1. Introducción
En 1913 se dejó de publicar el periódico criollo El Fogón. Por una decisión de la empresa editorial, se suspendía la continuidad de un clásico para el tradicionalismo rioplatense. De manera sorpresiva, a juzgar por la regularidad de las secciones, los concursos proyectados y los editoriales de ese año, la revista fundada en 1895 por Alcides de María y Orosmán Moratorio llegaba a su fin. Más allá de un breve intento por reavivarla en la década del veinte, 1913 selló el derrotero de las páginas que había nucleado a los cultores de la gauchesca en la región1.
Esa conclusión generó una vacancia. Un conjunto de escritores, asociaciones, ilustradores y publicidades, perdían un histórico bastión. No obstante, a los pocos años comenzó a publicarse El Terruño, una revista que se sostuvo en el mercado editorial hasta 1950. Este artículo explora quiénes fueron los gestores de la iniciativa y sus principales promotores, cuáles eran los ámbitos de acción planificados para la revista, qué temáticas mantuvieron una presencia constante entre sus páginas y cómo se posicionaron en términos políticos. La revisión de esta publicación permite desentrañar la relación de sus principales escritores con la dinámica política uruguaya y su identificación con los partidos más importantes. Esas filiaciones incidieron en las formas en las que circuló lo político y «apolítico» en las páginas de la revista. Además, el trabajo se focaliza en reconocer qué rupturas y continuidades se advertían con respecto a El Fogón, cómo se consolidó en tanto refugio del acervo criollo, y qué novedades incorporó con relación a la figura del gaucho como referente identitario para el Uruguay.
El Terruño (en adelante ET) comenzó a editarse en Montevideo en julio de 1917. El contexto literario estaba signado por la «posgauchesca». Como indicó Pablo Rocca, en la década del veinte se advirtió la presencia de un conjunto de escritores influenciados por las temáticas de la tradición rural, pero preocupados por marcar ciertas distancias con respecto a la literatura criollista anterior. Esos intentos de demarcación se sintetizaron en la utilización de diferentes denominaciones para agrupar su producción, como literatura «nativista», «criolla», «campera», e incluso en algunos casos resignificando el concepto de «criollista». En lugar de esa porosidad conceptual, Rocca define a la posgauchesca como la literatura que: «reajusta los medios expresivos de la gauchesca de acuerdo con las transformaciones económicas, políticas, sociales y (…) estéticas»2.
Las transformaciones en el Uruguay, entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX, eran notorias: la fuerte presencia inmigratoria en la capital del país había consolidado un perfil cosmopolita asentado en el crecimiento urbano; la laicidad, cristalizada en la Constitución de 1919, corroboraba la separación entre la Iglesia y el Estado; la expansión electoral, promovida por la perspectiva integradora, el sufragio universal masculino y el voto secreto, multiplicó el número de votantes y dinamizó la oferta partidaria; la conmemoración de los centenarios intensificó los debates y las lecturas sobre el pasado para ensayar una «síntesis» de la identidad uruguaya; la expansión del capitalismo y la desintegración de la «comunidad rural tradicional», sumado al epílogo del caudillismo con base territorial en el campo, fomentó las iniciativas literarias por reconstruir la «realidad», pretérita, de esos espacios3.
¿Cómo se posicionaron los «posgauchescos» ante semejantes desplazamientos? Consideramos que una mirada analítica al interior de ET posibilita esbozar algunas ideas con respecto a ese interrogante. De acuerdo con Rocca, el contenido tradicional de la gauchesca no fue abruptamente modificado, sino que se trató de leves permutas. Cita, por caso, el pasaje del «gaucho levantisco» al «domesticado paisano» o de la «estancia cimarrona» a la «hacienda alambrada»4. En esa línea, invita a comprender a la literatura posgauchesca en tanto «última resistencia a la modernización»5, como se pretende demostrar aquí, el repertorio de ET, y los intentos por encuadrar conceptualmente su producción editorial, fueron más allá de esas mudanzas. Una exploración de los diferentes registros que se manejaban en la publicación -transcripciones de conferencias, editoriales, cuentos, poemas, diálogos con los lectores, folletines, etc.- complejiza los puntos de continuidad con la gauchesca decimonónica.
Esta investigación se encuadra en el creciente interés que despierta el análisis de las revistas culturales en la región. Ese crecimiento se refleja en grupos de investigación, acervos documentales, congresos y publicaciones. Horacio Tarcus, en su reciente libro sobre las revistas culturales latinoamericanas, reconstruye los factores que promovieron este emergente campo de estudios. A su vez, facilita algunas herramientas metodológicas para el abordaje de ese tipo de publicaciones. Verbigracia, explica que cada revista debe ser atendida en su carácter relacional. Es decir, no solo por su singularidad o especificidad sino también por las formas en que busca insertarse en el espacio editorial, los modos en que compite con otras publicaciones, los lazos de solidaridad con otras revistas que propagan su difusión y, en especial, un carácter central para los propósitos de este artículo, la institución de «linajes diacrónicos de legitimación»6.
La metodología para el análisis de ET consistió en la consulta de ciento veintiocho números, publicados entre 1917 y 1950. Esas revistas fueron recuperadas de una colección privada. Se priorizó un enfoque cualitativo para seleccionar las publicaciones que habilitaran el rastreo del contenido afín a los intereses de este artículo. Lejos de atender exclusivamente las secciones más relevantes, de acuerdo a su ubicación y a la extensión concedida, se realizó una lectura integral de cada número para poner de relieve la dialéctica entre sus partes y la integración al mercado editorial uruguayo.
Aquí se retoman los aportes de la sociocrítica para estudiar a ET no como una empresa aislada de un grupo de escritores, sino en su debido contexto y a partir de las relaciones intertextuales que se evidenciaron en sus páginas7. En efecto, la revista debe ser analizada como un «hecho social», que se estableció en un tiempo determinado de la historia uruguaya y buscó interpelar a un público específico8. Esa coyuntura medió en la forma en que los redactores representaron tanto la dinámica política nacional como el escenario rural oriental y su estereotipo: el gaucho. En ese sentido, se propone atender otras mediaciones posibles, como el linaje autorreferenciado con El Fogón, que contribuyen a comprender las líneas editoriales que sostuvo la publicación. Se considera que esa genealogía interfirió en los discursos que circularon en ET.
En Uruguay, desde los primeros años del siglo XXI se han realizado esfuerzos por reconstruir el escenario de las publicaciones periódicas. Un trabajo pionero en esa dirección fue la extensa guía presentada por Mario Barité y María Gladys Ceretta a finales de la década del ochenta. Luego, un equipo de investigación conducido por Pablo Rocca se propuso complementar esa pesquisa y, más tarde, extender el análisis hacia las revistas culturales del Río de la Plata. No obstante, esas investigaciones no ahondaron en ET más que para consignar los datos sobre su fundación y dirección9. De ahí que el carácter «inexplorado» de la revista, que consignara Rocca en una de sus publicaciones, permaneciera vigente hasta nuestros días. Por ello, este trabajo pretende comenzar a saldar esa ausencia a partir de una primera exploración sobre las páginas de ET.
2. El entramado social de El Terruño
La fundación de la revista fue obra de Agustín M. Smith, un escritor, descendiente de una familia de comerciantes ingleses que se había desempeñado como colaborador en diferentes diarios del país, como El Tiempo y La Tarde. Su obra se componía de cuentos breves, novelas, análisis críticos de libros, reseñas de actualidad, etc. Smith dirigió ET desde el primer número publicado hasta su muerte en agosto de 1947. Allí encontró un espacio considerable para difundir sus escritos. Además de la revista, a los pocos años se constituyó una editorial, del mismo nombre, que publicó a menudo los textos del director. Entre esos títulos, se destacaba una compilación de cuentos que se distribuía en diferentes volúmenes entre los suscriptores.
De acuerdo con las memorias que circulaban en los festejos de los aniversarios, la aparición de ET se anclaba en la clausura del periódico criollo El Fogón. Smith detectó un público lector vacante y comenzó el nuevo proyecto que se editaba en los Talleres Perea y tenía sus oficinas administrativas en el centro de Montevideo. La «revista campera», como se la presentaba, tenía 55 páginas a color y en blanco y negro. El costo de suscripción anual era de dos pesos. Junto con la suscripción, los lectores accedían a una serie de beneficios, como descuentos en determinados comercios o regalos vinculados con las producciones literarias de los colaboradores. Si bien la revista no ofrecía datos específicos sobre su tiraje, en 1919 comenzaron a publicar información sobre sus agentes. Para la época, contaban con 73 representantes en todo el país y con uno en Buenos Aires. Cuando incorporaban nuevos suscriptores, los agentes eran celebrados con alguna mención o con la aparición de sus retratos. Esos reconocimientos daban indicios sobre la circulación de ET. Por caso, uno de ellos era referido por su actuación en el departamento de Treinta y Tres que había logrado la incorporación de tres militares, un almacén, un club social, dos tiendas, un comité colorado pro inscripción, un hotel, y un bancario a la nómina de abonados de la revista10.
Aunque fueron variando en el devenir del tiempo, los primeros años de ET sostuvieron distintas secciones fijas: «La Tierra», con noticias sobre agricultura y ganadería; «Cartas de Misia Lola», una supuesta mujer campesina que renegaba de diferentes aspectos de la sociedad moderna, en rigor escrita con ese seudónimo por el propio Smith; «La página de cine», donde se incorporaban noticias y fotografías de las estrellas de Hollywood, «Junto al Fogón», diálogos gauchescos sobre temáticas diversas; «Correo de El Terruño», donde respondían preguntas de los lectores; y «Folletín», la transcripción seriada de alguna afamada historia gauchesca. Además de esas secciones, se publicaban poemas, cuentos cortos y numerosas publicidades que se dispersaban por todas las páginas de la revista.
La intertextualidad con El Fogón también se dejaba leer entre esas secciones. Si se toma como muestra el último año de la revista fundada por Moratorio y de María, se advierte que el folletín gauchesco que acompañó su epílogo fue la historia de Martín Fierro, centrada en los famosos poemas publicados por José Hernández en 1872 y 1879. Esa misma historia fue presentada en El Terruño para lanzar sus episodios folletinescos el año de su aparición. A su vez, los diálogos gauchescos, reunidos en «Junto al Fogón», seguían los lineamientos centrales de la sección «Pico a pico», que escribía Enrique de María. Es decir, una conversación entre dos gauchos que, generalmente con extrañeza y mirada crítica, repasan distintos temas de actualidad empleando expresiones y modismos típicos de la gauchesca11. El espacio para las novedades del espectáculo, en ET focalizadas en la masificación del cine, en El Fogón se había restringido más al ámbito dramatúrgico, con «Teatralerías». Finalmente, la conexión más directa con el lector, que en la revista de Smith era anunciada como «Correo», en el periódico criollo se había sostenido bajo el título «Pregunten no más».
El directorio de ET estaba integrado por Lorenzo Torres Cladera, quien figuraría como co-director desde 1924, Guillermo Hermida y César Mayo Gutiérrez. El cuerpo de redactores lo formaban Ángel Lanús y Américo Agorio. A esos nombres se les sumaba el de José Alonso y Trelles, más conocido como el «Viejo Pancho». Finalmente, los ilustradores de la revista eran Eugenio Abal y Mario Radaelli. Así se presentaba la nómina estable de ET durante los primeros años de circulación. Luego, ese staff se modificó con la incorporación de nuevos integrantes.
El perfil de los miembros de ET anticipaba las aspiraciones de la publicación. Lorenzo Torres Cladera era hijo de un notario radicado en Palma de Mallorca. A los 12 años, emprendió el viaje hacia el Río de la Plata junto a su hermano. Comenzó a colaborar en el diario La Razón de Buenos Aires y, posteriormente, fundó la revista El Botija, en Montevideo. En paralelo, se dedicó a la explotación de su chacra y al automovilismo. En su ciudad natal se referenciaba tanto su promisoria carrera periodística como su buen pasar económico, garantizado por la heredad de su esposa uruguaya12. La impronta europea de Torres Cladera replicaba en los horizontes de la revista. Los temas camperos eran mixturados con sus crónicas sobre ciudades del viejo continente y sus escritos de viaje, que se difundían en las páginas de ET. Entre su España natal y la campaña oriental, entre la chacra rural y la afición por el automóvil, uno de los símbolos más representativos del avance de la modernidad en la Montevideo de principios del siglo XX, el codirector tramitaba en su propia trayectoria una serie de tensiones que también coexistían en su producción escrita13. Además de ensayos, obras de teatro y cuentos, también se registraron entre sus composiciones algunos textos que utilizaban el estilo gauchesco y versaban sobre clásicos conflictos amorosos que se resolvían con la intervención de dagas y facones14.
El administrador de ET, Guillermo Hermida, estaba concentrado exclusivamente en la gestión de la revista sin que se reconocieran contribuciones literarias a su cargo. En cambio, César Mayo Gutiérrez fue una de las plumas más activas. Con el seudónimo de Rosendo Aldao firmó numerosos cuentos, diálogos gauchescos y poemas. Mayo Gutiérrez había desplegado su faceta poética previamente en la revista Bohemia15. En ET se potenció su producción literaria, que ejercitó a la par de sus funciones públicas. Entre los años que se publicó la revista, fungió como diputado, senador, ministro de Industria, ministro de obras públicas y aspirante a la presidencia del Estado por el Partido Colorado. Su trayectoria política se conectó con su experiencia periodística. Por caso, en 1919, fundó en Canelones el periódico El Heraldo, un canal de comunicación y difusión habitual para ET. Sus intervenciones como funcionario también encontraban cierto correlato en sus composiciones literarias. Mayo Gutiérrez fue impulsor de diversos proyectos referidos a la distribución de la tierra en el campo hasta que, finalmente, auspició la creación del Instituto Nacional de Colonización y presidió la comisión parlamentaria que lo instituyó, en 1948, para intensificar la productividad agrícola16.
En varios de sus poemas, «Rosendo Aldao» marcaba un contraste entre la sobrevida del gaucho y el pretendido avance de la agricultura17. Uno de sus textos más significativos en ese sentido se titulaba «Destino de criollo»:
Digalé qu'está bien…que voy a dirme…
El puestero Venancio
Agatas sirve pa cortar un tiento
O pa'trensar un laso.
El puesto está de más…
yo lo compriendo... No hay ganado orejano,
La hacienda es mansa, el alambrado es juerte;
Un pión hace el trabajo.
No me quejo e'el patrón… Toy dende moso
De puestero en su campo (…)
Toy viejo pa'ponerme a alzar terrones
Y a quinchar otro rancho;
Y tengo menos juersas entuavía
Pa'vivir a lo malo...
Vi'a dir así no más, hasta que un día,
Quede rota, blanquiando,
Esta maleta e'guesos, que pa'un alma
Es un tremendo fardo18.
En esa composición, el gaucho aceptaba estoico su final. No encontraba lugar ante su propio cansancio, pero sobre todo no lo encontraba ante las transformaciones del campo. Su función parecía cumplida y se prestaba a esperar la conclusión de su vida, siempre agradecido con el patrón, alejado de cualquier reivindicación levantisca y rememorando con gusto su trabajo. Así, el epílogo de su vida se emparentaba al de su generación. En la perspectiva literaria de Mayo Gutiérrez, el gaucho se presentaba como una prenda del pasado, que se alistaba para cumplir una tarea netamente simbólica.
Las páginas de ET no solo fueron nutridas por escritores ligados al Partido Colorado. Uno de sus redactores, Ángel Lanús, era una figura identificada con el Partido Nacional. Antes de integrar el grupo dirigido por Smith, Lanús había oficiado como secretario de redacción de La Revista Blanca, semanario popular nacionalista. Esa publicación formaba parte del circuito de intercambio recíproco que tenía ET con otras revistas.
El otro redactor permanente era Américo Agorio, hermano del intelectual Adolfo Agorio quien también colaboró excepcionalmente en ET. Américo firmó sus composiciones con el seudónimo de Ismael Velarde, evocando al personaje que le daba nombre a la novela de Eduardo Acevedo Díaz. El reconocimiento al fundador de la novela nacional, en su búsqueda por realzar la gesta independentista, la actuación de los próceres y sus huestes, la configuración de sentimientos patrióticos, etc. era tributado asiduamente en ET19. A tal punto que, en 1936, mientras el gobierno autorizaba la financiación de monumentos para los escritores José Enrique Rodó y Juan Zorilla de San Martín, un editorial de ET reclamaba lo propio para Acevedo Díaz, aunque se preocupaba por desligar su propuesta de cualquier connotación política20.
Otra figura asociada al Partido Nacional, que se presentaba como parte del cuerpo de redactores de ET, era José Alonso y Trelles. Conocido como «el Viejo Pancho», había sido uno de los escritores estables de El Fogón, desde los tiempos de su fundación hasta 1913. De ahí que se constituyera como una pieza central para legitimar ese linaje diacrónico propuesto por ET21. También había fungido como diputado por ese partido en el departamento de Canelones y había fundado y dirigido el periódico satírico El Tala Cómico. Alonso y Trelles era oriundo de Galicia y se había radicado desde pequeño en el Río de la Plata, primero en Argentina y luego en Uruguay. Al momento de la primera aparición de ET, ya había publicado su obra más recordada, Paja Brava, que recopilaba un conjunto de poemas gauchescos de su autoría. Entre el staff de la revista fundada por Smith, el Viejo Pancho era la pluma más vinculada con la literatura gauchesca, así era reconocido por sus pares, aunque, como se verá en el próximo apartado, el contenido nostálgico de sus versos no fuese el tono predominante en las evocaciones del gaucho que se podían leer en ET22.
Hasta aquí, la nómina de directivos y redactores de ET permitía observar algunas características compartidas entre sus miembros. En primer término, todos tenían una experiencia previa relacionada con el ámbito del periodismo y la literatura. Algunos de ellos, habían fundado y dirigido periódicos o revistas y otros habían colaborado frecuentemente con otras publicaciones. Esas trayectorias resultaban auspiciosas para la aparición de ET. Al mismo tiempo, varias de sus figuras tenían una conexión directa con Europa, elemento que anticipaba una suerte de hibridación entre los tópicos criollos que postulaba la revista y las temáticas extranjeras. Por último, primaban entre los escritores adhesiones políticas concretas que, en algunos casos, incluían la función pública.
Ese elemento no era extraño al mundo del periodismo uruguayo. Como explica Mónica Maronna: «El político comenzaba su carrera en la prensa o, dicho de otro modo, cumplía el rol de periodista porque era político (...) Téngase presente que los principales líderes políticos fundaron su propio diario y cada división interna se tradujo inmediatamente en un nuevo periódico»23. Las publicaciones partidarias se expandieron al ritmo de la modernización de la prensa y las contiendas electorales, que fomentaban la conquista de la opinión pública; sin embargo, pese a la intensa actividad política de sus miembros y la vigencia de ese tipo de publicaciones, ET se abstuvo de dialogar en ese campo. En cambio, se presentó en el marco de las revistas culturales y de actualidad que proliferaban en la región rioplatense desde finales del siglo XIX. A pocos años de su aparición, en Buenos Aires se fundó la revista Nativa, una edición mensual destinada a resaltar el acervo criollo y las tradiciones camperas. Esa publicación, vigente hasta los años sesenta, se convirtió en un interlocutor permanente de ET, a partir de sus motivaciones afines24.
Lejos de las pujas partidarias, entonces, las definiciones políticas fueron muy tangenciales en ET. Agustín Smith, quien se encargaba de responder las preguntas de lectores bajo el seudónimo de Cork, se desentendió de cada inquietud que podía conllevar un posicionamiento particular. «Nos está vedado hablar aquí» o «No nos metemos en política» eran las expresiones que sorteaban respuestas que podrían identificar a la revista con alguna divisa. En ocasiones, el director llegó a exacerbar la postura «apolítica» pretendida para ET con definiciones que impugnaban la eficacia de la política y, de modo indirecto, la propia experiencia de muchos de sus redactores en el ámbito público: «¿Qué es la política? Un apetito desordenado de comer y de beber; una olla de grillos; el arte de elevar a los mediocres; el queso; una cortesana a quien todo le está permitido; etc.»25.
Los poemas gauchescos que publicaban solían denostar las contiendas partidarias que habían desatado violentos conflictos en el pasado. En esa línea, cuando se homenajeaban escritores que tenían una notoria identificación política se preocupaban por subrayar el carácter literario de la crítica, más allá de sus actuaciones públicas. Por caso, en julio de 1919 la portada era dedicada a Luis Alberto de Herrera: «un escritor de valer aunque la mayor parte de sus actividades las haya dedicado a la tentadora política»26. Ese mismo año, el referente del Partido Nacional publicaba su obra La encuesta rural, en la que asentaba su lectura paternalista de las relaciones sociales de la campaña. Para Herrera, la estancia representaba la vinculación armónica entre patrones y trabajadores. Su concepción se arraigaba en la noción de un Uruguay primordialmente ganadero y en el rechazo a cualquier intervención estatal que corrompiera ese supuesto orden natural27. Una postura notoriamente opuesta a la que sostenía Mayo Gutiérrez, uno de los animadores de ET. Empero, esas tensiones permanecieron latentes en la publicación, en favor de resaltar en Herrera tanto el amor al terruño como sus tendencias democráticas.
A través de distintos registros (composiciones, críticas literarias, correos), ET demostraba que no estaba dispuesta a subirse a la palestra política para defender banderas partidarias. En cambio, el rescate de la democracia como sistema, que se insinuaba en los comentarios sobre Herrera, se mantuvo firme a lo largo de sus números. En ese marco, el reconocimiento del voto como la mayor expresión de ese sistema se envalentonaba con un proceso expansivo en cuanto a la participación electoral en Uruguay. El establecimiento del voto secreto y universal masculino en 1915 representaba un avance significativo, aunque no definitivo, en ese sentido28. En ET se fomentaba ese comportamiento cívico haciendo uso del estilo gauchesco.
Un cuento publicado en 1923 constituye un buen ejemplo de ese tipo de mensajes. La historia tenía como protagonista a «Bocatuerta», un gaucho guapo que había consumado varias muertes. El día de las elecciones, había tomado demasiado y se paseaba a caballo gritando: «¡Viva el partido blanco!», aunque sin provocar a los de pañuelo colorado que tampoco intervenían en su andar. La armónica convivencia política parecía resquebrajarse cuando Bocatuerta arribó al campamento nacionalista. Allí, tuvo un entredicho con un correligionario que lo invitó a pelear. En ese instante, el gaucho se distanció del conflicto, pareció desatender los efectos del alcohol y pronunció una definición que funcionaba como moraleja final del cuento: «Hoy es día de votar, no de pelear»29.
La resolución cívica de Bocatuerta estaba a tono con la prédica general de la revista. Las tendencias democráticas de ET se explicitaron, también, en el marco de la Segunda Guerra Mundial y en su propaganda a favor de los aliados. En ese contexto, los redactores realzaban los «principios democráticos» de la revista: «bien sentados en su larga vida y acentuados en la dictadura de Terra momentos en que hablamos cuando todos callaban»30. La cita hacía referencia a la censura sufrida por diversos medios durante el gobierno de facto de Gabriel Terra31. Ahora bien, los números disponibles para el período dictatorial no permiten confirmar esa tónica denunciante que rememoraban en la década del cuarenta. Tampoco se advierte una interrupción en la regularidad que mantenía la revista durante esa época; sin embargo, esas lagunas no desestiman el carácter democrático que reafirmaba ET ante cada oportunidad.
La revista dirigida por Smith se podía definir, entonces, como una publicación apartidaria que refrendaba los valores de la democracia e interpelaba a sus lectores a favor de la participación cívica32. En líneas generales, una primera aproximación a sus editoriales sostendría esa definición; sin embargo, cuando se analizan otras secciones de ET, se pueden encontrar ciertos intersticios por donde se filtraban mensajes partidarios, y tanto la tradición como el terruño evocado se tenían de un color específico. Como mencionamos anteriormente, los principales escritores de la revista tenían una intensa vida política. El caso de César Mayo Gutiérrez es gráfico en ese sentido. Al ocupar cargos de mayor relevancia en la escena pública, su figura fue permeando el contenido apolítico y apartidario de la revista. En 1925, por ejemplo, ET celebraba su actuación como ministro de Industria. Las medidas relacionadas con la explotación económica del campo, como la campaña para la mejora de la siembra del maíz, eran difundidas desde la revista, al tiempo que se subrayaba tanto la actuación política de Mayo Gutiérrez como los avances en materia agrícola, que simbolizaban la modernización y evolución de la campaña oriental33.
Quizá atento a las ventanas políticas que se abrían en la publicación, uno de los lectores, en la sección de correo, le consultó a Smith por su figura preferida ante las elecciones presidenciales de 1926. Sin entrar en la disputa entre Juan Campisteguy y Luis Alberto de Herrera, finalmente definida para el representante del Partido Colorado, Smith explicó que César Mayo Gutiérrez era el candidato ideal para ejercer la presidencia de Uruguay34.
El director de El Terruño, como muestra la referencia anterior, también tenía una trayectoria vinculada con la política. Aunque nunca había militado abiertamente su posición en ET, la recopilación de datos fragmentarios que se publicaron en la revista permitía reconstruirla. En primer lugar, su padre Juan Smith había participado en la revolución del Quebracho contra las fuerzas del Gobierno de Máximo Santos. Ese antecedente le permitía anclarse en un episodio de la historia uruguaya que quedaba al margen de las luchas de divisas. Recordemos que, en 1886, desde Buenos Aires se pergeñó la acción armada para impedir la continuidad de Santos en el poder. El comité revolucionario estuvo integrado por miembros del Partido Colorado, el Partido Blanco y el Partido Constitucional35. Ese levantamiento, rápidamente derrotado, solía evocarse en la revista El Fogón como una muestra de superación de los «odios partidistas»36. Del mismo modo, Smith lo recordaba para confirmarse -y junto con él a su revista- por encima de las tramas políticas.
Sin embargo, la carrera periodística del director de ET daba cuenta de sus vaivenes en esos ámbitos. Smith había participado en el diario El Nacional, de Eduardo Acevedo Díaz, y posteriormente, en el periódico batllista El Día. En las páginas de ese diario se lo reconocía como «el último de los calepinos»37. En un obituario publicado en agosto de 1947, fecha de la muerte de Smith, se lo vinculaba al grupo del Partido Nacional que, comandado por Eduardo Acevedo Díaz, había respaldado la candidatura de José Batlle y Ordoñez en 1903, infringiendo la normativa del partido. De hecho, su padre había sido uno de los censurados por los nacionalistas en ese episodio38. El Día aseguraba que el director de ET se había mantenido fiel al batllismo por acompañar su «prédica evolucionista». Si bien Smith se había esforzado por no trasladar sus ideas políticas a la revista campera, esa «prédica evolucionista» replicó en la forma en que se abordaron las temáticas relacionadas con la tradición rural uruguaya, centralmente con la figura del gaucho como símbolo de la identidad nacional.
3. La gauchesca revisitada
Durante las primeras décadas del siglo XX, una serie de publicaciones, actividades y reconocimientos tendieron a cristalizar la figura del gaucho como símbolo para los países del Plata. En líneas generales, la imagen del jinete campero sufrió un proceso de depuración que le permitía establecerse como referencia institucionalizada y oficial para la Argentina y el Uruguay. Alejado de cualquier connotación disruptiva y contestaria, el gaucho fue resignificado como modelo de trabajador, de vida familiar y de patriotismo, entre otros atributos39. La búsqueda de estereotipos camperos que pretendían sintetizar la heterogeneidad étnica y cultural de una nación no era una novedad exclusiva del Río de la Plata. En el período de entreguerras, los países latinoamericanos auspiciaron investigaciones y recopilaciones folklóricas con el objeto de configurar culturas nacionales enraizadas en la cultura popular40. Esa exploración estaba urgida por diversos factores: la decadencia de Europa como faro cultural, las migraciones del campo a la ciudad, los paulatinos procesos de industrialización, el cosmopolitismo, el avance de las industrias culturales, los nacionalismos, etcétera41.
La revista ET fue un agente activo para la sacralización del gaucho. En otros términos, se encargó de evocarlo en historias y relatos bien alejados de los folletines decimonónicos que exaltaban a personajes cuchilleros. La denominación escogida para la publicación anticipaba esa perspectiva. El Terruño era el nombre de la última novela de Carlos Reyles, editada en 1916. De acuerdo con Fernando Aínsa, ese texto se inscribe en un «realismo de moderna raigambre gauchesca»42. Reyles, cuyo retrato figuraba en el primer número de la revista dirigida por Smith, abonaba la transformación del gaucho en aquella novela:
Con las arboledas, potreros, molinos, modernas construcciones que iban señoreándose de las peladas cuchillas, el paisaje campero se transformaba y de hosco aparecía sonriente, y, al propio tiempo de aquél, cambiaba el ambiente moral, gracias a las ideas y aspiraciones nobles que traía aparejadas la actividad de las estancias. Y así iba formándose fuera de la escuela y de toda influencia urbana, un nuevo tipo social, producto exclusivo de la necesidad económica, cuyas severas disciplinas hacían del gaucho levantisco un paisano trabajador […]43.
En consonancia con el desplazamiento de gaucho levantisco a trabajador, la revista ET presentaba el lema que sostuvo a lo largo de toda su trayectoria: «Culto por la tradición. Amor al progreso. Arar hondo es la mejor divisa». Esa expresión, en rigor, se fue ajustando con el pasar de los años. Recién en 1918 apareció una versión preliminar que contenía un mensaje bifronte: «La mejor divisa: arar hondo»44. Así, se impugnaban las luchas políticas envalentonadas por las disputas partidarias y se rescataba el trabajo agrícola como factor de progreso. El lema era acompañado por una ilustración en la que se mostraba a una yunta de bueyes, junto con el campesino, arando la tierra.
La promoción de la agricultura como factor de transformación para la campaña, y para sus habitantes, representaba otro punto de comunión entre ET y el periódico criollo El Fogón. En aquella revista, pionera para las temáticas gauchescas en la región, se ponderaba al arado como símbolo de superación, tanto para trascender a los enfrentamientos políticos como para reivindicar la figura del gaucho y asociarla con el mundo del trabajo. En uno de sus números inaugurales, Alcides de María, en su personaje de «Calisto el ñato» reclamaba públicamente: «que el gobierno proteja al gaucho que sepa arar»45. Tiempo después, insistía en un poema: «El gaucho no es haragán / sabe arar y agacha el lomo / lo que lo hace maula y romo / es el trato que le dan»46. Ese mensaje perduró en las diferentes etapas que atravesó El Fogón. En sus últimos años, se podían leer editoriales con afirmaciones como: «El hombre sea hermano del hombre, pero combata las lides del trabajo. Cuelgue la espada, empuñe el arado»47.
Las dos publicaciones más cercanas al universo gauchesco en el país evidenciaban una línea de continuidad en torno a la redefinición del gaucho en favor del trabajo y la agricultura. La asociación de su figura con el arado contestaba aquella que lo relacionaba de manera exclusiva con la ganadería e impugnaba su potencial para adaptarse a la modernización de los campos48. El lema de ET, al mismo tiempo, conectaba al gaucho con el «amor al progreso», problematizando su identificación inequívoca con una tradición conservadora y con el pasado. La tensión que generaba la evocación de la cultura gauchesca y el proceso modernizador había quedado en evidencia al momento de la fundación de la Sociedad Criolla que presidía el doctor Elías Regules.
En septiembre de 1894, un desfile de jinetes ataviados de gauchos por el centro de Montevideo dio a conocer la emergencia de la agrupación que oficiaría como faro para los círculos criollos y las instituciones tradicionalistas de la región. Carlos Blixen, en el diario La Nación, fustigó a la nobel asociación:
Se ha organizado una gran Sociedad (…) cuyo único objetivo es el de conservar en la ciudad, a través del progreso que perfecciona los hábitos y modifica las costumbres, el poncho y la bombacha, el barbijo y el chambergo, el pericón y el canto a contrapunto, que la influencia benefactora de otra civilización superior ha relegado a los departamentos más atrasados de la República, donde la escuela no ha terminado aún su misión instructiva49.
Regules, quien ya era decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República, respondió desde el periódico La Razón explicando que sus prácticas no ofendían «al progreso ni a la ilustración», y la polémica se sostuvo por varios días50. La pretensión del periodista de disociar el culto al gaucho del moderno y evolucionado ámbito urbano hizo mella en la Sociedad Criolla51. El «doctor gaucho» se esforzó permanentemente por conciliar el movimiento tradicionalista con las condiciones de vida moderna. En particular, con aquellas que favorecían a la expansión de la educación y significaban un avance en la calidad de vida de la población. En la celebración del 19 de abril de 1913, la sede de la Sociedad Criolla se iluminó con juegos eléctricos como parte de los festejos. La cobertura realizada en El Fogón señaló: «Eso demuestra que La Criolla también sabe rendir culto a las obras beneficiosas del progreso civilizador, adaptándolas al ambiente en que se agita»52. En la misma sintonía, en el aniversario del periódico criollo, reafirmaban: «No estamos reñidos con los progresos del presente. Tenemos alma gaucha aunque hemos aprendido a ponernos frac o levita»53.
El Fogón y la Sociedad Criolla habían pregonado ese «amor al progreso» que cristalizaba el lema de ET. La revista, de ese modo, se nutría de la experiencia matriz que representaba el primer periódico criollo y la agrupación madre del tradicionalismo en el Río de la Plata. En efecto, las actividades de «La Criolla» eran frecuentemente reseñadas, y celebradas, en las páginas de ET. La tríada gauchesca se fortalecía con la participación de colaboradores y colaboradoras que habían intervenido en El Fogón y mantenían una relación estrecha con la Sociedad Criolla.
Elías Regules, para empezar, ocupó un espacio privilegiado en las páginas de ET desde su aparición. La primera composición en el número inaugural de la revista fue «Mi tapera», el afamado poema del tradicionalista. En consonancia con las prácticas del presidente de La Criolla, animaban luego a los lectores: «es obra patriótica divulgar sus (de Regules) bellas producciones»54. La siguiente portada presentó un retrato de Regules, quien era definido como «el gran cantor del terruño»55. Además, el tradicionalista colaboraba con textos exclusivos para ET que firmaba como «El pión del dotor Elías Regules». En un poema gauchesco, insistía sobre la caracterización positiva del gaucho: «Decile que esa mozada, enemiga del gauchaje, no conoce el paisanaje, de esta tierra desgraciada. Que se quedaría asombrada si viese al gaucho cumplido, lindo, bizarro, fornido, generoso y de conciencia, redamando (sic) inteligencia hasta pa' dar un quejido»56. La «mozada» a la que refería Regules posiblemente se trataba de la juventud que admiraba las modas europeas y le daba forma a una Montevideo «intoxicada por la importación»57. Como antídoto, los tradicionalistas, a través de las páginas de ET, postulaban un gaucho idealizado que contenía un conjunto de atributos útiles para anclar la referencia al pasado nacional y a la identidad local.
A tono con Regules, María Teresa Ledo de Sáenz fue otra de las plumas que había tenido una presencia significativa en El Fogón y colaboró frecuentemente en ET. Era una escritora, dramaturga y, desde 1918, fundadora y directora de la revista Vida Femenina. La publicación se presentaba como un «periódico literario útil a la mujer» y propiciaba rendirle «honor a la cultura del país»58. Esa «cultura del país» incluía la difusión de textos de los escritores más renombrados de Uruguay y, también, la publicación de cuentos de Agustín Smith, quien figuraba como colaborador permanente. Entre esas composiciones, varias estaban abocadas a temáticas gauchescas59. Como era esperable, Vida Femenina era referenciada en ET como parte de las «revistas amigas».
Ledo de Sáenz, entre su variopinto universo temático, también se había concentrado en la figura del gaucho durante buena parte de su trayectoria60. Con la firma de Alondra, la autora había alcanzado un estatus particular en El Fogón, en especial cuando el periódico criollo fue dirigido por su marido, Félix Sáenz, en 1913. En ET, Alondra se manifestaba en concordancia con Regules sobre los efectos de las modas importadas y la inmigración: «Con el cruzamiento de las razas, con la invasión de la campaña por el extranjero, con los avances de la civilización importada y la corrupción de las costumbres, va desapareciendo el tipo legendario»61. La «desaparición del gaucho» sonaba como una voz de alarma en la voz de escritoras y escritores tradicionalistas. No obstante, certificar su inminente desaparición habilitaba el trabajo evocativo que se ponía en marcha desde estas publicaciones y asociaciones.
Smith coincidía con el diagnóstico de Alondra y de Regules sobre el devenir del gaucho, pero se distanciaba contundentemente de las posturas en detrimento de la inmigración. En ET, la figura del jinete campero ya no era utilizada como bandera frente a lo extranjero, sino que era recuperada como baluarte pretérito de la nación62. A raíz de una nota tangencial sobre la obra de Juan Bautista Alberdi, el director de la revista profundizaba esa concepción:
ET que venera la tradición criolla en todo lo que tiene de bueno, que admira al gaucho, como prenda del pasado, pero que tiene por divisa "Arar hondo" cree, como Alberdi, que llenar de "gringos" nuestra campaña es la mejor demostración de amor a su tierra sin perjuicio de glorificar a nuestros mayores63.
Esa «prenda del pasado» no entraba en colisión con el inmigrante en las páginas de ET. El propio Smith hacía gala de su abolengo inglés y de su carácter criollo, presentando su experiencia de vida como síntesis de asimilación.
La celebración del inmigrante y su integración al «terruño criollo» se plasmó en la revista con secciones exclusivas dedicadas a diversas colectividades. En 1922, inauguraron la página franco-belga redactada en francés. Luego, la página italiana y la inglesa acompañaron esa apertura, también escritas en sus respectivos idiomas. El carácter cosmopolita que se filtraba en ET se reforzaba con las noticias breves sobre sucesos internacionales y con la permanente cobertura de las novedades cinematográficas de Hollywood, que incluía la publicación de retratos y biografías de los actores y las actrices de la gran pantalla. Entonces: ¿Qué lugar le quedaba reservado al gaucho según los redactores de la revista?
En una de las primeras portadas de ET se incluyó un breve texto de Adolfo Agorio que daba algunas pistas para reconstruir una respuesta:
En la fiebre de nuestra edad contemporánea, el gaucho aparece como un lejano mito de la ideología criolla. Pero aún perdido entre las brumas del pasado, su figura áspera y fecunda gravita sobre las fuentes de nuestra civilización (…) Falta todavía entre nosotros el monumento que consagre tanta belleza desaparecida, tanto sacrificio obscuro64.
Pocos números más adelante, Alondra entendía que el reconocimiento broncíneo para el gaucho era un necesario acto de «justicia y reparación»65.
A tono con la consagración poética, y defunción física, que había ensayado Leopoldo Lugones en Buenos Aires, pocos años antes y con los proyectos monumentales que surgían en ambos márgenes del Plata, los redactores de la revista refrendaban el carácter pretérito y simbólico del gaucho66. La afirmación más contundente en ese sentido la publicó Smith en el correo de ET:
Opino que del gaucho lo único que debe quedar es la estatua que le va a hacer la Federación Rural. Ya pasó su época. Que vengan ahora los criollos buenos, trabajadores, que formen hogares, que conserven algunas de las virtudes del gaucho, pero ninguno de sus múltiples defectos, que serían más notables en nuestra moderna civilización. Hoy se hace patria con el arado y no con la chuza y la guitarra a media espalda67.
El monumento esperado fue inaugurado en 1927 y contó con la intervención de Elías Regules como presidente de la Comisión Especial constituida para el evento. Era una muestra más del proceso de idealización del gaucho que se había puesto en marcha años atrás y que reunía a diversas figuras del ámbito político, intelectual y artístico uruguayo. En el contexto del centenario (1925-1930), el gaucho se instalaba como un elemento central en la configuración del nacionalismo cultural uruguayo y así lo corroboraba tanto el monumento como otras manifestaciones artísticas de la época68. En la ofrenda estatuaria del gaucho confluían las plumas de ET, pero detrás de esa coincidencia se develaban ciertos desencuentros.
Las expresiones de Smith referentes a los «múltiples defectos» del gaucho eran incongruentes con la idealización que sostenían los tradicionalistas. En diferentes oportunidades, alejadas de los grandes títulos, las portadas y las renombradas composiciones, el director de ET dejó indicios suficientes para suponer que el culto al gaucho no estaba entre sus prioridades. En las respuestas que se presentaban en la sección de correo, y que aparecían en las últimas páginas de cada número, Smith parecía darse mayores libertades para profundizar su visión sobre esa figura: «Sí, soy admirador, aunque no apasionado del gaucho. Entendamos del gaucho como símbolo, dejando libre la imaginación para que navegue a sus anchas en la fantasía popular y de la tradición. El historiador no debe ir a la célula porque corre el riesgo de hallar pocos valores reales en su investigación al microscopio, y aún el mayor, de dejarnos sin historia»69. De contornos borrosos, más anclado en la fantasía que en la historia, el gaucho debía cumplir una función meramente simbólica. Por lo citado, se comprende que para Smith el gaucho, en tanto sujeto histórico, acumulaba más defectos que virtudes y poco tenía que aportar si no fuese por la leyenda construida a su alrededor.
En los libros de cuentos de Smith, también se vislumbraban sus controversias con el gaucho, aunque con una intensidad más baja. César Mayo Gutiérrez comentó en una crítica publicada por el diario El Día: «Usted (Smith) no endiosa al gaucho malevo, engreído, vicioso, holgazán, y pendenciero, que está lejos por fortuna de constituir el prototipo autóctono, y reserva su admiración para el paisano sufrido»70. En efecto, el director de ET no endiosaba al gaucho, pero la revista se manifestó a favor de su consagración. Smith parecía aceptar a regañadientes el culto al gaucho, y esa aceptación era siempre acompañada por su certificado de defunción. La superación del gaucho habilitaba, en la visión del director, la celebración de la inmigración y de la civilización del arado.
En esa línea, la desaparición física del gaucho que todos parecían lamentar en las páginas de ET era, en rigor, una condición de posibilidad. A los tradicionalistas, les permitía identificar sus prácticas con la supervivencia de la cultura gauchesca, en tanto máxima expresión de la identidad nacional. Tabaré Regules, hijo y continuador de la obra de Elías, escribía en la revista de Smith: «Dicen que ya no hay gauchos en mi tierra, se los llevó el progreso. Dicen como dictando una sentencia y no es verdad, porque la vieja estirpe de esta tierra no ha muerto»71. A los escritores que habían perdido su espacio de referencia con la clausura de El Fogón, les actualizaba los cantos de nostalgia como los que entonaba el Viejo Pancho alimentando la clásica oposición con la modernidad y el progreso. A quienes imaginaban una figura más combativa y levantisca, la desaparición del gaucho les daba pie para advertir su influjo en las masas proletarias, como ensayaba Emilio Frugoni, fundador del Partido Socialista en Uruguay, en composiciones que también se filtraban en ET72. De manera marginal, asomaban los textos que resaltaban el carácter contestario del gaucho frente a la explotación laboral y a la opresión sufrida por estancieros73.
Entre consensos y disensos, la figura del gaucho configuraba un ecléctico pivote para ET. Más allá de las divergencias sobre su evocación, la revista de Smith refrendo la muerte del gaucho en favor de su condición simbólica. La ilustración que acompañaba cada número de ET lo representaba bajo la sombra del tradicional ombú, con su mirada hacia abajo, entonando cantos con su guitarra. El trazo de su imagen se confundía con las cuchillas provocando una mixtura entre personaje y paisaje. Estático y de actitud pasiva, el gaucho de ET era menos una bandera de combate contra la inmigración y el progreso que un puente hacia la modernización y el arado.
Conclusiones
La revista fundada por Agustín Smith en 1917 hizo su aparición en el mercado editorial usufructuando el espacio vacante que había dejado El Fogón. La trayectoria del primer periódico criollo ocupó un lugar preponderante en las páginas del nuevo emprendimiento. Los redactores se encargaron de reforzar ese linaje y el sentido de continuidad. Lo hicieron discursivamente en cada aniversario que celebró ET, pero también lo plasmaron en otro tipo de conexiones que se pusieron en evidencia en este trabajo. El perfil de la revista, los escritores y las escritoras, los personajes celebrados y la omnipresencia del gaucho marcaron una clara filiación con la publicación de Moratorio y de María.
Este artículo permite abrir el campo de exploración sobre una revista tan continuada, en la primera mitad del siglo XX, como desatendida por la crítica literaria y la historiografía de la región. ET apareció entonces haciendo alarde de su condición «campera». Como exponente de la posgauchesca sostuvo una matriz ligada a las temáticas rurales y a la tradición centrada en el gaucho; sin embargo, estuvo lejos de constituir un grito de resistencia frente a la modernización. Los ajustes operados en sus páginas, sobre esos temas, le posibilitaron articular las composiciones, crónicas y editoriales evocativas con las transformaciones propias del «progreso», para luego ensayar una síntesis entre ambos componentes. Para llevar adelante esa tarea, el cuerpo de redactores profundizó algunas posturas y perspectivas que ya se encontraban presentes en El Fogón. En ese punto, la aproximación entre posgauchesca y modernización constituye una novedad para los estudios sobre ese tipo de literatura.
La pluralidad partidaria entre los escritores de ET no derivó en la transformación de sus páginas en un campo de disputa, aun cuando sus principales integrantes ocupaban cargos públicos de relevancia. Al contrario, la revista pretendió posicionarse por encima de cualquier conflicto de divisas. El carácter apartidario de la publicación tenía una explicación inmediata: la posibilidad de ser consumida por un público variado en términos de colores políticos. De hecho, sabemos por los números consultados que ET sostenía un permanente intercambio con Página Blanca y Revista Blanca, revistas vinculadas con el Partido Nacional, y, a su vez, tenía como suscriptores a diferentes comités colorados. Pero ese «apartidismo», además, tuvo una repercusión directa en las representaciones sobre la tradición, el terruño y el gaucho, tanto en las composiciones de ficción como en las crónicas sobre sucesos pasados. Smith profundizó un recurso vislumbrado en El Fogón: la reivindicación de la Revolución del Quebracho en tanta acción mancomunada entre diferentes partidos. A su vez, en ET se imaginó a un gaucho cívico, comprometido con las contiendas electorales y alejado de cualquier vestigio de violencia.
La revista, de ese modo, acompasó la consagración del gaucho que se materializó con el monumento inaugurado en el centro de Montevideo en 1927. Ese acompañamiento, empero, estuvo marcado por dos particularidades que se pusieron en evidencia en esta investigación. En primer lugar, el respaldó a la consagración del gaucho no significó una afrenta a la modernización ni una impugnación a las transformaciones de la capital uruguaya. El lema de ET dio varias pistas en ese sentido. El «amor al progreso» expresado allí conectó a la empresa editorial con su contexto y con su lugar de edición. Las referencias a la tradición y al arado se establecieron como vectores comunicantes tanto con El Fogón como con la Sociedad Criolla de Regules. Un gaucho edulcorado, asentado en el pasado, con características que se fundamentaban más en las leyendas que en la historia fue el principal punto de encuentro entre esos actores.
En segundo término, las páginas de ET mostraron que no todo era coincidencia en la tríada gauchesca. De manera fragmentaria, y en las secciones que no ocupaban el espacio central, Smith se tomó ciertas licencias para alejarse de los discursos que predominaban en la revista. Lo hizo permeando la postura apartidaria de la publicación y lo hizo tensionando la idealización del gaucho. Esa última perspectiva constituía toda una excepcionalidad para una revista que se erigía como reservorio del mundo criollo y situaba sus discursos en la tradición rural. El director de ET empleó definiciones que permitían sospechar de su admiración por el gaucho. Smith se distanció de uno de los usos clásicos de esa figura: evocarlo como un símbolo de resistencia frente al inmigrante.
En ET, como mostramos en este trabajo, la posgauchesca no era otra cosa que la superación del gaucho por el arado y la inmigración. Las permanentes referencias a la tradición rural y al jinete campero coexistieron con las secciones en idiomas extranjeros y las noticias europeas. Las composiciones nostálgicas y, en menor medida, contestarias que se centraron en el gaucho no se publicaron en detrimento de la modernización.
Los redactores de ET se encargaron de refrendar el potencial exclusivamente simbólico del gaucho, tal como se lo presentó en la ilustración que acompañaba sus portadas y en el monumento emplazado en la capital. Su inminente, y nunca cristalizado, ocaso, que todos parecían lamentar, en rigor habilitó una serie de argumentaciones. Los tradicionalistas, los escritores y los redactores de ET acordaron sobre la función identitaria del gaucho y sobre su carácter pretérito. No obstante, mientras que los primeros legitimaban sus actuaciones como una expresión de resistencia a esa desaparición y los segundos, como el Viejo Pancho, encontraban en los lamentos y en la denuncia del progreso un recurso para desplegar su pluma, los redactores de ET articularon la extinción del gaucho con el comienzo de una etapa superadora, signada por la extensión de la agricultura y el arribo de los inmigrantes europeos. De ese modo, la revista de Smith contribuyó con la consolidación del gaucho como símbolo para la nación, pero no en tanto oposición o respuesta. Más bien fue revisitado, junto con el universo campero que lo acompañaba, como puente de conexión con el pasado de la región.
En suma, el estudio de ET mostró que, en el mercado editorial uruguayo, las revistas vinculadas a la cultura rural, recuperada en clave identitaria y literaria, aún tenían un espacio considerable. De ahí que las futuras investigaciones sobre las publicaciones periódicas de la primera mitad del siglo XX en el Río de la Plata, podrán encontrar en la empresa editorial de Smith un interlocutor más por atender para la revisión completa de ese campo. Además, el análisis de ET aportó ciertos matices en los discursos circulantes sobre uno de los máximos símbolos culturales del Uruguay, evidenciando que se trató de una figura compleja y cargada de tensiones, pero que había alcanzado un poder de convocatoria difícil de refutar.