1. Introducción
Este estudio analiza el contexto socioeconómico y las dinámicas culturales del obispado de Concepción entre 1550 y 1650. La identificación de las fuentes se realizó mediante una exhaustiva revisión de archivos en el Portal de Archivos Españoles (PARES), el Archivo Nacional Histórico de Chile (fondos Real Audiencia, jesuitas y Capitanía General) y el archivo de la Biblioteca de la Universidad de Concepción (fondo Hospital).
Los molinos harineros en América colonial constituyen un tema de creciente interés para la literatura especializada. La academia ha demostrado la fecundidad del estudio de este equipamiento y sus implicancias económicas, políticas, sociales y culturales en México1, Brasil2, el Nuevo Reino de Granada3, Perú4, Chile5, Charcas y Río de la Plata6, entre otras regiones. En estos trabajos se demuestra que los molinos tuvieron un papel fundamental en el abastecimiento de las ciudades al permitir reproducir una parte esencial de la dieta mediterránea, base de la alimentación española, en los territorios conquistados, en especial el trigo7. También contribuyeron a incrementar el prestigio social de las familias privilegiadas beneficiadas con la concesión de ingenios, como se ha observado en los dos mayores polos molineros de Sudamérica, Brasil (productora de azúcar para exportación)8 y Charcas (productora de trigo para el mercado de Potosí)9, de los conventos y monasterios asociados a las órdenes religiosas; que mantenían la tenencia de estos artefactos y el monopolio de las moliendas. Además, estas instalaciones contribuyeron a dinamizar las relaciones sociales, los mecanismos políticos de regulación de intereses y los debates judiciales para resolver conflictos. Así mismo, contribuyeron a fortalecer la actividad agrícola de la zona, proceso en el cual los conquistadores españoles pudieron incorporar satisfactoriamente a los pueblos originarios, que ya tenían antecedentes de cultura del agro10. La literatura especializada tiende a evidenciar transformaciones notables del paisaje local en aquellas localidades donde los molinos harineros marcaban el territorio, modificando el espacio en armonía con las necesidades humanas hasta la creación de un paisaje cultural característico11.
A partir de estos antecedentes, es posible observar que el establecimiento de las primeras actividades molineras revela aspectos fundamentales de la vida económica colonial, ya que su instalación estuvo condicionada por los intereses de la Corona española y sus planificaciones institucionales, siendo más común su presencia en las capitales, como Santiago y Lima, y en zonas económicamente estratégicas, como Charcas12. En este sentido, el estudio de los molinos en una zona limítrofe, como lo fue la frontera sur del imperio español en su primer siglo, presenta un caso de estudio diferente a los previamente abordados. Se puede considerar que, a diferencia de los grandes polos molineros de Sudamérica, en Concepción la importante cantidad de molinos hallados no se instaló para responder a una creciente demanda interna, al contrario, surgió por el impulso de satisfacer la demanda externa del ejército, en otras palabras, los molinos no surgieron como efecto del enriquecimiento local de la población, sino que fueron causa de enriquecimiento. La particular complejidad de la frontera hispano-mapuche representaba un espacio diferente, en el cual la propia dinámica de la guerra y el conflicto, podían alterar el comportamiento de los actores y con ellos, el sentido y función de estos molinos.
2. Antecedentes del obispado de Concepción
En el siglo XVII este territorio se limitó hasta el río Biobío y comprendía cinco corregimientos: Concepción, Chillán, Itata, Puchacay y Rere13 (ver imagen 1). Por tal razón, el concepto más preciso para delimitar este territorio era el Obispado de Imperial/Concepción14. Dentro de este espacio, el principal centro político era la ciudad de Concepción, fundada en 1550. Le seguía en importancia Chillán, fundada en 1580, con la expresa misión de «asegurar el camino real de Santiago» a las ciudades del sur15. Este obispado alcanzó cierta preeminencia en el siglo XVI; el gobernador Pedro de Valdivia asentó allí su residencia y planificó convertirlo en capital política del Reino de Chile. Las autoridades españolas acompañaron las apreciaciones positivas de esta área, e instalaron allí la primera Real Audiencia de Chile en 156716, idea que los gobernadores estuviesen cerca de donde ocurren los enfrentamientos militares17.
Fuente: Ignacio Chuecas, Dueños de la frontera: terratenientes y sociedad colonial en la periferia chilena Isla de la Laja, 1670 1845 (Santiago de Chile, Biblioteca Nacional, 2018), 42.
Junto con sus pretensiones de liderazgo político-institucional, esta región se distinguió por su carácter de frontera militar, signada por la constante lucha entre los conquistadores españoles y los pueblos indígenas (mapuche). En este plano, el imperio español desempeñó dos estrategias paralelas, una centrada en la acción militar, y otra por la atracción e integración con redes comerciales y demás ventajas. Estas particularidades, tanto de la vida de frontera como del apoyo permanente de la Corona para mantener el levantamiento de molinos, hacen del Obispado de Concepción un caso de estudio valioso, ya que los fundamentos que dinamizan su desarrollo no fueron ni la riqueza minera, ni la alta concentración de población, como en los otros polos molineros estudiados en Charcas18, Lima19 y Santiago (por lo que es necesario comparar este caso con los abordados por la literatura para evaluar procesos comunes y disímiles).
Las tensiones fronterizas afectaron el desarrollo del proceso colonizador, que se vio perjudicado por una crónica inestabilidad. Sus instituciones y asentamientos estuvieron frecuentemente amenazados por la resistencia indígena. Las principales ciudades que en diversas ocasiones sufrieron ataques y, en algunos casos, fueron destruidas (Concepción: 1554 y 1557; Chillán: 1599). En el caso de Concepción sus pobladores «huyeron a refugiarse en Santiago en los últimos días del mes de febrero de 1554, formando una columna de personas que marchaban de a pie y otros de a caballo, mientras que las mujeres, niños y ancianos abordaron dos barcos surtos en la bahía»20. Esta inestabilidad llevó a las autoridades a suprimir la Real Audiencia de Concepción (1574). La crisis alcanzó su máxima expresión con el alzamiento general de los indígenas, lo cual llevó a la destrucción de seis ciudades entre 1599 y 1602. Estos ataques alcanzaron tal magnitud que la ciudad de Concepción fue casi despoblada, según el testimonio del maestre de campo Fernando Cea, afirmó que tierras cercanas al río Andalién, a tan solo media legua de la ciudad, fueron abandonadas por el levantamiento21. La recuperación de estas fundaciones dependió de la situación económica-bélica; Chillán y Concepción fueron levantadas de manera inmediata, pero otras demandaron un largo tiempo, incluso hasta el final del periodo colonial.
El proceso de reconstrucción de estos ataques fue lento, difícil y requirió una coordinación importante de las autoridades para recuperar el proceso productivo, sobre todo considerando la necesidad de alimentar un ejército de ocupación, teniendo los soldados que moler el trigo que se les daba en los cuarteles con la fuerza de sus brazos, en unas piedras, a falta de molinos22.
La respuesta del imperio español a la resistencia indígena fue la creación del ejército de Arauco, bajo la administración del gobernador Alonso de Rivera, con 2000 plazas, sostenido financieramente desde la capital del Virreinato a través del Real Situado23. Se generó así un heterogéneo polo militar, uno de los más importantes de América colonial, lo cual desencadenó en una nueva dinámica socioeconómica24. La presencia de un contingente tan nutrido significó un importante mercado que demandaba constantemente alimentos, vestimenta, equipamiento y demás insumos. Parte de este, se emitía desde el Perú, pero los alimentos frescos debían proveerse desde la misma región, sobre todo vino, harina y carne. Se generó así una fuerte demanda que contribuyó a estimular la producción de las haciendas del obispado de Concepción25. Como nunca, el molino pasó a ocupar un papel central para las autoridades de la Corona. Tanto así que se construyeron molinos dentro de los fuertes de la ciudad o en sus cercanías26, no solo para poder abastecer de manera rápida a los militares, también para resguardarlo de los ataques, según el parlamento de Santiago, los molinos en los fuertes estarían más seguros27.
La documentación de la época incluye recurrentes referencias y menciones a los daños causados a los molinos por los indígenas y los esfuerzos de las autoridades por reconstruirlos28. Por tal razón, el establecer molinos cerca de los fuertes, aseguró la producción de harina y por ende, de pan29. La imagen 2 muestra de manera visual la ubicación estratégica de los molinos en las cercanías de los fuertes.
Fuente: PARES, España, Planta de la nueva Población de Angol, Archivo General de Indias (AGI), Angol, Chile, MP-PERU_CHILE,175, año 1637.
Los molinos del obispado de Concepción tuvieron un fuerte valor simbólico, como referentes de la resistencia tanto para los hispano-criollos como para los indígenas. En efecto, los mapuches rebeldes, que nunca aceptaron la presencia española, encontraron en los molinos un objetivo militar. Allí dirigían sus acciones violentas con particular empeño, tal como se verificó en Concepción. En febrero y marzo de 1564, la ciudad fue sitiada por entre 10.000 y 20.000 indígenas31. Luego regresaron en la primavera de 1564, atacando nuevamente por sorpresa la capital del sur, como estrategia incendiaron y destruyeron el molino de don Hernán Páez32. Con esas llamas, los mapuches trataban de asestar un golpe significativo al proyecto español de conquista territorial. Otros molinos también se vieron afectados en este mismo ataque, el cual fue perpetrado estratégicamente en las inmediaciones de los ríos Itata y Andalién33.
Para la población hispano-criolla, los molinos también representaban relevancia estratégica. Por este motivo, se convirtieron en espacio de resistencia y lucha. En algunas oportunidades, ante los ataques indígenas, los vecinos se atrincheraron en sus inmediaciones, como lugar emblemático donde batirse, el todo por el todo, en señal de resistencia. Por eso se levantaron fortificaciones en torno a ellos, como sucedió en Andalién, en la hacienda Conuco y en el molino del Ciego.
3. Los molinos y sus emplazamientos
La centralidad que tenían los molinos en el obispado de Concepción se estableció desde que, en 1550, el gobernador Pedro de Valdivia fundó la ciudad de Concepción en el valle de Penco. Eligió el sitio para la ciudad por su cercanía a la bahía y el fácil acceso al agua por los esteros de Penco, Landa y Merced, que regaban el valle desde las quebradas colindantes. Dentro de las asignaciones que se entregaron a los primeros pobladores estaban los títulos para la construcción de heridos para molinos hidráulicos harineros34. Las crónicas mencionan que uno de los primeros conquistadores, Hernán Páez, construyó el primer molino hidráulico de la ciudad de Concepción en la ribera del estero de Penco, en la parte más periférica de la ciudad. Su molino, reconstruido en varias ocasiones, era un punto estratégico dentro de las defensas de la ciudad y el lugar de varias batallas entre los españoles y los guerreros mapuche35. A este se sumaron más tarde, otros siete molinos hidráulicos construidos o aprobados durante el siglo XVI, tanto en la ciudad de Concepción como en el interior de la región.
La mayoría de los molinos de la ciudad de Concepción se encontraban en la ribera del estero de Penco, cuyo flujo constante de agua pasaba por el medio de la ciudad. Junto con el molino de Hernán Páez, hubo un segundo molino que pertenecía al gobernador Pedro de Valdivia. Probablemente, después de su muerte (25-12-1553), este molino fue destruido con la quema de la ciudad. El 9 de julio 1562 fueron rematadas sus piezas y el terreno en 160 pesos de oro al mercader Antonio de Salazar, quien tomó posesión y lo puso en funcionamiento36. Ambos molinos se encontraban en la misma sección del estero de Penco y probablemente compartieron la misma acequia.
Junto con estos dos molinos se ha documentado la existencia temprana en el mismo sector de al menos dos molinos adicionales. Por ejemplo, en 1601 el licenciado Melchor Calderón, quien vivía en Concepción desde 1558, vendió un solar al capitán Jerónimo Benavides, situado junto al estero que viene de «los molinos de Hernán Páez». Este detalle inclina a pensar que al final del siglo XVI, la familia Páez operaba mínimo dos molinos37. También se hace mención del molino que pertenecía al convento de Nuestra Señora de la Merced, cuyo claustro y chacra colindaban con los otros molinos ya mencionados. No hay registro sobre la construcción de éste, sin embargo, la existencia del convento colindante al sitio de su molino desde la fundación de la ciudad indica que databa del siglo XVI.
Bajo los cuatro anteriores se instaló el quinto molino, propiedad de Antonio Fernández (o Hernández). Este utilizó como fuerza motriz las aguas del estero de la Merced que caían desde una quebrada cercana hasta juntarse con el estero de Penco, fuera de los muros del convento. Fernández pidió el título del herido y permiso para la construcción del molino, en 1599, a los gobernadores interinos Pedro Vizcarra y Francisco Quiñones. La documentación indica que entonces se extendieron dos permisos de construcción de molinos, uno a Antonio Fernández y otro al alcalde Sebastián Espinoza. En 1609 el cabildo de Concepción confirmó ambos títulos y exhortó a apresurar la construcción de los molinos que se había estancado por el alzamiento indígena38. (Ver imagen 3)
Fuente: tomado de Frezier, Amedée François. Relation du voyage de la mer du sud aux cotes du Chily et du Perou [recurso electrónico] : fait pendant les années 1712, 1713 & 1714: dediée á S.A.R. monseigneur Le Duc D'Orleans, regent du Royaume. Paris: Chez Jean-Geoffrey Nyon, 1716, 48 v.
Al otro lado de Concepción entraba el estero de Landa, que bajaba por una ciénaga hasta llegar a la ciudad por detrás de la catedral. El cabildo canalizó este estero para traer agua a la plaza mayor. En 1583 el capitán Francisco Ortiz de Atenas presentó un memorial a las autoridades locales indicando que el difunto gobernador Francisco de Villagra había dado a su padre, el licenciado Alonso de Ortiz, una chacra fuera de la ciudad y una licencia para la construcción de un molino en este lugar. En su memorial se lee:
[…] y juntamente del dicho gobernador en el mismo título le hizo merced al dicho mi padre de un sitio de molino y otro para un batan en un río que corre por la quebrada y chacra de Antón Ximénez de Retendo en el cual dicho rio se pretende cercar para traer hasta dicha ciudad los cuales sitios se le concedieron a mi padre en la parte y lugar que mejora puedan labrar y edificar por donde del presente corre o se sacare hasta la entrada del río de Andalién a de la Mar40.
La memoria que citó de su padre habló de la construcción de un batán en su chacra ubicada en la ribera del río Andalién y un molino (por construir). En 1582 el cabildo ratificó la merced anterior y entregó nuevas instrucciones. En parte decían:
[…] atento que al agua que viene por la chacra de Lope de Landa que es la que se ha de traer a la plaza está tomada antiguamente para propios de esta ciudad que el dicho Francisco Ortiz señala luego sitio donde ha de hacer el dicho molino y que por donde se echaría la madre hagara traese a obligado asimismo a señalar el sitio en la dicha madre y que en una parte ven la otra lo comience a edificar dentro de un año y que lo de acabado dentro del otro41.
El ámbito rural de la región de Concepción no contaba con una población relevante de españoles durante el siglo XVI. No hubo más que media docena de estancias ubicadas en la cercanía de las reducciones indígenas42. Por este motivo, durante un tiempo, no hubo incentivos para realizar inversiones tan onerosas como las que demandaba la construcción de un molino. De todos modos, a medida que el proceso colonizador se consolidaba, se generaron condiciones para el surgimiento de nuevas instalaciones, entre las cuales se destacó el «Molino del Ciego». Este era, en realidad, un conjunto de molinos agrupados en una misma propiedad que tomó el nombre del equipamiento.
Este polo molinero surgió a la vera del Camino Real que pasaba por el valle del río Andalién, en el sector conocido como «Dormida del Gobernador».
La primera estancia data de 1569, cuando el gobernador Rodrigo de Quiroga dio una merced de 250 cuadras a Luis González Gómez para poner una chacra y molino en la «Dormida del Gobernador»43. Luis murió antes de hacer funcionar su molino y al principio del siglo XVII el título llegó a manos del capitán Francisco Gonzales de Leivana. La documentación indica que Francisco era ciego, lo cual dio nombre al molino que él administraba. Al no poder trabajar el molino sin ayuda, Francisco hizo una compañía comercial con su vecino, el capitán Luis Roa. El capitán González de Leivana trajo el molino a la empresa, mientras que el capitán Roa trajo las herramientas y trabajadores. No sabemos por qué terminó la empresa, pero en 1636 el capitán Francisco González de Leivana vendió el molino al veedor general del ejército Francisco de la Fuente Villalobos, posterior a su muerte pasó a sus herederos de apellido Ulloa.
Durante el alzamiento indígena del año 1655 el molino del ciego fue utilizado como fuerte por el ejército español, cuando intentaron formar una nueva línea defensiva entre el vado del río Itata y la ciudad de Concepción en el valle de Penco. Después de la guerra la familia Roa demandó a los herederos del veedor general insistiendo que la venta del capitán González de Leivana era nula, porque no había puesto fin formalmente de la empresa que este mantenía con el capitán Luis de Roa44.
Más allá de estos molinos construidos y los aprobados para su construcción, mencionados, durante el siglo XVI, no se han hallado referencias de otros molinos en la zona; sin embargo, es probable que hayan existido molinos en las estancias de Hernando de Cabrera y Miguel Quiroz en el corregimiento de Itata; también es posible que se hayan levantado otros establecimientos molineros en la ribera del río de Chillán, lo cual daría un total de 11 o 12 molinos para el distrito que correspondía a la ciudad de Concepción durante el siglo XVI. Incluso a principios del siglo XVII seguían sumándose nuevos molinos en la línea fronteriza45. Estos molinos fueron de gran apoyo en la zona, de hecho, se cuidó la manutención de estos hasta finales del siglo, por ejemplo, Arnold Bauer menciona que, para los primeros años de la conquista de Chile, específicamente «Tres años después de la entrada de Valdivia en 1541, fueron cosechadas más de mil fanegas (76 kg cada una)»46 que fueron empleadas para la alimentación de las tropas (Ver imagen 4). En las ordenanzas del período se señalaba que: «Que tenga particular cuidado de reparar los dichos hospitales, tambo y casa de comunidad y el molino y huerta, de manera que todo ello esté siempre en pie y bien reparado»47.
El alzamiento indígena que comenzó en el año 1598 con la muerte del gobernador Martín García de Loyola y culminó con la destrucción y abandono de las ciudades del sur, dejó un obispado en ruinas48. Una de las consecuencias más graves de estos ataques fue la crisis alimentaria de la región de Concepción, no solo por la quema indiscriminada de los cultivos, también por la pérdida de los molinos, pues como se mencionó líneas atrás, en la ribera del río Andalién, Itata y Chillán estaban ubicados los principales molinos que surtieron, a estas ciudades, de la harina necesaria para el consumo. Los araucanos quemaron los molinos de las ciudades y en especial los de Chillán y los sectores rurales de la ciudad de Concepción. El Rey de España envió en 1601 a Chile como gobernador al veterano oficial de las guerras de Flandes, Alonso de Rivera, con instrucciones de lograr la paz por medio de la instalación de un nuevo ejército de 2000 soldados pagados con dinero de las minas de Potosí49.
Las huestes españolas pacificaron rápidamente las tierras al norte del río Biobío y reconstruyeron la ciudad de Chillán. Se expandió el trazado de la ciudad de Concepción, la cual quedó como la piedra angular de la defensa de las tierras españolas50. En las que se construyeron oficinas, bodegas y fortificaciones para albergar los recién llegados soldados y los materiales necesarios para su abastecimiento. «Este ejército instala sementeras reales, molinos y obrajes para dar sustento autónomo a las tropas, sin tener que recurrir a la ya mala voluntad de los vecinos de Santiago»51.
El gobernador Alonso de Rivera, instaló una línea de fuertes siguiendo el curso del río Biobío, desde Talcahuano hasta Cayugueno, en la isla de Laja. Luego construyó tres fuertes adicionales al sur del Biobío en el golfo de Arauco. Se levantaron, además, dos bases militares de grandes dimensiones, conocidas como tercios, uno a lado del cerro Colo en el golfo de Arauco y el otro en Yumbel52, en la Isla de la Laja para anclar ambos extremos de la línea defensiva53.
A pesar de las grandes inversiones en infraestructura militar y fortificaciones, la situación alimentaria del ejército era precaria. El Real Situado permitía disponer de recursos económicos para pagar los sueldos y necesidades del ejército. Pero el aparato productivo local, no tenía todavía capacidades para asegurar el abastecimiento de alimentos frescos, que permitieran abastecer diariamente la demanda de una población militar tan importante54.
Durante los primeros años, el ejército de Arauco se abasteció con trigo, harina y carne importada desde Santiago y Perú55. Los costos eran muy elevados porque, además de los fletes, debían pagarse las mermas causadas por la distancia que los alimentos debían recorrer para llegar a Concepción. En estas condiciones, la clase dirigente advirtió que la mejor solución era promover la producción local para acortar la cadena de abastecimiento, bajar los costos y mejorar su calidad. Para avanzar en esta dirección el gobernador Rivera decidió implementar un sistema de establecimientos fiscales conocidos como «estancias del Rey», «que comprendía una extensión que iba desde el Biobío por Rere hasta el Laja y el Itata. Contaba con 2000 yeguas, 17.000 vacas y 20.000 ovejas; cosechaba 2.000 fanegas de trigo y 700 de cebada y muchos otros cereales»56. En poco tiempo, estas fértiles tierras comenzaron a producir grandes cantidades de trigo.
Simultáneamente y fortaleciendo esta estrategia económica, se ordenó la construcción de molinos hidráulicos harineros. Esta idea se vio facilitada por los fondos del Real Situado. Para levantar el primero se invirtieron 3.333 pesos, en la ciudad de Concepción, Como parte del plan de abastecimiento militar el gobernador Rivera construyó molinos en la estancia de Conuco y en los fuertes de Arauco y Catiray. También mandó reconstruir un molino nuevo en Penco y uno adicional en Chillán57.
El abastecimiento de los molinos se daba con el trigo de las estancias fiscales. La primera se instaló en la isla de Santa María; la segunda en Buena Esperanza y la tercera en Conuco. La idea de las estancias fiscales era sembrar la mayor cantidad de trigo, cebada y papas posibles, para así reducir los gastos externos del ejército. Estas estancias del Rey funcionaron bien por unos 15 años, pero, después de eso la producción de trigo era por los hacendados-militares quienes también tomaron un porcentaje mayor de las labores de moler58.
Paralelamente se realizó una campaña de colonización masiva en la misma región de Concepción donde docenas de oficiales del ejército formaron estancias con la esperanza de producir cereales, carne y vino para vender al ejército. Tal es el caso de Celedonio Camus Zeballos, quien luego del alzamiento general se enriqueció gracias a que «También vendió trigo al ejército, y manejó una empresa de transporte, que llevaba el trigo que compraba el ejército a los molinos»59. En 1614, el jesuita Luis de Valdivia informó al Rey que él había fiscalizado unas 70 estancias en la región de Concepción, como visitador general del obispado.
Los tres nuevos molinos construidos por Alonso de Rivera se sumaron a los molinos anteriores, y contribuyeron a incrementar sustancialmente la capacidad de molienda regional. No obstante, la demanda superaba a la oferta, debido a los requerimientos del ejército y la creciente sociedad civil. Ello obligaba a repartir parte de las raciones en trigo sin moler, lo cual ponía a los soldados en la obligación de utilizar los tradicionales morteros manuales para poder alimentarse60. La extensión de estas prácticas no tardó en causar molestia entre las tropas, debido al fastidio que representaba la penosa tarea de moler el trigo a mano o bien, el costo que implicaba encargar ese trabajo a terceros. Las quejas de los soldados se hicieron cada vez más frecuentes. Como resultado, creció la presión para instalar nuevos molinos. Aunque es importante aclarar que durante los años de 1617-1621 la producción de trigo y de harina en la región fue poca, debido a los ataques y pérdidas de los cultivos y la quema de los molinos61.
Por ejemplo, en el año 1609 el sargento mayor Andrés Ximénez de Lorca pidió una merced de 500 cuadras cerca del fuerte de Talcamávida en el asiento de Atueco. Unos años después se lo vendió al comandante de este fuerte, capitán Andrés Illanes Quiroga, quien en el año 1617 pidió dos mercedes de tierras adicionales de 400 y 1000 cuadras respectivamente, para expandir sus tierras. La estancia de Atueco alcanzó una superficie de 1900 cuadras y quedó situada al lado del Camino Real que conectaba los fuertes de Talcamavida y Buena Esperanza. En ambos lugares, existían guarniciones de soldados y gran cantidad de familias de indígenas amigos, que habían emigrado allí desde sus tierras natales del sur del Biobío y que en gran manera dependían del ejército para su sustento62.
Apenas tres años después de conseguir las tierras adicionales, el capitán Andrés Illanes Quiroga se retiró del ejército y se mudó a Santiago, por lo cual el 6 de noviembre de 1620 vendió la estancia de Atueco al capitán Cristóbal Henríquez por la gran suma de 4000 pesos. La descripción de la venta incluye una viña con vasijas para 500 arrobas de vino y un molino harinero corriente y moliente. Junto con el molino existían bodegas y casas de adobe, que sirvieron para almacenar los cereales durante la producción de harina63.
El capitán Andrés Illanes Quiroga no fue el único militar que pidió tierras para la instalación de un molino en las cercanías de los fuertes fronterizos. En 1613 el intérprete general del ejército Francisco Friz puso un molino en el estero de Vinquim. El mismo año el capitán Asencio (o Jacinto) de la Vega puso uno en Copuilemo. Antes de ellos, el fraile Juan López de Fonseca puso otro en el estero de Pataguas, Francisco Galdames de la Vega en Quilacoya y Juan de Contreras en Querquilemu64.
En el Camino Real entre Concepción y el río de Itata también construyeron molinos harineros como por ejemplo el veedor general Francisco Villaseñor de la Vega en la estancia de Casablanca, Alonso de Rivera en Conuco y Miguel Quiroz en Coelemu. Finalmente, el capitán Alonso Prieto puso un molino en las afueras de la ciudad de Chillán65.
4. Tipología y tamaños
En las tipologías molineras de la España de los siglos XVI y XVII, había cuatro diferentes molinos según la fuerza de tracción y el diseño: molinos de viento (eólicos); molinos de sangre (tahonas), tirados por esclavos o animales y, molinos de agua (hidráulicos). Dentro de estos había dos modalidades: eje horizontal (aceña) y eje vertical (rodezno). En América colonial, las tahonas predominaron en el Caribe y el Río de la Plata; en las zonas cercanas a la cordillera, los más usuales fueron los molinos hidráulicos de rodezno, particularmente en Perú, Charcas, Chile y Cuyo67.
En el Cono Sur hubo intentos por instalar molinos eólicos, con poco éxito. En el Río de la Plata se realizaron algunos experimentos de carácter fugaz y escasa trascendencia. En el oeste de América del Sur, uno de los pocos lugares donde se planteó la necesidad de instalar molinos eólicos fue el obispado de Concepción, precisamente, por las tensiones generadas por la resistencia indígena. Así lo expresó el gobernador Rivera en carta al rey: «V.M. mande enviar oficiales de molinos de viento que sean muy a propósito para las fortalezas que se hubieren de hacer en la tierra de guerra, donde no hay ninguna seguridad y reparo para los molinos de agua, que de ordinario los quema el enemigo y padecen los soldados grandes trabajos de hambre»68.
La propuesta de instalar molinos eólicos no prosperó, debido a la falta de técnicos idóneos para montarlos y mantenerlos. Al no haber alternativa, el Reino de Chile se decantó por consolidar la cultura de los molinos hidráulicos de rodezno.
Los molinos de Concepción eran similares en tipología, pero variaban en sus dimensiones, equipamiento e instalaciones complementarias. Por lo general, los molinos del obispado de Concepción tenían un solo par de piedras. Esto los distinguía, por ejemplo, de los molinos de la ciudad de Lima que tenían dos juegos69 o bien los de Charcas-Cochabamba, que podían llegar a tener hasta 3 pares de piedras70. Los molinos de esta región tenían como repuesto, una tercera piedra, la voladora. Pero también hubo algunas excepciones, como en el Molino de Hernán Páez en la cuenca del estero de Penco y el molino de Conuco, en el Itata, que tenían dos juegos de piedras cada uno71. Además del sistema hídrico que incluía canales, compuertas y reservorio. Dentro de este esquema, las diferencias se establecían por la calidad de la infraestructura y equipamiento complementario.
Los mejores molinos fueron los que mandó construir don Alonso de Rivera, como el que levantó en el Penco con dinero del real situado, que según el gobernador ahorraba el ejército unos 3.333 pesos al año en costos72. Esta cifra resultaba muy elevada para la época y superaba varias veces los montos invertidos hasta entonces en los molinos de Chile. Esto incluía buenos edificios, además de la casa del molinero y una piedra voladora de repuesto. De este modo, se lograba un equipamiento capaz de asegurar un largo periodo de funcionamiento para el molino, que podía prolongarse durante buena parte del siglo. Por otro lado, las construcciones civiles no tenían tantas pretensiones, pero representaban inversiones importantes. Juan Muñoz de Ayala invirtió 1.000 pesos en la construcción de un establecimiento molinero, incluyendo la toma de agua y el sistema de canales. Este molino se asentó en terrenos que pertenecían a Juana Ramos, quien compró la propiedad en 50 pesos de oro73. Después de una esforzada labor, logró tener el molino «corriente y moliente»; sin embargo, su prosperidad despertó la codicia de los vecinos que procuraron despojarlo del molino, aunque sin éxito74.
Otra característica del sistema molinero de Concepción era su carácter fortificado. Los edificios de los molinos eran construidos mejor que las casas y bodegas comunes del campo. Por eso durante el alzamiento indígena del año 1655, donde se quemaron casi todas las haciendas entre los ríos Biobío y Maule, el gobernador Porter Casanate creó una nueva línea defensiva convirtiendo los molinos abandonados de Magdalena, Guaquegua, Conuco, Molino de Ciego, Andalién, Cruces en fuertes que utilizó el ejército hasta 1661 cuando reconstruyeron la ciudad de Chillán75.
5. Las relaciones molineras entre hacendados-militares y eclesiásticos
Los molinos del obispado de Concepción estuvieron conformados por hacendados-militares y eclesiásticos76. Estos sectores rotaron en el papel de construir, comprar, vender y gestionar los molinos, según las circunstancias de cada momento histórico.
Los actores militares fueron muy relevantes en la cultura molinera, ya que muchos veteranos de las guerras de Arauco, tras finalizar sus campañas y volver a la vida civil, elegían el molino como fuente de ingresos, ya fuera que los trabajaran ellos o que contrataran molineros. Un ejemplo, fue el caso de Fernando de Cea, propietario de un molino, heredado de su suegro Francisco Ortiz de Atenas, situado en la cuenca del Andalién, en la zona de Puchacay77, el gobernador Pedro de Valdivia y los capitanes Andrés Illanes Quiroga y Francisco Gonzales de Leivana (ya mencionados).
El papel del sector eclesiástico fue constante a lo largo de todo el siglo estudiado. En algunos casos, los religiosos impulsaron la construcción de nuevos molinos, como es el padre Luis de Valdivia (S.I.). Este sacerdote se propuso modificar la estrategia del imperio español en la frontera, para cambiar la guerra ofensiva por la paz y la integración. Para evitar la confrontación directa y la violencia, el padre Valdivia procuró construir un vínculo con los indígenas a partir del intercambio comercial y el mestizaje cultural de los parlamentos hispano-mapuche. Fue un destacado opositor a la «guerra ofensiva», a la cual proponía superar con una estrategia pacifista78. Dentro de este contexto, hacia 1615, el citado jesuita «compró una estancia donde puso 1000 ovejas y 1000 cabras, y un molino para hacer harina de trigo, a fin de alimentar con el producto de la estancia, ganado y molino, a los 8 misioneros a los cuales el erario real no pagaba renta»79. Además, los jesuitas recibieron como donaciones varios molinos en Buena Esperanza y la hacienda en Magdalena80. Otros impulsores de esta modalidad fueron el convento de la Merced, quienes adquirieron un molino en 1550 en el valle de Penco81. Y en el año de 1614 el convento de Santo Domingo adquirió uno en Chillán82. Esta estrategia apuntaba a atraer a los pueblos originarios al sistema económico español ofreciendo ventajas y mejorías en su calidad de vida, que compensara de alguna manera, la pérdida de independencia. En cierta forma, el plan del padre Valdivia era utilizar los molinos como estrategia de integración. Una de estas estrategias de acercar más a los mapuches a la cultura hispana se dio en 1612, cuando se les pagaba a los indios amigos de la frontera por sus trabajos con productos de la dieta española, así se les entregaba «un celemín de trigo» y un poco de carne83.
Los mapuches contaban con una dieta originaria, relacionada con la abundante caza y recolección, además de la pesca en la costa de la Araucanía. Debemos mencionar además «'el pewen' (araucaria araucana) cuyos frutos constituyeron el principal alimento de los habitantes de las faldas cordilleranas o inapire mapu»84. Durante el siglo XVI, se introdujeron cultivos foráneos por parte de los españoles «tales como el trigo, la cebada europea, el manzano y la vid»85. Cien años más tarde, estos productos eran parte de la dieta indígena, siendo los víveres principales que se compraban para la ceremonia de parlamentos, reuniones oficiales entre españoles e indígenas que comenzaron a realizarse desde el siglo XVII y se extendieron durante el XVIII y XIX, cuyo artífice fue el padre Valdivia86.
Junto con el sentido pacifista intentado por el padre Valdivia, otros actores del sector eclesiástico se interesaron por los molinos, tal como ocurría en Santiago, Lima y otras ciudades del imperio español. En el obispado de Concepción, los religiosos se interesaron por adquirir, operar y conservar molinos dentro de sus propiedades. En Chillán, el convento de San Francisco compró el molino que había construido don Alonso de Rivera y lo mantuvo funcionando durante buena parte del siglo. Una crónica de 1662 menciona los conventos de San Francisco donde funcionaban «los hornos de cocer pan así para los vecinos como para la gente de guerra»; «y asimismo estaban dispuestos los materiales, casa y agua del molino antiguo»87. Por su parte, la Compañía de Jesús adquirió en 1670 uno de los molinos que había levantado el gobernador Rivera en Penco88.
Los molinos de la frontera sur del reino de Chile contribuyeron así a la construcción y renovación de vínculos entre el mundo hispano criollo y el mundo indígena, fortaleciendo el objetivo del padre Luis de Valdivia, cuyo molino también cumplía estas tareas.
Conclusiones
Si bien el molino significó, inicialmente, una herramienta normal para el abasto de las ciudades de los reinos españoles, en el marco de la agitada frontera sur del imperio español, su instalación dentro del obispado de Concepción tuvo otras connotaciones, asumiendo un papel central en el proceso de conquista militar y cultural del territorio, así como en la integración social y el mestizaje.
Tal como ocurría en Lima, Santiago, Cochabamba y Chuquisaca, los molinos de Concepción contribuyeron a la cadena de abastecimiento para la población local, facilitando la molienda del trigo y la disponibilidad de la harina para el pan, componente central de la dieta mediterránea a la cual estaban acostumbrados los españoles. Paradójicamente, a diferencia de otros territorios como el Nuevo Reino de Granada y Charcas, donde los indígenas mantuvieron el patrón alimentario centrado principalmente en maíz, en la frontera de Chile adoptaron el trigo como alimento principal, asimilando el cambio cultural que contribuyó a fortalecer la relevancia, el prestigio y la apreciación de los molinos. Estos pasaron a ser percibidos como patrimonio común, transversal a españoles, indígenas y mestizos.
También se verificaron en esta región los patrones comunes a otros territorios, donde el molino servía para consolidar el prestigio social de las familias privilegiadas, y para acentuar el ascendiente de los militares y los religiosos, convirtiéndose de esta forma en un nuevo foco económico productivo en la zona. Los jesuitas de Concepción y los franciscanos de Chillán fueron actores relevantes de este proceso porque ellos eran dueños de molinos y por sus actividades económicas. En estos aspectos, los molinos de la región de Concepción fueron relativamente similares, en sus funciones y sentidos, a los del resto del imperio español. Pero junto con esos elementos, los molinos de Concepción tuvieron características diferenciadas, propias de una zona de frontera signada por la vigorosa resistencia indígena y uno de los principales ejércitos del imperio español en América. Esta diferencia se notaba tanto en el paisaje como en el sentido de los molinos para la comunidad.
El conflicto militar y las interacciones generadas por este afectó la relación de los molinos de Concepción con su medio social, yendo más allá de la utilidad productiva, propia de este artefacto tecnológico, convirtiéndolo en un espacio de resistencia e integración. Estos fueron lugares de lucha entre conquistadores y conquistados. Alrededor de esto se libraron cruentas batallas; estaban fortificados y contaban con presencia y apoyo militar. Pero a la vez, como los indígenas adoptaron el patrón de consumo centrado en el trigo, los molinos emergieron como mediadores entre los múltiples actores que circulaban por este territorio. Por estos molinos circulaban los conquistadores españoles, civiles y militares, que formaban parte del ejército de Arauco, conjuntamente con hacendados, campesinos y pobladores civiles; también era importante la presencia de los indígenas, tanto locales como de zonas alejadas, reclutados para apoyar a las tropas, provenientes de Paraguay, Perú y Quito. A esto se sumaba la población mestiza de campesinos, gañanes, desertores y comerciantes que circulaba por la frontera. Este heterogéneo conglomerado humano vio en los molinos un espacio de encuentro social, donde había servicios de intérpretes. Allí se prestaron ayudas fundamentales al proceso de integración y mestizaje cultural, al servir como interconectores comunicacionales entre los soldados de distintas regiones del imperio español, y la población local de indígenas y mestizos.
En este proceso fue relevante también el papel del sector eclesiástico, no solo de los conventos y sectores del poder establecido, sino también los pacifistas, liderados por el padre Valdivia, quien, contrario a la política militarista de los españoles, promovía una corriente pacificadora de diálogo y de integración por medio del comercio, el intercambio cultural y el mestizaje.