Introducción
El arte indígena cristiano nos legó una extraordinaria cantidad de pintura mural en los conventos de la Nueva España del siglo XVI; Constantino Reyes Valerio (1989, 10) calcula que entre 200 y 300 mil metros cuadrados. Destaca la pintura mural de grutesco1 caracterizada por la presencia de formas vegetales que se extienden por medio de roleos ya sea en cenefas pequeñas o de tamaño monumental, en donde los tallos vegetales y hojas se fusionan con animales y humanos, generando personajes híbridos, con mezclas fantásticas (Chastel 2000, 25; Fernández 1979; García 2001, 108-112). En varios de estos grutescos los indígenas dejaron huellas de su actividad artística; la participación de los nativos fue crucial para la edificación y decoración de los conjuntos conventuales novohispanos, pues como bien dice Constantino Reyes Valerio (2000, 140), "Sin el concurso de frailes e indios, en doloroso abrazo, no se hubieran edificado los 310 conventos que cita Fray Gerónimo de Mendieta, ni los centenares de pequeños templos". Los indígenas participaron desde labores sencillas como el acarreo de materiales, hasta en actividades altamente especializadas como la pintura mural.
Dentro de las ordenanzas para las artes y oficios, los nativos sufrieron varias restricciones para ejercer el oficio de pintor; sin embargo, disfrutaron de autorización para -previamente examinados por las autoridades competentes- trabajar pintura de Romano2 (Toussaint 1965, 220-223). La importancia de la participación indígena en la pintura conventual fue tal que "[...] durante los primeros treinta años que siguieron a la Conquista, el monopolio de las actividades artísticas estuvo acaparado por los indios, dirigidos por un pequeño grupo de españoles" (Victoria 1986, 57). A pesar de lo mencionado en la cita anterior, es muy difícil detectar la huella de los pintores indígenas en los grutescos novohispanos, pues como señala María Concepción García Sáiz (1998, 294): "El mayor o menor grado de perfección alcanzado en el resultado final de estos productos artísticos, no tiene que ver con su carácter indígena, sino con la mayor o menor intensidad de su formación técnica y de su capacidad artística".
Antes de la llegada de los españoles, al menos en Tenochtitlan, existían escuelas en donde era impartida la formación en los oficios que actualmente se denominan arte. A la llegada de los españoles los frailes establecieron escuelas conventuales, la más famosa de todas fue la escuela adjunta a la Capilla de San José de los Naturales, en el Convento de San Francisco el Grande, en la Ciudad de México. En estas escuelas los artistas nativos aprendieron las bases del arte que llego de España, asimismo los frailes tuvieron interés en conservar las artes nativas que pudieran servir a los fines del cristianismo (Escalante 2010, 135-149; Estrada 2004, 2011; Reyes 2000, 81-128). De manera simultánea, fueron centros de transmisión de los nuevos saberes, así como conservación de elementos de la antigüedad indiana que al entrar en contacto con el cristianismo sufrieron cambios de diversa índole. Los artistas aquí formados fueron mano de obra altamente calificada al servicio de los frailes y de sus comunidades, especialmente como pintores especializados en el género grutesco.
Panorama general de los grutescos novohispanos de manufactura indígena
La historiografía reciente ha producido varios trabajos sobre grutescos novohispanos, una de las investigadoras pioneras del tema fue Isabel Estrada de Gerlero (1973, 1979, 2004).3 Brenda Chávez Molotla (2013, 2018) dedicó su tesis de licenciatura y maestría a este tema, en su trabajo de 2013 realizó un recorrido por la historia del grutesco, su implantación en el arte novohispano, así como la presencia de algunos patrones en el centro de lo que hoy es México. Para ello visitó una gran cantidad de conventos y realizó comparativas muy sugerentes. Este trabajo tuvo continuidad en su tesis de 2018 en donde identificó algunos grabados que dieron origen a grutescos en varios conventos como Zinacantepec, Epazoyucan, Zempoala, etcétera. Sus aportaciones son sustantivas en la identificación de fuentes visuales.
La identificación de los grabados que sirvieron como modelos visuales para las imágenes indígenas cristianas del arte novohispano, es un camino recorrido por varios investigadores (Monterrubio 2012; Olmedo 2012; Romero 2009; Sebastián 1992; Sebastián, Monterrosa y Terán 1995; Victoria 1986). Ellos realizan importantes avances, pues al conocer la fuente en algunos casos es posible disponer de mayores bases para la interpretación o "lectura" de las imágenes, además, posibilita una mejor explicación de la producción de las imágenes; sin embargo, la búsqueda de fuentes precisas puede imponer límites y concepciones preconcebidas, asumiendo que los pintores son meros productores de obras impuestas, sin participación activa, mano de obra que únicamente reproduce de manera mecánica lo que se les índica.
Esta perspectiva puede provocar que se "desvanezca" la presencia del artista indígena y que únicamente se le reconozca cuando se considera que la realización es defectuosa, inexperta o existen claros indicadores como la presencia de glifos, numerales y diseños de origen mesoamericano. Al respecto María Concepción García Sáiz opina que:
En este terreno ambiguo y a veces pantanoso, es demasiado común identificar la falta de perfección técnica -desde los postulados del arte europeo, insisto- con la autoría indígena y añadirle a esta, además, el calificativo de popular con una fuerte carga descalificadora. No estaría de más que comparásemos muchas de estas obras, supuestamente populares por la "imperfección" de la mano indígena, con las numerosas obras que, son el mismo grado de imperfección se encuentran regadas por toda España y el resto de Europa (García 1998, 295. Énfasis del autor).
Dos puntos llaman la atención de la cita anterior: en efecto, la autoría indígena no necesariamente es identificable con la falta de perfección técnica y, algo muy importante, ha hecho falta una comparación sistemática entre el arte europeo y el indígena cristiano.
Desde el otro lado del Atlántico y en el contexto de la discusión del programa iconográfico del friso bajo de la iglesia de San Miguel Arcángel, Ixmiquilpan,4 David Charles Wright Carr también señaló la falta de un conocimiento comparativo: "[...] ningún autor ha definido un complejo iconográfico relacionado con la psicomaquia,5 presente en el arte del Viejo Mundo plasmado de una manera similar en el friso inferior" (Wright Carr 1998, 90).
Han transcurrido veinte años después de que María Concepción García Sáiz y David Charles Wright Carr hicieran sus respectivos señalamientos, la historiografía especializada ha producido varios trabajos de interés para ese problema. Jesús María González de Zárate y Mariano J. Ruíz de Ael en 1989 publicaron un trabajo en el que analizan la fachada de la Universidad de Sancti Spiritus, en el País Vasco. Mostraron que el programa iconográfico dirigido a los estudiantes de Oñate tiene como uno de sus discursos centrales al concepto de la psicomaquia (González y Ruiz 1989, 112-113, 117, 135). El trabajo resulta de mayor interés porque la fachada discutida fue realizada a fines de la primera mitad del siglo XVI, en el contexto del plateresco español; es decir, de la versión ibérica del Renacimiento en la que tuvo un papel destacado la incorporación del grutesco no solo como elemento decorativo, sino como medio expresivo, pues muchos programas iconográficos lo utilizaron como vehículo formal (Fernández 1979, 11; García 2001, 233; Granziera 2011, 45).
Otro trabajo que analiza imágenes grutescas españolas del siglo XVI es el de Felipe Pereda (2000) quien, en su estudio sobre la iconografía de la escalera de los colegios mayores de la Universidad de Salamanca, mostró que la lectura de estas intrigantes imágenes el concepto de la psicomaquia tiene un importante papel. También existen grutescos que carecen de significación y únicamente están restringidos a la función ornamental, situación presente tanto en España (Pereda 2000, 98-99) como en la Nueva España (Fontana 2011, 56-57).
En lo que concierne a la investigación del arte novohispano, en 2010 José Luis Pérez Flores realizó comparaciones entre la fachada de la Universidad de Oñate y el friso monumental de la iglesia de Ixmiquilpan.6 En 2017 el mismo autor publicó un trabajo de mayor profundidad sobre esta cuestión. Estos dos trabajos tomaron como uno de sus ejes la falta de estudios comparativos entre las imágenes de los indígenas cristianos de la Nueva España del siglo XVI y lo que en ese momento se estaba produciendo en España, situación señalada, con acierto, por García Saíz y Wright Carr.
Escena poco conocida de Ixmiquilpan
Además de investigar cuáles grabados fueron la fuente de las imágenes novohispanas, también es necesario comparar el arte español con el arte indígena cristiano de la Nueva España, analizando las relaciones que cada arte tiene con su contexto cultural y cómo pudieron vincularse, tal y como lo señala Pablo Escalante Gonzalbo:
[...] cuando nos encontramos frente a texto e imágenes en un documento indígena colonial que podrían tener influencia de fuentes occidentales, y si no hay otros indicios que nos permitan demostrar la presencia del modelo europeo, es preciso, entre otras cosas, examinar qué características del tópico o la figura, en su contexto europeo original, les hacen propicios para ser utilizados en el contexto indígena novohispano, y qué efecto produciría sobre el significado del texto indígena el traslado de la imagen o tópico (Escalante 2009, 13).
Las pinturas de los indígenas no necesariamente se podrían ajustar al 100 % a los grabados en medida de que existiera la necesidad de adecuar la imagen a requerimientos expresivos específicos (Alcalá 2014, 41). En un plemento de la bóveda del coro de la iglesia del ex convento de San Miguel Arcángel de Ixmiquilpan, se encuentra una imagen que no ha sido estudiada y que considero que sufrió varias adecuaciones de carácter indígena. En la figura 1 se puede observar a un personaje grutesco que en lugar de cabellera luce vegetación suelta, de la cintura para abajo su cuerpo está formado de elementos vegetales, con ambas manos sostiene a dos personajes cuyo cuerpo alargado nos recuerda a un par de serpientes, su terminación en espiral sugiere un cascabel grutesco.
Fuente: CONACULTA-INAH-México. Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. N de A: escena grutesca protagonizada por un personaje femenino.
Las cabezas de estas serpientes se encuentran colocadas en una posición que sugiere el acto de mamar de los senos de la figura antropomorfa, acción que permite identificar el sexo de este personaje. La imagen no es suficientemente clara, se puede notar varias líneas que sugieren que hubo correcciones o repintes en la escena, situación que genera confusión: aparentemente están representados los contornos de los pechos, pero también una expansión de la cabeza de las serpientes. Una zona de color más oscuro que va del cuello a la boca del estómago puede ser interpretada como un quechquémitl, prenda indígena femenina caracterizada por terminar en ángulo, a la manera de una letra V, de forma semejante a como se puede apreciar en la figura 2.8 Se desea destacar que en esta imagen existe hibridación entre elementos vegetales, humanos y animales. ¿Será posible localizar un grabado que fuera la fuente visual precisa? Posiblemente lo sea, pero hasta el momento nadie lo ha reportado.
Fuente: CONACULTA-INAH-México. Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Considero que la imagen tiene varios elementos que muestran la presencia de mano de obra indígena: destacan la presencia de serpientes de cascabel y del quechquémitl, es importante señalar que las serpientes tienen su cabeza de perfil mientras que los ojos son frontales, es decir, en el arte que trajeron los españoles esto es algo completamente anómalo, pues el naturalismo exige que los ojos también estén figurados de perfil; por el contrario, en la plástica indígena se trata de un recurso usual. Los rasgos del personaje grutesco son indígenas y a esto se suma el color de piel moreno, debido a los anteriores elementos, se puede suponer que se está representando a una indígena. La presencia de trazos y zonas de color que revelan correcciones nos indican que posiblemente no se siguió un modelo rígido, pues se elaboraron importantes adecuaciones durante la marcha. No obstante, tampoco se puede afirmar que la imagen fuera realizada sin apoyarse en tradiciones visuales previas, lo cual sería muy inusual, aunque el modelo exacto quizá no exista o no haya sido localizado todavía; como apunta Escalante (2010, 153), siguiendo a Ernest Gombrich, las imágenes tienen una historia porque están basadas en otras imágenes que les precedieron, pero la historia no solo da cuenta de continuidades, sino también de las transformaciones. La historiografía de la historia del arte tiene como una de sus principales tensiones la relación entre el cambio y la permanencia, el análisis de por qué cambian y permanecen las formas artísticas y los procesos sociales asociados con estas, con base en lo anterior se explora la posibilidad de que la imagen en cuestión muestre la permanencia de las tradiciones indígenas -y españolas- así como sus transformaciones.
¿Coatlicue entre otomís?
La imagen en cuestión muestra un personaje que probablemente sea femenino que sostiene a dos serpientes en actitud de succionar o morder sus pechos. Actualmente, en el México rural existe la creencia sobre serpientes aficionadas a la leche humana y de animales como vacas o cabras (Casas 2000, 288-290). La presencia de la idea de las serpientes lactantes en esta zona indígena no resulta inusitada, pues este es un tema recurrente en los mitos no solo de México, sino del mundo (Paz 2017, 152). Francisco Luna Tavera, en 2007 mediante comunicación personal comentó a quién escribe estas líneas, que el mito de las serpientes lactantes es común en la zona de Ixmiquilpan; no obstante, él interpretaba esa imagen como una representación otomí de la diosa Coatlicue, fundamentaba esta aseveración en el hecho de que se trata de un personaje femenino quien sostiene serpientes y cuyo cuerpo y cabellos está formado por vegetación y frutos. Se analizan estás dos hipótesis, es decir, la posibilidad de que la imagen se trate de la representación del mito de las serpientes lactantes o la reminiscencia virreinal de la diosa madre mesoamericana.
La propuesta de que la imagen del sotocoro de Ixmiquilpan sea una versión otomí virreinal de Coatlicue, a los ojos académicos resulta una afirmación temeraria, pues Ixmiquilpan está localizado en el Valle del Mezquital zona en la que predomina el pueblo otomí, grupo que aparentemente no la tenía como deidad, pues Sahagún no menciona nada sobre un culto otomí a Coatlicue (Sahagún 1985 [1793], 602-605). Por otra parte, en cuanto a sus características formales, la referida imagen de Ixmiquilpan se encuentra muy distante de la representación de la madre de Huitzilopochtli del Museo Nacional de Antropología, pues tiene cabeza humana, sostiene a las serpientes, estas no forman parte de su falda y cinturón, también carece del collar de corazones y manos humanas.
A pesar de estas severas dificultades, dos hechos llaman la atención: en el mito del nacimiento de Huitzilopochtli toda la acción ocurrió en el cerro de Coatepec ubicado dentro del Valle del Mezquital.9 Esta cercanía espacial con el mítico Coatepec es muy sugestiva y más aún cuando existe otra imagen más o menos contemporánea a la de Ixmiquilpan y que tiene algunos elementos comunes con la representación más conocida de la diosa madre mexica. Se refiere a una imagen que se encuentra en el muro del evangelio en la capilla de Xoxoteco, enclavada en la Sierra Alta del estado mexicano de Hidalgo. Esta capilla tiene un programa iconográfico muy parecido al de la capilla abierta adjunta al convento de San Nicolás Tolentino, en Actopan, Hidalgo, México.
En la figura 3 se compara un personaje de interés para la presente discusión con la escultura monumental de la Coatlicue en el Museo Nacional de Antropología, México. Donde se aprecia medio cuerpo del personaje en cuestión, su mano izquierda presenta una suerte de garra demoniaca, mientras a manera de collar porta corazones y manos humanas, la cabeza es un diseño difícil de identificar pues no tiene ojos, nariz, boca, más bien se observa una forma alargada de la que salen dos serpientes, posiblemente haya habido más, pero el estado de conservación de la pintura no permite asegurarlo. La carencia de cabeza humana, las serpientes en lugar de cabeza y el collar de corazones y manos humanas (ver figura 4) resultan rasgos muy sugerentes.10
Fuente: CONACULTA-INAH-México. Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. N de A: el personaje de la izquierda tiene un collar de manos y corazones humanos, además, de su cabeza emergen serpientes, la Coatlicue también tiene un collar de manos y corazones y en lugar de cabeza dos serpientes de perfil se unen para formar un rostro frontal.
Fuente:CONACULTA-INAH-México. Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. N de A: en esta imagen se aprecian mejor el collar y las serpientes que emergen de lo que parece la cabeza.
La imagen de Xoxoteco no es grutesca, pero se encuentra rodeada por cenefas de grutesco; en cambio ayuda a dimensionar la posibilidad de la persistencia del recuerdo indígena de las antiguas deidades y atributos iconográficos meso-americanos asociados con personajes demoniacos. Esta representación y la de Ixmiquilpan son lejanas entre sí, no mantienen parecido evidente aunque resulta intrigante la posibilidad de que ambas poseen rasgos que pueden atribuirse a la diosa mexica Coatlicue y que están ubicados en la zona otomí del actual estado de Hidalgo.11 En el caso de Xoxoteco la presencia del collar de corazones y manos índica la intención de generar una imagen con fuerte carga significativa para los nativos, por esta razón fueron agregaron elementos indígenas que difícilmente se encuentran en grabados europeos.
Circulación de imágenes y el tema de las serpientes lactantes
¿Cuáles podrían ser los antecedentes europeos de la imagen de Ixmiquilpan? Como ya señalé, la fuente visual precisa no ha sido localizada, pero en un grabado novohispano publicado en 1559 se puede apreciar (ver figura 5) un parecido cercano con la imagen estudiada y también se observa diferencias notables, a pesar de ellas vale la pena la comparación puesto que ayudaa arrojar luz sobre la composición que es objeto del presente estudio.
Las semejanzas son las siguientes: se trata de una escena de tres personajes, uno es un sujeto femenino con cuerpo vegetal de la cintura para abajo, los otros dos personajes tienen cuerpo de serpiente y cola fitomorfa. Es diferente de la imagen de Ixmiquilpan porque la posición de los personajes serpentiformes está invertida, tienen cabeza humana que no hace contacto con la mujer grutesca, ella se cubre los senos con sus colas y los personajes serpentinos tienen alas. Esta imagen se puede considerar como una variante del esquema de la mujer con serpientes en los pechos. Por lo tanto, pueden existir otras variaciones que formarían parte de una serie de imágenes. Tomo como punto de partida esta hipótesis para estudiar otra imagen muy cercana a la del sotocoro de Ixmiquilpan y que sugerentemente está localizada en el trascoro de la catedral de Ávila, en España.12 En la figura 6 se aprecia que las dos imágenes anteriores son muy cercanas a esta: Se puede distinguir dos serpientes en el aparente acto de lactancia las cuales tienen su boca sobre los pechos de un personaje alado cuya zona media-inferior de su cuerpo está formado por hojas de acanto, mientras que tanto a la izquierda como a la derecha vemos a dos personajes con cuatro pares de alas: tienen un par en la espalda y un par en el pecho, pero estas están flexionadas o resguardadas.
Las tres imágenes se encuentran relacionadas pues forman parte de una serie de representaciones grutescas de sujetos femeninos asociados con personajes serpentiformes, siendo las de Ixmiquilpan y Ávila imágenes muy cercanas en cuanto a forma y tema. En la figura 7 se aprecia una comparación: los parecidos son evidentes, pero difícilmente se podría asegurar que la imagen de Ixmiquilpan deriva de la de Ávila, cómo ya se indicó, lo más plausible es que exista una serie de imágenes con variaciones de este mismo tema en iglesias de España (Paz 2017, 152) así como grabados que hicieron posible la circulación de las imágenes de mujeres con serpientes, tema centenario en el arte europeo.
Fuente: Ixmiquilpan, en el Estado de Hidalgo, México. CONACULTA-INAH-México. Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Durante el Románico y el Gótico las mujeres con serpientes en los pechos fueron representadas con gran profusión (Paz 2017, 152). Esta dilatada presencia muestra una amplia circulación de ideas y formas, así como también es un testimonio de permanencia y cambio. En el caso de las artes plásticas, seguramente pasó al Nuevo Mundo mediante grabados, pero, aunque falten algunas piezas de este rompecabezas no se puede renunciar a la discusión académica con los elementos disponibles. En este contexto se quiere subrayar que en la historiografía mexicana no son frecuentes las comparaciones directas entre imágenes novohispanas y españolas, situación que ya señaló Paula Mues en el caso de la investigación de las pinturas novohispanas "[...] cuando al intentar explicar sus características plásticas particulares se les aleja de las pinturas españolas de la época [...]" (Mues 2008, 11). Este alejamiento mencionado por Mues tiene varias décadas, de manera temprana, José Moreno Villa mencionaba en 1948 que "[...] noté que los mexicanos interesados por su arte preferían que el europeo les señalase las diferencias, no las analogías [...]" (Moreno 1948, 9). Por esta tendencia historiográfica, son escasas las comparaciones entre pinturas de ambos lados del Atlántico, en los estudios comparativos los grabados ocupan un lugar privilegiado, no obstante, creo que a falta de grabados que muestren cuál fue el modelo preciso para la imagen del sotocoro de Ixmiquilpan, la comparación entre dicha composición y sus equivalentes en España son necesarias.
¿La imagen del trascoro de Ávila puede referirse al mito de las serpientes lactantes? Al parecer esta creencia no existía en las culturas prehispánicas y llegó por vía de España:
Se dice que cuando una mujer está amamantando, la serpiente llega y mama de sus senos, mientras mete la cola en la boca del niño para entretenerlo. Esta acción, imposible para cualquier serpiente, pues no tienen labios flexibles para mamar y no pueden tomar leche porque enferman, se ha atribuido a muchos tipos de serpientes en México, y la superstición fue traída por los españoles (De la Garza 1984, 281).
La imagen de la bóveda del coro de la iglesia de Ixmiquilpan se puede suponer que es contemporánea al friso bajo, en cuanto a que tiene una paleta cromática semejante, así como la presencia de manos indígenas, según quedó asentado páginas atrás. Por consiguiente, se puede indicar que es del último tercio del siglo XVI. Por su parte, la imagen de Ávila fue entallada en la década de 1530 y previa a esta existen otras imágenes de mujeres con serpientes que tienen su boca en los senos. ¿Las imágenes del románico y el gótico qué representan? Como menciona Luis Huerta Huerta, iconográficamente la asociación entre la mujer y la serpiente es muy antigua, proviene del imaginario clásico: "Leclercq Kadaner situó el origen de este modelo iconográfico en las representaciones clásicas de Gea, la Tellus, o Madre Tierra de los romanos, que era mostrada amamantando a todas las criaturas [...]" (Herrero 2016, 109-112; Huerta 2006, 93-94). Durante la Edad Media esta fórmula fue adaptada para representar a la lujuria y su castigo, situación por la cual las serpientes y criaturas que antaño eran amamantadas ahora son agresoras pues: "[...] el elemento activo se invierte y la mujer ya no amamanta a los animales, sino que estos atacan sus partes más sensibles" (Huerta 2006, 93-94). Iconográficamente, cambió el significado de las imágenes, pero en el ámbito popular se mantuvo el mito de las serpientes lactantes. La iconografía medieval de la mujer con serpientes en los senos servía para representar el castigo por la lujuria. Es posible que los personajes alados de Ávila no sean angelitos sino puttis, es decir, servidores de Cupido y Venus, los puttis pueden representarse de manera híbrida (García 2001, 120) con elementos animales y humanos, como en el caso del grabado de la figura 4. Su asociación con el amor y el erotismo compagina con la idea del castigo por la lujuria, así como con el carácter grutesco de la escena del trascoro de Ávila y el sotocoro de Ixmiquilpan.
En la imagen de Ixmiquilpan no están representados puttis, pero las serpientes ocupan un lugar prominente en la composición, estos ofidios, desde el enfoque cristiano, tienen una carga moralizante muy poderosa, pues se asocian con el peligro, la perdición, el castigo y la lujuria; son reptiles incontrolables, imposibles de domesticar por lo cual producen gran temor (Montes y Barcia 2017, 202-205). ¿Existen imágenes de serpientes en el arte indígena cristiano novohispano que confirmen esta idea? En el convento franciscano de Atlihuetzia, en Tlaxcala fue pintada una imagen muy reveladora. Berenice Alcántara Rojas (1998) la estudió a la luz de unas cartelas explicativas en náhuatl (Alcántara 1998, 71) y de un texto del franciscano fray Ioan Baptista. Ambos se refieren a una historia edificante -un exempla- sobre Valentín de la Roca, personaje que no quería oír misa, pronunció en vano el nombre de Dios, se confesaba de manera incorrecta y comulgaba a pesar de encontrarse en pecado (Alcántara 1998, 82). El demonio como castigo adquirió forma de serpiente para enroscarse en el cuerpo y cuello de Valentín de la Roca para así darle muerte.
También hay escenas de serpientes asociadas con mujeres en la capilla abierta del convento de San Nicolás Tolentino, Hidalgo, México. Aquí fueron pintadas dos escenas que resultan de interés para este trabajo: en la primera se narra el pecado original provocado por la serpiente, que en realidad es el demonio disfrazado; conforme al relato bíblico, ella instigó mediante engaños a la desobediencia de la humanidad, pues Eva y Adán comieron del fruto prohibido. La serpiente en su identidad demoniaca era vista como un enemigo de la humanidad, este mismo tema lo retomaron los pintores de los muros de la portería del convento agustino de Cuitzeo en donde también está representado el pecado original (ver figura 8). Cabe destacar que en ambos casos el rostro del ofidio parece el de una mujer.13
Fuente: CONACULTA-INAH-México. Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. N de A: en ambos casos la serpiente está representada con rostro de mujer.
En la otra escena, ubicada en el lado de la epístola de la capilla abierta, varios personajes arden en el infierno, aquí una mujer tiene su cuerpo rodeado por el de una serpiente (Estrada 2011, 266) que castiga a la mujer, recordando vagamente a la pintura del convento de Atlihuetzia. Observando con detenimiento la imagen, se puede apreciar que la cola de la serpiente está en la entrepierna de la mujer, y lo que muy probablemente sea su cabeza está en la zona del pecho, justamente mordiendo un seno, la imagen está muy deteriorada, pero en el detalle de la figura 9 es posible advertir los elementos descritos.
Fuente: CONACULTA-INAH-México. Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. N de A: sobre el cuerpo de una mujer se enrolla una serpiente que pasa por la entrepierna de la mujer y muerde uno de los senos del alma atormentada.
Las imágenes de Actopan e Ixmiquilpan son más o menos contemporáneas, pues fueron pintadas en el último tercio del siglo XVI, Atlihuetzia también es del siglo XVI al igual que Cuitzeo. Lo anterior indica que el tema de la serpiente como causante de la expulsión del paraíso y como castigadora se encontraba extendido en varias zonas de la Nueva España y era algo común al arte indígena cristiano, especialmente en la región de la frontera norte, en donde abundan representaciones de castigo infernal como en los establecimientos religiosos de Actopan, Xoxoteco y Cuitzeo. El contexto infernal de la mujer con la serpiente mordiendo su pecho, en la capilla abierta de Actopan, dificulta que se piense en ella como una mujer dando de mamar a la serpiente, más bien índica castigo, tormento y no maternidad.14
La mujer, las serpientes y la lujuria
¿Existirán unos referentes textuales y visuales para las serpientes lactantes en el siglo XVI novohispano? No fue posible localizar información al respecto; sin embargo, existe un trabajo en el que se recoge en el relato de una mujer castigada con serpientes que le muerden los senos, debido a que incurrió en el pecado de la lujuria. El citado Confessionário en lengua mexicana y castellana. Con muchas advertencias muy necesarias para los confesores de fray Ioan Baptista,15 presenta varios exemplas,16 el religioso narra la historia de una mujer que fue condenada al infierno por haber recibido la absolución sin haber confesado que había cometido incesto. Dos frailes fueron testigos de la falsa confesión de la mujer, en donde observaron que salían sabandijas de su boca, mismas que luego regresaron cuando la mala mujer no confesó que había tenido relaciones sexuales con un pariente. Al día siguiente la buscaron y descubrieron que había muerto, por esta razón rogaron a Dios para que les permitiera saber qué había ocurrido con la mujer.
[18] Lo consintió Dios, escuchó con benevolencia sus súplicas, para que todas las personas [de] allí saquen provecho [y] de allí tomen cordura; durante tres días rezaron los sacerdotes [y] les hizo ver, les mostró, a la mujer perversa [que] anda estando sobre una gran [24r] mazacohuatl, la tzitzímitl coleletli, la que mucho espanta a la gente, la que sorprende a la gente, la que hace tiritar a la gente y la que hace entumecer, la que mucho hacía padecer, la mataba de cansancio.
[19] En todas partes de su cabeza muchas lagartijas de fuego o comadrejas de fuego, coatíes de fuego y zorrillos de fuego, muy venenosos, babosos, resbaladizos y que matan a la gente, la asaban la mordían y la cortaban con los dientes (Alcántara 2005, 409-411).
Ante la pregunta expresa de qué significaban sus penas -las alimañas que la atormentaban-, ella -según el texto en náhuatl- les explicó que las lagartijas de fuego que lastiman su cabeza son en castigo por su afán de hermoseamiento "[...] para que me miraran con alegría los otros" (Alcántara 2005, 413). Después de una larga exposición en donde explica sus pecados llega a un punto de mucho interés para el análisis de la imagen de la mujer con las serpientes:
[36] Las negras serpientes tecuhtlacozauhqui, que afligen a la gente, rodean y ciñen mi cuello [26v] ellas mucho me estrujan con dolor, ellas mucho me oprimen y me muerden los senos, me despedazan los senos y me pellizcan los senos, me chupan los senos; con ello con castigada, con ello mucho soy hecha padecer, por causa de mucho quise, mucho me di al oficio, no hubo vergüenza, no hubo pena ante los no buenos, los no rectos tocamientos y mis abrazamientos; también mucho alegré suciamente a la gente cuando me cogían los senos, me agarraban los senos mis perversos amigos, mis compañeros de pecado (Alcántara 2005, 415).
Como puede apreciarse, en esta cita existe clara alusión a la lujuria, a las acciones sexuales trasgresoras, pecaminosas. Además, el relato bien podría ser una descripción de la escena de Ixmiquilpan. Según el exemplum, las serpientes son un tormento porque ella permitió tocamientos lujuriosos, la asociación entre las serpientes y la lujuria se argumenta párrafos más abajo, en donde se afirma que la serpiente sobre la que va montada le quema los muslos y la zona de la cadera, es decir, los genitales "[...] por causa del deseo hacia otros, el abrazamiento y el amancebamiento, la sucia alegría, [la] lubricidad" (Alcántara 2005, 415).
Este texto arroja luz sobre el significado de la imagen discutida y da un giro inesperado: la escena es una alusión al castigo a las mujeres que cayeron en el pecado de la lujuria. Esta interpretación concuerda con la lectura de algunas escenas del friso alto y del friso bajo. En el primer caso, Pablo Escalante Gonzalbo (1999, 36) señala que una cabeza decapitada, junto con un alfanje y una rodela, representan a Holofernes decapitado por Judith, es decir, un rey muerto por su lujuria (ver figura 10). Como se explicó en la nota 3, una de las lecturas más aceptadas del friso bajo, asegura que se trata de una psicomaquia, en donde luchan vicios y virtudes, pero al parecer el pecado que mejor se ha identificado es el de la lujuria (Pérez 2017).
Fuente: CONACULTA-INAH-México. Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. N de A: entre el hipocampo y el arco se aprecia la cabeza decapitada de un rey, tiene los ojos cerrados a la usanza indígena para indicar la muerte, por debajo de la cabeza cercenada están representados un alfanje y una rodela.
La anterior glosa concuerda con las lecturas sobre imágenes parecidas en España, este tipo de escenas de mujeres con serpientes aparentemente lactantes son generalmente interpretadas como una alusión al pecado de la lujuria (Herrero 2016, 71, 101, 104,109; Paz 2017, 152). La férrea condena a la lujuria se explica porque en el arte cristiano medieval la lujuria era considerada como el más terrible de los pecados:
La espiritualidad monástica consideró los vicios de la carne como el principal pecado que acechaba al hombre y proyectó hacia ellos los más grandes anatemas. La diatriba eclesiástica contra las pasiones bajo-corporales se convirtió en una constante a lo largo de la Edad Media con el fin de imponer un comportamiento moral tendente a una sexualidad dirigida exclusivamente hacia la procreación dentro del matrimonio (Huerta 2006, 93).
Durante el siglo XVI la condena a la lujuria se mantuvo en España, el humanismo y la introducción de nuevos parámetros artísticos durante el plateresco y estilos subsecuentes no significaron una renuncia a los ideales de control sexual, pueden encontrarse abundantes condenas en autores como Juan Pérez de Moya, quien afirmó que los hombres que aman a la lujuria son ciegos (Pérez de Moya 1673 [1585], 84). En varios programas iconográficos está denostada la lujuria, tal es el caso de la fachada plateresca de la Universidad de Sancti Spiritus, en el País Vasco (González y Ruiz 1989), así como la famosa escalera de los Colegios Mayores de la Universidad de Salamanca (Pereda 2000, 84).
A partir de las anteriores consideraciones se propone, como interpretación hipotética, que la imagen de la mujer de la bóveda del coro de Ixmiquilpan no hace referencia al mito de las serpientes lactantes, sino que su significación está ligada con la idea de la psicomaquia del friso bajo, en la que combaten vicios contra virtudes; también está concatenada con la condena a la lujuria del friso alto. En el friso bajo existe una notable participación indígena, que se evidencia tanto en los temas de guerreros ataviados a la usanza indígena mesoamericana luchando contra monstruos grutescos y chichimecas, así como en recursos gráficos tales como la presencia de ojos frontales en imágenes de perfil, la utilización de elementos propios de la tradición indígena como las diademas de mando -xihuitzolli-, presencia de glifos toponímicos, hipercorrección en la proporción del cuerpo humano.17
En la imagen de la bóveda del coro el personaje femenino tiene color de piel moreno, está ataviado con lo que parece un quechquémitl, las cabezas de las serpientes grutescas fueron pintadas de perfil mientras que sus ojos están representados de manera frontal. Indudablemente los pintores indígenas representaron a una mujer nativa, presumiblemente sufriendo el castigo por actos lujuriosos. Una escena relacionada con el tema de la tención carnal está localizada en la capilla de Santa María Xoxoteco, no muy lejos de Ixmiquilpan, aquí, según Juan Benito Artigas Hernández (1979, 65) fueron pintados cuatro personajes -dos indígenas y dos españoles-. En la figura 11 se muestra un detalle en donde se aprecia a dos mujeres, una española y otra indígena, la escena es interpretada por Artigas Hernández (1979, 66) como la tentación que atenta contra el matrimonio y por Estrada de Gerlero como una escena de adulterio (2011, 270), es decir una tentación basada en la lujuria, la mujer nativa es morena y viste un Huipil, prenda propia de las mujeres indígenas de los grupos de cultura mesoamericana.
Fuente: CONACULTA-INAH-México. Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. N de A: de izquierda a derecha se aprecia a una mujer española seguida por una indígena, ambas se distinguen por el tipo de indumentaria, así como por su color de piel y cabello. Ambas están siendo tentadas por demonios que les señalan la dirección en donde se encuentran un hombre indígena y otro español.
Resulta sugerente que la mujer de Ixmiquilpan porta una prenda indígena -el quechquémitl- que apenas cubre el pecho siendo agredida por las serpientes quienes atacan sus senos, acción ante la cual ella trata de alejar de su cuerpo a las sabandijas que le infringen dolor. Es una escena de castigo relacionada tanto con el friso bajo y alto de la misma iglesia, así como con los castigos del infierno en la capilla abierta de Actopan y con los ciclos de tentaciones de la capilla de Xoxoteco. Todos estos lugares se encontraban emplazados en la frontera norte de la Nueva España, en una zona de difícil de evangelización durante las etapas tempranas de la conversión; entre 1550 y 1590 muy cerca de allí se suscitó el conflicto conocido como la guerra chichimeca por lo que era una región en donde urgía reforzar los mecanismos de control ideológico mediante el miedo a las penas de infierno, castigos eternos para aquellos que no siguieran la conducta enseñada por los evangelizadores, entre los cuales estaba un código de moral sexual que prohibía la poligamia prehispánica y les imponía vestimentas que cubrían una gran parte de su cuerpo, condenando la desnudez y todo aquello que fuera considerado contrario a la doctrina cristiana.
Conclusiones
La historiografía de los grutescos de Ixmiquilpan se ha centrado en el friso bajo, en donde fue abordado el tema de la guerra en su doble vertiente de representación de la psicomaquia y el conflicto con los chichimecas. Sin embargo, además del friso bajo también existe pintura mural en el friso alto, las capillas perimetrales, la sacristía, la bóveda del presbiterio y en la bóveda del coro; en este último lugar entre sus plementos está localizada una imagen que había pasado desapercibida y que en primera instancia pareciera un grutesco meramente decorativo. En una primera aproximación se mostró que se trata de una mujer indígena cubierta con un quechquemitl y que sostiene dos serpientes que están prendidas de sus senos. Como primera hipótesis se partió de la posibilidad sobre la figuración del mito de las serpientes lactantes, presente en la zona en donde está localizada la zona de Ixmiquilpan, pero que no es de origen indígena, sino que llegó a este lado del atlántico por vía de España. No existen ejemplos de iconografía de serpientes lactantes en conventos del siglo XVI en la Nueva España, pero sí se dispone de varios casos de mujeres asociadas con serpientes, ya se trate de Eva tentada por el ofidio, o de almas castigadas.
También se exploró la sugerencia de Francisco Luna Tavera, apasionado investigador de la cultura otomí quien propuso que puedo tratarse de una representación novohispana de la diosa Coatlicue. Si bien pareciera que carece de fundamentos, se evidenció que en la capilla de Xoxoteco sí existe una imagen que tiene algunos rasgos iconográficos de la diosa madre. Sin embargo, no se trata de una imagen que tenga por objetivo rehabilitar la veneración de las antiguas deidades, muy por el contrario, el propósito es condenar los cultos antiguos mediante la demonización de los dioses. De acuerdo con esta lógica no sería tan sencillo que se colocara intencionalmente una representación de la deidad en el interior de la iglesia del convento, argumento fortalecido por la presencia de imágenes análogas en la Nueva España y en España. Las características que podrían aproximar la imagen en cuestión a la concepción indígena de la diosa de la tierra se explican como atributos propios del grutesco. No obstante, la cuestión queda abierta a futuros análisis.
Gracias a la consulta del texto de loan Batista traducido por Berenice Alcántara Rojas fue posible advertir el verdadero significado de la imagen: se trata de una mujer que recibe un castigo infernal mediante dos serpientes que muerden sus senos. Pero esta imagen deriva de una serie de representaciones que tiene variables considerables pero que muestran como constante a una mujer con dos serpientes asociadas con sus pechos. Se presentó una comparativa entre una escena parecida en el interior de la catedral de Ávila, España, así como un grabado de un impreso novohispano. No fue posible localizar la cabeza de esta serie ni el grabado que dio origen a la escena de Ixmiquilpan, pero la comparativa entre las imágenes de España y la Nueva España, permitió establecer una mejor comprensión de las representaciones del castigo de la lujuria, así como una historia centenaria del tema, que hunde sus raíces en el románico, pasa por el gótico y se encuentra una manifestación en el plateresco español así como al menos dos casos en el arte indígena cristiano de la Nueva España.