SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.60 número2Cómo se escribió Namuy misag: las investigaciones de Gregorio Hernández de Alba, John Howland Rowe y Francisco Tumiñá Pillimué en Guambía, Colombia, 1946-1949Los desafíos de la Iglesia católica en contextos de violencia: activismo religioso frente al crimen en Michoacán, México índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • En proceso de indezaciónCitado por Google
  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO
  • En proceso de indezaciónSimilares en Google

Compartir


Revista Colombiana de Antropología

versión impresa ISSN 0486-6525versión On-line ISSN 2539-472X

Rev. colomb. antropol. vol.60 no.2 Bogotá mayo/ago. 2024  Epub 01-Mayo-2024

https://doi.org/10.22380/2539472x.2669 

Artículos

“Prepárese para morir”: latifundio, ética y recuerdos de agresiones en Belém

“Prepare to Die”: Plantation, Ethics, and Memories of Aggression in Belem

“Prepare-se para morrer”: latifúndios, ética e lembranças de agressões em Belém

Mónica Fernanda Figurelli* 
http://orcid.org/0000-0003-2813-381X

*Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), Buenos Aires, Argentina. ferfigus@yahoo.com.ar. https://orcid.org/0000-0003-2813-381X


Resumen

En este artículo exploro los recuerdos sobre diversas formas de agresión ocurridas en un antiguo latifundio del Nordeste de Brasil, hoy desaparecido, y enfoco las moralidades que la reconstrucción de ese pasado pone en juego. Me baso en un trabajo de campo antropológico realizado en las tierras de la expropiedad y considero particularmente los relatos de quienes fueron sus habitantes. Mis interlocutores e interlocutoras despliegan una ética en torno a la necesidad de las muertes y ultrajes que ocurrían allí. Esa ética muestra agresiones normativizadas que constituyen una pieza fundamental de la dinámica social del latifundio. De este modo, en lugar de abordar asesinatos, castigos, amenazas y otras agresiones como si fueran externas a dicha dinámica, pretendo mostrar etnográficamente que el uso de la fuerza por parte de los propietarios, o avalado por estos, no consistía en actos excepcionales, sino que era parte de la sociabilidad que allí se desarrollaba.

Palabras clave: agresión; necesidad; moralidades; etnografía; latifundio; Rio Grande do Norte

Abstract

In this article, I explore memories of different types of aggression experienced on a former plantation in Northeast Brazil, homing in on the moralities that come into play in the reconstruction of this past. The article draws on anthropological fieldwork conducted on the lands that were once part of the property and, in particular, it considers the accounts of the plantation’s inhabitants. My informants express an ethic about the necessity of the deathsand other acts of aggression that occurred there. The ethics that come up in these reconstructions bring to view a normalized aggression that is fundamental to the plantation’s social dynamics. As the ethnography laid out in this article shall reveal, the murders, punishments, threats, and other acts of aggression cannot be separated from such dynamics. In fact, the use of force either by the owners or at their behest was not exceptional but part of the sociability on the plantation.

Keywords: aggression; need; moralities; ethnography; plantation; Rio Grande do Norte

Resumo

Neste artigo exploro as lembranças de diversas formas de agressão acontecidas em um antigo latifúndio do Nordeste do Brasil, hoje desaparecido, e coloco em foco as moralidades que a reconstrução desse passado põe em jogo. Baseio-me em um trabalho de campo antropológico realizado nas terras da antiga propriedade e considero particularmente as narrações daqueles que foram seus habitantes. Os meus interlocutores e interlocutoras desenvolvem uma ética em torno da necessidade das mortes e dos ultrajes que ali ocorreram. Essa ética evidencia agressões normatizadas que constituem uma peça fundamental da dinâmica social do latifúndio. Desta forma, em vez de abordar os assassinatos, castigos, ameaças e outras agressões como se fossem alheios àquela dinâmica, pretendo mostrar etnograficamente que o uso da força por parte dos proprietários, ou por eles endossado, não era um ato excepcional, mas fazia parte da sociabilidade que ali se desenvolvia.

Palavras-chave: agressão; necessidade; moralidades; etnografia; latifúndio; Rio Grande do Norte

Después llegó corriendo un sujeto diciéndome que la gente de Marreira quería agarrar al preso para matarlo. Llamé a Floriano y a João Calmo, armados de rifle. Que fueran a llevar al hombre y no tuvieran pena de quien se pusiera en frente. Me vino una rabia enorme del chico. Grité para que todos oyesen, no me controlaba: -Dispara a cualquier descarado que se interponga.

(Rêgo 1966)1

Introducción2

“La gente nos respetaba tanto que, si un hombre peleaba con la policía y llegaba a la tranquera, el soldado no entraba en Belém: la policía venía y se iba” (énfasis añadido), me contó Antônio Melo Neto, uno de los herederos de Belém, en una conversación durante mi trabajo de campo en el año 2009. Belém es un desaparecido latifundio ganadero y algodonero del sur agreste de Rio Grande do Norte, Brasil. Inmediatamente, el heredero continuó:

Entonces cuando [la policía] llegaba allá adentro, había cincuenta hombres, todos armados; no había forma de resolver con cincuenta hombres armados […] En aquella época, sesenta años atrás, setenta, yo creo que en Argentina[3] también era así […] Lo que pasaba allá también pasaba acá.

Las muertes que ocurrían en Belém, los asesinatos y las peleas, así como los pistoleros que el latifundio cobijaba, conforman una característica bien conocida del lugar. En repetidas ocasiones del trabajo de campo me dijeron eso: Belém era el refugio de los criminales.

Además del dueño (el fazendeiro) y su familia, en la propiedad habitaban los moradores con sus familias, que proveían al lugar de su fuerza de trabajo. Sus casas incluían una porción de terreno donde cultivaban y criaban animales para el autoconsumo. En contrapartida, debían dar al propietario una diaria, es decir, un día por semana de trabajo gratuito. También debían pagar anualmente el foro, definido por los antiguos habitantes como un arrendamiento. Finalmente, estaban obligados a vender su cosecha de algodón únicamente al dueño de la tierra, lo que implicaba condiciones desfavorables para los moradores.

Aparte de ellos, otros trabajadores con tareas de mayor jerarquía residían en la propiedad. Por ejemplo, los vaqueros, que se ocupaban del ganado del propietario; los balanceros, así llamados por algunos de mis interlocutores, encargados de los almacenes de Belém y, entre otras tareas, de pesar el algodón que los moradores vendían, y los administradores o capangas que, principalmente, supervisaban a los moradores. Los capangas se desempeñaban en diferentes rincones de esas tierras. Entre ellos había un administrador central, quien en estas páginas será conocido como Zé Jacó4.

Belém era un latifundio del complejo ganadero-algodonero. Hasta comienzos del siglo XX, el ganado había sido la actividad predominante en la zona; de hecho, los municipios de la región nacieron de ella (Cascudo 1956). El algodón se sumó hacia fines del siglo XVIII, lo cual estimuló la pequeña producción por la posibilidad de cultivarlo en compañía de otras plantaciones de subsistencia (Andrade 1998). Durante los siglos XIX y XX, este producto avanzó y modificó el paisaje de la zona (Cascudo 1956). En ese proceso, en el que la región se desarrollaba como productora de materia prima, la élite agraria del norte riograndense ligada a esa producción fue tomando el poder político del estado (Monteiro 2007). En Belém, el cultivo de algodón llegó a su fin en la década de 1980 tras la plaga del bicudo.

La conformación de los latifundios en la zona fue un producto tanto del sistema sesmarial, que funcionó desde 1539 hasta 1822 y estaba basado en la donación por parte de la Corona portuguesa de significativas extensiones de tierra, como de las ocupaciones de grandes áreas por parte de señores rurales, realizadas desde la época colonial hasta 1850, cuando se decretó la Ley de Tierras (Monteiro 2007)5. Los latifundistas fueron figuras poderosas del sistema militar, tanto en el periodo colonial, al ocupar puestos de comando en las fuerzas armadas, como luego de la proclamación de la independencia. La Guarda Nacional, creada en 1831, dio origen al título de coronel, signo de prestigio y poder que se concedía (o se vendía) a los jefes locales de mayor reputación, grandes propietarios rurales, y que luego se transmitía a los herederos. El uso de la denominación de coronel por parte de la población sobrevivió a la decadencia de la Guarda Nacional tras la proclamación de la república, cuando vino a ser utilizada por la población para designar a quienes detentaban poder político y económico (Monteiro 2007; Nunes Leal 1975; Queiroz 1976).

Belém tuvo su auge como latifundio entre 1930 y finales de 1950, cuando murió su dueño más reconocido. Tras ello, las tierras se disgregaron entre múltiples herederos y herederas, y debido a ventas posteriores. Hoy, en ese lugar se encuentran diferentes comunidades que en buena medida han mantenido los núcleos poblacionales del latifundio y son habitadas mayoritariamente por exmoradores de la propiedad y sus descendientes, que fueron comprando pequeñas extensiones del terreno. Uno de los núcleos poblacionales fue transformado en un asentamiento de reforma agraria a partir de las acciones realizadas por las y los habitantes agrupados en el Sindicato de Trabajadores Rurales de Bom Jesus, ciudad de referencia para quienes vivían en esas tierras.

En este artículo me baso en una investigación multisituada, realizada en las tierras que antiguamente pertenecieron a la propiedad, en la ciudad de Bom Jesus y en la capital de Rio Grande do Norte. Durante gran parte de mi trabajo de campo, en el año 2009, me hospedé en la casa del presidente del sindicato de los trabajadores y trabajadoras rurales de Bom Jesus y de su esposa, localizada en el asentamiento mencionado. Allí, acompañé a mis anfitriones, particularmente a la esposa del presidente, en sus actividades cotidianas y realicé entrevistas a las y los habitantes y antiguos dueños del lugar. La selección de las personas entrevistadas se guio por las recomendaciones, hechas por mis interlocutores e interlocutoras, de personas idóneas para conversar sobre Belém. Las entrevistas fueron realizadas tanto en las diferentes comunidades que se erigen en lo que antes era el latifundio como en las ciudades de Natal y de Bom Jesus. En estos dos últimos lugares investigué, además, diferentes archivos relacionados con Belém.

A lo largo de este trabajo exploro los recuerdos en torno a diversas formas de agresión y muerte ocurridas en Belém, y analizo las moralidades que surgen de la reconstrucción de ese pasado. Considero particularmente los relatos de antiguos y antiguas habitantes y de sus descendientes, tanto de exmoradores y de sus familias como de expropietarios y empleados de mayor jerarquía. Esos recuerdos remiten a diferentes momentos: a la época en que la propiedad estaba concentrada en un antiguo y reconocido dueño, y a aquella después de su muerte, cuando llegaron los herederos.

Al observar diversos ángulos de reconstrucción, más allá de las diferencias entre las versiones de los eventos, me interesa atender a las disputas morales respecto a la necesidad de las agresiones, ultrajes o muertes ocurridas, a cómo los relatos ponen en primer plano valores sociales compartidos por las y los habitantes de diferentes estratos, quienes, en algunos de los casos narrados, se oponen entre sí. La necesidad, o su ausencia, hablan de una ética en torno a los asesinatos y otras formas de violencia que no condena los actos en sí, sino la situación en la que se ejecutaron. En los relatos es posible observar esos actos como una pieza central de las relaciones sociales recreadas en la propiedad, una pieza que no solo garantizaba el poder de los latifundistas dentro y fuera de la tierra, sino también modos de organización familiar, construcciones de género, de masculinidades y de reputaciones, concepciones sobre la propiedad, el trabajo y los derechos laborales, así como el funcionamiento de formas estatales de la política. En las narrativas que presentaré se refleja todo un sistema de matanza y hostigamientos que formó parte de la sociabilidad del latifundio y de su dinámica.

Ese sistema alcanzó un punto crítico con la emergencia de las organizaciones de trabajadores. En 1961 se fundó el Sindicato de Trabajadores Rurales de Bom Jesus, uno de los primeros que surgieron de la sindicalización rural emprendida por personas vinculadas a un ala de la Iglesia católica de Rio Grande do Norte. Luego del sindicato, fue fundada la delegación sindical de Belém, que dio paso a la organización sindical de los moradores. La necesidad de las agresiones, y la continuidad de cierta ética en los diferentes estratos sociales de las y los habitantes de la propiedad, se resquebrajaban con la llegada de los derechos laborales, lo cual ofreció nuevos ángulos para observar los ataques de los propietarios.

Diferentes investigaciones académicas sobre los usos de la fuerza física han abordado el tema de la violencia o agresión como constitutiva de las relaciones sociales, en parte siguiendo la estela del pensador alemán Georg Simmel. En este artículo dialogo con trabajos que, desde diferentes perspectivas, han considerado la agresión no como un fenómeno disruptivo de la organización social ni como un fenómeno marginal, sino en su continuidad con los modos cotidianos de relacionamiento social (por ejemplo, Barreira 2008; Black-Michaud 1975; Gilmore 1987; Marques 2002; Spencer 2007; Villela 2004). Asimismo, en el intento de comprender el fenómeno desde dentro, como una pieza clave de las dinámicas sociales, los valores, las representaciones y moralidades que supone el uso de la fuerza han sido puntos centrales en algunos de esos trabajos.

En las páginas que siguen, trataré las diferentes reconstrucciones de las agresiones ocurridas en Belém: las de los antiguos empleados de la propiedad, las de los antiguos moradores y sus familias, y la de un expropietario y su familia. En sus trazos más gruesos, se observan regularidades en la relación entre las posiciones sociales semejantes y las reconstrucciones realizadas, razón por la cual he decidido separar estas narrativas (Figurelli 2011). Como veremos, los eventos destacados por los antiguos empleados ocurren por lo general a la luz del día y son de conocimiento público. Por medio de ellos se asientan valores, se construyen reputaciones familiares y se establecen jerarquías entre los propietarios de Belém y las autoridades estatales.

Por su parte, los eventos narrados por el antiguo dueño, Antônio Melo Neto, y su familia adoptan un tono de defensa ante “ataques” de moradores. Esto se debe, por un lado, a la condena formal que, según supe, tuvieron luego algunos de los crímenes ejecutados por los propietarios, pero también a la condena moral que fue posible debido a la introducción de las leyes laborales entre las normas del latifundio6. Sin embargo, como veremos, los relatos del expropietario no se reducen a una defensa; en ellos es posible entrever cuestiones que hablan del ejercicio del mando, del respeto, de la obligación y de la moralización. Por otro lado, más allá de los “accidentes” que considera pertinente relatar, el propietario delega el relato sobre “las muertes” a sus empleados, a quienes considera más entendidos en el asunto, con lo cual se aleja del ejercicio de las agresiones que, de este modo, pasan a identificarse como acciones de otros.

Finalmente, los antiguos moradores y sus descendientes permiten vislumbrar la ilegitimidad de los crímenes cometidos por los patrones contra los trabajadores de la propiedad. A estos crímenes, los trabajadores y las trabajadoras no dudan en referirse como ataques innecesarios, constantes y frecuentes, cuyo único fin era garantizar la ley del patrón.

Relatos de empleados

En el living de su casa de Bom Jesus, Serafim, el empleado que pesaba algodón para Belém, me contó varias anécdotas. Una de ellas data de 1920 aproximadamente, cuando estaba vivo Juca Melo, el primer dueño de la propiedad7. La historia es sobre “un viejo, un señor en la propiedad de Belém que dicen que era bravo […], que castigaba a la gente” (énfasis añadido). El viejo, que era un capanga llamado Tomé, “daba con macaca8 por cualquier cosa. Por eso, lo denunciaron en la Policía de Bom Jesus. En el camino a dicha ciudad, el viejo pasó por la casa de Juca y le dijo:

-Don Juca, el delegado mandó a llamarme, allá en Bom Jesus.

-Ve a atender -sugirió Juca Melo.

-Coronel, ¿[pero] no me va a arrestar?

“La gente vieja, antigua, lo llamaba coronel, ¿no?”, me explicó Serafim.

-Si te arresta, yo te suelto -concluyó Juca Melo.

El viejo llegó entonces a la unidad de policía. El delegado lo hizo entrar, Tomé se sentó. Eran tres: Tomé, el delegado y un soldado.

-¿Usted ha castigado a mucha gente? -le preguntó el delegado.

-Nunca castigué a nadie. Castigo a tipos sinvergüenzas, a hombres nunca castigué -respondió Tomé.

El delegado decidió ponerlo en prisión; sin embargo, el viejo saltó por la ventana para escapar. El soldado se dirigió hacia la puerta intentando perseguirlo, pero se cayó. Tomé logró escapar y volvió a Belém. Cuando pasó por la casa del finado Juca Melo, le dijo:

-Me mandó a arrestar…

-¿Y qué hiciste? -preguntó Juca Melo.

-Me enfrenté al [viejo], se cayó y me vine.

Serafim se rio al concluir la anécdota y luego me dijo: “Hacía eso porque tenía apoyo del propietario, ¿viste?”. (Serafim, entrevista en Bom Jesus, 2009)

De acuerdo con los relatos de mis interlocutores e interlocutoras, la policía no interfería en el latifundio ni entraba allí. El propietario y sus “hombres”9 se habían ganado el respeto y los agentes no atravesaban los límites puestos por la tranquera. En el relato de Serafim, se puede observar un vínculo entre el bravo y el propietario: ser bravo en Belém implicaba una relación con el propietario que le permitía al primero castigar a la gente y burlar la autoridad legal. Los pistoleros ejecutaban el poder del latifundista.

Más avanzado el relato, Serafim me contó que en Belém aparecían muchos muertos, pero no por acción de los bravos, y tampoco, a diferencia de lo que se daba en la mayoría de las otras propiedades, por la del propietario:

el propietario [se refiere a Tozé Melo, hijo de Juca Melo, que luego adquirió la propiedad] nunca se enganchó con eso, de mandar a matar, esas cosas… Siempre es el propietario el que paga para matar a otro, ¿no? Pero él no […] Fue uno de los mejores propietarios […], era buena persona. (Énfasis añadido)

De acuerdo con Serafim, las muertes ocurrían por peleas de trabajadores:

Antes, la gente tenía una ignorancia de pelear para matarse el uno al otro a causa de cachaza […]; terminaban peleando, aparecían todos cortados después […] Desapareció toda esa valentía de la gente; la gente en aquella época tenía sangre caliente, sangre caliente es que no se aguanta las insolencias, pisaban el palo para pelear. (Serafim, entrevista en Bom Jesus, 2009, énfasis añadido)

Sin embargo, mi interlocutor también se refirió a otras muertes, ajenas a los trabajadores, como aquellas provocadas por una gran pelea que ocurrió entre la policía y la “gente de Belém” (povo da Belém): “La gente decía que había muchos bravos, pero no había. Aunque el 13 de febrero del 28 hubo una pelea acá, con la gente de Belém, con la policía, acá en la ciudad”. Serafim me la contó con detalles.

En la época posterior a la muerte de Juca Melo, la policía ordenó desarmar a la gente de Belém. Cícero, “un negrón alto, de raza fuerte”, del grupo de la propiedad, le dio unos golpes al auto de la policía de Bom Jesus. En reacción al hecho, un domingo, el día anterior a la pelea, llegaron a Bom Jesus automóviles cargados de policías: teniente, sargento, cabo y un equipo de soldados, y se dirigieron a Belém para notificar el desarme. El día siguiente era lunes de feria. “Como el finado Tozé era vivo, le avisó a la gente que no llevase armas”, señaló Serafim, de modo que mucha gente guardó sus revólveres, facones y cuchillos, cuya presencia era habitual los días de feria. Sin embargo, Vado Melo, uno de los hermanos de Tozé Melo, decidió ignorar la sugerencia de este último y llevó un pequeño puñal. De acuerdo con mi interlocutor, “los soldados andaban haciendo el recorrido dentro de la ciudad, tomando las armas de quienes tenían”, y se acercaron a Vado:

-¿Usted está armado? -preguntó uno de los policías.

-Sí -respondió Vado Melo.

-Deme el arma -ordenó el policía.

Entonces, Vado Melo entregó el arma al sargento y este se la dio al soldado, ante lo cual Vado reaccionó:

-No, se la estoy dando a usted, que es la mayor autoridad.

Luego se volvió al soldado y le dijo:

-¡Entrégasela!

Enseguida, los policías vieron cómo un conjunto de gente comenzaba a agruparse alrededor de Vado Melo. Los palos que servían de sostén a la carne seca que se vendía en la feria fueron tomados para ser usados como armas. “Entonces la policía mató a dos”, dijo Serafim, ambos “del lado de acá, del lado de Belém”. Los demás fueron todos enviados a prisión. “Vamos, entremos a Belém ya, ¡para matar a todo el mundo!”, exclamó la policía. (Serafim, entrevista en Bom Jesus, 2009)

En esa época Serafim era muy joven y todavía vivía en la propiedad, en casa de su padre, quien decidió no salir hasta que volviera la calma. A diferencia de Serafim, cuando Manoel David, viejo vaquero de Belém, se refiere a las muertes, les asigna a Tozé Melo y a sus empleados una responsabilidad destacada. Si bien Serafim mencionó a los hombres de la casa del propietario, que “se llamaba[n] capanga[s], ¿no?, que hacía[n] los mandados, que iba[n] a dar palizas”, la narración de las muertes hecha por Manoel David ya no subraya el papel de los trabajadores que peleaban entre sí ni el de la gente de Belém que peleaba con la policía. En cambio, sus relatos enfatizan el papel central que en esos acontecimientos adquirían el propietario y sus hombres.

Una de las figuras renombradas en este tema es el finado Zé Jacó, el más temido y recordado capanga de Belém. De las tantas versiones que escuché de su muerte me valdré principalmente de la que me contó Manoel David, yerno suyo, con quien conversé una mañana en su casa, en Bom Jesus.

A pleno sol moriría un lunes en la feria el malvado Zé Jacó. “Ese Zé Jacó cargaba un montón de muertos”, contó Manoel David. Había trabajado para un coronel muy rico de Limoeiro, en Pernambuco. Una muerte, de las tantas que hubo durante su ejercicio con aquel coronel, lo trajo a resguardarse en la Belém de Tozé Melo, que administraría durante veinte años. Aquí casaría a todas sus hijas; una de ellas sería la exesposa de nuestro principal interlocutor. Todo comenzó con un encuentro entre un hijo de Zé Jacó y la hija de un morador, criada en la sede de la propiedad. Ella era la joven hermana de dos empleados de Tozé Melo. Cuando se supo del encuentro, tanto los hermanos de la joven como Tozé Melo intentaron encaminar al hijo de Zé Jacó al casamiento. La respuesta provino de su padre:

-No quiero que mi hijo se case con la muchacha.

-No, Zé Jacó, haz el casamiento -respondió el viejo Tozé Melo.

“Entonces mi suegro dijo que, aunque le sacaran la vida, su hijo no se casaría con la muchacha”.

La muerte se perfilaba: “El hombre tenía que vengar a la hermana, ¿no?”[10], señaló Manoel David. Ante el plan concebido por unos de los hermanos de la joven para matar al hijo del administrador, Tozé Melo aconsejó que el futuro muerto fuera Zé Jacó en lugar de su hijo: “Si matan al muchacho, Zé Jacó no deja vivo a ninguno”. Manoel David me aclaró que su suegro era malvado, “rápido para matar gente”.

Se hizo como Tozé Melo dispuso. El heredero Antônio Melo Neto contó que, al despertar, los dos empleados tomaron el desayuno y afilaron el cuchillo en una piedra. Apuñalaron al viejo y dejaron al joven. En la ciudad, frente a la iglesia donde antiguamente se realizaba la feria, yacía el cuerpo del capanga. (Manoel David, entrevista en Bom Jesus, 2009, énfasis añadido)

Nuevamente, la feria se revela como escenario de las muertes; de muertes que son algo más que episodios excepcionales; de muertes que muestran una ética para matar y morir, así como una formalización del modo en que el crimen debe ser realizado; de muertes que ponen en juego la producción de reputaciones (Marques 2002). Esto puede apreciarse tanto en la pelea narrada por Serafim como en la muerte de Zé Jacó. Esas ocasiones eran cruciales en la construcción de la reputación de la familia de quienes mataron a Zé Jacó y de la gente de Belém, que debió enfrentar a la policía para defender a un miembro del grupo que llevaba el apellido Melo. Los episodios narrados revelan así los lazos sociales que esas muertes implicaban. No es casual que hayan ocurrido en la feria, que si bien es un espacio que “propicia el encuentro y la confraternización, termina siendo también lugar de peleas y ajuste de cuentas”, como señalan Palmeira y Heredia, en referencia a actos políticos etnografiados en el interior de Rio Grande do Sul y de Pernambuco (2009, 61). Por su parte, Marques (2002) advierte que es en las disputas y en las oposiciones al otro que se establecen las reputaciones; sin embargo, estas no se completan sin la intervención de la comunidad que se apropia o no de determinada reputación. De ahí que los espacios públicos se transformen en los escenarios donde es más común que se expliciten las oposiciones.

Las muertes que Manoel continuó contando, a diferencia de lo ocurrido con Zé Jacó, referían a eventos consumados por pistoleros enviados por el propietario, que ya no se vinculaban a venganzas familiares. Entre ellos se encuentra el asesinato de un vaquero a quien Tozé Melo mandó a matar cuando descubrió que le robaba ganado: “Empezó a vender ganado escondido, o sea que estaba actuando mal, ¿no?”. Esos asesinatos, contados por Manoel David a trabajadores de la propiedad, nos abren un plano que nos arrima a los relatos de los moradores, de los que nos ocuparemos a continuación.

Relatos de moradores

Cuando, en la galería de su casa, Gregório (en ese momento el presidente del Sindicato de Trabajadores Rurales de Bom Jesus, en cuya casa me hospedé) contó sobre Tozé Melo, Elia, yerno de Gregório, preguntó si era Tozé Melo quien “castigaba a los trabajadores”. “Tozé nunca castigó a nadie, quien castigaba era Zé Jacó”, le respondió Gregório. Entre los exmoradores y sus parientes suele hablarse de “los hombres de Tozé Melo”, especialmente de Zé Jacó: el bravo, el capanga, el chaleira.

“Con permiso que a mí me gusta fumar”, dice Joca, el tío de Teresinha (la esposa de Gregório y mi principal interlocutora en el trabajo de campo), y se prepara un cigarrillo mientras ella le cuenta sobre nuestra caminata desde su casa hacia la de él.

-¿Me vas a hacer más preguntas? -me dice Joca.

-Entonces, cuenta de los hombres, quién era bravo […] Zé Jacó era bravo -le responde Teresinha.

-Zé Jacó era bravo, bandido, tenía todo, ¿no? Valiente, que se llamaba valiente -señaló Joca.

Zé Jacó había conseguido despertar su miedo:

-Yo nunca tuve miedo de hombres, ¿no? Ahora, de mujer, tengo miedo, pero de hombre no -prosiguió.

Joca estaba por casarse y en una ocasión salió a pasear junto a su novia. Se cruzaron con Zé Jacó, que llevaba un revólver y una macaca. Este dijo a la joven:

-¿Y el casamiento con Joca?

-Él todavía tiene que asentarse -respondió la joven.

-Porque si él no se casa, yo me caso contigo -concluyó Zé Jacó.

Joca quedó callado, no tenía otra opción. Desde aquel día tuvo miedo, aunque, al final, nada ocurrió. (Joca, entrevista en una de las comunidades de la antigua Belém, 2009)

En Belém era la ley del patrón. “¡Cómo había pistoleros! ¡Había en abundancia, mi hija! En la casa de don Tozé se juntaba todo eso, ¿no?”, contó Joca. No había policía que entrara. La policía era el fazendeiro, como señaló Luis de Boa Fe, otro antiguo morador. De acuerdo con Luis, hoy el pueblo es más conocedor, pero en esa época quien escapaba al modo de Tozé Melo era expulsado o finiquitado: “Mataba al otro como si matara a un perro”.

Al hablar del gran poder de intervención y control que el propietario mantenía sobre sus moradores en la zona cañera de Alagoas, Heredia señala:

Son abundantes las descripciones de la bibliografía que caracterizan al senhor de engenho con atribuciones de juez, de policía y hasta de párroco […] Esa intervención, inclusive, impedía la interferencia de cualquier otra autoridad externa a los límites del engenho. (1986, 176)

En las reconstrucciones de mis interlocutores e interlocutoras, Belém no es una excepción a esas observaciones. Al referirse a los hombres de Tozé Melo, quienes hacían valer la ley del patrón, los relatos de los antiguos habitantes presentan al patrón como una figura extremadamente poderosa.

Algunos exmoradores destacaron que Tozé Melo había comprado el título de coronel y tenía autoridad sobre sus tierras, al igual que el finado Juca. La policía solo podía entrar a la propiedad por orden del dueño: “Si un bandido cometía un crimen aquí, salía y entraba ahí, en Belém, era apadrinado por los dueños de Belém y la policía no entraba para agarrarlo”. Las palabras de Antônio de Serras, el consuegro de Gregório y antiguo habitante de Belém, son representativas de lo que me contaron otras personas. “¿En qué lugar la policía tenía más poder que Tozé Melo? En Bom Jesus quien mandaba era él”, opinó Fátima, otra antigua habitante. Tozé tenía aquella “fuerza” que le daba el título, según señaló Antônio de Serras.

Con frecuencia me dijeron que Belém era un refugio para los criminosos, los pistoleros y los bandidos, que eran mantenidos por Tozé Melo para hacer valer su ley. Gregório contó que Belém se dividía en varias fazendas; en cada una se construía una casa grande y se colocaba un administrador que se hacía cargo de la zona. Los pistoleros circulaban de fazenda en fazenda. Cuando los propietarios los necesitaban, “mandaban a llamarlos”. Estos se dirigían entonces hacia la fazenda en la que eran requeridos y allí permanecían hasta concluir el “trabajo”. Luego iban hacia otra fazenda: “Nadie veía ni sabía quién era”, expresó Gregório.

“Acá solo moría una persona si el propietario la mandaba a matar, un vecino no mataba al otro, nadie tenía el coraje […], porque al otro día el propietario mandaba al capanga a matar a quien mataba”. Como expresó Fátima, la ley era la del propietario. “Si él mandaba a sus capangas a matar […], a la semana el capanga salía de prisión”. Al hablar de eso, Fátima dice recordar su “tiempo de niña”, pero también las historias que las personas más viejas contaban. Tozé Melo “mandaba a matar” y ordenaba que le trajeran la oreja del difunto para confirmar su muerte. Era una tierra peligrosa, según concluyó Fátima. Belém era peligrosa para los moradores, para los propietarios y para los pistoleros. De acuerdo con Gregório, estos últimos no eran recompensados por los trabajos que hacían y eso generaba temor en los patrones, de modo que siempre había un pistolero para matar al otro. “En aquel tiempo, su gente, sus empleados, casi todos murieron así: mataba a uno, después el otro ya mataba al otro”, señaló Luis de Boa Fe.

“Yo sé que acá no se estaba bien, esto era de los criminosos, por cualquier cosita mandaban a matar”, mencionó Manoel de Bete, antiguo morador que hoy vive en el territorio de la vieja propiedad. Se dice que Tozé Melo castigaba y mataba a los pobres, según señaló doña Lurdes, vecina de Teresinha: “Acá ya escuché a la gente hablar de ese Tozé, que ese Tozé era una persona muy mala” (énfasis añadido). Los moradores eran obligados a venderle su producción de algodón, a trabajar gratis una vez a la semana, a votar por quien Tozé Melo indicara, a casarse con quien Tozé dispusiera11. Aquello tenía una parte buena y otra mala, como mencionó Fátima. No era del agrado de los padres que un joven se involucrara con una joven y no se casase con ella; la parte favorable era que, si eso ocurría, la madre podía quejarse con Tozé. Luis de Boa Fe señaló que los moradores debían votar por el candidato que Tozé apoyara: “Desayunaba para poder ir a Bom Jesus y votar, era obligado votar; si alguien decía que votaba en contra de su sugerencia, él lo mataba”. Antônio de Serras, por su parte, expresó que el finado Tozé Melo no era una persona “sanguinolenta”, no tenía el “coraje de matar”. Si alguien iba en su contra ordenaba una paliza y/o su expulsión, pero no la muerte. “Expulsaban demasiado”; sin embargo, no era Tozé quien lo hacía, sino uno de sus “cabos”, porque él era cobarde, como dijo Antônio de Serras.

Fátima contó que su padre plantaba mucho algodón y no lo podía vender fuera de la propiedad. En la entrada de Belém, los hombres del propietario revisaban a los moradores, que, en caso de cargar algodón, eran castigados con una “zurra”. Al respecto, Fátima mencionó la historia que su padre contaba de un morador que vendía algodón afuera. En todo el monte que se extendía sobre Belém, en todo ese “mundo”, ese “medio mundo”, había un camino que permitía salir de la propiedad sin ser descubierto. El morador conocía ese camino, del cual se valía para vender su algodón a un mejor precio. A medianoche, con su familia, juntaba el algodón en sacos y lo cargaba en el caballo. Luego salía de su casa. “¡Dios, mi Señor, si lo descubrieran…!”, expresó mi interlocutora.

Tal vez sí fue descubierto; ese hombre al que Fátima evocó quizá sea el mismo Benedito Aguiar, de quien me hablaron otras personas. Zé Fama, un habitante del asentamiento, me contó que cuando Antônio Melo Neto era uno de los propietarios de Belém, Benedito Aguiar vendió un saco de algodón afuera de la propiedad para proveer alimento a su familia. Antônio Melo Neto le disparó entonces y lo alcanzó en la pierna. Desde aquello, Benedito Aguiar vivió lisiado. En esa época “todavía había una parte de los Melo subordinando a la gente, haciéndola pagar foro y obligándola a venderles el algodón”. Cuando Antônio Melo Neto se postuló para intendente, jubiló a Benedito Aguiar y le dio una casa, según señaló Zé Fama.

Como veremos más adelante, Antônio Melo Neto también me contó ese episodio, sobre el cual les pregunté luego a Teresinha y a Gregório. Teresinha señaló que el algodón era bien pago, pero no cuando los Melo se lo compraban a sus moradores, que, además, eran engañados en el peso. Lo que ocurrió con Benedito Aguiar, agregó Gregório, fue que no quiso vender más su algodón a la propiedad y, al saber de aquello, Antônio Melo Neto lo fue a buscar para dispararle. Benedito Aguiar era el vecino de Teresinha. El disparo perforó su pierna y nunca volvió a caminar bien.

Por otra parte, cuando Joca recordó el temor que le causó el interés de Zé Jacó en su novia, Teresinha contó que los Melo mataron a su tío Bento, el hermano de su padre y de Joca. Los capangas ya lo habían castigado durante un buen tiempo en la diaria.

-¿Por qué lo mataron? -le pregunté a Teresinha.

-Por una novia, una mujer, ¿no fue? -me respondió al mismo tiempo que le hacía la pregunta a su tío.

-Sí -dijo su tío. Y se dispuso a contar aquella muerte.

En aquella época, Joca era el camarada de Zé Melo. A este último le gustaba la novia de Bento y resolvió darle una paliza al compañero de la muchacha. Un día de feria, Zé Melo ordenó que lo llamaran para que fuera a trabajar en la diaria. Bento respondió que no iría. Aquello generó odio en Zé Melo; si antes quería castigarlo con latigazos, la situación se ponía ahora más tensa. Al otro día, Zé Melo tomó su revólver, se dirigió a la casa de Bento y le disparó. Zé Melo disparaba mucho, según concluyó Joca.

Teresinha agregó que fue en el rozado, cuando su tío estaba trabajando. Zé Melo lo llamó, le dijo: “Prepárese para morir”, y le disparó en el oído. Bento no pudo defenderse. “Así fue”, asintió Joca: “lo llamó y lo mató al instante”. Hoy ya está muerto, como señaló Joca, igual que los otros Melo: “Todos ya murieron pagando lo que deben. Que nadie nunca haga eso, ¿no? Que no haga eso […], aunque no sea cristiano, matar sin necesidad, muere de la misma enfermedad: sin necesidad, como ellos murieron. Zé Jacó también” (énfasis mío).

Con estos relatos se revela el lado más sombrío del poder del patrón. Cuando los exmoradores refieren los asesinatos y otras agresiones ocurridas en Belém, generalmente resaltan la arbitrariedad de los actos. Lo que critican no es tanto las muertes o los ataques en sí, sino la falta de ética que acompañó a esas acciones. La frase de Joca, “matar sin necesidad”, indica que no es el acto de matar lo que está en cuestión, sino la ausencia de necesidad, la muerte sin razón de ser. A diferencia de lo que ocurre en los relatos de los empleados -y, como veremos en el siguiente apartado, de los propietarios-, las amenazas, los disparos y los golpes aludidos están rodeados por un halo de ilegitimidad. Los moradores señalan el carácter inmoral que asumían los ataques de los propietarios, quienes, como personas en las que no se podía confiar, arremetían contra un adversario indefenso. En estos relatos, los ajustes de cuentas ya no suceden en la feria. Los desacuerdos no se resuelven en público. Como dijo Gregório: “Nadie veía ni sabía quién era”.

Relatos de propietarios

La primera entrevista con Antônio Melo Neto no finalizó en los términos que mi interlocutor hubiera preferido porque, un poco más adentrada en la conversación, y ya sin temor a generar moderación en sus respuestas, me atreví a preguntar sobre temas alusivos al sindicato que los trabajadores rurales habían formado en Belém en la década de 1960, antes de la dictadura militar en Brasil. Las preguntas lo incomodaron y, aunque luego de aquello recorrió otros temas, su curiosidad sobre lo que “me habían contado” se dejó transparentar en repetidas ocasiones: “Pero cuenta, cuenta lo que sabes, apaga esa cosa [la grabadora] para que conversemos”. El final del primer encuentro se vio marcado por temas que esas preguntas habían generado.

El lunes siguiente a aquella entrevista, realizada un viernes, recibí una llamada: Antônio Melo Neto había pedido a su yerno que me hablara para que fuera nuevamente a conversar con él. Quería contarme cosas que recordó sobre Belém luego de mi partida. En esa segunda conversación trataríamos “el asunto de las muertes”. Crímenes, sindicato de trabajadores, asesinatos a cuchillo de pistoleros y otros temas se mezclaron bajo el amplio y polisémico rótulo de “la muerte”, del que los propietarios habían preferido no hablar. El asunto fue despojado de espinas y neutralizado como una costumbre de época o como algo circunstancial. De este modo, las agresiones que Antônio Melo Neto se animó a contar se presentaron como episódicas y justificadas; las otras se mostraron rudimentarias y marginales a Belém, como si se tratara de un asunto de los empleados12. Las dos entrevistas terminaron con una recomendación de Antônio Melo Neto, su esposa y su yerno: me sugirieron hablar con Mendes, su empleado de confianza, quien, en su opinión, sabría más que ellos de ese asunto.

“La historia que te estoy contando ahora, me abrí para contártela porque tú me preguntaste todo el asunto de pelea, de muerte, no sé qué”, dijo Antônio Melo Neto antes de narrar algunos episodios a los que haré referencia brevemente.

Tú preguntaste por las muertes, las muertes que hubo allá y todo eso, que mataron a Zé Jacó, ¿no? Mataron en la feria, ¿no? Con mi hermano, Zé Melo[13], también pasó una cosa, bien cerquita de la casa de Gregório. Ya sabes de eso, ¿no?

Ese fue el primer “accidente” de los tres que Antônio Melo Neto decidió contarme. Su hermano “fue a llamar a los trabajadores para la diaria”. El que moriría sería un morador que se negaba a trabajar bajo aquel régimen. Fue en la época de Getúlio Vargas, expresó, “cuando empezó aquella revolución, el asunto del trabajador, el asunto de la CLT[14], de la ley del trabajo, y empezó a haber trabajo en blanco y [el trabajador] se creía que mandaba”. Ante la negación del morador, el propietario fue a su casa a buscarlo. Allí, el morador tomó una estaca de la cerca y, como antes lo había hecho con otras dos personas de la familia, intentó agredir a Zé Melo. “¿Está queriendo desmoralizarme?”, reaccionó este último, “conmigo la conversación es diferente”, le dijo antes de dispararle y matarlo. En aquel tiempo el narrador tenía nueve años.

Diez o quince años después, José Marques Melo, el padre biológico de Antônio Melo Neto, “también se vio obligado” (énfasis mío) a disparar a una persona que quiso atacarlo. Era su vaquero y había comenzado a robarle. José Marques Melo dejaba la venta de ganado a cargo de ese vaquero. Un día le contaron que su encargado vendía más de lo que decía. Aquello, de acuerdo con mi interlocutor, provocó una discusión entre ambos y, mientras el vaquero levantó una hoz con la intención de arrojársela, José Marques Melo acabó la discusión con un tiro.

Y la tercera y más extendida historia contada por Antônio Melo Neto es en primera persona. “El 11 de noviembre del 66, yo, Antônio Melo Neto, fui obligado también a dispararle a alguien […] para evitar mi muerte”. Su nombre era Benedito Aguiar. Antônio Melo Neto era un gran productor de algodón. Dentro de Belém, poseía 350 hectáreas de algodón.

De acuerdo con Antônio Melo Neto, su esposa y su yerno, Benedito Aguiar era un morador de Belém que trabajó de meia para Antônio Melo Neto durante más de seis años; este le ofrecía el carozo, los insecticidas, los bueyes, el dinero y todo lo necesario para la producción de algodón. Como meeiro de Antônio Melo Neto, Benedito Aguiar estaba comprometido a venderle su producción, según enfatizó el yerno. El propietario era financiado por la usina (la fábrica) donde el algodón era tratado.

En una ocasión, Antônio Melo Neto fue a una exposición de animales en Ceará. Al volver en la noche, un empleado suyo le contó que Benedito Aguiar había vendido el algodón, lo que se hizo de conocimiento público. Él era muy trabajador, pero “le metieron en la cabeza que yo tenía mucha plata”, señaló mi interlocutor. Cuando Antônio Melo Neto lo vio, lo paró y le dijo:

-Benedito Aguiar, ¿tú vendiste tu algodón afuera?

-Ni le vendí el algodón a usted ni le venderé más. Voy a vender el algodón afuera.

Antônio Melo Neto me presentó su marco familiar: su hija tenía tres o cuatro años, su esposa estaba cocinando puré y él todavía estaba de luto por la muerte de su padre. El enfrentamiento fue en el camino, cuando estaba yendo a juntar el algodón de un camión que se había volcado. Era casi de madrugada y vestía una piyama. Entonces encontró a Benedito Aguiar, que estaba con su familia.

De acuerdo con Antônio Melo Neto, Benedito Aguiar lo agredió y cortó su piyama, por lo cual Melo tuvo que dispararle. Aguiar no sabía que él estaba armado. Pero en aquella época, después de la “revolución” (la dictadura militar), Antônio Melo Neto siempre portaba un arma. Si no hubiera sido así, como reforzó su yerno, Benedito Aguiar lo habría matado. “Yo pasé un montón de tiempo asustado por él, con miedo”, señaló Antônio Melo Neto y agregó que debió haber acabado con la vida de Benedito Aguiar: “Todo lo que yo le di… porque en ese tiempo él tenía buey de arado, vaca, caballo, burro, todo de calidad, y murió en la miseria. Yo fui obligado a darle una casa [por lo ocurrido]”. Aquel “accidente” fue luego aclarado en la justicia; si volviera a ocurrir, según dijo Antônio Melo Neto, haría lo mismo.

En el relato del propietario, el “asunto de las peleas y las muertes” adquiere un comienzo y un fin. Su significado se restringe a determinados “accidentes” que pueden ser contados (o justificados) por el heredero, y a otros episodios que él no puede contar, pero sí delegar. Su antiguo empleado es el indicado para transmitirme las varias muertes que hubo en Belém y que injustificadamente le otorgaron el “mal prestigio”, ya que si en Belém “uno mandaba a matar y aquel ya mandaba a matar a otro”, ese era un asunto que, según mi interlocutor, escapaba del alcance de los propietarios.

Consideraciones finales

Al abordar la cuestión de los asesinatos y otras agresiones ocurridas en el gran latifundio del agreste nordestino me interesó enfocar las reconstrucciones en torno a su legitimidad. Más allá de la oposición que se genera a partir de las diferentes versiones y perspectivas acerca de los hechos, el enfoque permite vislumbrar un orden moral y las reputaciones consecuentes que atraviesan las diferentes posiciones sociales de quienes narran; a su vez, deja al descubierto algunos fragmentos de la dinámica social del latifundio.

En los relatos presentados podemos ver cómo las agresiones son fundamentales en esa dinámica, son constitutivas de la sociabilidad. Garantizan el poder del propietario en lo que respecta a su relación con los trabajadores y con las instituciones estatales, así como los modos de vínculo familiar, de género y de la masculinidad. En repetidas ocasiones, los relatos reconstruyen una necesidad -o una ausencia de ella- en torno a las agresiones, y nos ayudan a observarlas, no como eventos excepcionales, sino como una pieza fundamental en las formas de enlace social.

Las agresiones se entremezclan con procesos de atribución de reputación, autoridad y poder. Al hablar de ellas aparecen nociones como prestigio, confianza, respeto, desmoralización, mando, necesidad, venganza, impresas en la sociabilidad del lugar. En las agresiones observamos, entre otras cosas, procesos de producción de reputaciones. Cuando mis interlocutores e interlocutoras se refieren al latifundio, se pone en juego la idea de prestigio15. El prestigio de Belém se activa en las peleas y otras interacciones de “los hombres” de la propiedad con la policía, y marca una relación entre la autoridad pública y la autoridad de los latifundistas en lo concerniente a la aplicación de la ley. Por su parte, con los propietarios que “se defienden” y no se desmoralizan ante la oposición de los moradores, así como con la venganza consumada con la muerte de Zé Jacó, también se hace manifiesta, no una justicia abstracta, sino la producción de reputaciones y la construcción de una masculinidad. Aquí, el poder público no interviene en el ordenamiento del latifundio, aunque ese ordenamiento implique la violación de la ley estatal.

Las reputaciones, entre ellas, el prestigio y la fama, “suponen competencia entre miembros de la comunidad” (Marques 2002, 184). El ejercicio de las agresiones y de la competencia en Belém confiere una respetabilidad al latifundio y a sus hombres, a la vez que avala, para las autoridades estatales y para los moradores, el ejercicio del mando por parte de sus dueños. Al mismo tiempo, ese ejercicio sin necesidad genera una desconfianza que surge de la violación a las formas acostumbradas de sociabilidad.

Asimismo, la sociabilidad en torno al trabajo y a la propiedad fue regulada por diversas formas de agresión, luego puestas en jaque con la llegada de un nuevo orden moral de derechos. También el funcionamiento de políticas estatales se encuentra influido por las agresiones latentes en la obligación de que los moradores y empleados votaran al candidato del propietario.

Por fin, las masculinidades no solo se construyen mediante el ejercicio hábil de las agresiones, sino también, y entre otras cosas, por el cumplimiento de determinadas normativas respecto al casamiento. De este modo, con las agresiones se entrelazan tanto un proceso de producción de reputaciones como el ejercicio del mando y de una ley no estatal, los vínculos de parentesco, las formas de la masculinidad, las relaciones laborales y fragmentos de la política pública.

En la narrativa del antiguo propietario, los crímenes conllevan una justificación que pretende congraciarse con el contexto en el que se da el relato. Los tres hechos narrados por él adoptan la misma forma, en la cual el propietario que mata o dispara a un morador o vaquero lo hace para defenderse de los ataques ejercidos por estos últimos. La defensa ante esos ataques explica, a partir de ese relato, la ocurrencia de los actos. Sin embargo, sus palabras nos muestran más que una justificación. Antônio Melo Neto no solo narra defensas y ataques; también habla de robo, de desmoralización, de obligación, de respeto y de la pretensión de los atacantes de mandar. Así, el asesinato del tío de Teresinha a manos de Zé Melo, por ejemplo, se enmarca -contrario a lo narrado por ella y por Joca- en un contexto de necesidad, de no dejarse desmoralizar en un momento en el que los trabajadores comenzaban a adquirir derechos laborales que marcaban un límite al poder absoluto del patrón. La llegada de los derechos ponía en juego una disputa moral en torno a los límites del poder. Esos límites implicaban no únicamente pérdidas económicas, sino que también eran vividos por los propietarios como una desmoralización; envolvían la pérdida de una autoridad, la cual, al mismo tiempo, garantizaba la explotación de los trabajadores residentes en el latifundio. Las leyes comenzaban a penetrar la tranquera, una tranquera que, por el respeto que en otros tiempos se le tenía al propietario, como señaló Antônio Melo Neto, no era atravesada. Entre otras cosas, los propietarios defendían ese respeto dando muerte o por medio del ataque físico a moradores que intentaban adquirir derechos y se negaban a trabajar gratis o a vender el algodón que producían en condiciones desfavorables.

El acto de apropiarse de lo ajeno, muchas veces señalado como “robo” o como “invasión”, es condenado moralmente por todos los relatos citados en el artículo, tanto por moradores como por empleados y propietarios, y, nuevamente aquí, las muertes y agresiones físicas, que llegan de la mano de los propietarios, garantizan esa condena. Si bien el disparo de José Marques es presentado por Antônio Melo Neto como consecuencia de un ataque, este no deja de mencionar que todo aquello ocurrió a partir del robo del vaquero. Manoel David también expresó, respecto a un vaquero que robaba ganado y que Tozé Melo había mandado a matar: “O sea que estaba actuando mal, ¿no?”. La muerte, desde esas perspectivas, respondía a una necesidad.

Pero no había condena para los robos del algodón y del trabajo de los moradores por parte del propietario, que exmoradores y sus familias mencionan. Quien era castigado, en cambio, era aquel que se negaba a ser robado, pues hay un claro vínculo entre poder y violencia en el medio rural, como observa Barreira (2008). Es el caso de Benedito Aguiar, por ejemplo, a quien se le produjo una lesión irreparable. Lo que remarcan los y las trabajadoras aquí es la arbitrariedad del propietario, la sujeción que las agresiones pretendían mantener. Desde esta mirada, los castigos del propietario contra sus trabajadores y trabajadoras no tendrían ninguna necesidad.

Por otro lado, los antiguos moradores y sus familias presentan ese ejercicio de arbitrariedad del latifundista más allá de lo laboral. El evento vinculado con el tío de Teresinha habla de un disparo generado por el odio de un propietario a causa de la relación que un morador sostenía con una mujer que le interesaba a aquel. En oposición a lo señalado por Antônio Melo Neto, Teresinha y su tío remarcan la muerte sin necesidad. Mientras el tío de Teresinha trabajaba, el propietario llegó y le disparó. No pudo defenderse. Fue una muerte innecesaria e inmoral, como queda expresado en el comentario de Joca: “Que nadie nunca haga eso […] aunque no sea cristiano”. La arbitrariedad de las muertes también es señalada en el caso de las elecciones de candidatos, que aseguraban los intereses políticos del latifundista. Era una “tierra peligrosa”, la ley era del patrón y sus arbitrariedades generaban miedo, como apunta Joca cuando se refiere a la intervención del capanga en su noviazgo. De este modo, las amenazas y agresiones de los propietarios contra sus trabajadores se muestran arbitrarias y pierden su necesidad. Los exmoradores y sus familias remarcan la falta de ética de los patrones y sus hombres en el ejercicio de la agresión.

Además del intento de salvaguardar un poder y un mundo moral conmocionado por la llegada de los derechos laborales, las muertes y agresiones se entrelazan con otras dinámicas en las que aparecen valores con menos quiebres. Estas se vinculan a las relaciones entre el dueño de la tierra y las organizaciones estatales, así como a las convenciones sociales, los casamientos, las grupalidades, el honor y la masculinidad. Algunos de los eventos narrados ocurren a la luz del día y consagran públicamente un estado de relaciones, como aquellos contados por Serafim y Manoel David. En esos relatos, si se trata de defender la reputación de una familia, de garantizar la obligación social del casamiento o de defender el honor del grupo, la muerte es necesaria. Como señalé anteriormente, esto no solo muestra las formas de funcionamiento social del latifundio y las facultades que en esas formas posee el propietario, sino también la estrecha relación entre los dueños de la tierra y la política estatal, y el modo en que el poder latifundista hace parte de esta. La posibilidad de dar muerte, de agredir y de usar las armas contando con el amparo de la tranquera deja ver un poder estatal que, al ponerse al margen del latifundio, le otorga facultades de regulación, al tiempo que, en su constitución, no se encuentra desligado de ese latifundio, como lo muestra el caso de la votación obligada de los moradores (además de las amistades y de la ocupación de cargos por parte de los mismos propietarios, cuestión en la que aquí no me detengo).

Por último, me gustaría referirme brevemente a los juicios morales evocados por mis interlocutores e interlocutoras al aludir al destino de una persona. La ética no solo se presentó ligada al ejercicio de la agresión, sino también a la forma de morir. Por ejemplo, el relato de la muerte de Benedito Aguiar hecho por Antônio Melo Neto destaca la “miseria” en la que ocurrió, con lo cual el discurso del propietario adjetiva los actos de Benedito Aguiar y los contrapone a una generosidad propia: todo lo que Melo dice haberle dado a Aguiar no pudo contra una cualidad moral de este último que lo hizo morir en la miseria. También podemos observar esa correspondencia en las frases de Joca, cuando señala que los Melo murieron por la misma enfermedad por la que mataron: sin necesidad, murieron “pagando lo que deben”. En la narración de esas muertes se explicita una coherencia entre la moral de una persona y su desenlace.

Así, la normativa de los crímenes, muertes y agresiones expresa una organización del latifundio. Expresa formas legitimadas de vinculación entre los latifundistas y diferentes instituciones estatales, y entre los latifundistas y sus trabajadores. Expresa el poder de los primeros para disponer de las relaciones privadas y comerciales de estos últimos. Las muertes y agresiones le permiten al propietario ejercer la dominación. Construyen reputaciones. Refuerzan la marcación de lo punible, de lo que está o no permitido, avalan algunos valores sociales y condenan otros. Como pudimos observar, los crímenes normativizados constituyen una pieza central de esta organización social.

Referencias

Almeida, Alfredo Wagner Berno de y Neide Esterci. 1977a. “Quixadá: a formação do povoado e o aceso à terra pelos pequenos produtores”. En Projeto emprego e mudança sócio econômica no Nordeste, coordinado por Moacir Gracindo Soares Palmeira, 2-24. Río de Janeiro: Museu Nacional; UFRJ. Mimeo. [ Links ]

______. 1977b. “Terras soltas e o avanço das cercas”. En Projeto emprego e mudança sócio econômica no Nordeste, coordinado por Moacir Gracindo Soares Palmeira, 25-36. Río de Janeiro: Museu Nacional; UFRJ. Mimeo. [ Links ]

Andrade, Manuel Correia de. 1998. A terra e o homem no Nordeste: contribuição ao estudo da questão agrária no Nordeste. Recife: Editora Universitária da UFPE. [ Links ]

Ayoub, Dibe. 2017. “Fazer vingança, jurar vingança: a morte matada e a vida cotidiana”. En Questões e dimensões da política, editado por John Comerford, Marcos Otavio Bezerra y Moacir Palmeira, 229-240. Río de Janeiro: Papéis Selvagens. [ Links ]

Barreira, César. 2008. Cotidiano despedaçado. Cenas de uma violência difusa. Fortaleza: Pontes. [ Links ]

Bastos, Eliane Cantarino O’Dwyer Gonçalves. S. f. A cultura de algodão no sertão paraibano. Río de Janeiro: Mimeo. [ Links ]

Black-Michaud, Jacob. 1975. Cohesive Force. Feud in the Mediterranean and the Middle East. Nueva York: St. Martin’s Press. [ Links ]

Cascudo, Luís da Câmara. 1956. Tradições populares da pecuária nordestina. Río de Janeiro: Ministério da Agricultura, Serviço de Informação Agrícola. [ Links ]

______. 1970. Locuções tradicionais no Brasil. Recife: Universidade Federal de Pernambuco. [ Links ]

Da Cunha, Manuela Ivone. 2007. “A violência e o tráfico: para uma comparação dos narcomercados”. En Conflito, política e relações pessoais, editado por Ana Claudia Marques, 173-179. Fortaleza: Pontes . [ Links ]

Delgado, Manuel. 2003. “Del movimiento a la movilización. Espacio ritual y conflicto en contextos urbanos”. En Retóricas sem fronteiras, organizado por Jorge Freitas Branco y Ana Isabel Afonso, 143-165. Oeiras: Celta. [ Links ]

Figurelli, Mónica Fernanda. 2011. “Família, escravidão, luta: histórias contadas de uma antiga fazenda”. Tesis de Doctorado en Antropología Social, Museu Nacional, Universidade Federal do Rio de Janeiro, Río de Janeiro. [ Links ]

______. 2012. Registros del conflicto. Miradas sobre ocupaciones de tierra en el Nordeste de Brasil. Buenos Aires: Antropofagia. [ Links ]

______. 2017. “Atados al rabo de la burra: lecturas del trabajo gratuito en una antigua propiedad rural”. Revista Latinoamericana de Antropología del Trabajo 1 (2): 1-18. http://www.ceil-conicet.gov.ar/ojs/index.php/lat/article/view/306Links ]

______. 2020. “Días cautivos en el Nordeste de Brasil: vivir y trabajar en ‘tierras de otros’”. En Tratado latinoamericano de antropología del trabajo, editado por Hernán Palermo y Lorena Capogrossi, 1727-1750. Buenos Aires: Clacso. [ Links ]

Gilmore, David. 1987. Aggression and Community. Paradoxes of Andalusian Culture. New Haven; Londres: Yale University Press. [ Links ]

Heredia, Beatriz Maria Alasia de. 1986. “As transformações sociais na plantation canavieira. O caso do sul de Alagoas”. Tesis de Doctorado en Antropología Social, Museu Nacional, Universidade Federal do Rio de Janeiro, Río de Janeiro. [ Links ]

Johnson, Allen. 1971. Sharecroppers of the Sertão. Economics and Dependence on a Brazilian Plantation. Stanford: Stanford University Press. [ Links ]

Marques, Ana Claudia. 2002. Intrigas e questões. Vingança de família e tramas sociais no sertão de Pernambuco. Río de Janeiro: Relume Dumará. [ Links ]

Monteiro, Denise Mattos. 2007. Introdução à história do Rio Grande do Norte. Natal: EDUFRN. [ Links ]

Nunes Leal, Victor. 1975. Coronelismo, enxada e voto. São Paulo: Alfa Omega. [ Links ]

Palmeira, Moacir. 1977. “Casa e trabalho: nota sobre as relações sociais na plantation tradicional”. Contraponto 2 (2): 103-114. https://memov.org/site/livros-e-textos/casa-e-trabalho-nota-sobre-as-relacoes-sociais-na-plantation-tradicional-1977/Links ]

Palmeira, Moacir y Beatriz Heredia. 2009. Política ambígua. Río de Janeiro: Relume Dumará . [ Links ]

Queiroz, Maria Isaura Pereira de. 1976. O mandonismo local na vida política brasileira e outros ensaios. São Paulo: Alfa Omega . [ Links ]

Rego, José Lins do. 1966. Bangüê. Río de Janeiro: Livraria José Olympio Editora. [ Links ]

Sigaud, Lygia. 1971. “A nação dos homens. Uma análise regional de ideologia”. Tesis de Maestría en Antropología Social, Museu Nacional, Universidade Federal do Rio de Janeiro, Río de Janeiro. [ Links ]

Spencer, Jonathan. 2007. Anthropology, Politics, and the State. Democracy and Violence in South Asia. Cambridge: Cambridge University Press. [ Links ]

Villela, Jorge Mattar. 2004. O povo em armas: violência e política no sertão de Pernambuco. Río de Janeiro: Relume Dumará . [ Links ]

1“Depois, chegou correndo um sujeito me dizendo que o povo de Marreira queria tomar o prêso para matar. Chamei Floriano e João Calmo, armados de rifle. Fôssem levar o homem e não tivessem pena de quem se metesse na frente. Veio-me uma raiva danada do moleque. Gritei para que todos ouvissem, não me dominava: —Passe fogo no safado que se meter”.

2Una versión anterior de este artículo fue presentada en la XIII Reunión de Antropología del Mercosur, celebrada en julio del año 2019. Estoy agradecida por los comentarios de los y las colegas allí presentes. Agradezco asimismo las observaciones de las y los evaluadores anónimos que colaboraron con la mejora del manuscrito. Cualquier error que contenga es de mi exclusiva responsabilidad. En este texto los nombres de las personas y de la mayoría de los lugares fueron cambiados. Las traducciones de citas y pasajes de entrevistas son propias.

3Antônio Melo alude a Argentina por ser mi país de origen.

4Sobre fazendas de ganado en el Nordeste de Brasil, véanse, entre otros, Cascudo (1956), Johnson (1971), Bastos (s. f.), Almeida y Esterci (1977a, 1977b).

5La Ley de Tierras dispuso que las tierras del Estado solo podían adquirirse mediante compra —el precio se elevó a partir de ese momento— y que las ya adquiridas por donación y ocupación únicamente podían ser legalizadas en caso de haber sido explotadas.

6Junto a esto, no es de desdeñar la lectura que el expropietario hizo de mi propia posición en el asunto, al saber de mis entrevistas a antiguos moradores y de mi estadía en la casa del presidente del sindicato y de su esposa.

7Juca Melo, muerto en 1926, fue el primer dueño y monopolizador de las tierras de Belém. Su hijo Tozé Melo, a quien los hermanos y hermanas le vendieron su parte, continuó con la propiedad. Como Tozé Melo no tenía hijos, adoptó a algunos parientes y parientas. Entre ellos se encontraba mi interlocutor Antônio Melo Neto, uno de los herederos entre quienes se disgregó la tierra luego de la muerte de Tozé, ocurrida en 1957. Los recuerdos aquí citados recorren el espectro de tiempo que va de Juca Melo hasta los herederos.

8“En Brasil es popular la macaca, látigo de cuero trenzado con el mango corto, cuyo uso estaba destinado a los animales de tracción y otrora a los esclavos de eito, en los trabajos rurales” (Cascudo 1970, 205). El eito, entre trabajadores rurales del Nordeste de Brasil, alude, a grandes rasgos, al trabajo que los moradores realizaban para el propietario. Véanse, por ejemplo, Figurelli (2011) y Palmeira (1977).

9El uso que los moradores hacen de la categoría hombres para referirse al personal de más alto rango en la propiedad no es exclusivo de Belém y fue objeto de análisis anteriores, como el de Sigaud (1971).

10Sobre venganza, véanse, entre otros, Ayoub (2017), Marques (2002) y Villela (2004).

11En otros artículos (Figurelli 2017, 2020) me referí a los castigos físicos a los que eran sometidos los moradores que se negaban a trabajar en la diaria.

12Es interesante citar en este punto la reflexión de Da Cunha, cuando, retomando a Manuel Delgado (2003), rescata la marca de alteridad que trae aparejado el término violencia, al implicar que “los violentos son siempre los otros” (Da Cunha 2007, 174).

13Zé Melo fue su hermano de crianza a partir de la adopción, mencionada en la nota 7, que Tozé Melo hizo de algunos de sus parientes.

14Consolidação das Leis do Trabalho.

15Según Marques (2002), el prestigio, a diferencia de la fama, supone beneficios que otorgan algún poder. Es interesante ver que, en el caso aquí presentado, la categoría se activa al hablar de un latifundio.

Recibido: 05 de Septiembre de 2023; Aprobado: 12 de Marzo de 2024; Publicado: 01 de Mayo de 2024

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons