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Trabajo social

versão On-line ISSN 2256-5493

Trab. soc. vol.25 no.2 Bogotá jul./dez. 2023  Epub 02-Jul-2024

 

Entrevistas

"Creo que me gané ese derecho" Entrevista a María Eugenia Vásquez


María Eugenia Vásquez es antropóloga egresada de la Universidad Nacional de Colombia, con una reconocida trayectoria en temas de mujer y género y como investigadora social alrededor de las dinámicas sociales y políticas que afectan a las comunidades victimizadas por la violencia en Colombia. Así mismo, como exintegrante del grupo guerrillero Movimiento 19 de abril (M-19), entre las décadas de 1970 y 1990, posee una perspectiva única y enriquecedora sobre los desafíos que enfrenta el país en materia de justicia social, conflicto armado, construcción paz y el acompañamiento a excombatientes de grupos armados.

Siguiendo las coordenadas de la autoetnografía, su tesis de antropología sirvió de base para la publicación titulada: "Escrito para No Morir: bitácora de una militancia", (1998) la cual se ha constituido como una obra de referencia y un testimonio valiente y poderoso de su experiencia como mujer en un grupo guerrillero, y de su camino de transformación personal y social. Su relato va más allá de la narración individual para convertirse en una ventana hacia la complejidad de la violencia política en Colombia y sus repercusiones en la vida de quienes la vivieron de cerca.

En esta oportunidad, la profesora Martha Nubia Bello del Departamento de Trabajo Social de la Universidad Nacional de Colombia, se acerca a María Eugenia Vásquez con algunas preguntas que suscitan una reflexión muy personal alrededor de los significados amarrados a esa experiencia de participación en el conflicto armado, pero sobre todo a los procesos singulares y compartidos que estuvieron implicados en la dejación de las armas y en su trasegar hacia la posibilidad de una "vida en común".

Martha Nubia Bello (MNB): ¿Quién es María Eugenia Vásquez?

Soy una mujer que ha trabajado y sigue trabajando por un mundo más justo y un país en el que los derechos y las libertades se hagan realidad para la ciudadanía sin excepciones, sin discriminaciones. Soy una mujer que ha vivido a fondo y ha aprendido de cada una de las experiencias, de los resultados de mis decisiones en diferentes épocas de mi recorrido vital.

Yo soy una mujer nacida en los años 50 y ya una veterana para este momento de la vida. El mundo ha cambiado muchísimo, pero yo sigo dispuesta a continuar aprendiendo de las personas y de los acontecimientos, poniéndome al día, interesada. Trato de mantener una mentalidad abierta que no renuncie a la utopía.

MNB: ¿De dónde viene ese compromiso y esa actitud ante la vida? ¿De dónde crees que te viene eso?

Creo que eso viene de la casa, de la familia, de mi madre fundamentalmente.

Mi madre fue una mujer muy valiente, transgresora en su época. Capaz de separarse y de lograr una autonomía económica y de criarme a mí y de no tener dependencias de mi padre. Fue una mujer que rompió con muchos prejuicios alrededor de las mujeres.

También viene de la sensibilidad social adquirida no solo en la casa, a través de mi madre, sino en el colegio. Yo tuve una educación con monjas y ahí había una sensibilidad social hacia los menos favorecidos.

Posteriormente, entro a la Universidad Nacional en mi juventud, en medio de una riqueza de movimientos estudiantiles y de interés político que sin duda me llevaron a concluir que era necesario meterme a profundidad en la búsqueda de alternativas para cambiar ese mundo que me parece injusto.

Ingresé a la Universidad Nacional en el año 71, y cuando me faltaba solo un semestre para terminar la carrera de Antropología no me gradué, porque la exigencia de la militancia revolucionaria y clandestina no me permitió hacerlo. En esa época pensábamos que para "el trabajo político de masas", como lo llamábamos, no era necesario tener un título.

Era una época de activismo social que no valoraba el título universitario; una época de efervescencia, de actividad estudiantil y de solidaridad con las luchas sociales y políticas.

Era un tiempo, además, de luchas de liberación nacional en varios países, en el África, en Centroamérica, en el sur del continente. Entonces era una época muy propicia para esa búsqueda apasionada de alternativas de cambio.

MNB: ¿Cuéntanos cómo llegaste al m-19?

Pues muy fácilmente. Creo que hubiera podido llegar a cualquier otro movimiento. Yo ingreso en "la prehistoria" del M-19, cuando todavía era un proyecto que se desprendía de las FARO [Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia] para influir en la política de las grandes ciudades a través de una guerrilla que llegara con una propuesta de cambio, que no se quedara aislada en el campo solamente en la lucha guerrillera.

Y entonces, en los años 70, ¿qué hacía yo? Era una activista del movimiento estudiantil y estaba relacionada con mucha gente, con gente de todos los grupos de izquierda que había en la Universidad Nacional. De pronto hice contacto con un estudiante de antropología o de sociología, que hacía unas propuestas relacionadas con el apoyo a la lucha armada. Y ese discurso de ir más a la práctica, de comprometerse con los cambios de una manera distinta, no solamente de palabra, me llamó la atención. Así fue como resulté, casi que, por casualidad, vinculada al naciente M-19.

En esa "prehistoria" hice parte del grupo Comuneros, que se formó cuando Jaime Bateman y otros compañeros, que querían esta guerrilla urbana para traer la política de las FARO o la política revolucionaria a las ciudades, fueron expulsados de las FARO y del Partido Comunista. Entonces se conforma Comuneros, un grupo de apoyo a las diferentes guerrillas que había en ese momento: al ELN [Ejército de Liberación Nacional], al EPL [Ejército Popular de Liberación] y a las FARO.

Posteriormente, con todo el contexto generado por el fraude electoral de la Anapo en los años 70, se establecen vínculos con las bases del partido y con algunos parlamentarios que compartían su inconformidad, y para 1974 se constituye el M-19 como tal.

Mi vinculación entonces fue muy fácil, porque mi antecedente era de activista estudiantil, estaba "en la jugada", como se dice.

MNB: ¿Y cómo asumes esa decisión con tu familia?

Pues, primero, yo estaba lejos de mi familia. Mi madre se había quedado en otra ciudad, así que yo era de las estudiantes de provincia. En Bogotá vivía en las residencias universitarias y no tenía a quién explicarle nada. Tenía mis actividades de universidad y mis actividades clandestinas en el grupo que comenzaba, y las relaciones con mi familia siguieron siendo las mismas. Mi familia no se enteró de mi militancia sino años, años después.

Mi familia era mi madre, realmente, pues, aunque tengo un hermano, no me crie con él. Mi madre se había separado de mi padre a los primeros síntomas de violencia contra ella. Me tenía a mí en la barriga, ya tenía a mi hermano de siete años y mi padre fue violento con ella, así que decidió salir de la casa y no regresar jamás. Entonces me críe lejos de mi hermano porque mi padre se quedó con mi hermano y yo me críe únicamente con mi madre.

MNB: ¿Cómo cambia tu vida el ingreso a la guerrilla?

Yo milité en las actividades del M-19 en la ciudad, hasta la toma de la Embajada de República Dominicana en 1980. O sea que yo llevaba más o menos diez años de militancia en la guerrilla urbana y, posterior a eso, pasé a la clandestinidad total. De ahí me voy un tiempo al primer entrenamiento, luego al campo y posteriormente regreso otra vez a la parte operativa urbana.

Realmente el cambio fue de foco. El eje central para mí al llegar a la Universidad Nacional era ser antropóloga, una buena profesional, y todavía tenía el esquema de que en algún momento yo iba a formar una pareja y a tener hijitos, lo común y corriente. Todavía traía todo el esquema, digamos, de la "familia feliz", pero con una variante: nunca pensé en el matrimonio, porque tenía la experiencia de que la institución no era definitivamente lo que propiciaba el amor, sino que era el amor lo central. Ese sueño de ser profesional deja de ser el foco principal quiero ser una militante a profundidad, una mujer comprometida, cambia el foco de atención. Las actividades se combinaban.

Antes de ingresar a la guerrilla había sido muy buena estudiante, había tenido matrícula de honor. Después con la militancia empiezo a dejar en un segundo plano los estudios, me dedico mucho más al entrenamiento y a los aprendizajes para poder hacer bien mi trabajo dentro de la insurgencia y el poco trabajo que podíamos tener de masas, porque estuve en los dos frentes: el de masas y el operativo. Entonces, yo descuidaba un tanto los estudios, pero seguía muy interesada en la antropología. Mientras estuve en la universidad nunca dejé esa relación entre el estudio, los compañeros de clases y la militancia. Los compar-timentaba de muy buena manera porque al fin y al cabo la militancia era clandestina.

MNB: ¿Y cuál consideras que fue tu aporte al proyecto del M-19? ¿Qué impronta le dejaste tú a ese proyecto? ¿Qué cosas encontraste que te parecía que no deberían ser así?

Pues mira, considero que nosotras le dejamos la vida, le dejamos las entrañas a esa militancia, lo hicimos con todo el amor, con toda la dedicación y con todo el riesgo. Tenía apenas intuiciones acerca de cosas que hubiera querido que fueran diferentes, por ejemplo, la disciplina tan vertical, algunas formas de trabajo, deseaba un mayor reconocimiento a mujeres.

Tenía intuiciones, pero no muy claro el panorama, no tenía la perspectiva que puedo tener hoy en día, la que me ayudaron a construir las preguntas del feminismo y el acompañamiento de las feministas. Entonces, por ejemplo, cuando estaba como dirigente en el regional Bogotá y hacíamos operativos de propaganda armada, yo les pedía a las compañeras que usaran falda para que, en las fotografías, aunque llevaran las caras tapadas con un pañuelo, se distinguiera que eran mujeres, porque en el regional Bogotá la mayoría de jefes de comando eran mujeres.

Lo otro era tener muy en cuenta que a veces las compañeras no cumplían las citas con la estricta disciplina que lo hacían los hombres, porque tenían que dejar los hijos en alguna parte, porque las compañeras tenían una cantidad de tareas que se atravesaban en la militancia. Yo misma las tenía también. Entonces, poder tomar en cuenta eso y discutirlo para que no fueran tan fuertes las sanciones. Por lo menos en las ciudades, ser varón o ser mujer es una diferencia que se refleja en la militancia, dado que los roles asignados a las mujeres interfieren con su disponibilidad de tiempo o duplican su trabajo. Había una compañera que lo describía muy bien. Ella decía: mientras los compañeros se lavan la cara y salen de la casa, nosotras tenemos que dejar el tetero hecho, la comida arreglada, el niño en manos de alguien, la pañalera lista... ¡Tenemos una cantidad de trabajos más que hay que considerar! Pero esas eran intuiciones en ese momento. También la necesidad de reconocer y de nombrar más a las mujeres dentro de los cargos de responsabilidad.

Como te digo, eran cosas todavía sin mucho horizonte. En ese sentido, por allá en los años ochenta y pico, ochenta y dos, tal vez, cuando se llevó a cabo la novena conferencia, Vera Grave insiste mucho en que las reivindicaciones de las mujeres dentro de la guerrilla son diferentes a las reivindicaciones de los hombres. Las mujeres se reúnen y elaboran unos puntos relacionados con el respeto a su condición de mujeres y temas logísticos de abastecimiento a sus necesidades.

MNB: María Eugenia, ¿el estar en el M-19 cómo te cambia la perspectiva sobre las relaciones afectivas, amorosas, de familia?

La militancia en una organización armada revolucionaria transforma ese tipo de relaciones. El estar en el M-19 cambia mi foco de interés, pues yo como mujer, o mejor, nosotras las mujeres nos tenemos que adaptar a un mundo masculinizado, un mundo que se rige por los parámetros de la masculinidad. Esa adaptación trae muchas consecuencias. Por ejemplo, ¿qué tipo de familias vamos a establecer? Nosotras no podemos tener en esas circunstancias unas familias estables, un cuidado de los hijos permanente, entonces tenemos familias transitorias, unas parejas temporales. Debemos darlo todo por la revolución, si hay que dejar a los hijos en manos de otras personas hay que dejarlos, además para protección misma de los hijos. Entonces, ahí se trastoca todo ese esquema de lo que podía ser una vida familiar en condiciones "normales". Nosotras nos adaptamos a un mundo que no está hecho a nuestra medida y, por supuesto, los costos son mucho mayores para las mujeres que para los varones. No solo por los imaginarios que tenemos que deconstruir, sino por los cambios en la cotidianidad, en las costumbres, y hacemos esos cambios no tanto como renuncias sino como situaciones que tenemos que afrontar frente a decisiones que hemos tomado.

Como mujer me sentí continuamente desafiada para pertenecer a un mundo en el que debemos demostrar que somos capaces de hacer lo que se nos demanda. Ese es un desafío permanente para las mujeres y exige un gran esfuerzo.

MNB: Tú dices que no fueron renuncias, pero sí que tuviste que hacer cambios. Mencióname algunos que hayan tenido un mayor significado.

Mis estudios, por ejemplo. No dejé los estudios, pero no pude seguir siendo la estudiante que había sido en los primeros tiempos. También cambié la idea de tener una pareja estable. Se puede estar muy enamorada y tener una pareja, entenderse muy bien, pero si a una de las personas la designan para la guerrilla rural y a la otra para la urbana, o a la pareja la matan, hay que adaptarse y seguir adelante, pensar que esas relaciones son temporales. Es decir, desaparece toda posibilidad de estabilidad afectiva, emocional y amorosa dentro de las condiciones en las que estamos en la guerrilla rural y en la clandestinidad urbana. Por ejemplo, no podemos criar a los hijos o hijas; es doloroso y hay que afrontarlo para no sentirse siempre culpable. Bueno, ese es mi caso. Para no sentirme siempre culpable, ¿qué hice? Pues decir: "Esta es una decisión que debo asumir como decisión mía, propia, individual, autónoma. Me duele, pero es una decisión que debo afrontar". Creo que así fui sobrepasando las tensiones, ¿no? Diciendo: "Bueno, ha sido mi decisión. Defiendo esa decisión de participar en la insurgencia. Fue una decisión mía, autónoma, yo asumo las consecuencias".

MNB: ¿Hubo momentos en que tú dijiste definitivamente, hay cosas que pasan aquí que me hicieran querer abandonar la organización?

Sí, pero mi crisis fue tardía y fue por contradicciones con los desarrollos del quehacer político en un contexto de guerra. Yo me incorporé en los años 70 y mi primera crisis se dio en los años 84-85, cuando en el Congreso de los Robles yo le dije a mi jefe y amigo Álvaro Fayad: 'Álvaro estoy en crisis, yo me quiero ir". "¿Por qué?", me preguntó él. Le dije: "Porque yo siento que para estos años - es decir, a partir de los años 80 - se nos estaba militarizando la política". Me parecía que se valoraba muchísimo más la acción militar que la acción política y me sentí un poco fuera de lugar. Ahí tuve mi primera crisis y me quería retirar. Lo que me dijo Álvaro para ese momento fue: "toda crisis fortalece". Precisamente en esa coyuntura del Congreso de los Robles la organización priorizó el trabajo político de masas, como lo llamábamos, en los barrios populares, porque estábamos trabajando con los campamentos de paz, y yo venía trabajando en esa línea, así que me quedé. Me quedé a pesar de la crisis, pero claro, veía la militarización de la política. Tenía confrontaciones con algunos de mis jefes porque no aceptaba el autoritarismo, o algunos lineamientos políticos, aunque los obedecía, pues sabía que la disciplina estaba por encima de todo, pero preví errores en el manejo de lo político. No muy claros, es decir, nunca tuve una contradicción tan grande que hiciera que me retirara.

Tanto mi entrada como mi salida al M-19 fueron procesos paulatinos. Realmente la salida la presiona el golpe más fuerte que recibí en la vida: la muerte de mi hijo mayor. Este hecho volteó mi mundo emocional completamente. Fue un golpe tan grande que me hizo buscar caminos, buscar otros caminos. Es decir, ese golpe me removió por completo.

MNB: ¿Nos quisieras contar un poco más de la vida de María Eugenia como madre y en qué circunstancias de tu militancia ocurre la muerte de tu hijo mayor?

Yo fui madre muy joven. Hacia los veintiún años. Entrar a la guerrilla implicó no estar con el hijo, con mi único hijo hasta ese momento. Lo tuve que dejar, pero tenía la ilusión de que iba a haber un mañana mejor para los dos, que yo estaba trabajando no solo porque mi hijo fuera feliz en un país distinto, sino porque muchos niños que no tenían condiciones para una vida digna pudieran tenerla. Yo estaba aplazando la felicidad de estar con mi hijo para hacer cosas grandes que me pudieran permitir un mañana con él y por él.

Entonces, cuando la vida de mi hijo se trunca, cuando muere, yo me quedo como sin soporte. Es un dolor tan grande, es algo inesperado. Para ese momento, en los años 80, estaba acostumbrada a las muertes de mis compañeros, a las muertes en combate, a que incluso mi compañero afectivo muriera, pero nunca había pensado en la muerte de un hijo, de mi hijo, de ese hijo que estaba como la prolongación de futuro. Y claro, la muerte de ese muchachito a los 14 años es tan fuerte que me descoloca, y pues yo ya venía con preguntas, con crisis suaves. Venía diciendo: esto no es así, no es por aquí.

En el M me habían pedido que viajara para acompañar al que en ese entonces era mi compañero afectivo a un curso en el otro extremo del mundo. Yo no estaba de acuerdo porque sentí que estaba sacrificando mi desarrollo político, pues yo tenía un rango en el M y debería estar haciendo otras cosas y no servir de dama de compañía a un muchacho que debía recibir un entrenamiento. Pero me insisten y me dicen: "Por favor, hazlo, porque si no él, que está tan enamorado, se devuelve". Yo acepto irme lejos de mi país, lejos de mi hijo, sacrificando mi desarrollo como dirigente política para acompañar a un hombre que la organización consideraba valioso, etcétera, etcétera. Y estando allá, tan lejos, muere mi hijo. Entonces, también es un momento en el que el quiebre es completo, es decir, esa pareja se está quebrando, el corazón mío está hecho trizas con la muerte, la sorpresa de la muerte de mi hijo. A eso se suman las críticas que tenía a la militarización de la política, y me siento tan sola y tan lejos que digo: "no, hay que buscar otros caminos. Hay que buscar otros caminos". Así se lo digo a mi jefe en ese momento: "Voy a buscar otros caminos que no están lejos de ustedes, pero ya, ya se me agotó la política en esta situación".

MNB: ¿Y fue difícil esa salida?

No, para nada. Yo tuve la suerte de entrar y salir cuando quise, cuando me dio la gana. Solamente le dije a alguien: "¡Me voy!" Y me ofrecieron todo el apoyo que necesitaba, porque la salida en este momento era una salida en solitario, no había firma de acuerdos hasta el momento. Era una salida de la clandestinidad a la vida ciudadana. Era riesgosa y los compañeros fueron muy comprensivos. Me facilitaron hasta donde pudieron las cosas, como regresar al país y diciéndome: "cuando nos necesites, aquí estamos". Es que también las relaciones que se construyen en medio de estas situaciones que siempre nos ponen entre la vida y la muerte son unas relaciones muy estrechas, muy fraternas. Yo creo que ahí me sostuvo también la solidaridad de los compañeros y compañeras.

Y caigo en cuenta que estoy hablando casi siempre en masculino, y lo hago por pura costumbre, porque realmente las compañeras jugaron un gran papel de solidaridad cuando afronté esas decisiones tan difíciles. Fue una compañera la que viajó desde Colombia hasta el país en el que me encontraba para comunicarme la noticia sobre la muerte de mi hijo, porque no quisieron comunicarme esa noticia en frio.

MNB: María Eugenia, tu salida del M-19 es al mismo tiempo el ingreso a una nueva vida. ¿Nos quisieras comentar cómo fue ese proceso?

Sí, esa salida, en primer lugar, es voluntaria y, en segundo lugar, es en solitario, y yo digo que esa salida en solitario es mucho más difícil que una salida en grupo. Cuando es una salida en grupo se cuenta con una institucionalidad de apoyo, como los colectivos de reincorporación, por ejemplo, que hubo posteriormente, en los años 90 y luego en el 94 y ahora en el 2015-2016. Pero en ese momento era muy difícil, porque además todavía tenía que ser en medio de cierta clandestinidad, había mucho riesgo. Sin embargo, conté con el apoyo de las redes de amigos y amigas, de la gente que me conocía, de las redes familiares, y así fue que pude comenzar una vida laboral. Era muy difícil, por ejemplo, presentar hojas de vida, porque yo tenía casi veinte años de vacío laboral. Entonces, para conseguir trabajo, tenía que ser con alguien que me conociera y que creyera que podía tener algunas capacidades para un trabajo, para poderme contratar. De resto, era muy difícil. Eso limitaba muchísimo mi posibilidad de conseguir trabajo. En ese tiempo también decidí terminar la carrera y es cuando hago mi tesis de grado: Escrito Para No Morir, que termina siendo la bitácora de una militancia. Entonces me gradué de antropóloga con el análisis de mi experiencia en la vida militante, en la vida guerrillera.

MNB: ¿Cómo haces para sobrevivir económicamente, de qué vives en ese momento?

En esa época gente que me conocía y que eran investigadores me contrataban para que yo hiciera investigaciones de campo y elaborara informes. Esa fue la manera en que pude ganarme la vida. Después, una socióloga de la Universidad Nacional me cedió un puesto que le habían ofrecido a ella e hicimos entre las dos una hoja de vida totalmente ficticia para trabajar en una empresa como promotora comunitaria. Me fui enrolando también en esa experiencia del trabajo comunitario que me ofrecía un contraste muy interesante con lo que yo había hecho de trabajo de masas, trabajo popular. Me preguntaba cuál era el contenido de promover una organización comunitaria y cuál había sido en el pasado el propósito de organizar a la gente. Pasé de trabajar en la organización de milicias a la organización de defensa en los barrios, a organizaciones populares que defendieran derechos, y esa fue una experiencia muy interesante. De ahí en adelante me dedique por muchos años al trabajo comunitario. Trabajé en Ciudad Bolívar, trabajé con organizaciones no gubernamentales y llegué a ser funcionaria pública cuando participé con la primera secretaría de la mujer en Bogotá.

MNB: María Eugenia, nos has hablado de lo que significó la muerte de tu hijo mayor y cómo esta tragedia precipitó tu decisión de abandonar el M-19. ¿Nos podrías contar qué significó tu segunda maternidad?

Bueno, mi segundo embarazo viene en medio de la firma de la tregua para un diálogo nacional en busca de unos acuerdos de paz grandes. Es decir, es el primer intento de una paz negociada donde se vincula el conjunto de la sociedad. Eso es en el año 84. Entonces creemos en la paz, creemos en que la paz es posible. Yo vengo de trabajar con los campamentos de paz, estamos formulando la posibilidad de la participación política y creo sinceramente en la paz, y el compañero mío de esa época me convence de que es el tiempo para formar una familia. Y yo dije pues sí, y pensé que, ya que no pude estar junto a mi hijo mayor, quien para esa época aún vivía, esta era una posibilidad para tener una familia. Entonces el embarazo fue una decisión programada. Quise tener un segundo hijo como un hijo de la paz.

Tenía pensado que si era niña se llamara María Paz. Pero bueno, fue un niño. ¿Y qué pasa? Que, en ese momento, con un mes y medio de embarazo, nos hacen un atentado. La derecha en Cali nos hace un atentado y se viene abajo el sueño de la paz, se rompe la tregua. Nosotros, junto a Antonio Navarro, que perdió una pierna, quedamos heridos.

El Estado no nos garantiza la seguridad siquiera. Entonces salimos heridos a México, en donde, por razones humanitarias nos acogen para ayudarnos a curar. Luego vamos a Cuba, donde terminamos de mejorar de las heridas que sufrimos, pues mi compañero también había perdido una parte de su pierna. Ahí no solo se frustra el sueño de la paz, sino que debo afrontar mi embarazo, una decisión en solitario.

El bebé que viene en camino está en riesgo de tener todas las afectaciones producto de la onda expansiva de la granada, y no se sabe en qué proporción puede estar afectado. Y me toca a mí, en soledad, decidir si tengo o no tengo ese hijo. Entonces comienza una lucha interna, entre: "si viene bien, bienvenido sea". Pero: "si no viene bien, ¿qué hacer?" Y esa decisión tan difícil debía tomarla yo, que es lo que les pasa a muchas mujeres. Por fortuna, en ese momento estaba yo en Cuba, donde tenía todas las condiciones, y se fue haciendo un seguimiento al bebé para ver si venía bien. Mi hijo nació sano y fuerte en La Habana.

MNB: María Eugenia, en esas circunstancias en que nace tu segundo hijo, ¿pudiste maternar?

Muy poco tiempo. No alcanzo a maternar un año, porque es ahí cuando vienen las decisiones organizativas que me sacan al exterior para acompañar a mi compañero. Y es en ese tiempo cuando muere mi hijo mayor. Por la situación que se vivía tuve que entregar a mi hijo pequeño a sus abuelos. Fue muy, muy doloroso ver partir el avión en el que se iba ese pequeñito que yo pensé que iba a criar.

MNB: Quisiera preguntarte, ya a la luz del recorrido de toda esta experiencia de vida tuya, ¿has sentido que esas decisiones que has tomado conscientemente te han significado estigmatizaciones? ¿Te has sentido juzgada o señalada?

¡Sí, a todas las anteriores! Me he sentido juzgada, por supuesto. Juzgada por haberme metido en terrenos que no eran de mi incumbencia, como era la política. Por no haber sido la madre que la sociedad esperaba que fuera, por haber tenido, o haber asumido, o haber ejercido unas libertades sexuales que no se acostumbraban en nuestra época, que no eran bien vistas ni siquiera en la izquierda. La libertad de nosotras las mujeres era sancionada, mientras la libertad de los hombres era aplaudida.

Sobre todo, he sufrido la desconfianza de los demás. Desconfían de mi por el pasado que tuve. En lo laboral, creen que mi pasado les puede causar problemas. En lo familiar, que de pronto esta mujer se va cuando menos pienso. Es decir: "no puedo confiar en ella porque tiene demasiada libertad, tiene demasiada autonomía".

Sin embargo, considero que he sabido sobrellevar y asumir esos estigmas y juicios en lo laboral e incluso en mis relaciones de pareja, porque me he fortalecido mucho al valorar mi experiencia. Creo que esa ha sido la manera. Es más, me da cierto tono desafiante el decir: "sí, he sido transgresora de esto a voluntad y autónomamente. Nadie me ha empujado a transgredir lo que transgredí". Esa ha sido una manera de afrontarlo, la mejor que he encontrado. Pero claro, hasta hoy en día cargo con todos los estigmas de un pasado como el mío.

Ahora, yo creo que es normal que muchas personas juzguen mis decisiones, pero lo más duro es que los señalamientos vengan de quienes uno menos espera, ¿no? ¿Por qué, por qué me van a juzgar? Por ejemplo, una de las mayores decepciones fue cuando yo cuento mi vida en ese libro resultado de mi tesis de grado: Escrito Para No Morir, que luego fue publicado. Muchas críticas vinieron de los propios compañeros, porque según ellos yo había desperdiciado la oportunidad de hacer un texto mucho más político. Claro, porque ellos están viendo es el discurso político y no lo político que se construye desde la cotidianidad. Los temas de mi pelea por transgredir, por romper con lo que se me había exigido como mujer, son temas políticos hoy en día, pero para varios compañeros no lo eran. Incluso, yo no tenía claro ese sentido sino hasta después de salir del M, porque de todas maneras se idealiza mucho la militancia y se tiene nostalgia. Pero cuando yo ya salí, gracias a las reflexiones que introdujo para mí el feminismo y el acompañamiento de algunas mujeres feministas, la mayoría de ellas profesoras de la Universidad Nacional, investigadoras que preguntaban, simplemente preguntaban, pero eso me conducía a reflexiones desde otro punto de vista. Eso creo que me fortaleció muchísimo para poder afrontar lo que se venía luego, lo que se sigue afrontando. Cuando alguien se entera de cuál es mi pasado, hay muchas chispitas que salen.

MNB: Y de todo lo que tú has hecho o de todo lo que te sucedió, ¿qué sientes es lo que más se señala?

Bueno, considero que hoy en día se sobrelleva mejor la transgresión política, por los acuerdos de paz, por las posturas de las mujeres dentro de la política, entonces digamos que se suaviza un poco el reproche por esa transgresión. Pero lo que nunca deja de reprochársenos es no haber sido las mujeres que la sociedad esperaba que fuéramos, sobre todo en los aspectos de la maternidad. Y es la más dolorosa porque eso llega a nuestros hijos. Es decir, nuestros hijos están permeados por esas preguntas de por qué no estuviste conmigo. Si todas las mamás están con sus hijos, ¿por qué preferiste la política? Entonces, ahí hay una sensación que es profunda, es dolorosa, pero sobre todo ese aspecto, como si las mujeres estuviéramos hechas y obligadas para una maternidad absolutamente normal. Yo me tengo que decir todos los días: "He sido una madre diferente, ¡diferente!" Y tengo que explicárselo a mi hijo de mil maneras: en las acciones, en los hechos, en las palabras, tengo que tener mucho cuidado con esa relación, porque ahí hay una profunda fisura entre lo que esperaban de nosotras y lo que hicimos. En el terreno de la sexualidad también, por supuesto.

MNB: ¿Tu hijo te ha interrogado mucho por tus decisiones?

No. Mi hijo tiene una actitud de "aquí no ha pasado nada". Es muy condescendiente y yo no he logrado que verbalice los reproches que debería hacer para poderlos explicar, para poderlos conversar. A veces le digo: "Lo que no hablemos hoy, te va a tocar después pagar psiquiatra cuando yo me muera; deberíamos hablar". Porque, de todas maneras, esas relaciones madre-hijo son unas relaciones que tienen mucho peso en esta sociedad. En eso me encuentro con muchas mujeres. Nosotras descubrimos que con las mujeres salvadoreñas ha pasado lo mismo, tienen las mismas inquietudes. Con las compañeras de las FARC que acaban de firmar acuerdos hace poco, también, tienen problemáticas similares.

MNB: Ahora, María Eugenia, ¿cuéntame de qué manera tus decisiones y tus opciones afectaron la relación con tu madre?

Mi madre fue una mujer de un amor tan incondicional y de un apoyo tan consciente que fue una delicia. Fue una compañía femenina, solidaria, sin reproches, ayudándome en lo que podía, sabiendo lo que yo era, porque ella, más o menos en los años 76 o 77, se da cuenta de qué estoy haciendo, y hay un apoyo maravilloso. Tuve mucho apoyo no solo de mi madre, sino de mi red de amigos y amigas de la universidad. Yo conté, por fortuna, con unas redes que hicieron mi vida menos difícil.

MNB: Tú afirmas que todas tus decisiones fueron conscientes. Todas: las de entrar, las de salir, las renuncias. ¿De qué te arrepientes?

Considero que los arrepentimientos no sirven para nada. Mejor es analizar y valorar los efectos y las lecciones de las decisiones que tomamos de manera autónoma, sean acertadas o equivocadas. Por ejemplo, pienso que me equivoqué en algunas decisiones con respecto a las parejas que elegí. Me equivoqué, pero aprendí. Me equivoqué también en decisiones de trabajo. Porque hay momentos en los que uno se equivoca, pero si logra darse cuenta hay que rectificar inmediatamente. Yo no le tengo miedo a las rectificaciones.

MNB: ¿Tú qué sientes que dejó, que le aportó la experiencia del M-19 al país?

Una primera cosa que le aportó fue pensar la política desde una óptica nacional. Nosotros en la izquierda dependíamos mucho de lo que sucedía en China, Cuba, Moscú. Y el M19 empieza a mirar hacia la historia del país, conocer la política del país para adaptar sus acciones a esa política. Ese fue un primer aporte, en el sentido nacionalista. Una segunda cosa puede ser el valor, el peso que le da a lo popular. Ya no solo a los campesinos, los obreros, sino a lo popular, a las masas de las ciudades, porque el país había tenido un gran cambio demográfico. Del campo la gente se había venido precisamente por efectos de La Violencia (con mayúsculas) hacia las ciudades. Estaba ahí toda esa población de los sectores populares que tenía reivindicaciones muy concretas. Entonces, el peso que le da a lo popular también es un aporte.

Lo otro es constituirse como una "guerrilla moderna", haciendo uso de los medios de comunicación. ¿Cómo hacer que la propuesta política llegue a través de los medios de comunicación de ese momento? La radio, la televisión, la interceptación de las emisiones de televisión.

Cuando tú estabas viendo un partido, de pronto aparecía el M-19 haciendo una propuesta política. Y eso era innovador. Traer la política para que la entienda todo el mundo, que entienda la propuesta política del momento más cantidad de gente. Y un aporte mayor, aunque con todas las contradicciones internas, es que el M fue una organización donde participaron más las mujeres y donde hubo mujeres en el comando superior. Eso era innovador. Las otras guerrillas no tenían mujeres en los comandos superiores.

Y la idea de una paz dialogada, es decir, de llegar a hacer unas conversaciones entre todos y todas, donde estuvieran lo que llamábamos los diversos sectores del país. Todos en una conversación para pensar en cómo hacer las transformaciones que el país necesitaba para ser más justo, más democrático, para hacer la vida de las grandes masas populares más llevadera, más digna. Entonces esa idea del diálogo para la paz y las negociaciones para la paz creo que incluso vienen desde acciones armadas como la toma de la embajada de República Dominicana. Es decir, no hay un "patria o muerte", sino que hay un: "negociemos, cedamos y vemos cómo salimos de esta juntos". Esa negociación, ese pensar en la negociación y en una paz negociada, creo que también es uno de los aportes.

Y bueno, algo que no fue solo el M-19, sino que resultó de una confluencia de fuerzas fue la constituyente del 91, propuesta por el EPL, el M-19 y por el voto de las juventudes en la Séptima Papeleta.

MNB: ¿Para ti qué es lo más relevante hoy para transformar este país?

Los intentos por una paz total son intentos que hay que sostener. Los diálogos difíciles de todas maneras hay que hacerlos, hay que agotarlos. Hay que intentar muchísimas reformas. Y aunque este es un país muy reacio a las reformas, con mucho miedo a los cambios, yo me doy cuenta, me preocupa muchísimo ese miedo que tenemos a cualquier tipo de cambio, cómo nos descoloca que cambien algo a lo que estamos acostumbrados. Como ha sido un país en el que han mediado tanto la violencia y la política, entonces las polarizaciones también dificultan mucho la llegada a la paz. La paz es un cambio a profundidad, material, estructural, de conciencia. Es un cambio cultural muy, muy, muy profundo. Y creo que tenemos que seguir intentándolo, tenemos que hacer los pequeños núcleos de paz en muchos ámbitos. Considero que ya se están haciendo. Hace muchos años las comunidades, los grupos humanos, las organizaciones están haciendo grandes esfuerzos por resolver conflictos de una manera distinta, por llegar a acuerdos para beneficiarse de determinados servicios. Los pactos tienen ahora más relevancia que en el pasado. En el pasado éramos mucho más tajantes, y ahora tenemos más idea de la necesidad de pactar, negociar, acordar.

MNB: ¿Y cómo ves tú las luchas femeninas actualmente? ¿Cómo las vinculas o cómo crees que se vinculan a la paz?

Las luchas de las mujeres han sido muy importantes. Algunas expresiones están signadas por formas, digamos, más agresivas, pero es normal, porque se ha negado tanto tiempo a la expresión, que la expresión llega con mucha fuerza. Y con mucha rabia también. Pero yo creo que han hecho un gran aporte las mujeres de los barrios, por ejemplo, cómo acompañan a sus hijos en la defensa de sus intereses, y cómo los grupos feministas están denunciando asuntos que estaban totalmente invisibilizados, como los diversos tipos de violencias a lo largo de las vidas de las mujeres. A mí eso me parece que ha sido un avance fundamental, cómo los grupos feministas y las mujeres hemos puesto la lupa sobre cuestiones que no se veían porque estaban totalmente naturalizadas en la vida cotidiana a lo largo de la vida de las mujeres.

Todas estas violencias que ahora están siendo denunciadas, por las cuales se está exigiendo reparación, todo esto en el momento en que se pone la lupa y en el que se intentan soluciones, en el que se dan pasos para resolverlo, creo que están haciendo un gran aporte a la paz. Porque la paz tiene que permear todas las capas de la vida social. Ya no es como eran antes, que lo de la vida privada no es político y que allá no nos metemos. La política sin esos temas es limitada, incompleta.

Veo muy interesante y esperanzador cómo las chicas agitan hoy en día procesos y consignas como esa de la digna rabia, justificando formas de comunicar lo que antes estaba silenciado. Y esas luchas son políticas, en la medida en que están afectando los pies de barro de todo en la estructura política. Es que esas reivindicaciones, esas denuncias, esas luchas, esas formas de expresión, lo que están haciendo es luchar contra un poder establecido, un poder opresor, un poder que hemos sentido no solo en nuestras mentes sino en nuestros cuerpos. Es que lo hemos sentido, es todo el mandato sobre los cuerpos de las mujeres, desde las maneras de vestir, las maneras de actuar, las maneras de manejar la sexualidad, la maternidad. Entonces, cuando nosotras estamos denunciando que todas esos son violencias que no son menos importantes por pertenecer a nuestros cuerpos, estamos socavando el gran poder de la estructura patriarcal.

Esas son luchas de las cosas cotidianas, de las pequeñas y las grandes cosas. Eso también es un giro en la política, ya no estamos, o yo, por lo menos, no estoy pensando en la macropolítica del cambio del universo, del cambio total del país, sino en los cambios que vienen desde lo cotidiano, desde nosotras mismas, desde nuestras organizaciones, desde nuestras familias, y van subiendo a copar, a estar en otros espacios que también nos hemos ganado, los espacios de la política electoral, representativa, etc. Las mujeres tradicionalmente han hecho mucho desde donde están, desde su casa.

MNB: María Eugenia, para cerrar esta conversación, cuéntame: ¿Qué haces hoy en día?

Hoy día vivo mi cotidianidad en relación con la comunidad inmediata, y sigo participando en algunos espacios con mis compañeras, los colectivos feministas, los colectivos de defensa de los derechos ambientales. Eso no se puede dejar, yo no puedo aislarme totalmente del activismo social. Pero estoy jubilada, lo que se llama jubilada, es decir, feliz de estar de vacaciones, de estar en el campo, de descansar, de poder leer lo que no alcancé a leer en tantos años de activismo, de relacionarme de una manera tranquila con mis vecinas, de hablar de lo que a ellas les interesa y de apoyarlas en sus demandas colectivas. Creo que me gané ese derecho.

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