia o contraguerrilla, para usar el término prevaleciente durante ese tiempo, hasta la publicación del Manual de pequeñas guerras del Cuerpo de Marina de los Estados Unidos (Small Wars Manual, 1940); sin embargo, varios autores, en algunos intentos aislados a principios del siglo XX, intentaron abordar el problema. En 1910, el teniente coronel, Robert Bullard, dirigió su atención a las guerras irregulares en su artículo titulado Military pacification ('Pacificación militar'), para lo cual se centró en el rol de un soldado como "pacificador" y "protector de la paz" que como "hacedor de guerra", tema que hasta la fecha de este escrito seguía siendo ampliamente ignorado (Bullard, 1910, pp. 1-2). Sin embargo, en 1920, un estudio más detallado fue escrito por el coronel, Harry Alexander Smith. En su Military government ('Gobierno militar'), Smith (1920, pp. 7-8) argumentó que la prioridad en las guerras irregulares debería ser "la psicología de tres pueblos: el propio [del gobierno],... la gente del territorio ocupado,... [y] los neutrales del mundo" (énfasis agregado). En otras palabras, Smith (1920) reconoció la importancia de las personas no solo en el teatro de operaciones, sino también en el contexto nacional. También reconoció la importancia de los factores psicológicos que juegan un papel en el resultado de cualquier operación del gobierno militar. De manera similar, Harold Utley (1931) -cuyo pensamiento indudablemente ha influido en el mencionado Small Wars Manual 1940- puso gran énfasis en la necesidad de evitar matar a no combatientes o destruir sus propiedades, reubicarlas (despejar el área) y destruir asentamientos enteros, ya que esto pondría a la población indígena en contra de las fuerzas expedicionarias extranjeras (Utley, 1931, p. 51).
Estas fueron las primeras representaciones del enfoque centrado en la población, tal como se entiende en la actualidad. En los Estados Unidos fue dada por el comandante del Cuerpo de Marines, Earl H. Ellis, en 1921. Su artículo titulado Bush brigades (1921), que apareció en la Marine Corps Gazette ha establecido los fundamentos normativos para la COIN centrada en la población. Se puede suponer que los creadores del USMC Small Wars Manual (1940) estaban al tanto del trabajo de Ellis (Friedman, 2015, pp. 15-16). Ellis había reconocido la complejidad de las insurgencias y dio una descripción muy estructurada de las dificultades a las que podría enfrentarse una fuerza (expedicionaria). Estas incluían: resistencia armada en forma de combates en la selva, guerrilleros y actividades criminales (Ellis, 2015, p. 18). En vista de estas tendencias, el contrainsurgente tendría que asegurar los importantes puertos marítimos (para "bloquear" el país) y establecer puestos fortificados que ayudarían a controlar el área y pacificar a la población; en áreas aisladas, debería usar "columnas volantes" (Ellis, 2015, p. 19). Lo que hizo del enfoque de Ellis uno centrado en la población fue su enérgica recomendación de evitar el uso de artillería en áreas urbanas (Ellis, 2015, p. 21), lo que podría generar víctimas no deseadas. En cambio, las columnas móviles deberían usarse para perseguir a los insurgentes y destruirlos, de forma que se despejaran esas áreas y se establecieran allí puestos fortificados. En entornos contemporáneos, esto se enmarcaría en el enfoque operativo de "despejar-mantener-construir".
El plan de Ellis se basa en varias premisas importantes. Primero, permite a los Marines actuar por sorpresa. En segundo lugar, el plan debe llevarse a cabo hasta el final (sin interrupciones), porque, en sus palabras, la "lentitud de acción" solo prolongaría las hostilidades (Ellis, 2015, p. 19). En tercer lugar, dado que Ellis conocía muy bien la esencialidad de la población para los insurgentes, hizo hincapié en la necesidad de destruir íntegramente la fuerza insurgente (Ellis, 2015, p. 24). Cuarto, la población indígena debía ser tratada con cuidado, por ejemplo, la destrucción de la propiedad y el asesinato de civiles inocentes debía evitarse a toda costa para no correr el riesgo de perder la legitimidad a los ojos de dicha población (Ellis, 2015, p. 27). Las medidas innecesariamente severas socavarían los ideales de los Estados Unidos y, posteriormente, tendrían un efecto estratégico adverso tanto en la población nacional como en la indígena. Por último, Ellis destacó la importancia de las medidas no militares diseñadas para contrarrestar la propaganda de los insurgentes, a saber, la inteligencia y la demostración de fuerza (Ellis, 2015, pp. 28-29).
En general, el enfoque de Ellis fue integral ya que enfatizó la necesidad de destruir físicamente al enemigo sin alienar a la población en el proceso, un enfoque sustentado por medidas militares y no militares que generaría no solo un efecto físico sino también psicológico. Estrictamente hablando, se puede decir que el enfoque de Ellis, a pesar de su focalización en la población, se encuadra en ambas categorías. Sin embargo, este debe considerarse dentro de su contexto histórico, que sugeriría que la práctica estándar no reconocía la importancia de la población.
Definiciones del enfoque contemporáneo centrado en la población
Antes de continuar con la discusión de su concepto contemporáneo, es necesario hacer una advertencia, la naturaleza del enfoque centrado en la población ha cambiado con el tiempo. Actualmente, el enfoque centrado en la población está implícitamente asociado con un enfoque que, en esencia, es favorable a la población. La percepción del enfoque en este sentido surgió entre el 2004 y el 2007, como un llamado enfoque de "contravalor" (contrario al enfoque de "contrafuerza", i. e., su contraparte centrada en el enemigo). Lo que implica es un enfoque basado en el apoyo popular y en las quejas subyacentes que dieron lugar a la insurgencia (Kilcullen, 2007, 2010, p. 94). El centro de gravedad (CdG) aquí se reubica del enemigo a la población (Kilcullen, 2010, p. 144).
En principio, en su esfuerzo por capturar los llamados corazones y mentes de la población clave, este enfoque presenta dos niveles, el primero de los cuales es el uso de la fuerza. Sin embargo, en contraste con la variante centrada en el enemigo, la fuerza se usa con gran moderación y discriminación (para evitar bajas civiles que quebrantarían el apoyo al contrainsurgente) con el único objetivo de ganar el apoyo de la población (Kilcullen, 2005, p. 603, 2009, p. xv; Cohen, Horvath, & Nagl, 2006, pp. 51-52; Thompson, 2014, p. 96), que se logra separándola de los insurgentes y negándoles a estos cualquier acceso a su base potencial de apoyo. El segundo nivel está dirigido a reparar las reclamaciones populares, lo cual se logra, como lo describe el oficial militar británico, gurú de la contrainsurgencia, sir Robert Thompson (2014), mediante el despliegue de proyectos de reconstrucción para aumentar las capacidades y la legitimidad del Estado (país anfitrión). En otras palabras, eliminar las denuncias en lugar de matar a los insurgentes es la base normativa. La primacía de la fuerza militar es, por lo tanto, suplantada por medios socioeconómicos e ideológicos. Después de todo, como lo postula el famoso apotegma formulado por uno de los líderes de la escuela centrada en la población, David Galula (1964, p. 63), "la guerra revolucionaria es solo un 20 por ciento de acción militar y un 80 por ciento de acción política".
Sin embargo, en términos prácticos, debe tenerse en cuenta que ambos enfoques consisten en un conjunto idéntico de elementos, tales como coerción, incentivos y control, por lo que la diferencia real radica en el énfasis en cada uno de estos elementos. Esto implica que cada campaña de contrainsurgencia presenta una combinación de medidas centradas en el enemigo y centradas en la población, similares a las operaciones de mantenimiento de la paz de la década de los noventa y posteriores -por ejemplo, el acuerdo de paz de Colombia posterior al 2016 implementado con las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias) (ver Greenhill & Staniland, 2007, pp. 403-406; Brocades Zaalberg, 2012, pp. 81-91; Kiss, 2014, pp. 105-107; Hack, 2015, p. 136; Fernández-Osorio, 2017).
El enfoque centrado en la población en los documentos oficiales.
La reactivación académica del enfoque centrado en la población a principios del siglo XXI tuvo consecuencias de largo alcance que se extendieron del dominio académico al práctico. En los Estados Unidos, por ejemplo, la tendencia centrada en la población se hizo evidente por primera vez en el Manual de campo 3.07-22 (Field Manual 3.07-22, octubre de 2004), el precursor del icónico US Army/Marine Corps Field Manual 3-24 Counterinsurgency (Manual de campo 3-24 - Contrainsurgencia del Ejército de EE. UU./ Infantería de Marina). El primero reconoció que las operaciones de COIN no eran solo sobre el uso de la fuerza militar, sino que requerían un espectro completo de actividades, incluyendo actividades "políticas, económicas, psicológicas y civiles" (FM 3.07-22, 2004). Tal énfasis en todos los elementos del poder nacional resuena con pensadores y practicantes anteriores como Ellis, Galula y Thompson.
De manera similar a lo anterior, la OTAN presentó una derivación de la teoría centrada en la población en su Allied Joint Doctrine of 2009 (Doctrina Aliada Conjunta de 2009), dando prevalencia al llamado enfoque operativo de despejar-mantener-construir (AJP-3.4.4, 2009, pp. 5-13). Sin embargo, la reencarnación más importante y reciente del enfoque centrado en la población se codificó en el mencionado FM 3-24, primero en 2006 y más tarde en 2014. Este se analiza con más detalle a continuación. Antes de continuar, debe mencionarse que los documentos oficiales perciben la COIN desde una perspectiva externa donde las fuerzas expedicionarias de la OTAN y los EE. UU. ofrecen apoyo a un gobierno de la nación anfitriona plagado de dolencias insurgentes.
El FM 3-24 y el enfoque centrado en la población
El FM 3-24 (2006) surgió en medio de la crisis experimentada por las fuerzas estadounidenses en Irak (2003-2005) (ver Ward Gventer, Jones, & Smith, 2014, pp. 1-3, 7), crisis que evidenció la falta de preparación de las fuerzas occidentales para enfrentar las amenazas contemporáneas asociadas con las guerras irregulares (Gray, 2012a; Gentile, 2013). El FM 3-24 está compuesto por un conjunto de principios derivados de teorías basadas en experiencias de contrainsurgencia francesas y británicas en Argelia (1954-1962) y Malaya (1948-1960) (ver Hack, 2009; Mumford, 2012)9, así como en lecciones derivadas de escenarios iraquíes (Crane, 2010, pp. 60-62).
La función del nuevo manual era ayudar a cambiar el rumbo de lo que era un ciclo de violencia en deterioro. Por tanto, el manual ofrecía una percepción seguramente nueva del problema y de la insurgencia, así como un conjunto de contramedidas operacionales y tácticas que llegaron a definir el enfoque contemporáneo centrado en la población. El manual enfatiza que la insurgencia es "una lucha político-militar organizada y prolongada, diseñada para debilitar el control y la legitimidad de un gobierno establecido" (énfasis agregado) (FM 3-24, 2006, p. 1). En lugar de una guerra, una insurgencia es una contienda político-militar por la legitimidad a los ojos de la población clave entre los insurgentes y el Estado (y las fuerzas expedicionarias). La legitimidad disponible se percibía, por lo tanto, como un objeto finito: cuanto más legitimidad obtiene la insurgencia, menos queda para el gobierno. Siguiendo este razonamiento, es posible deducir que la población se convirtió en el valor central de tales esfuerzos. En un escenario predeterminado, la distribución de legitimidad puede considerarse como una curva de campana con un centro pasivo y partidarios de insurgentes o contrainsurgentes en los dos extremos (ver FM 3-24, 2006, p. 1-20, §§ 1-108 ) La tarea principal del contrainsurgente consistiría entonces en ganarse ese medio pasivo, que es la mayoría, utilizando "una combinación de operaciones ofensivas, defensivas y de estabilidad" (FM 3-24, 2006, p. 1-19). Es decir, la COIN contemporánea centrada en la población, contrario a la centrada en el enemigo, tiene una naturaleza 'mixta' (político-militar) que consiste en la integración de los esfuerzos civiles y militares necesarios para contrarrestar una insurgencia mientras concurren simultáneamente los agravios subyacentes (populares) que son explotados por las respectivas insurgencias (FM 3-24, 2006, p. 1-4, 1-10).
Observaciones finales sobre el enfoque centrado en la población
Aunque el enfoque centrado en la población se ha utilizado durante al menos cinco siglos, en muchos casos, la percepción del enfoque ha sido muy diferente de lo que es ahora. Las variantes anteriores este se centraron principalmente en castigar a la población para debilitar a los insurgentes. El enfoque actual, sin embargo, busca proteger a la población y ganar su lealtad para restablecer la legitimidad del gobierno en cuestión mediante el uso simultáneo de medios militares y no militares.
En resumen, la tabla 1 proporciona una breve sinopsis de los dos enfoques revisados.
Discusión
Después de una mejor comprensión de lo que implican ambos enfoques, se debe enfatizar que, como sugieren las definiciones, estos se centran principalmente en los niveles operacionales y tácticos, sin ser mutuamente excluyentes, dado que ambos requieren el uso de la fuerza, aunque en grados diferentes y para diversos propósitos. A menudo, no existe una delimitación clara entre los enfoques, cualesquiera que sean estos, como se demostró en el caso de Colombia (ver Palma Morales, 2012). Sin embargo, ¿hasta qué punto importa la distinción semántica, especialmente en los niveles más bajos de guerra? Además, ¿es útil en absoluto?
El debate actual sobre las disparidades entre los dos enfoques gira en torno a la aspiración de encontrar la panacea definitiva. El objetivo principal, por lo tanto, es convertir los éxitos operativos y tácticos en un efecto estratégico positivo10. Sin embargo, este debate desaprovecha varios aspectos importantes, el primero de los cuales es, como señaló Clausewitz con justa razón (1976, pp. 30-31, 252-253), que las guerras no son meros camaleones, ya que si bien tienen su propia "lógica", están, en última instancia, regidas por la "gramática" de la política, i. e., el estado político final.
En este contexto, y recordando la clasificación de Callwell de pequeñas guerras, debería ser evidente que los enfoques operativos dependen en gran medida del objetivo, entendido aquí como el estado político final. Las acciones operativas y tácticas son indudablemente cruciales, ya que encarnan la estrategia en acción y, sin esta última, los procedimientos se tornan "absurdamente sin sentido" (Gray, 2010, p. 21). Pero preseleccionar un enfoque operativo para cualquier guerra tendría poco sentido (si lo hubiera), ya que otras variables importantes ocupan niveles más altos. Para nombrarlos en su orden jerárquico, estos incluyen el estado político final, los enfoques gran estratégicos y estratégico-militares y los recursos (militares o de otro tipo), además, y quizás lo más importante, una comprensión de lo que se está contrarrestando o, en propias palabras de Clausewitz (1976, p. 30):
El primero, el supremo, el acto de juicio de mayor alcance que el estadista y el comandante tienen que hacer es establecer mediante esa prueba el tipo de guerra en la que se están embarcando; sin confundirlo ni tratar de convertirlo en algo ajeno a su naturaleza.
En la práctica se ha demostrado que tomar en serio el dictamen de Clausewitz y seguir la lista de variables antes mencionadas -aunque en su variedad más amplia, incluyendo responsabilidades fiscales, conflictos de intereses, gastos de defensa y similares- ayuda a producir el resultado deseado, como en el caso de Colombia (Fernández-Osorio, Cufiño-Gutiérrez, Gómez-Díaz, & Tovar-Cabrera, 2018).
Esta crítica se dirige a las escuelas de pensamiento contemporáneas mencionadas. La escuela centrada en el enemigo está obsesionada con el enemigo insurgente y con la idea de que una vez que se produce la destrucción física de este, ello conduce inevitablemente al éxito político. Mientras que para un contrainsurgente es importante mantener la ventaja en un sentido militar, más que para la contraparte insurgente, que puede retirarse, recuperarse, reagruparse y retornar, esa línea de pensamiento subestima la importancia de la política (Gray, 2012b, p. 24 ). Inevitablemente, lo implicado es que la victoria militar y la suma de las batallas ganadas conducirían a una victoria política, sin embargo, en la práctica, hay excepciones a esta regla: las guerras franco-argelinas y la de Vietnam son los principales ejemplos.
Por el contrario, el enfoque centrado en la población reconoce esta falacia razonando que "la acción táctica debe estar vinculada no solo a objetivos estratégicos y operativos, sino también a los objetivos políticos esenciales de la nación anfitriona" (FM 3-24, 2006, p. 1- 28). Si bien este reconocimiento es menos parroquial, el problema principal radica en el hecho de que implica inherentemente que los objetivos políticos de un contrainsurgente expedicionario tendrían que estar alineados con los de la nación anfitriona para que esto funcione, dado que esta doctrina está escrita para las fuerzas expedicionarias que lo implementarían en el exterior. Como se discutió en la sección anterior, este objetivo sería el restablecimiento de la legitimidad (del gobierno de la nación anfitriona), lo cual insta a la pregunta: ¿hasta qué punto puede una fuerza extranjera ayudar a restaurar la legitimidad del gobierno de la nación anfitriona, especialmente, si las capacidades militares de este último son limitadas? Más importante aún, ¿qué sucede cuando el contrainsurgente expedicionario se retira (ver Worrall, 2014) y, dados los recursos limitados y el apetito doméstico por la guerra (ver abajo), lo hará más temprano que tarde? ¿Puede la nación an-fitriona preservar tal legitimidad? Para responder a la última pregunta, vale la pena citar al teniente coronel retirado del ejército de EE. UU., Stephen Melton (2013), quien enfatiza que "la fuerza contrainsurgente extranjera no puede transferir su monopolio de violencia hobbesiana, obtenido con tanto esfuerzo, a una entidad política nacional sin socavar fatalmente la legitimidad de esa entidad a los ojos de la población".
Además, si se le da, acertadamente, la atención necesaria al aspecto político, se degrada la función del uso de la fuerza a un "mínimo", ya que la COIN centrada en la población tiene más que ver con la protección de la población clave (o eso es lo que la variante contemporánea afirma). Este enfoque en la población implica, sin embargo, varias advertencias. Primero, la población podría no ser el centro de gravedad -lo cual es cierto mayormente para las guerras revolucionarias del siglo XX a lo Mao-. ¿Qué sucede si la línea de vida principal de la insurgencia es su apoyo externo, es decir, actores estatales y no estatales que habitan en territorios fuera de la jurisdicción de la nación anfitriona? En Afganistán, por ejemplo, los talibanes disponían de los santuarios provistos por Pakistán, especialmente en las áreas tribales administradas por el gobierno federal (FATA). Jeffrey Record (2007) presenta un argumento sólido para apuntarle al apoyo externo, que puede ser en la forma de resguardos, financiamiento o suministro de armas. Abordar estos objetivos sin duda debilitaría, si no destruiría, por completo la organización insurgente. Si bien no es la solución salvadora, lo más importante es entender que un enfoque estrecho con prescripciones deterministas oculta más de lo que revela, lo que a menudo conduce a la aplicación de la solución incorrecta a un problema que se ha identificado erróneamente. Parafraseando a Abraham Maslow, si la única herramienta que se tiene es una doctrina de contrainsurgencia (es decir, el FM 3-24), todo empieza a parecerse a una insurgencia -siendo el problema que dicha doctrina está diseñada para resolver.
En segundo lugar, la importancia del uso de la fuerza no puede ni debe subestimarse, porque un Estado que pierde militarmente no puede esperar ganar políticamente (Gray, 2012b, p. 26). Además, aunque proteger a la población y abordar sus quejas puede ser prudente en algunos escenarios, el enfoque limitado en tal empresa puede, irónicamente, limitar las opciones de políticas disponibles para el contrainsurgente con consecuencias potencialmente perjudiciales para este (Smith, & Jones, 2015, pp. 23-24). Este punto se remonta a la necesidad de comprender en qué tipo de guerra se está involucrando y qué se está contrarrestando. Para este fin, existen muchos marcos analíticos contemporáneos para evaluar mejor el carácter del enemigo, ya sea una insurgencia o un nexo insurgente-criminal o similar (Álvarez Calderón & Rodríguez Beltrán, 2018). Desde una perspectiva estratégica, ambos enfoques están desequilibrados, favoreciendo uno u otro aspecto. Sin embargo, debe enfatizarse que ambos aspectos, en diversos grados, forman parte de la COIN, que es esencialmente una guerra.
El tercer punto importante, que vale la pena reiterar, es que la mayoría de los teóricos y profesionales que escribieron sobre contrainsurgencia, tanto contemporánea como de otro tipo, han estado escribiendo, en cierta medida, desde una perspectiva externa. Algunos escribían sobre guerras coloniales, otros, sobre vigilancia imperial y otros, sobre pacificación. Por último, hay quienes escriben sobre la contrainsurgencia expedicionaria. Este aspecto es importante dado que en todos estos casos, los objetivos políticos se establecerían en el espectro de lo que se puede percibir como objetivos limitados. Esto significa que las formas y medios (es decir, estrategias y recursos) dedicados a tales esfuerzos aventureros, incluida la duración del despliegue de las fuerzas contrainsurgentes expedicionarias, también tendrían que ser limitados; es decir, "cuanto más modesto sea su propio objetivo político, menos importancia le dará y menos renuente lo abandonará si es necesario'" (cursiva en el original) (Clausewitz, 1976, p. 20).
Dicho de otra manera, si la campaña de COIN falla, la supervivencia del país respectivo no correría un riesgo inmediato. Por este motivo, no es necesario dedicar todos los medios disponibles para garantizar la supervivencia. Sin embargo, el riesgo aquí recae en la nación anfitriona dado que todo lo que el insurgente tiene que hacer es sobrevivir a su adversario. Esto se puede hacer, ya sea activamente a través del desgaste y el agotamiento o pasivamente retirándose. Ya que, como se señaló en la introducción, si bien los insurgentes no tienen el monopolio de la violencia, sí tienen el monopolio del tiempo, lo cual es algo valioso. Como lo expresó Andrew Mack (1975, p. 245) de manera tan elocuente, "[s]i la capacidad política del enemigo [del contrainsurgente] para librar la guerra puede atenuarse, su fuerza militar finalmente se vuelve irrelevante porque es cada vez más inutilizable". Lo anterior significa que la mayoría de las veces, las democracias que participan en campañas de COIN expedicionarias no tendrán la voluntad política necesaria, por una variedad de razones, para prevalecer en tales empresas.
Conclusión
Este artículo ha abordado el debate actual entre las escuelas de pensamiento centradas en el enemigo y centradas en la población mediante el análisis de ambos enfoques para comprender el significado fundamental detrás de ellos. Si bien ambos enfoques tienen sus méritos, también tienen sus fallas. Una de las deficiencias que comparten es su enfoque final en los niveles operativos y tácticos, aunque el enfoque centrado en la población reconoce la importancia de la política. En primera instancia, quizás sea algo ingenuo suponer que proseguirán políticas favorables una vez que el enemigo sea destruido físicamente. En segunda instancia, el enfoque es muy determinista, ya que sugiere no solo una acción táctica, sino también define cuál debería ser el objetivo político general, limitando las opciones estratégicas y políticas que, dada su expresión práctica en la doctrina oficial del Ejército/Marina de los EE. UU., puede tener consecuencias muy perjudiciales.
Por lo tanto, no tiene ningún valor centrarse en los principios operativos y tácticos que caracterizan cada enfoque para determinar cuál es el más adecuado para contrarrestar las insurgencias. La razón de esto radica en el hecho de que cada una de las instancias de guerra, irregular o de otro tipo, requerirá, en primer lugar, una política sólida seguida de una evaluación estratégica, así como la definición de objetivos estratégicos y militares y la asignación de recursos en ese orden. La elección del enfoque se determinará una vez que se hayan cumplido todos los criterios anteriores.
Los enfoques centrados en el enemigo y en la población no tienen que ser mutuamente excluyentes, por lo tanto, dependiendo del estado político y de los recursos que uno esté dispuesto a comprometer, estos pueden implementarse, ya sea por separado o en conjunto, dependiendo de lo que produzca el efecto estratégico positivo más significativo.
De esto, se deduce que la cuestión relacionada con el mejor enfoque para contrarrestar una insurgencia no se puede resolver, y la afirmación principal es que tampoco se debe resolver. Más bien, los principios que definen ambos enfoques deben verse como parte de la caja de herramientas de COIN, que debe estar fácilmente disponible para que los planificadores operativos elijan, una vez que los objetivos políticos y estratégicos se hayan definido claramente.