Las relaciones sociales, culturales, económicas y políticas, tal como las conocíamos en este estadio de la globalización de las ideas e imágenes, gracias a las tecnologías de la información y el estadio de mundialización del capitalismo, están siendo transformadas de una forma sin precedentes en la historia contemporánea de la humanidad. Como otras epidemias en el pasado, incluyendo varias del siglo XX, el coronavirus es un fenómeno global, de alcance comparable o más amplio al de las guerras mundiales (Gardini, 2020). Tal vez lo que ha hecho más impactante la actual epidemia es el conocimiento y la información que las redes de comunicación transmiten al mundo sobre sus efectos. A pesar del sufrimiento que ocasionaron otras tragedias epidemiológicas, como la gripe española o el VIH-sida, el COVID-19 es la peor pandemia en un siglo. Ha generado invaluables costos sanitarios, económicos y sociales para toda la humanidad. En particular, ha deteriorado gravemente las condiciones socioeconómicas de los países de América Latina y ha profundizado las divergencias políticas y de cooperación entre países. Las mutaciones del virus enfrentan a los Gobiernos con el enorme desafío de conseguir los recursos y las capacidades humanas para responder, sucesivamente, a los peligros que cada ola de contagios conlleva para la salud de la población y el desarrollo económico.
Publicaciones disponibles sobre la pandemia del COVID-19, desde la perspectiva de las ciencias sociales, políticas y relaciones internacionales2, aunque con algunos matices, coinciden en dos aspectos: primero, resaltan lo sombrío de la cooperación internacional, en las facetas de ayuda y asistencia sanitaria y económica frente a esta tragedia humanitaria mundial y, segundo, resaltan la crisis por la que atraviesa la gobernanza global y regional. Desde esta segunda perspectiva, asistimos a la confluencia de dos crisis: la del orden liberal internacional y la de la integración latinoamericana. Si bien ambos escenarios de crisis habían sido advertidos por distintos autores3 desde antes del desencadenamiento de la pandemia, el impacto del COVID-19 produjo en la sociedad internacional un estado de desconcierto que se inició en el ámbito sanitario y continuó en la esfera política, entrelazando dos agendas de la seguridad global: la sanitaria y la de la competencia y rivalidad económico-estratégica. Los Gobiernos respondieron con políticas nacionalistas y unilaterales, incluyendo espacios políticos integrados de tan relevante tradición de cooperación y gobernanza como la Unión Europea.
En el caso latinoamericano, la multiplicidad de proyectos de integración y cooperación estaba atentando, desde antes de la llegada del virus, contra las perspectivas de la concertación y de la convergencia4. No iba a ser una sorpresa que los Gobiernos ni siquiera establecieran líneas de diálogo. La consecuencia ha sido que la región no tuvo ni tiene voz ni posiciones comunes o convergentes respecto de la crisis sanitaria global ni sobre el riesgo del descalabro del orden liberal internacional, acicateado por la creciente rivalidad entre la potencia hegemónica y la potencia emergente. Este conflicto expresa el inicio de un nuevo ciclo de ascenso y declinación de poderes5, expresados en el desafío que China representa hoy para el poder norteamericano y las instituciones que ha creado bajo su hegemonía.
La confrontación se desplazó al seno de la Organización Mundial de la Salud (OMS) -tal vez la agencia internacional de mayor prestigio e importancia en el momento actual- deteriorando sus capacidades de ayuda hacia los países en vías de desarrollo y que son los que más dependen de la cooperación sanitaria internacional.
Pandemia y orden
El COVID-19 puso en evidencia las situaciones - internacionales y regionales- de crisis, que ya se habían advertido desde años antes. En el escenario mundial, el estado de tensiones y ausencia de decisiones globales del sistema multilateral ponían de manifiesto el deterioro del orden liberal internacional y de sus instituciones (Ikenberry, 2008; 2018; Bernal-Meza, 2021). En el ámbito latinoamericano, como diagnosticaron Celi De la Torre, y Grabendorff (2020), Silva et al. (2019) y Sanahuja (2018; 2019), la crisis de la integración, cooperación y gobernanza regionales por las que ya se atravesaba puso en evidencia la ausencia absoluta de cooperación para enfrentar el desafío sanitario y sus efectos. La crisis en la región era consecuencia de conflictos políticos internos y rivalidades intrarregionales, que se insertaban en ciclos reiterados de problemas económicos nacionales y rivalidades hegemónicas (Sotillo y Ayllón, 2017; Bernal-Meza, 2020b). A su vez, ambos problemas empujaban a las poblaciones nacionales a buscar mejores horizontes en otros países, cuyo resultado ha sido el creciente y descontrolado flujo de inmigrantes, provenientes principalmente de Venezuela y Colombia, pero también de Perú y de Bolivia. Los Gobiernos de América Latina no reaccionaron frente a la crisis del sistema multilateral y no hubo una voz común que representara la región en la propuesta de reformas. Más grave sería el caso de América del Sur, que una década antes se había dotado de un nuevo y prometedor proyecto de cooperación política: la Unasur. La política del “sálvese quien pueda”, el cierre unilateral de las fronteras, la ausencia de diálogo con los Gobiernos vecinos, la falta de cooperación humanitaria y sanitaria (con muy contadas excepciones), pusieron de relevancia la crisis por la que aún atraviesa la integración latinoamericana.
La crisis de la seguridad sanitaria mundial dejó también en evidencia el nivel creciente de tensiones entre Estados Unidos y China, que iba mucho más allá de las responsabilidades endilgadas a China por Washington y sus aliados, como origen del COVID-19: correspondió a la tardanza en reconocer su diseminación y al renuente respaldo a las acciones de la OMS para acceder a la información y proceder a la propuesta de medidas y políticas de protección sanitaria global. Paradojalmente, esta misma confrontación facilitaría el mayor acercamiento de China a la región latinoamericana, la transferencia de ayuda y la asistencia sanitaria (instrumental y de medicinas), poniendo en evidencia el desinterés por la región del Gobierno norteamericano presidido entonces por Donald Trump. Esta política de Washington sería enmendada por el presidente Joseph Biden con la donación de crecientes partidas de vacunas contra el COVID.
La epidemia del COVID-19 ha tenido un fuerte impacto sobre las relaciones Estado-sociedad, fortaleciendo el poder estatal, cuya consecuencia ha sido la creciente subordinación de la sociedad civil. Este hecho ha revertido un proceso que se presentaba desde mediados de los años 1980, con transferencias de capacidades y más autonomía de las representaciones sociales y de los actores de la sociedad civil, en el marco del sistema internacional. Al mismo tiempo -y gracias al discurso en favor de la supuesta defensa de la seguridad sanitaria nacional- ha habido un crecimiento del autoritarismo, del nacionalismo y de la xenofobia. Identificamos estas manifestaciones de la política interna con la expresión del “sálvese quien pueda” y del “retorno del Leviatán”6. Simultáneamente, entre marzo y diciembre de 2020, aparecieron artículos en Foreign Policy acerca de los cambios globales que la pandemia estaba provocando sobre el orden internacional, que explicaban cómo el nacionalismo, la xenofobia y la concentración del poder en manos del Estado se reproducía en distintos escenarios nacionales (Crabtree et al., 2020). Recientemente, Sahagún (2021) ha analizado la situación, haciendo una prospectiva del escenario. En América Central y del Sur, manifestaciones xenofóbicas y nacionalistas se expresaron fuertemente sobre las comunidades de migrantes, advirtiéndose en la política gubernamental a través de las decisiones que afectaban también a sus vecinos, como el cierre unilateral de fronteras. Todo ello ha contribuido a profundizar la crisis de la integración y de la gobernanza regionales. Más grave sería la implementación de políticas gubernamentales que impedían el ingreso de ciudadanos a su propio país, rememorando prácticas de las épocas de las dictaduras de los años 1970 y 1980.
Como sostenemos, América Latina pasa por una etapa de profunda crisis de los acuerdos de integración y de cooperación regional. Este es un fenómeno sin precedentes. Históricamente ha habido fluctuaciones en el dinamismo y la evolución de los proyectos y, mientras unos declinaban, otros surgían con nuevos bríos. Lo que diferencia esta etapa respecto de las del pasado es el hecho de que crisis, decadencia, desaparición e irrelevancia se unen para afectar todos los proyectos.
El grado de deterioro de la cooperación latinoamericana en sus diversas manifestaciones impidió el entendimiento político entre Gobiernos. De manera irresponsable, los líderes regionales no reaccionaron promoviendo acciones comunes aun cuando contaron con un margen significativo de tiempo, a saber, una ventana de ventaja temporal entre el estallido de la epidemia en Italia y la diseminación del virus en la región. Ese valioso tiempo fue desaprovechado y mientras decreció el espíritu de cooperación, fue creciendo el nacionalismo y la xenofobia. Es posible que la compleja situación económica y política que estaban viviendo los países, que se arrastraba desde mediados de la segunda década del siglo XXI, haya contribuido a la toma de decisiones fáciles, como el aislamiento frente a los vecinos y el cierre unilateral de las fronteras. En un contexto estructural de frágiles sistemas de salud pública, salvo muy contadas excepciones, los Gobiernos impusieron un Leviatán sanitario para justificar el Leviatán político. Es difícil separar cuánto ha habido de sanitario y cuánto de político en la imposición de aislamientos y cuarentenas masivas y extensas en el tiempo7 y el replanteamiento de las relaciones sociales8, con el considerable impacto sobre el turismo, que en el ámbito de los servicios es una de las actividades que mayor demanda de empleo había generado en los años precedentes.
Los desafíos por venir
Como consecuencia de la pandemia del COVID-19 y sus sucesivas variantes, el mundo social, académico y laboral, tal como lo conocimos, no volverá a ser el de antes. Muchas actividades continuarán desarrollándose en línea o de una forma mixta, es decir, semipresencial y virtual. El perfeccionamiento de las plataformas (Zoom, Moodle, G-Suite, Teams, plataformas de teletrabajo, plataformas de consultas médicas, etc.) y otras que están en desarrollo sustituirán crecientemente la “presencialidad”. Habrá efectos sicológicos, familiares y sociales como consecuencia de la pérdida de los espacios de socialización. Algunas actividades se verán más deterioradas que otras. Por ejemplo, la sociabilidad que generaban los contactos personales en el ámbito de la academia y de las ciencias en general (congresos, conferencias, workshops, seminarios) limitará las comunicaciones interpersonales, el intercambio de ideas, de libros y de documentos. Si bien las redes académicas virtuales existían desde antes, estas constituían un soporte a las actividades presenciales, pero ahora las sustituyen.
Con la justificación de evitar el contacto humano directo, se ha profundizado el teletrabajo. Resulta llamativo que la restricción al trabajo presencial conduce a la utilización de redes y sistemas informáticos (software de plataformas en línea) cuya propiedad es de grandes empresas transnacionales con sede en los principales países desarrollados. La restricción también contribuye al crecimiento de la dependencia tecnoinformática que, por nuestra debilidad en el desarrollo económico, nos mantiene sometidos al dominio del conocimiento científico y al desarrollo tecnológico de los países desarrollados, incluyendo a China. La universalización del trabajo remoto impide el contacto directo entre los trabajadores. Como consecuencia, entre los importantes efectos negativos está el deterioro de las relaciones sindicales y el menoscabo de la capacidad de presión de los trabajadores frente a sus empleadores.
Finalmente, la pandemia ha puesto en cuestionamiento la capacidad dirigente de los Gobiernos para dar respuestas efectivas a las demandas sociales. Ha evidenciado su falta de previsión y una clara desconexión entre las necesidades de los ciudadanos y los intereses de los grupos políticos gobernantes.
La sección temática dedicada al COVID-19 de este número de Estrategia y Seguridad presenta cinco artículos que abordan los desafíos, problemas e interrogantes que plantea la pandemia desde perspectivas específicas. Los artículos Organizações Internacionais e a COVID-19: a (in)ação do Conselho de Segurança da ONU durante a pandemia, de Sergio Luiz Cruz Aguilar y Julia Mori Aparecido y Geopolítica y pandemia: la expansión china y rusa en el escenario internacional, de Alba Silva Salazar, abordan el impacto de la crisis desde una perspectiva sistémica del poder global. Según Aguilar y Aparecido, la evidencia permite afirmar que la competencia, particularmente entre los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, superó la cooperación posible. Su argumento principal sostiene que al Consejo de Seguridad (CSNU) le resultó difícil posicionarse frente a la pandemia debido a la dinámica interna de intereses, a la competencia y al poder entre los miembros permanentes, mientras los miembros no permanentes ocupaban posiciones marginales en el proceso de aprobación de las resoluciones. Esto condujo a una parálisis del CSNU y llevó a que el Secretario General tomara iniciativas en la búsqueda de soluciones para la pandemia, resguardando la paz y la seguridad internacionales. Como consecuencia, la politización de la pandemia, combinada con la dinámica de intereses y la competencia en el CSNU, afectó la toma de decisiones de la organización en relación a la crisis sanitaria. Esta competencia de intereses, a la luz del proceso de auge y declinación de potencias, es abordada por Silva Salazar. La autora analiza los planteamientos geopolíticos ejercidos por China y Rusia a partir de sus respectivas capacidades, de cooperación y de soft power, en relación a un objetivo determinado común a ambas potencias: promover su propia economía, mientras China busca desestabilizar la balanza de poder que tiene a Estados Unidos como el país con la hegemonía global. Para su análisis, Silva Salazar toma en consideración la forma como los actores estatales intervienen en la reestructuración del poder global, la gobernanza de la crisis sanitaria y las implicaciones socioterritoriales del COVID-19, incluyendo el cierre de fronteras. Manuel Aguilar Yuste, en su artículo Liderazgo e inteligencia emocional durante una crisis, confronta las estrategias de inteligencia emocional que aplican los líderes gerenciales en la toma de decisiones en condiciones “normales”, con las capacidades y demandas que se requieren de los líderes en condiciones excepcionales, como es el caso de la actual pandemia. En los tiempos de prepandemia, el líder y los que de él dependían estaban en constante movimiento; la interacción era dinámica y constituía la consecuencia de la aplicación de ciertos tipos de liderazgo que se encontraban dentro de la estructura. Pero, ¿qué sucede en condiciones como la actual, cuyas repercusiones abarcan el campo económico, la salud, el campo educativo y el entorno social? Para el autor, el líder debe administrar la situación recurriendo a nuevas emociones y habilidades, teniendo presente aquella opinión de Albert Einstein: “los primeros veinticinco años de cada siglo establecen el tono para ese siglo”. Confrontados a los desafíos del COVID-19, se requiere construir los fundamentos de una nueva sociedad, marcados por un nuevo liderazgo social. María Molinares Torres, en su artículo Reacciones, retos en seguridad y nuevos roles de la fuerza pública en la pandemia: caso de Barranquilla, Colombia, aborda el problema de la seguridad y la defensa desde la perspectiva de un caso nacional. El estudio le permite a la autora interpretar y poner de relevancia cómo la cooperación internacional, la prevención e intervención social, el trabajo articulado entre diferentes entidades e instituciones y sus niveles, el compromiso y el buen comportamiento de la ciudadanía son indispensables para que las situaciones de crisis no se salgan totalmente de control. Finalmente, el artículo de María Alejandra Santos Barón, Implicaciones del COVID-19 en la seguridad y el rol de la FAC en el marco de la pandemia durante el año 2020 aborda las implicaciones que generó la pandemia en la seguridad y defensa nacional, con un análisis centrado en el caso colombiano. La autora describe el papel que jugó la Fuerza Aérea Colombiana en la contención de la epidemia. Su investigación destaca el control ejercido por los grupos armados organizados sobre la población civil y el aumento de los controles fronterizos por parte de las Fuerzas Militares, simultáneamente con su colaboración para ayudar a mitigar los impactos provocados por el virus.
La sección temática, con la selección de estos cinco trabajos, aborda así la pandemia desde perspectivas sistémicas: gobernanza global y desafíos contrahegemónicos de potencias -Rusia y China- que en el contexto de la pandemia buscan extender sus respectivas influencias en la economía política internacional. Es un paso menos de lo imaginado por Kagan (2008), para quien la reaparición de grandes poderes autocráticos debilitaría el orden liberal y el multilateralismo. En el contexto de una terrible pandemia, la competencia internacional entre los grandes poderes ha regresado. En esta sección se aborda el caso de Rusia y China, pero también hay otros países que compiten por el dominio regional.
Confluyen en esta sección temática reflexiones sobre la inteligencia emocional, confrontando las demandas que la pandemia exige del liderazgo de los dirigentes. A la luz del cuestionamiento del que han sido objeto los liderazgos, especialmente los gubernamentales, tanto a nivel de la gobernanza global como regional y de países en particular, sin diferenciar entre desarrollados y en vías de desarrollo (Bernal-Meza, 2020a), esta reflexión es muy oportuna. Los dos trabajos que se ocupan del análisis de un caso nacional contribuyen a la comprensión de aquellas expresiones de la política latinoamericana que nos obligan a reflexionar sobre el carácter de las relaciones Estado-sociedad que se han generado en condiciones de pandemia: el retorno del Leviatán y las prácticas que militarizan la visión sobre las fronteras, revalorizando el papel de la seguridad sanitaria, a cuya sombra se refuerzan el nacionalismo y la xenofobia. Esto es lo que explica que grupos ajenos a las estructuras institucionales del Estado se arroguen la defensa de la seguridad sanitaria. En este sentido, el conocimiento de la experiencia colombiana contribuye a la reflexión en toda la región.