Introducción
La historia de los indígenas de la región del Urabá después del abandono de Santa María la Antigua del Darién (1524), Acla (1541) y San Sebastián de Urabá (1552), algunos de los primeros poblados hispánicos en la América continental, ha permanecido sin clarificarse debido a la falta de suficientes estudios documentales al respecto.1 Lo mismo sucede con el poblamiento de la región de las sabanas y del valle del río Sinú (Fals-Borda 2002; Gordon 1957; Parsons 1952, 1967). El drástico descenso poblacional generado por las primeras generaciones de encomiendas (Parsons 1952; Ruíz Rivera 1996) hizo que durante gran parte del siglo XVII las áreas del bajo Sinú permanecieran con un reducido nivel poblacional, permitiendo el retorno del bosque a esta región, que a la llegada de los españoles estaba muy poblada (Gordon 1957). Igualmente, la vulnerabilidad a los ataques externos, tanto de indígenas de la vecina región de Urabá como de piratas, desalentó cualquier empresa colonizadora de envergadura.2
De esta manera, la región del Sinú solo fue atractiva para un nuevo tipo de colonización, formalmente no autorizada, pero en la práctica permitida por las autoridades, la colonización impulsada por personas libres, de cualquier raza, pero de bajos recursos, con aspiraciones de mejorar su nivel económico y social en la jerarquía colonial. Este tipo de colonización derivó en el área del Sinú en lo que Fals-Borda (1977) denominó como el "vecindario pobre colonial", definido como "un vecindario libre, pero de recursos limitados" (Fals-Borda 1977, 130).3
Igualmente, el poblamiento de la provincia de Cartagena durante la primera mitad del siglo XVIII tampoco ha sido estudiado a fondo hasta el momento por falta de información global (Herrera Ángel 2014, 269). De esta manera, los pocos estudios que hasta ahora se han hecho sobre la historia del poblamiento de la región caribe colombiana ni siquiera mencionan los desplazamientos indígenas de Urabá a la región del río Sinú a comienzos del siglo XVIII (Zambrano-Pantoja 2000). Hasta el momento solo Fals-Borda (2002), ha proveído algunos detalles parciales del poblamiento del valle del río Sinú.
Este artículo tiene como objetivo principal analizar las causas de los desplazamientos de los indígenas de la región de Urabá hacia el río Sinú entre 1680 y 1721. Igualmente, buscará detallar los mecanismos que utilizaron los colonos del Sinú para atraer y forzar a los indígenas a desplazarse. El trabajo desarrolla dos hipótesis principales. En primer lugar, que lo señalado hasta ahora por otros autores como Fals-Borda (2002) y Moreno de Ángel (1993) respecto a las causas de dichos desplazamientos y los mecanismos empleados para dicho fin algunas veces son incorrectos, y en la mayoría de las ocasiones son inexactos, principalmente por la falta de evidencia documental y metodológicamente por hacer afirmaciones e imaginar el desarrollo de algunos eventos sin el apoyo documental respectivo. En segundo lugar, que los traslados de indígenas fueron tan importantes en términos del número de personas que se desplazaron, que a comienzos del siglo XVIII el llamado "partido del Sinú" fue la única subregión de la provincia de Cartagena que presentó un aumento de su población indígena durante dicho periodo. La metodología de esta investigación se centra en una exhaustiva revisión documental primaria y secundaria. La revisión documental primaria incluye el Archivo General de Indias de Sevilla, en especial el fondo Panamá 216, que no se había utilizado hasta el momento, y el Archivo General de la Nación de Bogotá. Uno de los mayores obstáculos que se enfrenta en este tipo de trabajo es el poder identificar plenamente a los grupos indígenas involucrados en los traslados. Esto se debe en primer lugar que desde el momento mismo de la conquista estos grupos se resistieron a su sometimiento y colonización, lo que derivó en una falta de conocimiento suficiente sobre ellos por parte de los españoles. Sin embargo, los grupos indígenas de la región de Urabá estaban lejos de estar completamente aislados y mantenían algunos intercambios comerciales con Cartagena. Igualmente, durante el siglo XVII, tanto Urabáes como Caribanás viajaron a Cartagena en varias ocasiones a pedir misioneros, y aunque se les enviaron, por diversas razones dichas misiones fueron todas de corta duración. A pesar de ello algunos religiosos alcanzaron a dejarnos algunos mínimos registros sobre dichos grupos.
Durante las últimas décadas una corriente historiográfica en Colombia ha acudido a las fuentes orales para complementar la escasez de fuentes documentales sobre los indígenas del área de estudio (Vargas-Sarmiento 1993). Sin desconocer cierto grado de validez en dicha aproximación, esta investigación intencionalmente solo hace uso de las fuentes documentales, por lo que se tratará de interpretar la información a la luz de lo que lo permitan dichas fuentes.
En la Historia doble de la Costa, Orlando Fals-Borda (2002, 33A-34A) señala que a comienzos del siglo XVIII los indígenas Urabáes salieron a las riberas del Sinú al haber quedado en desventaja como consecuencia de las alianzas de los Tunucunas o Cuna-cunas con piratas franceses e ingleses, para desarrollar actividades militares en toda la región y para acceder a armas de fuego. En este artículo se mostrará que esta hipótesis es incorrecta, porque los Tunucunas no solo no fueron los causantes principales de los desplazamientos, sino porque algunas familias pertenecientes a este grupo indígena vivían junto a los Urabáes y se encontraban entre los desplazados. De hecho, la presencia de los Tunucunas en el área del bajo y medio Sinú a comienzos del siglo XVIII se explica, precisamente, debido a que algunas familias de dicho grupo fueron forzados a desplazarse por los llamados indígenas Chocoes. En reemplazo de la hipótesis de Fals-Borda, se presentará la documentación que mostrará cómo durante un periodo de cerca de cuarenta años, aproximadamente entre 1680 y 1721, cerca de mil quinientos indígenas que vivían en la región de Urabá se desplazaron a vivir a las riberas del río Sinú.
El artículo está dividido en seis secciones. En la primera se presentará un resumen sobre la información documental disponible respecto a los principales grupos indígenas que vivían en el río Atrato y el Urabá durante el siglo XVII. La segunda parte se concentrará en dilucidar las causas de los desplazamientos y traslados de indígenas del Urabá al Sinú. La tercera, se referirá a los primeros traslados y el rol jugado en dicho proceso por una acaudalada mujer cartagenera llamada doña Francisca Baptista. En la cuarta se detallará como a partir de 1712 doña Francisca Baptista impuso los derechos que había logrado obtener de parte de la corona sobre los indígenas del Urabá, que estaban siendo tomados como suyos por varios colonos del Sinú, típicos representantes del vecindario libre de bajos recursos. En la quinta se mostrará el inusitado pragmatismo de doña Francisca y cómo logró hacer arreglos con sus vecinos para el poblamiento y administración de dichos indígenas. En la sexta, se mostrará el impacto poblacional que implicó para la provincia de Cartagena (figura 1) el traslado de indígenas entre las dos regiones. Finalmente, se presentarán las conclusiones.
Fuente: Juan López, "Mapa geográfico de la provincia de Cartagena (Detalle)", 1787, en Real Academia de la Historia (Madrid-España), Sección de Cartografía y Artes Gráficas, C-011-044-27.
Indígenas del río Atrato y Urabá durante el siglo XVII
Aunque las fuentes consultadas para esta investigación no ofrecen una respuesta suficientemente satisfactoria respecto a quienes eran cada uno de los grupos indígenas protagonistas de los eventos que describiré en este trabajo, de manera general me referiré principalmente a cuatro grupos indígenas. En primer lugar, los dos grupos indígenas que por lo menos desde las primeras décadas del siglo XVI habitaban la región de Urabá: los llamados Urabáes (Cieza de León [1553] 1922), ubicados en la costa oriental del golfo de Urabá, visitados por Julián Gutiérrez en 1536 (Friede 1955; Jopling 1993; Matilla-Tascón 1945) y los Caribaná o Cariba, habitantes inicialmente en la región costera al oriente de la punta de Caribaná (Fernández de Oviedo 1853; De Jesús 1681) y posteriormente casi exclusivamente a lo largo de la cuenca del río Damaquiel, actual Mulatos. En segundo lugar, los grupos del río Atrato: los Tunucunas o Cunacunas -actuales Gunas, Tules o Gunadules- del bajo Atrato, y los "Chocoes" o Citaraes -algunos de los actuales grupos Emberá- originalmente del alto Atrato (Isacsson 1975a, 1980; Williams 2005).
Aunque de manera general se puede afirmar que estos cuatro grupos indígenas eran independientes unos de otros, es probable que algunos de ellos tuvieran algún tipo de parentesco, o con el tiempo se hubiesen entremezclado y desarrollado parentescos más estrechos, pero sin perder en ningún momento su autonomía como grupo. Este es el caso, por ejemplo, de los Tunucunas y los Urabáes, quienes como lo documentó Fray Pedro Simón (1892) a comienzos del siglo XVII, hicieron frente a la armada colonizadora de Francisco Maldonado de Saavedra, estos grupos eran aliados, aunque con algún grado de rivalidad pero que no llegaba a un nivel de enemistad. Cuando un grupo de misioneros franciscanos llegó a San Sebastián de Urabá en 1627, en una efímera misión, mencionaron que los Tunucunas de la costa occidental del golfo algunas veces visitaban a los Urabáes de la costa oriental (Mantilla 1987). Sin embargo, cuando misioneros capuchinos andaluces establecieron una misión en 1647, encabezada por Fray Luis de Priego y Fray Diego de Guadalcanal, encontraron un poblado Tunucuna cerca de San Sebastián de Urabá e indicaron que hacía pocos años dicho grupo se había ido a vivir allí (Cordubensi 1889).
El grupo del que existe menor información documental son los denominados Caribaná o Cariba, quienes a comienzos de la conquista y por lo menos hasta mediados del siglo XVII fueron conocidos por tener flechas envenenadas y por quemar los restos de sus líderes y mezclar sus cenizas en sus bebidas, lo que derivó en la creencia de que se comían a sus muertos (De Jesús 1681). Cuando los padres jesuitas Diego de Torres y Alonso de Sandoval los visitaron en 1606 recogieron información respecto a que todos los indígenas de Urabá eran cerca de mil quinientas personas.4 Posteriormente, en 1627 una misión de padres Agustinos, liderada por Fray Alonso de la Cruz se estableció en la cuenca del río Damaquiel (De Jesús 1681; Relación del Transito qve hizieron á las Indias los Padres Agustinos Descalços de España 1630), la cual terminó trágicamente en 1633 con la muerte de tres de los misioneros, incluido Fray Alonso, a manos de los indígenas. Los Agustinos mencionaron (De Jesús 1681, 232-233) nueve poblados indígenas en la cuenca del río Damaquiel -Damaquiel, Chicarachica, Alfatichica, Matamoros, Tiquitusa, Farabay y Mosio-. Adicionalmente mencionaron otros seis poblados cercanos a la costa, al parecer todos en el golfo de Urabá -Mugirica, Nacarino, Numiarán, San Sebastián, Chichirubi y Urabá-, que entre todos sumarían cerca de seis mil doscientos indígenas, lo que parece una cifra exagerada.
La colonización española del alto Atrato, iniciada en 1638 (Williams 2005), derivó en un lento pero definitivo proceso de movilización de los Chocoes o Citaraes hacia la parte media y baja de dicho río (Isacsson 1974a), que tuvo su máximo impulso después del sangriento levantamiento de 1684 (Williams 2004), que exacerbó la práctica del cimarronaje (Isacsson 1974b), y que los llevó a disputar territorios de los Tunucunas, Urabáes y Caribaná.
Aunque faltan estudios más detallados, el proceso de expansión de los Chocoes o Citaraes al Atrato medio fue posible por la crisis que enfrentaron una pluralidad de grupos indígenas, al parecer con vínculos de parentesco con los Tunucunas, que la documentación española denominó con nombres tan diversos como Oromiras (Isacsson 1975b), Idibaes y finalmente como "Gorgonas". Los llamados Idibaes/Gorgonas fueron agregados por religiosos Franciscanos procedentes de Panamá hacia 1638 en el área cercana a Bahía Solano (Cordova-Salinas 1957), generando una epidemia que derivó en la muerte de muchos indígenas. Adicionalmente, la belicosidad de los Idibaes/Gorgonas, que los mantenía en guerras permanentes con todas las tribus vecinas, hizo que una vez habían disminuido en número quedaran vulnerables a los ataques simultáneos de todos sus enemigos, lo que los colocó en una situación insostenible que derivó en que muchos de ellos pidieran a los españoles su traslado a Panamá, como efectivamente sucedió en 1679, cuando cerca de cuatrocientos sobrevivientes de dicho grupo fueron trasladados al río Chagres, donde vendrían a extinguirse varias décadas después (Jopling 1994). La desaparición de este grupo indígena del Atrato medio fue lo que permitió la expansión de los Chocoes/Citaraes a las regiones bajas de dicho río, que derivó en el desplazamiento de los indígenas del Urabá al Sinú.
Causas de los desplazamientos y traslados del Urabá al Sinú
Como es común en los procesos de movilización de comunidades humanas, los desplazamientos de los indígenas de Urabá al Sinú fueron el resultado de la combinación de fuerzas que los empujaron fuera de la región y de otras que los atrajeron a su nuevo hábitat (Oliver-Smith y Hansen 1982). La confluencia de por lo menos tres hechos causó y facilitó dichos desplazamientos de los indígenas de Urabá al Sinú.
En primer lugar, los ataques y amenazas de los indígenas Chocoes a todos los indígenas del bajo Atrato y Urabá, incluidos los Tunucunas, Urabáes y Caribanás (Caribas). Como se mencionó anteriormente, hacia finales del siglo XVII los Chocoes comenzaron a entrar al área baja del río Atrato y a la región de Urabá para esconderse del alcance de los españoles, después del levantamiento armado de 1685 (Williams 2005). El camino lo habían conocido por primera vez en 1649 cuando bajaron en compañía de Fray Matías Abad, acción que le costó la vida al religioso, quien murió en manos de los Urabáes (Isacsson 1974a).
La primera mención documental de ataques de los Chocoes a los Cunacunas es de 1691, en la desembocadura del río Atrato. La información proviene del controvertido misionero Franciscano Fray Joseph de Córdoba, quien en dicho año navegó desde Cartagena hasta el golfo de Urabá y subió por el río Atrato hasta llegar a la población de Lloró, donde vivían Citaraes y españoles, lo cual estaba prohibido por la corona. Según Fray Joseph de Córdoba, cuando llegó a las bocas del río Atra-to encontró a los indígenas Cunacunas visiblemente alterados porque los Citaraes habían matado a por lo menos diez de ellos.5 Igualmente, otro testigo español mencionó que estando en la población de Lloró, oyó decir a los indígenas Citaraes que dado que Fray Joseph de Córdoba había descubierto el camino, los Chocoes ya no se podían esconder en el área de la desembocadura del río Atrato, "que era a donde ellos se solían retirar por no estar conocido ni descubierto".6
Diversos testimonios mencionan que los Chocoes justificaban su guerra con los Cunacunas como una venganza por la muerte que dichos indígenas hicieron de los misioneros Franciscanos Fray Francisco de Armani y Fray Antonio Hernández, junto a sus escoltas, en 1698, en la localidad de Tarena.7 Sin embargo, residentes de larga data en la provincia, como el capitán Manuel Vargas, quien llevaba viviendo cerca de catorce años en el Citará, ponían en duda dicha explicación, agregando que los Chocoes,
Con las muertes que han hecho está casi despoblada la provincia del Cunacuna, poblándose los dichos indios de esta provincia en ella por hacerse cimarrones y abandonar la provincia. Lo que ha acontecido desde antes de que los Cunacuna mataran a los padres curas [...].8
Por su parte, el Maestre de Campo Antonio de Olivares Marmolejo señalaba que en sus veinte años de experiencia en la provincia del Citará había visto que los indígenas de dicha provincia,
Se retiran a incorporarse con los indios cimarrones que están en los retiros para ir a matar a los indios Cunacunas y a traer esclavos; y que en dicho tiempo, según lo que le consta y ha oído habrán muerto de indios Cunacunas más de cuatrocientos, y traído esclavos más de trescientos, por cuya causa los dichos indios del Citará no quieren vivir en sus pueblos [...].9
La preocupación de los españoles de la provincia del Citará por la guerra que tenían los indígenas de la provincia con los Cunacunas, se explica también por el nivel de afectación que estaba causando en toda la provincia el desabastecimiento de alimentos y la consecuente hambruna que se estaba produciendo, "resultada de irse todos sus naturales a dichas guerras, consumiendo en ellas todos los mantenimientos".10 De esta manera, se reportaba que los habitantes no indígenas de la provincia, tanto españoles, negros y mulatos, comenzaban a abandonarla.
En segundo lugar, el despoblamiento de la región de Urabá también pudo haber sido el resultado de la presencia de piratas franceses e ingleses en la región del golfo. Desde finales del siglo XVII pequeños grupos de piratas franceses se quedaron a vivir por varias décadas en la región de la desembocadura del río Atrato y el Urabá, relacionándose con familias Tunucunas y Urabáes. Sin embargo, la información documental encontrada no muestra de manera clara que esta alianza hubiera sido usada para perseguir a otros grupos indígenas. Sin embargo, dicha documentación no deja duda de que en la región de Urabá hubo una presencia activa de piratas especialmente crueles durante el periodo de estudio (Deslander 1743). De esta manera, no debe descartarse la posibilidad que hubieran jugado algún papel importante en el desplazamiento de los indígenas de sus tierras.
Desde mediados del siglo XVII, a partir de la conquista de Jamaica por los ingleses en 1655, grupos de piratas que tenían como centro Port Royal acechaban constantemente la costa norte del Virreinato de Nueva Granada, desde el golfo de Urabá hasta Riohacha. Hasta 1670 dichas bandas habían asaltado Riohacha cinco veces, Santa Marta tres y Tolú siete (Bialuschewski 2022, 39). Aunque los ataques disminuyeron en los años posteriores, grupos piratas continuaron sus asaltos a las canoas que llevaban provisiones de Tolú a Cartagena, o atacando directamente las haciendas del partido de Tolú para robarlas.11 Uno de los ataques piratas documentados a comienzos del siglo XVIII fue el que ocurrió en la villa de Tolú en 1702. De acuerdo con Davis (2011, 153), un grupo de nueve o diez piratas ingleses tomaron Tolú, la robaron y quemaron antes de salir a atacar las minas de Caná en el Darién panameño.
Según el recuento del "práctico" Manuel Bravo, en 1714 los indígenas Tunucunas incursionaron en la desembocadura del río Sinú acompañando al pirata español Miguelito y un joven francés llamado Petit Pierre (Pitipie). Este ataque dejó varios españoles muertos y otros tomados prisioneros, entre ellos el cura del poblado indígena de San Juan de las Palmas, don Manuel Cudres de Salazar, quien fue llevado a la región del golfo de Urabá. El cura fue finalmente liberado después del pago de un rescate en hachas y machetes, que habrían sido llevadas por Francisco Velásquez, que como se verá más adelante fue uno de los personajes más importantes de la región del Sinú durante esos años.12
En tercer lugar, el tipo de relación que les ofrecieron los colonos del vecindario libre, de recursos limitados del río Sinú a los indígenas desplazados fue un factor que atrajo a los indígenas a la región del Sinú. Esta relación se basaba en el intercambio o "rescate" de productos de interés para ambas partes y en la oferta de trabajo remunerado, ante la escasez de mano de obra en la región, resultándole atractiva a los indígenas. De hecho, desde hacía por lo menos un siglo, los indígenas de la región de Urabá habían expresado reiteradamente que no aceptarían ser encomendados y aunque estaban dispuestos a reducirse y a ser cristianos, no lo estaban a ser sometidos a la esclavitud derivada del modelo de las encomiendas.
Doña Francisca Baptista y los primeros poblamientos de indígenas de Urabá en el Sinú (1680-1710)
Hacia 1680 algunos indígenas de Urabá comenzaron a salir a una estancia sobre el río Sinú llamada Maní, de propiedad del capitán Alejo de Bohórquez, de la que era mayordomo el griego Marcos de Cavadías. De acuerdo con testimonios proveídos por Cavadías, un día cualquiera vieron subir en una barqueta por el río Sinú a cuatro indígenas. El buen recibimiento que les dieron los colonos del vecindario libre, de recursos limitados del Sinú derivó en que los indígenas se quedaran en dicho lugar, "porque venían huyendo de su tierra a ocasión de que los Chocoes los perseguían".13
Poco tiempo después, dos de los cuatro indígenas regresaron a su tierra "y de ella trajeron consigo diez familias de indios".14 En menos de un año los indígenas trajeron más de cien familias, y dado que la estancia de Maní ya no tenía capacidad para albergarlos, Cavadías notificó a doña Francisca Baptista, heredera de dicha estancia por la muerte de su tío, el capitán Alejo de Bohórquez, "por ser su número de más de seiscientas almas",15 y los repartió en tres lugares distintos, Pablos, Águila y Cereté.
Entre 1683 y 1685 doña Francisca acudió dos veces ante el Consejo de Indias para que se le concediera en encomienda los indígenas que habían llegado a sus tierras desde el Urabá, lo cual le fue negado por medio de una cédula con fecha del 30 de noviembre de 1687. El Consejo pidió al entonces gobernador de Cartagena, don Rafael Capsir y Sanz, que "cuidase de la doctrina y enseñanza de estos indios procurando su alivio y buen tratamiento".16 Sin embargo, fue ella quien continuó haciéndose cargo de los indígenas y le colocó un sacerdote a su costa.
En 1692, doña Francisca peticiona ante el nuevo Gobernador de Cartagena, don Martín Zevallos de la Cerda, esta vez para que le otorgasen el título de pacificadora y conquistadora de los indios reducidos en el río Sinú, "sin que ninguna persona tenga ni pueda tener acción en la reducción de dichos indios, porque solo la he de tener yo o mis descendientes por juro de heredad hasta tanto que su majestad los quiera encomendar".17
En su petición, la señora detalló los doctrineros que había contratado entre 1684 y 1691, los pagos que les había hecho a cada uno de ellos, los regalos enviados a los indígenas y las donaciones a la iglesia de la doctrina. Doña Francisca también dejó ver claramente que su expectativa era que la Corona en algún momento le encomendara los indígenas que habían quedado bajo su cuidado; por eso decía que se encargaría de ellos, "hasta que su majestad los quiera encomendar y en caso de quererlos hacer sea yo o mis dependientes preferidos por cuanto yo me he empeñado tantos años ha en obra tan meritoria".18
En su solicitud de 1692 doña Francisca, reportó que hasta ese momento había logrado reducir 261 indígenas de la región de Urabá,19 pero aclaró que el número de indígenas aumentaba constantemente. El gobernador de Cartagena finalmente le otorgó el título solicitado, quedando condicionado al visto bueno de la Corona, la cual no puso ob-jeción.20 El título oficial que obtuvo doña Francisca fue el de "conquistadora, pacificadora y pobladora de los naturales indios de la Provincia de Urabá y cordilleras del Dariel".21
Además de doña Francisca sobresalen cinco personajes principales en la colonización y poblamiento del Sinú a comienzos del siglo XVIII: el capitán Joseph Cristóbal, Vicente Bolaños, Francisco Velásquez, el franciscano Fray Andrés de Padilla y Juan Caballero. A excepción de doña Francisca y del religioso franciscano, los otros cuatro personajes son típicos representantes del vecindario libre, de recursos limitados.
Fundación de San Sebastián de Urabá
Los indígenas con quienes se funda San Sebastián de Urabá o Pueblo Nuevo,22 fueron el resultado de la congregación de los que inicialmente habían llegado a tierras de doña Francisca a partir de 1680, más unos que agregó doña Inés Gómez y otros que trajo Fray Agustín Sánchez de Alvarado en 1700. 23 Dicho año, este religioso redujo a los indígenas que habían sido ubicados en el sitio de Cereté y el Águila, y los juntó en un lugar llamado Punta Gorda de los Alquitranes, mientras se condicionaba un poblado con iglesia, que después se llamaría San Sebastián de Urabá, que posteriormente también albergó a los indígenas de Chuchurubí, uno de los grupos Urabáes al que se puede rastrear desde la visita de Julián Gutiérrez a la culata del golfo de Urabá en 1536 (Friede 1955; Jopling 1994; Matilla-Tascón 1945).
San Sebastián de Urabá inicialmente contó con una población indígena de unas cuatrocientas personas, pero una peste de viruela los redujo considerable-mente.24 Francisco Velásquez testimonió que, al llegar a la región,
Halló fundado el pueblo de San Sebastián de Urabá de Doña Francisca Baptista y que su principio ha oído decir algunos indios viejos y algunas personas antiguas fue con unos indios que se vinieron de su tierra huyendo de los del Chocó porque los mataban, y que se poblaron en una estancia nombrada de Maní que estaba el río arriba, del capitán Alejo de Bohórquez, difunto. Y que después se vinieron a una estancia nombrada Pablos de la dicha doña Francisca Baptista donde se estuvieron algún tiempo y que por haber habido una peste murieron algunos indios, los demás por disposición de la dicha doña Francisca se trajeron y agregaron al dicho pueblo [...].25
La peste que afectó a los indígenas de San Sebastián fue la "viruelas, garrotillo y sarampión."26 Según doña Francisca, "este año de la peste estuvieron todos los indios con la misma de donde murieron el número de más de doscientos indios, indias, chinos y chinas [...]".27 De esta manera, San Sebastián de Urabá llegó a tener más de cuatrocientos indígenas, y al parecer más de la mitad murieron por las pestes, probablemente por estar agregados todos en un solo lugar. Es claro en la documentación que las enfermedades no detuvieron la migración voluntaria y forzada de indígenas de la región de Urabá hacia las riberas y ciénagas del río Sinú.
Para establecer el pueblo de San Sebastián de Urabá, en la parte baja del río Sinú, doña Francisca Baptista compró diecisiete caballerías de tierra a doña Inés Gómez de Aguilar, pagando por ellas seiscientos pesos.28 Allí hizo iglesia y la puso a cargo de un religioso franciscano, a quien ella pagaba por su trabajo para cristianizar a los indígenas.29
Poblamiento de Nuestra Señora de Guadalupe y San Pedro Alcántara (Sabaneta)
Hacia el año 1700 el misionero Franciscano Andrés de Padilla pobló a un grupo de indígenas de Urabá, al parecer Urabáes, en el sitio de Nuestra Señora de Guadalupe y San Pedro Alcántara, también conocido como Sabaneta. Fray Andrés era hijo del contador Diego Muñoz de Padilla, poseedor de la encomienda de Baranoa en el partido de Tierra Adentro en la provincia de Cartagena, la cual se le había concedido en 1649 por dos vidas. Su hijo Andrés Muñoz de Padilla heredó la encomienda en 1656, con 21 indígenas útiles (Ruiz-Rivera 1996, 90). Sin embargo, dado que Andrés se hizo religioso franciscano el 19 de enero de 1668 el gobernador asignó dicha encomienda a José de Arbizu (Borrero-Plá 1995, 244).30
Fray Andrés de Mejía señaló que Fray Andrés de Padilla le pidió ayuda para solicitar tierras para la fundación de una población para los indígenas. El padre Mejía le informó que el cabildo de Tolú había asignado unas tierras para ello, "dándole el título y posesión por un juez, cuyos instrumentos obtenemos para el resguardo".31 Varios testigos afirman haber conocido a dos indígenas de Urabá, uno llamado Joseph o Josepe y el otro Chicharo, que Fray Andrés de Padilla habría llevado a Cartagena para que el gobernador Juan Díaz Pimienta los nombrara capitanes, como efectivamente lo hizo.32 Sin embargo, Fray Andrés de Padilla murió a su regreso de Cartagena, quedando la misión sin más ferviente impulsor.
Traslado de indígenas de Mensiachica a San Nicolás de Bari
Otro traslado importante tuvo lugar en 1704 cuando el capitán Joseph Cristóbal González subió por el río Sinú hasta encontrar el poblado indígena de "Mensiachica",33 y según su testimonio los "convenció" para que bajaran con él. El capitán Cristóbal habría "empoblado" a los indígenas en un sitio llamado San Nicolás de Bari, tierras de Diego Durango, que el capitán Cristóbal tenía arrendadas.34 De acuerdo con el testimonio de una de las personas que lo acompañó, cuando el dicho capitán envió a traer a unos indígenas de "Mensia" estos los recibieron con sus flechas, generándose una refriega en la que un indígena perdió dos dedos de un sablazo. Ante esta situación, el capitán Cristóbal ordenó quemar las casas del poblado. Atemorizados, los indígenas decidieron bajarse de las montañas con el grupo de españoles.35
Una vez establecidos en San Nicolás de Bari, un testigo señaló haber escuchado a los indígenas quejarse, "diciendo los habían traído engañados para vivir libres y que no trabajarían sino para ellos, y que ahora se ven como esclavos y sin pagarles".36 La certificación oficial, expedida en 1704, muestra que los indígenas asentados en San Nicolás de Bari fueron inicialmente 245. Había 134 "indios grandes" e "indias ya mujeres"37 (54.7 %), y 111 niños (45.3 %). El gobernador de Cartagena había autorizado al capitán Cristóbal para que se hiciera cargo de los indígenas, pero le estipuló que no podían estar sujetos a ningún tipo de servicios o tributos por veinte años.
Algunos testigos acusaban al capitán Cristóbal de vivir dentro del pueblo con su mayordomo y esclavos. Pocos años más tarde los misioneros Franciscanos ofrecieron su versión de dichos eventos:
Viendo el Padre Fray Andrés Padilla que el Capitán Joseph Cristóbal González perturbaba la tranquilidad de la conversión de los indios pidió ante el Capitán Don Joseph de Tovar alcalde ordinario más antiguo de la villa de Tolú, se le recibiese información de cómo el dicho Capitán Joseph Cristóbal había subido río arriba con gente de armas y había sacado los indios que dejaba reducidos y que eran los del pueblo de Mencia Chica los cuales estaban como en depósito hasta ofrecerse oportunidad y conveniencia de bajarlos y que lo hizo con tiranía despojándoles de sus bienes, hiriéndolos y maltratándolos y quemándoles sus casas, teniéndolos en un continuo trabajo.38
Las quejas de los Franciscanos también incluían el hecho de que, "el párroco que tenían era un zambo [...] el que su tirana codicia cruelmente les arrancaba las narices por traer en ellas unas chagualas de oro".39 Para corregir dicha situación, el capitán Cristóbal logró poco tiempo después que don Juan de Zabala, cura del poblado de San Juan de las Palmas, distante unas cinco leguas de San Nicolás de Bari, fuera nombrado también cura de su pueblo. Más considerando que los indígenas eran recién convertidos y se necesitaba un cura de tiempo completo, se nombró al licenciado don Manuel Polo.40
Varios testigos declararon que Cristóbal empleaba a los indígenas en rozas de primera y rozas de segunda o bijaos, en hacer balsas de madera, canoas grandes y pequeñas, y que no les pagaba por dichos trabajos.41 Adicionalmente, el trabajo de sacar las maderas de las montañas para la fabricación de las canoas lo hacían a fuerza de brazo por tres leguas de distancia hasta sacarlas al río. Los indígenas únicamente tenían los sábados libres para poder hacer sus rozas y para generar ingresos para poder vestirse. A las mujeres, el capitán Cristóbal también las empleaba para cargar el maíz sobre sus hombros, también sin pagarles por su trabajo, el cual era embarcado hacia la ciudad de Cartagena.
Francisco Velázquez, declaró que los indígenas de San Nicolás de Bari le habían dicho,
"Que el trabajo era mucho y exorbitante", y que Cristóbal no les pagaba cosa alguna. "Y que les dice dicho capitán que los trabajos que hacen son para pagar las tierras donde están; por lo cual han preguntado los dichos indios al que declara que, si tanto valen las tierras, que en ocho años de trabajo no las han pagado".42
Agrupamiento de indígenas en Nuestra Señora del Carmen, San Antonio y el sitio Zaragocilla
Vicente Bolaños fue otro de los protagonistas en el traslado de indígenas del Urabá al Sinú. Según su propio testimonio, hacia 1689 había comenzado a relacionarse con los indígenas de Urabá a donde solía ir a "rescatar", o canjear, con ellos, y los traía al Sinú a trabajar en rozas y corte de maderas. La buena relación que tenía con los indígenas derivó en que poco tiempo después de que perdiera la vista, los indígenas se lo llevaron con ellos por cerca de un año para tratar de curarlo.43 Sin embargo,
No pudiéndolo conseguir lo trajeron y vinieron con él más de diez o doce familias las cuales alojó en un sitio nombrado Cereté, tierras del dicho Vicente Bolaños, y habló al Padre Comisario Fray Andrés de Padilla para que los agregase así y catequizase y redujese a nuestra santa fe.44
Inicialmente, Bolaños solo tenía reducidos veinticinco indígenas, pero en 1707, Manuel Antonio Bravo, "práctico" de la región, quien hablaba la lengua de los indígenas Cariba, fue a Urabá en compañía de Juan Caballero, quien apenas llevaba cerca de dos años en el nuevo mundo, y trajeron 175 indígenas, con la intención de fundarlos en tierras de Vicente Bolaños.
En marzo de 1707 Bolaños acudió ante el gobernador de Cartagena, don Joseph Zúñiga y de la Cerda a pedir licencia para fundar un pueblo con dichos indígenas, que "estaban para salir de sus poblaciones y gentilidad y agregarse con los antes conducidos".45 Llevó ante el gobernador a dos indígenas principales, llamados Joseph de Murga y Juan Alonso, y pidió que se les concediera el título de capitanes y se les tratase con especial consideración para consolidar su deseo de agregarse y volverse cristianos, a lo cual el gobernador accedió. Bolaños declaró,
Me presenté ante el Gobernador y Capitán General Don Joseph de Zúñiga y de la Cerda [...] en diez y seis de marzo del año pasado de mil setecientos y siete, pidiendo licencia para fundar pueblo de los indios que tenía agregados y doctrinados en mi domicilio y para conducir ciento y setenta y cinco indios chicos y grandes que estaban para salir de sus poblaciones y gentilidad y agregarse con los antes conducidos para lo cual puse presenté a dicho señor Gobernador dos indios de los más principales para que honrándolos dicho señor Gobernador con el título de Capitanes a sus naturales a reducirse al gremio de la cristiandad [...] y con efecto dicho señor Gobernador, en diez y siete de dicho mes de marzo de setecientos y siete me concedió la referida licencia.46
Estos indígenas fueron primero alojados en una estancia propiedad de Bravo, "en el sitio que llaman la Balsa, intermedio de la playa que llaman del viento, tierra adentro para este río".47 Al regresar Bolaños de Cartagena, los indígenas de la Balsa fueron reubicados en tierras de este señor, donde de acuerdo con un testigo, "me costa ir ninguno de voluntad por estar bien hallados en el dicho arroyo de Balsa y tener sus rozas sembradas y hallarse mantenidos abastecidamente [sic] por el dicho Bravo de todo lo necesario".48
Entre dichos indígenas había por lo menos dos Tunucunas, y esto se supo porque ese mismo año de 1707 corrió la voz de que los Tunucunas habían arribado a la Balsa en dos canoas en compañía de piratas,49 por lo que, el capitán Joseph Cristóbal y los vecinos del área acudieron rápidamente a contener cualquier ataque, pero todo resultó ser un falso rumor, "pues solo habían venido dos indios de la nación referida de paz". Sin embargo, Bolaños pidió al capitán Cristóbal que llevara los indígenas que estaban en el Arroyo de Balsa a sus tierras, lo cual hizo, no sin antes quemarles sus casas. Este hecho habría originado que por lo menos treinta indígenas se hubieran regresado a la gentilidad.
Estos indígenas fueron los que Bolaños agregó en un sitio llamado Nuestra Señora del Carmen, San Antonio y Zaragocilla, en las riberas del río Sinú. Les proporcionó tierras para sus labranzas y cura doctrinero para su instrucción en la fe católica, a quien pagaba doscientos pesos al año. Sin embargo, según los religiosos, no se sentían a gusto en dicho lugar y no duraban más de un año en su trabajo, por ponerse al lado de los indios, y por rechazar que los negros se mezclaran con los indígenas. Los religiosos señalaban que el poblado de Bolaños, "más parece estancia que pueblo de indios".50 Igualmente, los religiosos se quejaban de que muchos indígenas morían de enfermedades por falta de medicinas.
Posteriormente, aprovechando la autoridad de los dos indígenas capitanes para convencer a sus familiares de reducirse en la región del río Sinú, los colonos Antonio Caballero y Salvador Alonso de Santisteban fueron dos veces a la montaña y sacaron a más de doscientos indígenas.51 En 1709, Juan Caballero también subió a la montaña en compañía de un práctico y "convenció" a 175 "Cariba" a salir hacia el río Sinú y los dejó localizados en el sitio de Santa Cruz de Lorica en poder de Vicente Bolaños quien había financiado la operación y tenía tierras disponibles para ellos.
A comienzos de 1710 un grupo de unos sesenta Tunucunas llegaron al sitio denominado el Viento, donde vivía Manuel Bravo, quien los entregó a Bolaños.52 En julio de ese año Bolaños fue nuevamente ante el gobernador de Cartagena, don Joseph Zúñiga y de la Cerda, esta vez con un líder indígena Tunucuna llamado Cristóbal. En palabras de Bolaños,
Traje a mi población un capitán con sesenta y tres personas, indios naturales de Tunucuna que habían venido saliendo de la provincia del Dariel por las hostilidades de los indios Chocoes, de lo cual di cuenta a dicho señor Gobernador en doce de julio del año pasado de mil setecientos diez trayendo conmigo al referido capitán nombrado Cristóbal quien refirió a dicho señor Gobernador el deseo que tenían de ser Cristianos y que mediante ello habían salido a mi amparo prometiendo traer a los naturales que se habían quedado en el monte y que para ello se les concediese el título de Capitán de su gente y que ninguna justicia se entrometiese con ellos ni conmigo en cuanto a dicha población dejándolos hacer sus bohíos y sementeras, que todo se me concedió por despacho del dicho día [...].53
El gobernador de Cartagena, don Joseph de Zúñiga, por su parte, escribió la siguiente certificación, fechada el 12 de julio de 1710,
Por cuanto se me ha representado por parte de Vicente Bolaños residente en el Río del Sinú le habían salido a su población un capitán con sesenta y tres personas indios naturales de Tunucuna que se habían venido huyendo de la provincia del Andariel de los indios Chocoes porque les mataban y quitaban las familias, haciéndoles otras muchas extorsiones y vejaciones por lo cual me pedía permiso para su fundación, y aun mismo tiempo ha comparecido ante mí dicho indio capitán nombrado Cristóbal y me ha representado por escrito lo referido manifestando el deseo que le asistía de ser cristiano y que mediante ello habían salido al amparo con la reserva de traer otros naturales que se habían quedado en el monte.54
Los Tunucunas fueron ubicados en el sitio de Cotocá, sobre el río Sinú, cerca de Lorica, y se mandó que "ninguna persona de cualesquier estado y calidad que sean le impidan ni embaracen al Capitán Vicente Bolaños la fundación que está para hacer de los indios de nación Tunucuna".55 Igualmente, el gobernador decidió que el padre franciscano, Fray Pedro Barcenilla se encargara de la doctrina de los Tunucuna. Sin embargo, al poco tiempo los Tunucunas se habrían regresado a la gentilidad, "porque no podían sujetarlos, como lo hacen con los de Urabá, por ser esta nación belicosa".56 No es claro cuántos indígenas alcanzó a tener Vicente Bolaños y en dónde estaban localizados todos ellos. El testigo que más menciona indígenas en poder de este vecino del Sinú dice haberle visto cerca de trescientos. Por ejemplo, Salvador Polo, quien fue mayordomo de Bolaños por casi dos años, testificó, "que ha visto y reconocido el mucho amor que tiene a los indios de nación Cariba, y que tiene hecho y fundado un pueblo en tierras suyas con más de trescientos indios chicos y grandes".57 Polo también testificó de que Bolaños vivía con su familia y sus esclavos dentro del pueblo donde tenía a los indígenas, "y que así mismo ha oído quejarse a los indios de que los negros del dicho Bolaños se mezclan con las indias".58
Traslado de indígenas al sitio de San Antonio de Momil
Francisco Velázquez, otro personaje del vecindario libre, de recursos limitados del Sinú, quien era un profundo conocedor del Urabá y de sus indígenas, testificó que en 1710 él tenía unos indígenas de Urabá que había sacado de las partes remotas de dicha provincia, y que tenía acordado con Fray Agustín Sánchez para que lo acompañara a bajarlos a San Sebastián de Urabá. Sin embargo, Juan Caballero se adelantó y con ocho personas armadas bajó a los indígenas con engaños, diciéndoles que los contrataba para ir a hacer unos cortes de madera por los cuales les habría de pagar. Habiendo enviado a los indígenas varones con esa excusa, Caballero se habría quedado atrás, "y le dijo a las mujeres de dichos indios, y algunos indios que se habían quedado con ellas, que venían los indios Chocoes a matarlos, que se bajaran con él. Los cuales indios e indias temerosos lo hicieron viniéndose en su compañía".59 Juan Caballero los pobló en el sitio de San Antonio de Momil.
Salvador Polo testificó que él había ayudado a llevar a los indígenas a Momil una vez los habían bajado de Urabá a un sitio nombrado el Bergantín. Allí se encontró con Fray Agustín Sánchez, "quien por noticias sabía que en dicho sitio había algunos indios pertenecientes a su pueblo, por ser parientes de otros",60 por lo que el dicho padre quiso llevárselos para San Sebastián de Urabá. Sin embargo, Polo lo convenció de que él los llevaría a Momil y que después el religioso podía pedírselos a Caballero. Diversos testimonios aseguran que Caballero no tenía tierras propias, por lo que tenía arrendadas tierras de Marcos de Cavadías, quien años atrás había sido mayordomo de doña Francisca. Caballero tampoco les tenía iglesia ni cura a los indígenas que llevó a dicho lugar.
Quizás la mejor síntesis de las primeras décadas del traslado y poblamientos de indígenas de Urabá en la región del Sinú lo hizo el Alférez Juan del Corro Vareño, quien en 1711 declaró,
Para el descargo de mi conciencia digo que según tengo experiencia y estoy entendido, ninguno de los que van a la provincia de Urabá fueran por indios para poblarlos sino fuera por servirse de ellos como esclavos, pues los que hoy los obtienen con ellos han buscado el caudal que se le hallare, y solo sé haber tenido cuantioso caudal doña Francisca Baptista, y es público y notorio solo la dicha señora le ha llevado el servicio de Dios, pues aunque Vicente Bolaños cuando pobló los indios que llevo referidos tenía sus esclavos y tierras, me consta antes de esta fundación haberlos adquirido y su caudal con el trabajo de indios Urabáes [...].61
Doña Francisca Baptista impone sus títulos sobre los indígenas de Urabá
En 1712 doña Francisca Baptista peticionó nuevamente ante el gobernador de la Provincia de Cartagena, Joseph de Zúñiga y de la Cerda, para que se le adjudicaran los indígenas que varios colonos del río Sinú tenían en su poder, entre quienes sobresalían Vicente Bolaños y Joseph Cristóbal, además de los franciscanos, quizás los únicos que tenían suficientes indígenas para formar con ellos poblados. Esta vez, su petición le fue concedida, con la excepción de los que tenía el Capitán Joseph Cristóbal, por estar amparado por la Real Audiencia de Santa Fe. Específicamente, doña Francisca había peticionado, "que se le adjudiquen todos los indios que hubieren salido de la Provincia de Urabá por pertenecerle como a conquistadora y pacificadora de dicha Provincia".62
El comandante de las milicias de la Villa de Tolú y su partido, capitán Alonso Francisco de Cárcamo, fue nombrado juez comisario para la entrega de los indígenas y para acompañarle en la diligencia se nombró a Francisco Balladares, escribano real. Sin embargo, los testimonios de las actuaciones del juez comisario y el escribano no mencionan que doña Francisca hubiera estado presente en dicho recorrido, sino que ella actuó por medio de su apoderado, el Capitán Andrés de Anaya.63
Los indígenas empadronados en distintos lugares del río Sinú que fueron entregados a doña Francisca Baptista sumaron 398 personas. Resalta el hecho de que los colonos que tenían mayor número de indígenas eran los franciscanos en Sabaneta (146), Vicente Bolaños y Juan Caballero en Momil (108), quienes aparentemente se fueron voluntariamente de dicho lugar a Sabaneta y San Sebastián; Juan Ramos en Tolú (61) y Francisco Velásquez en Mocarí (46).
A juzgar por la memoria dejada por el escribano, la misión del juez comisario de la entrega fue pacífica y en general, sin oposición, dado que únicamente se puso preso a Francisco Velásquez, quien tenía 46 indígenas en el sitio de Mocarí, quienes fueron embarcados en el río Sinú hasta San Sebastián. En realidad, la falta de oposición también se debió a que la decisión del gobernador de Cartagena no daba campo para la protesta, dado que estipulaba severas penas para quien se opusiera al trabajo de la comisión. Sin embargo, al final de la diligencia doña Francisca protestó el excesivo costo incurrido por los oficiales judiciales, dado que, según ella, duró más tiempo del necesario. Igualmente, doña Francisca mostró su inconformidad por el uso excesivo de la fuerza por parte del Capitán Cárcamo, dado que la puso en una situación de rivalidad con todos sus vecinos. Según doña Francisca,
Dicho escribano ha dicho estuvo recogiendo algunos indios que estaban separados en diferentes estancias. En esto excedió de la comisión que Vuestra Excelencia le dio, pues en ella no se expresa que dicho juez ni escribano anduvieren por los montes y estancias buscando indios, sino tan solamente se me adjudicasen los pueblos que diferentes vecinos de aquel río me tenían usurpados. Ni tampoco en dicho despacho se les mandó por Vuestra Excelencia a dicho juez ni escribano anduviesen haciendo exhortaciones ni causa criminales contra los vecinos de dicho río, por redundar todo en grave perjuicio mío y de mi caudal, por la enemiga que todos aquellos vecinos puedan tenerme por las vejaciones que han recibido sin tener yo en esto parte; pues antes si, a dicho escribano le dije muchas veces no hiciese mal alguno a dichos vecinos, antes sí con mucha paz, por ser yo tan inclinada a ella.64
De otro lado, el empadronamiento de los indígenas de San Sebastián de Urabá en 1712 contabilizó 379 indígenas, y el de Nuestra Señora del Carmen-Zaragocilla, del capitán Joseph González, totalizó 97, para un total de 476 indígenas en los dos pueblos de indios.65 Después de haber sido despojado de sus indígenas, Vicente Bolaños se quejaba de esta manera,
La dicha doña Francisca ha sido y es quien con siniestro informe ha conseguido despojarme de dichos mis indios no habiendo en su reducción, conducción y población, pacificación, manutención y doctrina tenido la dicha doña Francisca, por si ni por interpuesta persona costo alguno ni diligencia personal más es la superioridad de su poder [...] Mi derecho y justicia es de la misma naturaleza que el que tiene el Capitán Joseph Cristóbal González, a quien no ha podido vencer la dicha doña Francisca con la superioridad de su poder.66
Los inesperados arreglos de doña Francisca con sus vecinos para el poblamiento y administración de los indígenas
Una vez doña Francisca obtuvo el control de los indígenas hizo una sorpresiva maniobra, reflejo de su mentalidad pragmática. En efecto, acordó con sus principales adversarios, antiguos "dueños" de los indígenas, que fuesen los mayordomos de los poblados de indios que se fundaran, y que para ello compraría tierras donde los indígenas quisieran asentarse y fundar pueblos.
De esta manera, doña Francisca logró aliarse con Francisco Velásquez, Juan Ramos, Juan Caballero y Vicente Bolaños para desarrollar un nuevo modelo de relaciones sociales, en la que los indígenas debían trabajar la tierra para el sustento del cura y el mayordomo español encargado de su administración y cuidado. Al mismo tiempo, el abogado del Real Fisco de la Santa Inquisición, Alejo Díaz y Muñoz, en la primera visita de un funcionario real a las encomiendas de la provincia de Cartagena en treinta y cinco años, agregó a la Corona diecisiete encomiendas de la región, varias de ellas con los indígenas que se habían trasladado del Urabá al río Sinú.67
A continuación, se detalla el proceso que llevó a la fundación del poblado de Momil, el traslado de indígenas del sitio de Zaragocilla a San Sebastián de Urabá, y el un poco más tardío, el poblamiento de Mocarí-Cereté. Los restantes pueblos de indios creados con indígenas procedentes del Urabá continuaron sin mayores cambios desde su asentamiento inicial, San Sebastián de Urabá o Pueblo Nuevo, San Nicolás de Bari y San Pedro Alcántara o Sabaneta.
Fundación del poblado de Jesús, María y José en el sitio de Momil
En agosto de 1713 el Capitán Juan Andrés de Anaya, apoderado general de doña Francisca Baptista, solicitó al Capitán Francisco de Luna y Hurtado, alcalde ordinario más antiguo de la Villa de Tolú,68 que lo acompañase a realizar la fundación y compra de tierras para los "indios de nación Cariba"69 que estaban al cuidado de Juan Caballero. En su petición el Capitán Anaya resaltaba que dichos indios, "están educados en nuestra Santa fe católica y sujetos a doctrina, bien cuidados y mejor tratados como Dios y el Rey manda, y como es de la obligación de la dicha conquistadora".70
Los indios "Cariba" que se iban a fundar se encontraban localizados "en el sitio y tierra de Momil",71 denominado ahora Jesús, María y José de Momil. De esta manera, el 9 de agosto de 1713 se llevó a cabo el empadronamiento de estos indígenas y la fundación del poblado con el mismo nombre. El empadronamiento encontró que en el lugar había 169 indígenas, entre chicos y grandes, encabezados por el cacique Juan Zermeño y los capitanes Diego Negrete y Matías de Espinoza.72
Doña Francisca, por medio de su apoderado, se comprometió a que les "dará a dichos naturales medicinas, barbero y tierras para que los dichos naturales puedan hacer sus rozas, y todo lo demás que les tiene ofrecido y tierras para su fundación [...]".73 Los indígenas, por su parte, dieron las gracias a la señora, "por lo mucho que les favorecía patrocinaba y defendía de los que hasta ahora les han hecho tantas vejámenes, y cuidaba del bien de sus almas, por lo cual dijeron claramente por ser los más ladinos".74
Acto seguido, el alcalde de Tolú, "estando en dichas tierras y cerro de Momil",75 hizo entrega al capitán Anaya de las escrituras de venta de las referidas tierras, las cuales fueron compradas por doña Francisca de su dueño Marcos de Cavadías, antiguo mayordomo suyo, por 412 pesos. Para finalizar, se le hizo entrega a Juan Caballero del poder otorgado por doña Francisca, en su calidad de administrador de dichos indígenas por un tiempo de seis años.76 En contraprestación, Caballero se obligaba a pagar el estipendio del cura, que recogería de los indígenas, y estaba autorizado para contratar un mayordomo, pero él mismo podía jugar dicho papel.77 Caballero juró que cuidaría y trataría, "con mucha caridad y benevolencia a los dichos naturales".78
Traslado de los indígenas de Zaragocilla a San Sebastián de Pueblo Nuevo
Una vez obtenido el control de los indígenas del sitio Zaragocilla, al parecer cerca del actual Cereté,79 doña Francisca Baptista peticionó para cambiar su localización, dado que el sitio resultó ser insalubre por las constantes inundaciones. Adicionalmente, según ella, "con semejante calamidad, sumo trabajo de desconsuelo e incomodidad, acompañándole a lo referido el continuo miedo en que vivían de ser asediados y muertos de los indios bravos sus circunvecinos nombrados Chocoes y Tunucanaes que les amenazaban".80
Para conocer la opinión de los indígenas, el Capitán Francisco de Luna y Hurtado, alcalde ordinario más antiguo de la Villa de Tolú, se trasladó al sitio de Zaragocilla. Según lo expresado por el Capitán Luna y Hurtado, el propósito de la visita era el de,
Reconocer la voluntad del cacique y capitanes, alcaldes y mandones y demás indios de dicho pueblo, con asistencia del padre cura y la del mayordomo para ver si quieren que les mude y funde en parte y tierras que sean fértiles, firmes y seguras para que permanezcan en ellas y hagan su pueblo y vivan con alivio, y a donde tengan conveniencias de sacar sus frutos de sus rozas y labores [...].81
Al llegar a Zaragocilla a practicar la visita, el 20 de agosto de 1713, el capitán Luna y Hurtado procedió a llamar a todos los indígenas del lugar, liderados por el cacique Antonio y los capitanes Juan Alonso y Francisco Hurtado, y realizó el respectivo empadronamiento, en presencia del mayordomo Gregorio Mondragón. Los indígenas solamente contabilizaron 107, es decir 63 menos que el año anterior.82
Después de realizado el padrón el capitán Luna y Hurtado procedió a consultar con los líderes indígenas,
Si querían vivir y permanecer en el dicho sitio de Zaragocilla, si en él gozaban de toda conveniencia, y si las tierras eran a propósito para las laboras y si están muy dilatadas de las orillas del río; si tenían trabajo para sacar sus frutos, y si viven con pesar y recelo de los indios que llaman Chocoes y Tunucanaes de que los vengan a matar a ellos y a sus hijos y sus mujeres por los caminos que de dicho pueblo bajan a salir a la playa del viento y a costa brava [...].83
A lo cual los indígenas respondieron, "todos unánimes y conformes querían mudarse del dicho sitio de Zaragocilla por no tener ningunas conveniencias y ser toda la tierra anegadiza y pantanosa",84 por lo que los afectaba las crecientes del río y les costaba mucho trabajo sacar sus rozas. Sin embargo, en los testimonios de los indígenas no se menciona que hubieran sido amenazados por los Chocoes o los Tunucunas mientras se encontraban en Zaragocilla. Los indígenas manifestaron que querían mudarse a un sitio llamado "Los Pedernales", pero el apoderado de doña Francisca les explicó que no se podía porque estaba muy cerca del pueblo de San Nicolás de Bari, del capitán Joseph Cristóbal.
El capitán Anaya les ofreció el sitio llamado "Punta Gorda", incorporándose con el pueblo de San Sebastián de Pueblo Nuevo, donde doña Francisca poseía tierras suficientes y fértiles, y la ciénaga para sus pesquerías. Los indígenas finalmente aceptaron la oferta y manifestaron que, "era su voluntad irse a vivir y fundarse en la dicha Punta Gorda, e incorporarse al pueblo de San Sebastián por tener en él parientes unos y otros que estarían sujetos a su campaña y doctrina".85
En seguida los indígenas fueron transportados al nuevo sitio con "todos los trastes que pudieron llevar, y muy gustosos se pusieron con el viaje para el dicho pueblo de San Sebastián".86 Al llegar fueron oficialmente entregados al cura misionero, el franciscano Fray Manuel López. A los indígenas provenientes de Zarago-cilla se les separó físicamente de los que vivían en San Sebastián de Pueblo Nuevo solo por medio de la iglesia, y se les organizó para que asistieran a los oficios religiosos también de manera separada.
Doña Francisca peticionó para que el tributo de cuatro fanegas de sembradura que se les había exigido a los indígenas de Zaragocilla, se les continuara aplicando ahora que vivían en San Sebastián. La solicitud fue concedida y se determinó que los indígenas debían cultivar,
Tres fanegadas de roza de maíz de primera y una de segunda o de bijao con cuyo producto se pueda satisfacer la congrua y estipendio asignado al padre cura doctrinero [...] y mantener una persona, la española, que con título de mayordomo asista en ella y cuide de dichos indios y de que hagan sus rozas.87
Poblamiento de Mocarí-Cereté
Francisco Velásquez fue uno de los personajes más exóticos de la colonización del río Sinú a comienzos del siglo XVIII. En 1708 viajó a Urabá y trajo consigo a un grupo de indígenas a las partes medias del río Sinú, pero tuvo que devolverlos a doña Francisca en 1712, cuando esta ganó un pleito legal. Velásquez fue arrestado durante la diligencia judicial en la que se le quitaron los indígenas y doña Francisca decidió entregárselos a Juan Ramos y Cristóbal Jiménez de León para su administración. Sin embargo, años más tarde, Velásquez logró conseguir otro grupo de indígenas, pero dado que no eran suficientes para fundar un pueblo, hizo un acuerdo con Ramos y de León para juntar los indígenas que tenían los tres y así fundar el pueblo de Mocarí en 1721.88
Hacia 1726 una fuerte epidemia de viruela afectó severamente a Mocarí, resultando en la muerte de muchos indígenas. Velásquez fue acusado de no haberles brindado a los habitantes de su pueblo la atención necesaria para su salud, dado que los tenía en la montaña haciendo cortes de maderas, y solo permitía que los bajaran cuando ya era muy tarde para cualquier posible tratamiento.
La cercanía que Velásquez tenía con los indígenas Urabáes y Tunucunas era evidente, lo cual en parte era por el hecho de saber la lengua de los Urabáes y quizás también de los Tunucunas. Un testigo señaló que Velásquez, "bebe chicha y se pinta con los indios y baila con ellos".89 Otro dijo que,
No ha visto que el dicho Velásquez haya conquistado ni pacificado indio alguno, que aunque trata y comunica algunos indios Tunucunaes gentiles, no es por reducirlos a la ley cristiana sino a su conveniencia propia de rescatar y tratar con ellos.90
En diversos testimonios también se denuncia su supuesta promiscuidad. Un testigo incluso declaró que Velásquez, "tiene hijos habidos en indios, y que con consentimiento de los padres de las cocas (que así llaman las chinas) está prendado con ellas a fuerza de dádivas, tanto a ellas como a sus padres".91 El cura de Mocarí acusaba a Velásquez de introducir, "en los dichos indios algunas Zetas, que parece se oponen a nuestra sagrada religión".92 Un testigo respondió, "que no sabe si introduce las Zetas que le preguntan, pero que ha oído decir a varias personas que dicho Velásquez usa de ellas, y las permite en los indios".93
La preferencia que los dueños de estancias y administradores de pueblos, como Velásquez, tenían del trabajo de los indígenas sobre los libres, fue sintetizado por el cura de Mocarí de esta manera: A los indígenas, "se les paga poco, comen menos y trabajan cuanto se les manda, aunque sea como imposible".94 En cuanto a la paga, un testigo lo resumió diciendo, "un hombre hachero bueno gana de jornal ocho reales y que a los indios solo se le pagan dos, aunque sea hachero".95 Debido a la epidemia de viruela que afectó a los habitantes de Mocarí, los indígenas se trasladaron por su propia iniciativa a San Juan de las Palmas y luego fueron trasladados al sitio de San Antonio de Cereté, distante dos días de camino del sitio de Lorica.96
Impacto poblacional del traslado de indígenas de Urabá al Sinú
Si se compara los 8048 indígenas que empadronó Matías Benedetti en toda la provincia de Cartagena en 1732 (tabla 2), con la información recopilada por Borrero-Plá (1995), respecto al número de indígenas tributarios que había en dicha gobernación en 1675 (tabla 1), solo unos pocos años antes de la llegada de los primeros indígenas de Urabá al Sinú, que podría indicar una población indígena aproximada de 6.486 personas, se puede apreciar en contexto el impacto demográfico de la llegada de este grupo poblacional.
En 1675, dentro de la Provincia de Cartagena el partido del mismo nombre contaba con una población indígena de aproximadamente 1902 personas (tabla 1). Para 1732 dicho partido se había dividido en dos, el partido de Tierra Adentro y de Mahates, y entre los dos sumaban en total 1726 personas (tabla 2), lo que evidencia una disminución del 9.25 % de su población indígena. En 1675 el partido de Mompox contaba con aproximadamente 2.788 indígenas, pero en 1732 solamente se contabilizaron 1.760, una disminución del 36.9 %. Por su parte, en 1675 el partido de Tolú tenía aproximadamente 1.796 indígenas; sin embargo, al momento del empadronamiento en 1732 dicho partido también se había dividido en dos, el partido de Tolú y el de San Benito Abad, que en total sumaban 4.562, representando un aumento del 154 % de su población indígena.
Partidos | Pueblos | Número de Indígenas tributarios en 1675 | Número aproximado de indígenas en 167597 |
---|---|---|---|
Partido de Cartagena | i) Baranoa; ii) Galapa; iii) Samba; iv) Yacuaro; v) Locoy; vi) Isacuri; vii) Pariquica; viii) Bahaire; ix) Piojón; x) Zapama; xi) Ibameme; xii) Malambo; xiii) Pueblo Nuevo; xiv) Turbara; xv) Mahates; xvi) Turbana; xvii) Paluato; xviii) Cipacua; xiv) Turbaco; xv) Bahaire; xvi) Media Granada; xvii) Timiraguaco. | 464 | 1902 |
Partido de Tolú | i) Suise; ii) One (3); iii) Perina; iv) Tomina; v) Montur (2); vi) Momil; vii) Sincelejo; viii) Serba; ix) Sampués de Mohicón; x) Sispataca; xi) Borrachera; xii) Aroneyame; xiii) San Andrés; xiv) Chinú; xv) Pinchorroy; xvi) La Concepción; xvii) Tolu Viejo; xviii) Ornacho; xix) Carbonero; xx) Cotoca; xxi) Tofeme, xxii) Coloso; xxiii) Mejicón; xiv) Loso; xv) Paspón; xvi) Chalán; xvii) Palmar; xxviii) Esquinesbo; xix) Chochiraguas. | 438 | 1796 |
Partido de Mompox | i) Pansecua; ii) Jagua; iii) Yati; iv) Guajo; v) Mingalao; vi) Loba; vii) Talaigua; viii) Caribona; ix) Majobarba; x) San Juan de Buenavista; xi) Cotoca; xii) Tacaloa; xiii) Mapangue; xiv) Gegua; xv) Simití. | 650 | 2788 |
TOTAL | 1552 | 6486 |
Fuente:Borrero-Plá (1995), 242-244).
Partidos98 | Pueblos | Número de indígenas tributarios | Número de indígenas “jubilados”-mujeres y muchachos (as) no tributarios | Número total de indígenas |
---|---|---|---|---|
Partido de Tierradentro | i) San Antonio de Piojó; ii) Nuestra Señora de la Concepción de Zamba; iii) Santo Domingo de Vesiacurí; iv) Santa Ana Magdalena de Malambo; v) Nuestra Señora de la Candelaria de Galapa; vi) Paluato; vii) San Pedro de Sipaqua; viii) San Bartolomé de Yaguaro; ix) Santa Ana de Baranoa | 322 | 1131 | 1453 |
Partido de Mahates | i) San Juan Bautista de Timiriguaco; ii) Santa Catalina de Turbaco; iii) San Antonio de Truana; iv) Baxaire | 70 | 203 | 273 |
Partido de Mompox | i) San José de Menchiquejo; ii) Chilloa; iii) San Francisco de Gegua; iv) San Joseph de Jagua; v) Guaso; vi) Pansegua; vii) Loba; viii) Yatin; ix) San Andrés de Tacaloa; x) Nuestra Señora de la Candelaria de Magangué; xi) San Antonio de Talagua | 381 | 1379 | 1760 |
Partido de San Benito Abad | i) San Juan Evangelista de Sanpues; ii) Sinsel; iii) Chocho; iv) San Blas de Morroa | 269 | 556 | 825 |
Partido de Tolú | i) San Andrés; ii) San Miguel de Colosó; iii) Paspón (2); iv) Palmar; v) San José de Tolú Viejo; vi) Montul; vii) La Concepción; viii) San Pedro Alcántara de la Sabaneta; ix) San José de Momil; x) San Sebastián de Urabá (3); xi) San Antonio de Cereté; xii) Tofeme; xiii) Chinú; xiv) Cotoca; xv) Perina; xvi) La Aguada; xvii) San Nicolás de Bari; xviii) La doctrina; xix) El Viento | 925 | 2812 | 3737 |
TOTAL | 1967 | 6081 | 8048 |
Fuente: AGI, Legajo Santa Fe, 441. s.f.
En el empadronamiento de 1732 se encontró que en toda la provincia de Cartagena solamente quedaban ocho encomenderos99 y doce poblados indígenas estaban aún bajo el régimen de encomiendas; las demás ya habían revertido a la Corona. Sin embargo, las encomiendas aún representaban el 38 % de los indígenas tributarios en la provincia de Cartagena, y el 32.3 % del total de indígenas que vivían en dicha provincia. Solamente en el partido de Mompox no existían más encomiendas.
Quizás el mejor resumen del proceso de desplazamiento y traslado de indígenas de Urabá al Sinú lo hizo el mismo protector de indios de la provincia de Cartagena, Matías Benedetti, al escribir en 1731,
Informo a vuestra señoría que la provincia de Urabá, jurisdicción de este gobierno y obispado, que corre desde las orillas del río del Sinú a las cordilleras del Da-riel, sus naturales de ella se hallaban careciendo de la gracia del santo bautismo [...] y acosada esta innumerable nación de los indios de distintas naciones de sus fronteras, quienes les daban tan crueles asaltos, que totalmente los aniquilaron. Y teniendo estos algún trato y comunicación con los españoles vecinos del río del Sinú que solían ir a sus tierras a algunos rescates de géneros, y los indios bajaban al mismo fin, y de ello hallaron motivos los españoles para inducir a los indios se bajasen con ellos al río, que con eso estarían defendidos de las naciones sus enemigas, como en efecto lo consiguieron. Y los fueron sacando desde el año de seiscientos y ochenta hasta el de setecientos veinte y uno, que vinieron los últimos de ellos. Y con la traslación a temperamento más cálido y la plaga de mosquitos de aquel río, y continuo trabajo que siempre han tenido estos indios de muchos miles que bajaron y tan corto tiempo como ha intermediado hasta el presente se han muerto los más de ellos, pues solo hay por mis padrones de la visita que acabo de hacer, trescientos tributarios y mil mujeres y muchachos. Y con la falta de estos indios en su dilatada y amena provincia se fueron esparciendo por ella los indios de la nación Tunucuna, y corren por las orillas de la costa hasta Panamá [...].100
La evidencia documental presentada en este trabajo concuerda con el marco temporal de los desplazamientos mencionado por Benedetti; es decir, los desplazamientos sucedieron principalmente entre 1680 y 1721. El informe de Benedetti también confirma que los indígenas de Urabá desplazados venían huyendo de varias naciones vecinas, aunque Benedetti no las detalla, como lo he demostrado en este documento, la principal de ellas fueron los indígenas Chocoes.
Benedetti señala que los indígenas llegados de Urabá al Sinú fueron miles y da a entender que la mayoría murieron debido al clima, los mosquitos y el exceso de trabajo. Sin embargo, la evidencia documental no indica que el número de desplazados hubieran sido varios miles. A partir de la documentación consultada se calcula que fueron por lo menos mil, pero quizás no más de mil quinientos. La documentación tampoco muestra que la mayoría de los indígenas hubieran muerto por enfermedades o exceso de trabajo; por el contrario, a pesar de las enfermedades y los abusos que padecieron, pareciera que la mayoría de dichos indígenas sobrevivieron en el Sinú.
La supervivencia de los indígenas de Urabá en el Sinú es precisamente lo que hace extremadamente importante conocer y entender de este periodo, que como Fals-Borda (1977) ha señalado con razón, fue formativo del área del Sinú, como una de las regiones más importantes del actual caribe colombiano.
Conclusión
La investigación analizó las causas de los desplazamientos de los indígenas de la región de Urabá hacia el río Sinú entre 1680 y 1721. Se determinó que la causa principal de los desplazamientos fue el temor a los ataques de los indígenas Chocoes, quienes llegaron al área de Urabá como cimarrones, huyendo de los poblados donde los españoles los tenían reducidos, principalmente después del sangriento levantamiento de 1685 en el alto Atrato. Igualmente se pudo comprobar, de modo documental, que no es cierto como se creía hasta ahora que los desplazamientos hubieran sido causados por los Tunucunas en alianza con piratas franceses e ingleses. Igualmente, la investigación detalló los mecanismos que utilizaron los colonos del Sinú para atraer y forzar a los indígenas a desplazarse, entre ellos el atractivo o el engaño de la paga de un salario. De esta manera, a pesar de que tanto Urabáes como Caribanás resistieron por casi dos siglos la subordinación de las encomiendas, su traslado al Sinú, no pudieron hacerlo bajo sus propios términos, dado que en gran parte fue forzado y por medio de engaños. Los traslados de indígenas del Urabá al Sinú fueron tan importantes en términos poblacionales, que como hemos mostrado derivó en que a comienzos del siglo dieciocho el llamado "partido del Sinú" fuera la única subregión de la provincia de Cartagena que presentó un aumento de su población indígena durante dicho periodo, mientras que en las otras descendió vertiginosamente.
Este proceso de desplazamiento o traslado "voluntario" y a la vez forzado de la casi totalidad de los indígenas del Urabá a la región del bajo y medio Sinú, es el hecho que definió el destino de los indígenas de ambas regiones. De un lado, provocó que al parecer la totalidad de los indígenas Urabáes y gran parte de los Caribaná abandonaran la región de Urabá. A partir de entonces los indígenas que se encuentran en la región de Urabá son en su mayoría los Tunucunas y algunos Chocoes. Por el lado del Sinú, los grupos indígenas provenientes del Urabá se convirtieron en los indígenas predominantes de dicha subregión, los cuales probablemente se mezclaron con los grupos indígenas Zenues sobrevivientes de región. Finalmente, los mecanismos utilizados por los colonos libres de bajos recursos del Sinú para atraer o forzar a los indígenas sentaron las pautas del poblamiento de la región, lo mismo que las formas de organización social que se dieron desde entonces, que le imprimieron muchas de las características culturales de dicha región a partir de ese momento.