Introducción: pensar preventivamente
La gente me pide que prediga el futuro, cuando todo lo que quiero hacer es prevenirlo. Mejor aún, construirlo.
RAY BRADBURY, Beyond 1984: The people Machines (1979)
Con esta breve frase el autor de ciencia ficción, Ray Bradbury, nos introduce en la idea de advertir el futuro de manera preventiva. Esta situación es la que actualmente deben enfrentar los Estados en el proceso de toma de decisiones para alcanzar la seguridad doméstica e internacional. En este sentido, nuestro objetivo será utilizar esta línea de pensamiento para realizar un aporte sobre la compleja relación triangular entre los Estados Unidos, la República Popular China y la República Argentina. Para ello, tendremos en cuenta la trascendencia de la instalación de la base espacial China en la Provincia de Neuquén, en relación con una eventual descomposición del escenario estratégico Asia-Pacífico. Este contexto pone a la Argentina en una delicada situación: ante la creciente rivalidad de la potencia china en ascenso y la potencia del hemisferio occidental hasta, al menos, la segunda mitad del presente siglo. En este sentido, se considera que si no comenzamos a pensar preventivamente y las tensiones entre ambos países se acrecientan, Argentina podría entrar en la línea de fuego de dos grandes potencias de una forma relativamente simple y como parte de un proceso que solo se percibirá cuando ya sea demasiado tarde.
Dado que el presente tema es actual, abierto y polémico, las conclusiones logradas, lejos de ser definitivas, estarán sujetas a la dinámica de la rivalidad entre Estados Unidos y China, junto con el meticuloso comportamiento que lleve adelante Argentina durante las próximas décadas en relación con estas potencias. Así mismo, partiremos de la base de que el futuro no se adivina, ni tampoco es predecible, sino que se proyecta con un cierto grado de incertidumbre y solo es pronosticable en términos probabilísticos (Campos, 2011). En este sentido, presentaremos escenarios futuros como una posible realidad de un horizonte determinado. Con este fin, podremos contemplar activamente aspectos de la seguridad nacional, explicar conductas, realizar ciertas predicciones y, eventualmente, favorecer la orientación de determinadas políticas públicas.
Para lograr nuestro objetivo, hemos estructurado el trabajo en tres partes, sobre las cuales avanzaremos de una forma metódica desde lo general hacia lo particular, con un nivel de análisis descriptivo y explicativo. En la primera sección, analizaremos la compleja relación entre China y Estados Unidos, en su disputa por la hegemonía en el escenario Asia Pacífico. En este caso, el análisis tendrá como eje central el pensamiento de Mearsheimer (2014), quien nos advierte que si China continúa con su sorprendente crecimiento económico, en las próximas décadas es probable que termine en una intensa competencia de seguridad con los Estados Unidos. Así mismo, analizaremos el rol estratégico que juega Corea del Norte como zona de amortiguación en la región y los posibles desenlaces ante un posible ataque preventivo o error de cálculo de los actores involucrados.
En un segundo apartado, reflexionaremos sobre la importancia estratégica que cobró el Atlántico Sur para China en las últimas décadas. Como veremos, esta tendencia responde a una cierta desatención por parte de Estados Unidos sobre la región y una oportunidad que el gigante asiático supo advertir para proyectarse y mejorar sus posiciones relativas frente a la hegemonía de Occidente.
En la tercera parte, nos centraremos en el impacto geopolítico que tiene el establecimiento de la base espacial china sobre Argentina y su relación con la disputa de intereses que coexiste entre China y Estados Unidos en la región. Para ilustrar este fenómeno, abordaremos las capacidades cívico-militares que esta infraestructura podría tener y cómo esto podría derivar en un grave dilema de seguridad nacional para Argentina. En relación con este escenario, intentaremos reconocer un posible comportamiento -sobre la acotada libertad de acción- de Argentina ante estos dos grandes poderes en las próximas décadas.
Para finalizar, y como conclusión, discutiremos la comprometida situación de política exterior en la que se encuentra Argentina a raíz de las concesiones otorgadas a la República Popular China. Precisamente, en un momento en el que el pensamiento preventivo en la academia argentina aún es prácticamente nulo.
La situación estratégica del Asia Pacífico
La competencia entre China y Estados Unidos en el Asía-Pacífico cobró una vigorosa actualidad como consecuencia del cambio en la distribución del poder mundial. El ascenso de un mundo multipolar en una era de interdependencia implica que las relaciones interestatales involucren un mayor número de cuestiones sobre la seguridad nacional y, al mismo tiempo, que los Estados enfrenten costos recíprocos. En este contexto, la política exterior de los grandes poderes se desarrolla sobre este complejo entramado de actores e intereses en el que, si bien actúan esperando lo mejor, en simultáneo se preparan para lo peor (Battaleme, 2017). En la actualidad, el ascenso de China aparece en el horizonte como la principal amenaza a la hegemonía global del presente siglo para los Estados Unidos. Tal conflicto tiene su principal foco en el dominio del espacio naval próximo a la potencia asiática, que condiciona la capacidad aeronaval norteamericana. Si bien la administración Obama había comenzado una serie de esfuerzos militares para contener a China, el fracaso de su política de acercamiento a Putin, sumado a las diferencias en relación con el conflicto de Siria, acrecentaron las dinámicas negativas entre ambos. Así mismo, la gestión de Trump continuó con mayor firmeza la voluntad de retomar la contención a China iniciada por Obama en el 2011 (Battaleme, 2017). En este sentido, todo parece indicar que la interacción entre ambos actores va a continuar signada más por la competencia que por la cooperación.
La lógica de las relaciones de poder entre ambos Estados se explica con base en las esferas de influencia, esto es, "un área donde una potencia exterior, sin anexarla políticamente, ejerce una influencia política, militar o económica preponderante, con exclusión de otras potencias" (Marini, 1985, p. 124). Cuando los intereses de dos potencias chocan en sus zonas de influencia entran en una frontera de tensión cuya intensidad varía según las actitudes políticas y los intereses en juego de los actores involucrados. Tanto Xi Jinping como Trump entienden y respetan las dinámicas de sus esferas de influencia, consideradas como legítimas por cada uno (Battaleme, 2017), lo que genera una estabilidad relativa y cierto estancamiento en la escalada del conflicto. Sin embargo, tal status quo podría verse alterado por cualquier error de cálculo o por la intervención de actores revisionistas que tienen intenciones de desafiar el status quo y estarían dispuestos a tomar riesgos (risk takers)1.
Desde el punto de vista de la seguridad, Washington y Pekín podrían enfrentarse de manera directa mediante una escalada de la tensión entre ambos actores, o bien el enfrentamiento podría producirse de forma indirecta a partir del conflicto latente entre Estados Unidos y Corea del Norte. En este sentido, podemos advertir los escenarios que serán analizados a continuación.
El duelo entre Pekín y Washington
Actualmente, Estados Unidos es una potencia que enfrenta problemas de pérdida de poder relativo, mientras que China continúa su sorprendente crecimiento político, económico y militar. En este sentido, es probable que, manteniendo este ritmo, el gigante asiático intente consolidar su hegemonía en Oriente de la misma manera que Estados Unidos domina el hemisferio occidental (Mearsheimer, 2014). A pesar de que ambos bus-can posicionarse geográficamente en áreas marítimas que son de su interés, Xi Jinping buscar mantener a Estados Unidos lejos de su zona de influencia con la intención de proyectar un poder tal que le permita generar un liderazgo decisivo:
Existe una pequena posibilidad de que China finalmente se vuelva tan poderosa que Estados Unidos no podrá contenerla y evitar que domine a Asia, incluso si el ejército estadounidense sigue desplegado en esa región. China podría algún día tener un poder mucho más latente que cualquiera de las cuatro potencias probables que Estados Unidos enfrentó en el siglo veinte. Tanto en términos de tamaño de la población como de riqueza (los bloques de construcción del poder militar), ni Wilhelmine Alemania, ni el Japón imperial, ni la Alemania nazi, ni la Unión Soviética estuvieron cerca de igualar a los Estados Unidos. Dado que China ahora tiene más de cuatro veces más personas que los Estados Unidos y se proyecta que tenga más de tres veces más en 2050 (Mearsheimer, 2014, p.21).
Con todo, según Mearsheimer, es evidente que en un futuro Pekín y Washington participarán en una seria competencia de balance de poder como lo hicieron las dos superpotencias durante la Guerra Fría. No obstante -por el momento- el status quo se mantiene vigente, pues actualmente iniciar una competencia de seguridad sería contraproducente para China; el conflicto podría danar su economía y desaceleraría su progreso. Como dice Mearsheimer: "es mejor que China espere hasta que su poder haya aumentado y esté en una mejor posición para enfrentar al ejército es-tadounidense" (2014, p.14). Por otra parte, si bien boicotear el crecimiento económico chino podría ser una alternativa viable, no hay una forma práctica de estancar su economía sin danar también la economía estadounidense. El conflicto comercial en el que ambos países se imponen mutuas barreras arancelarias ilustra tal efecto. La ventaja de Estados Unidos sería efectiva si lograse que China quedase aislada e incapaz de encontrar nuevos socios comerciales; escenario poco probable si advertimos que muchos países alrededor del mundo están ansiosos por aumentar su relación económica con China.
Por otra parte, desde el punto de vista militar lo que podemos advertir es el despliegue de una extraordinaria capacidad anti-acceso y negación de área (A2/NA) por parte de China hacia los Estados Unidos en el Asia Pacifico2. Esta estrategia busca limitar la libertad de maniobra militar de esta potencia de Occidente sobre los espacios de interés de China. En este sentido, Battaleme (2015) ilustra lo siguiente:
Si los "accesos a" son la clave en el presente siglo, la contracara de ello es el anti-acceso, y su "socio" la negación de área, estableciendo así una relación diádica entre los que quieren mantener los accesos abiertos para ellos y eventualmente negárselos a un competidor en ascenso y quienes -en un proceso de ascenso- quieren cerrarlo a quienes proyectan poder ya que son competidores en el orden internacional de las próximas décadas por poseer la capacidad de truncar dicho ascenso (p.4).
China representa al segundo grupo, el cual busca materializar políticas que perjudiquen los intereses de su contraparte, por lo que ha desarrollado toda una gama militar capaz de contrarrestar cualquier intento de proyección de poder. Entre estas podemos enumerar misiles antibuques, lanchas de baja frecuencia, radar y fuerzas de submarino de ataque. Así mismo, Altieri (2017) agrega que, además de sus fuerzas de combate aéreas y navales, China también se ha proyectado más allá de los dominios tradicionales de la tierra, el aire y el mar. A ello se suman las capacidades cibernéticas capaces de desorientar los sistemas de mando y control del Pentágono, y en el dominio ultraterrestre, la reciente puesta a prueba de un misil antisatélite.
Otro jugador geoestratégico que no es ajeno a este conflicto es Rusia. Efectivamente, desde la finalización de la Guerra Fría, no sorprende que Putin tenga presente entre sus aspiraciones reubicar a su país en el centro del escenario global. Este objetivo lo ha llevado a competir nuevamente con los Estados Unidos para mantener y ampliar su antigua zona de influencia hacia los países de la región junto con Europa del Este. Dicha situación se vio reflejada, en el 2008, con su intervención en Georgia, del mismo modo que anexó Crimea en 2014 y ha intervenido Siria hasta la actualidad. Por otra parte, mantiene relaciones de cooperación con China, ya que ambos son Estados que se presentan como insatisfechos con el status quo vigente y están dispuestos a tomar riesgos con el fin de contrabalancear la hegemonía estadounidense en el Asia Pacífico.
Ante un conflicto latente e incierto, las tendencias parecen indicar que China -apoyado por Rusia- podría arrebatar la hegemonía norteamericana; así mismo, el pasaje de un mundo unipolar a uno multipolar ha reforzado la tendencia competitiva entre estos. Sin embargo, ello no significa que el enfrentamiento entre estos jugadores geoestratégicos se desate de manera directa; por el contrario, también puede estallar de manera indirecta a través de un eventual error de cálculo que involucre a Corea del Norte. En ese sentido, advertimos el escenario que se presentará a continuación.
Una escalada de conflicto entre Pyonyang y Washington
Luego del fracaso de la "paciencia estratégica" iniciada por la administración Obama (en la que, sin abandonar las sanciones, se apelaba hacia un proceso de negociación de largo plazo), la administración Trump fue mucho más severa en el ejercicio de las presiones. El incremento de las capacidades nucleares y misilísticas del régimen de Kim Jong-un revivió constantes escaladas de conflicto entre este país y los Estados Unidos. En este sentido, Battaleme (2017b) argumenta que el establishment de seguridad norteamericano enfrenta dos problemas: el primero se relaciona con el desarrollo nuclear que Corea del Norte ha consolidado a lo largo de la última década, el cual ha dejado grandes posibilidades de proliferación a aquellos actores que sean capaces de pagar por esta tecnología; el segundo problema está vinculado con el desarrollo misilístico intercontinental, que eventualmente podría alcanzar el territorio norteamericano y, a la vez, generar al régimen de Kim Jong-un posibilidades de proyección de poder militar de carácter global.
En este sentido, el conflicto presenta constantes avatares de periodos de crisis, entendidos como estados a los que "pueden arribar el o los actores involucrados en un conflicto, cuando las acciones y reacciones que se ven obligados a adoptar se suceden con la presunción de una alta incertidumbre sobre los efectos deseados" (Escuela Superior de Guerra, 1998, p.30). Ello apunta a que, si bien ambos actores se monitorean y se conocen mutuamente, no necesariamente se puede saber aquello que va a ocurrir y, por extensión, cabe la posibilidad de que uno de los involucrados ejecute una maniobra imprevista. Así mismo, ambos han hecho explicita la opción militar3, y, si bien ello genera incentivos para negociar, cualquier error de cálculo puede descomponer el escenario estratégico de la región. Una alternativa sería la salida diplomática; sin embargo, aceptar a Corea del Norte como una nueva potencia nuclear demostraría que todos los esfuerzos por evitar la proliferación y el TNP han fracasado. De igual modo, cualquier retirada unilateral estadounidense senalaría el fin de su influencia y el de la proyección de poder que ejerce sobre Corea del Sur y Japón, lo que permitiría que este último alcance la suficiente autonomía para convertirse en una nueva potencia regional y abra el terreno para un decisivo liderazgo chino.
Ante este contexto, debemos proyectar qué sucedería si Estados Unidos y Corea del Norte escalan hacia un enfrentamiento bélico. Existen dos escenarios posibles: el primero, que Estados Unidos inicie un ataque preventivo contra el régimen de Kim Jong-un, aunque con ello comprometería su infraestructura militar en la región y, por extensión, declinaría la esfera de influencia que le permite mantener su hegemonía en el Asia Pacífico; al mismo tiempo, forzaría a Japón y Corea del Sur a ingresar en el conflicto, en primer lugar, por las alianzas militares que mantienen con EE.UU., y, en segundo lugar, porque Corea del Norte tiene la suficiente capacidad para afectarlos militarmente4. Sin embargo, también es importante destacar que, respecto al factor económico, Japón y Corea del Sur comercian ampliamente con China, por lo que su prosperidad también depende de los buenos oficios con el gigante asiático. Así mismo, esta relación comercial no está fundamentada desde un principio de vulnerabilidad mutua sino de manera unidireccional (Mearsheimer, 2014), por lo que Beijing posee un gran potencial de chantaje para presionar a sus vecinos en caso de mantener su coalición con Estados Unidos.
Un segundo escenario sería un ataque de Corea del Norte, para adquirir la "ventaja del primer golpe". Esto podría resultar equivalente a encaminarse hacia lo que Clausewitz (2011) denomina una guerra absoluta, y, por extensión, es un pasaje de ida hacia una guerra por la supervivencia del Estado. Esta situación se volvería aún más grave teniendo en cuenta que ni China ni Rusia tienen interés alguno en apoyar el colapso del régimen de Kim Jong-un, pues ya han demostrado su recelo en acoger refugiados norcoreanos5 y, más aún, se vería extendida la esfera de influencia norteamericana sobre sus fronteras. Esto significa que Corea del Norte cumple una función geopolítica vital para evitar el enfrentamiento entre las dos potencias, pues ejerce un rol como Estado tapón (buffer zone), esto es, una unidad política que amortigua las presiones de dos potencias más poderosas y previsiblemente hostiles (Marini, 1985; Coutau-Bégarie, 1988). En este sentido, si Corea del Norte perdiese el apoyo de China, dejaría de ser una zona de amortiguación y, como resultado, Pekín percibiría como amenaza la cercanía de las tropas estadounidenses. Brzezinski (1997) lo ilustra en el siguiente fragmento:
La reunificación de Corea también podría plantear importantes dilemas geopolíticos. Si las fuerzas estadounidenses permanecieran en una Corea reunificada, sería inevitable que China las percibiera como dirigidas hacia ella. De hecho, es dudoso que los chinos aceptaran la reunificación bajo esas circunstancias. Si esa reunificación tuviera lugar por etapas, incluyendo un «aterrizaje suave», China lo obstaculizaría políticamente y apoyaría a los elementos norcoreanos opuestos a la reunificación. Si la reunificación tuviera lugar de ma-nera violenta, con un «aterrizaje de choque» norcoreano, tampoco podría excluirse una intervención militar china. Desde la óptica china, una Corea reunificada solo sería aceptable si no fuera al mismo tempo una extensión directa del poder estadounidense (con Japón en un segundo plano como trampolín) (p.147).
En suma, podemos advertir que el mayor problema de esta rivalidad no está dado por el reconocimiento de quién ganaría, sino por las consecuencias a nivel global, las cuales -como veremos más adelante- podrían afectar directamente la seguridad nacional en Argentina. Con todo, en la segunda mitad del año 2018 -y lo que corre del presente 2019-, el conflicto volvió a encaminarse hacia una cierta estabilidad luego del encuentro entre Trump y Kim Jong-un en Singapur, lo que impulsó a mantener el status quo con un conflicto latente, pero con una baja la probabilidad de que el mismo estalle.
Para finalizar, e ilustrar este complejo entramado, hemos desarrollado el siguiente sociograma (Figura 1), que nos permite advertir cómo se encuentra configurada actualmente la situación estratégica que hemos trazado.
El Atlántico Sur y la proyección China
A partir de la situación estratégica desarrollada en el anterior apartado podemos destacar que el ascenso de china como potencia emergente revisionista generó las condiciones necesarias para que Estados Unidos senale, en sus distintas ediciones de estrategia naval, una mayor prioridad en la proyección hacia el Asia Pacifico. Sin embargo, este cambio de preferencias y recursos de su política exterior, iniciadas por la administración Obama y profundizadas por Trump, hizo que América Latina quedase aún más relegada y desatendida en la última década. Así mismo, el traspaso del eje geopolítico mundial del Atlántico Sur hacia el Pacífico fue una circunstancia del entorno que China supo advertir como una oportunidad para proyectarse en el Cono Sur y mejorar su poder relativo frente a los Estados Unidos.
Actualmente, China es el mayor socio estratégico de Brasil y el segundo socio comercial de la Argentina, además de mantener un importante nivel de inversiones con el resto de países de la región, que ascienden a miles de millones de dólares. Sin embargo, este escenario no se ha manifestado siempre de este modo. Como ejemplo, podemos recordar que la oficialización de las relaciones diplomáticas entre Buenos Aires y Beijing tuvo su origen en 1972, cuando Argentina reconoció formalmente a la República Popular China, aunque el peso de este último actor aún no era significativo. Esto puede ser advertido a partir del pensamiento de Coutau-Bégarie (1988), quien en su libro Geoestrategia del Atlántico Sur apenas hace referencia al rol de China como potencia global, argumentando que su influencia en la región seguía siendo mínima. A partir de sus ideas, solo podía caracterizarse como un Estado que contribuye de contrapeso frente a la dependencia que había dejado el mercado soviético.
Todo cambió a partir de 1978, con las reformas impulsadas por Deng Xiaoping, a partir de objetivos que se dieron a llamar las Cuatro Modernizaciones. La República Popular se abrió al mundo, permitió un mayor contacto con los extranjeros y proclamó una nueva era en las relaciones exteriores (Fairbank, 1997). De esta manera, se distanció del pensamiento maoísta de los años anteriores. Para la década de 1980, se crearon las primeras Zonas Económicas Especiales, regiones dedicadas a la exportación a través de capital y tecnología extranjera, en las que se podían radicar empresas de distintas partes del mundo. Esta tendencia se mantuvo en crecimiento y se potenció en la década de los noventa cuando, a raíz de los procesos de globalización, China proclamó su política de "puertas abiertas" y generó los incentivos necesarios para impulsar a sus empresas a invertir en el extranjero (Abdenur y De Souza Neto, 2013). Este hecho se vio exacerbado a niveles exponenciales con la entrada del nuevo milenio, a raíz del crecimiento chino, pues la deman da de alimentos y recursos naturales lo impulsaron a proyectar una influencia más decisiva en el continente africano y América Latina. Desde entonces, la creciente presencia del gigante asiático ha desafiado progresivamente a la antigua influencia de Estados Unidos y las potencias occidentales en el área7. En términos de Abdenur y De Souza Neto (2013), a pesar de que China no ha manifestado un interés explícito en dominar el Atlántico Sur, resulta evidente que se ha constituido como un espacio geoestratégico que contribuye a garantizar su supervivencia y su ascenso global. Esto puede verse reflejado en el Libro Blanco de la República Popular China, del año 2016, cuando se hace referencia a su política para América Latina y el Caribe:
China se ha comprometido a construir una nueva relación con América Latina y el Caribe con cinco rasgos sobresalientes, a saber, la sinceridad y la confianza mutua en el campo político, la cooperación mutuamente ventajosa en el frente económico, el aprendizaje mutuo en cultura, así como el refuerzo mutuo entre la cooperación de China con la región en su conjunto y sus relaciones bilaterales con países individuales de la región. Nuestro objetivo es acercar la alianza global y cooperativa a una nueva altura, llevando a las dos partes a una comunidad de futuro compartido en la que todos los países se unan en el desarrollo (Gobierno de China, 2016, p. 2).
Con todo, parece indicar que los intereses de China en el Atlántico Sur, si bien están directamente vinculados con el comercio y las inversiones, no se limitan únicamente a estos. En materia de seguridad, es cierto que la República Popular no tiene en stricto sensu una base militar permanente en la región, lo que sí ocurre con el resto de las potencias occidentales8. Sin embargo, no deberíamos pasar por alto que en los últimos años la presencia china en regiones como la Antártida se ha ido incrementado. Ello se advierte a partir del establecimiento de su cuarta base, en el 2014, y en que, en paralelo, haya anunciado la construcción de una quinta instalación en el continente blanco.
Frente a este escenario, la apertura de una base espacial en Argentina, conocida como "Estación del Espacio Lejano" y dependiente del Ejército chino, abre todo un abanico de sospechas que constituyen el puntapié inicial para una proyección china basada en su poder duro en el Atlántico Sur9. Según Mearsheimer (2014), esta conducta es simplemente una tendencia que irá en ascenso en las próximas décadas, pues argumenta que: "China tendrá un gran interés en crear problemas de seguridad para los Estados Unidos en el hemisferio occidental, a fin de limitar la libertad de los militares estadounidenses de vagar por otras regiones, especialmente Asia" (p.13).
Frente a este escenario, podemos advertir un contexto internacional triangular entre China, Estados Unidos y la República Argentina. Las relaciones triangulares entre países -A, B y C-pueden definirse como un tipo de interacción en la que dos de ellas están constantemente condicionadas por las actitudes y acciones del tercero (Escudé, 1983). Este tema será desarrollado a continuación.
Enfrentando el futuro: el impacto de la base espacial China en Argentina
En el año 2014, Argentina formalizó un acuerdo a través del cual permitía el acceso de China para la instalación y construcción de una estación espacial -la primera fuera de su territorio- en la Provincia de Neuquén. La base fue establecida sobre un predio de 200 hectáreas y exento de impuestos y cargas aduaneras por un período de cincuenta años (Ley 27123). Además, goza de ciertos privilegios relacionados con las estrategias de negación de área, como es el caso de estar operando sobre una zona de exclusión de frecuencias de un radio de 100 kilómetros y, a su vez, la exigencia de una autorización expresa del gobierno chino para el ingreso10. Como contrapartida, Argentina solo puede ejercer un uso limitado de sus instalaciones: los científicos de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae) tienen acceso solo por un 10% del tiempo, esto es, menos de dos horas al día.
El principal cuestionamiento respecto a esta base está atravesado por el uso cívico-militar de sus capacidades orientadas al dominio del espacio ultraterrestre. Si bien las autoridades chinas argumentan que sus fines son pacíficos, inquieta que la misma se encuentre bajo la órbita del Ejército Popular de Liberación (EPL). Al respecto, cabe la posibilidad de plantearnos si acaso las infraestructuras de esta base son parte del complejo Intercontinental Ballistic Missile (ICBM) de la República Popular China. De ser así, el gigante asiático tendría una capacidad decisiva en la escala de proyección de poder global11. Por otra parte, la existencia de una gigantesca antena de 35 metros de diámetro, 16 pisos de altura y 450 toneladas, le otorga a la potencia asiática la capacidad de monitorear no solo los cuerpos celestes del espacio, sino también la ubicación y trayectoria de los satélites norteamericanos que recorren el hemisferio sur, interceptar comunicaciones sensibles de otros países e incluso enviar mensajes encriptados. De cualquier modo, lo cierto es que, a pesar de que Argentina tenga la voluntad, no puede probar fehacientemente que la estación espacial sea de uso militar, sencillamente porque tiene un acceso por tiempo limitado, se requiere una autorización explícita de las autoridades chinas y el empleo de las instalaciones no debe interferir con los de la base. Así mismo, al no existir un mecanismo de verificación por parte de las autoridades políticas argentinas, solo queda confiar en la buena voluntad de quienes operan la base para ser invitados a ingresar, monitorear y verificar las actividades que se realizan dentro de ella (Montes de Oca y Monge Molina, 2019). Por extensión, todas las conclusiones a las cuales se arriben sobre sus fines estarán siempre basadas en un cierto grado de especulaciones e incertidumbre.
A pesar de que las sospechas del uso militar de esta instalación cada vez cobran más firmeza, tales ideas no son compartidas por toda la comunidad académica. En este aspecto, Julio Burdman, un reconocido profesor de geopolítica de la UBA, argumenta que esta posibilidad es desmesurada, y si bien algunos funcionarios del Departamento de Estado mantienen un discurso de preocupación y desconfianza frente a lo que hace China, la actual política de Trump hacia América Latina se basa más en lo que pasa, por ejemplo, en la frontera con México (Soria Guadalupe, 13 de agosto de 2018). Sin embargo -y como hemos visto-fue precisamente gracias a ese cambio de prioridades que China pudo avanzar sobre sus intereses y proyectarse en el Atlántico Sur.
Por otra parte, Eissa (2017) sostiene que, si bien en la última década la República Popular China ha logrado incrementar sostenidamente su presencia en América Latina, los Estados Unidos continúan siendo el principal actor militar en la región, tanto en términos de sus bases militares como en términos de ventas de armas y el número de ejercicios militares combinados. En este sentido, si bien es cierto que el intercambio con los Estados Unidos respecto a China sigue siendo mayor, no por eso debemos menospreciar la relevante influencia del gigante asiático. En este sentido, Bartolomé (2017) argumenta que China está llevando adelante un ascenso que no se acota en el mero aspecto militar, sino que lo excede en la inclusión de recursos no militares. En esta medida, se podría decir que busca vencer a su rival de Occidente apelando a una variedad de medios. Entre estos, se incluyen las herramientas legales, económicas, psicológicas, redes informáticas, en suma, está llevando adelante un tipo de guerra no declarada que se suele denominar como "irrestricta". De esta manera, se plantea un vínculo directo con el pensamiento de Sun Tzu: "los que consiguen vencer a importantes ejércitos enemigos sin luchar son los mejores maestros del arte de la guerra" (Sun Tzu, 2008, p.19).
Con todo, sería lícito preguntarnos: ¿Por qué los chinos escogieron a la Argentina para instalar una base espacial? Sencillamente porque se trata de un Estado ubicado lejos de las zonas "calientes" del mundo, y por tener en su haber un historial neutral en los conflictos globales. En otros términos, si bien la Argentina no es inmune a las tensiones de los grandes poderes, está alejado de la influencia de estos. Otro de los motivos es que China está buscando que la Argentina sea la garantía de una periferia que lo abastezca de materias primas en caso de que estalle un conflicto global en donde se encuentren involucrados jugadores geoestratégicos como los Estados Unidos. Para ello, busca proyectar su esfera de influencia hacia la región del Cono Sur, a partir de un principio de autoayuda que garantice su supervivencia. En este sentido, es evidente el argumento de Kaplan (2010), al sostener que la política exterior de China no se basa en la prosperidad económica de Sudamérica, sino en concretar sus objetivos más inmediatos, esto es, el control de los accesos a sus canales de abastecimiento.
Podemos advertir que la dinámica de acciones y reacciones en la relación entre Argentina, China y Estados Unidos tiene un resultado incierto, respec-to a la evolución de un conflicto que puede convertirse en un grave dilema de seguridad nacional para la Argentina. Efectivamente, una eventual descomposición del escenario estratégico del Asia Pacifico -tal como fue descrito en la primera parte de este trabajo- puede generar las condiciones óptimas para que los Estados Unidos argumenten un agravamiento de las condiciones de seguridad en el Atlántico Sur y, por extensión, perciba como una amenaza la presencia china en Argentina. Ello derivaría en una presión, tanto política como militar para forzar el repliegue del gigante asiático. Por otra parte, se espera que, con las tendencias actuales, el grado de interdependencia de la Argentina con estos actores se incremente aún más en la próxima década. Esto, teniendo en cuenta que el emergente desarrollo del yacimiento petrolífero Vaca Muerta -que cuenta con inversiones chinas y norteamericanas- aportará un porcentaje significativo al PBI de la Argentina, lo que podría determinar el aumento de los flujos comerciales con Pekín y Washington12. Ante este complejo entramado, Argentina no tendría margen de maniobra y quedaría atrapada en un juego de tensiones entre dos grandes poderes que se disputan la hegemonía global.
Frente a esta línea de pensamiento, todo parece indicar que, como punto de partida, Argentina obedece al pasaje central del diálogo de los Melios: "los fuertes hacen lo que pueden y los débiles sufren lo que deben" (Tucídides, 1988). Ante este inevitable juego internacional que impulsaron los decisores políticos argentinos, écuál sería la mejor opción para Argentina de aquí en adelante? En principio, el curso de acción más viable es no alinearse ciegamente a ninguna potencia y tratar de mantener los buenos oficios con los grandes poderes en general, y con China y Estados Unidos en particular. En términos históricos, no es la primera vez que Argentina debe enfrentarse al dilema de mantener una relación constructiva entre una potencia consolidada y otra emergente. A partir de las investigaciones de Escudé (1983), advertimos que durante la primera mitad del siglo XX el país mantenía una estrecha vinculación económica con el Reino Unido, al mismo tiempo que Estados Unidos comenzaba su ascenso global. Sin embargo, la relación con Washington era errática y signada en mayor medida por la competencia, más que por la cooperación. En primer lugar, porque durante las etapas tempranas del proceso de consolidación de EE. UU., ambos países buscaron incrementar su prestigio a expensas del otro. En segundo lugar, por la postura neutralista que mantuvo Argentina durante la Segunda Guerra Mundial, lo que derivó en un severo y constante boicot económico, cuya desestabilización política terminó empujándola hacia una condición de periferia que, hasta la actualidad, no solo no se ha logrado recuperar, sino que se ha profundizado.
En este sentido, se advierte que el ejercicio de la neutralidad y el desafío a las potencias emergentes representa una opción que, por lo menos para Argentina, nunca ha dado un resultado positivo a largo plazo. A esto se suma que, desde el punto de vista de la seguridad, y por tratarse de un país periférico, sea completamente viable que Argentina enfrente como amenaza una competencia geopolítica especifica entre China y Estados Unidos.
Sin embargo, el cambio en la distribución de poder que rige el siglo XXI es una oportunidad que ha beneficiado a la Argentina. Esto se puede ver reflejado en el pensamiento de Battaleme (2016), quien argumenta que, a diferencia del siglo antecesor, y por primera vez, existe una multipolaridad de carácter global. Esta singular condición les otorga a los países periféricos la posibilidad de actuar con los grandes poderes de todos los continentes, lo que constituye una oportunidad para mantener una diplomacia amplia, asociada tanto con la potencia de Occidente como con el gigante asiático13. Así mismo, Blinder (2017) agrega que, para la Argentina de 1990, parecía una decisión razonable alinearse con los estadounidenses en un momento en el cual ellos eran la única potencia establecida tras la des-integración de la Unión Soviética. Sin embargo, en los tiempos actuales no parece lógico asociarse con un solo actor, cuando el reacomodamiento de la distribución de poder global demanda posibilidades multilaterales. "En tiempos en que China es una potencia económica, militar y diplomática, es una buena política negociar con ellos, sin dejar de hacerlo con Estados Unidos" (Blinder, 2017, p.14). Frente a este escenario, todo parece indicar que la Argentina nuevamente ha quedado inmiscuida en una lógica de "doble periferia", tanto por estar bajo la órbita de una potencia establecida como por otra en ascenso (Battaleme, 2016).
Para finalizar, es importante destacar que China ha emergido en el horizonte como uno de los principales inversores para la Argentina y, ante un contexto económico tan endeble y desfavorable para el país, parece que los decisores están dispuestos a otorgar cualquier concesión a cambio de una vía que les permita sobrellevar la crisis. En ese sentido, no hay dudas de que la estación espacial ha sido una inversión significativa para el Estado; sin embargo, el costo de esto no fue otro que el de involucrar a la Argentina en la línea de fuego de dos grandes potencias. Al respecto, no es casual que en una entrevista a Alejandro Corbacho, un reconocido experto en temas de seguridad y defensa, argumente que en la actualidad los misiles de la OTAN y de Estados Unidos ya se encuentran bajo las coordenadas de esta base ubicada en Neuquén, y posicionan, de esta manera, a la Argentina como blanco militar ("Estación espacial China en Argentina", 15 de octubre de 2014).
Por el momento, no queda otra opción que estar atentos, tener una buena capacidad de inteligencia y mantener un pensamiento preventivo sobre estos asuntos, pues, en la actualidad, sigue siendo difícil advertir cuáles son los verdaderos intereses que China tiene sobre la instalación que ha establecido en Argentina.
Conclusiones
En las páginas que anteceden a estas conclusiones, se ha desarrollado una estructura de trabajo deductiva que parte de la situación estratégica Asia Pacifico. Se analizó cómo la relación entre China y Estados Unidos está dictada principalmente por un marco de competencia y un amplio grado de incertidumbre frente a la resolución del conflicto, pues resulta evidente que China tiene las ambiciones naturales de toda potencia, que está buscando una influencia global. En este sentido, Altieri (2017) refuerza este argumento sosteniendo lo siguiente:
Al igual que Estados Unidos buscó el dominio sobre el hemisferio occidental un siglo y medio atrás, Beijín pretende dominar su propio "patio trasero", especialmente en el sudeste de Asia, donde Washington ha sido el balanceador extrarregional desde la segunda guerra mundial. Debido a que dos potencias hegemónicas no pueden existir simultáneamente en la misma región, la competencia sino-estadounidense por la supremacía en la región del Asia Pacífico posiblemente continuará en aumento hasta que haya una conclusión decisiva. (p. 41)
Esta línea de pensamiento fue la que nos llevó a enumerar distintas maniobras que podrían alertar sobre una lenta pero firme proyección de influencia que posicione al gigante asiático en el Atlántico Sur, además de una cierta declinación del liderazgo estadounidense en la región y el apoyo de los países latinoamericanos y africanos hacia China. En este aspecto, no es casual que Mearsheimer (2014) considere que una de las principales razones por las que Estados Unidos estacione fuerzas militares en todo el mundo es porque no enfrenta amenazas graves en el hemisferio occidental. Sin embargo, si esta potencia llegase a percibir la presencia China como una amenaza de su propio "patio trasero", entonces tendría una menor libertad de acción para vagar e inmiscuirse en la política de las regiones distantes.
En relación con lo analizado, hicimos referencia a la situación triangular entre la República Argentina, China y Estados Unidos, luego de que el país latinoamericano concedió el acceso para instalar una estación espacial en el territorio de Neuquén. Una resolución arriesgada e imprudente que podría repercutir en la agenda de defensa a largo plazo, precisamente en un momento en donde este sector se encuentra en una de las mayores -sino la mayor- declinación en su historia. Algunos autores como Battaleme (2016) argumentan que la Argentina se "mal protege" sola; otras posiciones más radicales sostienen que el país se ha convertido en un protectorado de Chile y Brasil (Escudé, 2013). De cualquier modo, existe una disposición general a sostener que la Argentina no cuenta con grandes capacidades en la función de su defensa, y que no está preparada para enfrentar una competencia geopolítica entre dos grandes potencias.
¿Qué gana la Argentina al involucrarse en este juego estratégico mundial? Durante muchos años se ha hablado de obtener mayor libertad de acción y al final se otorgan concesiones que impulsan a lo contrario. Sin embargo, y a pesar de todo, parece que la Argentina está dispuesta a aceptar este curso de política exterior porque se encuentra débil ante el mundo, y la estructura decisoria del Estado se muestra dispuesta a aceptar cualquier tipo de concesión a cambio de inversiones extranjeras directas. La instalación de una base espacial China trajo aparejado un abanico de sospechas que, en términos de Irma Argüello (2009), deberían manejarse con un nivel de transparencia que hasta ahora no ocurre. Por ello, tanto el Congreso de la Nación como la República Popular China deberían hacer su parte para garantizar que no coexistan irregularidades.
De esta manera, Argentina debe ser muy meticulosa en el comportamiento estratégico que mantenga entre China y Estados Unidos, con el fin de mitigar las posibles consecuencias de esta decisión. Como argumenta el general Beaufre (1977), la estrategia no ha de ser una doctrina inmutable, sino un método de pensamiento que permita clasificar y jerarquizar los acontecimientos para luego escoger los procedimientos más eficaces a implementar. Por otra parte, es claro que, al proyectarnos hacia el futuro, siempre habrá un margen de error a medida que nos alejemos del presente. Sin embargo, la confiabilidad de este análisis estará dado por la calidad y precisión con que se hayan determinado los factores que intervienen en la situación actual.
A modo de reflexión final, vale la pena resaltar que este artículo tuvo su génesis en la certeza personal de que el tema ocupa una enorme área de vacancia en la investigación académica argentina. Actualmente, la defensa nacional y su socia, la geopolítica, aparecen como dos disciplinas relegadas de la ciencia política. Y, si bien luego de la tragedia del ARA San Juan pareció haber emergido un cierto interés sobre el tema, a la luz de los hechos podemos advertir que el mismo resultó ser efímero y finito. Si, al menos, este trabajo logra generar mayores incentivos para acrecentar el debate y puntos de vista que enriquezcan esta línea de investigación, entonces habré logrado mi cometido.