Introducción
La caficultura es uno de los fenómenos más importantes de la historia económica y social de Colombia, representa una de las principales agroindústrias del país, y es uno de sus símbolos distintivos de identidad y trayectoria. El café se empezó cultivar alrededor de 1730, y en 1870 se había extendido geográficamente, desatando cambios en la economía de ese momento. Colombia pasó de producir 1 000 000 de sacos de café en 1913, a 2 000 000 en 1921, y a 5 000 000 en 1944 (Bergquist, 1986).
Para los años cincuenta, el café representaba el 10 % del total del Producto Interno Bruto (PIB) y casi el 30 % del producto agropecuario. En los noventa, constituía el 5,3 % del PIB y el 23,4 del PIB agropecuario, y las zonas cafeteras tenían mejores indicadores de bienestar que otras áreas rurales y urbanas (Cárdenas-Gutiérrez, 1993). Para el 2018, el café mantenía el 25 % del total del PIB en exportaciones, y seguía siendo una de las principales fuentes de empleo rural con cerca de 2 500 000 empleos a lo largo del año. Su nivel de producción era tan alto que comprometía a 590 municipios con unos 14 000 000 de sacos por año (Salazar-Gallego, 2021), y 22 de los 32 departamentos del país eran regiones cafeteras ("Cuando el café revive la historia y devuelve la esperanza", 2020).
Así pues, el café más que un producto de exportación ha representado un tejido social, cultural, institucional y político que ha servido de base para la estabilidad democrática y la integración nacional.
Aunque la caficultura colombiana es muy heterogénea, su producción es una labor principalmente familiar y minifundista - según el Sistema de Información Cafetera, en Colombia 548 mil familias, distribuidas en 603 municipios, se dedican a la producción de café, y siembran más de 842 mil hectáreas en unas 658 mil fincas (Comité de Cafeteros de Antioquia, 2023) -. Así lo corroboran los datos de la Federación Nacional de Cafeteros (FNC) (ver Cuadro 1) que muestran que el 96 % de los cultivadores de café (534 814) son pequeños productores con menos de cinco hectáreas (en promedio tienen 1,3 hectáreas). Los departamentos con mayor producción (58 % del total nacional) son Cauca, Huila, Antioquia, Tolima y Caldas (Departamento Administrativo Nacional de Estadística - DANE, 2022).
Tipo de caficultor | Tamaño cafetales (ha) | Num. caficultores | Porcentaje caficultores | Área café (ha) | Núm. de fincas | Área fincas (ha) |
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Pequeños productores | Menoro igual a 0,5 | 131 673 | 23,8 | 41 747 | 136 710 | 323 484 |
Entre 0,5 y 1 | 164 727 | 29,8 | 121 480 | 184 508 | 580 080 | |
Entre 1 y 3 | 203 282 | 36,8 | 345 104 | 258 645 | 1 193 642 | |
Entre 3 y 5 | 35 132 | 6,4 | 132 794 | 49 737 | 374 457 | |
Medianos productores | Entre 5,1 y 10 | 13 199 | 2,4 | 87 482 | 20 287 | 215 759 |
Grandes productores | Más de 10,1 | 4801 | 0,9 | 112 747 | 9963 | 216 601 |
Total | 552 814 | 100,00 | 841 354 | 659 850 | 2 904 023 |
Fuente: FNC (2024).
En las últimas tres décadas, diversos estudios (Leiteritz; Nasi; Rettberg, 2009; Muñoz-Mora, 2010; Rettberg, 2010) han evidenciado los impactos y las afectaciones ocasionadas por el conflicto armado en los sectores productivos, como resultado de la expansión de economías articuladas a grupos ilegales, acompañados de una baja capacidad institucional estatal para responder a las situaciones socioeconómicas y políticas que esto ha ocasionado en las zonas rurales. El conflicto armado ha tenido impactos perversos para las economías cafeteras, las caficulturas, las relaciones sociales y la institucionalidad (Arias; Ibáñez; Zambrano, 2014; Botero-Piedrahita, 2014; Dube; Vargas, 2013; Ibáñez-Londoño; Muñoz-Mora; Verwimp, 2013). Al mismo tiempo, se han producido profundos cambios en los relevos generacionales del sector, así como en las relaciones de género y en las formas de producción y de trabajo (Heidrich; MacLaren; Pineda; Piniero; Ramírez, 2015; Meertens, 2000).
Pese a la importancia del café en el país, y al auge de estudios sobre el mismo, todavía son incipientes las investigaciones que observan sus relaciones con el conflicto armado (Muñoz-Mora, 2010), y menos las que indagan por cómo se expresan estas relaciones en territorios que han sido controlados por el accionar de grupos armados ilegales y del conflicto, como sucede con la caficultura de la Sierra Nevada en Ciénaga, Magdalena. A su vez, es importante considerar los impactos del conflicto armado en las familias cafeteras, particularmente el papel de las mujeres en los procesos de producción del café y en los episodios de violencia, desplazamiento y retorno.
Así pues, esta investigación se preguntó por la incidencia del conflicto armado en el desarrollo de la producción de café, los procesos económicos, sociales y culturales de las familias cafeteras en Ciénaga, Magdalena y, en particular, por los roles que han tenido las mujeres en sus familias y en sus comunidades en escenarios de conflicto. Lejos de un enfoque victimizante, este trabajo identificó que los caficultores y las caficultoras han sido actores protagónicos del desarrollo local y, por lo tanto, aún en contextos de conflicto armado, desplegaron estrategias, experiencias y discursos de incidencia y resistencia política territorial, y con sus mismas prácticas económicas.
Para responder a esa pregunta, este texto se organizó de la siguiente manera. Primero, se toma como punto de partida una revisión de literatura sobre las relaciones de la caficultura con el conflicto armado y con fenómenos conexos como el narcotráfico. Así mismo, por los resultados emergentes del trabajo, exploramos algunos estudios sobre el papel de las mujeres en la caficultura. Segundo, se presentan las relaciones entre café y conflicto armado en el municipio de Ciénaga, territorio en el que se desarrolló esta investigación, mostrando el impacto de las masacres y los desplazamientos en la zona. Tercero, se recurre a las voces de las y los entrevistados para describir sus trayectorias familiares con el café; las afectaciones económicas, políticas y sociales que el conflicto armado generó en ellos; y el rol de agentes económicos y sociales de las mujeres en sus comunidades. Cuarto, se propone una discusión entre los hallazgos de nuestra indagación con estudios previos, y con el contexto local y sus relaciones con procesos de carácter nacional. Finalmente, se desarrollan algunas conclusiones sobre los impactos de las violencias de los actores armados en la producción cafetera, el desarrollo institucional en la zona y las implicaciones que estos hechos tuvieron para las familias cafeteras, quiénes, en sus propias narrativas, lo denominaron como un volver a empezar.
Método
El método de esta investigación fue cualitativo-descriptivo, y recurrió a las narrativas y memorias de las y los participantes en sus propios territorios. En este sentido, buscó contribuir de manera modesta a los estudios de memoria, recurriendo a voces del sector económico que han sido poco escuchadas de forma directa en los ejercicios académicos realizados en el país en los últimos años, pese a los significativos esfuerzos de organismos como el Centro Nacional de Memoria Histórica y la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la no Repetición; así como de algunos trabajos en el campo de empresarios, memoria, conflicto y paz (Barón; Riascos, 2020).
La indagación incluyó una revisión de fuentes secundarias y el desarrollo de 15 entrevistas1 y salidas de campo en las que se trabajó con conversaciones y observaciones participantes que se concentraron en la Secreta, vereda del municipio de Ciénaga, y una de las zonas más afectadas con el escalamiento de las violencias producidas por las disputas territoriales entre paramilitares y grupos guerrilleros entre 1998 y 2010. Las entrevistas fueron acordadas con las personas de la zona con base en su liderazgo y trayectoria en la región, con su consentimiento expreso. Para proteger su identidad y velar por su seguridad, todos sus nombres fueron cambiados. De igual manera, se tuvo cuidado con otros identificadores de tiempo, espacio u colectividad que facilitaran su reconocimiento. Por esto, al nombrarles se emplea un seudónimo, seguido de la fecha en la que se efectúo la entrevista personal.
Durante toda la investigación se hizo un trabajo analítico-hermenéutico a través del cual se buscó interpretar y validar las informaciones recogidas, y las experiencias y narrativas de los agentes que intervinieron en el proceso. La triangulación de fuentes sirvió para el procesamiento y análisis de las entrevistas y la verificación de sentido de las mismas.
Revisión de literatura
En Colombia, el café ha sido objeto de múltiples trabajos académicos desde los años sesenta. Para los propósitos de esta investigación, hemos agrupado la revisión sobre el tema en cuatro líneas analíticas: primera la económica y agraria, prevalente en los análisis iniciales sobre el desarrollo del café como principal producto agrícola y de exportación. Segunda la productivista que explica la pérdida de protagonismo económico del café debido a la crisis por el rompimiento del pacto de cuotas y por la emergencia de diversos actores armados que presionaron una reconversión productiva en la que aparecieron cultivos ilegales como la coca. Tercera la referida a los estudios que relacionaron las afectaciones del conflicto con las condiciones institucionales que incidieron en las decisiones productivas y de infraestructura, y generaron desplazamiento y otras violencias. Cuarta, la de estudios centrados en analizar el papel de las familias y de las mujeres en la producción del café al reconocer que las familias son unidades de producción, reproducción y consumo.
Análisis económico-agrario
Los vínculos y disputas políticas de las y los actores de zonas cafeteras, así como las disputas relacionadas con la propiedad y la distribución de la tierra; las exportaciones; y los conflictos laborales y de clase han estado presentes en los estudios del café desde sus mismos orígenes (Fajardo, 1979; Machado, 1988; Ocampo, 1989; Palacios, 1983; Saether, 1999). Sin embargo, solo recientemente se han incrementado aquellos que analizan las relaciones de la caficultura con el conflicto armado, sin que sean muchos (Leiteritz et al., 2009; Muñoz-Mora, 2010; Ibáñez-Londoño et al., 2013).
Charles Bergquist (1986) realizó un análisis muy sugestivo sobre la Guerra de los Mil Días y el desarrollo económico en el que explicó las relaciones entre las crisis políticas y económicas en ese tiempo, con el crecimiento de la economía exportadora del café. Algunas de sus conclusiones indicaron que la guerra tuvo serias consecuencias en los cafeteros debido al reclutamiento, la huida de los trabajadores, las destrucciones causadas por el enfrentamiento, y la extracción de recursos económicos por parte del Gobierno y de las fuerzas revolucionarias. La paz, por su parte, "consolidó la política hegemónica de los intereses importadores-exportadores (...) al mismo tiempo creó nuevas oportunidades para colombianos ambiciosos, atenuó la fuerza disruptiva del clientelismo político" (Bergquist, 1986: 248).
Darío Fajardo (1979) se interesó por las estructuras agrarias cafetaleras y la hacienda como evidencia de violencia y desarrollo en las regiones; Absalón Machado (1988) abordó los conflictos ocasionados por el progreso capitalista del café y el surgimiento de organizaciones que lucharon por la tierra en los años treinta; y Steinar Saether (1999) relacionó el auge del café con conflictos por la tierra entre latifundistas, pequeños y medianos propietarios, y jornaleros, además de considerar el impacto del nacimiento de la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia (FNC) en las primeras décadas del siglo pasado.
Análisis productivistas
En la mayoría de las investigaciones que indagó por la relación entre producción y comercialización del café, y conflicto armado y narcotráfico predominaron los estudios econométricos. Botero-Piedrahita (2014) argumentó que la violencia armada tuvo un efecto negativo sobre las decisiones de producción y siembra de los cafeteros, indicando que el aumento en el conflicto fue una de las principales causas de la pérdida de participación del sector cafetero nacional e internacional. El autor mostró que en lugares con presencia de algún grupo armado la producción de café fue 22,1 % menor que en municipios sin presencia, y el aumento de un 100 % en el número de actos de acción ofensiva redujo la producción total de café en un 3,7 %.
De manera similar, Dube y Vargas (2006), Muñoz-Mora (2010) y Rettberg (2010) sostuvieron que la caída en el precio del café durante 1990 incrementó la violencia en municipios cultivadores del grano. Así, el desplome del 68 % de los precios del café entre 1997 y 2003 resultó en un 18 % más de ataques de la guerrilla, un 31 % más de ataques de grupos paramilitares, un 22 % más de enfrentamientos y un 14 % más de víctimas en los municipios cafeteros; como también evidenció la disminución de los salarios en un 38 %, y la reducción en las horas de trabajo de 30 % durante el período de la crisis internacional del café (Dube; Vargas, 2013).
Botero-Piedrahita (2014), también señaló que el aumento de actos ofensivos, la presencia de violencia y la tasa de homicidios redujeron el número de hectáreas sembradas destinadas a café. Ibáñez-Londoño et al. (2013) mostraron que la incidencia del conflicto armado en el sector cafetero conllevó a la destrucción de activos y capital humano, disminuyó la provisión de bienes públicos y privados, y aumentó los costos de transacción.
Análisis institucional
Leiteritz et al. (2009) relacionaron el conflicto y las instituciones (reglas de juego legítimas y funcionales) con la forma como estas últimas contribuyeron a prevenir el conflicto e incidir en el desarrollo económico y social, lo que significa que la ausencia institucional se correspondió con brotes de violencia. Los autores mostraron la importancia del desarrollo de la FNC como una sofisticada red de instituciones sociales, económicas y políticas que ha atendido las necesidades y el bienestar de los productores, permitiendo que el café se convirtiera en una plataforma de desarrollo regional. Sumado a esto, sostuvieron que la crisis generada por el fin del Pacto Internacional del Café y la crisis financiera en regiones como la cafetera, brindó una oportunidad a guerrillas, paramilitares y narcotraficantes de penetrar zonas clave como las del eje cafetero.
Por su parte, Muñoz-Mora (2010) realizó un estudio econométrico sobre cómo el conflicto armado rural creó ambientes sistemáticos de incertidumbre social, política y económica, y configuró escenarios en los cuales el pequeño campesino se vio obligado a cambiar sus decisiones de inversión en la producción cafetera, buscar otros productos de rápida cosecha y buena rentabilidad, abandonar sus fincas y participar en el mercado laboral formal. En un sentido complementario, Perfect Daily Grind evidenció que el conflicto desencadenó situaciones adversas para la producción de café como deterioro de la infraestructura, dificultades de acceso, desplazamientos forzados, desempleo, reputación negativa en el mercado y de las instituciones, entre otras ( "Producción de café en zonas de conflicto", 2021).
Mujeres, familias y café
El énfasis otorgado al carácter familiar de la caficultura2 por parte de la FNC ha conducido a desplegar una serie de investigaciones que examinó el papel de las mujeres y otros miembros como niños o niñas, personas mayores, y de la familia en general, en la producción agrícola y en el sostenimiento de las fincas cafeteras.
En otros casos, los análisis tensionaron los roles tradicionales de género3 y la práctica contradictoria de la intervención institucional con los productores cafeteros por cuanto, pese a que discursivamente se reconocía que la producción del grano se realizaba en unidades familiares bajo esquemas de economía campesina, la extensión agrícola, los créditos, la tecnificación y la capacitación se orientaban mayormente a los caficultores varones representantes del grupo familiar. Esta contradicción identificó valores conservadores, patriarcales y religiosos que se ven como formas de ideologización de la familia como institución primaria de los individuos y de la vida social, más aún en contextos rurales y agrícolas, desconociendo las heterogeneidades en la conformación familiar, los cambios demográficos y los distintos arreglos que tienen lugar según diferencias de sistemas productivos.
Por su parte, Rodríguez-Giraldo (2009) advirtió que la fuerte intervención institucional ejercida por la FNC en las regiones rurales a través de asistencia técnica e inversión social también reprodujo, e incluso reforzó, asimetrías de género en las regiones productivas, dada la enorme influencia en la formación de imaginarios y prácticas locales, como el sostenimiento del modelo clásico de familia heterenormativa nuclear, con un solo jefe de familia que promueve con su lema el caficultor y su familia.
De la literatura revisada en esta línea identificamos tres grandes temáticas. La primera referida a los roles tradicionales otorgados a las mujeres en la producción con base en la división sexual del trabajo (Cardona-Torres, 2021; Pérez; Farah, 1998), y los cambios suscitados por las dinámicas económicas, sociales, culturales y políticas (Cardona-Torres, 2021; Momrak, 2021; Ramírez-Bacca, 2015) en diversos momentos históricos: durante el auge y crecimiento de la producción y el declive por el cambio en el modelo agrario y el rompimiento del pacto de cuotas.
La segunda aludió a las condiciones laborales de las escogedoras y recogedoras en el sector semindustrial de café (Ramírez-Bacca, 2019), así como a la división del trabajo por género en las que se incluyen niños, niñas, ancianos y mujeres en los diversos procesos de producción (Momrak, 2021). La tercera, emergida a partir de los años 2000, focalizó la mirada en los procesos organizativos y de asociación para favorecer el empoderamiento económico de las mujeres (Heidrich et al., 2015), mediados por el desplazamiento conceptual en la institucionalización del género como parte de las políticas de la FNC y de diversos organismos de cooperación que han impulsado investigaciones en la materia.
Producción cafetera en Ciénaga
Ciénaga, la segunda ciudad del Magdalena, es la mayor productora de café del departamento con el 58 %, seguida por Santa Marta con el 20 %, Fundación con el 16 % y Aracataca con el 6 % (Giraldo-Jaramillo et al., 2020). A su vez, es considerado el sexto municipio más grande en extensión cafetera de Colombia. De acuerdo con la Federación Nacional de Cafeteros ("Café del Magdalena", s.f.), tiene 10 440,70 hectáreas sembradas en café, todas en la Sierra Nevada de Santa Marta, concentradas en 2818 fincas de las que dependen 2693 familias. La producción promedio es de 168 904 sacos de 60 kilos de café, generando alrededor de 1 209 520 jornales directos e indirectos al año.
Según el censo de población del DANE (2018), Ciénaga tenía una población total de 120 071 habitantes, de los cuales el 50,3 % eran mujeres y 49,7 % hombres. El municipio estaba organizado en siete corregimientos: Cordobita, El Chino, La Isabel, Palmor, San Javier, San Pedro, Sevillano y Siberia, que albergaban más de 50 veredas. Contaba con un número importante de organizaciones de la sociedad civil entre las que se destacan las Juntas de Acción Comunal, las cooperativas y asociaciones de agricultores, las organizaciones étnicas (indígenas y negras), las de pescadores y las religiosas.
Conflicto armado en Ciénaga
Ciénaga ha sido un municipio con historia de conflicto político y económico desde principios del siglo XX con diversos matices y características. La masacre de las bananeras, acaecida en 1928, marcó un hito importante en la historia de las luchas laborales y por la tierra, y en esta participaron medianos y pequeños propietarios, colonos y pequeños comerciantes. Igualmente, la violencia política del país desató procesos migratorios que derivaron en la colonización de la Sierra Nevada, donde se ubican nuestros entrevistados y donde se estableció el sistema de producción cafetera que aún predomina en gran parte de la zona. Posteriormente, la bonanza marimbera y el auge de grupos armados desde los años ochenta, hicieron de esta zona un territorio de confrontación.
El Registro Único de Víctimas (RUV, 2019) de la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas (UARIV) muestra un registro de 55 476 víctimas del conflicto armado en Ciénaga a 2019, es decir, casi la mitad de la población (46 %). El hecho con más víctimas es el desplazamiento forzado con 46 091 personas (83 % del total), de las cuales 23 625 son mujeres y 22 475 son hombres. En segundo lugar, está el homicidio que representa el 12 % del total de hechos victimizantes, seguido por las amenazas, y la desaparición forzada. En quinto lugar, están los delitos contra la libertad y la integridad sexual con una mayoría abrumadora de víctimas mujeres.
En esta investigación identificamos tres fenómenos relacionados con la violencia y el conflicto armado que han sido decisivos para la región y la caficultura en Ciénaga. Primero, la bonanza marimbera que consistió en la propagación del cultivo, la cosecha y la exportación de la marihuana en la Sierra Nevada desde 1970 hasta mediados de los ochenta (Silva-Vallejo; Franco, 2019), "llegando a ocupar el 12 % del territorio de esta zona" (Viloria de la Hoz, 2005: 42-43). La irrupción de la marihuana trajo consigo la conversión masiva de cultivos tradicionales hacia los ilegales, generando escasez de alimentos y de cultivos de café, con gravísimas consecuencias para su productividad; y se estructuró una red de agentes legales e ilegales (sicarios, testaferros, lavadores de activos, políticos, jueces, policías y militares) que posibilitó el desarrollo del narcotráfico a gran escala y se adaptó a nuevos contextos de ilegalidad (Trejos-Rosero, 2017).
El segundo fenómeno correspondió al dominio territorial por parte de grupos guerrilleros y paramilitares4. De acuerdo con el Archivo de Derechos Humanos del Gobierno colombiano (Diagnóstico Departamental del Magdalena, 2019), las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia - Ejército del Pueblo (FARC-EP) buscaron controlar un corredor que une Ocaña y la región del Cata-tumbo con el norte del Cesar y el Magdalena, entre la Ciénaga Grande y la Sierra Nevada; mientras el Ejército de Liberación Nacional (ELN) concentró su accionar entre Fundación y Ciénaga. "Entre 1986 y 2000, ocurrieron 564 acciones de la guerrilla en la Sierra, 41 % correspondieron a las FARC, 39 % al ELN y 20 % al EPL y otros grupos subversivos" (Viloria de la Hoz, 2005: 47). El secuestro fue la acción más recurrente ("Los Rojas y su responsabilidad en los desplazamientos La Secreta (Magdalena)", 2013).
El tercer aspecto aludió a una serie de masacres, ejecutadas durante los años ochenta por grupos paramilitares con el apoyo del narcotráfico5, que generó olas de desplazamientos masivos6.
Entre 1999 y 2009, el Magdalena vivió múltiples conflictos por el control de la Sierra entre paramilitares, entre estos y las guerrillas, y entre las guerrillas del ELN y las FARC por el dominio de los corredores para el transporte de la droga, así como el enfrentamiento con agentes del Estado, propiciando una escalada de violencia, una gran cantidad de víctimas y afectaciones al medio ambiente. (Herrera-Rojas, 1993: 187)
Voces de las familias cafeteras. Historias del café en medio del conflicto
Mi padre se metió a la Sierra con hacha y machete de colono. Aprendió de un señor que le enseñó a amansar el monte y rapidito se metió con el café. En esa época cogía una mata, la arrancaba y la trasplantaba, y ella crecía solita. (Cecilia Gamboa, comunicación personal, 03.06. 2021)
Esta y la próxima sección dan cuenta de las versiones que las mujeres y los hombres participantes de este estudio narraron en torno a las implicaciones del conflicto armado en Ciénaga. Inicialmente, se describen algunas características sociodemográficas de los caficultores para situar su contexto de vida, y luego se muestran sus experiencias con las violencias y el conflicto armado en sus territorios.
Los datos nos permitieron plantear que volver a la zona y retomar la producción de café se explica por la necesidad que tuvieron las familias de continuar con una actividad económica heredada y en la que tenían experticia, y que les posibilitaba generar ingresos básicos para el sostén del grupo, siendo las mujeres quienes más insistieron en la posibilidad de regreso.
Pese a las dificultades del contexto, el cultivo garantizó condiciones de vida dignas como el mantenimiento de la unidad de producción; alternativas de educación para hijos e hijas; y acceso a servicios de salud y nutrición en programas gubernamentales e institucionales. Estas condiciones se potenciaron con el auge de los programas de cafés especiales y de origen, promovidos por la FNC después de los años noventa, en los que las mujeres fueron institucionalmente reconocidas e impulsadas como protagonistas de la producción del grano, creando nuevas condiciones y oportunidades de arraigo en la región.
Características sociodemográficas de los y las participantes del estudio
La mayor parte de las y los entrevistados cursó estudios de primaria y bachillerato. Las estructuras sociales y roles familiares eran de corte conservador y tradicional, en las que predominaron relaciones patriarcales. Fueron hijas(os) de colonos campesinos venidos de Santander, Norte de Santander, Atlántico y Tolima que tomaron posesión de territorios baldíos o compraron tierras a indígenas en los años cincuenta y sesenta. Aunque señalaron tener documentos que certificaban la propiedad de sus tierras (promesas de compraventa, carta-ventas), más de la mitad no poseía títulos de propiedad o escrituras que soportaran su pertenencia.
La Figura 1 muestra las zonas de producción de las familias entrevistadas, propietarias de fincas que oscilaban entre 10 y 300 hectáreas, cultivadas parcialmente con café, productos de pancoger, aguacate y frutales como mango. De las y los entrevistados dos entraron al proceso de restitución de tierras como víctimas del conflicto, y uno de ellos recibió sentencia de reconocimiento de la tierra en la zona hace cinco años, pero todavía no tenía la titularidad.
Tradición cafetera: legado familiar
El café es producto de su trabajo como jornaleros y recolectores en otras fincas y haciendas de la región, de actividades y conocimientos que heredaron de tradiciones y prácticas culturales de cultivo y producción de este fruto y de otros productos agrícolas. Así lo expresaron algunas de las personas entrevistadas:
Yo llegué al café por herencia, porque mi papá era caficultor y entonces yo seguí la tradición, seguí el manejo de la finca por tradición. (Rosario Cepeda, comunicación personal, 27.11.2021)
Hace 40 años aquí no había café. Yo sembré del que me regalaban. Tengo finca con título con unas 6000 maticas y unas 42 hectáreas. En café serán una hectárea y media. Todavía me quedan unos palitos de arábico que la roya no mató. (Julio Góngora, comunicación personal, 2.06.2021)
Aunque persistían algunos cultivos tradicionales, las familias indicaron cambios en la tecnificación del café, dado que la pertenencia a la FNC, la asistencia técnica de los Comités de Cafeteros o la vinculación a cooperativas o asociaciones de cafeteros les exigió cumplir con estándares de calidad del grano, según los requerimientos del mercado internacional. En opinión de los entrevistados, dicha tecnificación tuvo ventajas y desventajas. Entre las primeras destacaron la calidad del grano, la participación en mercados internacionales y el acceso a buenos precios; entre las segundas nombraron el alto costo de insumos y la demanda de tiempo porque requería prácticas continuas de buen manejo, a las que ellos no estaban acostumbrados cuando iniciaron el cultivo, ya que, como muchos lo señalaron, la variedad de café sembrada antes del caturra7 era de mayor volumen de producción con menos exigencia de químicos o insumos en el proceso.
Por medio del Comité de Cafeteros, de los talleres y Agrafes hemos aprendido mucho. Además, ahora hay técnicas y máquinas que ayudan y facilitan el trabajo porque antes a los hombres les tocaba más pesado, a pulso. (Cecilia Gamboa, comunicación personal, 3.06.2021)
Actualmente yo tengo cuatro hectáreas con 12 y 15 000 palos. Además de la producción, nosotros [familia] hacemos transformación del grano y ahora estamos incursionando en el turismo. Estudié en el SENA para enfocarme en eso y me inscribí en la universidad para estudiar técnicas agropecuarias. (Adela López, comunicación personal, 26.11.2021)
Las responsabilidades de las mujeres con el proceso del café han variado conforme a la dinámica de la producción. Como hijas de familias cafeteras -en un contexto de auge del cultivo-, había una clara demarcación de labores: los hombres en el predio y las mujeres en la finca. Sin embargo, en las últimas tres décadas, las mujeres han jugado un papel más protagónico inducido institucionalmente, han accedido a capacitaciones referidas a las fases del cultivo, una de ellas se formó como barista, otra es gerente de la cooperativa Corum Nevada 2, y varias han aprendido sobre contabilidad para mejorar el registro de la finca. Esta visibilidad y presencia en las actividades productivas se sumó al trabajo reproductivo y de cuidados.
Mi papá contaba que estos terrenos eran solo bosques. En mi familia éramos 14 hermanos, las hermanas nos dedicábamos a cocinar y los hombres a hacer finca. (Flor Vargas, comunicación personal, 4.06.2021)
A su vez, identificamos que el relevo generacional era bajo. En familias de ocho o diez hijos e hijas, solo uno(a), máximo dos, se vincularon a la caficultura. Esto se explica, por una parte, por el deseo de los padres de no tener hijos campesinos; y por otra, por la distancia y temor de los hijos a las violencias experimentadas por sus familias.
Sumado a esto, el desarrollo del café en la zona fue tardío y aun no gozaba de reconocimiento social y político. Según los testimonios, hasta hace unas tres décadas el Magdalena no era conocido como un departamento cafetero, y los vínculos de las y los caficultores consultados con representantes o partidos políticos eran muy débiles.
La asociatividad y la búsqueda por el reconocimiento de las mujeres en la producción
La organización comunitaria ha sido definitiva para enfrentar las contingencias del clima, la economía o la violencia política, así como para el desarrollo social y el bienestar. Las crisis y movilidad que se han presentado en los precios del café, y en la actividad de la caficultura en general, han sido enfrentadas con procesos de organización. En este sentido, las Juntas de Acción Comunal han sido claves para el desarrollo y mantenimiento de infraestructura, principalmente de carreteras, acueductos y, en algunos pocos casos, de electricidad.
Cuando yo llegué hace 33 años había carretera hasta la mitad, el otro era un camino de herradura. Nadie tenía luz, todo era mechones, y el café lo sacaban en mulas. Ahora todo es diferente, cada quien tiene su planta solar y ya hay una vía para comunicarse. (Sara Patarroyo, comunicación personal, 27.11.2021)
Las asociaciones y cooperativas de cafeteros han servido para mejorar las condiciones de producción, secado, transporte, y almacenamiento del café; para proteger los precios de venta del grano y su comercialización, principalmente con clientes internacionales. Como lo mencionó uno de nuestros entrevistados, en los últimos años, la asociación les ha permitido negociar a precios justos sin necesidad de hacer avances de dinero en condiciones de desventaja que los obligaban a vender barato el grano verde a los comercializadores (José Arce, comunicación personal, 1.06.2021). Relacionado con esto, otra de las entrevistadas indicó:
Te digo que el café tiene mucho gasto y los precios no compensan el sacrificio de todo el año, entonces, nos agrupamos en la cooperativa de cafés especiales para buscar como una bonificación de los consumidores que buscan estos cafés sin químicos, entonces ellos dan unas primas8, que son las primas orgánicas que nos ayudan a arreglar la finca. (Flor Vargas, comunicación personal, 4.06.2021)
Las asociaciones también han servido para mejorar las condiciones de vida de las familias y la infraestructura en los territorios. El entrevistado Roberto Ponce (comunicación personal, 24.11.2021) afirmó que la ayuda del Estado ha sido muy precaria, y han sido los mismos campesinos quienes "a pica y pala han construido y mantenido las veredas, las vías y caminos". Al respecto afirmó: "el desarrollo de vías y acueductos ha sido resultado de nuestra propia iniciativa y del trabajo comunitario y no del apoyo de las instituciones del Estado. Pero todavía falta mucho en la vereda, principalmente la educación para los jóvenes".
La asociatividad ha contado con una excepcional participación de mujeres, ya sea como integrantes o como directivas. Esta vinculación hizo posible que ellas accedieran a capacitaciones, trabajos colectivos que potenciaron el esfuerzo mancomunado y la creencia de que la unión hace la fuerza, lo que contribuyó a restaurar el tejido social y comunitario. Entre las asociaciones se cuentan la Asociación de Agricultores de la Sierra Nevada, Ciénaga (AGROSEC), fundada formalmente en 2011, y con más de 120 productores; y la Cooperativa de Cafés Especiales Sierra Nevada Coocafé, dedicada a la producción de café orgánico, con 38 asociados de los cuales diez son mujeres.
Los corregimientos La Siberia, San Javier y Palmora fueron los primeros productores de café en Ciénaga, con la marca QUALID -palabra wayú que significa vida sana-. Así relataron dos lideresas de la zona sus experiencias asociativas:
Hago parte de la cooperativa de café para una mejor calidad de vida, la Federación lo único que hace es dar fama al café de Juan Valdez. Nos dan asistencia técnica y nos llevan la semilla, que no siempre es la más apropiada. (Flor Vargas, comunicación personal, 4.06.2021)
Yo comencé a hacer parte de Coocafé por el hecho de tener la finca, ya en eso estábamos buscando una forma de asociarnos y buscar un beneficio para una mejor calidad de vida, entonces nos agrupamos en la cooperativa que es de cafés especiales para buscar como una bonificación de los consumidores que buscan estos cafés. (Rosario Cepeda, comunicación personal, 27.11.2011)
Por su parte, la entrevistada Magdalena Soto (comunicación personal, 5.06.2021) se refirió a la creación de la Cooperativa Corum Nevada 21 en el año 2007, y que contaba con 64 socios, 27 de ellos mujeres. En sus palabras: "las mujeres ya eran productoras de café, lo que nosotros hemos hecho es contratar personas para capacitarlas y mejorar el café bajo certificación orgánica". Además, enfatizó en la equidad de género que favoreció los emprendimientos de las mujeres:
Trabajamos con sellos como Fair Trade for Woman haciendo capacitaciones y participaciones en ferias internacionales, dotando a los productores de tecnología. Muy jocosamente decía que lo único que me identificaba con el gremio cafetero era Conchita, la mula, a la que ponen su carga, y trabaje y trabaje y listo. Trabajo en el reconocimiento y valoración del trabajo y derechos de las mujeres, y en herramientas cuando existe violencia o maltrato. (Magdalena Soto, comunicación personal, 5.06.2021)
Respecto a la participación cada vez más destacada de las mujeres en el cultivo del café, identificamos que una de las principales razones fue la producción de cafés especiales y orgánicos. Por un lado, porque desde la declaratoria del decenio de las mujeres hubo una exigencia gubernamental, institucional y de política internacional de promover su empoderamiento económico, de ahí que los proyectos productivos contemplaran la participación de productoras; por otro, ante la escasez de mano de obra, consecuencia del éxodo de las nuevas generaciones, hombres y mujeres adultos se convirtieron en actores protagónicos al frente de la unidad familiar.
A lo anterior se sumó que, como se indicó antes, una de las estrategias de la FNC fue promover la renovación de cafetales incentivando la producción de cafés especiales bajo la gestión directa de las mujeres en las fincas, política que, en los últimos años, se acompañó con capacitaciones orientadas a potenciar la agroindustria cafetera de manera que las familias participaran de toda la cadena, generaran marcas propias según las condiciones de la zona y la variedad que cultivaban, y estuvieran en contacto directo con los compradores internacionales.
Experiencias de conflicto y violencia en Ciénaga
A continuación, presentamos una síntesis de los asuntos centrales abordados por las y los entrevistados en relación con el conflicto y la guerra en sus territorios. La estructuramos en tres apartados: el primero habla de sus orígenes y procedencias, el segundo de sus vivencias con el conflicto, y el tercero de sus experiencias de retorno.
De dónde vinieron
La mayor parte de las y los entrevistados son colonos o hijos de colonos que llegaron del interior del país huyendo de la violencia política desatada por el Bogotazo en los años cincuenta y sesenta. Por ejemplo, SS vino siguiendo a su abuela que llegó haciéndole el quite a la guerra del interior en los años cincuenta. Su abuelo le heredó el amor por el café, pero desde temprana edad conoció la violencia cuando la guerrilla llegó a su vereda y asesinó a su abuelo y a un tío. Más tarde, en el año 2000, los paramilitares asesinaron a otro de sus tíos, y su familia quedó desamparada. Esta y otras muertes generaron la salida masiva de las comunidades de su territorio.
Por su parte, los padres de Magdalena Soto vinieron del Tolima y del Cauca huyendo de La Violencia, cuando la gente se mataba por los colores. Su padre empezó de cero como jornalero y llegó a tener cinco fincas de café y una de ganado. Participó en la bonanza marimbera como trasportador con una recua de mulas y fue asesinado en 1995 junto a uno de sus hermanos. Desde entonces, ni ella ni su familia regresaron a vivir en sus fincas.
En el caso de Adela López, ella huyó junto a su madre, acusada de ser guerrillera por paramilitares. Su hermana de 15 años fue asesinada por los paramilitares porque desde muy joven se había vinculado a las FARC-EP. Al salir, dejaron abandonada una finca de 80 hectáreas.
Las experiencias de la guerra
Entre 1995 y 2005 Ciénaga vivió el período más crítico de violencia, sin embargo, las narraciones de los actores aludieron a dos hechos significativos caracterizados por los asesinatos, el reclutamiento forzado y los desplazamientos masivos9. El primero, la masacre del 12 y 13 de octubre de 1998 en la que fueron asesinados cerca de 20 campesinos, perpetrada por paramilitares del Bloque Norte de las AUC y de las Autodefensas del Palmor en las veredas La Secreta, La Unión, Parranda Seca y el Chimborazo (ver Figura 2) ( "Masacre de La Secreta y La Unión", 2019). Según un líder, esta fue liderada por Adán Rojas, alias el Negro, y tuvo como propósito obligar a los campesinos a sembrar coca.
El temor infundido a los habitantes debido a esta masacre condujo a desplazamientos masivos. Algunos vendieron sus propiedades a precios bajos o abandonaron sus fincas, y un grupo minoritario no volvió a la región. En otros casos, las familias retornaron cuando aún se mantenían los paramilitares en el lugar al no contar con condiciones adecuadas para reubicarse, y un grupo significativo tuvo que regresar como resultado de amenazas de los armados.
Según lo expresado en varias entrevistas, la presencia de las comunidades en el campo no solo beneficiaba a los grupos ilegales por los trabajos que podían demandar, es decir, la población se constituía en proveedora de bienes y servicios, sino que era estratégica para la guerra: los campesinos disuadían el accionar de actores armados como Ejército y funcionaban como escudos humanos en caso de algún enfrentamiento. Ante la presencia de estos grupos, las comunidades terminaron aceptando sus términos y reglas en medio del terror y la incertidumbre.
Otras personas, en cambio, retornaron tras verificar la salida de los grupos ilegales de sus veredas, por ejemplo, Sara Patarroyo (comunicación personal, 27.11.2021) narró que, después del desplazamiento de 1998, ella y su familia vivieron "cuatro años de penumbra. Nos fuimos por el miedo, porque decían que si uno se quedaba después venían por el resto".
El segundo evento ocurrió en el año 2000 cuando, según Arcesio Alba (comunicación personal, 23.11.2011), "volvieron los paramilitares y se hicieron al control del área, bajo sus normas y su ley". En esta época, cometieron crímenes selectivos, "esta vez iban mirando y calmadamente iban matando". "Un día cualquiera sacaron un señor que más tarde encontraron picado. Eso me llenó de nervios, llegué a mi casa, salimos con la familia, con lo que teníamos puesto para Santa Marta". El líder y su familia regresaron apenas en el 2005 a su territorio para volver a empezar de cero. "Tan de cero fue que los hijos duraron tres años sin estudiar" (Arcesio Alba, comunicación personal, 23.11.2011).
Adela López (comunicación personal, 26. 11.2021) también recordó que en el año 2001 su familia salió con lo que tenía puesto hacia Ciénaga, donde vivió con su madre y su hermana hacinadas en una pequeña casa. Temía al accionar y a las amenazas de los paramilitares, pero sobre todo al reclutamiento forzado de sus hijos. Contó que la regla era que, a una familia con tres hijos, por lo menos se le llevaban uno que fuera mayor de 14 años.
Por su parte, Rocío Claro narró que cuando los paramilitares se posiciona-ron por segunda vez dijeron que la gente podía seguir trabajando sin ningún problema, pero después de un tiempo, empezaron los crímenes selectivos y se apropiaron de las mejores fincas. Ella y su familia se quedaron durante la segunda ola paramilitar, los vigilaban todo el tiempo, ocupaban a los campesinos en trabajos como el arreglo de vías o en mandados para ellos. Muchas personas no iban a trabajar por temor y por la exigencia de documentos e información solicitados por los actores armados.
Cuando uno vive con un grupo armado, por cualquier cosa se puede perder la vida... los que nos quedamos, bajamos la guardia, nadie quería hacer nada, nadie quería sembrar café, criar una gallina, porque si tenías una gallina o un cerdo se lo llevaban, se llevaban las mulas. (Rocío Claro, comunicación personal, 25.11.2021)
La bonanza marimbera movilizó la presencia de las FARC-EP y el ELN ante los recursos que este negocio generaba. Sin embargo, ninguno de nuestros entrevistados recordó la existencia de hechos violentos en su contra o de sus familiares en este tiempo, salvo el control del territorio y de la población que estos ejercían. Julio Góngora, un líder social muy reconocido en toda la región, afirmó que "ejercer liderazgo y vivir en la zona en este tiempo era muy difícil y cruel", ya que los líderes recibían amenazas y eran asesinados y expulsados de la zona (Julio Góngora, comunicación personal, 2.06.2021).
Así pues, los líderes sociales o comunitarios se convirtieron en flancos centrales del conflicto armado, toda vez que su rol de liderazgo los colocó en una posición de representación y mediación comunitarias que los actores armados buscaron acallar. La líder social Adela López indicó que tuvo que relegar su accionar por miedo a lo sucedido con otros líderes en la zona: asesinatos, amenazas, persecuciones. Más que por ella, temía por lo que pudiera suceder a su familia, principalmente a sus hijos: "El temor me aparta de ser una represente legal o una presidenta. Yo prefiero ayudar por un ladito, tomar la presidencia o un cargo legal me da pánico" (Adela López, comunicación personal. 26.11.2021).
Según los testimonios, los desplazamientos forzados propiciaron ocupaciones y usos temporales de las tierras por parte de otros campesinos, quienes salieron de manera pacífica al regreso de los legítimos dueños. Al mismo tiempo, generaron la pérdida de lazos sociales y culturales, de parentesco y amistad; así como quiebres en la relación con la cultura del campo y con el mismo quehacer de la caficultura. En el contexto de los desplazamientos, las nuevas generaciones tuvieron que acostumbrarse a la vida urbana y afectar los vínculos con la tierra y con los conocimientos sobre las siembras, las cosechas, la producción de café y de otros productos del campo.
Los campesinos que retornaron lo hicieron porque allí tenían tierras y la posibilidad de sembrar café, que era el cultivo con mayor probabilidad de continuar a su regreso. Según Roberto Ponce, la mayoría de ellos regresó al café porque eran pequeños productores que vivían de este cultivo, pero no querían sembrar alimentos o producir bienes que les fueran robados por los actores armados porque "luego llegaban los otros y nos acusaban de auxiliadores" (Roberto Ponce, comunicación personal, 24. 11.2021).
Dejar todo, salvo el café, fue una decisión estratégica del retorno. Las familias también regresaron porque sentían que allí tenían mejores condiciones para ofrecerles a sus hijos e hijas, las cuales se vieron desmejoradas en la condición de desplazamiento, no solo por los hacinamientos con otros familiares, sino también por lo difícil de la adaptación a entornos urbanos en los que muchos no tenían experiencia. En este sentido, tanto los desplazamientos como los retornos fueron siempre de carácter familiar más que individual, toda vez que eran las familias como colectivo social y unidad económica las que afrontaron las consecuencias del conflicto o de la reincorporación.
En el año 2006 retornó la mayoría de la población desplazada a la vereda La Secreta, después de la desmovilización del Frente Resistencia Tayrona de las AUC. Con este hecho, inició un importante proceso de restitución de tierras en el que la Unidad de Restitución de Tierras tuvo en su poder unas 100 solicitudes de familias que tuvieron que abandonar 2608 hectáreas ( "Los Rojas y su responsabilidad en el desplazamiento de La Secreta (Magdalena)", 2013).
Los retornos
Aunque los tiempos de destierro de los campesinos fueron muy variados y obedecieron a diversas circunstancias, en las experiencias que conocimos estos oscilaron entre uno y diez años. Volver a la tierra va más allá de retornar a un espacio físico, ya que representa el regreso a un escenario simbólico, y la recuperación de una vida, como lo expresó Arcesio Alba: "Yo he perdido la finca tres veces y la he sacado adelante las tres veces" (comunicación personal, 23.11. 2021).
El cese o disminución de la presencia y enfrentamientos de los armados en las zonas abrió la posibilidad de retornar al territorio, motivados por continuar un legado heredado o construido en torno a la producción del café, por la posibilidad de mejorar sus condiciones económicas y porque encontraron opciones institucionales y de tejido comunitario que favorecieron la permanencia. En particular, reconocimos que las mujeres fueron motivadoras de la posibilidad de retornar por razones económicas y emocionales. En el primer caso, la tierra que había sido abandonada representó siempre una posibilidad de comienzo, de seguridad en la producción de alimentos o en la generación de ingresos -aunque fueran pocos-, que no encontraron en las zonas urbanas donde tuvieron que desplazarse. Ese vínculo con la tierra y con lo que representaba la vida rural como condición de vida digna fue motivador. En el segundo, las redes familiares y sociales que construyeron en el lugar de origen ofrecieron pertenencia, vínculo y arraigo e incentivaron el retorno, aún en medio de la adversidad.
Varios de los entrevistados mencionaron que regresaron a sus fincas y parcelas gracias a programas estatales y de ONG de asistencia a víctimas y de restitución de tierras, y de cafés especiales, en los que las mujeres cobraron un lugar importante. El entrevistado núm. 2 indicó que "gracias a la Ley 1448, Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, la gente se empoderó y retomó los cultivos de café mientras iban retornando poco a poco" (Fidela Rueda, comunicación personal, 02.06.2021). Muchos de nuestros entrevistados estaban en el RUV, varios de ellos recibieron apoyos y subsidios cuando se encontraban en situación de desplazamiento, y algunos eran sujetos de restitución de tierras.
Tras la firma del Acuerdo de Paz entre el Gobierno nacional y las FARC-EP, existe la percepción de que la seguridad y el orden público han mejorado; no obstante, hay informaciones que indican que, efectivamente, las organizaciones paramilitares y las bandas emergentes y bandas criminales (Bacrim) están de nuevo en los territorios.
No me importa lo sucedido porque ya lo vivimos, y si vuelven, ellos son los que mandan. Ahora todo está sano. Hay organización que no permite que se lleven a los jóvenes. Ahora usted sale y se mueve sin miedo. (Fidela Rueda, comunicación personal, 2.06.2021)
Al respecto, Roberto Ponce añadió: "Últimamente está más tranquilo, y por ahí patrulla el Ejército. Dicen que hay otros armados, pero nadie se ha metido con nosotros" (comunicación personal, 24.11.2021).
Un triste ejemplo del resurgir de grupos armados y de la violencia en la región es que, mientras escribíamos este artículo, supimos del asesinato de uno de los hijos del líder de Ciénaga, Silver Polo, quien contribuyó inmensamente a esta investigación. Información periodística caracterizó el hecho como parte de las amenazas a Polo en medio de una batalla por el territorio entre las Autodefensas Gaitanistas, conocidas como El Clan del Golfo, y las Autodefensas Conquistadores de la Sierra Nevada, antes llamadas Los Pachencas ( "Asesinan a hijo del líder social en Ciénaga", 2022; "Masacre de la secreta, moliendo café después de la guerra", 2019).
Discusión
En consonancia con el argumento de Muñoz-Mora (2010) sobre el deterioro social sistemático vivido por los pequeños campesinos cafeteros a causa del conflicto armado, los testimonios de los entrevistados ratificaron los vínculos entre el desarrollo de la caficultura en Ciénaga con la violencia política y social que impactó los procesos de producción, el desarrollo social e institucional del territorio, la capacidad organizativa de las familias productoras y la participación y libertades de las mujeres y actores vulnerables como niños, niñas y jóvenes.
Diferente a lo sucedido en otros tiempos y lugares, la colonización y posesión de tierras en la zona de estudio no estuvo entre los objetivos de guerrillas, paramilitares o narcotraficantes, debido a que se trataba de tierras baldías que estaban fuera de la cobertura e interés del Estado, o sus recursos y poblaciones no ofrecían rentas ni capitales económicos y políticos significativos. Además, aunque el área estaba ubicada en un corredor estratégico, para ellos constituyó un lugar de paso, principalmente. Las tierras tampoco fueron del interés de terratenientes, quienes concentraron sus actividades económicas en las zonas planas de mayor rentabilidad e influencia política.
El desarrollo del café en este territorio tuvo dos períodos críticos. El primero caracterizado por la irrupción de la marihuana como cultivo comercial en la Sierra Nevada que, como explicó Viloria de la Hoz (2005), encareció la mano de obra y el transporte, implicó la sustitución y abandono de cafetales, y trajo altos índices de inseguridad en toda la región. El segundo, enmarcado en las disputas por el dominio territorial entre grupos guerrilleros y paramilitares, que no solo estuvo acompañado de la afectación a la institucionalidad cafetera y de hechos criminales y violaciones a los derechos humanos de las familias caficultoras, sino que influyó en la caída de la producción y precios del café, y en la sustitución de cultivos a otros ilegales como la coca.
Coincidente con los hallazgos de Botero-Piedrahita (2014) e Ibáñez-Londoño et al. (2013), el conflicto armado y sus afectaciones se incrementaron de forma progresiva en la zona de estudio desde los años noventa con desplazamientos masivos de alto impacto. Sin embargo, contrario a la relación que mostraron los autores entre conflicto y sustitución o incremento de cultivos ilícitos, en esta zona los cafeteros se vincularon débilmente a la bonanza marimbera y se resistieron a sembrar coca. Esto los ayudó a mantener distancia con el conflicto y sus actores; conservar el territorio como zona de paso para estos; y proteger el medio ambiente.
Aunque los campesinos de la zona, como lo sugirieron Arias et al. (2014), terminaron aprendiendo a producir y vivir en medio del conflicto, la presencia de grupos armados en el territorio, junto al terror que la caracterizó, implicó afectaciones de diverso orden: fragmentación de lazos familiares y comunitarios, subutilización de la tierra, disminución de la producción y abandono de los lugares de residencia, y barreras para la transmisión de conocimientos y legados relacionados con la cultura cafetera y campesina.
El carácter familiar y de pequeños productores de los cafeteros participantes de esta investigación fue una de las razones para huir de la guerra, lo que produjo despoblamientos temporales y cese de las actividades agrarias por cinco o seis años, en promedio, y obligó a los mismos actores armados a presionar el retorno para reactivar la producción. Aún bajo presión y amenaza, muchas familias retornaron al no disponer de más recursos, activos económicos y, especialmente, para continuar el legado y la tradición familiar que les otorgaba una identidad como cafeteros y agentes económicos.
Ciénaga representa uno de los bastiones de la economía agropecuaria de la región. Que institucional y socialmente se haya permitido un tragedia humanitaria y económica de las proporciones que sucedió expresa la expansión y dominio de los grupos armados, con la aquiescencia implícita y explícita de las instituciones y elites locales que consintieron el control y manejo de la seguridad y la economía, así como de las relaciones sociales, la política y la cultura.
Pese a ello, los cafeteros y las cafeteras participantes de esta investigación generaron procesos de organización y asociatividad que les posibilitaron auto-gestionar financiera y económicamente su producción de café, favoreciendo un acercamiento institucional sin afectar la autonomía de las familias caficultoras ni su capacidad para navegar con la presencia de actores armados y con el conflicto.
Igualmente, la asociatividad representó una posibilidad de sobrevivencia económica y social, por cuanto colectivamente pudieron resistir los embates del conflicto y gestionar como colectividad mejores precios en el mercado nacional e internacional, acceder a oportunidades de mejora, y potenciarse como productores cafeteros y como pobladores rurales en zonas de alta vulnerabilidad social. Así pues, las organizaciones y las asociaciones, además de ser estratégicas para el desarrollo local y para el cultivo, producción, comercialización y transformación del café, representaron oportunidades de capacitación, participación económica, generación de ingresos y de liderazgo y reconocimiento para las mujeres. Esto resulta diferente a los resultados de otros estudios (Dube; Vargas, 2006; Muñoz-Mora, 2010; Rettberg, 2010) que mostraron una fuerte dependencia a organismos gubernamentales o institucionales y la vulnerabilidad de los productores ante las crisis del café.
En este caso, la fragilidad institucional se tradujo en la construcción de relaciones autónomas con comercializadores y compradores internacionales que tenían sus propios programas de capacitación y transferencia tecnológica, así como perspectivas de desarrollo y de trabajo social y comunitario en las que el empoderamiento de las mujeres tenía un lugar protagónico, por una parte, por la emergencia de programas y políticas que concentraron la atención en reivindicar el rol productivo que habían cumplido históricamente; por otra, porque fueron ellas quienes enfrentaron buena parte de las crisis económicas derivadas del modelo de desarrollo y de la caficultura -fenómeno conocido como la feminización de la pobreza-, jugando un papel protagónico en la reconstrucción del tejido social durante y posterior a los hechos de conflicto.
Adicionalmente, el análisis entre conflicto armado y caficultura debe considerar el carácter familiar y familista10 de la producción cafetera. Más allá de las diferencias en sistemas productivos, geográficas, variedad o calidad del grano, el común denominador en torno al café es que depende de una producción familiar; de ahí que las afectaciones del conflicto recayeron sobre los grupos familiares y gran parte de las motivaciones para abandonar las tierras o declinar la producción fue garantizar su seguridad.
De manera análoga, las razones para el retorno respondieron a la necesidad de procurar condiciones de vida dignas para el conjunto de los miembros de las familias o para mantener sus historias que daban sentido de vida. Más allá de los avances teóricos y prácticos de la incorporación del género en el desarrollo, y el aumento de políticas orientadas a las mujeres campesinas, cafeteras y rurales, ellas desplegaron una capacidad de agencia que les permitió actuar con mayor protagonismo en ámbitos comunitarios, públicos y colectivos. Concretamente, los cafés especiales y los procesos agroindustriales del café fueron lugares de participación ocupados por las mujeres en los últimos tiempos, impulsados institucionalmente y bajo el fortalecimiento de formas asociativas que abrieron oportunidades políticas y económicas para ellas y sus familias.
Conclusiones
Acorde con la perspectiva epistémica de reconocer la agencia de las familias caficultoras aún en contextos de violencia y conflicto, los hallazgos dan cuenta de algunas estrategias, prácticas y resistencia económica y política.
En primer lugar, el título del artículo: volver a empezar, mencionado por los participantes del estudio, es signo de adaptabilidad, resistencia, cambio y agencia. El permanente volver a empezar es producto de procesos que intercalan las adversidades económicas y climáticas con la presencia de economías y el accionar de actores criminales y de agentes armados vinculados a actividades ilegales y al conflicto armado. Las caídas e inicios desde cero de las familias entrevistadas incluyen diferentes crisis cafeteras como las consecuencias generadas por el tránsito hacia los cultivos de marihuana a finales de los años setenta e inicios de los ochenta, así como las sufridas en los años ochenta con el ataque de la roya, o la enfrentada a finales de los noventa, producto de la ruptura del pacto mundial del café; o las pérdidas de fincas resultado de incendios forestales y sequías, comunes en la zona. Ni qué decir de las consecuencias de las amenazas, asesinatos, masacres y desplazamientos generados por el accionar de guerrilleros, paramilitares, narcotraficantes y crimen organizado, que causaron en el territorio los mayores impactos humanos, económicos y sociales entre 1995 y 2005.
En segundo lugar, si bien, como en otras regiones cafeteras del país, el deterioro del mercado internacional y el desplazamiento forzado afectaron la producción de café, es claro que las estrategias para menguar dichos efectos en Ciénaga fueron agenciadas directamente por las familias productoras ante la debilidad de la presencia institucional y gubernamental. Tal agenciamiento tiene un doble carácter, al mismo tiempo que obligó a los productores a desplegar procesos organizativos que dinamizaran la producción y comercialización del grano, ellos estuvieron más expuestos a enfrentar los embates de los grupos armados en la disputa político-territorial. A su vez, los procesos de asociación y organización constituyeron una oportunidad para resituar la participación de las mujeres en la producción de café y potenciar sus capacidades y empoderamiento al ofrecerles capacitación, formación, opciones de crédito y apoyo económico en la línea de cafés especiales y de transformación del grano, lo que jalonó de manera diferenciada los procesos de retorno a las zonas.
En cuanto a la violación de derechos humanos acaecida en los momentos más críticos de la guerra en Ciénaga (1995 y 2005), es evidente que este fenómeno contribuyó a fortalecer los intereses económicos y políticos prevalentes en la región al mantener la condición de pequeños caficultores familiares como aspecto funcional para los diversos agentes de poder; posibilitar el aumento de los cultivos de exportación a gran escala (banano, palma y ganadería) sin mayores resistencias; y sostener la estructura clientelar y de dominio de unas pocas familias vinculadas con la economía local, legal e ilegal, mientras que las familias caficultoras se convirtieron en cuidadoras del agua, proveedores de alimentos y protectoras del medio ambiente.
Adicionalmente, el trabajo con fuentes primarias y secundarias nos permitió elaborar un mapa de indagación de las afectaciones y formas de victimización sufridas por los caficultores categorizadas en cuatro grupos que, por supuesto, tienen múltiples intersecciones y fronteras porosas (ver Anexo 1): (1) sociales, políticas y culturales, que incluye aspectos como la credibilidad y confianza en las instituciones o en la reputación y el buen nombre; (2) económicas, que contempla asuntos como la producción familiar de economía campesina en ambientes de incertidumbre, o el deterioro de mercados locales; (3) a la vida y la seguridad, que reconoce ítems como despojo, usurpación de tierras y propiedades, y flujos familiares de desplazamientos forzados; y (4) enfrentamiento y resistencia a la guerra y sus actores, que se relaciona con el papel activo de las familias y las mujeres en la reconstrucción del tejido social, la acción colectiva y la movilización social.
Finalmente, es importante mencionar que este estudio debe ser leído con cautela, pues hace parte de un ejercicio parcial de una investigación que busca comparar los impactos del conflicto en regiones cafeteras bajo formas de producción campesina o empresarial, ampliando la mirada a la participación de las mujeres y la importancia de la economía familiar, y la incidencia de los actores locales en el desarrollo local y de la caficultura, por lo que recoge narrativas y voces poco consultadas. En este sentido, se requiere profundizar y ampliar los testimonios para favorecer la triangulación de relatos y fuentes secundarias, y poner a dialogar la literatura local de este estudio con casos de otras regiones y territorios.